RESUMEN:

En 1953, Nikita Kruschev, antiguo comisario político durante la guerra civil rusa y la II Guerra Mundial -conocida en la U.R.S.S. como Gran Guerra Patriótica-, mediador entre Stalin y sus generales y finalmente asesor del “bien amado guía, camarada Stalin”, se convertía en Secretario General del Partido Comunista Soviético. En pocas palabras, sucedía al sátrapa

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Húngaros en España: Segunda Oleada. Desde la sublevación en Budapest

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En 1953, Nikita Kruschev, antiguo comisario político durante la guerra civil rusa y la II Guerra Mundial -conocida en la U.R.S.S. como Gran Guerra Patriótica-, mediador entre Stalin y sus generales y finalmente asesor del “bien amado guía, camarada Stalin”, se convertía en Secretario General del Partido Comunista Soviético. En pocas palabras, sucedía al sátrapa totalitario y paranoico en el control del Bloque Oriental. Apenas tres años después, en febrero de 1956, pronunciaba su célebre “discurso secreto”, que en realidad nada tuvo de tal, puesto que buena parte del mismo sería distribuido por Moscú en hojas con apretada tipografía, bajo el sello de: “Vetado para la prensa”. En dicha alocución puso en solfa la obra política y económica de quien fuese verdugo de decenas de miles de compatriotas, con especial atención a su “archipiélago gulag”, por emplear el término que acuñase Alexander Solzhenitsyn, intelectual disidente, huésped en aquellos campos infrahumanos y celebrado escritor. Además prometía una mayor apertura y mejores condiciones de vida para una población cada vez más alejada de los estándares occidentales. Crítica fácil, puesto que Stalin llevaba 30 meses momificado.

Kruschev, avezado hombre del partido lo bastante hábil para disimular sus aspiraciones sin alertar al siempre temeroso Stalin, en principio pareció dispuesto a abrir un poco la mano y hasta tuvo algún guiño en pro de la distensión. Iría cerrando los gulags, incluso, campos de trabajo forzado, donde al menos 9 millones de soviéticos purgaron “crímenes políticos” a menudo imaginarios, como mano de obra esclava en la construcción de canales, diques, tendidos ferroviarios, explotaciones mineras, talado de bosques y todo tipo de obras faraónicas. Un gesto mucho más que meritorio, pues aquella industria penitenciaria constituyó durante dos decenios pieza económica angular en el país de los soviets. Aunque llegaba tarde. Cuando a muchos sojuzgados en los países del Este ya no les quedaba la menor fe.

A partir de 1941, alrededor de dos millones y medio de súbditos del Telón de Acero habían pasado desde el área controlada por la U.R.S.S. en Alemania, al mundo occidental. Estocada demoledora no sólo para la economía de la R.D.A., sino para toda la propaganda del Kremlin, empeñada en pintar al comunismo como paradigma de la felicidad proletaria. Semejante sangría acabó desaguando en la construcción de un muro de 160 kilómetros para separar Berlín, y en realidad dos bloques con distinto modo de entender tanto la vida como la política. Pero antes, a quienes en los países satélites de Moscú aún guardaban algún atisbo de fe, y creyeron las promesas aperturistas de Kruschev, les esperaba un despertar de pesadilla. Especialmente a cuantos trataron de cambiar las cosas en Budapest.

Concluido el verano de 1956, y al amparo del cacareado aperturismo promovido desde la Secretaría General Soviética, tuvieron lugar en la capital húngara varias manifestaciones más o menos espontáneas, protestando contra su propio gobierno, férreamente controlado desde Moscú. Veinte mil manifestantes marcharon pacíficamente hacia el Parlamento, en Budapest, portando banderas nacionales y ningún estandarte con la hoz y el martillo. Hubo detenciones, disparos cruzados entre soldados rusos y la policía política húngara, cuando los primeros creyeron ser atacados. Respondió la ciudadanía con las armas arrebatadas a su policía y se liberó y armó a los presos políticos, como antesala de una revolución antisoviética que en cuestión de horas habría de extenderse por todo el país. El gobierno títere de Budapest solicitó ayuda al Kremlin, y Kruschev, entendiendo que podía haber ido muy lejos en su idea aperturista, tuvo que emplearse con extrema dureza en razón de su propia supervivencia política. Los tanques rusos arrasaron viviendas y edificios centenarios, al tiempo que ametrallaban civiles, inundando las calles de sangre. Aplastar el levantamiento fue tarea fácil, aunque dejase un saldo de casi 3.000 cadáveres húngaros, 722 bajas entre militares soviéticos, 26.000 detenidos, sometidos posteriormente a juicio, con 13.000 encarcelados, varios miles deportados a la U.R.S.S. y 250 ejecuciones sumarísimas. En cuestión de días, mientras las purgas se enseñoreaban de Hungría, 200.000 magiares lograron huir hasta la vecina Austria. El sueño que empezara el 23 de octubre concluía estrangulado el 10 de noviembre de 1956, sin que occidente reaccionase para mitigar la tragedia.

La sangrienta intervención soviética en Hungría para aplastar el primer fermento revolucionario entre los satélites de Moscú, trajo hasta España a numerosos fugitivos. El régimen entonces imperante en nuestro suelo no desdeñó la oportunidad propagandística que tan doloroso éxodo le brindaba.

Entre aquellos 200.000 fugitivos hubo un nada desdeñable número de futbolistas notables, dispuestos a proseguir sus carreras en Francia, Suiza, Austria, Italia o España; la España donde sobresalía Ladislao Kubala e imperaba un régimen dispuesto a sacar del baúl soflamas anticomunistas de otra época, erigiéndose en refugio de quienes podían hablar del lobo tras sufrir su mordisco en carne propia. Jugada maestra para quienes constantemente necesitaban reafirmarse, bien es verdad que muy favorecida por la tibieza del presidente estadounidense, Eisenhawer, y la lentitud del Consejo de Seguridad de la ONU. Pues aunque se votara mayoritariamente contra la intervención soviética en suelo húngaro, realmente tanta discusión no habría de servir para nada. Franco, El hombre que nueve años antes, mientras las Naciones Unidas recomendaban retirar a los embajadores de Madrid, asegurase gratuitamente “tener a Europa cogida por los pies”, ahora podía presumir de liderazgo mientras tendía la mano a escarmentados con la “dictadura del proletariado”.

De ese modo nuestro país, y obviamente nuestros clubes, fueron abriendo sus puertas a Istvan Nyers, Peter Ilku, Josef Csoka, Lazslo Kaszas, Estban Kiss, Joseph Csabai, Gyula Szabo, Lazslo Tauber, Istvan Szolnok, Villanyi Tibor, Janos Beke, Zoltan Czibor, Sandor Kocsis, Janos Kuzsmann, Ferenk Puskas, Istvan Stancsyk y Tibor Szalay.

En realidad Markus Istvan Nyers (también conocido como Francis Nyers), que se dejó caer por la ciudad condal en 1956, no debería ser incluido entre los fugitivos de la revolución magiar. Formaba parte del grupo disperso por la II Guerra Mundial y su lacerantes secuelas, puesto que se había enrolado en el Estrasburgo la temporada 1947-48, y desde 1952 venía compitiendo con el también galo Saint Etienne. Poseía el estatuto de apátrida y de ese modo rellenó nuestra Federación el capítulo de “nacionalidad”, cuando le extendiera ficha para competir con el Tarrasa. Extremo izquierdo rápido e incisivo, utilísimo al contraataque, había sido internacional y hasta disputó un partido con el Barcelona, agradando a sus técnicos. Luego el fichaje no tuvo lugar, según el propio futbolista al no existir acuerdo económico, aunque parece que la entidad “culé” habría perdido interés al tener noticias sobre la importante lesión que no ha mucho padeciese en una rodilla. Era un jugador excelente y no tuvo problemas para nutrir las filas del Tarrasa. “Me llamó poderosamente la atención -escribió en sus memorias Jaime de Olaso, presidente y alma máter de la Sociedad Deportiva Indauchu-. Se iba de todos, encaraba una y otra vez… Verdaderamente formidable. Como no entendía que podía hacer semejante jugador en 2ª División, quise conocer detalles preguntando a los directivos catalanes. Me dijeron que estaba recuperándose de una lesión fea, y que del mismo modo que vino volaría de su nido tan pronto se sintiera bien. Así ya se explicaba todo”.

La pupila de Jaime de Olaso no era propensa a equivocaciones si se trataba de descubrir perlas futbolísticas, o calibrar sus quilates. Gracias a tan buen ojo convirtió a un equipo de exalumnos colegiales en clásico de nuestro fútbol de plata durante los años 50 y 60, en el pasado siglo(1). Y el caso es que Nyers tan pronto hubo recuperado la confianza en su rodilla, retornó a Saint Etienne para continuar compitiendo hasta 1959. Además del húngaro y el poquito español que aprendiese mientras destacara como uno de los mejores en el Grupo Norte de 2ª, hablaba muy fluidamente francés e italiano.

A Peter Ilku Kampfl, en cambio (Dorog, 22-II-1936), le faltó tiempo para abandonar Hungría tras la invasión de tropas rusas. Profesional con 16 años, desde el Vasas había pasado al Dorog para competir en 1ª División las temporadas 1955-56 y 56-57. Internacional con la selección “B” de su país en 7 ocasiones, era un delantero bastante más que prometedor cuando se puso por primera vez la camiseta del At. Madrid. Listo, hábil y ambicioso, su proyección teóricamente implacable sufrió un golpe durísimo cuando, con sólo 22 años, sufriera el terrible accidente de tráfico que a punto estuvo de llevarlo al cementerio. Pasaron veinte meses hasta que pudo volver a ejercitarse, y a partir de entonces lo hizo con una placa de aluminio. Nunca volvería a ser ni sombra del soberbio futbolista anterior al percance, aunque se las arreglase para suplir la falta de presencia física con mucha colocación y alardes técnicos. Cedido por los “colchoneros” al Rayo Vallecano, durante el verano de 1960 llegó a ficharlo el C. F. Barcelona, para cederlo al Condal, a su vez, equipo “B” de los azulgrana, con el que celebró 7 goles en 25 partidos de 2ª División. Buena marca, máxime considerando que ya no actuaba en posición de ariete, como en sus inicios, sino más próximo al centro del campo. Luego pasó al R.C.D. Español, sin contar con oportunidades, y al Badalona. Parecía que su horizonte profesional se cerraba, al no contar mucho para el club badalonés, cuando la solidaridad entre la colonia de húngaros exiliados, paliativo de las múltiples dificultades que hubieron de encarar, se hizo patente. Fruto de ella y mediante recomendación de Janos Beke, pudo incorporarse al Cádiz C. F. en noviembre de 1962. Y no dejan de sorprender las 100.000 ptas. abonadas desde Cádiz en concepto de traspaso, puesto que para entonces la 2ª División parecía venirle grande. Tras varios meses en “la Tacita de Plata” aún obtuvo réditos menores de la pelota en el Gimnástico de Tarragona y Manresa, ya en 3ª División. Se había nacionalizado español en 1957 y contrajo matrimonio con una joven de Ametlla del Vallés durante el verano de 1963. Parecía aclimatado en España, pero resulta innegable que la auténtica patria del hombre es su infancia. A ella debió seguir aferrado este deportista sin suerte, puesto que falleció el 15 de setiembre de 2005 en su localidad natal.

József Csoka Szira (Vacuntslaszlo, 10-I-1936), había coincidido con Ferenk Puskas en el Honved de Budapest, a cuyo seno llegó en 1953 con sólo 17 años, procedente del Spitok. Compitió igualmente en el campeonato austriaco, con el Sport Club de Viena, antes de ingresar en el At Madrid, desde donde ante la falta de oportunidades sería cedido al Recreativo de Huelva en noviembre de 1957. Otro frustrante inicio entre los “colchoneros” durante la primera vuelta del torneo 58-59, con sólo 2 partidos jugados, iba a ser antesala de una nueva cesión, esta vez al R.C.D. Mallorca durante el mes de enero de 1959. Los bermellones se hallaban en 3ª División y eso pudiera haber desalentado a muchos. De hecho, patear campos terrizos constituía cierto desdoro para quien atesoraba 14 presencias internacionales con la potente selección nacional de su país. Pero había que sobrevivir y las cosas no estaban para aguardar hipotéticas ofertas mejores. Con 275.000 ptas. de ficha fue el mejor pagado de la plantilla que entrenara el argentino Juan Carlos Lorenzo, e hizo gala de gran polivalencia, al rendir en cualquiera de los 5 puestos de ataque. Además, sus lanzamientos de córner con rosca, algo nunca visto hasta entonces, causaron sensación. Logrado el ascenso continuó cedido en Mallorca para encadenar otra ascensión, ésta a la categoría reina. En julio de 1960, ya desligado del At. Madrid, aceptó la propuesta del Hércules alicantino, acompañada de un ambicioso proyecto deportivo para encaramarse a 1ª. Puesto que las promesas de armar un gran equipo se las llevara el viento, un año después optó por integrarse en el Sabadell, desde donde pasaría al At Baleares, igualmente en 2ª, y Gimnástico de Tarragona, en 3ª, antes de cruzar la frontera de Andorra y casarse con una súbdita del principado, mientras competía hasta 1971 con el club local, adscrito a la Territorial Catalana. Allí se afincó definitivamente, dedicado a regentar un supermercado durante 40 años. Desde 1957 gozaba de nacionalidad española, facilitada tras pedir asilo político.

Lazslo Kaszas Kaszner (Budapest 18-II-1938), también llegó jovencísimo, aunque procedente del Vasas. Con 19 años estuvo a prueba en el Barcelona, sin arreglar siquiera su situación legal, y obtuvo el pláceme de sus técnicos brillando en tres partidos amistosos. Luego, según recogieron los medios se subió a la parra económicamente y le dieron el portazo. Sin arredrarse cruzó de acera para integrarse en el Real Club Deportivo Español, y desde la entidad “perica” aún acabaría recalando en el Real Madrid, entonces campeón de campeones, la temporada 1959-60. Hacerse sitio entre su plantilla de consagrados no era meta fácil, y él sucumbió en el intento. De Madrid viajó hasta Santander, donde por fin acreditó que la 1ª División no le venía grande, y desde la capital montañesa primero hasta Mallorca, como refuerzo del Constancia de Inca, en 2ª División, y luego a Venecia, cuyo club luchaba por eludir el descenso a la serie “B” italiana. De nuevo en el Español, durante sus dos años de militancia dio la impresión de que la antigua promesa se desinflaba. Parecía acomodado, demasiado satisfecho, quizás, por haber logrado encarrilar su vida mejor que otros muchos compatriotas. Motivo suficiente para bajar un peldaño en el Lérida y sumarse al grupo de aventureros que el cántabro Alfonso Aparicio, antiguo central del At. Madrid, reunía con rumbo al “soccer” estadounidense en un primer intento serio de trasplantar hasta allí nuestro deporte rey. Filadelfia Spartans, New York Generals, California Surf de Anaheim, fundado en 1967 y desaparecido en 1981, o Saint Louis Stars, lo vieron pasar fugazmente entre 1967 y 1968. Y tras sobrevenir el cataclismo, con aluvión de quiebras entre los equipos que componían aquel efímero campeonato, otra vez de vuelta a España, para despedirse del balón cubriendo las temporadas 68-69 y 69-70 con el Tarrasa.

Inexplicable, que alguien tan bien dotado no triunfara.

Csabay, extremo izquierdo a quien los pegajosos marcajes de nuestra Liga se le antojaron excesivamente duros.

Jozsef Csabay Kmecz (Sauihely, 7-III-1934), también habría de emigrar al futbol estadounidense tras causar baja en el Real Zaragoza el 22 de mayo de 1961. Era un extremo zurdo con la dotación técnica que caracterizaba entonces a los futbolistas húngaros, llegado a España desde el Ferencvaros, donde había desarrollado las temporadas 1953-54, 54-55 y 55-56. Contratado por el At. Madrid, no pudo alinearse con su primer equipo en partidos oficiales durante el ejercicio correspondiente a 1956-57, ante los problemas derivados de la denuncia interpuesta por el club húngaro ante la F.I.F.A., traducida en varios meses de suspensión. Cedido cuando ésta expirase al Recreativo de Huelva, ya para la campaña 57-58, habría de ser la del Real Zaragoza su última camiseta por nuestros pagos (temporadas 58-59, 59-60 y 60-61). Algún crítico escribió sobre él que amagaba más de lo que finalmente era capaz de dar.

A Gyula Szabo Farago (Budapest 28-XII-1937) también se le atragantó el fútbol de la piel de toro, y eso que pudo superar la 2ª División. Atacante del Honved, alineado sobre todo con su equipo “B”, se le recetó una cesión al Plus Ultra madrileño para vigilar su evolución entre los aseguradores. Otra cesión al Granada C. F. la temporada 1959-60 pareció dejar bastante claro que el fútbol de 1ª le venía algo grande. Así que los dos ejercicios siguientes le tocó cumplirlos en el Real Jaén. De nuestros campos acabaría saltando a los de Austria, en cuyo fútbol menos exigente pudo brillar algo.

Istvan Kis Szolnok, por el contrario, estuvo a punto de arrojar la toalla durante las dos sanciones que consecutivamente hubo de cumplir, y que sin duda añadieron bastante plomo a su futuro. Natural de Szeged (13-I-1932), tras iniciarse en el Szegedi M.T.E., había desarrollado ocho campañas con el M.T.K. de Budapest a plena satisfacción, bajo los diferentes nombres que esa entidad iría adoptando a lo largo del periodo. Con dos Ligas y una Copa en su mochila, reforzó al Honved F. C., también de Budapest, en la gira recaudatoria que habría de llevarlo a distintos lugares de Europa. No tuvo, por lo tanto, necesidad de huir como un aterrado más en la desbandada hacia Austria; le bastó desertar durante su paso por la Europa Occidental. Pero aunque fichase por el Real Club Deportivo Español, sólo pudo jugar a ratos, al encadenar dos sanciones por demás injustas. Una de 6 meses impuesta por la Federación Húngara, de obligada ejecución para todas las Ligas europeas, y otra de un año recetada desde la F.I.F.A., ante la denuncia interpuesta desde la entidad magiar por ruptura unilateral de contrato. “No puedo entenderlo –dijo entonces, compungido y con toda la razón del mundo-. Si a los maestros que también huyeron, a los médicos, artesanos y profesionales de cualquier ramo, no los sancionan, ¿por qué son tan duros con nosotros?. ¿Qué mal hacemos jugando al fútbol?. Es inhumano impedirnos ganar el pan con el trabajo que sabemos desarrollar muy bien”.

Durante tres temporadas con ficha expedida por la Española (1957-60) tan sólo pudo contabilizar 14 partidos oficiales de Liga, con 5 goles marcados. A continuación, tras el primer ascenso de la historia mallorquina a la máxima categoría, fue uno de sus fichajes, quedando unido para siempre a la historia bermellona como primer extranjero que marcaba un tanto entre los grandes. Más técnico y cerebral que jugador físico, para acceder a nuestro fútbol había tenido que nacionalizarse español. Un compromiso adquirido a la fuerza y sin voluntad de enraizar en nuestro suelo. Por eso, desde el Real Club Deportivo Mallorca saltó al campeonato austriaco, precediendo en una temporada a su compatriota Szabo. Allí sí dio la impresión de echar raíces, probablemente al sentirse muy cerca del país que continuaba considerando suyo. Afincado inicialmente en Viena, falleció años después, sin embargo, en su localidad natal de Hungría.

Villanyi Tibor (1932), alineado tanto por su nombre como por el apellido, estuvo jugando en Austria y posteriormente en Francia, con el Bastia, entre graves problemas por mor de la denuncia cursada desde la Federación Húngara, donde también aparecía relacionado. Se dirigió entonces a Barcelona, contactando con Kubala y Elmer Berkessy, quienes pusieron el asunto en manos de Mansider, también húngaro y entonces entrenador del Tarrasa. Así lograron situarlo en el club egarense la temporada 1957-58, para competir en 2ª División. Durante 1953 había sido internacional “B”, y huelga indicar que nuestra categoría de plata daba la impresión de venirle pequeña, a poco que lograse recuperar la forma. Su horizonte, de cualquier modo, parecía fuera de España, y tardó poco en explorar nuevos rumbos.

El atacante Janos Beke Radenkowics (Budapest, 29-VII-1936), prácticamente en edad juvenil ya había asomado por el Cspel de Budapest. Cruzó de noche la frontera austriaca, sin estar muy seguro de haber abandonado realmente Hungría, y partió hacia Italia, donde el Bolonia mostrase interés por contratarlo. Con la amenaza de sanción federativa pendiente de un hilo, cual espada de Damocles, los mandatarios boloñeses prefirieron pensárselo mejor, dando largas cambiadas. Entonces se dirigió a Austria, logrando enrolarse en el Wacker de Viena la temporada 1957-58. Durante el verano de 1958 tentó a la suerte en Valladolid, logrando un contrato como blanquivioleta. No todos los días podía presumir un equipo de 2ª División, que era donde entonces estaban los castellanos, de contar con el refuerzo de un internacional juvenil, y además extranjero. Tras conquistar el ascenso a 1ª, debutó por fin entre los grandes de nuestra Liga. Pero no iba a continuar junto al Pisuerga. Cuando los del estadio Zorrilla cerraran la incorporación del defensa García Verdugo, procedente del Cádiz, incluyeron a su flamante húngaro en la operación para rebajar el devengo. Beke, de pronto, se encontró con billete para Cádiz, otra vez rumbo a la 2ª División, sin que sus 10 goles en 22 partidos bastaran para devolverlo a la categoría reina. Albacete (1961-62) y Badalona (62-63), sirvieron de epílogo a su periplo español, puesto que en junio del 63 partió hacia Holanda, donde su fútbol aguerrido, de ariete clásico, fue mejor aceptado. Feyenoord, Excelsior y Telstar, habrían de ser sus siguientes escalas. Como Szolnok, se había convertido en español por puras razones utilitarias, y la Federación Neerlandesa lo inscribió como español. Al menos éste sí se dejó caer nuevamente por España, convertido ya en entrenador. Entre otros, dirigió desde el banquillo al ya extinto Club Deportivo Logroñés.

Beke no fue el único húngaro del Real Valladolid durante el ejercicio correspondiente a 1958-59. Estuvo acompañado por Istvan Stancsyc Reunez (Budapest 22-XII-1936), también procedente del Wacker vienes. Igualmente exiliado en 1956, era un medio algo lento y con menor relieve, con experiencia en la 1ª y 2ª División magiar defendiendo los colores del Bpszikra, M.T.K. y Dorog, todos ellos de Budapest, antes de cubrir las dos temporadas vienesas. Desde Valladolid, sin llegar a estrenarse en la elite a lo largo de la temporada 59-60, regresó al campeonato de Austria.

Czibor, artista con el balón en los pies y una vida complicada lejos del balón. Hasta que se le abrieron las puertas del Barça deambuló por Europa entre estrecheces.

Por lo dicho hasta ahora pudiera dar la impresión de que el flujo húngaro enriqueció muy poco nuestro deporte rey, y que desde Budapest sólo llegaron medianías con alguna excepción para confirmar la regla. Sería engañarnos. Como ocurriese con el vino en la boda de Canaán, aquí también reservamos la excelencia para el final. Y entre los buenos, pero que muy buenos futbolistas de los años 50 y 60 hay que incluir a Zoltan Czibor Suhai.

Natural de Kaposvar (23-VIII-1929), entre 1946 y 1956 había dado lecciones magistrales en el Ferencvaros, Vasas y el Honved, equipo del ejército húngaro, que maravillase a distintas aficiones europeas. Extremo muy técnico y con capacidad goleadora, durante sus cinco años luciendo la camiseta de ese equipo ostentaba la graduación de capitán, sin funciones militares. Al producirse la invasión de  tropas rusas, el gran Honved disputaba una serie de compromisos por Europa: Viena, Bélgica, Alemania y España, entre eliminatorias de la Copa de Europa. Emil Osterreicher era el Delegado y Jenö Kalmar entrenador; otros dos grandes hombres del fútbol con carrera por nuestros clubes. Osterreicher, director deportivo en el Real Madrid y aquel formidable Español barcelonés de “Los Delfines” -Amas, Marcial, Ré, Rodilla y José María-, hasta dedicarse a regentar un hotel en Benidor por donde solían dejarse caer amigos o compañeros de fatigas, con Puskas a la cabeza. Kalmar como bondadoso y celebrado entrenador antes y después de llegar a la Europa Occidental con lo puesto: Wacker de Viena, Happoel de Tel Aviv, Granada en dos etapas distintas, empujándolo hasta una final de Copa contra todo pronóstico, Sevilla, Oporto al no permitírsele ejercer en España por no haber aprobado el preceptivo examen de entrenador, Real Valladolid tras solventarse el absurdo entuerto, Español, deslumbrando con un fútbol alegre, atacante y muy rápido, C. D. Málaga en otras dos etapas, Celta de Vigo y Hércules alicantino. Carrera de largo aliento y con peso, sin recibir nunca la remuneración que mereciese, y que lamentablemente habría de depararle un fallecimiento en virtual indigencia, el 12 de enero de 1990.

Pero volvamos con Czibor. Al igual que otros fugitivos pechó con la ya tratada sanción de F.I.F.A., como fórmula disuasoria de permanencia en occidente. Parte de los futbolistas en fuga acabaron retornando a Budapest, acuciados por apreturas económicas y sus vínculos familiares. Czibor no lo hizo. No podía ni pensarlo, consciente de su identificación como componente de las manifestaciones, y del castigo severo que le hubiese esperado, en atención a su rango militar decorativo. No sólo sería un jugador de fútbol tomando las de Villadiego, sino soldado desertor. Palabras mayores. Así que intentó  fichar por la Roma, cosechando una rotunda negativa de la Federación Italiana, a instancias de F.I.F.A. Puesto que le sugiriesen prudencia ante la posibilidad de ser objeto de represalias en territorio italiano, donde el Partido Comunista gozaba de no escaso predicamento y fuerte arraigo social, paso a Suiza. Allí atravesaba una situación límite cuando Kubala lo trajo a España para ingresar en la entidad azulgrana.

Internacional juvenil, olímpico y absoluto en 44 ocasiones, con 17 goles cantados -las categorías absoluta y olímpica eran idénticas en los países de régimen a la usanza soviética, puesto que el deporte tenía consideración de práctica amateur-, fue mundialista en 1954 y campeón Olímpico en 1952, además de celebrar varias Ligas en Budapest. Aunque contara 29 años al enfundarse la camiseta del Barça, tuvo tiempo de celebrar los títulos de Copa de Ferias (1960), dos Ligas (58-59 y 59-60), y la Copa de 1959, en sólo tres años de militancia. Luego un año en el Español, evidenciando síntomas de decadencia, y otro respectivamente en el C. D. Europa, del barcelonés barrio de Gracia, y Hospitalet, dejando claro que a sus 34 años seguía manteniendo intacta la clase de siempre, pero no el vigor físico. Pese a ello se las arregló para prolongar su andadura profesional hasta límites insospechados, con el Austria de Viena, Grasshoppers de Zurich y Toronto Falcons, de los Estados Unidos, donde en 1970 dijera basta. De él se recuerda una frase expresada a Helenio Herrera durante su etapa azulgrana: “En el fútbol, como en la vida civil, hay obreros e ingenieros. Los obreros deben trabajar siempre para el ingeniero”. Él, por supuesto, se tenía por ingeniero y en realidad lo era sobre el césped. También se le atribuye una curiosa apuesta con el espectador de un entrenamiento, luego de oírle recriminaciones sobre su lentitud. Lo retó a una carrera de lado a lado del campo, su crítico corriendo libremente mientras él lo hacía conduciendo la pelota. Y perdió el criticón.

Afincado en Barcelona, falleció sin embargo en Komaron, Hungría, viviendo en soledad, el 1 de setiembre de 1997. Había cerrado su bar barcelonés -el “Danubio Azul”-, abandonado a su primera esposa, Iris, a la segunda, Erika, y a sus 5 hijos -Iris, Zoltan, Elisabeth, Montserrat y Mercedes- antes de regresar a su pueblo, como queriendo dar carpetazo a todas las páginas de su vida. Uno de sus vástagos fue reputado fotógrafo de prensa en la Ciudad Condal.

Kocsis, formidable cabeceador fallecido prematuramente. Llegó muy trotado a nuestro fútbol y en realidad sólo tuvo dos buenas temporadas como azulgrana.

El ariete Sandor Kocsis Peter (Budapest, 20-IX-1929), con 6 años en el Honved tras desarrollar antes 4 en el Ferencvaros, experimentó, por no variar, otra temporada sin pisar los campos de fútbol. Luego de recuperar a medias su estado físico y anímico en el Young Fellows helvético, ingresó en el C. F. Barcelona donde Kubala ya languidecía y a él iba a costarle mucho hacerse con la titularidad. Sus portentosos remates de cabeza, aplicando un extraordinario impulso con el cuello, le habían granjeado el apodo de “Cabeza de Oro”, pero también se las arreglaba con los pies. En sus 68 partidos luciendo la camiseta nacional húngara había cantado 75 goles: una media estratosférica, y además se erigió en máximo goleador del Mundial suizo (1954). Como Zoltan Czibor tenía experiencia en la celebración de títulos: Medalla de oro olímpica de Helsinki (1952), subcampeonato mundial en Suiza, las Ligas de su país correspondientes a 1948-49, 51-52, 53-54 y 54-55, amén de la Bota de Oro al mejor goleador europeo en 1954. Con tanta celebración previa, tal vez sus réditos en el Barça le resultaran cortos: campeón de Liga en 1958-59 y 59-60, así como de Copa en 1959 y 1963, más la Copa de Ferias del 60.

Después de 8 temporadas en el Barcelona, la última sin asomar por la Liga, colgó las botas, próximo a cumplir 36 años. Entrenó al Sans la temporada 68-69 en categoría Regional, desde noviembre, y más adelante, recomendado por el cuerpo técnico “culé”, tuvo ocasión de ocupar el banquillo del Hércules alicantino sin demasiada suerte (1970-71), circunstancia que habría de aconsejarle la retirada a su bar en Barcelona. Tampoco es que el destino le regalara mucho tiempo, pues falleció prematuramente, al suicidarse el 23 de julio de 1979, sin cumplir la cincuentena, eludiendo una dolorosa agonía tras saberse enfermo de un cáncer sin remedio.

A Janos Erwin Kuzsmann (Budapest, 3-XII-1938) la revolución sangrienta de su país le pilló siendo poco más que adolescente, si bien para entonces destacaba en el Voros Logobo. Concluidos los doce meses de sanción, halló un hueco en el Wiener austriaco (temporada 1957-58), exigiendo contractualmente una cláusula según la cual quedaría libre tan pronto algún club extranjero se interesase por sus servicios. De ese modo, cuando llegó el emisario del Real Betis Balompié pudo convertirse en el primer extranjero de la historia profesional verdiblanca. Delantero fuerte, potente en el remate y con abundante calidad técnica, podía actuar con soltura en cualquiera de los tres puestos centrales del ataque. El agente o intermediario que lo llevase hasta el Benito Villamarín fue Nemes, el jugador que de los campos de concentración soviéticos pasase a Francia y desde allí a Santander, Madrid y Alicante, cuya biografía y avatares fueron pespunteados en la anterior entrega. Al presentarse ante la prensa, Kuzsmann declaró: “Tenía grandes deseos de jugar en España. Conozco personalmente a casi todos los compatriotas que actúan aquí, y en especial conservo amistad con Csabay, que vivía cerca de mi casa en Budapest, y con Peter Ilku, con quien coincidí en el Voros Lobogo”. De nuevo la cadena de socorro y colaboración magiar resolviendo difíciles papeletas a los suyos.

Entre 1958 y 1961 estuvo ocupando puestos en la vanguardia. Pero a lo largo del ejercicio 61-62 Ferdinand Daucik, siempre presa de “ataques de entrenador” y en uno de sus experimentos no siempre justificables, se empeñó en hacer de él un zaguero central, adelantando a Eusebio Ríos a la línea media. Una lesión posterior del portugalujo Ríos le hizo jugar bastantes partidos en ese nuevo puesto, cumpliendo como buenamente pudo. Al arrancar la campaña 62-63, el Lazio romano se interesó por su contratación, solicitándolo para la disputa  de dos partidos correspondientes al Trofeo Bodas de Oro del Real Santander. Los italianos se declararon satisfechos de su rendimiento pero, cualesquiera que fuesen los motivos, el traspaso no habría de fructificar. Por ende, esa campaña le resultó catastrófica, otra vez con el 9 a la espalda. Lo mismo que la siguiente, ya con Domingo Balmanya en el banquillo, quien lo estuvo probando como interior, medio y defensa central, durante los pocos partidos en que se vistiera de corto. Parecía haber perdido la capacidad de rendir en ningún puesto.

Los constantes cambios de posición que sus entrenadores le recetaran, impidieron a Kuzsmann erigirse en el buen delantero que llevaba dentro. Pudo haber sido un formidable abrelatas y habría de quedar como sacrificado comodín.

Al fichar por el R.C.D. Español en 1964 volvería a ser defensa central durante dos campañas, si bien a lo largo de la segunda fuera cedido al Sans barcelonés, primero, y al Club Deportivo Castellón después. Tal vez cansado de tanto baile posicional pasó al campeonato turco, contratado por el Besiktas y, de paso, volviendo a recuperar su puesto avanzado y el aroma a gol, la temporada 66-67. Corría el tiempo en que desde los Estados Unidos trataban de engancharse al “soccer”, con una Liga bien organizada, sin ascensos ni descensos y mediante la muy americana fórmula de franquicias deportivas. Los clubes de aquella “National Soccer League” pagaban muy buenas cantidades al cambio del dólar a monedas locales europeas, y no se lo pensó. Era el tipo de aventura idónea para hombres cuya carrera languidecía, o por distintas razones careciesen de raíces profundas. Su caso, en suma. Así que estuvo compitiendo con el Filadelfia Spartans y Cleveland Stokers los años 1967 y 1968, reintegrándose al Besiktas de Estambul cuando los libros contables del pretendido invento yanqui se llenaron de números rojos. Allí, a tantos kilómetros de España y su país natal, tuvo ocasión de reencontrarse con varios futbolistas huidos de nuestra Liga, más para hacer caja que impulsados por un espíritu aventurero. Lamentablemente quedó para la historia del fútbol como el jugador que pudo haber sido, sin llegar a ser. Todo lo contrario que Puskas, a quien muchos consideraron acabado al ingresar en el Real Madrid e iba a brillar como un meteoro.

En 1958, a sus 31 años y después de 15 ó 16 meses inactivo, aterrizó en Madrid con una brillantísima carrera a la espalda, nueve kilos de más, todo el aspecto de un jugador retirado y esa sonrisa tan suya, a mitad de camino entra la ironía socarrona y cierta impertinencia. Cuando se lo presentaron al argentino Luis Antonio Carniglia, entrenador “merengue”, de entrada éste no supo qué decir. Luego inquirió a Santiago Bernabéu sobre cómo esperaban pudiese transformar a la marchita estrella, encontrándose con una enfática respuesta del máximo mandatario blanco: “Poniéndolo en forma cuanto antes”. Aunque Carniglia estuvo a punto de soltar un improperio, se contuvo. Don Santiago no pertenecía a la clase de presidentes a quienes se puede llevar la contraria sin perder mucho en el empeño. Y lo cierto es que el antiguo atacante del Tigre, Boca Juniors, Olympique de Niza y Toulon, para entonces técnico consagrado en Francia, cumplió haciendo sudar a su pupilo la gota gorda. Lo hizo tan bien que Puskas concluiría el campeonato de Liga 1958-59 con 21 goles cantados en 24 partidos.

Ferenc Puskas Biro (Budapest 2-IV-1927) había sido un delantero sin parangón en la Europa posbélica. Su padre, también futbolista de cierto relieve apellidado Pruczfeld, decidió cambiárselo al concluir la I Guerra Mundial por su inequívoca resonancia germana. Y eligió Puskas, “escopeta” en su traducción directa del húngaro; arma excesivamente corta para un vástago a quien habrían de apodar “Cañoncito”. Forjado como terrorífico delantero en el Kispest, un casi imberbe Puskas firmaría 7 tantos en la 1ª División magiar con 17 años, doce meses después 17, y a los 19 años nada menos que 35 en 33 partidos, temporada correspondiente a 1945-46. Para estrenar la veintena elevó su cifra goleadora hasta los 50 en 32 encuentros. Nunca se había visto nada igual en un torneo de tantos quilates, porque Hungría entonces era potencia de primer orden en el concierto internacional.

Puskas y Santiago Bernabéu. No se equivocó el presidente blanco cuando apostó por sus goles, sin hacer caso del calendario.

Cuando el joven Ferenc se cansó de cantar goles para el Kispest continuó haciéndolo a mayor gloria de Honved, a partir del campeonato 1949-50. Puskas, entonces, era militar de rango, como todos los jugadores señeros en la competición húngara. “Capitán de golpe -contaba entre sonrisas el propio futbolista- Pero sin ver de cerca ni un fusil”. Un capitán a quien la acumulación de goles y títulos iba a seguir añadiendo galones. Si su vida habría que dividirla en dos carreras perfectamente diferenciadas, la primera tuvo sus mejores momentos con la selección Olímpica en 1952, aquella humillación a Inglaterra en Wembley, derrotándola por un contundente 3-6 (1953), los cinco títulos de Liga en Budapest, y hasta en una final mundialista perdida contra pronóstico (1954). La segunda, como bien es sabido, tuvo por escenario Madrid. Pero hasta que pudo vestir de blanco ocurrieron bastantes cosas, y entre ellas ninguna buena.

Su fama dentro de Hungría, el rango militar que allí gratuitamente le otorgaran, y la condición de estrella deportiva nacional, lo convirtieron en cabeza a escarmentar para un gobierno que ni soñando estaba dispuesto a virar el timón. Las presiones al comité disciplinario de F.I.F.A., directas o tamizadas a través de su Federación, iban a resultar intensas. Tenían que impedirle jugar en cualquier otro club. Debían mostrarse inflexibles ante hipotéticas solicitudes de gracia, pues daban por descontado que a su edad, doce o 18 meses de parón forzoso significarían una despedida innoble de los estadios. O eso, o el retorno con la cabeza gacha, solicitando perdón. La vuelta del mito en tales condiciones, podría ser explotada propagandísticamente como reconocimiento tácito al nuevo orden de Budapest.

No contaban con la firme determinación del fugado. Y puesto que el tiempo transcurriera sin ningún cambio de postura, irían surgiendo intoxicaciones bien orquestadas desde numerosos medios de difusión europeos. En abril de 1957, por ejemplo, la prensa aireó una inexistente oferta girada al goleador desde el Milán, consistente en 8 millones de ptas. por temporada. Una barbaridad que entonces ningún club del mundo podía pagar. En junio del mismo año distintas noticias de agencia fechabas en Suiza, daban cuenta de que la F.I.F.A. únicamente permitiría jugar a Puskas en clubes extranjeros a partir del 4 de abril de 1959. Y a Kocsis desde el 3 de octubre del 58. La respuesta no se hizo esperar. Grosics, Szabo, Puskas, Kocsis, Garamvolgyi, Czibor y Szolnok, todos antiguos componentes del Honved, se planteaban demandar al máximo órgano del fútbol en los tribunales de Viena, por atentar gravemente contra la libertad personal, derecho universalmente consagrado desde las Naciones Unidas. Varios de los presumibles demandantes, según esas mismas notas, estaban atravesando una situación económica muy delicada. Durante el mes de agosto, nuevas intoxicaciones dieron a entender que Puskas y Kocsis, arrepentidos, habrían solicitado el retorno a su país y la reincorporación al equipo. Ambos se apresuraron con el desmentido y Ferenc Puskas, además, lo quiso dejar muy claro desde Bordighera, en la Riviera Italiana, ya en octubre: “No me he reconciliado con las autoridades húngaras, y no regresaré a mi país en las circunstancias presentes. Mi decisión es definitiva”. La Federación Húngara, desairada, no tuvo reparos al exhibir el garrote: “Todos los futbolistas arrepentidos, menos Puskas y Czibor, serán perdonados”.

Puskas, Kocsis y Czibor no tuvieron que esperar tanto para lucir las camisetas del Real Madrid y Barcelona. La posible intervención de la justicia ordinaria en un asunto tan espinoso, unida al interés de otras Federaciones europeas, azuzadas por sus clubes más potentes, cambiarían el “digo” de la F.I.F.A. por un “Diego” de menor compromiso. Los tres formidables futbolistas, de ese modo, iban a ver reparada su maltrecha economía antes de lo previsto.

Jenö Kalmar, un gran entrenador a quien su carácter blando y bondadoso ayudó poco. Había dado clases doctorales desde Hungría y pese a ello nuestra Federación lo trató como a cualquier principiante advenedizo.

Ya vestido de blanco en Chamartín, Puskas podía haber vegetado hasta agotar la paciencia de su presidente o concluir el primer contrato. Pero lejos de recrearse en viejas glorias pasó a convertirse en referencia “merengue” desde que debutara en la Liga contra el Sporting -entonces Real Gijón-, cantando 3 goles. Los primeros entre muchos más, puesto que durante sus 6 primeros campeonatos españoles no bajó de 20 por campaña, y eso que entonces los torneos se reducían a 30 partidos. En la correspondiente a 1964-65, con 38 años, aún obtuvo 11 dianas en 18 presencias. Y la siguiente otros 4 en los 8 encuentros que jugara. Al despedirse del Real Madrid con 40 años y el prominente estómago bastante caído, ya formaba parte de la leyenda. Un periodista de alcurnia, como Juan José Castillo, no dudó en aludir a su estampa poco atlética desde las páginas de “El Mundo Deportivo”, aprovechando un choque Barcelona-R. Madrid: “Decidió Puskas, con su panza de bonzo”. Pues bien, con panza y todo, hasta jugando sentado, su excepcional remate hubiera podido seguir haciendo estragos.

Correr, lo que se dice correr, no corría. Y a decir verdad tampoco lo necesitaba. Tenía suficiente con su sprint corto, su rara habilidad para deshacerse del adversario en medio metro y conectar el cañón que la naturaleza había camuflado en su zurda. Llegó a asegurarse que no hacía nada por huir de los defensas. Muy al contrario, solía ser él quien buscaba la proximidad, sabedor de que en las distancias cortas residía su insultante poder. Pero sus comienzos en Madrid resultaron duros. Al llegar a España  no sabía una palabra de nuestro idioma. O mejor dicho, tan sólo una: “motor”. “¡Motor, motor!”, gritaba queriendo indicar a sus compañeros que corrieran. “Motor”, llevándose una mano al estómago cuando tenía hambre. “Motor”, guiñando un ojo, a la vista de cualquier chica despampanante. Pero aunque no hablara, sus propios compañeros de vestuario lo trataban, y no sin razón, poco menos que con deferencia de mayordomo. Porque aquellos 83 goles firmados en 85 partidos internacionales lo convertían en un grande del fútbol universal.

En nuestro suelo añadió 4 internacionalatos con “la roja” española y 5 Ligas, una Copa, otra Copa de Europa y la Intercontinental de 1960. Cuantos dijeron y hasta escribieron, viéndole vestido de blanco por primera vez, que como mucho podían quedarle 3 años relativamente buenos, erraron. Y esos fueron los más optimistas, porque otros prefirieron conjeturar sobre si Don Santiago, el gran patriarca madridista, no estaría volviéndose chocho. El mismo Santiago Bernabéu con cuyos consejos siempre contó, aunque nunca hiciera caso. “Tú tienes un agujero en la mano” -le reprochaba a menudo el “jugador veterano” que Don Santiago se empeñara en seguir siendo-. “Da igual cuánto dinero ganes; todo se te va por él. Ahorra, hombre, que la vida reparte más cornadas que los miuras”. Y es que en verdad, a Puskas le sangraban todos. Compatriotas en situación precaria, vecinos o conocidos, abusando de quien era visto como ídolo millonario; aprovechados de manual o vendedores de humo con más conchas que un galápago…

La cerveza Puskas, una apuesta comercial de los años 60 sin mucho recorrido.

En otro sentido también se aprovecharon de su tirón comercial los especialistas en marketing, cuando al arrancar los 60 se traducía dicho concepto como mercadotecnia. Si Di Stefano servía para vender “Avecrem” y medias femeninas, o Kubala para publicitar slips, camisetas, chocolate o dentífricos, él prestó nombre y rostro a una cerveza, una entidad financiera y a  salchichas muy parecidas a la chistorra. Luego, como Di Stefano, Rial, Santamaría, Pachín, Miera o Paco Gento, probó suerte en los banquillos. Su primer equipo español fue el Deportivo Alavés, donde gozó de una ficha que jamás hubiese aceptado con número a la espalda (1.000 ptas. diarias, según filtración de la directiva babazorra, o lo que es igual, 350.000 por temporada). Pese a que el público se daba cita en Mendizorroza para verle entrenar, no concluiría la campaña. Dejó amigos y muy buen recuerdo personal, así como suspiros de alivio por parte de Bernardo, el buen guardameta motriqués prematuramente desaparecido. Y es que  nadie en 2ª división se las hacía pasar tan de a kilo como su propio entrenador, cuando lo fusilaba a balonazos antes de pasar por la ducha.

De Vitoria fue a Murcia, al Vancouver Royals, en la Liga estadounidense, al Panatinaikos, con cuyo cuadro alcanzó la final en una Copa de Europa, o a diversos equipos de Egipto, Chile, Arabia Saudita o Australia. Pero el silbato de entrenador tampoco le hizo millonario. Su época había pasado y supo apartarse antes de que lo arrollasen otros ídolos más modernos. De tarde en tarde, empero, dejaba frases para la reflexión. Como aquella, cuando le contaron que cierto club de su país estaba entrenando a los muchachos en un hipódromo: “Mal anda el fútbol húngaro si pretenden sustituir a los artistas por caballos”. O cuando contra su costumbre regalara un consejo a Raúl González Blanco, meses después de ascender al once titular madridista con apoyo de Valdano: “Me gustas. Tienes genio y clase. Pero dosifícate, chaval, porque corres demasiado”. Claro que, displicente y socarrón, las más de las veces prefería fingirse Abuelo Cebolleta: “No entiendo una palabra sobre el fútbol que hoy se juega. Dan un mal pase y se regalan palmaditas. Tranquilo, chico, no pasa nada. ¡Serán bobos!. Antes al compañero que te la entregaba mal no le hablabas en dos semanas. Hoy sobra fondo físico y falta mala leche”. Como a tantos de su generación, el fútbol de achique, marcaje cicatero por todo el césped y racanería reservona, le aburrían soberanamente. “Se ha pasado de ver por cuantos goles ganábamos, a ver si se gana el encuentro de penalti injusto en último minuto”.

Semejante biografía forzosamente daba pie a la acumulación de galardones. La Federación de Historia y Estadística le otorgó el correspondiente a mejor artillero del siglo XX, por su registro de 512 goles en 528 partidos de 1ª División. El C.O.I., por mediación de Juan Antonio Samaranch, prendió en su solapa la Medalla Olímpica al Mérito Deportivo, y para la Asociación Internacional de Prensa Deportiva fue Mejor Deportista del Siglo XX. Alejado de toda relación con el fútbol, vivía finalizando el siglo en un apartamento de Budapest, aunque visitase con alguna frecuencia a su única hija, Aniko, en San Sebastián. El 21 de agosto de 2002 le fue tributado un homenaje en Budapest, con choque entre las selecciones de Hungría y España, partido donde debutaba Iñaki Sáez como seleccionador absoluto. El antiguo Nep Stadion pasó a denominarse desde esa fecha “Ferenc Puskas Stadion”, al viejo jugador le fue entregada la Medalla de Oro española al Mérito Deportivo, y en el almuerzo también estuvieron presentes antiguos compañeros, como Alfredo Di Stefano, José Emilio Santamaría o  Marquitos. El acto estuvo empañado por la tristeza, ya que Puskas, víctima de un avanzado Alzheimer, no reconoció a nadie, se mostró incapaz de recordar sus grandes triunfos y solo pudo expresarse en húngaro. Cuando dio la vuelta de honor en un descapotable por la pista del estadio, el otrora mito parecía no saber dónde se hallaba.

Posteriormente tuvo que ser internado en el hospital Kutbolggyi, sito en la rivera de Buda, y ante la precaria situación económica de su familia el Real Madrid comenzó a enviar mensualidades a su esposa desde 2001, destinadas al pago de la estancia hospitalaria y el cuidado de una enfermera. Se programó también para el 14 de agosto de 2005 un partido en su beneficio, entre el Real Madrid, que sólo percibiría el importe del viaje y alojamiento, y una selección de Hungría. Aunque la Federación magiar garantizaba un fijo de 40.000 euros a la familia del astro, surgieron problemas cuando Istvan Kisteleki, presidente de la Liga de Fútbol de ese país, se planteara negar la cesión de jugadores ante la rumorología desatada sobre el importe real a percibir por la esposa, cifrado desde algunos medios en sólo 4.000 euros. Finalmente el partido tuvo lugar el domingo previsto, entre sospechas y feas acusaciones.

Ferenc Puskas, la mejor zurda de su tiempo, el “Cañoncito” que devastase a los equipos adversarios, hombre ordeñado por muchos de los que solían acercársele, falleció tras varios días en coma, la madrugada del viernes 17 de noviembre de 2006. Se iba un mito imperecedero.

Szalay, extremo hábil y profundo. Su paso por el Barcelona, donde no tuvo suerte ni oportunidades, constituyó tiempo perdido. Los dólares del “soccer” estadounidense le ayudaron a despedirse del balón sin rencor.

Tibor Szalay Csikos, finalmente, (Kobolkut, 26-I-1938), extremo izquierdo de los de antes, vertical, con regate y centros medidos tras desbordar al adversario, había despuntado en el Veros Logobo antes de enrolarse en el campeonato austriaco. Durante el verano de 1958 el Sevilla C. F. satisfizo la nada desdeñable cantidad de medio millón de ptas. por su traspaso, sin que nadie pudiera considerarlo un error. Los 3 goles en 25 partidos de su campaña de presentación quedaron en nada ante los 15 tantos en 24 choques de la segunda, antes de cerrar su ciclo hispalense con otros 9 distribuidos en 22 partidos, la temporada 1960-61. Con esas credenciales lo presentaron en Barcelona, donde habría de costarle bastante más aclimatarse al juego azulgrana, hasta el punto de jugar poquísimo. Concluido ese par de años decepcionantes saltó hasta La Condomina, como refuerzo del Real Murcia. Y aunque allí las cosas le salieran mejor, sus prestaciones supieron a poco. Había bajado en el escalafón deportivo. Lo bastante para contentarse con un contrato de futbolista-entrenador en el Figueras, preámbulo de su viaje a Estambul contratado por el Besiktas. Y al poco, ya en 1967, rumbo a los Estados Unidos para nutrir la “National Soccer League”, compitiendo con Filadelfia Spartans, Houston Stars, Kansas City Spurs y Washington Darts, donde las cosas, luego de algún titubeo, le fueron mejor. Estaba virtualmente decidida su salida del Houston Stars, por ejemplo, cuando una tarde anotó 4 goles. Obviamente aquel gerente deportivo hizo trizas el finiquito. Noventa partidos al otro lado del océano con la rúbrica de 17 goles constituyeron su despedida de los estadios.

Su paso por la ciudad condal, donde gozase de la mejor ficha, significó para él no la realización de un sueño, como entonces pensara, sino el descenso por un tobogán con dificultosa recuperación posterior. Paradojas del destino. O por emplear el símil de Santiago Bernabéu, cornadas de miura cinqueño.

Todos estos futbolistas fueron sometidos a una discreta pero concienzuda vigilancia de la Brigada Social, a partir de 1945. Y no porque alguno de ellos hubiera dado motivos, sino por el simple hecho de ser húngaros, en tiempos convulsos.

Corría el verano de 1945 cuando llegaron a España dos compatriotas: György Kibédy y György Radovics. Teóricamente eran encargados de la organización húngara “Pax Romana”, aunque pronto habría de comprobarse su militancia en al Frente de Independencia Nacional Húngaro, organización empeñada en la instauración de un harto improbable gobierno democrático en Budapest. Tras hacerse con cargos directivos en la “Asociación Benéfica pro Expatriados Húngaros”, constituida en octubre de 1945 para ofrecer auxilio económico a refugiados fundamentalmente en Austria y Alemania, emplearon esa tapadera para contactar con la colonia magiar en nuestro país. Organizaban reuniones propagandísticas y hasta editaron un boletín, sin lograr su propósito de pasar desapercibidos. Alertada la policía, mediante denuncia de algunos húngaros con residencia en Madrid y Barcelona, el director general de Seguridad, Francisco Rodríguez, trasladó estos manejos al cuerpo diplomático español, además de cursar órdenes de seguimiento y control a la Brigada Social. La diplomacia española tardó poco en expresar su molestia. Una cosa era que España se hubiese abrazado a los Estados Unidos e Inglaterra recientemente, enterrando 14 años de bloqueo y dura autarquía, y otra incurrir en conflictos de embajada, o peor aún entre los bloques soviético y occidental, por las actividades de un par de acogidos. La guerra fría sólo necesitaba un chispazo para calentarse hasta extremos impredecibles. Era preciso medir cada paso, y sus posibles consecuencias. Así las cosas, estos dos personajes serían conminados a abandonar España.

Luego, claro está, imperó el por si acaso. Si a los españoles se les pedía no enredarse en cuestiones políticas, incluso por boca del propio Francisco Franco, de quien se asegura comentó con alguna frecuencia: “Hagan como yo; no se metan en política”, menos podrían consentirse resbalones de semejante índole a extranjeros acogidos, por muy anticomunistas que se sintieran. La Brigada Social, además de para extirpar del ámbito laboral cualquier conato de sindicalismo prebélico, se creó con el ánimo de “apaciguar” el rebaño.

La afluencia de húngaros a nuestro fútbol no concluyó aquí. Con cuentagotas, otro puñado de futbolistas y algunos entrenadores, como Ferenc Szusza, de grato recuerdo en el Real Betis Balompié, o Antal Dunai, irían llegado de a pocos, distribuidos durante los siguientes sesenta años. Apenas una mota, entre la montaña de incorporaciones que nuestra Liga iba a registrar en todas sus divisiones, incluyendo al herculino Antal Nagy, con estatus de apátrida y pasaporte de la Naciones Unidas. Pero es que el fútbol magiar ya resultaba irreconocible. Sin artistas, conforme Puskas augurase, fue cayendo en la inanidad hasta frisar una ramplonería impensable. De cualquier modo vaya un sucinto recuerdo para ellos en el siguiente desglose, a manera de colofón.

Bela BALOGH .- Murcia 08-09

Gabor BUCKAN .- Córdoba 97-98

Laszlo DAJKA Koleszar .- Las Palmas 87-90

Laszlo EGER .- Ejido 06-07

Patrick HIDI .- Oviedo 17-18

Ferenc HORVAT .- Almería 03-04

Atila KASZAS .- Logroñés 94-95

KENDERESEI .- Santander 75-76

Sandor KISS .- Cartagena 86-87

Gabor KOROLOVSZKY .- Toledo 99-00

Attila LADINSZKY .- Betis 75-78

LAJOS Schroth .- Cádiz 89-90

Zslot LIMPERGER .- Burgos 91-94, Celta 93-94, Mallorca 94-96

Balász MOLNÁR .- Español 99-00, Elche 00-01

Sandor MULLER Smich .- Hércules 81-83

Antal NAGY .- Hércules 73-74, San Andrés 75-76

Adam PINTER .- Zaragoza 10-12

Andras SIMON .- Córdoba 09-10

Adam SZALAI .- R Madrid “B” 07-08

Jozsef SZENDREI .- Málaga 87-88, Cádiz 88-92

Peter Boldiszar SZENDREI .- Xerez “B” 05-06, Lemona 06-07

Gyorgy TATAR .- Castellón 83-84

Peter TOROK .- R Huelva 82-83

Krisztian VADOCZ .- Osasuna 08-12

VINCZE .- Barcelona “B” 96-97

_________________________

(1).- Consciente de la profesionalización gestora que exigía el fútbol al inicio de los años 60, Santiago Bernabéu dirigió una carta a Jaime de Olaso, proponiéndole ingresar en el Real Madrid como gerente deportivo con absoluta dedicación. Olaso se la mostró al periodista bilbaíno José Mª Unibaso “Joma”, quien sólo pudo animarle, consciente de la pasión con que siempre había vivido este deporte su buen amigo. Pero el gran mentor de la Sociedad Deportiva Indauchu acabó declinando el ofrecimiento. No podía dejar al pairo a los idauchutarras, y por otra parte sus negocios en Sudamérica solían llevarle hasta Argentina durante largos periodos. Más adelante habría de arrepentirse, cuando entre duras críticas y cierta persecución desde distintos sectores, tuvo que abandonar la entidad bilbaína. El club rojillo acabó pagándolo, encadenando descensos rápidamente hasta categoría Regional, purgatorio donde aún se conduele.

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