Futbolistas atletas
De José Ignacio CorcueraEs incuestionable que hoy los futbolistas de élite son ante todo atletas. Ya no basta con exhibir buenos fundamentos técnicos para hacerse hueco en el difícil mundillo profesional. Ni siquiera se llega lejos con valentía y gran remate, al estilo de los arietes tanque tan en boga desde los años 30 hasta mediados de los 60, durante el pasado siglo. El jugador actual aúna velocidad, resistencia, técnica individual, visión de juego y capacidad de sacrificio. Quienes no lo entienden así, aún adornados con toba la exquisitez imaginable, suelen hallar la incomprensión de sus entrenadores, traducida en prolongadas suplencias, cesiones encadenadas y hasta alguna que otra baja sorpresiva. Podrían corroborarlo el gallego Trashorras o el guipuzcoano Barkero, entre otros hombres de seda, a quienes se exigía más aplicación en la marca. Por supuesto, ambos acabaron triunfando. Lo contrario, a tenor de su excelencia, hubiera constituido mayúscula sorpresa. Pero si Barkero sólo pudo sentirse estrella en la recta final de su andadura, bien rebasada la treintena, a Roberto Trashorras estuvo resistiéndosele nuestra 1ª División hasta fichar por el Rayo Vallecano, cumplidos también los 30. Porque asomar al campo de Riazor durante la Liga 2001-02, siendo promesa del Barça B (6-X-2001) apenas cuenta.
Pero cometeríamos un error pensando que en el fútbol pretérito se jugaba andando, que de una preparación constreñida entre el trotecillo y los sprints, las tablas gimnásticas y el salto a la comba, o como remate unas cuantas idas y venidas a la carrera por el graderío de general, sólo cabía esperar lentitud y amplio espacio entre líneas. Porque desde los años 20 hasta los 70 del siglo XX, y aún allá por los80, junto a “gorditos” fuera de forma y leñeros radicales, también hubo malabaristas, magos en el uno contra uno, pulmones inagotables y hasta atletas de nivel. Hombres que en un momento dado se decantaron por el balón, conscientes de que podrían haber triunfado, si es que no lo habían hecho ya, en distintas especialidades atléticas.
Repasemos algunos de esos nombres, aunque sólo sea para poner las cosas en su sitio.
José Mª Yermo Solaegui (Las Arenas, Vizcaya, 21-VI-1903), fue ariete rápido, muy físico, oportunista y rematador de un Arenas capaz de tutear al Athletic Club acaparador de Ligas y Copas. Cinco veces internacional entre 1927 y 1929, la creación del campeonato liguero le llegó algo tarde, conforme acreditan sus registros. De 13 goles en 15 partidos la campaña 1928-29 pasó a 3 tantos en 4 choques el año siguiente, a 8 dianas en 11 partidos la temporada 30-31 y a 2 en 6 encuentros, antes de quedar inédito el Campeonato 1932-33. Como colofón continuaría empobreciendo su estadística las campañas 33-34 y 34-35, en parte porque los años no pasan en balde, y sobre todo porque el fútbol profesional estaba lejos de ilusionarle. La frialdad de estos datos no explica ni de lejos lo que significó para el deporte español. Multidisciplinar donde los haya, apenas si hubo actividad física que no probase con máximo entusiasmo.
Cierto que tenía a favor ser niño rico. O si se prefiere, hijo de acaudalado hombre de negocios, con tiempo para cultivar una constitución prodigiosa. Campeón en salto de altura con un nada desdeñable para la época metro sesenta y nueve, de longitud, con 6,31, y de triple salto con 12,59, marcas todas ellas establecidas en 1923, pareció no quedar satisfecho. Consecuentemente, también cosecharía laureles en lanzamientos de martillo (20,02 metros); peso (10,99 metros) y barra (14,48), marcas acreditadas en 1925. Entre medias, es decir durante 1924, quedó subcampeón en 110 metros vallas. Y aún a posteriori, nuevas marcas de triunfador: 2,88 en salto de pértiga; 13,48 en triple salto, 1,71 en salto de altura y 6,36 en salto de longitud. Hasta participó en el Campeonato Mundial de Ciclismo celebrado el año 1926, en la especialidad de velocidad. De niño apenas si había montado. Aunque estuviesen de moda los clubes ciclistas, o los excursionistas en velocípedo, a él lo de dar pedales no pareció llamarle la atención. Un día, sin embargo, se puso a ello con el denuedo que le caracterizaba. Y seis meses después de haberse familiarizado con el manillar curvo quedó finalista en dicha competición, para asombro general.
Cazador empedernido y jugador de water-polo, además de piragüista tragamillas, llegó a concebir un reto personal tan ambicioso como recorrer a remo los cinco ríos atlánticos, desde el Miño hasta el Guadalquivir, aunque finalmente la única travesía abordada fuese la del Ebro. El 15 de febrero de 1933 se casó con “la distinguida señorita” -conforme trataba la prensa este tipo de acontecimientos en sus secciones de sociedad- Irene de Estíbaliz. Buena razón, sin duda, para tomarse la vida con más tranquilidad, calzar pantuflas de felpa y asesorar a jóvenes neófitos. Recién concluida la Guerra Civil, al refundarse la Sociedad Deportiva Indauchu, llegó a fichar por dicho club tras larga insistencia del infatigable Jaime de Olaso. Tenía 36 años y pocas ganas de batirse el cobre por campos irregulares de categoría Regional. Así que aun diligenciando la cartulina, no disputó ningún partido, habituado ya, como estaba, a su retiro. Falleció en Bilbao, el 21 de octubre de 1960, a los 57 años.
Yermo había tenido precedentes en la provincia de Vizcaya, si bien menos ilustres. La temporada 1917-18 coincidieron en el Erandio Club Fidel De la Hera, Juan Saras y Anastasio Sesúmaga, trío de atletas. De la Hera obtenía habitualmente buenos resultados en lanzamiento de peso. Juan Saras participaba en pruebas de cros y 400 metros lisos, ocupando casi siempre puestos de honor. Y Anastasio Sesúmaga, hermano del también futbolista Félix, solía ser enconado adversario en cuantas competiciones de cros tenían lugar por la comarca. De la Hera no extendió mucho su vínculo con el balón de cuero. Bien porque se le hacía difícil compatibilizar sus dos pasiones deportivas, o por destacar menos calzando botas de tacos, concluyó centrándose en el atletismo. Saras simultaneó fútbol y carreras pedestres como mínimo hasta el año 1920. El medio Anastasio Sesúmaga, por el contrario, siguió siendo habitual en las alineaciones erandiotarras bien cumplido 1922.
Habrá quien piense que jugar en el Erandio tampoco debía ser gran cosa, que cualquier atleta un tanto ayuno de dotes balompédicas podría saltar al campo, siquiera fuese para completar algún once. Pues se equivocaría, porque aquel equipo distaba mucho de ser agrupación de amiguetes. Durante la temporada 1923-24, con ocasión de una gira por los vecinos pagos de Asturias y Cantabria, derrotó al Deportivo Oviedo (0-2), al Sama (1-3) y a la Unión Montañesa de Santander (0-2). En diciembre de 1924, después de caer honrosamente ante el Sevilla en sendos partidos disputados junto al Guadalquivir (3-1 y 1-0), hicieron parada y fonda en Madrid, aprovechando para enfrentarse al Athletic, es decir a los actuales “colchoneros”, saliendo victoriosos por 1-4. Los de Erandio contaban entonces con 500 socios y acabarían ocupando la 3ª plaza en el Campeonato Regional de Serie A 1923-24, tras Athletic Club de Bilbao y Arenas de Guecho, por delante del Sestao, Baracaldo y Deusto.
Para lucir la camisa azul y blanca era preciso algo más que correr como un galgo.
Otros atletas-futbolistas de esa misma época fueron los madrileños Ezquiel Montero (1893) y Luis Monasteriocide (1899), en las alineaciones simplemente Monasterio. El primero actuó como medio en el Cardenal Cisneros y Racing de Madrid, aquí desde su fundación hasta 1920. Al mismo tiempo competía en pruebas atléticas con envidiable éxito, pues nadie pudo despojarle del campeonato de Castilla en 10.000 metros durante 12 años. En una ocasión batió el récord madrileño por la mañana, y por la tarde se calzó las botas, cubriendo sin especiales signos de fatiga los 90 minutos reglamentarios. Otra vez, tras participar en una carrera desde el Café Gijón hasta la Ciudad Lineal, se enfrentó al Madrid en un choque donde se dilucidaba una copa y medallas para los jugadores victoriosos. Seleccionado con Castilla para el torneo de fútbol Príncipe de Asturias, compatibilizó los “chuts” a puerta con labores de arbitraje, interviniendo decisivamente en la creación del Colegio correspondiente. Por añadidura, en su condición de “trencilla” fue el primer “referee” español requerido desde el extranjero, concretamente para un Oporto – Benfica en Lisboa, final de la Semana Deportiva. Debió dejar muy buen sabor de boca, porque volvieron a llamarle transcurrido un año para arbitrar la final de la Taça de Honra portuguesa, disputada a cara de perro entre el Sporting y el Benfica en el viejo campo de Amadores. Y aunque repitieron invitación desde el país vecino, le fue imposible acudir.
Monasterio, por su parte, jugó en el Escudo, Gimnástica de Madrid, Ferroviaria y Racing madrileño, en este último durante temporada y media. Siendo jugador del Racing le advirtieron muy seriamente sobre la necesidad de dejarlo, so pena de exponerse a morir en pleno campo. “¿Y eso por qué?”, preguntó. “Porque padeces una lesión de hígado y cualquier sobreesfuerzo está desaconsejado”, le respondieron. Huelga decir que no hizo el menor caso. Tres años de guerra en África, con el Regimiento del Rey, pueden explicarnos cómo era su carácter. En el campo atlético fue plusmarquista español de lanzamiento de jabalina. Entre 1917 y 18, obtuvo varios trofeos como levantador de peso -200, 220 y 240 Kilos-. Y a modo de remate, plusmarquista en 100 metros lisos, corredor de 200 y saltador de altura y longitud. Luego de abandonar el fútbol y el ejército obtuvo un puesto de policía, que a principios de los 40 tampoco le impedía dejarse caer regularmente por las instalaciones de la Gimnástica.
También fue atleta multidisciplinar el sestaoarra Félix Rotaeta, a quien el Sporting de Gijón incluyó en sus filas tras verlo jugar con el Somió. Poseía muy buenas marcas en pruebas de velocidad, lanzamiento de martillo y saltos de longitud y pértiga, aunque como futbolista, al haber actuado sólo en clubes aficionados, estaba por salir del cascarón. Sólo llegó a lucir la camiseta gijonesa una tarde, ante el sevillano Betis Balompié, en partido de Copa correspondiente a la campaña 1933-34. La siguiente temporada ya le iba a tocar vivirla como militante del Club Gijón, entidad sin vínculos con el Sporting.
Tras la Guerra Civil, en un fútbol mucho más profesionalizado, tampoco faltaron los empeñados en conjugar fútbol y atletismo. Uno de ellos, el defensa Diego Lozano (Montijo 8-II-1924), comenzó a defender el escudo Emeritense, en 3ª División, sin cumplir 17 años. Luego de pasar por el Imperio de Madrid, entonces filial “colchonero”, debutaba en 1ª División la temporada 1943-44, con el mítico Ricardo Zamora en el banquillo del At Aviación. Considerándolo algo verde, le serían recetadas tres cesiones al Imperio, Hércules alicantino y Santander, desde donde los rojiblancos de la capital española, convertidos en At Madrid, tornaron a recuperarlo mediante contrato de 4 años y 300.000 ptas. de ficha. No estaba mal para quien durante 1943 había asomado por la entidad pisando de puntillas, con 10.000 ptas. anuales más sueldos o eventuales primas, y toda la ilusión del mundo. A sus 24 años se hizo en seguida con la titularidad. Campeón de Liga dos ediciones consecutivas, a las órdenes de Helenio Herrera, fue 5 veces internacional durante la etapa de Guillermo Eizaguirre al frente de la selección. Todo ello sin abandonar las pistas de ceniza, como correspondía a un atleta de primer nivel. Recordman nacional en relevos 4 x 100 y subcampeón de España en 400 metros lisos, participó en el campeonato de Europa celebrado en Milán, acariciando el bronce, puesto que obtuvo un meritísimo 4º puesto.
Durante el verano de 1955 puso rumbo a Badajoz, para lucir la camiseta blanquinegra por espacio de dos campañas, parte de la segunda simultaneando funciones de jugador y entrenador. Y de la capital pacense hacia Tenerife, colofón de una etapa, a los 33 años. Sólo una etapa, puesto que de inmediato iba a iniciar otra en los banquillos del Córdoba, Extremadura de Almendralejo, Melilla, Hércules y Mérida Industrial, este último a lo largo de distintas temporadas bastante espaciadas. Falleció en Mérida, el sábado 5 de febrero de 2011, a los 86 años, dos meses después de quien fuera compañero en “su” Atlético, el francés Marcel Domingo. Era hijo adoptivo de la ciudad emeritense y, como se ha convertido en costumbre de tantas necrológicas breves, anodinas e incompletas, sus redactores dejaron en el tintero que además de corajudo y eficaz defensa, fue velocista de tronío.
Casi por la misma época, dos jugadores norteños se las arreglaron para alternar sendas pasiones deportivas. El ariete Francisco Doval Mera (Puenteareas 27-IX-1932), conocido como “Pancho Doval” o por “Pancho” a secas, ya jugaba en el Zeltia de Porriño con 15 años, desde donde sería adquirido por el Real Club Celta de Vigo para su elenco juvenil. Concluida su etapa junior pasó por las filas del Pontevedra, Salgueiros portugués y Avilés, donde durante ocho ejercicios habría de firmar imponentes medias goleadoras, conforme acreditan sus 30 dianas en los 34 partidos de 2ª la campaña 1956-57. Antes había asombrado como atleta, proclamándose campeón gallego de triple salto y de España en salto de longitud. Según él mismo confesaría, tuvo dudas sobre qué camino tomar. Entre ser campeón de España con 21 años y exponerse a trotar para siempre por campos de 3ª, la senda del atletismo se antojaba mejor opción. Pero un entrenador le resolvió las dudas, asegurándole. “Si te decides por las pistas, es probable que te regalen muchos aplausos. Ahora bien, el dinero no lo verás por ningún sitio. Hazme caso, hombre. Procura pasar un par de añitos rematando balones en 2ª y ríete de lo que puedan darte 10 campeonatos de España”.
Doval no estuvo sólo 2 años batiéndose el cobre en nuestra división de plata, sino cuatro, amén de sus campañas en la 1ª portuguesa. Fue hormiguita y al retirarse le alcanzó para montar una cafetería en Avilés, cuya explotación tampoco iba a impedirle ejercer como secretario técnico del club avilesino, directivo y hasta entrenador ocasional.
Más gloria futbolística alcanzó el gijonés Marcelino Vaquero González del Río, a quien su tío, impetuoso ariete sevillista de los 40,cedió gustoso el apodo de “Campanal”. Verdadera fuerza de la naturaleza y merced a un físico que ni fundido en bronce, con 17 años, o lo que es igual durante 1948, se proclamó campeón asturiano de pentatlón, sobresaliendo especialmente en las pruebas de triple salto, 100 metros lisos y salto de longitud. Para entonces ya había jugado en el Carbayedo y tenía ficha del Avilés, gallito en su grupo de 3ª División. Pero claro, su tío seguía siendo toda una autoridad en Sevilla y los patrones de pesca meridionales tardaron poco en llevárselo a ver la Giralda, la Torre del Oro, el Parque de María Luisa y las instalaciones de Nervión, donde no puso ningún reparo al contrato que le extendieron. Una temporada cedido al Coria y otra reforzando al Iliturgi de Andújar, bastaron para convertirlo en central cuajado, poderoso y elegante, con gran soltura técnica, pues no en vano se había iniciado en el puerto de interior.
Dieciséis campañas de blanco, todas ellas en 1ª División, lo convirtieron en mito del sevillismo. De un Sevilla C. F., todo ha de decirse, con mucho de rompe y rasga atrás, sobre todo por el lado de Juan Manuel. Un Sevilla duro, cuyo defensa central solía llegar a los balones sin esgrimir el hacha, armaba el juego desde su parcela y se antojaba papel secante a cuantos delanteros con buen juego aéreo pretendían sacar partido en cada córner. Otras dieciséis veces internacional entre 1952 y 1957 -5 con la “B” y 11 con el equipo absoluto- embellecieron su envidiable trayectoria. Cuando en Sevilla le entregaron la baja junto a un merecido homenaje, había cumplido 34 años. Peo como siguiera encontrándose bien y le costaba imaginar otra vida ajena al ejercicio físico, aceptó la oferta de un Deportivo de La Coruña paradigma de equipo ascensor, para vestirse de corto 16 nuevas tardes en 1ª y 22 en 2ª.
El escudo deportivista debería haber sido el último sobre su pecho. Al menos así lo aseguró en las postrimerías del Campeonato 1967-68. Pero ya retirado y con 38 años a cuestas, no supo negarse a la llamada del Avilés faltando 7 partidos para concluir el siguiente ejercicio. “No lo hice por dinero”, afirmó entonces. “He fichado a cambio de una peseta. Ciertas cosas carecen de precio, y ésta es una de ellas”.
Algo después estuvo entrenando al Ensidesa, equipo patrocinado por la siderúrgica asturiana que tras encaramarse a 2ª División concluiría fusionándose con el Avilés. Acabó montando un gimnasio en Asturias. ¿Cabe imaginar retiro más lógico para quien tanto disfrutó del esfuerzo y aún hoy, enhiesto como mástil de goleta, pese a sus ochenta y cinco febreros continúa acudiendo a cada concentración de antiguos internacionales?.
Puro genio y figura.
Tanto como el defensa marbellí Antonio Lorenzo (11-XII-1934), o el atacante José Mª Bello Amigo, por más que ambos brillasen menos a lo largo y ancho de nuestra geografía.
Lorenzo, hermano del centrocampista Luis Lorenzo Cuevas, después de hacer méritos durante tres años en el Atlético Malagueño y ser alineado 82 veces, pasó al primer equipo del C. D. Málaga. Desgraciadamente aquellos no fueron tiempos gloriosos para la ya disuelta entidad malacitana, puesto que tras caer de 1ª en junio de 1955, los blanquiazules hubieron de purgar en 2ª División, y hasta en 3ª, cuanto restaba al decenio. Sólo siete campañas después tropezarían con la llave de nuestra elite, y cuando eso se produjo nuestro hombre había puesto rumbo al Atlético Marbella.
Lorenzo se había iniciado con el 9 a la espalda, hasta que sus condiciones y algún problema en la zaga hicieron pensar a los técnicos que tal vez cuajase como central de garantías. La prueba fue tan satisfactoria que nadie volvería a verlo en punta. Deportista completo, tuvo en su haber el título de campeón andaluz lanzando peso y jabalina, así como en relevos 4 x 100. Falleció en Marbella el 4 de febrero de 2011. Poco después, tarde, como suele ocurrir cuando la política entra en juego, el Ayuntamiento marbellí le dedicó una calle.
El velocísimo extremo José Mª Bello Amigo, natural de Santa Eugenia de Ribeira, causó estragos durante tres años entre las zagas adversarias que se dejaban caer por el Inferniño ferrolano. En 1957 suscribiría contrato con el coruñés Club Deportivo Juvenil, equipo fundado como Aprendices de la Fábrica de Armas en 1940, abandonando tal denominación tras federarse dos años más tarde. Durante el decenio del 50 y primeros años del 60, jugar en el Juvenil equivalía a ser mirado con lupa por los técnicos del Deportivo de La Coruña. Pero él no tuvo suerte, por más que continuara desbordando a sus marcadores una y otra vez, tarde tras tarde. “Con lo que corre, podía ser un fuera de serie si templara mejor desde la banda”, sentenció la crítica. “A centrar se aprende, y él puede hacerlo. Años tiene para asimilar las enseñanzas”, sintetizó otro informador. Pero en la secretaría técnica deportivista todos los ojos parecían mirar hacia dos promesas resplandecientes: Veloso y Amancio Amaro.
Decepcionado por el desinterés blanquiazul, en julio de 1958 suscribió contrato con el Arosa, donde después de cuajar una muy aceptable primera campaña estuvo menos acertado ante el gol en la segunda. Eso sí, apenas podían ponerle delante alguien capaz de frenar sus arrancadas. Había triunfado en los 100 metros lisos del Campeonato Militar celebrado en La Coruña, y eso, aun calzando botas de tacos o chapotear entre el fango, se notaba.
“Veloso volvió a echarse el equipo a la espalda”, titulaba la prensa allá por la primavera de 1960. “Amancio y Veloso, pareja para ser tenida muy en cuenta”. “Dos joyas en un estuche de Segunda”. Veloso, entonces, solía ser alineado como delantero centro, y Amancio unas veces en el exterior derecho y otras, si cedía la camiseta con el 7 a Lamelo, de interior diestro. Uno y otro, escalonadamente, acabarían en el Real Madrid. Veloso para saltar al campo como extremo y Amancio haciendo olvidar hasta cierto punto al inolvidable Di Stéfano. Claro que para cuando todo esto ocurría, José María Bello ya estaba en Australia, a donde había emigrado tratando de abrirse un porvenir laboral, justo durante 1960.
El nombre deportivo de Bello Amigo probablemente resulte muy familiar a los más jóvenes, asociado a las porterías del Racing ferrolano, Polideportivo Ejido, o Jerez Industrial, entre otros, desde la campaña 2001-02 en adelante. Se trata de José Fernando Bello Sarans, hijo del veloz extremo, que pese a nacer en Santa Eugenia de Ribeira se formó entre los antípodas y hasta vino desde el Canterbury australiano, con doble nacionalidad. Culminado su periplo por nuestros pagos rehízo las maletas, rumbo a Australia, país con el que no sólo se sentía más identificado, sino donde al igual que antaño su progenitor, confiaba fraguar mejores expectativas de vida. Si el padre dejó atrás los balbuceos del primer Plan de Desarrollo, la tímida apertura en playas y salas de baile, y hasta una autarquía ruinosa enterrada por gabinetes tecnócratas, el hijo ni sacaría el pañuelo para despedirse de un país corrupto, complaciente con la inmundicia y en plena descomposición social, caldo de cultivo para una crisis que amenazaba el futuro dela siguiente generación.
Casi cuando José Mª Bello Amigo sacaba billete hacia Australia, el defensa izquierdo Carlos Pérez Corcuera, conocido para el fútbol por su segundo apellido, se obstinaba en destacar con el Atlético Palentino, uno de los numerosos clubes representativos de la capital harinera. Mientras agotaba sus días en categoría junior (temporada 1956-57), fue designado capitán de los atletas que defendieron el honor provincial en los Juegos Nacionales del Frente de Juventudes, celebrado en Alicante. Allí no sólo sería subcampeón nacional en 200 metros lisos y medalla de bronce en 400, sino que redondearía la hazaña con otra plata en relevos 4 x 100. Meses más tarde, al ingresar en el equipo palentino de 3ª División, era el más joven de la plantilla y el menos gratificado (3.000 ptas. de ficha), como suele ocurrir con los canteranos. Fuerte, rápido, aunque poco exquisito, se hizo con la titularidad desde el primer día. Había en él futbolista para rato, al decir del “Diario Palentino” y los aficionados que cada quince días se dejaban caer por la antigua Balastera. Lo hubiese habido, si no llega a desaparecer la entidad tan de improviso. Cuando transcurridos dos años surgió su heredo, el primero de los distintos “Palencia” que irían sucediéndose en el tiempo, volvió a enfundarse la camiseta. Y hasta volvió a vestirse de morado en 1963-64. Como corresponde a quien se entregara a la actividad física sin reservas, lustros más tarde ostentó la gerencia del Patronato Municipal de Deportes en Palencia. Por una vez, el deporte quiso mostrar generosidad con uno de sus devotos.
Otro defensa izquierdo, casi de la misma hornada, aunque creciese en obradores gallegos, también cultivó el atletismo sin desatender las carreras por su banda. Sólo que como futbolista iba a llegar bastante más lejos que Carlos Pérez Corcuera. Su nombre, Severino Reija Vázquez (Lugo 25-XI-1938). El Reija de un Real Zaragoza espectacular, equilibrado, profundo y fantasioso.
Antes de llegar a la Romareda hizo antesala durante dos años en el Deportivo de La Coruña, como medio de amplio recorrido. Y siendo aún más joven, cultivó el lanzamiento de jabalina con buenos resultados. Imposible saber hasta dónde hubiese llegado como atleta, porque pronto le hicieron ver que podía labrarse un porvenir en el fútbol de gran nivel. Traspasado al Zaragoza en 1959 por medio millón de ptas. que a tenor de su rendimiento supusieron una ganga, permaneció junto a la Pilarica hasta 1969.
Pegajoso, corajudo, rápido y con muchísima proyección atacante, acabaría siendo complemento imprescindible en el equipo maño de los “Cinco Magníficos”. Y es que sobre todo en casa, donde los blanquillos jugaban más alegres, solía aprovechar la posición retrasada de Carlos Lapetra para colarse por su banda y centrar a la cabeza de Marcelino. Internacional Promesas en 2 ocasiones, debutando en Palermo contra Italia (marzo de 1960),formó igualmente con la selección B en Zaragoza (diciembre de 1961, contra Francia), amén de lucir con la selección absoluta en 20 oportunidades. Mundialista en Chile (1962) e Inglaterra (1966), estaba entre quienes festejaron el primer gran éxito de nuestra selección, campeona de Europa ante la URSS en el estadio Santiago Bernabeu, tras batir por dos veces a Yashine. Esa podría haber sido su gran noche si Villalonga, seleccionador nacional, no hubiese preferido a Isacio Calleja para cerrar la banda. Sí se sintió protagonista, en cambio, con todos los derechos, en dos títulos de copa, entonces del Generalísimo (1964 y 1966), y una Copa de Ferias, precedente de las posteriores Copa UEFA y Europa League, el mismo año 1966. Aunque el Real Zaragoza se despidiera de los 60 afrontando una drástica renovación, por cuanto a él respecta parece claro se apresuraron negándole continuidad.
No tan magnífico futbolista, pero sí mucho mejor lanzador de jabalina, había sido Pedro Apellániz Zárraga, jugador del Galdácano. Su afición, según recuerdan por la zona, no conocía límite. Cierta vez compitió como atleta en Munguía, por la mañana, y por la tarde no quiso renunciar a ponerse la camiseta blanca galdacanesa. Lo meritorio del caso es que realizara el trayecto entre ambas localidades monte a través, a pie, naturalmente. Unos cuantos kilómetros. En otra oportunidad lanzó por la mañana en Portugalete y como el equipo de fútbol tenía varias bajas hubo de alinearse por la tarde, en un amistoso celebrado en Llodio. Para remate se lesionó de gravedad. Ligamentos, nada menos. Aunque una vez recuperado y desoyendo los reproches maternos, continuaría lanzando la jabalina y dándole al balón. Como si aún tuviera que aprobar más asignaturas, durante el servicio militar y luego de que un instructor apreciase la fuerza descomunal de su brazo, estuvo jugando a balonmano. El lanzamiento de peso, las carreras de velocidad y el triple salto tampoco se le daban mal. “Era un Hércules -afirman quienes lo trataron de joven-. Podía haber encarnado a Maciste y todos esos forzudos de cine, sin el menor problema”.
Referencias de 1947, 48 y 50, destacan que sin poseer una técnica depurada, tenía “el golpe de brazo más impresionante que uno pueda imaginar”. Tres veces campeón de España, su récord de 63,62 metros permaneció vigente desde 1948 hasta 1960. Cuando intervino en los Juegos Olímpicos de Londres (1948) ya no jugaba al fútbol. Aunque vistas las cosas retrospectivamente, hubiera sido un detalle bonito del Galdácano diligenciarle ficha.
Sin abandonar el tránsito de los 50 a los 60, todavía resta otro futbolista-atleta. Y defensor, una vez más.
Pedro Ocaña Rueda (Higuera de Calatrava, provincia de Ciudad Real, 19-VII-1938), tuvo que cumplir el servicio militar obligatorio luego de vestir las camisetas del Manzanares, Tomelloso, Orihuela y Cullera. Ya en la mili, entre que sus facultades no pasaron inadvertidas e intuyendo que los integrantes del equipo atlético gozarían de trato privilegiado, se presentó ante el capitán encargado de las primeras cribas. “Este año ganamos”, se alborozó el militar, cronómetro en ristre, nada más verlo. “Por fin un corredor de garantía”.
Ocaña, con 11 segundos y 2 décimas en 100 metros lisos, registro muy de apreciar cuando el récord mundial estaba en 10 segundos justos, parecía firme candidato al triunfo en los Campeonatos Militares. También practicaba el salto de altura, aunque su marca fuese menos destacada. “¡Ganamos!”, anticipaba su capitán, eufórico. “Te digo yo que con este tiempo no hay quien nos supere”. Lástima que aquel hombre, como la lechera del cuento, evaluase mal ciertos imponderables. Porque los atletas de primerísimo nivel, los futuros internacionales, también pasaban por los cuarteles. Y naturalmente, competían en representación de Arma y Región Militar. Finalmente no hubo victoria. Puesto digno, sí. Pero al capitán le dejaron sin laureles. “Está visto que lo tuyo va a ser el fútbol”, escuchó Ocaña a su superior, no desde lo alto del podio, como firmemente esperaba. “Pero tranquilo, que no voy a meterte un paquete. Al fin y al cabo siempre queda rezar para que envíen aquí a Garriga o Luis Felipe Areta”.
El aragonés Garriga fue recordman nacional de salto de altura, estableciendo una marca de 2 metros justos. Luis Felipe Areta, que un día sorprendió a todos tomando hábitos y cantando misa, llegó a codearse con los mejores de Europa en triple salto. Para cuando esto sucedía, Pedro Ocaña llevaba sudadas un puñado de nuevas camisetas: Levante, Alcoyano, Club Deportivo Málaga, Imperial de Murcia, Atlético de Ceuta… Llegaría a debutar en 1ª con el ya extinto club costasoleño la temporada 1962-63, además de cumplir en 2ª durante siete ejercicios. Y siempre tuvo a gala un registro en 100 metros similar al de Corso, extremo izquierdo en el gran Inter milanés de los 60, internacional “azurri”, campeón de Europa y auténtica pesadilla para los zagueros del “Calcio”.
Tampoco se quedaba atrás corriendo el pontevedrés de Redondela José Álvaro Paz (15-XI-1945), extremo derecho y delantero centro goleador del Pontevedra C. F., S. D. Compostela, Balón de Cádiz y nuevamente Compostela, con cuya camiseta albiceleste se despidió del fútbol la primavera de 1969. Claro que en su caso colgaba las botas de tacos para calzar zapatillas y trocar el césped por pistas de ceniza o cemento, toda vez que del “tartán”, por esos años, sólo se sabía algo en nuestro país gracias a la tele, y de olimpiada en olimpiada. Su salto de un deporte de masas a otro minoritario no pudo resultarle más provechoso, pues acabaría proclamándose campeón de Galicia en 100 y 400 metros lisos los años 1970 y 1971.
Llegados a este punto convendría aclarar que el fútbol de esos años tuvo más atletas. Cuatro, como mínimo, sentados en los banquillos. Y hasta uno, Ángel Mur Navarro, encargado de los masajes y el agua milagrosa.
Mur, masajista del Barcelona y la selección nacional, ahorró al club azulgrana durante la Guerra Civil una suerte incierta. Como atleta de la entidad y afiliado a un sindicato revolucionario, advirtió a la directiva sobre una inminente requisa, con tiempo para ocultar el dinero, parte de los carnés y cuantos archivos pudieran resultar comprometedores. Por sus manos pasaron las valiosas piernas de Kubala, César, Ramallets, Villaverde, Eulogio Martínez, Biosca, Segarra, Gallego, Marcial, Asensi, Ré, Lucien Muller, Pereda o Luis Suárez, y antes de jubilarse entregaría el testigo a su vástago, otro Ángel Mur, futbolista de plata en el Sporting gijonés y San Andrés de la ciudad condal.
En los banquillos, el primero sería Luis Fernández García (Oviedo 28-XII-1918), más conocido por “Campanal”. Llegó a jugar en la máxima categoría, con el Oviedo, las temporadas 1940-41 y 41-42, así como en el Oriamendi o el Caudal de Mieres. Aunque si por algo ha de recordársele es por su condición de deportista multidisciplinar. Como tal, obtuvo un tercer puesto en los Juegos Universitarios celebrados en Madrid, cuando estudiaba Ciencias Químicas, (modalidad de 5.000 metros lisos). También cultivó con acierto el boxeo, proclamándose subcampeón aficionado en Valencia, como peso ligero, el año 1943. Por si esto no bastara, practicó ciclismo, motociclismo, balonmano y baloncesto. Tuvo que abandonar el fútbol al lesionarse de cierta gravedad en Madrid, cuando trataba de rematar un córner. Ello, sin embargo, no le impidió seguir unido al deporte, como entrenador del Vetusta ovetense desde su fundación, en 1943, hasta 1954. Para remate arbitraba combates de boxeo y partidos de baloncesto, todo ello compaginándolo con su profesión. Corría el año 1954 cuando se habló de ofrecerle un homenaje en la capital asturiana. Pero España suele ser más pródiga en homenajes póstumos, en tributos tardíos, fruto, quizás, de una mala conciencia atávica. Y ese reconocimiento sufrió una “demora inicial”, eufemismo que tantas veces esconde dilaciones sine die. Pocos, probablemente, merecían tanto la placa y el aplausos sincero.
Por cierto, carecía de cualquier parentesco con los otros dos “Campanales” más reconocibles de nuestro fútbol; los también asturianos Marcelino Guillermo González Del Río y su sobrino, Marcelino Vaquero González Del Río, ambos mitos del Sevilla C. F.
Ernesto Pons (Mataró 19-I-1920), campeón de España y recordman nacional de salto de altura durante 18 años, tras superar la marca de José Llorens Lacomba en 1940, es cronológicamente el segundo. También compitió en triple salto, hasta que la edad hiciese mella. Luego obtuvo plaza de profesor de Educación Física en la Universidad barcelonesa, así como en el Frente de Juventudes. Todo ello sin privarse de dirigir o actualizar conceptos de preparación física en un amplio rosario de equipos. Español de Barcelona, Celta de Vigo, Orense, Deportivo de La Coruña, Ferrol, Sabadell, C. D. Málaga, Betis, Las Palmas, Santander o Lérida, supieron de su experiencia. Además escribió un libro, “La preparación física en el fútbol”, considerado manual de cabecera durante muchos años.
Roberto Rodríguez Ozores, el tercer entrenador-atleta, casi podría ser visto como un enfermo del deporte en abstracto. Médico de carrera y profesor de Cultura Física, además de tener a su cargo al Deportivo de La Coruña, Real Club Celta de Vigo, o Arosa, también fue entrenador de atletismo, natación, baloncesto, balonmano y gimnasia, en todos los casos con la correspondiente titulación oficial. Incluso Yermo, a su lado, pudiera haber experimentado algo semejante al complejo de inferioridad.
El cuarto, Eduardo Toba Muiño (Muxía 14-V-1923), hasta fue seleccionador nacional.
Campeón de 110 metros vallas y triple salto, nunca jugó al fútbol, por lo menos con ficha federativa. Bastante tendría compaginando su actividad atlética con estudios de Farmacia, carrera que abandonó en tercer curso, y Medicina, cuyo título sí obtuvo. En 1948, nada más cerrar su etapa en las pistas de ceniza, se dedicó en Carabanchel a la reeducación de inválidos, al tiempo que evaluaba la posibilidad de presentarse a los cursos para entrenador nacional de fútbol. Mientras tanto y como si necesitara hacer boca, durante 1949 se hizo cargo del Fabril coruñés, desde donde pasó al Deportivo de La Coruña justo al año, como preparador físico a las órdenes de Chacho. Con ese equipaje encaró los exámenes de entrenador en Burgos (1952), obteniendo la plaza 15 de esa promoción, sobre 26 aprobados. Para la temporada 1954-55 ya dirigía al Deportivo coruñés en 1ª División. Y desde Riazor a Oviedo (1956-57, en 2ª), antes de emigrar a Venezuela, como máximo responsable del club Caracas. A su vuelta, otra vez al Deportivo (1958-59), aunque sólo para encarar 4 partidos de 2ª. En 1960, luego de probar suerte en el Hércules alicantino, una nueva travesía oceánica, esta vez contratado como seleccionador nacional de Costa Rica. Regresar desde el soleado paraíso natural “tico” al invierno peninsular, podría hacerse bastante cuesta arriba. Por eso, quizás, eligió una transición templadita en Tenerife, con los insulares en 2ª División (1962-63). En julio del 63 fue nombrado secretario técnico del Real Murcia, entonces entre los grandes, y queriendo beneficiar a los pimentoneros con su experiencia en el fútbol costarricense, trajo a dos muchachos del Herediano por el módico precio de 160.000 ptas.
Juan Alberto Garita, centrocampista con buenas maneras, aunque lento, según dictamen de quienes cubrían la sección deportiva en “La Verdad” de Murcia, ni siquiera pudo estrenarse oficialmente. Cayaca, Carlos Domingo Marín Segura para el registro civil, saldó con 2 goles su presencia en 8 partidos de Liga. El apodo provenía de su tremendo disparo desde media distancia, “cayacazo” en América Central. Y ambos, sin proponérselo, se vieron envueltos en un conflicto casi político entre España y Costa Rica, puesto que el Herediano exigió en dólares aquellas 160.000 ptas. pactadas, mientras nuestras autoridades administrativas no lo convinieron así. España ingresaba divisas por turismo y desde la emigración a Francia, Suiza, Bélgica o Alemania, es bien cierto; pero éstas se consumían en la modernización del país, la adquisición de petróleo, construir aeropuertos con los que acoger a más visitantes, y liquidar a Italia los últimos plazos de una ayuda a Franco muy bien tasada por Mussolini, durante los ya lejanos días de Guerra Civil. Finiquitado el Campeonato 1963-64, Cayaca y Garita tomaron un avión de vuelta a su país.
El Doctor Toba, como solía ser presentado por la prensa, ni siquiera concluyó esa temporada en su despachito de la vieja Condomina. La mala situación del Real Oviedo hizo de él un revulsivo para aquel banquillo, con resultados propios del mejor sueño, pues lo que hasta entonces había sido una campaña paupérrima concluyó con broche brillante. Una nueva escala en Córdoba (1965-66, en 1ª) y dos picos de campaña en Alicante, al timón del Hércules (13 jornadas correspondientes a 66-67, en 1ª, y sólo 5 de 67-68 en 2ª), sirvieron de prólogo a su nombramiento como seleccionador español para las categorías juvenil y amateur, e incluso la absoluta, meses más tarde. Su desembarco en el equipo nacional español, por cierto, causó no poca extrañeza, o hasta estupor, entre los críticos deportivos del momento, que ni mucho menos se lo pusieron fácil. Harto de críticas, dimitió en 1970, habiendo dirigido a nuestras estrellas en 4 choques internacionales. Y la Federación, entonces, que no quedase nada por inventar, presa del nerviosismo ante los pobres resultados -ausencia del Mundial México´ 70- se abrazó al triunvirato Molowny – Artigas – Muñoz.
Toba, discretamente, sin dar nunca la nota, supo resarcirse de tanto ataque ascendiendo a 1ª al Real Oviedo (1971-72), aunque fuera cesado tras la jornada 16 del siguiente ejercicio. En 1973-74 volvería a hacerse cargo de las selecciones nacionales juvenil y aficionada, sustituyendo al fallecido Villalonga, artífice del campeonato europeo correspondiente a 1964, donde Marcelino ascendió a los altares en detrimento de la auténtica estrella, el por entonces culé Chus Pereda, autor de un gol en la final y del pase a Marcelino que significó el 2-1. Con posterioridad, al médico y antiguo atleta le esperaba la presidencia del Comité de Entrenadores. Retirado de cualquier actividad balompédica para ejercer la Medicina, falleció en La Coruña el 3 de agosto de 2001, a los 78 años, sin que su óbito llamase la atención de muchos medios.
En adelante ya no sería tan fácil compaginar fútbol y atletismo. La ultra profesionalización que iba a ahogar al balón de cuero, unida en muchos casos a distintos modos de presión familiar, degolló en flor no pocos proyectos atléticos infantiles si el muchacho tampoco hacía ascos al fútbol. Muchos padres pusieron más fe en la redención económica familiar a través de un hijo futbolista, que en las socorridas quinielas. ¿Para qué servía el sacrificio de Mariano Haro?. ¿Para llevar a casa una nevera o televisor en blanco y negro, obsequio del “Philips”, “Askar” o “Fagor”, como patrocinadores?. Porque el atletismo patrio no daba más de sí. Y eso, si la organización del evento había podido implicar a firmas prestigiosas. El dinero de verdad se lo repartían Migueli, Carrasco, Asensi, Santillana, Camacho, Víctor Muñoz, Tendillo, Juanito, Rubén Cano…Asomaban por el horizonte tiempos prosaicos, escasamente propicios al verso suelto.
Uno de aquellos versos reñidos con la rima, porque siempre los hay contestatarios, fue José Luis Oliva Barba (Ciudad Rodrigo, 1959), delantero a quien durante su estancia en el Club Deportivo Cacereño apodaron “El Negro”, y el público de Plasencia convertiría en “El Ratón”, por su capacidad para colarse en el área justo donde menos se esperaba. Poseedor de excelentes marcas en pruebas atléticas de velocidad, salto de longitud y salto de altura, podría haberse centrado en el atletismo, aunque a la postre se enredara en las redes del fútbol.
Siendo todavía juvenil, cuando formaba en el primer equipo mirobrigense, fue probado sin suerte por el Real Madrid. La ya extinta Unión Deportiva Salamanca aprovechó aquella negativa para incluirlo en su elenco juvenil y amateur, por más que no llegase a debutar en partido oficial con el primer equipo charro. Luego de dos temporadas en el Salmantino puso proa hacia Cáceres, para anotar 13 goles a lo largo del ejercicio 1981-82. El año siguiente debió sentirse un privilegiado, sumando 950.000 ptas. en 3ª División por todos los conceptos, cuando los sueldos de muchos trabajadores oscilaban entre las 55 ó 60.000 mensuales. Sin embargo fue dado de baja a falta de 9 jornadas para concluir el Campeonato, arguyéndose razones disciplinarias. La realidad, empero, nada tuvo que ver con hipotéticas subidas de tono. Había sido uno de los cabecillas en el encierro reivindicativo de los jugadores, cuando se les adeudaban importantes cantidades económicas. La directiva del Plasencia, entonces, pescadora en río revuelto, se hizo con sus servicios sin satisfacer traspaso. “Nunca hubiese imaginado que iba a permanecer nueve temporadas en Plasencia -afirmó Oliva, ya exjugador, anegados sus ojos de nostalgia-. Y aún menos que con aquella camiseta, luciendo el 7 en la espalda, me sentiría líder, disfrutara de la 2ª B y los placentinos me hicieran sentir otro de los suyos”.
Tras colgar las botas creó la Escuela de Fútbol del Plasencia, además de ser directivo y secretario técnico del club donde desarrollara casi toda su carrera. El último de los futbolistas-atletas, o el último que pudo haber brillado en las pistas si el balón y sus promesas doradas no tendiera tantas zancadillas, falleció el 13 de julio de 2015, a los 56 años, en el hospital de Salamanca, como consecuencia de un derrame cerebral sufrido la semana anterior.
“Hoy, ante todo, hemos hecho del jugador de fútbol un atleta”, afirman distintos especialistas, por más que otros sitúen su foco en determinadas carencias. “Con la preparación actual se ha ganado en potencia, velocidad y reflejos, pero hay menos resistencia y la musculatura sufre más estrés”. Reacciones como la del formidable Rogelio Sosa, extremo izquierdo bético durante los años 60, actualmente serían imposibles. “¡Rogelio, corra!”, le gritó su entrenador desde el banquillo, en pleno partido, viendo que el teórico marcador creaba peligro en sus acometidas por la banda. “¡Rogelio, corra, coño, corra!”, insistió el técnico, ante la evidencia de predicar en desierto. “Rogelio, ¡que corra he dicho!”. Y Rogelio, entonces, volviéndose, manifestó displicente: “Hombre, míster, que correr es de cobardes”.
Nunca han faltado opiniones para todos los gustos. Puskas, por ejemplo, cuando a principios de los 70 estaba abriéndose camino como entrenador, se hizo eco de una noticia según la cual cierto equipo húngaro había concentrado a su plantilla en un hipódromo, con el fin de someter a todos y cada uno a distintas pruebas y test de velocidad, fondo y potencia. “Mal futuro aguarda al fútbol húngaro, como pretendan convertir a los futbolistas en caballos”, dijo.
Hungría lo había sido todo desde los años 20 hasta los 50, bastante menos entre los 60 y 80, y actualmente su balompié apenas si supera al chipriota, el de Azerbaiyán o el lituano. A Puskas, que nada tuvo jamás de atleta, le bastaron su sprint corto, habilidad innata en el remate, buena colocación y un cañón en la zurda con punto de mira bien equilibrado, para golear como nadie. Si lejos de ser una gloria sumase en la actualidad 17 ó 21 años, demos por cierto que incluso arrastras, acabarían llevándolo al hipódromo.
Las ciencias adelantan que es una barbaridad, según cierta letra zarzuelera. Y el fútbol, parece obvio, tampoco ha quedado atrás.