RESUMEN:

La guerra de los despachos La escala jerárquica del fútbol italiano estaba así estructurada: como cima de la pirámide estaba el jefe del Gobierno, Benito Mussolini. De él dependía el Partito Nazionale Fascista. Una dependencia del mismo era el Comitato Olimpico Nazionale Italiano (CONI) y de él dependía, a su vez, la Federazione Italiana Gioco

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Keywords: football, World Cup, 1934, Spain

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España pudo ser campeona del mundo en 1934

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Mundial193401La guerra de los despachos

La escala jerárquica del fútbol italiano estaba así estructurada: como cima de la pirámide estaba el jefe del Gobierno, Benito Mussolini. De él dependía el Partito Nazionale Fascista. Una dependencia del mismo era el Comitato Olimpico Nazionale Italiano (CONI) y de él dependía, a su vez, la Federazione Italiana Gioco di Calcio (FIGC). Era presidente del CONI el secretario del partido fascista Achille Starace. El presidente de la FIGC era el general Giorgio Vaccaro, quien tenía como hombres de su confianza a Giovanni Mauro, como vicepresidente, y a Ottorino Barassi como secretario.

Sobre estos hombres recayó la organización de la II Copa del Mundo. El Comité Organizador fue nombrado en el Congreso de la FIFA de Estocolmo, el 13 de mayo de 1932. Y quedó formado así:

Presidente: Giovanni Mauro (vicepresidente de la FIFA y de la Federación italiana).

Secretario: Ivo Schriver (suizo, secretario de la FIFA).

Vocales: Peko J. Bauwens (Alemania) y M. Fischer (Hungría). Pero con fecha de 24 de febrero de 1934 se aumentaron estos vocales con los señores Ottorino Barassi (Italia), Hugo Meisl (Austria) y K.J. Lotsy (Hungría).

Cabezas de serie

Como se sabe, España había pasado la fase de clasificación eliminando a Portugal con victoria en los dos partidos. En Chamartín por 9-0 y en Lumiar por 1-2.

Pero esto había sido en marzo.

Ahora, la palabra la tenía la FIFA. El sorteo de los partidos propiamente del campeonato abarcaba dos fases:

a) Establecer los cabezas de serie.

b)    Mezclar “fuertes” y “flojos” para cribar los mejores a partir de octavos de final.

Los 16 clasificados habían sido: Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Brasil, Checoslovaquia, Egipto, ESPAÑA, Francia, Países Bajos, Hungría, Italia, Méjico, Rumania, Suecia y Suiza.

Naturalmente se notaba la falta, por decisión propia, de los equipos británicos, así como de Uruguay, el campeón del mundo vigente, que no quiso participar por el agravio que le habían hecho los equipos europeos al no ir a su campeonato en 1930. Aunque su diferendo con el fútbol argentino tampoco era ajeno a su decisión de no estar en Italia.

Ante la fecha del 3 de mayo, los analistas españoles confiaban en que la FIFA designara a España como cabeza de serie. Dejaban a un lado a Argentina y Brasil por estimar que eran de los mejores del mundo. Y a Italia, por supuesto, que para eso era el país organizador, al margen de que el fútbol italiano fuera, realmente, una potencia terrible. Luego, señalaban al bloque centroeuropeo: Austria en primer lugar, que no en vano era el Wunderteam que pilotaba el mago Hugo Meisl, el cientifismo de Hungría y la dureza y compacidad de Checoslovaquia. Completaban “su” grupo de cabezas de serie con Holanda, que había tomado el cetro en su sempiterna pugna con los belgas, ya muy lejos de las glorias olímpicas de Amberes.

Y España, naturalmente, aunque, objetivamente, la temporada internacional había sido corta y mala. Y ello se había traducido – o al revés- en las vacilaciones del nuevo seleccionador, el doctor Amadeo García Salazar. Sus esfuerzos se habían centrado en encontrar sustituto para el “divino” Zamora y en hallar una línea media, porque era el centro del campo la sima por la que se despeñaba el juego del equipo nacional.  La vida deportiva de don Amadeo iba a ser un sinvivir buscando y buscando un medio centro capaz de llenar el hueco que había dejado el gran Gamborena. ¿Muguerza? Sí, era un gran jugador de club, con unas facultades portentosas, a quien faltaba ese gramo de inspiración que hiciera ensamblar todos las piezas del equipo. ¿Soler? Tenía “duende” pero carecía de la fuerza y potencia necesarias para empujar el chasis de lujo que le envolvía.

La temporada anterior en la que se iban a centrar las miradas de los talladores se resumía –al margen de la eliminatoria previa de la Copa del Mundo- en cuatro partidos:

España –Portugal = Vigo: 2-4-1933 =   3-0
Francia – España = París: 23-4-1933 =   1-0
Yugoslavia – España = Belgrado: 30-4-1933 =   1-1
España – Bulgaria = Madrid: 21-5-1933 = 13-0

Descontando a los turistas búlgaros, los rivales habían sido flojos. La derrota en París y el pobre empate con Yugoslavia no eran resultados como para voltear campanas. No justificaban el acceso al grupo de los elegidos a poco frío que fuese al análisis. Ciertamente la temperatura había subido tras la fase de clasificación no sólo por el 9-0 a Portugal en Madrid sino por la victoria en Lisboa. Porque la FEF, comandada por D. Leopoldo García Durán, había cometido la ligereza –caballerosidad, se llamó en aquel momento- de convenir con los portugueses, notoriamente inferiores, que para clasificarse había que ganar los dos partidos. Ello hizo del encuentro de vuelta una verdadera batalla, porque un empate conllevaba un tercer partido. Lángara resolvió la papeleta con dos goles, pero durante una hora, y con las gradas de Lumiar aullando un cadencioso “¡Vigo!¡Vigo!¡Vigo!, hicieron sudar generosamente a “peninsulares” e insulares.

¿Quién como España?

Esa era la pregunta. ¿Qué otro clasificado podía hacer sombra a España? Y en la mente de todos estaba un nombre: Alemania. Y los analistas hispanos se decían que no. Pero con la boca pequeña y cruzando los dedos.

Haciendo abstracción de que Alemania también había endosado nueve goles a Luxemburgo en la fase previa, los germanos habían jugado tres partidos más que España. Su trayectoria había sido:

Italia – Alemania = Bolonia: 1-1-1933 = 3-1
Alemania – Francia = Berlín: 19-3-1933 = 3-3
Alemania – Bélgica = Duisburgo: 22-10-1933 = 8-1
Alemania – Noruega = Magdeburgo: 5-11-1933 = 2-2
Suiza – Alemania = Zúrich: 19-11-1933 = 0-2
Alemania – Polonia = Berlín: 3-12-1933 = 3-1
Alemania – Hungría = Francfort: 14-1-1934 = 3-1

Pese a las goleadas ante los flojos belgas, las pruebas que manejaban los analistas españoles eran los de Italia, Francia, Noruega y Polonia para dejar deslucido y menguado el palmarés germano.

Por ello, la “quiniela” de los críticos españoles estaba cerrada así en el capítulo de cabezas de serie: Argentina, Austria, Brasil, Checoslovaquia, ESPAÑA. Países Bajos, Hungría e Italia.

3 de mayo: impar.

A las diez de la mañana y en la romana sede del Comité organizador se reunieron los miembros del mismo que iban a decidir las selecciones cabezas de serie.

Estaban, con el presidente Mauro, los señores: Barassi, Bauwens, Fischer, Lotsy, Meisl, Schricker y el general Vaccaro.

Los analistas españoles sólo fallaron en un punto. El fundamental: España quedó arrojada al foso de los malditos y Alemania ocupó la octava plaza de los dioses.

 Una vez hecho el apartado de buenos y malos, se procedió al sorteo para la primera jornada y los cruces sucesivos.

A España le cayó en suerte Brasil, el coloso carioca. Y, si sobrevivía, se encontraría de bruces con Italia. A buen seguro que el presidente de la Federación Española se dijo: “Si lo sé, no vengo”.

El ánimo hispano estaba a ras de césped. Y la hierba muy cortita…

Sólo hubo una voz que dijo resueltamente: “España vencerá fácilmente a Brasil. Y hasta puede voltear a Italia”. Era la voz de Hugo Meisl, el hombre que más ha sabido de fútbol en la historia del fútbol.

En la FIFA

El Congreso anual de la FIFA dejó un buen gusto de boca para los españoles. El Comité ejecutivo quedó formado así:

Presidente: Jules Rimet.

Vicepresidentes: Giovanni Mauro (Italia) y Rodolphe Williams Seeldrayers (Bélgica).

Vocales: Bauwens (Alemania), Fischer (Hungría), Johansson (Suecia), Lotsy (Holanda), Pelikan (Checoslovaquia) y Leopoldo García Durán (España).

Era el segundo presidente de la Federación Española que accedía al Comité ejecutivo de la FIFA. El primero había sido Julián Olave Videa, allá por 1925.

Y el balón en danza

Cuando el seleccionador hizo el plan de preparación ideó tres partidos amistosos con un equipo inglés, acoplado y correoso como el Sunderland, que iba a servir de piedra de toque para templar el equipo designado.

Se jugaron en San Mamés (3-3), Chamartín (2-2) y Mestalla (1-3), pero D. Amadeo, en vez de acoplar su once ideal, se complació en sus habituales probatinas que despistaron a críticos, jugadores y aficionados.  Empleó nada menos que a 26 jugadores:

Porteros: Zamora (Madrid), Nogués (Barcelona), Blasco (Athletic de Bilbao) y Cano (Valencia).

Defensas: Ciríaco (Madrid), Zabalo (Barcelona), Quincoces (Madrid), Pena (Oviedo) y Torregaray (Valencia).

Medios: Cilaurren (Athletic de Bilbao), Muguerza (Athletic de Bilbao), Solé (Español de Barcelona), Marculeta (Donostia), Lecue (Betis B. de Sevilla) y Fede (Sevilla),

Delanteros: Vantolrá (Barcelona), Lafuente (Athletic de Bilbao); Marín (Athletic de Madrid), Iraragorri (Athletic de Bilbao), Luis Regueiro (Madrid), Lángara (Oviedo), Campanal (Sevilla), Chacho (Deportivo de La Coruña), Hilario (Madrid), Gorostiza (Athetic de Bilbao) y Bosch (Español de Barcelona).

Puede extrañar la ausencia de Guillermo Eizaguirre que, en esos momentos, era el portero más en forma de España. Pero su club, el Sevilla, tuvo la mala ocurrencia de prestarse a un “bolo” en Jerez de la Frontera. Un partido amistoso en el Estadio Domecq; tan amistoso, que Eizaguirre acabó con el brazo izquierdo roto y el medio izquierda jerezano Paulino en el hospital, en estado grave, merced a una patada en la boca que le había arrebatado tres dientes y ocasionado una conmoción cerebral.

Quizá con demasiada precipitación se envió la lista con 22 jugadores a la FIFA:

Zamora y Nogués; Zabalo, Quincoces, Pena y Torregaray; Cilaurren, Pedro Regueiro (que no había jugado los partidos contra el Sunderland por estar de exámenes), Muguerza, Solé, Marculeta, Fede y Lecue; Vantolrá, Lafuente, Marín, Iraragorri, Luis Regueiro, Lángara, Campanal, Gorostiza y Bosch.

Pero hubo modificaciones, con contraorden a la FIFA. Se lesionó Pena en uno de los entrenamientos y se le sustituyó por Ciríaco; Pedro Regueiro no debió aprobar sus exámenes y su padre le mandó a Irún a estudiar, por lo que Don Amadeo llamó al medio Ibarra (Racing de Santander); las sempiternas dudas del señor García Salazar le llevaron a la conclusión que ya iban dos extremos derecha de garantía por lo que sobraba Marín y en cambio sólo llevaba un interior izquierda, así que añadió al madridista Hilario. Estas variaciones se debieron comunicar a la FIFA “a plazos”, porque admitieron a Ciríaco y las bajas de Pedro Regueiro y Marín, pero no el alta de Hilario. Así pues la lista se quedó en 21 jugadores. Los siguientes:

Porteros: Zamora y Nogués.

Defensas: Ciríaco, Zabalo, Quincoces y Torregaray.

Medios: Cilaurren, Muguerza, Solé, Marculeta, Lecue y Fede

Delanteros: Vantolrá, Lafuente, Luis Regueiro, Iraragorri, Lángara, Campanal, Chacho, Gorotiza y Bosch.

Eizaguire, por gentileza del Sevilla, que debía tener remordimientos por haber dejado a su guardameta sin Copa del Mundo, pagó a su jugador el viaje y estancia como acompañante de la Selección. Y a Italia fue con el brazo en cabestrillo

A estos jugadores se añadían los federativos D. Julián Palacios y D. Ricardo Cabot, secretario general de la FEF; el doctor D. Gonzalo Aguirre; el entrenador Ramón Encinas, a la sazón en el Sevilla; el masajista Amador Conde, del Madrid, y, por vez primera, un cocinero, Francisco Blanch, quien, pese a ser barcelonés, tenía un acreditado restaurante en Madrid. La expedición iba encabezada por el presidente de la Federación Española, D. Leopoldo García Durán. A ellos se añadió D. José Rosich, miembro del Comité directivo de la FEF, que iba al Congreso de la FIFA que se celebraba en Italia, aprovechando las fechas de la Copa del Mundo.  Y como independiente y por cuenta de la FIFA, viajaba el árbitro internacional español Pedro Escartín, quien, por cierto, sólo tuvo una actuación y como juez de línea (hoy asistente); para mayor desdoro fue en el partido inaugural, a las órdenes del suizo Mercet, entre Italia y Estado Unidos (7-1)

La expedición embarcó en el buque italiano “Conte Biancamano” que venía de Brasil con la Selección brasileña, que aún no era “canarinha”, porque su uniforme no era amarillo, sino blanco.

Pequeños roces y malestar porque los camarotes eran de segunda, con cuatro literas cada uno. Quincoces susurró “¡Sea usted internacional para esto! Cuando fuimos con el Deportivo Alavés a Canarias, en busca de pesetas, íbamos en unos camarotes igualitos a estos…” Y un incidente, en el último entrenamiento, entre Zamora y los fotógrafos de un periódico barcelonés que reclamaron a los jugadores catalanes para hacerles una foto; allá fue Zamora, nacido en Barcelona, para unirse al grupo, cuando le dijeron que él no. “¿Ahora ya no soy catalán?”. Y Nogués dijo “El que no es catalán soy yo. Pasa tu aquí, Ricardo, que el que sobra soy yo”. El director de “El Mundo Deportivo”, José Torrens salvo la situación con una buena frase: “Todos juntos, los catalanes federativos y los de nacimiento”.

El termómetro de los analistas –los mismos que tanto habían protestado porque se pospusiera nuestra Selección a la alemana- estaba bajo cero. Quien más quien menos abogaba por la retirada. Con una cantinela ya conocida –desde Amberes, nada menos-: Nos iban a destrozar. Íbamos a hacerle ridículo. Lo de siempre.  El pesimismo hispánico cundía entre los más cualificados.

Para animar más la fiesta –que tome nota Luis Aragonés, que para todo hay precedentes- Lafuente y Gorostiza, compañeros en el Athletic de Bilbao, y ya en Italia, se liaron a mamporros en el último entrenamiento.

Lo sabido

El resto ya es conocido. La selección española vapuleó a los brasileños por 3-1. Empató a uno con Italia en el segundo partido más bronco de la historia del fútbol internacional español –el anterior fue el de Suecia en Amberes, el del alarido de Belauste “¡A mí Sabino, que los arrollo a todos! – con siete lesionados españoles y un arbitraje indecoroso del belga Baert, que dio por válido el gol de Ferrari, con Zamora abrazado por Schiavio, y anuló un tanto absolutamente válido de Lafuente en el minuto 79 que hubiera significado el triunfo de España.

El segundo partido, de desempate, al día siguiente, se perdió por 1-0, con otro gol en falta, esta vez de Meazza sobre Nogués, y otro tanto español anulado a Luis Regueiro en el minuto 59 por obra y gracia del árbitro suizo Mercet.

Hugo Meisl había tenido razón. Y aún coronó su sentencia: “De no haber tropezado con el equipo organizador, que además era la formidable “squadra” de Pozzo, España hubiera ganado la II Copa del Mundo.”

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Presidente honorario del CIHEFE

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