Cerco a los intermediarios del fútbol
De José Ignacio CorcueraHace algo más de cincuenta años, el presidente de un importante club español afirmó, lapidariamente: “Son los intermediarios con sus manejos turbios, sus trucos de subastero, su falta de ética y un desmedido afán de lucro, los que están matando este deporte. Elevan precios a su antojo, falsifican documentaciones, meten y sacan jugadores en los equipos cuando les viene en gana, mientras el aficionado sigue pagando la fiesta. Habría que erradicarlos”.
Hace algo más de cincuenta años, la página balompédica nacional más vergonzante, bautizada como timo de los falsos oriundos, se tradujo en amnistía para los falsarios, un acuerdo bajo manteles con los entonces responsables de la FIFA y la UEFA, borrón y cuenta nueva política y federativa, sin exigencia de responsabilidades en ningún ámbito, y adulteración consciente de nuestras competiciones. Quienes pasaron filtros policiales y aduaneros con pasaportes fraudulentos, después de haber sobornado a agentes consulares, siguieron compitiendo como españoles sin serlo, otorgando efectividad a estancias ilegales que deberían haberlos llevado a prisión, en cumplimiento de la legislación vigente. No hubo multas para los infractores, fueren futbolistas o entidades, ni la menor sanción deportiva. Bien al contrario, el gobierno regó con millones de pesetas a los clubes en quiebra -casi todos los del ámbito profesional- para que la pelota no dejase de rodar. Quiebras debidas a malgastar diez cuando sólo se disponía de la mitad. Y para mayor escarnio, los intermediarios continuaron haciendo su agosto, ya sin necesidad de sobornar al funcionariado ni inventarse padres postizos para sus pupilos, puesto que el portillo importador se fue ensanchando hasta extremos inimaginables.
Muy pocos, entonces, esbozaron actos de contrición suscribiendo las palabras del presidente del Athletic Club en una Asamblea de la F.E.F., al aseverar ante todos sus colegas: “Para que haya corruptos tiene que haber corruptores. No viene al caso mirar hacia fuera cuando el problema está aquí dentro”. En mester de juglaría: son ustedes quienes hacen posible, o incluso alientan esa corrupción. Era más cómodo y gratuito señalar con el dedo a los intermediarios, culpables, obviamente, aunque no únicos responsables del desaguisado, puesto que la existencia de falsificaciones documentales constituía un secreto a voces, tanto en las embajadas españolas como en el Ministerio del Interior, en los despachos federativos, de la Delegación o el Consejero Superior de Deportes, y hasta en la sede helvética de la FIFA, luego de quedar al descubierto que dos internacionales españoles en realidad eran argentinos, y al menos otro tampoco debería haber debutado, por lucir durante su etapa juvenil otra camiseta hispanoamericana; algo que lo incapacitaba para representar a ningún país más.
Los intermediarios llevaban casi dos decenios haciendo de su capa un sayo, con el beneplácito de clubes compradores y vendedores, de las organizaciones supranacionales cuya misión consistía en vigilar la pureza del deporte rey, y en último término de unos políticos acostumbrados a mirar hacia otro lado. Porque las cosas del fútbol, sin ser demasiado importantes, podían convertirse en todo un problema ante la pasión con que sus seguidores más fieles se tomaban cuanto sonase a agravio comparativo. Sólo de tarde en tarde alguien tocaba a rebato sin mucho entusiasmo. Por esgrimir cierta representatividad, quizás. Para que todo el monte no fuese orégano.
Ocurrió, sin ir más lejos, en setiembre de 1959, cuando la Federación Argentina hubo de hacer frente a denuncias por fraude e intento de estafa cursadas desde la directiva del Arsenal, poniendo sobre el tapete nombres y apellidos de varios intermediarios sobradamente conocidos. La AFA, entonces, sometida a presión desde Suiza, donde el máximo órgano futbolístico observaba con preocupación determinadas prácticas reñidas con el Derecho internacional, en su Asamblea del día 14 desautorizó “para le gestión o relación con Entidades afiliadas a la FIFA”, a un puñado de “negociantes de la pelota”. Entre ellos a Félix Clodomiro Latrónico (Buenos Aires 31-VII-1912), viejo conocido de varios clubes, secretarias técnicas y directivas españolas e italianas.
La prensa argentina aireó concienzudamente dicha resolución, pues no en vano alrededor de dos centenares de futbolistas y entrenadores habían cruzado fronteras o el Atlántico,por mediación de los encausados. Y algunas de esas crónicas, extractadas, vieron la luz bajo cabeceras de nuestro país, como la entrevista que Luis Tena realizase a Latrónico, reproducida en el diario “Marca” (octubre de 1959).
“Yo me considero un agente comercial de fútbol -afirmaba el intermediario con ascendencia italiana-. Así como hay agentes teatrales que colocan artistas de teatro, yo coloco futbolistas. Lo he hecho con muchos; vendo lo que creo es bueno; lo recomiendo a los clubes; trato de saltar sobre esa apatía de los entrenadores y secretarios técnicos y hago resaltar las buenas condiciones de la mercancía. Siempre trabajo con cosa buena”.
La pregunta inmediata resultaba obvia: ¿Acaso los entrenadores o secretarios técnicos no podían llevar a cabo esos fichajes?. Y su respuesta, de manual:
“No. ¡Qué esperanza!. ¿Cómo lo van a hacer?. Para este oficio hay que tener mucha flexibilidad. Además, los dineros que se ganan no entran solamente en un bolsillo. Quedan diezmados por otros agentes o informadores que pululan alrededor de los clubes. Nosotros damos la cara, pero quedan los invisibles, los que cobran cantidades porcentuales por gestiones como presentar a una determinada persona, o a un secretario técnico”.
Un “invisible” de Latrónico en España era Luis Guijarro, el más activo correveidile nacional entre los años 50 y 70 del pasado siglo, alguien a quien los mandatarios salientes recibían con alfombra roja para que colocase a los mejores efectivos de la entidad en cualquier otra, eso sí, a cambio de dejar en caja una cifra suficiente para enjugar lo adelantado por cada miembro de la directiva, e irse de ella sin merma pecuniaria. Con la ayuda del inefable vendedor de coches(1), Félix Clodomiro Latrónico “colocó” a Lugo y Garabal en el At. Madrid; al portero argentino Domínguez en el Real Madrid; a Juan Marcelo Grillo en el Santander; a Adalberto Rodríguez; a Francisco Diego Bayo y el “Tubo” Raúl Justo Gómez en el Celta; a Alfredo Hugo Rojas, tanto en la entidad viguesa como en el Real Betis; al también argentino Álvarez… En general, y a excepción de Domínguez, que tampoco lograría hacerse con la titularidad en un club “merengue” tachonado de estrellas, deportistas de muy segundo rango, vendidos por bastante más de lo que podían ofrecer sobre el césped. Con respecto a Italia, su otro paraíso, situó al entrenador Carniglia en la Fiorentina y en el Milán al “Pelado” o “Coco” Ernesto Grillo, hermano del que luciera la camiseta santanderina en los Campos de Sport de El Sardinero. A Humberto Maschio y Enrique Omar Sivori, este último gran figura del “Calcio”. En Portugal, otro país al que tampoco hizo ascos, al entrenador Héctor Puricelli en el Oporto.
Con el tiempo descubrió una excelente fórmula para ahorrarse dinero en mordidas e intermediaciones, probablemente inspirada en la metodología de su competidor De la Hoz, otro “comerciante” con muchos espolones. Primero introducía a un entrenador en cualquier equipo, y luego era el técnico quien reclamaba a su directiva refuerzos de confianza para tal o cual posición. Huelga indicar que esas incorporaciones llegaban de la mano de Latrónico, y que si bien ese o esos entrenadores no mediaran por amor al arte, siempre salía más a cuenta repartir con uno que con tres o cuatro aprovechados.
De la Hoz, por cierto, quedó retratado en Oviedo, donde situó primero al entrenador y luego éste habría de recomendar a futbolistas de la misma “cuadra”. Pero a De la Hoz se le fue la mano, con unos precios tan desmesurados como para multiplicar por cuatro lo que cualquiera hubiese obtenido negociando con los clubes de procedencia. Y aunque tarde, la directiva asturiana acabó cayendo del guindo. “La intervención de un gran asturiano emparentado con directivos ovetenses -se escribió entonces-, destapó el asunto. Luego ese gran asturiano recomendó jugadores que, obtenidos directamente, arrojaban inmejorables condiciones financieras”. Los asturianos se hicieron con al menos un gran elemento, Sánchez Lage, a precio de saldo.
“Sí -reconoció Latrónico a Luis Tena en aquella entrevista-. Francamente ese gran asturiano, como usted dice, espantó varias operaciones que se tenían preparadas. Pero nada tengo que ver con el señor De la Hoz. No trabajo con él desde hace tiempo. Él tenía sus modos y yo deseo dar toda clase de confianza a la parte compradora; quiero, en una palabra, trabajar solo. Hacer las cosas a mi manera clara y ganarme una comisión correcta”.
Acerca de su descalificación profesional, lanzaba balones fuera: “Sí, se me ha incluido en el decreto de la AFA. Pero ya he mantenido una reunión con el señor Colombo y he puesto las cosas en claro. Pronto aparecerá una rectificación, desligándome de todo lo del Arsenal”.
Ese escándalo, de cualquier modo, ni mucho menos constituía su único problema, puesto que no sólo el Oviedo se había decidido a pescar directamente en el fértil caladero argentino. José Luis Saso, entrenador y antiguo cancerbero del Real Valladolid, viajó hasta Buenos Aires y Montevideo en sus vacaciones veraniegas de 1959, para regresar junto al Pisuerga con los uruguayos Julio César Benítez y Eduardo Bibiano “El Cacho” Endériz, y los argentinos Héctor Ricardo Aramendi, Juan Miguel Solé y Juan José Bagnera, adquiridos por un precio irrisorio. A Benítez le bastó un año para partir hacia Zaragoza, dejando en las arcas vallisoletanas el equivalente a diez veces lo satisfecho por el quinteto, y otro para que a su vez los aragoneses hicieran caja traspasándolo al Barcelona. Eduardo Endériz seguiría en el estadio Zorilla hasta 1963, cuando el Zaragoza, primero, y luego el Barcelona y Sevilla, le ofrecieran sus camisetas. Juan Miguel Solé después de una primera campaña espléndida tuvo la desgracia de lesionarse gravemente, sin volver a ser el mismo. Con todo trató de recuperar el tono en las plantillas del Real Oviedo, Murcia y Calvo Sotelo de Puertollano, antes de echar raíces en Galicia y constituir una estirpe futbolística con sus hijos Jorge Javier y Miguel Ángel Solé Adrover. Aramendi no se movió de Castilla hasta completar cinco campañas como blanquivioleta. Luego luciría la camiseta bermellona del R. C. D. Mallorca, la del Badalona, entonces en 2ª División, el Xerez C. D., igualmente en la categoría de plata, y la ya extinta Unión Deportiva Salamanca, bien cumplida la treintena. Únicamente Juan José Bagnera resultó decepcionante. Seguro pero lento ante el ritmo de nuestras competiciones, no tuvo sitio en el equipo. Lo cedieron al Plus Ultra madrileño sin que llegara a jugar, surgieron problemas federativos e hizo el viaje de vuelta a Buenos Aires, para proseguir su carrera en Argentino de Quilmes y el Deportivo Español, donde se erigió en figura desde 1960 hasta 1967, retirándose en el fútbol ecuatoriano con el ya desaparecido club Liga de Portoviejo en 1971. “El Flaco”, conforme se le conoció en su tierra, falleció frisando los 81 años.
Sí, los entrenadores y secretarios técnicos de este lado del océano empezaban a erigirse en dura competencia. Helenio Herrera también viajó hasta Argentina en 1959, trayéndose de vuelta a Carlos Domingo Medrano, un portero barato de 2ª División, como teórico relevo del gran Ramallets en tanto cuajaban todas las esperanzas depositadas en el juvenil Sadurní.Y por si no bastara, algunos manejos sembraron la alarma en el departamento jurídico de la FIFA.
Buscando una mayor rentabilidad, Latrónico, y no sólo el, sino varios intermediarios del continente sudamericano, apostaron por piruetas arriesgadas que de salir bien deberían cubrirlos de oro. ¿Por qué no hacerse con los derechos federativos de algunos futbolistas, y luego explotarlos mediante traspasos o cesiones de club en club?. Bastaba con acercarse a entidades muy apretadas económicamente, poner dinero contante y sonante sobre la mesa y suscribir contratos donde entidades y jugadores acordaran la “venta” al “negociante”, para que éste, a posteriori, llenase las alforjas. No faltaban equipos con el agua al cuello ni en Argentina ni en Uruguay, y más todavía en Paraguay o Perú. Ni por supuesto jóvenes soñando con el ciento por uno bíblico en clubes de España, Italia, Francia o Portugal.
Aunque, claro, una cosa era que el club X exigiera compensaciones por desprenderse de un buen elemento con vigencia contractual, y otra que cualquier individuo, no en representación de nadie, sino a título personal, pasease a jugadores de feria en feria como si se tratara de esclavos, hasta recibir alguna oferta satisfactoria. Si aquello no era un retroceso a los siglos XVII y XVIII, a sus terribles mercados de carne negra, se parecía enormemente. Y puesto que ante cualquier denuncia hipotética podría acabar interviniendo la Justicia convencional, poniendo en solfa, de paso, no sólo tan demencial maniobra, sino todo el andamiaje de los traspasos, por los despachos de la FIFA sonaron las alarmas. Había que acabar con semejante osadía sin levantar mucha humareda, porque el humo siempre llama la atención del servicio antiincendios.
Lástima que al sofocar ese fuego pagasen justos por pecadores.
La temporada 1958-59, mientras Félix Latrónico y los encausados por la Federación Argentina enhebraban disculpas y explicaciones, el Real Club Celta de Vigo iba lanzado hacia 2ª División. Su directiva, en un último esfuerzo por eludir lo inevitable, se hizo con tres atacantes argentinos: Alfredo Rojas, Diego Bayo y Raúl Justo Gómez, “El Tubo”, este último firmando hasta finalizar el ejercicio y tan sólo a cambio de sueldos, sin devengos por préstamo ni traspaso. Imposible determinar si el muchacho era bueno, o no tanto, puesto que sólo pudo vérsele en 3 partidos, contra el Club Atlético Osasuna, en Pamplona (8-II-1959), el Real Oviedo y el Valencia C. F. Tenía 27 años al expirar ese contrato y aún calculaba un mínimo de cinco campañas más en el fútbol profesional. Pero desgraciadamente para él, se vio impelido a colgar las botas.
Natural de Santa Fe y Alsina, provincia de Rosario (11-III-1932), era hijo de un emigrante palentino que, según confesase en una entrevista concedida a Miguel Pisano para “La Capital”, el 14 de marzo de 2004, “no dormía, literalmente, porque yugaba de sol a sol como fletero y de noche manejaba un taxi”. Séptimo varón de 9 hermanos, se inició en el Morning Star, un equipillo de barriada, desde donde con 15 años pasó al Santa Fe, otro conjunto de barrio. La casualidad hizo que un día se enfrentara a los canteranos del Central, venciendo por 4-3. Los técnicos rosarinos algo debieron ver en él, porque le ofrecieron irse con ellos, y aunque dubitativo, aceptó cambiar de camiseta. Su ascensión fue meteórica. En 1952 debutaba en la cancha del Newell´s, nada menos que en un clásico, venciendo por 3-1. Esa noche lo llamaron desde Buenos Aires para hablar por la radio, y lo mismo desde el programa estrella en las ondas de Rosario. Desde el Central pasó al River Play bonaerense, donde como jugase poco lo cedieron al Lanús, antes de que su transfer lo adquiriese Félix Latrónico y acabara en el Celta. Descomunal error, del que siempre se arrepentiría.
Sorprende su cesión al Celta sin que el “negociante” exigiera alguna cantidad complementaria, siquiera en negro, o de tapadillo. Aunque quizás no tanto, si pensamos en el difícil trance que mantenía en vilo al intermediario. Tal vez quisiera sembrar para el futuro junto a la ría viguesa. O puede que la prudencia le aconsejase sigilo, sabiéndose mirado al trasluz. Lo primero para no arruinar su negocio era desactivar laamenaza de suspensión, finalmente convertida en realidad. Ya habría tiempo de volver a las andadas cuando todo se resolviera. Y hasta ese momento tampoco podía mantener inactivo el “género”, porque obviamente lo devaluaba.
En agosto de 1959, Latrónico dio excusas de mal pagador a su pupilo: “Me dijo que no podía ofrecerme nada, porque la mafia del fútbol estaba metiéndose con él, que se la tenían jurada”. Curiosa forma de ver las cosas, cuando eran Félix Latrónico y otros como él quienes esclavizaban a incautos henchidos de ilusión, mediante contratos leoninos. Ellos llevaban a cabo acciones mafiosas, sin emplear pistolas. Lo que en verdad sucedía era que al impedírsele contactar con cualquier club adscrito a federaciones bajo el imperio de la FIFA, el “negociante” estaba desactivado. En otras circunstancias, Raúl Justo Gómez hubiera podido salir del atolladero, ofreciéndose a distintos clubes, tirando de contactos o alcanzando acuerdos con cualquier entrenador ansioso por hacerle un hueco a cambio de la comisión correspondiente. Sólo en otras circunstancias, puesto que para desactivar el negocio esclavista urdido por los intermediarios, se cursaron instrucciones de no facilitar transferes internacionales si no era desde un club a otro, o mediante la presentación de cartas de libertad, documento que las entidades extendían a futbolistas con los que ya no contaban y hasta ese momento les hubieran “pertenecido”. No era el caso del exjugador celtiña, donde había intervenido en concepto de cesión. Sus derechos federativos los detentaba Latrónico y éste no podía extenderle ninguna carta de libertad, al ser esta una competencia exclusiva de los clubes de fútbol. Resumiendo, a los 27 años la vida deportiva del muchacho era historia pasada, sin que mediase ninguna lesión.
La única posibilidad de seguir enganchado a la pelota pasaba por continuar en España, aunque fuere ganando bastante menos dinero en clubes modestos de 2ª, sin expectativas de ascenso. Pero esa ni siquiera era una alternativa real. Había ingresado en nuestro país como oriundo, es decir como española todos los efectos, descendiente del laborioso palentino. Y al igual que todos los españoles sin merma física, estaba obligado a cumplir un servicio militar de 14 meses; algo que su intermediario por supuesto tampoco se molestó en explicarle. Cuando recibió un oficio notificándole el día y hora de presentación en la caja de recluta, esa última esperanza se le fue al suelo. No, claro, no iba a pasar dos meses y medio de campamento y casi un año en cuarteles de un país que ni consideraba propio. Las cosas, al fin y al cabo, quizás tampoco estuviesen tan mal como Don Félix las pintara.
Ya en Argentina pudo comprobar que, por una vez, el propietario de su transfer no mentía. Quedó varado en tierra de nadie, sin opciones de suscribir ningún contrato profesional. La “mafia del fútbol”, con nombre y apellido, se la había jugado muy duramente. Mientras, Latrónico y compañía pudieron seguir ejerciendo con el transcurso del tiempo. En Zaragoza lo saben perfectamente, ya que fruto de la amistad que uniera al “negociante” argentino con el antiguo delantero maño y celebrado secretario técnico Avelino Chaves, Juan Alberto Barbas deleitó a la afición de La Romareda durante tres años (temporadas 1982-83 a 1984-85). Y en este caso, las cosas como son, mediante un desembolso relativamente modesto, amén de fructífero.
Barbas había maravillado en el mundial juvenil de 1979, y en vísperas del Campeonato Mundial absoluto donde España fue anfitriona (1982), Real Zaragoza y Racing de Avellaneda firmaron un precontrato por 50 millones de ptas. Chaves, perfectamente informado por Latrónico sobre la biografía del chico, lo sedujo desde el primer momento: “Sabía todo sobre mí -confesó el propio Barbas-. Que venía de una familia muy humilde, que con 15 años trabajaba en una metalúrgica y que tenía novia. Me dijo: Yo ficho futbolistas, pero antes ficho personas. Avelino era un adelantado; tenía un ojo único para el fútbol”. Luego resultó que además de hacerse con un gran futbolista, el Zaragoza resolvió todo un señor problema mediante esa transacción. El Boca Juniors les adeudaba 35 millones, peseta arriba o abajo, por el traspaso de Marcelo Trobbiani. Dinero del que aún no se había visto nada. Chaves incluyó esa deuda en el contrato de Juan Alberto Barbas, pretextando que el entendimiento entre dos clubes bonaerenses por fuerza sería menos farragoso que mediando pagos en divisas, la intervención del Banco de España y toda la burocracia estatal en ambos lados. De manera que Barbas fue blanquillo por 15 millones de ptas., más una deuda cuyo cobro se presentía dificultoso.
Tras recibir en dos ocasiones el Premio Don Balón como mejor futbolista de la Liga española (1983 y 1984), Barbas pasó al “Calcio” bajo pabellón del Lecce, al japonés Júbilo Iwata, cuando los nipones apostaron fuerte por este deporte, al Sion suizo, donde habría de proclamarse campeón, a la Universidad Católica de Chile, el colombiano América de Cali o los argentinos Huracán y All Boys, antes de iniciar una nueva etapa en los banquillos, dirigiendo al Racing Club, Nacional de Paraguay, Bella Vista uruguayo, Audax Italiano y Rangers, ambos de Chile, Olimpo de Bahía Blanca y Almirante Brown del Gran Buenos Aires, Bangú brasileño y Club Atlético Atenas, de San Carlos, en el departamento uruguayo de Maldonado.
La intermediación en el fichaje de Juan Antonio Barbas fue probablemente la última contribución de Latrónico, por no decir la única realmente efectiva, a nuestro fútbol. Y hasta que eso ocurriera, la suerte de otros célebres “negociantes” fue variopinta.
A Luis Guijarro la UEFA le retiró su acreditación en la Asamblea celebrada en Estambul, un ya lejano 24 de mayo de 1978. Pásmense ante el motivo: “Por intervenir directamente en negociaciones y traspasos de jugadores, actividad para la que no está autorizado”. Llevaba haciéndolo desde 1947 con luz y taquígrafos, cuando situara en el At Madrid a Marcel Domingo y Ben-Barek. Alardeando de ello ante la prensa, desde donde se recogían puntualmente sus gestiones, mientras la UEFA y la F. E. F. permanecían en Babia. Treinta años enriqueciéndose en la ilegalidad, recibiendo agasajos y reverencias, aprovechando que los jerarcas del fútbol nacional y europeo ladraban a la luna. La Federación Española, obviamente, era la principal concernida, puesto que su Artículo 118 en el Reglamento de Jugadores reservaba tan sólo a presidentes o directivos de clubes la participación en cualquier fichaje. Las multas previstas para infractores resultaban ridículas: “De 1.000 a 5.000 pesetas para los clubes”. Algo más duras para los directivos cuya dejación de funciones pudiera acreditarse: “Entre 2 y 5 años de inhabilitación”. Y demoledora para el futbolista sorprendido en su buena fe, puesto que el club comprador no podía inscribirlo hasta transcurridos dos años, lo que teóricamente, si se hubiera aplicado alguna vez la normativa, implicaba 24 meses en el dique seco. El intermediario o “negociante” salía de rositas, puesto que al no estar regulada ni reconocida federativamente su figura, al “no existir”, en suma, difícilmente podría imponérsele una pena.
Guijarro continuó haciendo de su capa un sayo, utilizando a su hermano como pantalla por no herir susceptibilidades, aunque siguiera siendo él quien mantuviera todo tipo de entrevistas y moviese los hilos del negocio. Hasta le vino bien al bolsillo, recuperando los 20.000 francos suizos entregados en depósito al solicitar la licencia de agente UEFA. Retirada la acreditación y al no imponérsele ninguna multa, tuvieron que devolvérselos.
El armenio Arturo Bogossian, que tantos paraguayos, uruguayos y argentinos colocase en nuestros equipos, parte de ellos con documentación falsa y engañados respecto al club donde se iban a integrar, tuvo que sentarse ante un juez en junio de 1978. Detenido en Asunción mientras cenaba con unos amigos, pasó la noche del 22 en una celda de la penitenciaría y continuaba entre barrotes al día siguiente, mientras el Tribunal concluía el estudio de las diligencias policiales y daba cuerpo a su expediente. Epifanio Rojas, otro intermediario paraguayo que ya tirase de la manta en plena eclosión del timo de los falsos oriundos en nuestro fútbol, le había denunciado por estafarle presuntamente 288.000 ptas.
Tanto Bogossian como Guijarro, para esas alturas nadaban en la abundancia y empezaban a estar fuera de época, seriamente amenazados por tiburones más jóvenes y hambrientos. Las muchas trampas del armenio a tantos jugadores del otro lado del océano le pasaban factura, puesto que ponerse en sus manos venía a ser como jugar a la ruleta rusa. Para Bogossian sólo el club comprador era importante, puesto que si sus mandatarios quedaban contentos volverían a contar con sus servicios. El futbolista apenas pasaba de utensilio imprescindible, aunque muy abundante. Sólo traía muchachos de América a Europa; las recolocaciones posteriores entre clubes del mismo país las dejaba para otros, considerándolas menos rentables. Y si el “utensilio” viajaba de un continente a otro engañado, pues qué se le iba a hacer.
El Paraguayo Juan Ángel Romero Isasi llegó a Madrid desde Montevideo, siendo una estrella en la Liga de Uruguay, y por demás convencido de que ficharía por el Real Madrid. Una vez en Barajas, Bogossian le dijo que de momento el club merengue tenía completo su cupo de extranjeros, y pasaría un año en otro equipo hasta que resolvieran esa situación: “Tú sólo tienes que jugar como sabes. En cuanto te vean se van a volver locos y te harán sitio, créeme. Van a ser unos meses”. Su destino real fue Elche. “El Elche de entonces -declaró más de una vez aquel propietario de una zurda formidable, lastrado por su tendencia a engordar-. Cuando llegamos, yo únicamente veía palmeras, no edificios. Y pensaba, ¿pero dónde está la ciudad?. De haberlo imaginado seguiría en Montevideo, donde estaba muy bien y era un ídolo. O sea que es aquí donde debo estar un año, pensaba. Miraba al agente, tan tranquilote, y casi me daban ganas de llorar”.
Paradojas de la vida. Quien considerase inicialmente ese supuesto año en Elche un triste entierro en vida, desarrolló 7 campañas como franjiverde, una en el vecino Hércules C. F, y dos en el C. D. Ilicitano. Colgó las botas con 35 años y se afincó en la provincia alicantina hasta su fallecimiento, acaecido el 17 de junio de 2009, con 74 años.
No fue el único engañado por aquel encantador de serpientes. A Juan Carlos Lezcano, paraguayo de Asunción y excelente interior con gran cartel en Chile, le hizo creer que firmaría por el Valencia, entidad con títulos de Liga y Copa, aspirante a reverdecer laureles si pincharan Real Madrid, Barcelona o Atlético, una ciudad situada junto al Mediterráneo, con clima muy benigno y todo tipo de comodidades. Lezcano tenía más carácter que Romero y no se achicaba soltando verdades a la cara. Así que probablemente por eso Arturo Bogossian le dio plantón en Barajas. Sintiéndose literalmente tirado, el futbolista le llamó por teléfono, para escuchar una sarta de disculpas: “Me dijo que las cosas se habían torcido un poco, pero que no me preocupara porque todo estaba solucionado -contó el propio futbolista bastantes años después-. Iba a ir al Elche en las mismas condiciones económicas, al equipo donde triunfaba Romero. Que tomara un autobús y me presentase allí, donde nos veríamos. Yo no sabía dónde quedaba eso, ni sabía que hubiera un equipo con ese nombre. Me comentó que estaba cerca de Benidorm y eso sí me sonaba, por el festival de la canción. Así que tomé el autobús, paramos en una gasolinera para estirar las piernas y utilizar los servicios, y el caso es que cuando yo salí el transporte acababa de irse sin mí”.
Afortunadamente la sociedad española de 1962 era muy distinta a la actual; más empática y colaborativa, menos individualista y mucho más confiada. Los empleados de aquel modesto parador preguntaron a otros clientes hacia dónde iban, y si podían trasladar en sus vehículos a ese joven de 23 años a quien se le había escapado el autobús de línea. Un señor de la región alicantina lo transportó en su coche hasta el denso palmeral, y Lezcano, por fin, pudo estampar su firma en el contrato, convirtiéndose en pieza esencial del mejor Elche C. F. en su larga historia. Nueve campañas consecutivas en 1ª División, con 42 goles marcados en el torneo de Liga y la disputa de una final copera en el estadio Santiago Bernabéu ante el At. Bilbao, lo convirtieron en mito franjiverde, por más que se le negara una salida a lo grande. Con 32 años reforzó en una última temporada al Eldense, y aún permanece bajo el dorado sol levantino, recordando a quienes quieran oírle que el Elche C. F. continúa debiéndole el partido homenaje pactado tanto tiempo atrás, y al que de sobra se hizo acreedor sobre el césped del viejo Altabix. Ni la jugarreta de su intermediario ni el injusto trato que le deparasen unos directivos sin memoria y en vuelo rasante, lograron marchitar su cariño y querencia por aquella tierra.
Menos airosa fue la decadencia profesional de Luis Guijarro, puesto que la temporada 1978-79, sin acreditación de la UEFA ni capacidad legal para intermediar en ningún fichaje, ofreció al ya extinto C. D. Málaga una perla balcánica del O. F. Belgrado, apellidaba Petkovic. Puesto que asegurase tenerlo todo muy bien atado, viajó hasta la capital yugoslava Manuel García Campos, comisionado por el club, para encontrarse con un soberano plantón. A Petkovic parecía habérselo tragado la tierra. Ni en el hotel donde estaba citado, ni en el club, decían conocer su paradero. Tampoco el informador de Guijarro por los Balcanes, Toni Markovic, lograba hallar el menor rastro. Cuando empezó a impacientarse el presidente costasoleño Serrano Carvajal, Guijarro y su contacto urdieron una historia a caballo entre las de los hermanos Grimm y el tenebroso terror de Howard Phillips Lovecraft. Justo ese domingo, la madre y hermana del futbolista habían sufrido un tremendo accidente de tráfico, falleciendo ambas. Al marido y padre acababan de encontrarlo ahorcado, incapaz de asumir el dolor. Y para que nada faltase, el futbolista se hallaba en el hospital, grave aunque fuera de peligro, tras ingerir un tubo de barbitúricos arrasando la acumulación de fatalidades. Así lo trasladó el presidente blanquiazul a algunos periodistas, pidiéndoles colaboración, respeto ante tamaña tragedia y unos días de reserva hasta transmitir la noticia, cuando el porvenir del jugador estuviese menos en entredicho. Aquellos periodistas hubieran palidecido si los kioscos de Málaga distribuyeran “L´Equip”, porque en su último número informaba sobre el fichaje de Petkovic, rebosante de salud, por el Troyes galo.
El fútbol cambiaba a pasos agigantados, dejando en la cuneta a cuantos no supieran adaptarse a los nuevos tiempos. Los “comerciantes” de antaño se extinguieron como dinosaurios, sin que en realidad ni la FIFA, ni la UEFA, y muchísimo menos las Federaciones nacionales de Europa y América, actuasen como meteorito destructor. Y tal como ocurriese tras la debacle para los gigantescos reptiles del jurásico y pleistoceno, otras especies nuevas, irían colonizando el deporte rey, sin resolver ninguno de los problemas arrastrados de antaño.
A veces, incluso, dando la impresión de enmarañarlos más.
(1).-Cuadernos de Fútbol ya se ocupó de este personaje con amplitud en el artículo titulado: “Luis Guijarro: Claroscuros de la intermediación futbolística”. El lector curioso puede remitirse a él, si deseara profundizar sobre el tema.