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Primera parte de un artículo histórico de Don Félix Martialay sobre el nacimiento de la Liga

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Biblioteca Martialay: Ponencistas y Antiponencistas (Primera Parte)

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En la vida de todos los organismos, como en la de cualquier cosa viva, se producen momentos de tensión con altibajos y esguinces. Creo que el primer gran momento crucial de la vida federativa -al margen de sus iniciales tormentas y balbuceos, más de nacimiento accidentado que de existencia plena- fue el que se puede resumir como «Maximalistas y Minimalistas».
Hay que recordar, simplemente, cómo el fútbol español se dividió en dos bandos cuyo enfrentamiento estuvo a punto de producir una escisión. Ora por parte de los minoritarios en número, que se dieron el nombre de Unión Española de Clubs Profesionales de Fútbol, ora por parte de los que constituían la mayoría en número pero no en historial ni importancia en aquellos momentos.
Salvada aquella grave enfermedad y consolidado -al menos aparentemente- el profesionalismo, el fútbol español no tomaba la altura prevista por los creadores de la Liga.
Ésta, nacida en 1929, había ido perdiendo interés hasta que, al llegar el final de la temporada 1932-33, habían saltado las señales de alarma.

Las causas que señalaban los analistas eran:
a) Había sido un error la implantación del profesionalismo. Al menos había resultado prematura.
1: Significó la ruina de muchos de los equipos más históricos.
2: Había metido en un callejón sin salida a la mayoría de los equipos de Primera División. Y prácticamente a todos los de Segunda.
b) La diferencia de calidad de los equipos participantes en la Primera Liga hacía que los aficionados solamente consideraran de auténtica Primera División al Athletic Club de Bilbao, al F.C. Barcelona y al Madrid F.C.
c) Los partidos de los comparsas no llamaban al público y las taquillas eran paupérrimas. El Athletic Club de Bilbao, según declaraba la Federación Vizcaína, sólo había conseguido llenar San Mamés con ocasión de los partidos con el Madrid; el Donostia había tenido pérdidas, en esa temporada, valoradas en 200.000 pesetas; el Deportivo Alavés se veía abocado a la desaparición, etc.
d) Las cosechas de jugadores no eran, en números absolutos, malas lo que ocurría era que había demasiados patrones de pesca oteando los caladeros. Y las Federaciones que los albergaban se lamentaban, no sólo de que las despojaran de lo mejor que surgía, sino, además, de que adquirían jugadores sin hacer que, en demasiadas ocasiones, fracasaban al ser desarraigados prematuramente de su entorno, al emplearlos en lances superiores a sus fuerzas y formación, exigirles demasiado mirando más lo que habían costado que su entidad real y todo ello excesivamente deprisa. De aquí que los casos de fracasos o decepciones, tanto de las sociedades como de los aficionados, fueran anormalmente numerosos. Así, muchos que podrían haber sido excelentes jugadores, se agotaban, no sólo como futbolistas sino como personas. Unos y otros perdidos por no haberles dejado granar en el semillero. La evidencia de la desigualdad forzaba a muchos clubes a tomar unas decisiones, principalmente en adquisición de jugadores, que les metían en el callejón sin salida de la ruina, al querer vivir por encima de sus posibilidades con resultados deportivos que no podían emular los de los grandes.

– Las cuentas de cada cual.
Las mismas voces, provenientes principalmente de la vieja guardia de la Unión Española de Clubs de Fútbol Profesional – para entendernos, los antiguos Minimalistas – se levantaban para reafirmarse en sus añejos criterios selectivos. ¡Ya lo avisaron! ¡Eran demasiados equipos en la élite! ¡Los ocho equipos pensados en principio era el número óptimo! El resto significaba desinterés del aficionado a la hora de pasar por taquilla o de sacar sus carnets de socio, empobrecimiento en la calidad del juego exhibido, perjuicio para los propios futbolistas profesionales, endeudamiento de las sociedades…
Esa era una de las opiniones que pesaban en el seno de parte de los dirigentes del fútbol español al término de la temporada 1932-33. Pero no la única.
Porque los que aspiraban a más, arremetían contra los de la Unión Española de Clubs porque estimaban que ésta era una fachada sin edificio detrás, un simple forillo sin representación en el que se amparaban unos clubes cuya historia no negaban pero que su presente estaba allí, a la vista de todos: sin entidad, sin fuerza, sin sitio. ¿No era el Europa uno de ellos? Desaparecido. ¿Y el Unión de Irún? En Segunda. ¿Y el Donostia? Poco más o menos ¿Y el Arenas? Braceando para no hundirse…

Para situar ese final de temporada hay que decir que las competiciones estaban así estructuradas:
Primera División: 10 equipos.
Se había proclamado Campeón el Madrid F.C. Descendía, por clasificarse en el puesto 10°, el Club Deportivo Alavés.
Segunda División: 10 equipos
Se había proclamado Campeón: Oviedo F.C.
Subía a Primera División ocupando el lugar del C. Deportivo Alavés Descendía: C. D. Castellón Tercera División: 32 equipos
Campeón: C. D. Sabadell F.C.
Subía a Segunda División ocupando el puesto del C. D. Castellón.
Estos eran los datos tras haber descrito el ambiente en el panorama futbolístico español de fines de temporada.

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