Aguirre Suárez, con licencia para agredir
De José Ignacio CorcueraSiempre ha habido defensas duros. Los años 40 del pasado siglo alumbraron a los valencianistas Álvaro y Juan Ramón, dúo temible, bronco y copero; a Corona y a Sansón, cuyos alardes de violencia fueron censurados por su propio público a voz en grito. Los 50 y 60 sirvieron de marco a Valero, Calleja, Griffa, Marquitos, el burgalés José Martínez García, Macías, Juancho Forneris, De Felipe, Cortizo, Benito y un largo etcétera. A Martínez, siendo capitán del C. D. Málaga, Luis Aragonés, con el brazalete de capitán “colchonero”, llegó a decirle a la cara del árbitro mientras se sorteaba el campo, que no sabía si ofrecerle la mano porque a lo peor aprovechaba para sacudirle la primera patada. Durante los 70 y 80 tiranizaron su feudo en las áreas los Arteche, Indio, Gallego, Fraguas, Sañudo, Francisco San José, Pedro Fernández, Galarraga, el “colchonero” Juan Manuel López… A lo largo de los 90 y en la transición al siglo XXI, cuando ya los zagueros sabían jugar la pelota no sólo con la espinilla, se habló mucho, y razonadamente,del peligro que representaban Ballesteros, Javi Navarro y Pablo Alfaro, licenciado en Medicina este último, de quien sus adversarios llegaron a comentar quesobre el césped operaba sin anestesia.
Los hubo duros, en efecto, pasados de ímpetu y revoluciones, barriobajeros, taimados, e incluso convencidos de cumplir con su deber, aun haciendo daño a sabiendas y sin experimentar la más mínima contrición. Ese fue el caso de Aguirre Suárez, argentino que jamás debió haber jugado en España, baldón en la historia del Granada C. F. y crespón negro en el viejo campo de Los Cármenes por espacio de tres campañas, cuyo único legado fue retratar la infausta permeabilidad arbitral del momento, y el sistemático mirar hacia otro de un muy discutible Comité de Competición.
Ramón Alberto Aguirre Suárez (Lasternia, Tucumán 18-X-1944) no debería haber colado nunca por el anchísimo cedazo federativo puesto que, para empezar, lo hizo con papeles falsos, agenciándose un progenitor postizo, una partida de nacimiento trucada, según la cual habría nacido en Ceballos Cue, Paraguay, que además le hacía parecer dos años más joven, y mintiendo sobre su inexistente ascendencia española. Por si eso fuera poco, la propia Federación Argentina lo había sancionado durísimamente tras su bochornosa actuación en una Copa Intercontinental, a resultas de la cual el entonces máximo órgano deportivo español, la Delegación Nacional de Deportes, debería haberle dado un portazo para no incumplir la vigente exigencia de “solvencia moral acreditada”, en cuantos llegaran procedentes de otras Federaciones extranjeras. Su moral, a tenor de los usos y costumbres de la época ya estaba desacreditada, pues poseía antecedentes penales luego de haber pasado un mes en la cárcel de su país. Vayamos con los hechos.
Forjado en la cantera del Cruz Alta tucumano, en 1961 sería captado por el Estudiantes de La Plata para completar su etapa junior en aquellas secciones inferiores. Sólido, aguerrido, canchero y con la rara habilidad de agredir al adversario sin ser visto por los árbitros, pronto escaló hasta el primer elenco, llegando a jugar 122 partidos con un gol anotado, lo que tampoco constituía una gran marca, pues se mantuvo en el primer elenco durante nueve campañas y media. Se trataba de un jugador gris, durísimo y pendenciero, más merecedor de saltar a las páginas de sucesos que a las deportivas, hasta que en octubre de 1969, durante la disputa de la Copa Intercontinental entre los campeones de Sudamérica (Estudiantes) y Europa (Milán), se las arreglase para merecer titulares en ambas secciones.
Fue aquella la final más sucia jamás disputada en el ya fenecido torneo. A las constantes provocaciones argentinas, las marrullerías de toda índole, el juego subterráneo y la condescendencia arbitral, se unió un desenlace vergonzoso, con alevosa agresión de Aguirre Suárez al también argentino Combín, quien tuvo que salir en camilla y durante el choque recibió varias veces el calificativo de “traidor”, por su militancia milanista. Aguirre Suárez fue expulsado, al igual que el portero de Estudiantes, Poletti, con una actuación todavía más irregular que la del zaguero central. Tan barriobajera fue la actuación de los argentinos aquella tarde que desde su propio país surgieron críticas feroces, tanto en letra impresa como por boca de los políticos y jerarcas del fútbol.
“El gobierno toma cartas en el asunto”, tituló su crónica desde Buenos Aires la agencia “Alfil”, el 24 de aquel octubre. Y en el antetítulo justificaba: “Poletti, Aguirre Suárez y Manera, a la cárcel. El primero no podrá jugar más al fútbol como profesional argentino. Los otros dos suspendidos para 30 y 20 partidos, además de cinco años en la selección nacional”. Luego la crónica no ahorraba epítetos ni recurría a paños calientes:
“Como se esperaba, el vergonzoso partido jugado por el Estudiantes ante el Milán tenía que tener un epílogo “sonado”. La contienda que vimos en el estadio del Boca rebasó los límites de la agresividad sudamericana, tan frecuente en los campos de juego. Lo de Aguirre Suárez y Poletti no fueron actitudes de rabieta antideportiva. Fueron agresiones brutales que entran dentro del delito común. No hay justificación que valga. Lo vio casi todo el mundo por televisión.
Y por eso precisamente -por el sonrojo que para Argentina representa-, la bronca nacional contra el Estudiantes no se ha quedado sólo en la diatriba popular, violenta como pocas veces en la historia, sino que ha pasado tan a mayores que hasta el Gobierno -el presidente de la nación-ha tomado cartas en el asunto. La Secretaría de Difusión y Turismo hizo público anoche un comunicado en nombre de Onganía, en el cual, entre otras cosas, se dice que con la actuación del Estudiantes “se ha comprometido y dañado el prestigio argentino en el mundo, y se ha dañado la cultura deportiva del país por algunos irresponsables. Como representar al país es un altísimo honor, éste no podrá ser ejercido en el futuro por quienes no hayan acreditado los antecedentes de caballerosidad proverbiales en nuestro pueblo. He dado instrucciones -termina diciendo el Presidente de la República- tanto a la Asociación nacional de Fútbol como a los organismos de seguridad para que adopten las más severas medidas que correspondan en defensa del buen nombre del deporte argentino”.
Por lo pronto, Aguirre Suárez, Poletti y Manera fueron detenidos. El primero ya ha sido procesado y los otros dos habrán de cumplir pena de prisión por treinta días, además de inhabilitación profesional. El revuelo armado por los aficionados ha sido, como el nivel del encuentro: de campeonato. La prensa de la noche les criticó con un nivel poco común, y en la calle, como consecuencia del acaloramiento por parte de toda la afición, no faltaron altercados y algún golpe. Hay que decir que el escándalo tuvo una extensión que Europa no vio por vía satélite, y que se produjo a la salida del encuentro, cuando “tres garbanzos negros” del conjunto campeón de América del Sur ingresaban en la comisaría”.
Esta crónica no recogía otros incidentes, como el intento de agresión al árbitro chileno Domingo Massaro, director del choque, cuando se disponía a tomar un vuelo con rumbo a su país. Por suerte la rápida intervención policial evitó males mayores, conduciendo al trencilla hasta la escalerilla del aparato entre una nutrida escolta. Y tampoco, por naturales razones de premura, el encadenado de hechos que en cuestión de horas irían sucediéndose. El Tribunal de Penas de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), suscribió la inhabilitación de Poletti a perpetuidad, los 30 partidos ya anunciados para Aguirre Suárez y 20 a Manera, más 5 años para ambos sin poder disputar partidos internacionales. Paralelamente, Marino Mangano, presidente del Estudiantes, y su entrenador, Osvaldo Zubeldia, dimitían, quién sabe si ante el temor de verse salpicados con sanciones por la actuación de su elenco. Ambos se negaron a efectuar declaraciones, limitándose a trasladar que cualquier explicación la reservaban a la comisión directiva del club.
Para hallar el eco del partido y sus incidentes en la prensa italiana hubo que esperar 24 horas, puesto que una huelga de tipógrafos impidió la salida a los kioscos de las más importantes cabeceras. El milanés “Corrierdella Sera” tituló su crónica: “Una página vergonzosa para el fútbol argentino… Noventa minutos de cacería al hombre”. Comentando a lo largo del reportaje: “En Buenos Aires, el público ha estado ejemplar. Fueron los futbolistas quienes han creado el caos, y es en esta dirección donde debe dirigirse el castigo, si se pretende que el fútbol sobreviva”. Otro párrafo recogía: “Resulta amargo constatar que ahora, para proclamarse campeón mundial de fútbol, no se deba jugar al fútbol”.
“La Stampa”, de Turín, proclamaba: “El Estudiantes ha reducido la segunda final Intercontinental a una riña que deshonra al fútbol argentino”. “IlMessaggero”, de Roma, tituló en primera plana: “Al Milán, la copa: al Estudiantes la vergüenza”. Y en su desarrollo añadía: “Las violencias en el campo han descalificado al fútbol platense”. Por su parte “Il Tempo”, también romano, puntualizaba: “Triste final del fútbol argentino. El salvaje comportamiento de aquellos argentinos -no generalizamos a propósito- no permite añadir nada más, constituyendo un acto de acusación sin defensa posible, incluso en la propia Argentina”. Otros medios de difusión más locales, así como los noticiarios televisivos y emisoras de radio, incidían en idéntico enfoque, al tiempo de prestar atención a las vicisitudes del jugador italoargentino Néstor Combín, salvajemente agredido por Aguirre Suárez.
Pero no todo el mundo en Buenos Aires entonaba el “mea culpa”. El abogado Irala Roca presentaba el 28 de octubre un recurso de “habeas corpus” en favor de los futbolistas de Estudiantes Eduardo Poletti, Eduardo Luján Manera y Ramón Alberto Aguirre Suárez, detenidos en el penal de Villa Devoto (Buenos Aires) durante 30 días, bajo acusación de intervenir en altercados de orden público con carácter grave, e infringir un edicto sobre reuniones deportivas. Fundamentaba su petición de libertad para el terceto en supuestas irregularidades indemostrables, como que “el árbitro chileno elegido para dirigir el partido expulsó a dos argentinos, siguiendo instrucciones del presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Teófilo Salinas”. Y añadía además que “si el edicto fuera en verdad aplicable, habría que suprimir todo género de confrontación deportiva con los extranjeros, porque no hay derecho a que nuestros representantes salgan a la lid con una espada de Damocles en forma de sanción, mientras los ocasionales adversarios extranjeros cuentan con libertad policial para realizar cualquier cosa”. También recogía en su recurso la siguiente reflexión: “¿Cómo puede exigirse un comportamiento deportivo, si la entidad rectora del fútbol y sus clubes premian solamente el triunfo?. ¿Acaso el Milán logrará el premio económico para sus jugadores tirándose al suelo, teatralizando sus lesiones, echando la pelota fuera de la cancha, obstruyendo los tiros libres, etc.?. ¿Acaso la Asociación de Fútbol Argentino pagó premios a sus seleccionados según comportamiento deportivo?. ¿O lo hizo según resultados?”.
Con éstas y otras consideraciones de similar estilo, el letrado solicitaba la libertad para sus representados sin hallar la menor empatía en el ámbito político y deportivo. Sólo abandonaron la cárcel bonaerense el 22 de noviembre, treinta días después de ingresar en ella como presos comunes. Y veinte meses después, en pleno verano de 1971, el agresor de Néstor Combín, uno de los “tres garbanzos negros”, ingresaba en el Granada C. F. con documentación de falso oriundo, puesto que todavía la Delegación Nacional de Deportes y nuestro ente federativo mantenían herméticamente cerradas las puertas a la importación de futbolistas extranjeros. Un hecho, el de la falsificación documental, del que la directiva nazarí era por demás consciente, conforme acredita la siguiente anécdota. En el trayecto desde el aeropuerto hasta la sala de prensa, Aguirre Suárez fue concienzudamente aleccionado:
“Seguro que te preguntarán de dónde eran tus ancestros. Pues bien, tú tranquilamente les dices que de Pamplona. A ver, ¿de dónde eran tus abuelos?”.
Y el defensa central respondía desganadamente: “De Pamplona”.
Así una y otra vez, cada cierto tiempo: “¿De dónde son tus ancestros?”.
“¡Pues de Pamplona!”.
“Eso es, de Pamplona, que no se te olvide; tus abuelos eran de Pamplona”.
Ya ante los periodistas granadinos, la pregunta no tardó en llegar: “Según ha trascendido, parece que sus raíces eran navarras. ¿Estamos en lo cierto?”. Y él, sin dejar que la pelota botase, remató, muy ufano: “Ese dato no es correcto, pibe. Mis abuelos no eran de Navarra, sino de Pamplona”. La carcajada fue general, ante su completa estupefacción. Luego, claro, le explicaron que la ciudad de los encierros, representada futbolísticamente por el Club Atlético Osasuna, era la capital navarra. Y que si sus abuelos eran de Pamplona también eran navarros.
Permaneció tres temporadas a la vera de la Alhambra, componiendo junto al paraguayo Pedro Fernández Cantero, y en menor medida el uruguayo Montero Castillo, un trío defensivo de testamento y extremaunción, puesto que Fernández y él parecían actuar con dientes de sierra en las botas. En total 80 partidos de Liga sin anotar ningún gol, aunque añadiendo nuevas muescas a la culata de su revólver, cual pistolero del “Far West”. Al término del torneo 1973-74, cuando él puso rumbo hacia Salamanca, ya virtualmente exprimidas sus últimas gotas de mala uva, acababa de abrirse el portillo importador de futbolistas. Y curiosamente, todavía sin extranjeros, los granadinos alinearon a lo largo de esa misma temporada la friolera de 9 nacidos en el extranjero: Escobar, Maciel, Cabral, Pedro Fernández y Edu Gómez, paraguayos; Echecopar, Oruezábal y él mismo, argentinos; y el ya citado uruguayo Julio Walter Montero Castillo. Impensable que todas las documentaciones aportadas fueran irreprochables, a menos que la directiva nazarí tuviese hilo directo con alguna inexistente asociación de oriundos españoles.
Su rastro de pendencias y fechorías por nuestra geografía del cuero fue ancho, largo y profundo, para desdoro de quienes saltaban al campo vestidos de negro, la directiva rojiblanca que lo contratase, y la Federación que diera por buenos sus documentos, pese a tan escandalosos antecedentes. Una de sus hazañas, en partido disputado en el viejo estadio de Los Cármenes contra el Valencia C. F., campeón de la Liga anterior, consistió en lesionar a Quino y Adorno, a quienes hizo salir en camilla. Él mismo partió la pierna al también valencianista Forment al año siguiente, luego de haber protagonizado un acto injustificable a la salida del túnel de vestuarios en Mestalla, mientras cruzaban ante él los jugadores “chés”. “A ver a quién le toca hoy, a ver quién se la lleva esta vez…”, decía como matón de “salón”, sin que el árbitro lo hiciese constar en acta.“Iba a hacer daño -sentenció en su día un adversario-. Y disfrutaba lesionando, pues sólo así se entiende que viéndote en el suelo, dolorido, con la media rota o ensangrentado, él se alejara entre risas. Actuaba de mala fe, y aún no sé todavía cómo nadie lo retiró de mala manera”.
Esa actitud sobre el césped o a la hora de saltar al campo, contrastaba con su carácter jovial, afable y tranquilo fuera del césped: “Un tipo simpático”, llegó a decirse de él en la prensa. “Un hombre que se transforma en cuanto viste de corto”. En suma, otro Dr. Jekyll y Mr. Hyde, capaz de pasar por chico modosito en casi todas las entrevistas. Así debió antojársele a “Chema”, pese a sus iniciales prejuicios, tras la que cumplimentara para “As Color” en 1972:“Su apretón de manos fue cálido, amistoso, limpio. Su sonrisa, de amigo. Su educación, exquisita. Aguirre Suárez -pensaba- me quiere hacer olvidar su historia”.
Y en efecto, “Chema” transcribió su historia, “su verdad”, muy distinta a la verdad de los demás:
“Me siento orgulloso. ¡Sí, orgulloso!. Quizá usted no lo entienda, pero es así. Cuando hablo de eso, de aquel incidente, me sube el orgullo hasta la garganta. Yo soy, en Argentina, como un espejo donde todos se pueden mirar. Un ejemplo para mi país, para toda la nación. ¿Qué no lo entiende?. Claro, es posible…aquello no ocurrió así. No fue una agresión. A Aguirre Suárez, a mí, se me había buscado como “pantalla” ante la opinión pública. Hacía falta un “cabeza de turco” y me tocó a mí. Detrás, políticamente, había otras cosas. La opinión del pueblo se fue tras de mí por unos hechos ocurridos en una cancha. La opinión pública no se preocupó de otra cosa en aquellos días. Ese era el objetivo, y lo consiguieron. Me causó dolor, sí, pero ahora me siento orgulloso. La vida es así, me tocó perder”.
Excusas de mal pagador; de mal perdedor, achacando injerencias conspiranoicas al dictador Juan Carlos Onganía, cuando tantos testigos de aquel infausto partido extrajeron lecciones bien distintas a las que él seguía empeñado en sostener:
“No era admisible para los clubes grandes que un equipo modesto, el Estudiantes de La Plata, fuera un “gallito”. Este punto, que es muy importante, sirvió de base a todo el barro que echaron sobre mí. Los grandes querían aplastar al modesto. Y, mientras el mundo exista, el grande siempre golpeará al pequeño, por mucho nervio que éste quiera tener. Así ocurrió. El Estudiantes, mi equipo, que había ganado cuatro veces la Copa Libertadores, ya no es el que fue. Nosotros habíamos sido campeones del mundo, de la Copa Intercontinental. Esto no lo podían soportar las grandes empresas de otros clubes. Había, pues, que destruir al Estudiantes. (…) Pero yo tengo la conciencia tranquila. La tuve entonces y la tengo ahora. No digo que no haya sufrido y que no me haya desesperado, aunque estoy, en conciencia, tranquilo”.
Consciente o inconscientemente, deformaba también la realidad al narrar la anulación de los 30 partidos con que fuera sancionado, cuando ya había corrido el calendario sobre unos cuantos. Y ello sin que su entrevistador, tal vez por no haberse informado antes, le contradijera:
“Estaba dispuesto a dejar el fútbol, cuando hacerlo en esos momentos era como dejar parte de mi corazón. Mi esposa me animó. Mi padre. Mis amigos… Yo no sabía qué hacer. No dormía por las noches, pensando. Y terminé por llevar mi caso ante los tribunales. Sí, puse pleito a la AFA y gané. ¡Cómo no iba a ganar!. La sanción que me imponían no estaba dentro del reglamento. No existía. (…) No era una sanción deportiva, sino política. Y usted sabe, amigo, que la política tergiversa las cosas cuando es necesario. Ante la razón, frente a la ley, no hay más que un camino: el de la verdad. Mi sanción fue, pues, revocada. Podía volver a jugar”.
La judicatura no lo declaró inocente ante los hechos que protagonizara sobre el césped. Sencillamente, ni entró en tal cuestión. Se limitó a sentenciar que la suspensión profesional de casi un año carecía de sustento jurídico, al no contemplarse en los reglamentos federativos. Que su infracción merecía únicamente la pena máxima estipulada en el entonces vigente reglamento, por muy denostable que fuere lo acaecido y amplia su trascendencia social, política o de imagen, tanto para el fútbol argentino como para el propio país en el ámbito internacional. Aguirre Suárez contaba la historia a su manera, aprovechando la complicidad del entrevistador. El lobo se cubría con una piel de cordero degollado:
“A poco de llegar vi una pancarta dedicada a mí. Sé que esto no ocurre con frecuencia en una cancha. Me daban ánimos, estaban conmigo. Me acogían con cariño. Era, sí, el ídolo que fui, aunque lejos de mi ambiente natural. Esto es muy importante. Se nota aquí dentro, en el corazón. Fuera de Granada, en canchas contrarias, también me han aplaudido. Esto le da a uno aplomo, valor, coraje”.
Lejos de Granada, lo que solía escuchar no eran vítores, precisamente, sino silbidos, abucheos, y censurables gritos de “¡asesino, asesino!”. En más de un campo todo el equipo era recibido con pitadas monumentales, a medida que su fama de violentos se iba extendiendo. Parecía vivir en un mundo paralelo, irreal, conforme ponía de manifiesto al añadir, con respecto a los árbitros: “Soy nuevo acá, pero ha habido algunos que me han dicho: “Usted tranquilo, acá cobro lo que veo”. Un gesto humano. Magnífico. Maravilloso. Sé que tengo que ir en pantuflas, que el rencor nacido de una historia injusta es un peso muy grande, pero me amoldaré. Tengo que demostrar que no soy un “coco”, un “ogro”. Ni doy dentelladas como un león. Todo eso es una farsa montada contra mí”.
Si sus afirmaciones fueran ciertas, si respondiesen a la realidad, cabría colegir que algunos árbitros de la época tenían pendientes varias citas con su oftalmólogo. Y para mayor abundamiento, insistía:“¡Si la gente supiera cómo pienso!. Mire, pibe, si alguna vez en mi vida lesionase a alguien gravemente, yo dejaría el fútbol. ¡Y nadie me haría volver!. ¡Nadie!. Yo no puedo quitar el pan a un colega. ¡Sería bochornoso!. Tendría que decir adiós al fútbol, y lo diría. Jamás se me pasó por la mente una cosa así. Yo no soy hombre nervioso, que puede perder la cabeza en el fragor de un partido. No, esto no me ha ocurrido nunca, ni me podrá ocurrir. En el fútbol hay accidentes, claro, pero yo jamás fui el protagonista bien librado, sino el mal librado. Acá he sufrido tres lesiones ya, y no me he quejado. Hace dos domingos no pude jugar, y no he dicho nada. El fútbol es cosa de hombres, aunque ahora haya mujeres que quieran emularnos”.
El rastro de heridos que iría dejando a lo largo de sus tres campañas junto al paraguayo Pedro Fernández, incluye a más futbolistas que los tres del Valencia ya referidos. Y por cierto, a José Vicente Forment Faet, castellonense de Almenara (31-V-1947), sí lo lesionó de gravedad, sin cumplir su promesa de retirada. Forment ya no volvió a ser el mismo interior de antaño, tras aquella rotura de tibia y peroné, como bien lo acredita su posterior trayectoria. Había disputado 22 partidos, con 7 goles anotados, la temporada 1971-72,y tan sólo 6 con un gol el año siguiente, cuando Di Stefano dejara de confiar en su gran zancada, visión de juego y capacidad rematadora. En 1973-74, la campaña de su lesión, tan sólo 3 comparecencias, y a partir de ahí la cuesta abajo. Una campaña en el Villarreal, otra en el Levante, ambas en 3ª División y con los “granotas” jugando poquísimo. Una más con los villarrealenses, en categoría Regional, cuatro con la Vall d´Uxó, otras dos en el Villarreal y una luciendo el escudo del Puzol, era cuanto le quedara por delante. Aquella siniestra entrada acaecida el17 de setiembre de 1972, a falta de 3 minutos para terminar el partido en Los Cármenes, lo dejó medio cojo, después de sufrir dos intervenciones quirúrgicas. Aunque por pura afición, y quizás por cabezonería se obstinase en no colgar las botas, el falso paraguayo con tan negro historial lo había retirado del fútbol profesional, pese a tan baladíes propósitos de enmienda.
Forment se despidió del fútbol modesto con 36 años, dedicándose posteriormente al negocio familiar de panadería, mientras dedicaba sus ratos libres a coordinar la escuela de fútbol municipal de Almenara, localidad que cada verano solía acoger un torneo formativo.
Sobre lo que no mintió Aguirre Suárez durante su larga entrevista con “Chema”, fue acerca de sus razones para abandonar Argentina. La oferta económica, claro. Su deseo de dejar atrás una mala fama tan pegajosa como esa mezcla de sudor y linimento, y la caótica situación de los clubes argentinos, carcomidos de deudas: “Había mucha cosas, pero lo más importante la situación de mi club, el Estudiantes de la Plata. La economía estaba rajándose. Las deudas ascendían a ¡ochocientos millones de pesos!. La envidia y los intereses creados habían logrado su objetivo: hundir al Estudiantes. De aquel equipo de 20 hombres sólo quedan dos: Verón y Togneri. Ya no son campeones de nada”.
La cuestión es que el firmante de aquella entrevista, probablemente porque esperase tener ante sí a un lobo arisco y mal encarado, cerró su trabajo del modo que Aguirre Suárez hubiese querido poder dictarle: “Me equivoqué. Rectificar es de sabios, dicen. Ramón Alberto Aguirre Suárez no es un hombre arisco ni desagradable, sino todo lo contrario: atento, educado y sincero”.
¿Un nuevo Dr. Jekyll y Mr. Hyde?.
Concluido su tercer año en Granada tan sólo disputó 3 partidos de Liga con la ya extinta Unión Deportiva Salamanca. El también argentino Rezza y el salmantino Ángel Pérez Huerta no le dieron opción. Por esa época, además, empezaba a fermentar la pestilente cloaca de los falsos oriundos, don él también chapoteara con delectación. Y sin fútbol ya en sus terroríficas botas, puso tierra de por medio, yéndose de rositas. Justo lo que no pudo hacer su compañero en el estadio de Los Cármenes, Pedro Fernández Cantero, quien tras lesionar a Amancio Amaro el 9 de junio de 1974, en un partido de Copa, hubo de pechar con un castigo tan merecido como ejemplar. Y es que los rifirrafes entre ambos jugadores venían de lejos. Amancio, interior de los que no se arrugaban, ya le había clavado los tocos en un partido tres años antes, lo que parece habría provocado el acto vengativo del paraguayo. Como si en realidad hubiera sido víctima y no verdugo, Pedro Fernández tuvo el cuajo de afirmar en una entrevista conocida al diario “El País” mucho tiempo después: “Amancio jamás me perdonó”. Y para que nada faltase, aquel durísimo central llegado al fútbol español de la mano del Barcelona, en 1968, se vio implicado en un feo asunto de faldas, junto a su compatriota Gustavo Benítez, a quien habrían de señalar como violador.
Con su viaje al otro lado del océano Aguirre Suárez se ahorró el bochorno de verse retratado en las numerosas listas de oriundos “de pega”, concienzudamente aireadas desde distintas cabeceras periodísticas. Sí figuró, en cambio, en los informes de Jesús Gallo, el detective contratado por la Real Sociedad de San Sebastián y Athletic Club, durante su denodada y solitaria lucha contra un mal que corroía nuestro fútbol como la lepra: la corrupción generalizada. Así rezaba aquel informe: “Aguirre Suárez, Ramón Alberto. Natural de Lasternia, provincia de Tucumán. Ingresó como paraguayo con ascendencia española, supuestamente nacido en Ceballos Cue. En el fútbol bonaerense era conocido como “El tucumano”. Sus antecedentes pueden seguirse con toda claridad”.
Veintitantos años después de vestir la camiseta granadina reapareció por la ciudad de La Alhambra, como entrenador y secretario técnico a lo largo de la campaña 1997-98.Aquella entidad blanquirroja no tenía ningún parecido con el equipo aguerrido de1ª División en que militara. Las deudas, una suma de gestiones catastróficas, el escaso respaldo de la afición y hasta las dudas municipales sobre la viabilidad real del proyecto deportivo, habían convertido un feudo otrora inexpugnable en campo de 2ª División “B” y 3ª. Como técnico no fue precisamente un hombre destacado, ni siquiera con suerte, puesto que habría de fallecer en Argentina el 29 de mayo de 2013, a los 68 años, luego de llevar enfermo largo tiempo. Se guardó un minuto de silencio en el nuevo campo de Los Cármenes, como tributo a su memoria, antes de que echase a rodar la pelota en el encuentro que medía a los granadinos con el Getafe, el sábado siguiente a su defunción.
Para entonces ya nadie parecía acordarse del timo de los falsos oriundos, y pocos aficionados eran capaces de recitar media docena de nombres, entre la cincuentena de seriamente salpicados por aquel escándalo.
La memoria es frágil, y esa endeblez suele facilitar, conscientemente o por pura dejadez, tanta injusta adulteración de nuestro propio pasado. Aguirre Suárez hizo cuanto estuvo en su mano por embadurnar el suyo bajo varias capas de miel. La Historia, sin embargo, gracias a ese parentesco lejano que parece unirla al trabajo arqueológico, no puede ni debe dejarse engañar por sonrisas melifluas. Aquel defensa de rompe y rasga, falsario documental, con licencia para agredir y sin asomo de contrición ni propósito de enmienda, fue vinagre y no miel. Vinagre y sal sobre las heridas de tantos futbolistas con la desgracia de militar en clubes rivales.
Un borrón para nuestro deporte rey…