España en los mundiales sub’20: Túnez 1977
De Óscar DíezCuando en 1974 Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange llegó a la presidencia de la FIFA, el mundo (también el del deporte) estaba cambiando política y económicamente y el dirigente brasileño supo verlo mejor que nadie. Ya durante su campaña electoral el antiguo nadador olímpico había jugado con éxito la baza que suponía el poder convertirse en el primer presidente no europeo en la historia de la asociación, aglutinando en torno a su figura a muchas federaciones de países tradicionalmente alejados de los centros de poder (muchos de ellos porque su independencia era tan reciente que ni siquiera habían tenido tiempo de entrar en esos círculos). Y, una vez instalado en el sillón de Zúrich, Joao Havelange no tardó en cumplir las promesas realizadas a esas naciones que tan poco habían sido tenidas en cuenta anteriormente, ganándose su fidelidad para muchos años.
Con la ayuda de Horst Dassler, el dueño de Adidas (que había apoyado sin fisuras la candidatura para la reelección de Sir Stanley Rous pero que obviamente no tuvo mayor inconveniente en sumarse al proyecto de Havelange en cuanto el inglés fue derrotado), el brasileño puso en marcha ambiciosos programas de desarrollo futbolístico en países del Tercer Mundo, negoció la ampliación de plazas en los Mundiales para mejorar la representación continental y abrió definitivamente las puertas de la FIFA a las televisiones y casas comerciales, cuyo dinero debía sufragar todas esas inversiones y reformas impulsadas por el nuevo presidente. Coca-Cola fue una de las primeras y más importantes marcas en subirse a la nueva ola y, gracias a su inversión, Havelange pudo poner en marcha otro de sus grandes proyectos: la creación de un torneo mundial de selecciones juveniles, un auténtico campeonato del mundo a imagen y semejanza del absoluto, con unas reglas claras de periodicidad y límites de edad y abierto a la participación de todos los países del globo.
El único precedente de enfrentamientos oficiales entre selecciones juveniles de varios continentes databa de comienzos de los años 50, cuando la FIFA se encargaba de la organización del torneo juvenil europeo y, para las ediciones de 1953 y 1954, había invitado a Argentina. Por eso aquellos campeonatos pasaron a la historia (el de 1954 con victoria española, por cierto) como Mundiales, sin serlo realmente de acuerdo con los estándares actuales. Pero, a partir de 1955, la UEFA asumió la organización del torneo europeo y éste se cerró a participantes foráneos. En aquel tiempo, los elevados costes de traslados y alojamientos y la escasa repercusión mediática y económica de esos campeonatos intercontinentales juveniles hacían inviable su celebración. Sin embargo, veinte años más tarde, el mundo era otro… y la FIFA también.
Mientras el recién contratado Joseph Blatter se encargaba de los programas de desarrollo futbolístico del Tercer Mundo, el norirlandés Harry H. Cavan fue el designado para liderar y supervisar el proyecto de los campeonatos mundiales juveniles, que además se presentaban como un vehículo perfecto para acercar los grandes eventos futbolísticos a países y continentes que, al menos en ese momento, no reunían las condiciones geográficas, políticas o económicas requeridas para albergar un Mundial absoluto. El nuevo torneo juvenil serviría, sin duda, para contribuir al desarrollo competitivo de los futbolistas y para promocionar el fútbol en lugares en los que este deporte necesitara un empujón, pero pronto se vio que su concesión podía usarse también para pagar ciertos favores: en un claro guiño a las federaciones africanas, cuyos votos habían sido decisivos para la victoria de Havelange sobre Rous, en noviembre de 1975 se escogió a la República Tunecina como sede de este primer campeonato bienal sub’19, a celebrar en 1977.
Pocos meses después, se anunciaba que la multinacional del refresco correría con gran parte de los gastos del evento, que pasaría así a denominarse oficialmente “Torneo Mundial de Juveniles de la FIFA por la Copa Coca-Cola”. Una vez encontrada la principal fuente de financiación todo parecía más sencillo, pero los mundiales juveniles no tuvieron precisamente un comienzo fácil. La línea que separaba deporte amateur y profesional, de por sí ya bastante fina en el fútbol, era en esa época más borrosa y permeable que nunca, y la creación de un torneo para jóvenes promesas patrocinado por una poderosa marca comercial hizo que los sectores más tradicionalistas pusieran el grito en el cielo: una cosa era aceptar que futbolistas adultos y profesionales lucieran publicidad en las camisetas de sus equipos (por citar una cuestión muy en boga en esos tiempos) y otra muy distinta permitir que los tentáculos de las grandes marcas envolvieran a unos tiernos juveniles cuyo desarrollo debía mantenerse lo más alejado posible de la dictadura del dinero… aunque muchos de esos juveniles ya estuvieran a sueldo de sus respectivos clubes.
Y es que desde el principio la FIFA dejó claro que en el nuevo campeonato el único límite lo pondrían las partidas de nacimiento y no, como en los Juegos Olímpicos, la situación contractual de los participantes. No obstante, si en los Juegos siempre había países que burlaban de forma notoria las reglas establecidas, en los mundiales juveniles acabaría sucediendo tres cuartos de lo mismo. Pero tiempo habrá para esas otras historias. Volviendo a los obstáculos que hubo de sortear el proyecto, la propia figura de Havelange seguía viéndose con recelo desde algunos de los países futbolísticamente más poderosos, que temían que la apertura global que preconizaba el brasileño acabara con su privilegiada posición, y tampoco cabía ignorar el escasísimo desarrollo del fútbol juvenil en muchas de esas naciones a las que el nuevo presidente pretendía ayudar a crecer.
Todos esos factores se conjugaron a la hora de diseñar la competición puramente dicha, dificultando el éxito de la empresa. Tras acordar que el torneo de Túnez 1977 lo jugarían dieciséis selecciones, igual que el absoluto, la FIFA envió invitaciones a todas sus federaciones afiliadas para saber qué países estarían interesados en participar en los clasificatorios. De los 140 miembros de la FIFA sólo contestaron afirmativamente 88, produciéndose 16 respuestas negativas (diez de ellas, europeas) y guardando silencio y por tanto renunciando a participar los 36 países restantes. Obviamente, la Federación Española de Fútbol siempre estuvo a favor de la disputa del campeonato juvenil: con el Mundial de 1982 a las puertas, cualquier postura contraria a los intereses de los dirigentes de la FIFA resultaba impensable. Pero, aunque la aceptación global era incluso algo mayor de la esperada, entre las federaciones que dijeron “no” al torneo se encontraban algunas tan importantes como las de Inglaterra, Escocia, la República Federal Alemana, Dinamarca, Bélgica o Países Bajos, de modo que las incógnitas sobre el futuro de la competición eran evidentes.
Para terminar de complicarlo todo, y mientras Harry Cavan discutía con las confederaciones continentales los sistemas de clasificación (por entonces sólo Europa y Sudamérica organizaban regularmente torneos juveniles de naciones), al gobierno de Túnez no le sentó demasiado bien el burbujeante combinado con la bebida refrescante de extractos que le servía la FIFA y reaccionó contra la participación de Coca-Cola como patrocinador principal del Mundial juvenil. Las autoridades tunecinas exigieron que el trofeo llevara el nombre del libertador y recién nombrado presidente vitalicio del país, Habib Bourguiba, y no el de la compañía de Atlanta. Bourguiba dirigía Túnez desde su independencia en 1956 y, tras el fracaso de sus primeras políticas de influencia soviética, a mediados de los setenta empezaba una tímida apertura económica hacia Occidente, pero su régimen dictatorial no podía consentir que una multinacional se erigiera a ojos de los tunecinos como la principal responsable de que el país acogiese un Mundial de fútbol. Aunque fuera de juveniles.
En medio del conflicto diplomático, Perú se postuló como sede alternativa y durante varios meses de 1976 no estuvo nada claro ni dónde ni con qué nombre se acabaría celebrando el torneo, pero al final el vaso no se desbordó. A costa de afinar un poco más la contribución de cada una de las partes al evento (y aceptando que se diera el nombre de Bourguiba a un segundo trofeo para el campeón), Coca-Cola pudo patrocinar el Mundial juvenil de Túnez 1977. En él participarían seis selecciones europeas, tres sudamericanas, tres africanas (el anfitrión y dos más), dos asiáticas y dos de la zona de la CONCACAF, quedando Oceanía sin representación.
La UEFA, dividida entre quienes aceptaban participar el torneo y quienes no, decidió enviar al país norteafricano a las cuatro mejores selecciones de su Europeo sub’18 de 1976 (la URSS, Hungría, España y Francia), ya que todas ellas habían manifestado su deseo de jugar este nuevo torneo. Italia, siguiente mejor clasificada en ese Europeo de todas las que querían disputar el Mundial juvenil, y Austria, que ganó un sorteo entre el resto de federaciones dispuestas a ir a Túnez (MD, 23/06/1977), completaron la representación del viejo continente.
La selección española juvenil reunía por aquel entonces a una interesante generación que había ganado el prestigioso Torneo de Montecarlo de 1975 y que había rendido a gran nivel en el llamado “Torneo de la UEFA” o campeonato de Europa sub’18 de 1976. Guiados desde el banquillo por Gustavo Biosca, uno de los asistentes del seleccionador absoluto Ladislao Kubala, y liderados en el campo por Roberto López Ufarte, los jugadores españoles se habían deshecho sin problemas de la débil Liechtenstein en la eliminatoria previa (9-1 en el global) y después, ya en la fase final de Hungría, encabezaron su grupo por delante de Suiza, Islandia y Turquía. No pudieron hacer nada en semifinales ante la todopoderosa URSS, que ganó por 3-0 (los primeros goles que encajaba España en la fase final del Europeo), pero se resarcieron en el partido por el tercer y cuarto puesto al derrotar por ese mismo marcador a Francia. La tercera posición final significaba la mejor clasificación de España en categoría sub’18 desde 1964 y parecía colocar a la selección nacional en el abanico de candidatos para alzarse con el título en Túnez.
Sin embargo, tal vez por la falta de costumbre de la Federación Española en tareas similares (la última participación mundialista de la selección absoluta databa de 1966), la preparación para el campeonato del mundo juvenil fue bastante deficiente. Además de la necesidad de rehacer gran parte del equipo, ya que los jugadores nacidos en 1957 (y que habían sido mayoría en el Europeo de Hungría) no podrían participar en el Mundial sub’19 de Túnez, la falta de fechas libres provocó que el grupo de futbolistas elegido por Chus Pereda apenas tuviera tiempo para conjuntarse lo suficiente antes de viajar a tierras africanas. Por si fuera poco, la estrella del equipo, López Ufarte, pidió no ser convocado alegando que se sentía exhausto tras su primera campaña completa en Primera división y que, además, debía afrontar sus exámenes finales de COU.
No sin cierta polémica, Pereda acabó aceptando la solicitud del jugador de la Real Sociedad y durante el mes de junio, acabada ya la temporada en Primera y Segunda y con las competiciones juveniles llegando también a su fin, el seleccionador programó un par de entrenamientos en Madrid con el resto de futbolistas que estaban en sus planes. Para la primera sesión estuvieron citados veintinueve jugadores, aunque cuatro no acudieron: dos por lesión, uno por estar realizando el servicio militar y no obtener permiso y otro por coincidir esa sesión con sus exámenes finales. La siguiente lista, reducida ya a dieciocho futbolistas para disputar un amistoso contra el Atlético Madrileño una semana después de la primera concentración, también sufrió alguna baja por culpa del servicio militar obligatorio. Finalmente, el 14 de junio de 1977 Chus Pereda anunciaba los dieciocho nombres que teóricamente viajarían a Túnez diez días después.
Aunque en un principio estaba previsto trasladarse a tierras levantinas para aclimatarse mejor al clima tunecino, al final se decidió que los jugadores quedaran concentrados en Madrid, donde se pensaba que habría más facilidad para concertar amistosos. Sin embargo, no habría más encuentros de preparación que uno jugado contra el Rayo Vallecano el día 18: a esas alturas de junio, todos los equipos de nivel habían dado ya vacaciones a sus plantillas. Además, al partido en Vallecas sólo pudieron acudir catorce internacionales: García Cortés y Campello, que estaban haciendo la “mili”, se toparon con la negativa de sus mandos para concederles permiso; el pucelano Borja Lara seguía enfrascado en unos exámenes que ya le habían hecho ser baja en la primera concentración de junio; y Argimiro Márquez se encontraba en Yugoslavia con el Hércules, que estaba realizando una gira de postemporada por los Balcanes. Aún así, los juveniles ganaron 1-0 a un Rayo que en esos días celebraba su primer ascenso a Primera División, pero a poco más de una semana para el debut en el campeonato aquella no parecía la mejor forma de preparar la cita mundialista.
Dadas las circunstancias, Pereda decidió prescindir del aplicado Borja y llamó en su lugar al zaragocista Lafuente, que estaba disputando con su equipo las últimas rondas de la Copa juvenil y tampoco pudo acudir a ese primer y único amistoso de la selección. Como el Zaragoza se clasificó para la final de esa competición, Lafuente acabaría viajando a Túnez dos días después de que lo hiciera el resto de la expedición española, acompañado por uno de los fisioterapeutas. Márquez, por su parte, a pesar de que recibió en Yugoslavia el telegrama con su convocatoria, parece que no encontró modo de regresar a tiempo para entrenar al menos unos días con la selección y acabó siendo sustituido por el murcianista Pelegrín, que ya había estado en el Europeo sub’18 del año anterior.
La última prueba para los de Pereda antes de viajar a África fue un partidillo improvisado entre los propios miembros de la selección juvenil, completando los equipos varios canteranos de Rayo y Real Madrid. Resueltos definitivamente los problemas con las autoridades militares para liberar de sus obligaciones con el ejército a los jóvenes de aquel reemplazo, los dieciocho jugadores que disputaron con España el Mundial de Túnez fueron los siguientes:
Nº |
Pos. |
Nombre | Fecha Nac. | Club |
1 |
P |
Francisco BUYO Sánchez | 13/01/1958 | Deportivo de La Coruña |
2 |
DF |
Santiago URQUIAGA Pérez | 14/04/1958 | Athletic de Bilbao |
3 |
DF |
Salvador Estany CAMPELLO | 06/06/1958 | Elche CF |
4 |
DF |
Antonio GARCÍA NAVAJAS | 08/03/1958 | Burgos |
5 |
DF |
Rafael GARCÍA CORTÉS | 18/01/1958 | Real Madrid |
6 |
MC |
Jorge CASAS Rodríguez | 06/02/1958 | Barcelona |
7 |
MC |
EMILIO Gómez Gallardo | 14/01/1958 | Barcelona |
8 |
MC |
Ricardo GALLEGO Redondo | 08/02/1959 | Real Madrid |
9 |
DL |
José Enrique MAYAYO Garciandía | 09/06/1958 | Athletic de Bilbao |
10 |
MC |
Eduardo LAFUENTE Aguirre | 21/01/1959 | Zaragoza |
11 |
DL |
ÁNGEL González Castaños | 03/12/1958 | Español |
12 |
MC |
Salvador RIBES Diago | 21/04/1958 | Castellón |
13 |
P |
José Manuel SEMPERE Maciá | 15/02/1958 | Orihuela |
14 |
DF |
Alberto BENEDÉ Ordóñez | 05/04/1958 | Zaragoza |
15 |
DL |
José Antonio ALCAÑIZ Vera | 23/10/1958 | Elche CF |
16 |
MC |
Antonio Joaquín Autor GÜEMBE | 22/01/1958 | Athletic de Bilbao |
17 |
MC |
José Ricardo ESCOBAR Palacios | 13/06/1958 | Cádiz CF |
18 |
DL |
Patricio PELEGRÍN Nicolás | 14/10/1958 | Murcia |
Junto al seleccionador Jesús Pereda, dirigía la expedición española el delegado federativo Francisco Hernández Coronado, que fue elegido presidente de la Comisión de Apelación del torneo. Aunque en aquella temporada 1976/1977 sólo tres o cuatro jugadores aparecían regularmente en equipos de Primera o Segunda, sin duda los nombres de Paco Buyo (Deportivo, Sevilla, Real Madrid), José Manuel Sempere (Valencia), García Navajas (Burgos, Real Madrid, Valladolid), García Cortés (Real Madrid, Zaragoza, Mallorca, Rayo), Santiago Urquiaga (Athletic) o Ricardo Gallego (Real Madrid) resultan hoy de sobra conocidos para todo aquel que siguiera el fútbol español entre finales de los setenta y principios de los noventa. También es probable que muchos de esos aficionados recuerden a Benedé (Zaragoza, Salamanca) Escobar (Cádiz, Elche, Castellón), Ángel González (Espanyol, Sabadell, Salamanca, Logroñés), Ribes (Castellón, Valencia, Sabadell) o Pelegrín (Murcia), todos ellos con larga trayectoria posterior en Primera y Segunda. El resto de jugadores apenas disfrutaron de las mieles del fútbol profesional.
En cuanto al formato del Mundial sub’19 de Túnez, se optó por sortear cuatro grupos de cuatro equipos, pasando directamente a semifinales los campeones de cada grupo. Además, la FIFA decidió que los partidos duraran 80 minutos. Ambas medidas fueron criticadas por los expertos y técnicos encargados de evaluar el desarrollo del campeonato para la propia FIFA, entre los que se encontraban Walter Winterbottom, quien fuera manager de la selección inglesa entre 1946 y 1962, y Milan Miljanic, que en aquel 1977 era el entrenador del Real Madrid. Por un lado, consideraban que generalmente los jugadores sub’19 ya estaban habituados a disputar partidos de 90 minutos; por otro, al haber en juego sólo un puesto de clasificación en cada grupo, varios de ellos quedaron prácticamente decididos en la segunda jornada, restando emoción, competitividad y calidad a los últimos enfrentamientos, que para terminar con casi toda la intriga ni siquiera se jugaban a la vez.
Cuatro fueron las sedes en las que se celebraron los encuentros: Túnez, la capital, en la que se usaron dos estadios (uno de ellos en el distrito de Radés); Sfax, una ciudad portuaria a unos 270 kilómetros al sur; y Susa, otro enclave costero situado a mitad de camino entre Túnez y Sfax. Los campos, con sus terrenos de juego en no muy buenas condiciones, tampoco registraron precisamente una gran afluencia de público.
GRUPO A (Radés) |
GRUPO B (Túnez) |
GRUPO C (Susa) |
GRUPO D (Sfax) |
Túnez |
Uruguay |
Brasil |
URSS |
España |
Hungría |
Italia |
Paraguay |
México |
Marruecos |
Costa de Marfil |
Austria |
Francia |
Honduras |
Irán |
Irak |
El sistema de competición no fue el único aspecto criticado por los profesionales presentes en Túnez. El periodista Jaume Nolla Durán, que durante muchos años acompañó a las selecciones inferiores españolas como enviado especial del diario El Mundo Deportivo, pintaba a su llegada a Túnez un escenario de lo más desalentador: “Los jugadores españoles fueron hospedados a una residencia donde las condiciones higiénicas y otras… no son que digamos modelo de pulcritud. Reunir en un mismo centro a todas las delegaciones, con la excepción, claro está, de la de Túnez, en un edificio donde también pernoctan un número considerable de muchachas jóvenes, estudiantes ellas, no creemos que sea lo más idóneo para un stage de participantes en un Campeonato del Mundo” (MD, 26/06/1977).
Y es que la residencia de la Ciudad Universitaria de Túnez, a unos 12 kilómetros de la capital, albergaba a siete de las ocho selecciones que disputarían sus partidos en esa ciudad pero también, según precisaba el enviado especial de Marca, Raúl J. Santidrián, a unas doscientas estudiantes en los pisos superiores. El agua caliente escaseaba, las delegaciones compartían aseos y comedores y, salvo la uruguaya, que previsoramente incluía entre sus miembros a un cocinero propio, en los primeros días de estancia todas pasaron ciertos apuros para alimentar a los jóvenes deportistas con los nutrientes necesarios para el adecuado desarrollo de su actividad física. El grupo de estudios técnicos de la FIFA manifestó su disconformidad con el tipo de alojamiento proporcionado por la organización a los equipos, si bien la presencia de varias selecciones en un mismo establecimiento se acabaría convirtiendo en la norma de unos torneos que, después de todo, también pretenden que sus jóvenes participantes estrechen lazos de amistad y convivencia fuera del terreno de juego.
EL CAMPEONATO
El 27 de junio de 1977, en el Estadio Olímpico El Menzah de Radés, a las afueras de la capital tunecina, España tuvo el honor de protagonizar el encuentro inaugural del primer Mundial juvenil de la historia: aunque aquel día se disputaban simultáneamente los partidos de los grupos A y C, el de España fue el que se celebró en el escenario de la ceremonia de apertura e inmediatamente a continuación de ésta, a las 17:45 horas de la tarde. El rival era Francia, selección que también se había renovado con respecto a la del Europeo del año anterior pero que llegaba con bastante más rodaje que la española. Con un 4-4-2 de corte defensivo y tras un inicio marcado lógicamente por los nervios del debut, las crónicas cuentan que los de Pereda controlaron bien a su rival en la primera parte, adelantándose además con un gol de Escobar a la media hora de juego. Francia empujó entonces con más brío y dispuso de ocasiones, pero a la contra España anotó el segundo tanto, obra de Casas, ya en el minuto 60 de partido. En el último cuarto de hora los galos se volcaron definitivamente sobre la meta de Paco Buyo y consiguieron recortar distancias por medio de Bacconnier, pero no lograron volver a batir al portero gallego. La victoria dejaba a España en inmejorable posición para conseguir el pase a semifinales.
27/06/1977 |
Primera jornada del Grupo A. |
FRANCIA (1) |
Billet; Bibard (-41, Mastroianni), Bracigliano, Desbouillons, Creignoi; Bacconnier, Jeannol, Genghini (-62, Brisson); Wiss, Françoise, Meyer. |
ESPAÑA (2) |
Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas, Gallego, Escobar, Güembe (-75, Alcañiz); Mayayo, Pelegrín. |
Goles |
0-1 Escobar (ESP, min. 28); 0-2 Casas (ESP, min. 59); 1-2 Bacconnier (FRA, min. 70). |
Árbitro |
Orhan Cebe (TUR). |
Tarjetas |
—- |
Estadio |
Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez). |
Todo indicaba que la primera plaza del grupo se iba a decidir en el siguiente duelo ante México, ya que los aztecas se habían deshecho de la selección anfitriona por un aplastante 0-6. Ese segundo partido se disputó tres días después, en el mismo escenario que el primero, a la calurosa hora de las cinco de la tarde. Los norteamericanos habían conformado un sólido bloque que llevaba ya un par de años actuando bastante a menudo y, a pesar de la notable ausencia de su estrella Hugo Sánchez, retenido por los Pumas de la UNAM para disputar el campeonato liguero mexicano, parecían serios candidatos al título. Tras una primera parte igualada, aunque con ocasiones más claras para México, en el segundo tiempo fue España quien golpeó primero, al rematar Escobar a la red una falta botada por Ricardo Gallego. Apenas se llevaban cinco minutos de la reanudación y México acusó el golpe, pero los de Pereda se echaron atrás y Buyo se convirtió en el héroe del equipo hasta que, a falta de siete minutos para el final, los aztecas lograron igualar el marcador por medio de Hugo Rodríguez. El empate daba cierta ventaja a México de cara a la última jornada, ya que si vencía a Francia obligaría a España a golear escandalosamente a Túnez para pasar a semifinales.
30/06/1977 |
Segunda jornada del Grupo A. |
ESPAÑA (1) |
Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas (-63, Lafuente), Gallego, Escobar, Güembe; Mayayo, Pelegrín (-41, Ángel). |
MÉXICO (1) |
Paredes; Rubio, Mora, Álvarez, López Zarza; Cosío, Hugo Rodríguez, Placencia (-57, Ambriz), Moses; Manzo, Garduño. |
Goles |
1-0 Escobar (ESP, min. 45); 1-1 Hugo Rodríguez (MEX, min. 73). |
Árbitro |
Franz Wöhrer (AUT). |
Tarjetas |
Mayayo (ESP, min. desconocido). |
Estadio |
Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez). |
No obstante, los franceses todavía tenían remotas opciones de clasificarse y no serían un rival fácil para los aztecas. Además, España saltaría al campo sabiendo ya si le bastaría con una victoria o si necesitaría golear, puesto que ese Francia-México se disputaría antes del España-Túnez. Y la tarde de aquel 3 de julio comenzó francamente bien para la selección española juvenil, porque franceses y mexicanos hipotecaron su futuro en el torneo al empatar a un tanto. Era el resultado perfecto: Francia quedaba eliminada con tres puntos, México sumaba cuatro unidades y España sólo tendría que ganar a la selección local para encabezar el grupo con cinco puntos.
Cosa que no ocurrió. Inexplicablemente, España salió con las mismas precauciones que en partidos anteriores y no forzó la defensa de un rival que, con el paso de los minutos, se fue creciendo ante la inoperancia hispana. La mayor fortaleza física de los tunecinos (probablemente con algún jugador de más edad de la permitida) y la dureza con la que se emplearon desconectaron a España, que presentaba en su once la única novedad de Emilio, delantero del Barcelona que había sido baja en los partidos anteriores por culpa de unas fiebres provocadas por las vacunas que los participantes debieron ponerse antes de viajar a Túnez. Al descanso se llegó con apenas un par de ocasiones aisladas para el bando español y en la segunda parte llegaron los cambios ofensivos de Pereda, pero también el primer gol de Túnez en el torneo, obra de Ali Ben Fattoum a los once minutos. El mazazo fue tremendo y durante un buen rato España anduvo completamente desnortada, hasta que poco a poco fue recobrando la compostura.
En el último cuarto de hora, y apelando más a la heroica que al juego, se consiguió por fin llevar algo de peligro a la meta local, pero primero Pelegrín malogró un penalti que él mismo había provocado y luego Ribes envió un chut al poste, el segundo de España en el partido. No hubo forma de batir al portero de Túnez y de hecho en los últimos minutos fue Buyo el que tuvo que lucirse para evitar una derrota más abultada. Así, los juveniles españoles se despedían lastimosamente de un torneo que, si bien es probable que no hubieran podido ganar, sí les brindó la oportunidad de haber podido alcanzar un digno lugar en la clasificación final. Una oportunidad que no supieron aprovechar.
03/07/1977 |
Tercera jornada del Grupo A. |
ESPAÑA (0) |
Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas (-46, Ribes), Gallego, Escobar, Güembe; Mayayo, Emilio (-41, Pelegrín). |
TÚNEZ (1) |
Jebali; Cheriti, Zarrouk, Chargui, Aloulou (-65, Ben Yahia); Ben Fattoum, Ben Zitoun, Belhoula, Hergal (-76, Jelassi); Dakhli, Lakhal. |
Goles |
0-1 Ben Fattoum (TUN, min. 51). |
Árbitro |
Eldar Azim-Zade (URSS). |
Tarjetas |
Urquiaga (ESP, min. 52). |
Estadio |
Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez). |
México fue, por tanto, quien pasó en cabeza de este grupo A. En semifinales se enfrentó a Brasil, que tras arrancar con una cómoda victoria ante Irán luego había tropezado con Costa de Marfil (otra de las selecciones bajo sospecha de haber alineado a futbolistas mayores de 19 años) y se había tenido que jugar el pase en la tercera jornada contra Italia. A pesar de su favoritismo, los brasileños se vieron sorprendidos en un córner y, aunque empataron rápido y dominaron el partido, acabaron cediendo ante los mexicanos en la tanda de penaltis. También se decidió en los lanzamientos desde los once metros la otra semifinal, que enfrentó a la URSS y Uruguay. Ambas selecciones habían liderado sus respectivos grupos sin demasiados problemas y, tras un partido gris y con pocas ocasiones, fueron los soviéticos quienes se mostraron más acertados desde el punto fatídico.
El partido por el tercer y cuarto se resolvió con goleada de Brasil sobre Uruguay por 4-0, pero la final volvió a ejemplificar la tremenda igualdad del campeonato. Aunque quien hoy visite la página web de la FIFA se encontrará con que la ficha del partido refleja un desarrollo completamente opuesto, lo que pasó en realidad en Radés fue que dos veces se adelantó la URSS en la segunda parte por medio de Vladimir Bessonov y dos veces empató México, como se puede comprobar en las crónicas de la época y en los vídeos de aquella final que están colgados en Youtube. Tras lograr el empate a dos, los aztecas aguantaron los últimos minutos del tiempo reglamentario y toda la prórroga con un hombre menos para acabar sucumbiendo en la tanda de penaltis por 9-8.
Una tanda de penaltis que tuvo dos claros protagonistas. Por un lado, el portero soviético Yuri Sivuha, un gigantón especialista en esas lides al que el seleccionador Serguel Massiaguine había dado entrada en los últimos instantes de la prórroga. El cambio de guardameta ya había funcionado en semifinales y aquel 10 de julio de 1977 Sivuha detuvo nada menos que cuatro lanzamientos mexicanos, pero su estelar actuación quedó deslucida por la del colegiado francés Michel Vautrot. Por razones que sólo él, y no sin dificultades, sería capaz de explicar, el árbitro galo mandó repetir tres disparos inicialmente errados por México (y otro de la URSS, el quinto, cuyo fallo daba la victoria a los aztecas) para desesperación de un Sivuha que no entendía qué estaba ocurriendo. Después de veinte lanzamientos válidos, una transformación de Viktor Kaplun le acabó dando el título a la URSS.
El ucraniano Bessonov, entonces un veloz y habilidoso extremo pero que en los ochenta se consagraría como lateral, se llevó merecidamente el premio al Mejor Jugador del Mundial, mientras que el brasileño Guina (que luego jugaría en Murcia y Tenerife) obtuvo la Bota de Oro como máximo realizador, con cuatro goles. La concesión de estas distinciones individuales fue criticada por los expertos reunidos por la FIFA para evaluar el campeonato, pues consideraban que los chavales en formación debían olvidarse de premios personales para centrarse exclusivamente en ayudar a sus equipos. Sin embargo, Adidas también quería su cuota de protagonismo como patrocinador y sus galardones se acabarían convirtiendo en una tradición más de estos torneos.
Por lo que respecta al rendimiento de la selección española, en una entrevista publicada por El Mundo Deportivo el 6 de julio de 1977 Pereda centró sus críticas en el árbitro soviético del tercer encuentro, a su juicio demasiado permisivo con el juego duro de Túnez, y en los problemas físicos que arrastraban algunos de sus futbolistas por culpa del calor reinante, de las vacunas y del escaso tiempo de descanso entre partidos. Además, el entrenador burgalés se quejó de las malas condiciones del hotel de concentración y, tras eximir de responsabilidades a unos jugadores que, en su opinión, habían hecho todo lo que habían podido, deslizó su insatisfacción por la falta de preparación general de la selección para el torneo: diez días de entrenamientos con una plantilla incompleta eran claramente insuficientes para enfrentarse a equipos que llevaban muchos meses conjuntándose para la cita tunecina.
En este punto el Informe Técnico oficial del campeonato, realizado por los citados Winterbottom, Miljanic y compañía, venía a dar la razón al seleccionador. Mientras que al hablar de selecciones como las de la URSS, México, Hungría y otras de menor nivel se elogiaba la larga preparación llevada a cabo por sus respectivas federaciones, que había permitido a estos equipos jugar y entrenarse de forma continua o con bastante periodicidad desde al menos un año antes de viajar a Túnez, la descripción del caso español, aunque intentaba enfocarse de forma positiva asociándolo a la idiosincrasia del fútbol nacional, más tendente a la improvisación que al rigor táctico, traslucía el evidente problema de la falta de previsión.
Para concluir con la representación española, cabe destacar la participación en el Mundial de Túnez del colegiado murciano Ángel Franco Martínez, que dirigió el URSS-Irak y el Paraguay-Irak, ambos en la primera fase, y la semifinal entre México y Brasil. Notable marca la suya de tres partidos arbitrados (además de otro en el que ejerció de juez de línea), ya que la FIFA envió al campeonato, en el que se disputaron 28 encuentros en total, nada menos que a 20 árbitros, detalle que también fue criticado por los expertos y por los propios colegiados.
En cuanto a los jugadores participantes que luego acabarían destacando como adultos, el Mundial de Túnez 1977 dejó pocos nombres de verdadero nivel. Aparte de los soviéticos Andrei Bal, Sergei Baltacha y el ya citado Bessonov, todos ellos pertenecientes al Dinamo de Kiev y que serían habituales en la selección absoluta de la URSS en los 80, podríamos citar al delantero brasileño Baltazar (de exitoso paso por Celta y Atlético de Madrid), al centrocampista francés Bernard Genghini (titular en España’82 y campeón de la Eurocopa de 1984 con la selección absoluta gala), a los italianos Giovanni Galli (portero titular en el legendario Milan de Sacchi) y Giuseppe Baresi (central referente del Inter y hermano mayor de Franco) y al uruguayo Rubén Paz (volante que, aunque no triunfó en Europa, fue uno de los jugadores sudamericanos más destacados de los años ochenta).
Evidentemente también hubo, como en el caso español (Buyo, García Navajas, Urquiaga, Gallego), varios jugadores que fueron internacionales absolutos con sus respectivas selecciones y que estuvieron presentes en algunas de las grandes citas internacionales disputadas por sus países durante esos años; tal es el caso, por no aburrir, de los brasileños Edevaldo y Juninho Fonseca, componentes de la mágica selección de 1982 (aunque ellos apenas participaron en aquel Mundial de España). Pero, para poner un último toque de pimienta, podríamos hablar de los futbolistas hondureños que, merced a su posterior participación en España 1982, consiguieron fichar por equipos de la liga española. De hecho el defensa Gilberto Yearwood (que jugó en Elche, Valladolid, Tenerife y Celta y es considerado uno de los mejores futbolistas de la historia de Honduras) ya había desembarcado en nuestro país nada más acabar la cita tunecina, gracias a sus buenas actuaciones ante Hungría, Marruecos y Uruguay.
El problema viene porque, atendiendo a las fechas de nacimiento con las que años después fueron registrados en el Mundial absoluto y en la Liga, ninguno de ellos debería haber jugado el Mundial sub’19 de Túnez 1977. La FIFA sólo permitía jugadores nacidos a partir del 1 de enero de 1958 y en el informe técnico del campeonato todos los participantes cumplían la normativa (aunque, por ejemplo, de los futbolistas de Irak sólo se indicara el año de nacimiento), pero las sospechas de que varias selecciones habían enviado a jugadores mayores de 20 años eran más que fundadas. Ahora sabemos que Gilberto Yearwood había nacido en realidad en 1956, que Julio César Arzú (portero que estuvo en el Racing de Santander), Allan Anthony Costly (Málaga) y Ramón Maradiaga (Tenerife) eran de 1954 y que Héctor Zelaya (Deportivo de La Coruña) y Porfirio Armando Betancourt (Logroñés) vinieron al mundo en 1957. La información publicada por el diario El País el 26 de octubre de 1982 añadía a esos nombres el de Prudencio Norales, que no llegó a jugar en nuestra liga pero que había nacido, como Yearwood, en 1956.
Es decir, que más de un tercio de los hondureños que disputaron el Mundial sub’19 de Túnez no eran sub’19. Muchos jugadores de Irán, Irak, Marruecos, Túnez o Costa de Marfil también parecían ser ya veinteañeros en 1977 pero, como ninguno de ellos participó luego en otras competiciones y la FIFA decidió mirar hacia otro lado, no se puede asegurar nada. ¿Problemas para entender la novedosa normativa de edad, mala fe de las federaciones o inocentes errores consecuencia de la precariedad administrativa de ciertos países? Cada cual que escoja su opción. Fue, en definitiva, la primera muestra de un problema que también se convertiría en clásico: a pesar de todos los problemas y dudas que rodearon la organización de Túnez 1977, los mundiales juveniles habían llegado para quedarse.
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Fuentes consultadas:
Díez, Fran: “La dictadura del fútbol” (2014), Editorial DXT.
Martialay, Félix: “Todo sobre todas las selecciones” (2007), Ed. Librerías Deportivas Esteban Sanz.
Hemerotecas y archivos digitales de los diarios ABC, El Mundo Deportivo, El País, Marca.
Agradecimientos: Iñaki Zanguitu.