Vendedores de humo en el banquillo
De José Ignacio CorcueraSuele entenderse por vender humo la injustificada siembra de ilusiones, el recurso a la alharaca fácil o la construcción de castillos sobre el imposible cimiento del éter. Exactamente cuanto los taurinos, viendo al matador buscar aplausos cómplices por los tendidos más populares, y en teoría menos documentados, bautizaron como brindis al sol.
Nuestro fútbol tampoco se ha librado, como es lógico, de estos inocuos embaucadores, a menudo orlados por un aura de purpurina y casi siempre muy satisfechos de sí mismos. Hoy, por cuanto al mundo del balón se refiere, los vendedores de humo suelen aflorar en no pocas ruedas de prensa, activando la demanda de abonos cada pretemporada, esparciendo responsabilidades entre el gremio del silbato tras cualquier derrota, o hinchando hasta 75 ó 100, mediante una muy bien engrasada máquina publicitaria, cuanto en realidad merecería cotizarse a 30. Proliferan entre poltronas directivas o al amparo de consejos de administración, por más que donde esta práctica adquiriese cuerpo fuera en los banquillos.
Veamos algún ejemplo, procurando distinguir a los pícaros con poco más que buena fachada de quienes también poseían mercancía auténtica.
Poca era, en verdad, la ciencia futbolística de Félix Gila, allá por los años 30 del pasado siglo. Tipo alto, elegante y simpático, estuvo en el Deportivo de La Coruña durante dos etapas y hasta llegó a masajista de la selección nacional, aprovechando los conocimientos de traumatología adquiridos mientras estudiaba Medicina (sin concluir la carrera) en su Sevilla natal. Viéndole moverse u oyéndole hablar, parecía algo grande. Pero bajo aquella capa de aparente seriedad se escondía un irresponsable, una cigarra cantora, juerguista y frívola.
Durante su primera etapa en el cuadro coruñés, los blanquiazules conquistaron su hasta entonces único título en el campeonato gallego. En su segunda aparición, tras la breve huella dejada por el húngaro Wogenhuber (a quien un equipo mexicano ofreció 700 dólares de sueldo si hacía las maletas y tomaba el primer barco, oportunidad que supo aprovechar), todavía le fue mejor. Eliminar en copa al Real Madrid, campeón invicto en el recién concluido torneo ligero, le aupó a los titulares de la prensa estatal. ¿Sus métodos?. Persuasión, pachorra, zumo de limón en los descansos y picardía para anular al contrario.
Consta que viendo a los directivos muy preocupados por la visita del Athletic de Madrid, en cuyas filas destacaba su valentísimo delantero centro Antonio Elícegui, les propuso inutilizarlo a cambio de 100 ptas. «¿Qué va a hacer?», le preguntaron muy amoscados. «Ninguna barbaridad, ¿verdad?». Pero Gila se obstinó en mantener el secreto. «Ustedes confíen en mí. Si me dan 100 ptas. les aseguro que no se mueve por el campo». La junta directiva terminó cediendo, Gila se fue con las flamantes 100 ptas. y llegó el pitido inicial. Elícegui, todo fuerza y velocidad, lució más que de ordinario, si cabe, aún a pesar de que la defensa herculina, compuesta por Solla y Alejandro, no era coja ni manca, precisamente. Como es natural, Félix Gila tuvo que dar explicaciones. «No lo entiendo», se sinceró. «Le lancé a una mujer estupenda que conozco y se comprometió a dejarlo como un trapo. Han pasado toda la noche juntos, ella me ha asegurado que sin pegar ojo, y mírenle. Ese chico es de acero, no hay quien lo rompa».
De más ciencia balompédica hizo gala el internacional húngaro Elmer Berkessy, flamante futbolista del Barcelona hasta el estallido de la Guerra Civil. Tras retirarse en 1938, comenzó su carrera de entrenador por campos franceses, italianos y españoles. Ferencvaros, Vicenza, Solvay, Pro Patria, Zaragoza, Avilés, Berschot, o Español de Barcelona en 1957-58, fueron algunas de sus escalas. Consta que al presentarse entre nosotros como entrenador, sorprendieron mucho sus gritos desde la banda, el reproche público a los jugadores y una actitud gesticulante nada usual allá por 1951-52. Había adquirido esas mañas durante su militancia italiana y supo explotarlas después, buscando labrarse fama de técnico autoritario y exigente. Aquello no debía ser nada comparado con lo de inefable David Vidal, pero las cosas, ya se sabe, deslumbran más al principio. Berkessy concluyó afincándose en la ciudad condal, hasta su fallecimiento, acaecido el 9 de junio de 1993, cuando sumaba 88 años.
También hubo artistas del birlibirloque en tiempos menos pretéritos. Entre los mejor dotados para la dirección táctica y humana, ateniéndonos a las tablas de resultados, habría que citar al francés con ascendencia española Marcel Domingo y al genio de los banquillos Helenio Herrera. Por cuanto a los más conspicuos vendedores de humo, imposible obviar a los hoy desconocidos Dan Georgiadis y Harold Campos. Vayan sobre ellos algunas pinceladas.
El hispanofrancés Marcel Domingo, controvertido hombre de los banquillos, dicharachero, polémico y con riquísimo anecdotario a sus espaldas.
Marcel Domingo, nada más situarse bajo el marco del Atlético de Madrid, anonadó a propios y extraños luciendo jerseys verde botella o rojo chillón, cuando la sobriedad del luto riguroso o el no menos riguroso gris, solía servir para uniformar a los porteros. Según afirmaba, el destello de sus jerseys confundía a los delanteros. Les hacía verle más grande, o lo que es igual, más pequeña la portería. Y en su intento de ajustar el disparo, o bien mandaban la pelota fuera o concluían estrellándola contra su cuerpo. Más adelante, convertido en entrenador, fue hombre de mil supersticiones. En Elche tuvo sus más y sus menos con la directiva, al programarse un partido para las 5 de la tarde, «cuando toda España sabía que Marcel ganaba los partidos a las 4,30». También junto al palmeral ilicitano cierto domingo lo puso todo patas arriba, buscando al tintorero en cuyo comercio entregara para una limpieza su «traje de ganar partidos». Hallaron al industrial, luego de preguntar casa por casa, recuperaron el traje y, créase o no, el Elche resolvió en su favor el encuentro. Ya en Granada, según declaró Joseíto, compañero de profesión y como consecuencia rival directo, se las arreglaba para tener en el bolsillo al temperamental Cándido Gómez y sus más belicosos directivos, así como a buena parte de los redactores de prensa y radio, desplegando entre sus respectivas señoras el amplio repertorio de galán con clase que siempre lo adornara. «Cherchez la famme», que decían los entendidos. A él, por lo visto, le costaba poco encontrarlas.
Respecto a Helenio Herrera, tan buen psicólogo como maestro del autobombo (hasta el punto de atribuirse el invento de la revolucionaria táctica WM), laureado donde los haya y lenguaraz de récord, habría que empezar por sus eslóganes y frases lapidarias. Con ellos llenaba vestuarios, despachos y hasta su propio domicilio, erigiéndose en avanzado de la hoy muy popular autoayuda: «Combatividad sí; brutalidad no». «Todos debemos tener un máximo objetivo en la vida: el tuyo es ganar». «Clase + inteligencia + preparación atlética = Título de campeón». «¿Luchar o jugar?. ¡Luchar y jugar!». «En el fútbol, el que no lo da todo no da nada». «Ten confianza en ti». «Cuando ceno, ceno; cuando duermo, duermo; cuando salto al campo, gano».
Helenio Herrera, buen estratega, hábil psicólogo, excelente propagandista de sí mismo y tan genial como aplicado vendedor de humo.
Alguna vez, sus asertos caían en la pura baladronada: «Ganaremos sin bajar del autobús», o «Con 10 se juega mejor que con 11». Por la enorme humareda de este último aserto, quizás, todos los entrenadores actuales alinearían a 12 ó 13 al mismo tiempo, si el árbitro consintiera. Su anecdotario daría para un libro voluminoso. Luis Suárez, rutilante estrella azulgrana, como buen gallego tampoco se quedaba atrás a la hora de ser supersticioso. En una ocasión derramó su copa durante la comida anterior al partido. Helenio le había oído comentar que el vino derramado era signo de mal fario. Así que se levantó sin perder un segundo, remojó sus dedos en el charco alcohólico y frotó con ellos cada zapato del futbolista. «Menuda suerte -le dijo-; esto sólo pasa cuando se está de racha: Hoy vas a hacer un partido redondo». Y Suárez estuvo soberbio. Otra vez, regresando de Bulgaria en un bimotor bastante achacoso, mientras sobrevolaban una tormenta terrible varios rayos alcanzaron el fuselaje, para espanto de cuantos allí viajaban. El aparato daba unos tumbos tremendos. Nadie se atrevía a hablar. Bastante tenían con cerrar los ojos, crispar los dedos sobre el brazo de las butacas o musitar alguna oración. De pronto, en medio del pánico general, sonó la voz de Helenio: «¡Mañana entrenamiento a las 11, que no se os olvide!». La carcajada fue unánime. Helenio no derrotó al miedo, aunque sí forzó cierta distensión. Hombre de ideas firmes, deportivamente adelantado a su tiempo, se le recuerda en Italia, aparte de por sus grandes éxitos con el Inter, como el primer entrenador que prohibiera a los jugadores, prensa y visitas, fumar dentro del vestuario.
Pero muy por encima del anecdotario y la palabrería de prestidigitador, Helenio supo contagiar a cada colectivo su mentalidad ganadora, terca y visceral. Justo cuanto hace grandes a las medianías y medianos a lo residual.
Otros jugaron con barajas distintas. El Sevilla o la Cultural Leonesa padecieron sus apuestas fulleras. El prestidigitador de la Giralda, sobre todo, debía haber nacido para proporcionar a la prensa curiosísimos chascarrillos.
Durante el verano de 1971, la directiva andaluza se mostró muy ambiciosa, llegando a pensar en Helenio Herrera como primer recambio para el austríaco Max Merkel. Después de no llegar a nada con el argentino, acabaron encargando el área técnica a Dan Georgiadis, quien pese a su ascendencia griega procedía del balompié azteca. Bien pronto se destapó como amante de la estrategia y el fútbol artístico, para gozo de los asiduos al Sánchez Pizjuán, que en pretemporada y los iniciales compases ligueros disfrutaron de fluidez, pinturería y descaro. Aquel «Don Dan», como fue bautizado por la afición, asombró a sus jugadores en seguida. Lo suyo no era la preparación física exhaustiva, sino la intelectualidad en estado puro. Hablaba siete idiomas, leía a todas horas, elaboraba test psicológicos, impartía charlas destinadas a incrementar la moral de sus huestes e incluso llegó a hacer referencias a la sofrología, algo que por esos años nadie sabía a ciencia cierta en qué consistía. El remate fue redactar sus informes técnicos en lengua quechua (la última aprendida por el sin par políglota) e instalar pupitres escolares en el estadio. Tras el látigo de Max Merkel, tanto culto al cerebro no sentó bien. La plantilla vio en aquel hombre a un loco curioso, a una especie de profesor chiflado, mitad Cantinflas sin vis cómica, mitad maestro de suspenso fácil. Los resultados, mediada la campaña, obraron en su contra.
Cuando la preparación física heredada de Merkel comenzó a esfumarse, ya fue tarde. No había chispa ni fuerza, y como cada vez que el cansancio domina, tampoco frescura para pensar. La directiva no perdonó. El ramillete humano parecía hecho para no pasar agobios, una vez añadidos los refuerzos del veterano Manolín Bueno, eterno suplente de Gento en el Real Madrid, el bullicioso Juan Antonio (At. Madrid), o los Ramoní II (Barcelona), Garzón (Sabadell), Isabelo (repescado del Celta) y San José, que velaba sus primeras armas junto a la línea de banda. Llegó la destitución a manos de Vick Buckingham, a quien la prensa calificaba machaconamente como «buen conocedor del fútbol español», por más que su experiencia quedase reducida a una temporada en Barcelona, con saldo mas bien raquítico. El Sevilla se fue a Segunda División, registrando 6 derrotas, una victoria y un empate, en sus 8 últimos y decisivos partidos. La ciencia más convencional de Buckingham tampoco sirvió de mucho, pero con el fracaso de Georgiadis cualquier veleidad intelectual quedó desterrada por un tiempo de nuestros banquillos.
Justo hasta que durante el campeonato 1974-75 la Cultural Leonesa se dejara seducir por otro personaje fantástico.
Los leoneses acababan de ascender a 2ª división, de la mano de Carmelo Cedrún. Después de un verano pródigo en festejos, el antiguo portero internacional afrontó con entusiasmo el reto de mantener la recién reconquistada categoría. Compleja labor, para qué negarlo, ante lo apretado de la tesorería, el apoyo más bien escaso de la afición y unos refuerzos que no permitían lanzar campanas al vuelo. Demasiado pronto, una sucesión de malos resultados comenzó a asolar el Antonio Amilibia. Y así las cosas, el 26 de enero de 1975, luego de una derrota frente al Sabadell por 4-1, se produjo el cese. Buscando revulsivos y tras ocupar el banquillo durante el siguiente partido Mario Luis Morán, segundo de la casa (se vencería 2-1 al Valladolid, por cierto), hizo irrupción el brasileño Harold Campos.
Aquel hombre se presentaba como parapsicólogo, aparte de entrenador, estudiaba la telepatía e hizo gala de unos métodos preparatorios harto discutibles. Su propio ayudante, Mario Luis Morán, disconforme, cansado y harto de cuanto a su parecer no eran sino majaderías, acabó dimitiendo. Y mientras tanto el rumbo deportivo no mejoró lo más mínimo. Cierto que durante una jornada llegaron a abandonar el farolillo rojo, pero aquella fue una situación irreal, un espejismo. Pronto volvieron a sumergirse en el pozo, perdiendo contacto con los equipos que luchaban por la salvación. Un severo revés ante el Burgos a primeros de abril (1-4), colocó al parapsicólogo en los andenes de la estación, cuando aún restaban 8 jornadas para consumarse el descenso. Su puesto fue ocupado por el antiguo jugador Félix Llamazares, encargado de dirigir al Júpiter desde su retirada.
Experimentos, los mínimos, debieron pensar en el seno blanquillo. Ya habían tenido suficiente con su ración de sorpresa. Y de ese modo, gracias la notable colaboración de Harold Campos, la Cultural se despidió, entre lágrimas, de lo que hasta el día de hoy constituye última comparecencia en la división de plata.
No han sido éstos los únicos ilusionistas de nuestro fútbol. Desde Sudamérica, especialmente, llegaron unos cuantos más. Avanzados a su tiempo, según algunos, trileros de pacotilla, al decir de otros, campechanos «bon vivant» o maestros del peloteo innoble y la genuflexión refinada. De todo hubo, porque amplia y fértil es la viña del Señor. Y el fútbol, que parece resistirlo casi todo, también supo recobrar la salud tras convalecer de sus excesos.