Rafael Escudero: último romántico del balón
De José Ignacio CorcueraEn un fútbol tan mercantilizado como el actual, donde nada parece moverse sin la correspondiente y muy a menudo cuantiosa porción de divisas, podría pensarse que para justificar cualquier romanticismo habríamos de encarar 1905 ó 10. O, en el mejor de los casos, remontarnos a los nuevos tiempos inaugurados tras la I Guerra Mundial, fruto de los cuales acabaría implantándose el profesionalismo en nuestro suelo. Y la verdad es que no es así. El fútbol romántico, el del amor a unos colores por encima de cualquier cheque o tentación de gloria, tuvo su más significado representante allá por 1949, en la figura del hoy olvidado Rafael Escudero Echevarría. Un bilbaíno sin pelos en la lengua, fiel a sí mismo y a cuanto entendía por dignidad; un hombre que a punto de cumplir la treintena no dudó en romper amarras con lo que más quería, enfrentándose incluso a sus amigos, antes que mancillar el más puro espíritu amateur. Esta es su historia, a grandes rasgos. Estos los hechos que hicieron de su figura el último romántico del balón.
Nacido en Bilbao el 14 de noviembre de 1919, dentro de una familia acomodada, fue alumno de los Jesuitas de Indautxu hasta concluir el bachillerato e ingresar en la Universidad, recién concluida nuestra Guerra Civil. Buen futbolista escolar, suya fue la idea de crear el Indauchu, o mejor un nuevo Indauchu que sustituyera al desaparecido antes de la deflagración, proponiendo a su amigo Jaime de Olaso: «¿Por qué no hacemos un equipo de fútbol para pasar el rato?».
Corrían tiempos oscuros, donde si escaseaba lo imprescindible, ¿cómo iban a abundar posibilidades de esparcimiento?. Y Olaso, que en todo cuanto emprendía buscaba la perfección, se empeñó en construir desde la nada un club donde los antiguos alumnos de Jesuitas constituían cimiento y pilar fundamental. De inmediato, Rafael abandonó a Los Luises, equipo con quienes competía en una especie de categoría Regional, ejercería de intermediario para que los Koskas les cediesen sus camisetas, aprovechando el cese de actividades, y se convirtió en figura sobre el césped de un club con tanta ilusión como problemas por resolver. No disponiendo de campo, cada quince días les tocaba mendigar uno por los alrededores de Bilbao, y así ejercer de anfitriones. Ya sobre el césped, o sobre el pegajoso barro invernal, aquellos muchachos debían evitar la inquina de sus adversarios, jóvenes obreros por lo general, o aprendices de humilde condición, para quienes los indauchutarras sólo podían ser «niños bien» que a la segunda patada quizás se arrugase.
Pero a pesar de los pesares, aquel equipo emprendió una meteórica carrera. Campeones aficionados de Vizcaya en 5 ocasiones (las tres últimas de forma consecutiva, años 1947, 48 y 49), en 1945 conquistaron el Campeonato de España de dicha categoría ante el poderoso Barcelona, en San Mamés, derrotándolo 3-0. En 1942, sólo 20 meses después de haberse constituído, ya habían arañado la gloria al sucumbir ante el Valencia en el mismo campeonato nacional, cuya final tuvo lugar en Madrid. Dispuestos a demostrar que aquello no era flor de un día, en 1947 volvieron a perder otra final disputada en la capital de España, esta vez ante la A. D. Ferroviaria. Y al año siguiente, de nuevo en Madrid pero ante el Serpis de Alcoy liderado por el futuro jugador del Real Madrid y presidente de la FEF José Luis Pérez-Payá, otro subcampeonato. Quede para la anécdota que Pérez Payá tuvo un modo bastante feo de festejar la victoria, con gestos y frases ofensivas dirigidas a Rafa Escudero, probablemente fruto de una mal entendida rivalidad, puesto que ambos se conocían de su paso por las aulas universitarias de Deusto. Y entre tanta final vizcaína y estatal para aficionados, logros no menores, como el ascenso a 3ª División la temporada 1942-43 y su inmediato afianzamiento.
Rafa era en aquel equipo líder indiscutido. Sobrado de fundamentos técnicos para plantearse metas más ambiciosas, ni le pasaba por la imaginación abandonar su Inaduchu. Allí disfrutaba, se entretenía, convivía con viejos amigos y hasta con su hermano Jaime (Bilbao 22-II-1923). ¿Qué más podía desear?. Pero justo entonces, poco después de debutar en el fútbol de bronce, sin haberlo buscarlo, tuvo ocasión de protagonizar su propio cuento de hadas.
El Athletic -entonces Atlético de Bilbao por imperativo franquista-, tenía su delantera en cuadro. Con Zarra lesionado, apenas si veían puerta. Puesto que los malos resultados pesaban, tanto desde el área técnica como en los despachos comenzó a estudiarse la incorporación de algún revulsivo. Rafa, uno de los que más brillaban en el panorama vizcaíno, era socio del Athletic y el amor a los colores rojiblancos se daba por descontado, pues no en vano su tío Germán Echevarría «Maneras» había jugado con los «leones» desde 1914 hasta 1922. Cuando contactaron con él, su respuesta dejó a los emisarios de San Mamés un tanto perplejos: «Jaime está en Madrid. En cuanto vuelva se lo comentáis a él, porque yo haré lo que me diga». Jaime de Olaso, mecenas y alma máter del Indauchu dio su aquiescencia, como no podía ser menos -también él era socio del Athletic- y la incorporación de Rafa al conjunto rojiblanco fue un hecho. Pero eso sí, no mediante traspaso, sino como cesión gratuita, y sin renunciar a su estatus de amateur. Curiosamente, el conjunto de 3ª, el más débil, cedía su estrella al poderoso.
Escudero disputó 23 partidos oficiales como atlético, anotando 14 goles, algunos tan decisivos como los 2 primeros en el día de su debut liguero, otros 2 en la última jornada, donde los de San Mamés evitaron una siempre arriesgada promoción para mantener la categoría, y el último durante la disputa de la final copera de 1944. Porque aquella desastrosa liga tuvo por colofón un nuevo título de Copa rojiblanco, obtenido ante el Valencia. Cuando el Athletic campeón llegó a Bilbao, futbolistas y directivos del Indauchu esperaban a la comitiva victoriosa en el alto de Miraflores, entonces única entrada a la capital vizcaína desde Madrid, con una pancarta sobre el camión que habían contratado: «El Indauchu saluda a Rafa Escudero y demás campeones». La iniciativa fue muy mal interpretada desde el seno rojiblanco, al considerar que se aludía a Escudero y los «demás jugadores», sin nombrar siquiera al Athletic. Algo que, en consecuencia, sólo podían hacer unos «antiatléticos».
Escudero desoyó la propuesta de renovación ofrecida por el Athletic, entendiendo ya no se daban entre los rojiblancos las condiciones que determinaron su llegada. Recibió un reloj con la correspondiente inscripción, a modo de agradecimiento, y volvió a jugar en el Indauchu altruistamente.
Alguien quizás piense que después de todo tampoco habría renunciado económicamente a mucho, que el fútbol de esos años movía poco dinero. Obviamente, las cifras de 1944 admiten escasa comparación con las actuales, aún corregido cualquier efecto inflacionista. Pero con todo, en tiempos de hambre y frío, de estraperlo, gasógeno, cartillas de racionamiento y sueños en blanco y negro, el mundo del balón parecía vivir al margen de casi todo. Sirva como ilustración el siguiente cuadro con reflejo de algunos hitos económicos en esa época, anticipando que un sueldazo en 1945 rondaba las 25.000 ptas. anuales, los funcionarios de rango no superaban las 18.000, igualmente al año, y cualquier dependienta de comercio venía a salir por unas 8.000, si su tienda se hallaba en el centro de Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao. Las dependientas ni siquiera ganaban en doce años lo que algunos clubes pagaban por un solo traspaso.
REFERENCIAS ECONÓMICAS DEL FÚTBOL, ENTRE 1935 y 1950
1935-36.- Simón Lecue traspasado del Betis al Madrid por 75.000 ptas.
1936-37.- (campaña abortada por la Guerra Civil). Ipiña, del descendido At Madrid al Real Madrid, por 50.000 ptas.
Octubre 1939.- Germán, del Racing de Santander al At Aviación, por 50.000 ptas.
Setiembre 1940.- Guillermo Gorostiza traspasado al Valencia por 55.000 ptas.
1943-44.- Juan Arza, del Málaga al Sevilla por 100.000 ptas. más un partido en La Rosaleda (monto total no inferior a 105.000 ptas.)
1944-45.- Basilio, del Castellón al Barcelona por 90.000 ptas.
1945-46.- Antúnez, del Betis al Sevilla por 80.000 ptas. y la consiguiente polvareda.
1947-49.- El At Madrid paga 450.000 ptas. por Antonio Vidal, del Alcoyano.
1948-49.- Mateo Nicolau, argentino, al Barcelona por 125.000 ptas.
1948-49.- Pahíño y Miguel Muñoz. El Real Madrid pagó por al Celta por ambos traspasos 1.200.000 ptas.
1949-50.- Carlsson al At Madrid por 500.000 ptas.
Otra referencia más: las 100.000 ptas. satisfechas por Juan Arza en 1943 daban para comprar 6 señores pisos en Madrid. No puede extrañar que a raíz de semejante traspaso, al navarro Arza se le conociera en Sevilla como «El Niño de Oro».
De nuevo en «su» Indauchu, Rafael Escudero se mantendría en activo, rindiendo a excelente nivel en una 3ª División que se le quedaba pequeña, hasta la temporada 1948-49. La consideración de que era objeto en el fútbol vizcaíno queda patente con la imposición de la Medalla al Mérito Deportivo desde la Federación territorial, en 1948, aprovechando la final del Campeonato de Aficionados de Vizcaya entre Indauchu y Luchana. Sin embargo tanto reconocimiento no le libró de abandonar su club entre reproches, malas caras y por la puerta falsa. Porque quien tanto había entregado a la entidad, quien renunciara a ser futbolista de 1ª en el Athletic, sintió la necesidad de plantarse cuando en el seno de la S. D. Indauchu se adoptaron decisiones contrarias a su concepto del «amateurismo».
El detonante tuvo por fondo la disputa de otra final en el Campeonato de España para aficionados (1949), con el Barcelona de oponente. Puesto que aquel año se celebraban las Bodas de Oro azulgranas, la directiva «culé» quiso incluir dicho partido entre los actos conmemorativos, por lo que desplegaron influencias en torno al ente federativo. Desde la Federación Española, sin embargo, se abogó por una decisión consensuada entre los clubes. Y el Barcelona, poderoso no sólo en los deportivo, sino también en lo económico, ofreció 100.000 ptas. al Indauchu si se avenía a disputar la final en Las Corts. Esa cifra representaba mucho más que una tentación para los directivos bilbaínos y, puesto que con ella resolvían de un plumazo sus sempiternos equilibrios sobre el alambre financiero, otorgaron el sí. Cuando Escudero tuvo conocimiento de los hechos, no ahorró censuras. ¿Cabía mayor afrenta al espíritu amateur, que venderse por dinero?. ¿No estaban jugándose, acaso, el Campeonato de España para aficionados?. ¿Podían mezclarse conceptos tan antagónicos como amateurismo y vil metal?. Jugar en campo adversario equivalía a ofrecer demasiadas facilidades a sus oponentes. ¿No estaban vendiendo el título por 100.000 ptas.?. Su amigo Jaime de Olaso, probablemente la única persona que pudo haber evitado el descarrilamiento, se hallaba fuera, como solía ocurrir con relativa frecuencia, atendiendo sus negocios americanos. Y aunque la directiva reunió a los jugadores para explicarse, su capitán, el mayor de los Escudero, aseguró que si finalmente se aceptaban aquellas 100.000 ptas., él no jugaría.
Según los directivos, ya no podían dar marcha atrás, puesto que habían aceptado la oferta azulgrana. Escudero, entonces, propuso que las 100.000 ptas. fuesen entregadas a una organización bilbaína de caridad, como la Santa Casa de Misericordia o el Hospital Civil, en medio de la total oposición de los mandatarios. «Pues si así están las cosas, si el Indauchu antepone el dinero a sus valores de siempre, está visto que ya no hay sitio para mí dentro de él», concluyó. «Y por si aún no os ha quedado claro, sabed que ni mi hermano ni yo volveremos a jugar con el equipo».
Si el mayor de los Escudero buscaba con su postura el apoyo de algún compañero, no lo halló. El Indauchu sucumbiría ante el Barcelona, en Las Corts, por 3-2, sin sus dos interiores y significadas estrellas, Escudero I y Escudero II. Imposible conjeturar qué guarismos pudo haber reflejado el marcador, con ambos sobre el césped. Lo único cierto que ya no hubo más finales estatales para el Indauchu, que ni Rafa ni Jaime Escudero volvieron a lucir su camiseta roja, y que la entidad bilbaína, abrazando sin falsos pudores el profesionalismo -siquiera fuese un profesionalismo parco, de escasos vuelos- concluyó asentándose en 2ª División, tras ascender la temporada 1954-55.
Rafael colgó las botas, próximo a cumplir la treintena, conservando entre sus más preciados recuerdos el trofeo que recibiese al disputar su partido número 200 con el Indauchu, el 22 de febrero de 1948. Jaime, por su parte, no tan bien dotado pese a ser un buen futbolista, militaría en el At. Bilbao la temporada 1949-50 (4 partidos ligueros, sin goles) y en el Barcelona los ejercicios 1950-51 y 51-52, dónde únicamente jugó 3 partidos de Liga durante la segunda campaña.
La mala suerte, empero, no había puesto aún su última zancadilla a Rafael Escudero. Era directivo del Athletic (Atlético, si hemos de expresarnos en puridad), de un Athletic empeñado en conservar otros principios no menos románticos, cuando el 4 de diciembre de 1953, poco después de haber contraído matrimonio, embarcó junto a su esposa en el «Bristol» que cubría la línea Bilbao-Madrid. Ambos perecieron, junto con gran parte del pasaje, al estrellarse el aparato en Somosierra.
Desaparecía así el último quijote de nuestro fútbol, puesto que si bien Pérez-Payá (el mismo que tan mal digiriese su victoria en la final de aficionados como abanderado del Serpis) se proclamara único jugador aficionado de 1ª División en una autobiografía, lo cierto es que dejó de ser oficialmente «amateur» al ingresar en el Real Madrid. Escudero, en cambio, no dejó de serlo nunca.