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RESUMEN:

Dejábamos a la expedición del Euzkadi a bordo del vapor “Orizaba”, rumbo a Cuba, donde ya entraron con mal pie. Aunque atracasen de madrugada, no pudieron desembarcar de inmediato al surgir problemas burocráticos. Nadie les había informado que debían depositar una fianza antes de cruzar la pasarela. El presidente de la Federación de Foot-Ball de

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El Euzkadi en América: de la “Perla Antillana” al fiasco argentino

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Dejábamos a la expedición del Euzkadi a bordo del vapor “Orizaba”, rumbo a Cuba, donde ya entraron con mal pie. Aunque atracasen de madrugada, no pudieron desembarcar de inmediato al surgir problemas burocráticos. Nadie les había informado que debían depositar una fianza antes de cruzar la pasarela. El presidente de la Federación de Foot-Ball de la República Cubana, Sr. Fernández Parajón, gestionó una eximente de pago para los componentes del Euzkadi, pero alguien omitió advertir sobre ese acuerdo a los funcionarios de guardia. Y como esos agentes no se atrevieran a interrumpir el sueño a sus superiores, tuvo que ser el subjefe de la policía secreta cubana, además de directivo en el Club Fortuna, quien acudiese al rescate. Aun así,eran las 8 de la mañana cuando por fin pisaron el suelo de la antigua colonia. Melchor Alegría continuaba en México, acompañando a los lesionados Emilín, Cilaurren y Gregorio Blasco. Y Baltasar Junco, un multimillonario muy aficionado al fútbol, prócer del Club España y nacido en la piel de toro, aunque residiera en México, se había sumado al grupo como “empresario” contratante del equipo.

Junco hizo negocios representando a clubes de postín en sus aventuras recaudatorias por la capital mexicana, y su posterior papel en el devenir del Euzkadi, cundo más desesperada era la situación de sus componentes, resultó por demás determinante. Movió hilos para garantizarles unos cuantos “bolos”, trató en vano de solventar la situación bonaerense, y en gran medida fue fruto suyo, no del gobierno vasco exiliado, ni del republicano en su bunker de Valencia, que aquel puñado de jugadores eludiese la indigencia. Aunque anticipar hechos pueda antojarse feo, tras la disolución del Euzkadi representó a varios de sus futbolistas en las negociaciones con otras entidades mexicanas o argentinas. E incluso su defunción, acaecida en febrero de 1950, mientras llevaba de la mano al Vélez Sarsfield en gira por México, estuvo ligada al fútbol. Sin él nada fue igual para el Club España, donde ejercía como mecenas, animador y hombre orquesta, hasta el punto de que la entidad iba a sobrevivirle poco.

Esa misma tarde los jugadores útiles estuvieron ejercitándose en el estadio de Cerveza Polar, puesto que amén de los tres que ni viajaron, tampoco pudieron calzarse las botas los medio lesionados Luis Regueiro, Chirri II y Muguerza. El alojamiento tuvo lugar en el Hotel Lincoln, de Galiano y Virtudes: todo un piso al completo para la plantilla, directivos, y el propio Baltasar Junco durante los escasos días que permaneciese en La Habana, puesto que paralelamente venían desarrollándose una suma de confusos acontecimientos en Argentina.

Hallándose aun todos en México, algunos medios de ese país reprodujeron una nota de Asociated Press fechada en Buenos Aires el 6 de enero. Decía así: “En vista de la negativa del Consejo Directivo de la Asociación de Fútbol Profesional para aceptar las modificaciones hechas por la Selección Vasca, residente en Méjico, a las condiciones de un contrato presentado por dicho Consejo para jugar una serie en esta ciudad, los clubes Boca Juniors y River Plate han manifestado interés por hacer las gestiones necesarias con el fin de que la Selección Vasca realice en esta ciudad la serie que la Asociación de Fútbol no quiso financiar”.

Avenida de la Independencia en Veracruz. Así la vieron los jugadores del Euzkadi cuando tomaran de nuevo el vapor “Orizaba” con rumbo a La Habana.

Lío al canto. ¿Qué podía haber exigido el Euzkadi, para que la Asociación de Fútbol Profesional se allanase? ¿Y por qué dos clubes agremiados trataban de volar solos? La posible respuesta se atrevía a apuntarla el diario “Excelsior”, infiriendo que después del mal resultado económico de ambas entidades en el último campeonato, necesitaban equilibrar balances como fuere, y un medio factible sería disputar partidos contra los Lángara, Luis Regueiro, Zubieta, Cilaurren, Serafín Aedo y compañía. Puesto a lucubrar, el firmante de ese artículo, Manuel Seyde, recordaba la visita bonaerense de otro equipo español, donde figuraba Elícegui como delantero centro, cuya velocidad y pundonor llamó muchísimo la atención. “Ese es el tipo de delantero que necesitamos aquí”, habrían comentado según Seyde los directivos de varios conjuntos, dando lugar a la correspondiente puja. Y añadía que sin ser Elícegui ni el cincuenta por ciento de Lángara como rematador, y que si aquel no echó raíces en Buenos Aires ganando lo que quisiera, fue porque prefirió continuar en España, se le antojaba natural que en breve tuviese lugar otra puja por el demoledor ariete del Euzkadi. Como remate, dedicaba un corolario de piropos al guipuzcoano del Oviedo: “Si a un Bernabé Ferreyra se le llamó “La Fiera”, “El Mortero”, etc., quiere decir eso que a Lángara tendrían que ponerle dos o tres nombres más estrepitosos aún. El Hijo de Dios, por ejemplo. O el Ahijado de María Santísima”.

Aparte de como periodista, Seyde hubiera podido ganarse muy bien la vida como augur, puesto que daba en el centro de la diana. El futuro de Isidro Lángara iba a pasar, en efecto, por la Liga argentina. Se anticipaba admirablemente al devenir.

Lo que aún no conocían el buen periodista Manuel Seyde, ni los lectores de su periódico, era lo concerniente a la pinza con que desde la FIFA, a instancias de la Federación Española presidida por el militar franquista Troncoso, se estaba apretando al órgano rector del Fútbol Argentino, y por ende al Euzkadi. Al equipo vasco se le había otorgado un plazo límite para regresar a España, o atenerse a las consecuencias. Y superado el mismo, con el añadido de que la autogestión ordenada desde San Sebastián nunca tuviera efecto, la secretaría de Troncoso pidió al Comité Disciplinario del órgano supranacional tomase cartas en el asunto. Hubo un sondeo testimonial para evaluar la disposición española a estirar un poco el antiguo plazo, pero Troncoso y los suyos se mantuvieron firmes. Ya habían contemporizado bastante. Una cosa era velar humanitariamente por la suerte de deportistas engañados, y otra consentir que esos mismos deportistas y sus dirigentes les tomasen el pelo. La FIFA, entonces, ordenó a los jerarcas del fútbol argentino -en realidad bonaerense y poco más-, no competir contra el Euzkadi, ni en modo selección ni con cualquiera de sus equipos agremiados, so pena de pechar con una expulsión inmediata. De ahí que la Asociación de Fútbol Profesional denegara la solicitud del equipo vasco en su proyecto de gira, no por su desmesurada exigencia económica, como la nota de agencia diese a entender, sino por expresa prohibición de la FIFA. Todo eso mientras a la “directiva” del Euzkadi se le estaba azuzando también desde París, en demanda de dinero, dinero y más dinero.

Gracias al escrito que el propio Lehendakari José Antonio Aguirre firmase en París el 11 de enero de 1938, dos días antes de que su equipo pisara el muelle de La Habana, sabemos con cuanta urgencia se esperaban los resultados económicos del proyecto. Esa carta iba dirigida a Pacho Belausteguigoitia, su amigo desnortado y representante del PNV, más que del propio gobierno vasco en la capital mexicana. Y era dura; muy dura. Pero además proporcionaba otras claves harto interesantes. El meollo de la misma arrojaba cuanto sigue:

“Por diversos conductos he sido enterado de ciertas discrepancias de criterio que concurren en la expedición futbolística. Esto no puede ocurrir. Las normas que por escrito di a los delegados de la expedición cuando ésta partió para América y antes también para distintos países de Europa, fueron claras, rotundas y terminantes. Su finalidad es la propaganda y también la consecución de medios económicos para sufragar con ellos los gastos que ocasionan los mutilados de la guerra de Euzkadi, y que conservamos en Francia. Este último aspecto les fue comunicado recientemente en carta que les fue leída a todos los jugadores, y que mereció su entusiasta aprobación. No podía ser menos. Ahora marcha el equipo a La Habana y después a otros países sudamericanos. Conviene muy mucho que en los contratos haya exigencia, de tal manera que la recaudación a nuestro favor sea la máxima posible porque nuestras necesidades son grandes. Se trata de dejar bien alto el pabellón vasco, con sus colores naturalmente, y de recaudar para los hermanos en desgracia que tanto están sufriendo. De ahí que siendo grande la distancia que nos separa de la expedición, tú, como delegado general habrás de estar en íntimo contacto con el equipo. Te darán cuenta de las proposiciones de contrato que tengan, examinando cuidadosamente las personas que en ellos intervienen. Me pide Irezábal, en telegrama enviado días atrás, nombres de personas serias con quienes entenderse en Argentina”.

El contundente informe que los tres responsables del equipo enviaran a París, donde Belausteguigoitia ni muchísimo menos salía de rositas, tuvo consecuencias. “Ni una más”, cabía leer ahora entre líneas. Pero, sobre todo, “estrujad, estrujad, estrujad económicamente hasta el límite antes de firmar ningún nuevo contrato”. Por desgracia no hay ni rastro -que se sepa, al menos- del comunicado que les fuera leído a los jugadores, si bien nada tiene de aventurado suponer que se limitaría a lo de siempre: unidad por encima de todo, compromiso con la causa vasca, ejemplificar las virtudes del territorio al que representaban y poner todo de su parte sobre el césped en cada confrontación, para que de ese modo Irezábal, Alegría y Vallana estuviesen en condiciones de exigir más pesos por cada “bolo”. Esto, lo de pedir mucho dinero, es lo que sin duda hicieron en vísperas de llegar a Cuba. Y el tiro pudo haberles salido por la culata.

Así se desprende del artículo que para el habanero “El Diario de la Marina” escribiese un incondicional del equipo vasco, como Pedro Fernández Alonso, emboscado bajo su seudónimo de “Peter”, a manera de cierre o balance de la gira: “La Selección Vasca quería venir a jugar en La Habana con una garantía. Lo representantes del fútbol cubano creyeron que esa cantidad no se les podía dar y no quisieron hacer el negocio. Entonces los representantes del equipo español pidieron hacer de empresarios y financiaron el negocio. Si ganaron poco o si ganaron mucho, es cosa que no debiera salir ahora, porque el negocio no era muy bueno cuando los de aquí no quisieron hacerlo. Luego si era arriesgado y ganaron dinero, bien merecido se lo tienen. Lo demás es querer mortificar por gusto”.

Cilaurren. El excelente medio del Athletic Club tuvo que permanecer en México por hallarse lesionado, cuando sus compañeros del Euzkadi partiesen hacia la capital cubana. Su baja la acusó mucho el equipo.

Ese mismo artículo patentizaba el descontento que el Euzkadi dejara entre los aficionados, por cuanto presumiblemente habrían ganado los responsables del equipo o su agente, a tenor del alto costo de las entradas. Un agente o empresario en La Habana que apuntaba de nuevo hacia el millonario Baltasar Junco. Si a eso añadimos el triste papel deportivo de la formación visitante, tendremos una panorámica completa sobre el porqué de las críticas. Algo similar a cuanto también sucediera en México, pese a que allí los futbolistas rayasen a mucha más altura.

Los mexicanos Javier Sanchiz y Amaya Garritz, autores del libro que auspiciase el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, impreso en 2008 (“El equipo de fútbol del Euzkadi”), afirmaban: “Ni qué decir tiene que los partidos jugados por los vascos entraron de lleno en un negocio-espectáculo, y que los periódicos recogieran el malestar por alto costo de la entrada y el pingüe negocio de los empresarios (…) El 26 de diciembre, 30, 2 de enero, 9 y 13, los vascos jugaron sus últimos partidos en México, repitiendo en cada uno de ellos el anuncio de despedida, hecho que llevaría a la crítica en prensa por realizarse con el fin de ganar dinero, ordeñando la vaca con tres o cuatro despedidas”.

Por tanto, que seguían a pies juntillas lo encomendado desde París en lo tocante al vil metal, era un hecho. Otra cuestión, si del mismo modo se atendía a la recomendación de evitar discrepancias entre los miembros de la plantilla. Ahí claramente se pinchaba en hueso, puesto que el rechazo a cuanto hacía o representaba Pedro Vallana aumentaba. Ya se hizo antipático durante los días a caballo entre la capital francesa y Barbizon. Sus decisiones técnicas posteriores tampoco fueron bien tomadas por parte del elenco, alcanzando su cénit cuando jugase ante el cambiando Asturias-España. Vallana y el periodista Melchor Alegría habían constituido un dúo, en detrimento del papel otorgado siquiera nominalmente a Irezábal. Por su parte los futbolistas estimaban a Alegría, y éste, no queriendo herir a Pedro Vallana, su aliado en el intento de vaciar las funciones de Irezábal, procuraba mantener una difícil equidistancia. Sólo en un punto coincidían todos: en el desagrado con que contemplaban a Pacho Belausteguigoitia, metomentodo, terco, cargante, engreído y de poco fiar, epítetos reservados por los futbolistas ante la simple invocación de su apellido, bastantes años después.

Eran pocos, pero cada vez más desunidos, pues aunque nadie entre los jugadores cuestionara el liderazgo de Luis Regueiro, también entre ellos fueron formándose grupitos. Por un lado los sumisos y quienes con más fervor abrazaban la causa vasca. Por otro quienes empezaban a arrepentirse de la decisión tomada en Barbizon, a medida que observaban cómo caía más peso sobre sus espaldas. Lejos de cuanto soñaran surcando el Atlántico, no eran ni remotamente libres para decidir su futuro. Apenas veían dinero. Y había que ganar, ganar, ganar dólares y pesos, a saber si para los inválidos de guerra o los políticos exiliados en París. Sumergidos en esa y otras muchas dudas, medio equipo llegó a la conclusión de que debían utilizar al Euzkadi como escaparate personal, ante lo que pudiese venir.

Los cuatro partidos que el Euzkadi disputara en la Habana se resolvieron de este modo:

16-I-1938. Juventud Asturiana 4 – Euzkadi 4 (goles de Iraragorri, de penalti, Larrinaga, Pablito Barcos y Lángara).

23-I-1938. Centro Gallego 3 – Euzkadi 0.

La velocidad cubana desarboló a los futbolistas vascos durante muchos minutos. Con todo, el ataque del Euzkadi puso repetidamente en aprietos a la zaga adversaria. Benito, el portero cubano, fue el mejor de los 22.

El 25 de enero, dos días después de esta derrota, toda la expedición sería invitada por directivos y socios del Centro Vasco habanero a un almuerzo en el restaurante Río Cristal, “una fiesta íntima, casi familiar, pero a la que se invitó a este pobre cura, que como antes decimos puede considerarse un vasco más”, escribió al día siguiente “Peter” en su columna del “Diario de la Marina”. Gracias a esa oportuna invitación, hasta es posible transmitir el menú: Frijoles, arroz blanco, pisto, ensalada y un sabroso chilindrón. Todo muy criollo. También “Peter” aludía a las jotas que cantase Aedo y los desafortunados intentos de Luis Regueiro al arrancarse por rancheras, secundándolo un Lángara lleno de buena voluntad. “Por unas cuantas horas nos sentimos transportados a la tierra de Iparralde, del autor del Guernikako Arbola. Se quería que no olvidaran que estaban en tierra hermana”, concluía el narrador.

28-I-1938. Selección de Cuba 0 – Euzkadi 2 (Lángara y Urquiola como goleadores).

El público abroncó a los cubanos y la prensa no ahorró críticas a su juego deslavazado, lleno de nerviosismo. Destacaban a Chorens como el mejor en su selección. Casualmente un español ya talludito, con paso por el Coruña, equipo desde el que tantos gallegos se dejaran caer por La Habana ganando cuanto no podía pagárseles en casa, amén, claro está, de gozar cada tarde con el cadencioso cimbreo de las mulatas por El Malecón, un Vedado a estrenar y el cachazudo ritmo del son. La fama en que llegaban envueltos los futbolistas del Euzkadi e incluso su entrenador, era de tal calibre que Vallana arbitró esa misma tarde un partido entre el Iberia y el Hispano. Pitar no le venía de nuevas, pues llevaba tiempo haciéndolo regularmente y con acierto. Sobre lo que carecía de práctica era en todo lo tocante al oficio de entrenar.

30-I-1938, 48 horas después de derrotar a Cuba. Juventud Asturiana 3 – Euzkadi 2 (Lángara y Pedro Regueiro goleadores en el once vasco. Pablito Barcos también marcó, aunque en propia puerta, el tanto que en el minuto 12 representaba la igualada a uno).

Fue un partido eléctrico, correoso, disputado por los componentes del Euzkadi a un tren que no mostraron en las tres ocasiones precedentes. El primer gol, obra de Lángara desde larga distancia, fue muy aplaudido por el público. Luego irían sucediéndose una serie de lamentables incidentes. Al encajar el segundo gol, Egusquiza comenzó a correr hacia el árbitro, Sr. Borrazás, gritándole fuera de sí que había sido “offside”, y al llegar ante él lo agarró del cuello, zarandeándolo repetidamente. No hubo expulsión. El trencilla tan sólo amonestó verbalmente al capitán Luis Regueiro, quien sabe si por haber anulado antes un gol a Pablito en discutible fuera de juego. El caso es que a partir de ese momento cada vez que tocaba la pelota el portero vasco recibía una bronca fenomenal del público. Quien sí salió hacia el vestuario antes de tiempo fue Lángara, expulsado cuando tras anulársele un gol por fuera de juego insultó al del silbato. Faltaban 22 minutos para el pitido final y con un hombre menos Pedro Regueiro acortó distancia con su tanto.

Isidro Lángara, aquí magníficamente caricaturizado, nunca fue un jugador sucio ni agresivo, pero ante el Club Juventud Asturiana fue merecidamente expulsado por insultar al árbitro. Antes aquel “trencilla” debió haber hecho lo mismo con el portero del Euzkadi. Tan sólo salvó al guardameta la precariedad de los vascos, que contaban con un único cancerbero. Algo que el colegiado cubano conocía de sobra, y en beneficio del espectáculo prefirió actuar en consecuencia.

Esa derrota ponía fin a la escapadita cubana. Una victoria del Euzkadi hubiese representado otro partido contra los “asturianos”, de desempate, para dirimir el campeón de la serie, como allí decían. Y al parecer, si nos atenemos a lo recogido en la prensa insular, los vascos necesitaban vencer y proclamarse triunfadores finales, para obtener más rédito en la gira que Baltasar Junco estaba preparándoles por Argentina. Pudieron haber salido victoriosos, aprovechando alguna de sus múltiples oportunidades. Pero como concluía la crónica del “Diario de la Marina”, “Los jugadores que cuida Pedro Vallana, dicho en honor de la verdad, han tenido poca suerte. Todo les ha salido mal”.

Otros medios cubanos publicaban que el millonario Junco disponía de cinco partidos apalabrados en Buenos Aires, contra Boca Juniors, River Plate, San Lorenzo de Almagro, Independiente de Avellaneda y Racing; dos en Chile, sin explicitar adversarios, y tres en Brasil. Daban cuenta igualmente que tan pronto el Euzkadi arribase a México, partiría hacia el cono Sur con los tres que allí quedaran lesionados. Ni una palabra, en cambio, sobre nuevos problemas a la salida de La Habana; líos solventados con la intervención del presidente del Centro Vasco, señor Azqueta. Y menos aún acerca del envenenamiento convivencial, pese que el informe dirigido al Lehendakari Aguirre por uno de sus numerosos “delegados”, en este caso el apellidado Garay, incidiera de nuevo sobre lo ya sabido:

“Cambio de impresiones con todos ellos, y en especial con el señor Irezábal y Areso, buenos patriotas, y estoy al corriente de la marcha de todos ellos. Creo yo que teniendo en cuenta las miras elevadas que a todos deben asistir en esta excursión, deben dejar las diferencias políticas a un lado. Y toda mi actuación ha sido esa, y les he recomendado que se recuerden siempre de Euzkadi, para de esta forma transigir y pasar por muchas cosas en bien de una convivencia general. El señor Irezábal es un hombre muy activo, y a mi manera de ver lleva muy bien al equipo y por otra parte los chicos le quieren mucho”.

¿Habían llegado hasta José Antonio Aguirre, quizás, dudas sobre la capacidad o el compromiso de Irezábal, cuando tanta atención le concedía su informante? Y en tal caso, ¿quién maniobraba en su contra por la espalda? Una cosa es palmaria: el mejor librado en ese “espionaje” era el guipuzcoano Pedro Areso, campeón de Liga con el Betis en 1935 y barcelonista la temporada 1935-36. Aquel pliego lo coronaba, al insistir:

“Muchos de ellos, excelentes patriotas, hacen mucha labor a su paso por estas tierras, en especial el buen Areso, que es incansable y siempre tiene puesto el pensamiento en la patria. Conviene estar en contacto con él desde esa para cualquier cosa que pueda interesarles, particularmente sobre alguna información”.

¿Estaba señalándolo como chivato del grupo, tal vez? En cualquier caso, su decidida significación acabaría haciéndole mucho daño. La Falange Exterior también tenía sus informantes; su cúpula estaba al corriente de cuanto aquellos futbolistas dijeran, qué compañías frecuentaban e incluso cuanto contaran acerca de los demás, apenas los sonsacasen entre alabanzas, lisonjas y muestras de afecto. No sólo se espiaba en los frentes o entre los mandamases de retaguardia. También se hacía en la América hispana, por la sencilla razón de que el enemigo pudiera hallarse en cualquier parte.

Casi todas las aproximaciones al Euzkadi en su recorrido americano, lo hacen saltar desde Cuba a Buenos Aires, olvidando su brevísima parada en Chile. Fue aquel un periplo desastroso, malísimamente organizado y carente de cualquier fruto, pues alguien debió confundir las fechas, bien al extender contratos o durante el cruce de telegramas. Resultado, un penosísimo desplazamiento en balde, toda vez que los dos encuentros previstos quedaran pospuestos. La narración de Zubieta sobre la travesía andina, rumbo a Mendoza, es para erizar el cabello. A bordo de unos vehículos achacosos con capacidad para entre ocho y diez personas, tenían que bajarse a empujar poco menos que en cada repecho, mientras las ruedas chirriaban estrepitosamente si los conductores pisaban el freno. Y a todo esto, entre barrancos tremendos, laderas de vértigo y un viento gélido. De Mendoza “donde llegamos fatigadísimos” a Buenos Aires “¡oh, felicidad!, el viaje se hizo en tren”, pudieron reponerse del miedo experimentado “sobre los coches medievales de los Andes”. (en cursiva expresiones literales del jugador)

Tras alojarse en Adrogué, localidad cercana a la capital, se instalaron en el hotel “Las Delicias”, ejercitándose con un equipito de segunda como esparrin. “Esperábamos impacientes el debut -en palabras del propio Zubieta-, pero los días fueron pasando y llegamos a consumir dos meses sin poder jugar en las canchas argentinas. Circunstancias especiales imposibilitaban nuestra presentación. Y lo peor no era eso, sino que los fondos se agotaron. ¿Cómo reponerlos?”

Acababan de iniciar un calvario más prolongado de cuanto el gran medio defensivo, uno de los mejores del orbe por esas fechas, creía recordar. Porque casi fueron tres meses los transcurridos en dique seco.

  Ha de reconocérsele sin embargo a Baltasar Junco una pericia extraordinaria en el manejo de la publicidad. Bajo el llamativo título de “Vienen los vascos”, el rotativo “La Cancha” dedicó una página completa el 9 de marzo a cuanto pintara como acontecimiento deportivo del máximo nivel. Presentaba uno por uno a cada jugador, siempre entre los entusiastas: “Cracks conocidos no faltan en el combinado vasco. Tienen figuras sobresalientes de las canchas de la madre patria y todo ello tenderá a realzar más y más la ya formidable expectativa que hay en torno al debut de los mencionados jugadores”.

Entre tanta cohetería, también algunos datos anticuados o erróneos. Se citaba a Areso y Aedo como jugadores del Sevilla, o a Urquiza, inexistente, con militancia en el Arenas de Guecho. También se erraba con respecto a la fecha de su llegada, afirmando se produciría el 16. En el número de “La Nación” correspondiente al 20 del mismo mes, corregían dando cuenta del arribo de la Selección Vasca esa misma noche, en el tren expreso “Pacífico”. Y apuntaban por primera vez un dato interesantísimo: “Estos jugadores han sido suspendidos recientemente por la FIFA, pero según informaciones de su representante, señor Junco, confirmadas por algunos dirigentes de ésta, se espera poder hacer levantar la suspensión para que puedan realizar algunos matches frente a conjuntos locales”.

Desde hacía una semana, la prensa de Buenos Aires se enredaba en cábalas sobre si finalmente la selección argentina llegaría o no a competir en la III edición de la Copa del Mundo, a celebrar en Francia. Eduardo Sánchez Terrero, administrador económico federativo, instaba a una reunión del Consejo Directivo para debatir al respecto. La caja fuerte estaba vacía, y un modo seguro de solventar esa situación consistiría en organizar dos o tres partidos entre la selección albiceleste y los vascos del Euzkadi. Pero tal posibilidad se esfumó en seguida. Durante la visita de Ricardo Irezábal a la Federación Argentina con el propósito de fijar fechas, el secretario general, Oscar J. Camillón, lo duchó con agua fría informándole que ante la negativa de la FIFA era imposible disputar esos encuentros. Habían recibido no sólo una taxativa orden por cable, sino ratificación epistolar, conminándolos a no competir contra ellos. Aun no pretendiéndolo, la FIFA castigaba indirectamente al fútbol argentino, pues sin el dinero que esperaban obtener de esos amistosos, en Francia nadie podría ver a la albiceleste.

Huelga indicar que la junta extraordinaria impulsada por el tesorero federativo Sánchez Terrero, concluyó con fumata negra. Antes de iniciarse el debate pudo escucharse en un tono irónico: “Vamos a enterrar el cadáver”, según recogiera “La Nación”. Y es que no había otra. Hacían falta 120.000 pesos para el viaje transoceánico de los seleccionados, alojamiento y dietas. Una cifra inalcanzable. En suma, quedaba sin efecto la resolución del 26 de octubre de 1937, con la que la AFA se comprometiera a comparecer con su selección en el país galo. El acuerdo se adoptó con 25 votos partidarios de no viajar y 6 contrarios.

“El Gráfico” bonaerense, uno de los mejores medios deportivos del mundo en ese momento, dedicó cuatro de sus páginas a la fallida gira del Euzkadi. En la imagen una de aquellas planchas, destacando como estrellas del conjunto a Isidro Lángara y José Muguerza.

Pese a todo, los grandes clubes bonaerenses continuaban empeñados en competir contra el Euzkadi, según recogiese “Crítica” el 23 de marzo. Lo único que le faltaba a la AFA era que aparte de no contar con representación mundialista, estallase un cisma entre sus afiliados. Claramente, el Euzkadi se había convertido para la Federación Argentina en un dolor de cabeza. Máxime, cuando los directivos del equipo y sus jugadores desarrollaban ante los medios un discurso simple y bien coordinado, de fácil digestión: No hemos venido aquí para hacer política, y sin embargo somos víctimas de cuanto los políticos vienen decidiendo en nuestra contra. Irezábal, entrevistado por “La Razón”, de Buenos Aires, dirigía al periodista hacia el sendero en que más cómodo se encontraba: “Destaquemos que la delegación ha venido a nuestra capital con el único propósito de disputar algunos matches amistosos contra equipos que serían designados en su oportunidad, y que hacen abstracción de cualquier otra cuestión”. Tres días después, desde ese mismo medio se recogió esta especie de alegato con claro tinte editorial:

“No somos más que deportistas. He aquí el grito de los vascos que acaban de llegar a Buenos Aires, la gran capital de la América Latina, según sus propias palabras, y se encuentran con que se les niega en el país de la libertad, lo que no se les ha negado en ninguna parte del mundo.

¡Somos jugadores de fútbol! ¡Y nuestro mayor deseo es olvidarnos de cualquier otra cuestión! Sin embargo, todos se empeñan en recordarnos el dolor de nuestra tierra, regada con sangre. Éramos jugadores de fútbol antes de la guerra y lo seguimos siendo ahora. ¿Qué otro requisito se nos puede pedir exigir para practicar libremente nuestro deporte? Nuestras convicciones las guardamos muy hondo. Nuestras ideas nos pertenecen y por lo mismo no osamos manifestarlas a los demás. ¿Por qué se nos persigue en estos países de libertad?”.

Hábil ejercicio de victimismo y flaco favor a la verdad, cuando aquellos futbolistas conocían de sobra por qué y bajo qué directrices se constituyó el equipo. Más aún, se les habían leído consignas, dirigido arengas y apelaciones a cuanto de ellos esperaba un pueblo en guerra. ¿No equivalía todo eso a convertirse en instrumentos o apéndices de la política peor entendida? Aunque en algo llevaban razón. Nadie se molestó en explicarles punto por punto las causas del fallo que suscribiese la FIFA. Cuantos rememorasen años después ese tiempo de incertidumbre y apreturas, lo dejaron clarísimo. Ni Melchor Alegría, Vallana o Irezábal, les contaron nunca la verdad, sin duda temerosos de su muy probable deserción. Al salir de Le Havre creyeron que la gira americana gozaba de todos los permisos. Y por supuesto, no recordaban empatía en ninguna de las filípicas fechadas desde París, donde eran vistos como soldados de un ejército sin fusiles, cuyas armas serían la pelota, el proselitismo y, en suma, la conmiseración que pudiesen despertar entre los demás.

Que el discurso populista calaba, era un hecho. Basta con repasar determinadas reacciones de la prensa. Desde “Crítica”, también en marzo de 1938, se propuso dejar a un lado leyes y reglamentos, haciendo de cada capa un sayo: “¿Desde cuándo reglamentistas?”, rezaba el titular, antes de preguntarse a qué venía invocar los reglamentos de la FIFA, cuando tantas veces se había burlado de ellos la AFA. ¿Por qué se desligaba la Federación Argentina de unos compromisos suscritos entre varios clubes bonaerenses y el conjunto vasco? Tildaba de resolución arbitraria la emanada desde el organismo internacional, como si el cometido fundamental del mismo no fuera precisamente ese, arbitrar en situaciones conflictivas. Y concluía: “Es lamentable que se invoquen los reglamentos cuando se trata de una cuestión que tiende a favorecer a todos: clubs, jugadores y público, sobre todo público, que es quien contribuye a mantener los espectáculos, y más que nada público español, que está en gran proporción entre nuestra hinchada”. Abogaba, en suma, hacia la “autorización, por lo menos a los clubes, a concertar partidos directamente en forma de no lesionar los intereses visitantes y satisfacer la aspiración de la gran hinchada”.

Al parecer no resultaba difícil en Argentina dedicarse el periodismo deportivo, sin conocer ni de oídas cuanto implicaba estar adscrito a la FIFA. Porque ese público a quien tanto decían defender, como los clubes con balances tintados en rojo, serían víctimas fundamentales ente una hipotética inobservancia de la reglamentación. Para colmo, directivos de los clubes Huracán e Independiente de Avellanaban tildaban de mentirosos a portavoces de la AFA, por hablar de aceptación unánime al ordenamiento de la FIFA, cuando su voto fue contrario.

Seguramente debió ser más amplio el eco de las cuatro páginas que dedicase “El Gráfico” al equipo Euzkadi, a tenor de su gran tirada. En las mismas Irezábal y Vallana seguían con su discurso eterno: “Es temprano aún, pero ya deben desplazarse a la capital para dar comienzo a su actividad en procura de que la Asociación acuerde el ansiado permiso. En pocas y sensatas palabras nos describe el señor Irezábal el estado de las gestiones, sin ocultar su decepción por la influencia de factores ajenos al deporte”.

En ese mismo reportaje, algún pasaje de la entrevista con intervención de Luis Regueiro, Larrínaga, Areso y Lángara, revestía claros matices kafkianos:

“-¿Dónde han encontrado mejor fútbol?

-En Checoslovaquia.

-¿Y la mayor sorpresa?

-En Rusia -nos dice Areso-. ¡Hombre, y que bien se juega!

-¡Y qué estadio el de Moscú…! -agrega Lángara”.

Como ya se analizó en nuestro primer capítulo, el fútbol soviético, aislado al no medirse a ningún equipo ni selección nacional europea, por haberse apartado de la FIFA, tenía un atraso mínimo de veinte años con respecto al español de la época.

Por otra parte, una cosa era cuanto saliese de las linotipias, y otra distinta lo que para esas alturas se cocinaba en los clubes bonaerense. Fue el Boca Juniors quien diera el paso al frente con un comunicado de 6 puntos, haciendo constar que el compromiso suscrito en su día con el Euzkadi se supeditó a que las gestiones tendentes a conseguir autorización federativa diesen fruto. Que a dicha fórmula se acogieron otros cuatro clubes “grandes”, y que si el equipo vasco optó por desplazarse hasta Buenos Aires pese a no haber logrado la imprescindible autorización, ni al Boca ni a las otras cuatro entidades cabía pedir ninguna cuenta. “Y por los considerandos expresados, esta directiva resuelve: Ratificar el voto dado por nuestro representante ante la Asociación del Fútbol Argentino, D. Antonio J. Llach, de negar autorización para jugar al seleccionado vasco hasta tanto se obtenga la autorización de la FIFA, en cuyo caso el Club Atlético Boca Juniors ofrecerá su primer equipo, sin pretensión alguna, (tanto) para medirse a beneficio del Euzkadi, como facilitando sus jugadores a los seleccionados que se enfrenten al mismo”.

La expedición vasca, española, o de la madre patria, términos con que indistintamente se referían los medios capitalinos al elenco verde, quedaba al pairo. Y para mal de males, luego de los primeros días de exaltación popular, desde una cabecera tan influyente como “El Gráfico” se censuraban ciertos modos y maneras: “Ahora es justo consignar que los “entusiastas” defensores que les salieran a los futbolistas vascos, esgrimieron a último momento para forzar a nuestra Liga la contratación de los matches, un arma repudiable. Se agitó a la numerosa y simpática colectividad española, llegándose hasta amenazar con que los asociados de esa nacionalidad se borrarían de los clubes que votaron en contra de los partidos. Sabemos muy bien que ningún aficionado -cualquiera que sea su nacionalidad- al corriente de las cuestiones futbolísticas, podía suponer mala voluntad en nuestros dirigentes para jugar contra los futbolistas de la madre patria, pero es conveniente destacar el procedimiento”.

El club San Lorenzo de Almagro fue el primero en movilizarse para paliar la difícil situación económica del Euzkadi. Los de Boedo, conocidos popularmente como “Los Cuervos”, al ser fundado en 1908 por un sacerdote, cuando los clérigos debido a su sotana solían recibir tan socarrón apelativo, disputaron algún partido amistoso dedicando íntegramente la recaudación al conjunto vasco.

Aunque en efecto se hiciera un amplio alarde demagógico, no es menos verdad que las muestras de solidaridad recibidas por Irezábal, Vallana y los suyos, fueron tan amplias como generosas. El club San Lorenzo de Almagro, “en vista de la situación que se le ha creado a los dirigentes del equipo vasco”, resolvió disputar con otro club local un partido en beneficio de los damnificados. El 10 de abril, antes de que echase a rodar la pelota en el partido de Liga que enfrentaba a Huracán y Racing, toda la plantilla vasca saludó desde el terreno de juego al público congregado, entre aplausos y hurras. Acto seguido presenciaron el choque, invitados por la directiva local. El día 13 “La Razón” daba cuenta del acuerdo adoptado por la AFA, consistente en autorizar la disputa de un partido benéfico en favor de “los players vascos que son nuestros huéspedes”. Esos clubes no mencionados en dicha nota eran Independiente y Huracán, en tanto el San Lorenzo ponía a su disposición y sin cargo alguno el escenario. Argentina se volcaba en auxilio del Euzkadi, rescatándolo de la lipidia. Días después, cuando la FIFA tuvo conocimiento de aquellos saludos desde el césped, temiendo quizás que las salutaciones concluyesen con algún futbolista vasco “reforzando” cualquier equipo en un amistoso, ordenó cesaran de inmediato. Una cosa era que la muchachada contemplase el espectáculo desde el palco, y otra consentir recepciones casi romanas para con sus héroes.

El 20 de abril, finalmente, alguien se dignó explicar a la opinión pública argentina tan enrevesados dimes y diretes. Lo hizo “El Gráfico”, con tanta claridad como ajustándose a los hechos, añadiendo, incluso, reflexiones acertadísimas: “Si la medida era en realidad injusta, debieron los interesados, por intermedio de la Federación a que se encuentran ligados, establecer el reclamo. No lo hicieron, pretendiendo, por el contrario, que fuéramos nosotros quienes enfrentáramos una cuestión que compete directamente a una representación, sobre la que no tenemos ingerencia (sic). Había, además, una sugerencia de nuestras autoridades para evitar jugar esos encuentros, teniendo en cuenta el carácter que se le había dado sobre su posición política. ¿Puede la Asociación nuestra entrar a discutir con los poderes oficiales, si existe o no razón en sus pretensiones? Personalmente podemos tener una posición definida en el campo ideológico, pero, honestamente, estamos inhabilitados para embarcar al deporte en esas aventuras, de las que debe quedar ajeno”.

Aunque hasta ese momento nadie lo hubiese reconocido en letra impresa, la alta política bilateral también había entrado en juego. Esa fábula de que el Euzkadi tan sólo era un equipo de fútbol, se desmoronaba.

Ya sin nada que hacer en Buenos Aires, el “empresario” del Euzkadi cruzó el río de La Plata con el propósito de evaluar nuevas posibilidades en Montevideo. Como hasta allí también hubiera hecho llegar su prohibición la FIFA, regresó en seguida. El 25 de abril, a tenor de lo publicado en el diario mexicano “El Nacional”, México iba a repatriar al Euzkadi, toda vez que el coronel Manuel J. Núñez, jefe del Cuerpo de Ayudantes del presidente Lázaro Cárdenas, estaba patrocinando las gestiones para el regreso de “los sufridos futbolistas vascos, siendo intención de ese alto funcionario utilizarlos como entrenadores de equipos provincianos”. Y añadía: “Probablemente la Selección Vasca sostenga varios partidos en los Estados, lo que sin duda será de gran beneficio para el futuro del fútbol en provincias”. Ese mismo medio se hacía eco de rumores sobre la posibilidad de que Cilaurren, Lángara y Luis Regueiro quedaran en Buenos Aires, contratados por el River Plate, actual campeón. Y sin agotar el mes de abril, la misma cabecera lucubraba sobre si la Federación Mexicana estaría en condiciones de sostener un pulso con la FIFA, sin perjudicar irremediablemente a todo el fútbol del país.

Pero el gran bombazo estaba por llegar. Pedro Areso, el que siempre tenía su pensamiento en la patria, aquel en quien podían confiar ciegamente desde París, según informara al Lehendakari desde Cuba el señor Garay, se daba a la fuga sin despedirse siquiera de los compañeros. Al decir de Ángel Zubiera, “en el tren, ya habiendo dado los últimos pitidos de aviso, notamos la falta de Areso, Chirri y Vallana, que luego resultó que habían preferido quedarse en Buenos Aires. El caso fue que no abandonamos el tren y partimos sin aquellos tres compañeros”.

Con Chirri II los mandatarios del equipo habían pactado dejarlo en libertad tan pronto llegaran a Argentina, si bien omitiesen informar sobre dicho trato al resto de jugadores. Con Vallana no existía ningún acuerdo, aunque tuviese familia en Uruguay. Sencillamente, viendo que el barco se hundía llamó a su hermano para que acudiese al rescate. Areso no tenía ni hermano ni acuerdo alguno. Tan sólo, y no era poco, una propuesta del Peñarol montevideano para someterse a prueba antes de fichar, llegado el caso. Muy lógico desde la perspectiva uruguaya, puesto que al no estrenarse en Argentina, para ellos era una incógnita su estado físico. Pero algo salió mal, porque volvería a tomar el ferri de vuelta. Cuando fuera entrevistado por “La Cancha”, de Buenos Aires, respondió de este modo a la pregunta sobre si había acudido a probarse: “Fantasías. Me trasladé a la vecina orilla esperando órdenes del gobierno vasco, al cual pertenezco. Como no se dispuso mi regreso al equipo, pues retorné, aceptando el ofrecimiento de Tigre por el solo hecho de que no quería quedarme sin jugar”.

Lo de su pertenencia al gobierno vasco sí que era fantasía. Y además este alarde de imaginación habría de corregirlo en otras manifestaciones posteriores mucho más cáusticas, donde negaba la mayor. Contó que entrenaba con la plantilla del River Plate cuando un telegrama del gobierno vasco desde París le conminara a reingresar en el Euzkadi. El silencio de sus hasta entonces compañeros tras solicitarles dinero para el pasaje, se tradujo en largas a suscribir el contrato que le pusiera delante el River. Esa directiva, cansada de dilaciones y dudas, retiró la oferta. De manera que sin posibilidad de trasladarse hasta Cuba o México, por carecer de medios, y con su porvenir deportivo en el aire, hubo de vivir días y noches en la más absoluta incertidumbre. Hasta atisbar una lucecita, con el repentino interés del Racing bonaerense. En suma, se sentía maltratado por los burócratas de París y la gerencia del Euzkadi; exprimido, manipulado, abandonado a su suerte. Empero, prefería pasar de largo sobre su traición, tanto a los compañeros que escucharan de su boca encendidos discursos patrióticos, como al ideario nacionalista que continuamente afirmó defender, pesara a quien pesase. Tenía derecho a pensar en sí mismo, desde luego, aunque no a quejarse en demasía después de actuar como lo hizo.

Pedro Areso durante su pertenencia al Murcia en días prorrepublicanos, cuando su escudo lucía la corona real. Su espantada planeada en el más riguroso secreto, minó considerablemente la moral del grupo. Si hasta uno de los más convencidos sobre la finalidad del Euzkadi y su causa, si aquel que los “informadores” del gobierno vasco exiliado señalaban como hombre de absoluta confianza, con quien se podía contar para todo, tomaba las de Villadiego, es que el buque hacía aguas y su naufragio parecía inevitable.

Mientras, las lucubraciones sobre el futuro del equipo vasco continuaban. El 4 de mayo, “La Razón” bonaerense daba cuenta de la salida del Euzkadi hacia Mendoza, desde donde alcanzarían Chile. Luego de cumplir en Santiago y Valparaíso algunos compromisos continuarían hasta México, donde aguardaban con sumo interés su reaparición. En cambio “El Nacional” de México ofrecía una nota más decepcionante: “La Liga Mayor comunicó ayer a la Federación Nacional que, en vista de su calendario de actividades, sus clubes están comprometidos hasta mediados de setiembre y, por lo tanto, no hay posibilidad de concertar una serie con los vascos. Esta actitud de la Liga Mayor dificultará, como es natural, el viaje del Euzkadi a nuestro país”.

Tal y como estaban saliendo las cosas, si aquellos muchachos se jugaran el futuro a cara o cruz, probablemente la moneda caería de canto.

En Chile sólo disputaron un partido, sin que durante muchos años llegara a conocerse la identidad real del adversario. Lo más habitual fue consignárselo al Wanderers, derrotado por 2-4 el 8 de mayo de 1938, con cuatro goles de Lángara marcados en los minutos 35, 69, 76 y 82. Pero existían dudas, máxime desde en 1968 Luis Regueiro asegurase al director del barcelonés “Dicen”, Juan García Castell: “Jugamos contra la selección chilena en Valparaíso, porque a pesar de tener la prohibición de la FIFA para jugar, porque nos perseguían como si fuéramos sarnosos o indeseables, el responsable del fútbol chileno se guardó en el bolsillo el telegrama de Monsieur Rimet -a quien Dios tenga en la eternidad, pero que fue muy malo con nosotros- y no lo abrió hasta después del partido”.

Demasiado peliculera esta afirmación. Por ende, entre los alineados con esa supuesta selección chilena (Beltrami; Tapia, Aguirre; Rivera, Inostroza, Pérez; Torres, Riquelme, Salinas, Iturrieta y Sáez, más Ortega sustituto de Inostroza durante la segunda parte) había nombres sin huella en las convocatorias del equipo nacional andino. La prensa chilena arrojaba sobre este asunto más oscuridad que penumbra, pero hete aquí que haciéndose eco de una nota fechada en Valparaíso el día 10, “La Nación”, de Buenos Aires, ponía las cosas negro sobre blanco: “Los jugadores vascos de fútbol disputaron ayer por la tarde un partido amistoso con el equipo Deportivo Arsenales de Guerra, formado en su mayor parte por jugadores del Wanderers, uno de los mejores conjuntos del país. El cuadro visitante triunfó por 4-2, impresionando por la calidad de su juego, a pesar de que mostrara no hallarse en posesión de sus medios más habituales”.

Misterio resuelto. Probablemente no hubo ningún telegrama sin abrir en el bolsillo del presidente federativo chileno. Más bien, por el contrario, un ardid mayúsculo. Si el Euzkadi se medía a un equipito amateur, ¿quién iba a reprochar nada al órgano deportivo chileno? Los futbolistas del Wanderers debieron saltar al campo con los colores del Arsenales, y para que la trampa no cantase mucho, también se hizo hueco a algunos modestos muchachos del equipo militar. La cuestión, en todo caso, es que esa fue la única confrontación del Euzkadi en Chile. Puesto que repetir la trampa ya hubiera equivalido a asumir grandes riesgos, el segundo “bolo” no se disputó.

El gran Regueiro, de cualquier modo, no fue justo con la memoria de Jules Rimet ante el director de “Dicen”. Su comprensible rencor le hizo olvidar que fue el mandatario francés quien permitiera a los componentes de la expedición vasca seguir compitiendo, aun a costa de capear como buenamente pudo los recursos de la Federación Española, a instancias de Athletic Club, Barcelona, Betis, Oviedo, Real Madrid o Sevilla. Estas entidades seguían detentando los derechos federativos de, entre otros, Blasco, Areso, Aedo, Zubieta, Lángara, Emilín, los hermanos Regueiro, Iraragorri o Tache de los Heros, a quien más adelante habremos de invocar. Reglamentación de la FIFA en mano, ninguno de ellos, ni Muguerza, Urquiola, Tomás Aguirre, Larrínaga o Pablito Barcos, hubieran debido enfundarse otras camisetas sin permanecer antes 24 meses inactivos.

El equipo vasco, en cualquier caso, arribó a Cuba cuando finalizaba el mes de mayo. Lejos de haber regado con dólares o pesos convertibles las arcas del Lehendakari José Antonio Aguirre, deambulaba poco menos que con una mano delante y otra detrás. Sus futbolistas, moralmente derrotados a raíz de las tres deserciones, estaban para pocas monsergas. Les confortaba, al menos, la presencia de Baltasar Junco, su benefactor, siempre con ganas de lucha, con una palabra amable en la boca y dispuesto a revolver Roma con Santiago en su afán de buscar salidas, pese a que ni un gobierno vasco sin territorio al que gobernar, o el republicano, cada vez más dividido, se lo agradeciesenjamás. Ese hombre hizo por aquellos futbolistas abandonados a su suerte cuanto debió ser obligación de Aguirre y su consejero de Acción Social, el señor Gracia.

Se ha dicho a menudo que lo mejor del fútbol son los futbolistas. Habrá salvedades, a buen seguro, aunque entre aquellos vascos a la deriva un buen puñado de ellos hiciera gala, no una vez, sino muchas, de vestirse por los pies. En tal sentido, las palabras de Ángel Zubieta dirigidas a la memoria de Junco deberían haberse grabado en oro: “Habría de convertirse en paternal y cariñosísimo consejeroy protector; se había encargado de alimentar aquella expedición. Éramos españoles, futbolistas españoles, y sobre cuanto de interés profesional pudiera tener para él nuestra contratación como espectáculo deportivo, prevalecía indiscutiblemente un espíritu de colaboración y ayuda que, yo al menos, no olvidaré nunca”.

Amén.

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