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Aunque Miguel Jones Castillo (27-X-1938) naciese en Santa Isabel, hoy Malabo y entonces capital de la Guinea Española, llegaría a Bilbao con su familia siendo niño. Se formó junto al río Nervión como persona, al tiempo de hacerse futbolista entre el cemento de un patio colegial en Lecaroz, Navarra, y los campos de tierra vizcaínos

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Jones, el bilbaíno de Fernando Poo que no pudo jugar en el Athletic

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Aunque Miguel Jones Castillo (27-X-1938) naciese en Santa Isabel, hoy Malabo y entonces capital de la Guinea Española, llegaría a Bilbao con su familia siendo niño. Se formó junto al río Nervión como persona, al tiempo de hacerse futbolista entre el cemento de un patio colegial en Lecaroz, Navarra, y los campos de tierra vizcaínos donde jugara con el equipo universitario de Económicas. Fuerte, ágil, dueño de potentísimo salto, sonriente siempre y con cara de angelote bueno, similar a la de aquellos inmortalizados en microsurco por Antonio Machín, el destino lo reservaba para marcar goles. Cualquiera diría que su meta estaba en el Athletic. Pero Jones había nacido en el África Ecuatorial y su piel de charol brillante no pasaba desapercibida. Hoy, sin duda habría sido un canterano más en las instalaciones rojiblancas de Lezama, un buen refuerzo para el ataque de San Mamés. Aquellos, en cambio, eran otros tiempos. Más fundamentalistas por cuanto a la idiosincrasia del club se refiere. O sencillamente, menos necesitados de refuerzos.

Ferdinand Daucik, entonces entrenador del Athletic -Atlético de Bilbao, por ceñirnos a la nomenclatura de esa época-, debió descubrirlo mientras avasallaba a otros estudiantes. Entusiasmado ante sus imponentes condiciones, quiso llevárselo al Athletic aún tropezando con la inicial negativa de Don Wilwardo, padre del muchacho. Daucik, que  no solía aceptar sin más ni más cualquier no, continuó insistiendo. ¿Podía haber algo más grande para un «bilbaíno» que pertenecer al Athletic?. El chico tendría que  compaginar los estudios con la práctica deportiva, ¿y qué?. Otros lo hacían sin mucha dificultad en aquella plantilla. Don Wilwardo, sin duda presionado por la ilusión de su hijo, otorgó finalmente el pláceme. Al fin y al cabo tampoco a él le faltaban motivos para sentirse medio bilbaíno. Había estudiado en «el bocho» y uno de sus grandes amigos, con el que además llegó a jugar en un modestísimo equipo de preguerra, era el padre de «Beti» Duñabeitia, quien transcurrido algún tiempo acabaría convirtiéndose en presidente rojiblanco.

Miguel Jones estuvo entrenando alrededor de un mes con la primera plantilla del Athletic, aún sin ficha federativa. E incluso el 6 de enero de 1956 tendría su regalo de reyes, al alinearse con las figuras rojiblancas en un amistoso contra el Indauchu. Recuerdo imborrable, aunque carente de continuidad, pese al empeño que Daucik pusiera. Las cosas en el Athletic eran como eran, y desde la directiva nadie hizo amago de dar su brazo a torcer. Resignado, el técnico checo concluyó recomendándolo al Baracaldo. Jones contaba 18 años y tuvo bastante con media temporada en 2ª División para hacerse notar. Lasesarre y el barro que se formaba sobre aquel terreno durante los lluviosos inviernos, parecían hechos a medida de sus condiciones. Si nadie lograba competir con él en la disputa de balones colgados, su potencia no exenta de clase en una época de arietes-tanque, bastaba para traer en jaque a las defensas. Corrían buenos tiempos para el fútbol vizcaíno, y hasta para el vasconovarro en general. Con el Athletic, Osasuna y Real Sociedad de San Sebastián entre los más grandes, y Baracaldo, Sestao, Indauchu, Alavés y Eibar en 2ª, el vivero parecía garantizado. Así las cosas, entre tan pródiga cosecha y debido al pobre rendimiento colectivo de los fabriles, a la postre descendidos, su campaña quedó oscurecida en los  medios de difusión. No pasó en cambio desapercibido ante la pupila de Jaime de Olaso, presidente y alma máter de un Indauchu magnífico, por cuyo vestuario desfilaban año tras año los jóvenes del ámbito territorial con más porvenir.

Daucik en primer plano, seguido por Carmelo Cedrún, Arteche y Arieta I. El entrenador checo quiso tener a Jones en la plantilla, durante su brillante etapa bilbaína. Puesto que el empeño resultara inútil, debió esperar 3 años hasta llevárselo a otro Atlético: el de Madrid

Daucik en primer plano, seguido por Carmelo Cedrún, Arteche y Arieta I. El entrenador checo quiso tener a Jones en la plantilla, durante su brillante etapa bilbaína. Puesto que el empeño resultara inútil, debió esperar 3 años hasta llevárselo a otro Atlético: el de Madrid

La temporada 1957-58 ya la inició en Garellano, campo propiedad del Ejército donde disputaban los indauchutarras sus choques como equipo local. Le acompañaba desde Lasesarre el defensa Luis Axpe y debía hacerse un hueco entre las varias novedades de esa campaña para la línea atacante: Javier Barrena, un delantero tosco, aunque efectivo rematador, procedente del Bermeo; Julio Beascoechea, del Basconia, recién ascendido a 2ª para suplir al Baracaldo; Jimy, del Padura de Arrigorriaga; y hasta Gonzalo Elorduy e Isidro Aizpurúa cuando el balón ya había echado a rodar, ambos del Arenas. Aquel equipo, compuesto por un puñado de jóvenes en formación, era realmente soberbio, como acredita un simple repaso a su plantilla: Cobo en la portería (después en el Sevilla, Mallorca y Pontevedra); para la defensa Azcueta (luego Betis y Pontevedra), Eusebio Ríos (valladar bético durante un decenio) y Axpe (años más tarde también efímero jugador de 1ª); en la medular Isasi (indiscutible en el Zaragoza de «Los Magníficos»); y por delante, generando ocasiones de gol, el futuro internacional Chus Pereda (Real Madrid, Sevilla y Barcelona), Coque (hubiese podido ser un futbolista grande sin tomarse la vida a broma durante su estancia en el Celta), Gogénuri, Sasía (ambos con clase, aunque quizás no muy necesitados del fútbol para labrarse un porvenir) y el propio Jones. En el banquillo nada menos que Rafael Iriondo, extremo derecho de una delantera que toda España recitaba hasta dormida, forjándose como el gran técnico que luego fue.

Ese ejercicio el Indauchu tejió un fútbol primoroso, clasificándose en 4ª posición, por detrás de Oviedo, Sabadell y Santander -entonces no Racing, sino Real- y adelantando al Condal, filial del Barcelona, Rayo Vallecano, Alavés, Gerona, Ferrol, Coruña o Tarrasa, entre otros. Todo un triunfo para quienes no podían permitirse el lujo de ascender, para quienes traspasaban sistemáticamente a sus estrellas mas cotizadas y apenas conocían un balance sin números rojos. El campo de Garellano, además, se hallaba a escasos 300 metros de San Mamés. ¿Por qué no podía soñar Jones con cubrir algún día tan exigua distancia?. Las quimeras, ya se sabe, son gratuitas. Aunque en su caso, incluso si representaran algún desembolso, bien hubiera podido permitírselo. Su familia no era precisamente de las necesitadas. Bien al contrario, gozaba de viento a favor introduciendo, distribuyendo y comercializando maderas de Guinea, principal riqueza de la aún colonia o «provincia de ultramar», por toda la vertiente cantábrica.

La temporada 1958-59 comenzó el Indauchu sin Pereda (traspasado al Real Madrid por 850.000 ptas.), ni Cobo y Ríos (en el Sevilla y Betis respectivamente, a cambio de 1.800.000). Pese a todo, con un tercer puesto superaría la clasificación anterior. Fue el gran año de Jones, aunque tuviese que renunciar a su sueño. Porque el Athletic, y en realidad toda la prensa bilbaína, jamás llegaron a verlo como posible refuerzo.

Miguel Jones, en su época más prometedora.

Miguel Jones, en su época más prometedora.

Apenas doce meses antes había ocurrido todo lo contrario respecto a Pereda,  por quien la directiva de San Mamés estuvo muy  interesaba. Forzaron contactos, se barajaron cifras y hubo negociaciones, de las que se hicieron amplio eco los medios locales. ¿Podía lucir el escudo del Athletic un muchacho nacido en Medina de Pomar?. ¿Cabía hacer sitio a los burgaleses, sin emborronar toda una filosofía social?. Según José Mª Mateos, director de «La Gaceta del Norte», rojiblanco furibundo y reconocida autoridad en la materia, nada lo impedía. Había jugado con la selección vizcaína juvenil cuando fuera incorporado al Indauchu de esa categoría desde el Valmaseda. ¿Cómo iba a justificarse que alguien valiera para representar a Vizcaya en el Campeonato estatal de Selecciones Regionales, y no reuniese requisitos ante la propia afición vizcaína a la hora de ser medido por el Athletic?. Según parece, Jaime de Olaso, socio del Athletic además de fundador, presidente y gran mentor en el Indauchu, llegó a ofrecer sin ningún cargo al muchacho, a cambio, eso sí, de que se permitiera a los rojillos disputar en San Mamés sus partidos como local. Buen acuerdo para el Athletic, en teoría, que pronto se vio rezumaba veneno. Baracaldo, Sestao y Basconia de Basauri, los otros clubes provinciales de 2ª División, pusieron el grito en el cielo. Si el Indauchu llegaba a jugar en San Mamés, los socios del Athletic acudirían en masa al campo por pura inercia. Sus taquillas, entonces, se irían a pique. Además, ¿quién les garantizaba que ese no fuera un primer paso hacia la filialidad?. Y de eso nada. Expertos jugadores de mus, los presidentes de esas tres sociedades concluyeron lanzando el órdago: como la directiva rojiblanca se aviniera, tendría en frente al fútbol vizcaíno. Se acabaría aquello de ofrecerles trato preferencial, a cambio de migajas, sobre el mejor fruto de sus canteras.

La directiva atlética, pillada a contrapié, optó por no aceptar ese órdago, a la espera de mejores cartas. Dejaría escapar a Pereda, no sin señalar como antiatlético al presidente del Indauchu, y al mismo tiempo, sin prisa, aunque también sin pausa, comenzó a plantearse el proyecto de constituir un filial desde muy abajo; un equipo que aglutinase a todas las promesas regionales antes de que cualquier otra entidad pudiera considerarlas interesantes. En resumidas cuentas, un torpedo bajo la línea de flotación del Sestao, Baracaldo, Basconia, Indauchu, Guernica, Lemona, Guecho, Erandio, Arenas, Cultural de Durango, Begoña, Santuchu… Años más tarde sería realidad el Bilbao Athletic, -Bilbao Atlético el día de fundación-, entrenado nada menos que por Rafa Iriondo. Un entrenador de 2ª metido en categoría Regional. Aviso por demás explícito que muy pocos entendieron de inicio.

Escudo de la Sociedad Deportiva Indauchu. Modestísimo gallito en la 2ª División de los años 50, hoy hundido en categoría Regional.

Escudo de la Sociedad Deportiva Indauchu. Modestísimo gallito en la 2ª División de los años 50, hoy hundido en categoría Regional.

Pero una cosa era Pereda y otra Jones. Por mucho que hubiera echado espolones en Bilbao, Jones no dejaba de ser guineano. ¿Cómo ocultarlo?. Cierto que se curtió en el fútbol vasco, que aún niño veraneaba en Izarra (Álava), entre bilbaínos de pura cepa, cuando al no estar muy de moda asarse al sol se prefería el fresco de la montaña. Todo eso, sin embargo, no bastaba. La idiosincrasia deportiva del Athletic tanto era fruto del ideario nacionalista como de una palmaria ausencia de necesidad. Al principio, como casi todos los clubes, incorporó numerosos británicos. Llegado el momento de optar entre el espíritu amateur o la profesionalización, abrazó ésta sin falsos pudores, beneficiándose de una postura más timorata en el Arenas -campeón de Copa, no lo olvidemos, 3 veces finalista en la misma y fundador del Campeonato de Liga- a quien tirando de cartera habría de arrebatar sus mejores mimbres. La influencia que los De la Sota tuvieron en el seno rojiblanco desde la segunda mitad de los años 20 hasta la Guerra Civil, obviamente imprimió carácter. El gran patriarca de aquel clan, Ramón de la Sota y Llano, curiosamente nacido en la localidad cántabra de Castro Urdiales, abogado, explotador minero, armador siempre al filo de la navaja por sus flirteos con el riesgo financiero, político y soporte económico del PNV, a la par que una de las mayores fortunas en su época, el hombre que se hiciera llamar Sir Ramón de la Sota a raíz de serle otorgado ese título honorífico (29-IV-1921) por sus servicios al Imperio Británico durante la I Guerra Mundial, propietario de «Excélsior» y «Excelsius» -periódicos deportivos de referencia-, impulsor de la Cámara de Comercio, fundador de Euskalduna y Seguros La Polar, consejero de los bancos de Bilbao y Vizcaya, tampoco dejó de esparcir ideología en el Athletic. Falleció el 17 de agosto de 1936, antes de que el triunfo franquista arrebatase a sus herederos buena parte de los inmuebles y fortuna, y hasta les impusiera una «multa» derivada de «responsabilidades políticas». Sin embargo, aunque los lustros venideros fuesen poco tolerantes con el nacionalismo, éste permanecería latente bajo los colores rojiblancos, reavivándose a partir de la Transición. Puede tomarse como detalle anecdótico, si se quiere, pero una de sus viejas posesiones, el palacio de Ibaigane, es hoy sede del Athletic Club. El simbolismo a veces, habla con voz muy clara.

Digresiones seudoplíticas al margen, la verdad es que a partir de 1939 tampoco tuvo el Athletic, convertido ya en Atlético, ninguna necesidad de alterar parámetros. Al fin y al cabo, seguían ganando Copas y hasta alguna Liga con el producto de la tierra. Ello le otorgaba un carácter especial, diferente al de sus contrincantes, más difícilmente alterable a medida que el tiempo fue corriendo, por aquello de que la costumbre acaba convirtiéndose en ley. Basta para entenderlo un repaso al equipo que con Daucik en el banquillo ganara Liga y Copa en 1955-56, aún contando el Real Madrid con Di Stéfano, Gento, Lesmes II. Molowny, Zárraga, Rial, Roque Olsen o Pérez Payá, y el Barcelona con Ramallets, Biosca, Gracia, Segarra, Seguer, Bosch, Luis Suárez, Kubala, Villaverde, Tejada o Manchón. No es que los jugadores rojiblancos de aquella gloriosa campaña fuesen vascos; es que a excepción de Serafín Areta, pamplonés, todos eran vizcaínos. Carmelo y Arieta, durangueses. Orúe, Canito, Garay y Uribe, bilbaínos. Mauri de Guernica, Maguregui de Miravalles, Arteche guechotarra y Gaínza de Basauri. Por cuanto a los suplentes, Lezama baracaldés, Etura de Sestao, Iraragorri y Azcárate bilbaínos e Izaguirre de Somorrostro. El nacimiento de Merodio en Barcelona debe considerarse accidental, pues su padre, el pelotari «Chiquito de Gallarta», estaba contratado en el frontón de la ciudad condal. Regresó a la zona minera todavía en mantas y su aprendizaje futbolístico tuvo lugar por aquellos campos entre verdes y ferruginosos. Imposible discutir sus credenciales.

Miguel Jones Castillo con camiseta rojiblanca. Pero del Atlético de Madrid.

Miguel Jones Castillo con camiseta rojiblanca. Pero del Atlético de Madrid.

¿Quién iba a plantearse, por lo tanto, en 1959, la contratación de un muchacho con piel acharolada?. Arieta, dueño de la camiseta con el 9 a la espalda, empezaba a hacerse mayor, es verdad. Pronto necesitaría un relevo. Pero no importaba, porque seguro surgiría alguno de Erandio, Ondárroa, Amorebieta, Lanestosa o Galdácano. Hasta podía valer su propio hermano, un chicarrón que según contaban parecía apuntar alto.

El caso es que Jones se fue al Atlético de Madrid, requerido por Ferdinand Daucick, entonces responsable del banquillo «colchonero». Los derechos federativos de Juan Allende y 400.000 ptas. cerraron la operación, cuando el sueldo mensual de un trabajador corriente podía oscilar entre las 3.000 y las 5.500.

En Madrid tuvo de todo. Menos alegrías que desgracias, para ser sinceros, puesto que el infortunio quiso atravesarse en su camino. Además, su formidable condición física terminó convirtiéndolo en comodín: extremo un día, interior otro, ariete de cuando en cuando y hasta alguna vez defensa central. Campeón de Liga en 1965-66, de Copa los años 1960, 61 y 65, así como de la Recopa europea en 1962, viviría durante el ejercicio 61-62 sus mejores fechas, con 13 goles marcados en 19 partidos de Liga. Eneko Arieta, consignémoslo como referencia, marcó ese año 10 para los de San Mamés, en 24 partidos. Pero si Arieta, aún a pesar de sus muchas batallas y los presumibles achaques, casi carecía de competencia, a él le sobraba. Jorge Mendonça y Joaquín Peiró, primero, y muy pronto Adelardo, Cardona y Luis Aragonés, se encargaron de ponérselo difícil. Aunque ninguno de ellos tanto como las lesiones.

Una, sobre todo, habría de dejarlo casi para el arrastre. Pero ya antes pechó con fama de medroso, quién sabe si por conocer en propia carne cómo se las gastaban aquellos defensas de a quién Dios se la dé, San Pedro la bendiga. En el viejo Altabix de Elche, por ejemplo, viendo Juancho Forneris que el prometedor pero aún neófito Llompart no lograba hacerse con su marcaje, aconsejó al mallorquín: «Hazle el teléfono». Como Llompart no entendiese, su compañero argentino tuvo que explicárselo: «En cuanto vaya a por un balón alto le pones la bota en la oreja». Bien mandado, Llompart se aplicó a conciencia. Muchos años después aún recordaba la expresión de Jones: «Se puso blanco y no volvió a moverse».

El dinero, ya se ha dicho, no era tan prioritario para él. Quizás otro cualquiera, más necesitado de gloria y contratos, se hubiese plantado ante los marrulleros. Él, pese a su carácter ganador, jugaba sobre todo por diversión, porque disfrutaba de lo lindo en aquel ambiente y porque siempre es grato verse en la prensa, sentirse admirado e  importante. Dinero ya había en su casa y entonces nadie pensaba pudiera agotarse algún día. Se sabía perfectamente en Bilbao y hasta alguno, como Antonio de Rojo, la voz de Carrusel Deportivo desde San Mamés, lo dijo por la radio un verano, al referirse a cierto coche deportivo que despertaba admiración general en la Feria de Muestras: «También estuvo viéndolo nuestro paisano Miguel Jones, delantero del Atlético de Madrid. Claro que él sí podía pensar en algo más que mirarlo. Del poder al querer media un trecho, y él sí puede».

Ver a Jones en sus buenas tardes constituía todo un espectáculo.

Ver a Jones en sus buenas tardes constituía todo un espectáculo.

Tras jugar poquísimo en 1964-65, recuperarse en parte la temporada 65-66 y volver a la suplencia sistemática en 1966-67, creyó llegado el momento de poner punto final. Entonces recibió una oferta de Osasuna. Novecientas mil pesetas no era moco de pavo para jugar en 2ª y allá fue, a sideral distancia de su mejor forma y con problemas físicos. Dos goles en 10 partidos rubricaron su despedida del césped, las patadas y el olor a linimento. Estaba a punto de cumplir la treintena. Buena edad para vivir más relajadamente y disfrutar.

Nadie podía suponer que con la independencia de Guinea, Anobón, Corisco, Elobey Grande y Elobey Chico, las cosas cambiaran tanto para una familia cuyos miembros ostentaran puestos de privilegio durante el periodo colonial. Francisco Macías, estrafalario presidente del recién nacido país, dio la vuelta a todo lo anterior sin dejar siquiera las telarañas. Esquilmó, se manchó de sangre las manos, revocó permisos de exportación para entregarlos a sus «amigos», lo emponzoñó todo. Y así, quienes poco antes nadaran a favor de corriente, empezaron a verse con el agua demasiado cerca del cuello.

Luego de un tiempo fuera, Miguel Jones volvió a «su» Bilbao. Uno de sus seis  hermanos llegó a hacer algún pinito como entrenador en el Sony San Fernando, de Guinea. Pero duro poco. En realidad, el fútbol no había sido hasta entonces deporte para los Jones. Les tiró mucho más el boxeo desde que Maximiliano, fundador de la ciudad de San Carlos -actual Luba-, ayudase a sus hijos en su implantación. Gracias a Wilfredo Jones, sobre todo, en Guinea se aprendió a dirigir directos, desarbolar guardias, golpear a la contra y templar el uno-dos. También de sus viajes a Canarias y la península importaría Wilfredo el tenis y hasta el baloncesto. Como muy bien recordase el periodista hispanoguineano Paco Zamora, España llegaría a tener con Juan Carlos Jones, genuino producto de esta familia, todo un plusmarquista en los 100 metros lisos no hace mucho. Y paradojas de la vida, otro Jones, de nombre José Luis, primo de nuestro futbolista, sería fiscal en el proceso que allá por 1979 condenó a muerte al despreciable dictador Macías.

Hasta que el domingo 20 de noviembre de 2011 saltase al Sánchez Pizjuán sevillano Jonás Ramalho, ningún joven de color había vestido oficialmente la camiseta del Athletic. Jonás, mulato y con ascendencia angoleña, había nacido en Baracaldo (10-VI-1983), ingresado como cadete en el vivero rojiblanco y disfrutado de la internacionalidad española juvenil. Muchas cosas lo separaban de Miguel Jones, pero algo también los conectaba: el sueño de jugar en el Athletic.

Con el correr del calendario suele adquirirse sabiduría. Hombres e instituciones -no en vano hay seres humanos en ellas- se hacen más permeables. En el Athletic de Ramalho ya había navarros y riojanos, aparte de gipuzcoanos o alaveses, e incluso años antes alguno natural de Extremadura o con raíces en Zamora o Palencia. Por fin cobraba fundamento eso de que un bilbaíno puede nacer donde le apetece. Suerte que Miguel Jones, desde un Bilbao muy distinto al de su infancia, haya podido disfrutar viéndolo.

Al fin y al cabo el Athletic, aún por detrás de la «sucursal» colchonera y el capitidisminuído Indautxu, pura alma en pena de la Regional vizcaína, tampoco deja de ser «su» equipo.

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Publicado en: Jugadores