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RESUMEN:

Libro clave El historiador que desee acceder a la verdad de lo sucedido a lo largo del proceso que dio lugar, después de muchísimas vueltas, al surgimiento de la primera Copa del Mundo «de la FIFA» en 1930, en Montevideo, debe imperiosamente leer, y con máxima atención, un texto clave. Me refiero al libro Negociaciones

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El caso Buero

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Libro clave

El historiador que desee acceder a la verdad de lo sucedido a lo largo del proceso que dio lugar, después de muchísimas vueltas, al surgimiento de la primera Copa del Mundo «de la FIFA» en 1930, en Montevideo, debe imperiosamente leer, y con máxima atención, un texto clave. Me refiero al libro Negociaciones internacionales, publicado en 1932 por Enrique Buero. Buero era entonces un joven y brillante embajador de Uruguay en Europa, y accesoriamente ejercía como vicepresidente de la FIFA desde el año 1928.

Negociaciones internacionales fue editado en Bruselas. El autor se hizo personalmente cargo de una amplia difusión entre los dirigentes del fútbol internacional, europeo y sudamericano, ofreciendo facilidades para la adquisición del libro por el público oriental. Negociaciones internacionales es en realidad un compendio de archivos. El objetivo, escribió Buero en el Prefacio, fue «dejar hablar los documentos». Se presentan cartas, telegramas e informes que el autor intercambió con las autoridades de la FIFA -Rimet, Hirschman y Seeldrayers-, con los dirigentes de la AUF, con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, y con los dirigentes de diversas asociaciones europeas cuya participación fue solicitada. Los documentos, sin traducción, están en español, en francés, rara vez en inglés.

El libro se articula cronológicamente, limitándose Buero a componer dicho ordenamiento y a encabezar cada capítulo con una presentación de pocas líneas. El sumario da la pauta de la importancia de los temas: El congreso de Barcelona, Comienzan las dificultades, La propaganda contra el campeonato, Los belgas dan el primer paso, etcétera. El objetivo declarado del autor fue dar a conocer las «interioridades de la organización» de aquél primer campeonato del mundo no olímpico, explicando el caso excepcional de la «intervención de un diplomático en materia deportiva».

Todo indica, y el prefacio así lo certifica, que la obra se dirigió principalmente al público uruguayo, «al público de mi país», y que apuntó a brindar material bruto con la intención de clarificar el reparto de méritos entre los diferentes actores en las diferentes fases de la creación del mencionado Mundial: propuesta, reglamentación, financiamiento y convocatoria efectiva. Pese a las facilidades ofrecidas por Buero, pese a la importancia histórica de los datos y pese a la revelación de hechos decisivos en favor del patrimonio histórico de la AUF, el libro no llegó nunca a Uruguay. Y nadie ha encarado hasta el día de hoy el indispensable esfuerzo de reedición que exige este trabajo.

Buero aparece en los libros de la FIFA como el amigo de Rimet. El mano derecha del presidente francés. El hombre que, según los relatos oficiales, después de aceptar el proyecto concebido por Rimet en 1924, convenció a la AUF. El que, en definitiva, actuó como ejecutor servicial de una FIFA francesa, visionaria y generosa. Pero ese cuento de Buero como servidor de Rimet no es lo que nos indican los documentos de Negociaciones internacionales sino una caricatura fabricada por el propio Rimet en su Historia maravillosa de la Copa del Mundo veintidós años después. Llama la atención al mismo tiempo el siguiente contraste: en los libros de la federación internacional siempre hay una foto del buen Buero, pero no en los relatos de la AUF ni en el Museo del fútbol del Estadio Centenario, dispuesto sin embargo para recordar las conquistas mundiales uruguayas, en particular la de 1930.

Hoy los Buero en Uruguay

Hace unos catorce años, yo empezaba a estudiar la Historia maravillosa -supuesto testimonio fiable- y sentaba las bases de mis primeras críticas contraponiendo la documentación descubierta en los archivos a las afirmaciones de Rimet, que me resultaban cada vez más disparatadas. Así por ejemplo, Rimet niega en su libro toda relación de la FIFA con los campeonatos olímpicos de 1924 y 1928 mientras que la documentación de la época da la pauta de su intensa acción como presidente de todos los poderes deportivos olímpicos del fútbol habidos y por haber (presidente de la federación francesa; presidente de la FIFA; vicepresidente del Comité Ejecutivo del Comité Olímpico Francés, que le pagaba salario; presidente de la Comisión olímpica de estudios; miembro de la Comisión olímpica técnica del fútbol). Igualmente, ni en las actas de la directiva francesa ni en la prensa oficial de la asociación gala se encuentra la menor indicación en favor de la tesis clave del libro de Rimet según la cual fue él quien concibió el campeonato mundial en Montevideo en 1924apenas terminada la final de Colombes, él quien lo promovió ante Buero en 1925, él quien convenció a la AUF entre 1925 y 1929, él quien lo salvó del boicot que encararon las asociaciones europeas, él quien llevó a que Francia participara. El Rimet de las actas francesas aparece, por el contrario, como un cómplice discreto de aquél boicot, desde la noche misma del cierre del Congreso de Barcelona. Partidario de un Mundial de la FIFA sí, pero únicamente en caso de jugarse en Europa. Y en el seno de la directiva de su propia asociación, como un seguidor acrítico del abstencionismo de mayo de 1929 a mayo de 1930.

En eso estaba cuando me llegó una carta de Juan Buero, nieto de Enrique, con una copia de Negociaciones internacionales. Juan sabía que yo trabajaba sobre estos temas. Y lo que pretendía antes que nada con su envío era que no me olvidara de mencionar el rol de su abuelo como mano derecha de Rimet y servidor fiel de la generosa FIFA francesa.

Desde el primer vistazo entendí que la obra documental de Buero era una especie de WikiLeaks revelador de la faz oscura del fútbol de la época. Aunque apuntaba al conocimiento de los uruguayos, echaba una luz radical sobre los hechos europeos y sobre el funcionamiento de la FIFA. Entendí sobre todo que los documentos que presentó Buero en 1932 constituían la antítesis absoluta del supuesto testimonio publicado por Rimet 22 años después. El libro de Buero y el de Rimet eran totalmente antagónicos, punto por punto incompatibles y paralelos.

Se desprendía de Negociaciones internacionales que Rimet y Buero no habían sido amigos ligados por una misma causa, sino adversarios tenaces, portadores de proyectos opuestos. Que Buero había sido el líder y Rimet un servidor forzado por los efectos de la presión político-diplomática desplegada por el embajador uruguayo. Y eso no porque Buero lo contara o lo interpretara así, sino porque lo decían los documentos, las cartas y los telegramas, lo decían las pruebas.

Entendí también que los propios descendientes de Enrique Buero ignoraban el verdadero contenido de la obra deportiva del abuelo y el mensaje sin concesiones que cobijaba su libro. Al igual que los periodistas uruguayos atentos a los temas de historia, los familiares se limitaban a perpetuar la imagen vehiculada por la FIFA, con el objetivo de obtener un día el reconocimiento de la AUF, sin prestar atención al contenido real de Negociaciones y sin la menor intención de despertar las verdades subversivas del abuelo. Estaban dispuestos a rescatar la figura del olvido, de un olvido uruguayo, intuyendo que para ello el mejor camino era seguir pegados a la leyenda francesa del buen Rimet y de su buen amigo.

Visto desde hoy

Visto desde hoy, Negociaciones internacionales aparece como un acta de acusación contra la FIFA y un desmentido total, punto por punto, de los cuentos perpetuados hasta hoy en los libros que le escribió la academia francesa.

Se desprenden de la documentación expuesta por Buero una serie de hechos que nos obligan a pensarlo todo de nuevo. Uruguay fue excluido de las comisiones preparatorias encargadas de la creación del Mundial de la FIFA. La idea del campeonato en Montevideo no fue de Rimet ni surgió en 1924. Nació en enero de 1929 en el seno del Club Nacional de fútbol de Montevideo a iniciativa de José Usera Bermúdez y Roberto Espil, y fue inmediatamente aprobada por la asociación uruguaya y la confederación sudamericana. La supuesta acción de convencimiento que habrían ejercido Buero y Rimet en dirección de los uruguayos entre 1925 y 1929 jamás existió. Lo que se dio en la realidad fue un movimiento inverso, partiendo de la asociación uruguaya hacia los dirigentes europeos, y no en el sentido del convencimiento, sino en el sentido de la imposición política.

Los documentos que presenta Buero nos enseñan que en 1929, en el Congreso de Barcelona, la renuncia de Italia en favor de Uruguay fue considerada como una traición por los franceses. Y también que Rimet cobijaba entonces la candidatura oficiosa de París, que no pudo presentar.

Permiten entender de qué manera la dirección de la FIFA cubrió el boicot iniciado por las asociaciones de Europa occidental. Al mismo tiempo que los europeos se negaron a inscribirse, la dirección de la FIFA, por intermedio de su secretario general, aumentó indefinidamente sus reivindicaciones materiales violando el reglamento financiero con el objetivo de acular a la AUF. Calculó que, aplastados por los pedidos, los dirigentes uruguayos abandonarían, en consecuencia de lo cual, la primera copa del mundo se jugaría finalmente en Europa, en Roma o en París.

Punto culminante de Negociaciones internacionales, el telegrama que el diplomático uruguayo envía a los dirigentes montevideanos el 10 de marzo de 1930. Anuncia entonces que Rimet adhiere al plan italiano en estos términos: anulación del campeonato mundial de Montevideo; creación en su lugar de una copa Paneuropea en Roma; hipotética final mundial entre los vencedores de la Copa América y la Copa europea. En la parte final, los documentos expuestos por Buero detallan las «negociaciones internacionales» propiamente dichas que el emisario oriental lleva a cabo a nivel político, primero en Bélgica y luego en Francia. Se comprende que esa acción condujo al sometimiento de los presidentes de las asociaciones de fútbol de estos dos países puestas bajo las órdenes de sus gobiernos.

Así, los documentos de Buero contradicen los cuentos según los cuales todo pasó por Rimet y la FIFA se comportó de manera ejemplar. Y establecen la tesis siguiente: la primera copa del mundo de fútbol disputada fuera de los juegos olímpicos no fue una copa «de la FIFA», sino una copa abandonada por la FIFA, salvada por la AUF y el gobierno uruguayo, salvada por la AUF y por Enrique Buero.

Visto desde ayer

Sería un error considerar que la publicación que Buero hace de sus archivos en 1932, vale decir en momentos en que los hechos están todavía muy frescos y son conocidos de todos, iba contra la dirección de la federación internacional. Una serie de fórmulas empleadas por el diplomático uruguayo en sus últimas correspondencias con los dirigentes montevideanos y algunas cartas complementarias que no figuran en el libro permiten afirmar, sin la menor duda, y acorde con lo indicado en el prefacio, que el objetivo principal de Buero fue establecer claramente la importancia de su propia acción, el hecho particular de la intervención diplomática en la creación del campeonato mundial. Fue en efecto por la vía política, convenciendo a los ministros belgas y franceses, que Buero impuso a ciertas direcciones deportivas reticentes la decisión de participar rompiendo así el bloque del boicot.

Porque no tenían otra salida, los dirigentes de la asociación uruguaya aprovecharon el hecho que un diplomático desempeñara un rol tan trascendente y que el campeonato de fútbol resultara, in fine, de un salvataje político. Pero no lo apreciaron demasiado, porque esa acción de un político brillante que cortocircuitaba a Rimet, también los cortocircuitaba a ellos. Lo que se produjo entonces, apenas ganada la copa por Uruguay, fue bajo: la asociación uruguaya borró a Buero de los homenajes y el nombre del embajador desapareció de los informes. Buero se humilló escribiendo cartas en las cuales solicitó el restablecimiento de la verdad y el reconocimiento del papel jugado por la diplomacia. Y fue porque no alcanzó ese objetivo que decidió publicar su correspondencia deportiva, decir su verdad, colocar su bomba.

La edición de Negociaciones internacionales fue percibida por la dirección del fútbol uruguayo como una impertinencia. Y aunque confirmaba el rol dirigente de Uruguay en la creación del nuevo campeonato del mundo, la AUF tomó la decisión lamentable de adquirir la totalidad de los ejemplares impresos para destruirlos. El resultado lo tenemos hoy. No circula un solo libro. En Uruguay prácticamente nadie lo ha leído. De esta manera, por envidias y bajos intereses individuales, el fútbol uruguayo y el fútbol en general se ve privado hasta el día de hoy de una fuente documental de primer orden.

No hay autobombo

Qué se entienda bien. El libro de Buero, a diferencia de lo que publica Rimet en 1954, no apunta a crear una ficción autobiográfica ni a exaltar la acción del autor.

En los documentos presentados, Buero no aparece como un dirigente visionario e infalible, sino como un intermediario que duda, que en ciertos momentos juega las cartas adecuadas y en otros se muestra excesivamente ingenuo, y hasta se equivoca.

Así, cuando los dirigentes uruguayos le transmiten el proyecto de candidatura de Montevideo, Buero se opone. Argumenta en sucesivos telegramas que es una utopía, que Uruguay no dispone de medios materiales suficientes, que no hay estadios ni mercado como para responder correctamente a una tal empresa. Igualmente en el informe que Buero redacta al término del congreso de Barcelona anota muy ingenuamente que la participación de Italia y de los países de Europa Central está plenamente asegurada, sin sospechar que estos países tienen la intención de hundir el campeonato. También la reacción de Buero en marzo de 1930, cuando el presidente de la FIFA le propone trocar el campeonato del mundo por una copa Paneuropea, es incierta y genera lógicamente desconfianza en Uruguay. Sabe que la maniobra resulta del pacto que Rimet acaba de firmar con los dirigentes italianos. Pero muy diplomáticamente, explica a los dirigentes montevideanos que «no hay mala voluntad por parte de la FIFA».

Estos errores se suman al hecho que, contra lo establecido en Barcelona en el plano económico, Buero se muestra blando en las negociaciones financieras con la FIFA, dispuesto a ceder a cada vez que Hirschman le somete nuevos reclamos. La tensión entre los montevideanos y el embajador alcanza un punto culminante cuando los equipos europeos exigen, como condición para anotarse, que la asociación uruguaya asegure el pago de consecuentes compensaciones salariales a todos los futbolistas participantes. La aceptación de este pedido por el diplomático escandaliza legítimamente a los dirigentes y a la prensa de Uruguay. Estalla entonces una crisis y la comunicación entre Buero y Montevideo se corta. Es que, según lo decidido por la FIFA en los congresos de 1925 y 1926, las compensaciones salariales de una selección deben ser asumidas por su propia asociación nacional, y Buero no parece recordarlo.

El hecho es que Buero no selecciona los archivos en su favor ni cae en ningún tipo de autoculto. Y solo la parte final, donde se exponen las complicadas «negociaciones internacionales» de la última chance, lo muestra actuando completamente solo, decisivamente. Sin embargo, como él mismo lo subraya a cada vez que rinde cuentas, dichas tratativas en Europa no son otra cosa que la aplicación de la orden que le da la AUF: obtener por cualquier medio la participación de por lo menos cuatro equipos.

Una carta en 1950

Buero se retiró de la FIFA y del fútbol en 1934 de modo definitivo. Sin lugar a dudas, el joven y brillante diplomático cobijó entonces cierto resentimiento. El tiempo pasó, la acción política lo llevó a asumir responsabilidades más importantes y a viajar por el mundo. Muy probablemente, como resultado de la conciencia que tenía de la jerarquía de los problemas y de ciertas mediocridades del medio futbolístico, Buero dio vuelta definitivamente aquella página. Para los hijos, y posteriormente para los nietos, la acción deportiva de Enrique fue probablemente un silencio bien guardado en esa cantidad de registros cuidadosamente encarpetados en la biblioteca del pequeño cuarto que le servía de escritorio, en la casona de Carrasco. Nunca una confesión detallada de una experiencia personal, finalmente amarga.

El 14 de julio de 1950, el hijo de Enrique Buero, Juan, aterrizó en Río de Janeiro con su avioneta personal. Su intención era asistir al partido decisivo del campeonato mundial entre Uruguay y Brasil en el estadio de Maracaná. En una carta enviada el 19 de julio de 1950, tres días después del «Maracanazo», Juan escribió lo siguiente a su padre:

«Por intermedio de Jules Rimet, a quien fui a saludar en forma interesada al Serrador, conseguí las mejores localidades para el partido. Hablamos de los pasados campeonatos, de cómo un día en 1925 surgió de una conversación contigo la idea del Campeonato en Montevideo y de muchos otros recuerdos que hoy ya son historia.»

Puede suponerse que al regreso de su hijo, Enrique no se tomó el trabajo fastidioso de aclararle hechos ya lejanos. ¿Qué valor y qué sentido puede haber dado el diplomático a aquella fórmula vaga que le llegaba por vía indirecta del ya viejo, enfermo, probablemente desmemoriado, y finalmente apreciado Jules Rimet? Nadie sabe si le inspiró ternura, curiosidad, indiferencia, o el sentimiento agradable de ser objeto de esas contorsiones elegantes de forma que manejan los franceses cuando escriben.

Lo que sí se sabe es que Rimet, cuando redacta ese mensaje, ya tiene elaborado el esquema de la leyenda que se apresta a escribir. Lo que sí se sabe también, es que trasmitiéndolo de ese modo al hijo de Buero, que no reacciona, lo está sometiendo a un test satisfactorio. Esa carta, con esas palabras amistosas de Rimet, planta la mentira en el seno mismo de la familia.

El estudio comparativo de las páginas claves de la Historia maravillosa de Rimet -de la 25 a la 42- y del libro de Buero permite entender la metodología empleada por el francés. Siguiendo el hilo de Negociaciones internacionales, lo dio vuelta punto por punto, invirtiendo los méritos, las jerarquías y el encadenamiento de los hechos. El ejecutor obligado se volvió conceptor visionario. El furgón de cola se volvió locomotora. Seis años de historia puestos al revés.

Rimet no envió nunca su Historia maravillosa al «gran amigo». Enrique Buero no supo de la existencia de ese cuento impreso en el que se habla mucho de él. El gran diplomático uruguayo murió probablemente creyendo que en Europa se seguían manejando restos de la verdad, aquella verdad gris que en 1932 circuló en las altas esferas del poder futbolístico y que hoy espera encerrada en su libro de archivos.

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