El sindicato de futbolistas AFE y los extranjeros
De José Ignacio CorcueraLa irrupción de extranjeros en nuestro fútbol está unida a su arraigo más remoto, durante los estertores del siglo XIX. Fueron amateurs foráneos, ingenieros de minas, marineros, empleados burócratas en compañías anglosajonas o suizas, quienes provistos de un balón escandalizasen a esa sociedad pacata, “luchando entre sí, impúdicamente ataviados con ropa interior”. Algunos resultarían decisivos en la organización o sustento económico de no pocos clubes. De hecho, aquel nuevo “sport” enraizaría por puro contagio, cuando jovencitos de clase alta enviados a Inglaterra para completar estudios, ya de vuelta comenzaron a medirse a los “chiguiris” en denodados “matchs”. Luego el afán de algunos clubes por mejorar su palmarés en el Campeonato de España, recurriendo a la importación, daría pie a formidables trifulcas, resueltas con severas medidas coercitivas. Corrían, aún, tiempos de amateurismo puro, o de aspirantes a una soñada profesionalización sin más dividendos que algún duro bajo mano. Incluso cuando en 1927 nuestro “foot-ball” se declarase estatutariamente profesional, la prohibición de importar extranjeros siguió vigente, por más que sorteando la normativa se hubiera incurrido en algunas trampas. Sólo dos años antes del estallido bélico civil se abrirían fronteras, autorizando la contratación de hasta dos jugadores no españoles por club. Y entonces se quiso ver como estrellas incluso a quienes menos rendimiento lograron proporcionar. Ese papanatismo tan hispano, plasmado en la búsqueda exterior de cuanto abunda en casa, infectaba ya a la pelota y su mundillo.
El marasmo guerra civilista y sus consecuencias, iban a trazar un obligado paréntesis, salpicado por puntuales y poco satisfactorias excepciones, como la del mexicano Borbolla, sin sitio en el Real Madrid ante su carencia de empuje físico. Ya en 1949, como consecuencia del convenio establecido entre Argentina y España, la F.E.F. otorgó a los futbolistas de ese país el derecho a intervenir en nuestras competiciones, por un periodo de tres años y con el límite de 2 en cada club. Transcurridos aquellos tres años, los extranjeros se habían multiplicado sin apenas control. A tal punto llegó el desafuero, que desde la Federación se decidió limitarlos a 1ª División, hasta completar el número de 4, aunque sólo dos pudieran alinearse en cada partido de Liga. La competición copera, en todo caso, quedaba libre de su concurso. En 1953, la Delegación Nacional de Deportes prohibía la llegada de nuevos extranjeros, consintiendo, eso sí, continuasen jugando quienes tuvieran contrato en vigor. Las quejas arreciaron. Tan apretado llegaría a ser el asedio de los clubes al órgano federativo, que en 1956 se pasó del digo al Diego. Ya se podía incorporar 2 foráneos por club, siempre y cuando uno fuese sudamericano. Pero por no variar, dicha reforma pronto se vio quedaba en simple humo. Junto a extranjeros auténticos desembarcaban muchos hijos de españoles, con papeles mayoritariamente veraces. Descendientes de la secular emigración a América, formados como deportistas en Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Brasil o Venezuela, a la búsqueda de un nuevo Eldorado, puesto que en Europa se pagaba bastante más que al otro lado del Atlántico. El fútbol patrio seguía convirtiendo 3.500 kilómetros de mar en un pasillo muy, pero que muy transitado.
El fracaso de la selección nacional en el Mundial de Chile (1962), se quiso ver como nefasta consecuencia de tanta importación mediocre. Si los venidos de fuera no elevaban suficientemente nuestro nivel competitivo, salvo escasas excepciones, y además cerraban el paso a las jóvenes esperanzas, el panorama pintaba mal. En España se pagaba a los futbolistas más que en Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Suiza o Austria, países, todos ellos, con mayor poder adquisitivo que el nuestro. Y cada nueva importación, por ende, representaba una sangría en divisas, siendo entonces tan necesarias para otros menesteres económicamente más provechosos. La prensa, muy maleable, concluyó por hacer suyo el discurso de los tecnócratas gubernamentales y, al cabo, hasta los aficionados al deporte rey acogieron con júbilo el nuevo cerrojazo. A partir del ejercicio 1964-65, ningún nuevo futbolista con pasaporte extranjero dispondría de ficha. Y además, desde el 30 de junio de 1965 los contratos vencidos perdían toda posibilidad de renovación.
Sobrevino a partir de ahí un paréntesis mafioso, turbio y nauseabundo. Temerosos ante el riesgo inflacionista, fruto del estrechamiento mercantil, clubes e intermediarios sin grandes escrúpulos continuaron picoteando por Sudamérica. La búsqueda y captura del oriundo, transformada en safari sin licencia ni reglas, propició el salto del “qué lástima, con lo que apunta este chico y resulta que no tiene abuelos españoles”, al “esto se lo arreglo yo por menos de lo que imaginan”. En cuestión de semanas, muchachos con padres paraguayos, argentinos o uruguayos, cuyos ancestros procedían de Italia, Alemania, Rusia o Francia, encontraban un señor o señora Martínez genuinamente español, colocaban aquel apellido por delante de los demás, y con una célula policial falsificada, copias registrales harto creativas e ingente cara dura, demandaban al consulado español un carnet de identidad y pasaporte. Ya maquillados como españoles, podían aterrizar en Barajas, mostrarse agradecidos ante micrófonos y cámaras por la oportunidad de retorno a la madre patria, y firmar con la directiva de turno. Como mínimo, 35 accedieron ilegalmente a nuestra competición de este modo, hasta 1974, cuando primero el Barcelona, y a continuación, con más denuedo Athletic Club y Real Sociedad, airearon judicialmente tanta putrefacción.
En cierto modo para cauterizar aquella herida ya gangrenosa, Delegación Nacional de Deportes y F.E.F. volverían a abrirse al mercado internacional, tanto en 1ª como en 2ª División, a partir de la campaña 1973-74. Y por no variar, mediante nacionalizaciones exprés, matrimonios concertados con españolas o piruetas circenses, en apenas 4 años algunas entidades pasaron de los 2 extranjeros tipificados, a contar en sus plantillas con seis o siete naturales de Sudamérica. Todo esto ocurría cuando la Asociación de Futbolistas acababa de legalizarse, y entre tanta urgencia parte de los jugadores afiliados vieron en las incorporaciones transatlánticas un problema no menor: además de constituir una dura competencia, con harta frecuencia vulneraban la ley. Lógicamente, aquel empeño sindical tuvo muy en cuenta tantísimo desafuero, y contratacó situando a los foráneos en su punto de mira.
Aunque el número de futbolistas adheridos a su órgano de representación superase pronto los cálculos más optimistas, en setiembre de 1978 seguían existiendo no pocos refractarios. Concretamente hasta entonces, sólo en 1ª División había 101 versos sueltos. Ciento un escépticos, incrédulos o indecisos. Un rebaño de 101 ovejas, mansas a la voz del pastor que cada domingo, puro en ristre, presenciaba partidos desde el palco. Quede, como curiosidad, el siguiente desglose de no sindicados:
Athletic Club de Bilbao .- Rojo I.
C. Barcelona .- Heredia, Mir, Bío, Esteban, Krankl.
Burgos .- Rubiñán, Carreño, Toca, Faubel , López.
C. Celta de Vigo .- Alemany, Jorge, Gelo, Ademir, Carlos, Toledo, Nani, Paco II, García Senra.
C. D. Español, de Barcelona .- Ángel, Orejuela, Abad, Ayfuch, Pavón, Marín, Cayuela.
Hércules, de Alicante .- Deusto, Sala, José Antonio, Albino, Rivera, Ernesto, Carcelén, Aracil, Lalo, Cobos, Saccardi, Lattuada, Kustudic, Verde, Juan, Aguilar.
Recvo. de Huelva .- Villazán, Machete, Ramírez, Zambrano I, Zambrano II.
D. Las Palmas .- Carnevali, Estévez, Noly, Noda, Jorge, Juani, Maciel, Felo, Antonio Jorge.
Real Madrid .- Benito, Sitielike, Jensen. Guerini.
Racing de Santander .- Damas, Monchi, Paco, Rojo II, Mantilla, Barrero, Stefan, Jiménez, Marcos, Piru.
Rayo Vallecano .- Mariano, Marian, Lastra, Astegiano.
Real Sociedad .- Ochotorena, Gajate, Celayeta, Gaztelu, Murillo II.
D. Salamanca .- Piño, Félix, Chaparro.
Sevilla C. F. .- Joaquín, Scotta, Bertoni.
Sporting de Gijón .- Gonzalo, Uría, Abel, Quini, Ferrero.
Valencia C. F. .- Sempere, Timor, Lleida, Bonhof, Kempes, Vilarrodona, Garrido, Recatalá.
Real Zaragoza .- Antich, Mendieta.
En el At. Madrid todos los componentes de su primera plantilla estaban asociados.
Llama la atención el elevado número de extranjeros para quienes el naciente sindicato representaba bien poco. Desde la óptica de muchos futbolistas foráneos, el conocido axioma de “donde fueres haz cuanto vieres”, parecía no contar. Y eso que la AFE distaba mucho de ser organización clandestina. Disponía de enlaces o delegados por todo el territorio nacional, y los capitanes de cada equipo daban cuenta en sus respectivos vestuarios sobre la marcha de proyectos, avances o retrocesos negociadores, y cierres en banda de la patronal. Resultaba imposible permanecer ajeno al bullir asociativo, a menos que no se supiera una palabra del castellano. Y gran parte de los foráneos no asociados lo hablaban perfectamente, aun con acento porteño, santafefino, guaraní o lunfardo.
Por simplificar, repasemos el elenco de extranjeros despegados. Dos en el Celta, R.C.D. Español, U.D. Las Palmas, Racing de Santander, Sevilla y Real Zaragoza. Cuatro en el Hércules. Tres en el Real Madrid, Valencia y Barcelona. Uno en el Burgos, Rayo Vallecano, Salamanca y Sporting. Los dos clubes vascos no miraban ni de soslayo al exterior, y consecuentemente carecían de fichajes foráneos. Estos datos, sin duda, explican la andanada que desde AFE se enviara al colectivo de emigrantes, máxime cuando tantos jugadores españoles ponían enormes reparos a la imparable invasión. “El fútbol debería ser para los de aquí, para nosotros -sentenció un conocido futbolista de nuestra máxima categoría-. Los extranjeros vienen, se llevan la pasta y nos dejan sus malos modos. ¿Por qué siempre nos toca hacer el primo?”. Corrían, por qué no decirlo, vientos xenófobos.
En agosto, tras varios incumplimientos de la patronal futbolística y múltiples desconsideraciones de Pablo Porta, presidente federativo, la AFE había anunciado un proyecto de huelga para la primera jornada del ejercicio 1978-79. Nadie los tomó en serio, y el diario deportivo “Marca” incluso llevaría a su primera página, en caracteres de gran cuerpo, una declaración del presidente herculino: “Sería la primera huelga de millonarios”.
Ante tanto ataque, los futbolistas se apiñaron en falange romana, junto a su sindicato, sin desaprovechar cuantas oportunidades les ofrecieran distintos medios de difusión: “¿Huelga de millonarios?. ¡Qué tontería!”, enmendó a “Marca” Vicente del Bosque, interior del Real Madrid. Leal, un modesto del Torrejón, entonces en 2ª División “B”, tampoco quiso permanecer mudo: “Es la única manera para que se nos haga caso”. Y Mendoza, del Almería acaudillado por Maguregui, enfatizó sin aspavientos: “Las reivindicaciones son justas y claras. No veo a qué viene tanta extrañeza. Ni ésta pudiera ser la primera huelga en España, ni mucho menos la última”. Fernando Vizcaíno Casas, escritor, abogado, asesor jurídico de la F.E.F. y hombre claramente alineado a la derecha, así como experto en asuntos laborales del espectáculo y lo artístico, puso mucho de su parte por mostrarse contundente: “Si hay huelga, será ilegal. Los clubes tendrán derecho a despedir a los huelguistas. Y no entiendo las prisas por llevar a cabo una reunión entre Federación Española de Fútbol y A.F.E.”. Desde el otro lado de la trinchera, el reputado laboralista José Cabrera Bazán, fundamental durante los primeros pasos asociativos del deporte, y andado el tiempo senador por el partido Socialista de Felipe González y Alfonso Guerra, le llevó la contraria sin ambages: “La legislación en materia de conflictos colectivos contempla la posibilidad de huelga. En consecuencia, se iría a ella por causas legales y los clubes no podrían sancionar a sus futbolistas. Además es indignante que Pablo Porta desatienda una resolución del Ministerio de Trabajo”. Otros jugadores, por ende, harían suyos distintos mensajes emanados desde su sindicato: “No creo que haya huelga, porque no nos conviene a nadie”. “Se desconvocará, estoy convencido”. O: “Supongo que la sangre no llegará al río. En el peor de los casos, tendrá que ser la Administración quien desatasque el carro”.
Con huelga o sin ella, la AFE había cometido el error de enredarse en demasiados frentes a la vez. Y el olvido de ese primer mandamiento en cualquier manual de estrategia, acabó llevándose por delante a su cabeza visible, el andaluz Joaquín Sierra, “Quino”.
Tras el gallinero de opiniones acerca de aquella convocatoria huelguista, a partir de octubre los directivos de AFE centrarían esfuerzos en otra lucha difícil, como era la de cerrar el portillo a jugadores extranjeros. Y de entrada mostraron toda su artillería, al expedir un escrito con tres destinatarios: Presidente del Gobierno, ministro de Cultura, y presidente del Consejo Superior de Deportes. Los dos periódicos deportivos madrileños, “As” y “Marca”, muy acertadamente llegaron más lejos, ofreciéndolo a la opinión pública: “El tema es interesante, y hemos pensado que pudiera haber un cuarto destinatario: el aficionado”. Gracias a su filtración, aquel texto no duerme hoy un sueño eterno:
“La Asociación de Futbolistas Españoles quiere hacerle llegar, y poner en su conocimiento, como máximo representante de la Administración española, la postura firme y decidida de los futbolistas españoles que esta organización representa, en el sentido de lograr una solución a la desmedida entrada de profesionales del fútbol extranjeros en nuestro país, y solicitar respetuosamente se busquen las medidas necesarias para evitarlo, respetando los derechos adquiridos a cuantos se encuentren ya enrolados en nuestros clubes”.
Formulada la declaración de intenciones, aquella carta no hurtaba juicios sobre la presumible razón del desorden. A saber, una política federativa abrazada a los clubes más potentes y contraria al interés general, cuyo resultado se traducía en la presencia de más de 300 profesionales no nacidos en nuestro suelo. De esa cifra, 80 competían en 1ª División, siendo titulares indiscutibles unos 50, sobre un total de 198 alineados de inicio cada jornada. Y puesto que nuestra selección nacional se nutría de los equipos encuadrados en Primera, el daño a la misma resultaba evidente. Esos clubes, por otra parte, se veían obligados a ceder la titularidad a sus extranjeros, al constituir inversión preciadísima, rindiesen o no en consonancia. De ese modo se creaba un tapón para que españoles no menos capacitados acreditasen méritos, resultando virtualmente imposible rejuvenecer el equipo nacional. Nada se lograba, por tanto, limitando la edad para competir en 3ª División, cuando los clubes, ante la sobreabundancia de extranjeros, no iban a apostar por valores emergentes, ni aun por los forjados en sus propias canteras. Cerrar puertas a la importación solventaría tamaño sinsentido. Los futbolistas extranjeros, además, desnudaban el andamiaje jurídico vigente, hasta hacerlo insostenible. ¿Sobre qué fundamento se asentaba el derecho de retención, mediante el que los jugadores españoles podían permanecer anclados de por vida a un club, cuando los extranjeros quedaban libres al finalizar su contrato, y nada les impedía ofrecerse al mejor postor?.
Por otro lado, el descorazonador momento económico de los clubes más poderosos -proseguía aquel largo texto-, con pasivos escalofriantes, era consecuencia de desembolsos exagerados en la contratación de foráneos. Paralelamente, los altísimos devengos pactados con los no españoles, enlodaban la imagen del futbolista nacional, dando por supuesto que todos ellos liquidarían cantidades similares. “Y se puede afirmar que excepto una élite en clubes poderosos -aclaraba el escrito-, los demás profesionales obtienen unos ingresos normales, comparables a los de cualquier profesión media con exigencia de cualificación concreta para realizarla”.
Se incidía también, al desarrollar su punto 9, en el hecho irrefutable de que el fútbol español era muy capaz de dar la cara, “tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, con la utilización de su cantera, como lo hacen Athletic de Bilbao y Real Sociedad de San Sebastián, que en toda su historia no han contado con futbolistas no nacidos en su región”. Además, si con la apertura exterior se buscaba una mejora en la calidad balompédica nacional, después de tantos años incorporando estrellas de indudable nivel, España debería haberse convertido en fortaleza imbatible, circunstancia que estaba lejos de darse.
El punto undécimo buscaba una comparativa externa. En países no exportadores de futbolistas, como Inglaterra o Italia, ya se había procedido a prohibir, casi del todo, contrataciones foráneas. En Italia el cerrojazo era absoluto, y puramente testimonial en la Gran Bretaña. Con respecto a países exportadores, -Holanda, Alemania o Suecia- la adopción de medidas tendentes a impermeabilizar sus fronteras constituiría un contrasentido, pero aun con ello eran pocos los fichajes procedentes del exterior. España ofrecía la otra cara de la moneda: mucha importación y ausencia de exportaciones, lo que a la postre se traducía en fracaso. Bastaba ver el rendimiento de Inglaterra, Italia o Alemania en el fútbol de selecciones, y compararlo con el de “la roja”, para advertir dónde estaban haciéndose bien las cosas y dónde no. Cara al próximo Mundial, a celebrar en nuestro suelo el año 1982 -proponía el punto 12º-, “parece aconsejable, a todos los efectos, buscar el mayor éxito; una actitud rígida y definida frente a este problema, puede ser decisiva”.
La más dura andanada contra la F.E.F. se concentraba en el punto 13º, al argüir que la limitación de entrada a futbolistas extranjeros debía fundamentarse en “la normativa laboral, que en cualquier caso ha de primar sobre normas de ínfimo rango, como son las emanadas desde la Federación Española de Fútbol”. Conviene recordar que entonces ninguna empresa española podía contratar súbditos extranjeros, sin acreditar la inexistencia de personal autóctono suficientemente preparado para el puesto a cubrir.
En su último apartado, la A.F.E. apelaba al poderoso caballero que siempre fue Don Dinero, y más, si cabe, en aquel momento, con una balbuciente democracia pugnando por arraigar, incertidumbre con respecto al futuro, traducida en ingentes salidas monetarias hacia Andorra, Suiza, Luxemburgo y Liechtenstein, inflación galopante, desplome bursátil y serios problemas de endeudamiento a un costo poco menos que inasumible. Apelar a la pérdida de divisas, en semejante contexto, venía a ser como llevarse a la boca las trompetas de Jericó: “Esta situación está produciendo una salida de divisas que, aun cuando en el contexto de la economía española no sea fundamental, dentro del balance sectorial presenta una balanza desequilibrada, aparentemente poco recomendable en la situación económica actual”.
Aquellas cartas concluían con un mensaje relativamente conciliador, dirigido a cuantos foráneos poblaban nuestra Liga: “No obstante lo manifestado, la Asociación de Futbolistas Españoles solicita sean respetados todos los derechos adquiridos de nuestros compañeros extranjeros”.
La publicación del documento completo coincidió, además, con una rueda de prensa en la sede del sindicato futbolístico. Y durante la misma su asesor legal, José Luis Carceller, dio la impresión de quedarse a gusto: “Porta está destrozando el fútbol español -dijo, entre otras lindezas-. Es el «amateur» más incompetente que he conocido”. Salía al paso, así, de las desafortunadas declaraciones que el presidente federativo acababa de realizar en Gijón, durante una visita a las instalaciones deportivas de Mareo. Y por si su intención no hubiese quedado clara, añadiría aún: “Porta es un dictador nato, sin idea sobre colegiaciones ni regímenes jurídicos. Debo recalcarle que, como profesional que soy, recibo mis honorarios de la AFE, aunque nunca en la cifra de cinco millones insinuada. Que el señor Porta se deje de insultos personales”.
No todo cuanto recogían las cartas de AFE era cierto. Los clubes bilbaíno y donostiarra sí tuvieron futbolistas nacidos lejos de su región, en época de profesionalismo. Bastantes, además, por cuanto respectaba a la Real Sociedad, y algunos relativamente próximos. Cuando a principios de los 60 el portero Araquistain fue traspasado al Real Madrid, llegaron cedidos hasta el viejo Atocha Chus Herrera, infortunado y muy prometedor asturiano, el interior andaluz Villa, luego componente en la Romareda de “Los Cinco Magníficos”, y el internacional sueco Simonsson. Antes, por ejemplo, habían vestido de blanquiazul algún portugués, franceses, o entre los nacionales no vascos, José Luis Pérez-Payá, natural de Alcoy (Alicante), futuro presidente de la F.E.F. Y cuando los donostiarras reconquistaron la máxima categoría, mediados los años 60, el catalán Silvestre aportó no pocos goles a los blanquiazules desde su puesto de ariete, las tardes que no se alineaba el “tanque” Arregui. Lo de medir con un “casi” la escasez de fichajes extranjeros en Inglaterra, tampoco parecía moneda de buen cuño. Y esos puntos flacos fueron puestos en tela de juicio desde un editorial de “Marca”, firmado por su subdirector, Carlos Méndez, habitualmente oculto bajo el seudónimo de “Cronos”.
“Todo lo que cuenta AFE está dicho hasta el hartazgo, aunque sin ningún éxito”, arrancaba. E incidía, a renglón seguido, en el error de considerar al mexicano Borbolla, “primero en no enseñar nada”, como el extranjero que inaugurase la invasión a nuestro deporte rey. Más acertado estaba al poner en solfa “el dineral que cuestan, el trato de excepción que reciben desde un orden jurídico”, los llegados de fuera. Y daba la razón al sindicato en lo relativo a la selección nacional, por esos días fuente de incontables decepciones: “Con extranjeros tuvimos dos selecciones. A una la dejó Suiza en la cuneta -estaban Kubala y Di Stefano entre ellos- y la otra fue apeada en Chile por Checoslovaquia, con hombres como Santamaría, Eulogio Martínez, Puskas… No sirvieron, pues, ni para dar un título vergonzante a España, pero tampoco dejaron escuela. A ver, ¿quién se parece a Di Stefano o Puskas, o a Ben-Barek, por citar algunos de los que dieron espectáculo, dinero y triunfos a sus clubes?”.
Desde la presidencia de gobierno parece que el escrito de la AFE fue reexpedido hacia el Ministerio de Cultura, que también englobaba Deportes, con copia a la D.N.D. El Delegado Nacional de Deportes, sin lavarse las manos del todo, desvió cualquier interlocución hacia su segundo. Y la F.E.F. presidida por Pablo Porta, una vez más podía darse el lujo de permanecer al margen, en su papel de Don Tancredo, felizmente pertrechada tras un muro de inanidad.
Blandir el hacha, como acababa de hacer el sindicato futbolístico ante la bien nutrida masa de extranjeros, oriundos y nacionalizados, comportaba riesgos no pequeños. Frente a sus miembros se alineaba una patronal unida, una Federación tan todopoderosa como silente, y unos poderes públicos atenazados por asuntos muchísimo más serios. El número de sometidos a un futuro incierto si se llevara a cabo el cerrojazo importador, distaba mucho de ser baladí, como justifica el cuadro anexo. Únicamente faltaba que el colectivo de futbolistas se viera sacudido por una erupción de disensos. Y eso fue cuanto a punto estuvo de ocurrir.
FUTBOLISTAS NO NACIDOS EN ESPAÑA, LA TEMPORADA 1978-79
El 1 de noviembre trascendió que dos futbolistas del Real Madrid, los argentinos Enrique Wolff y Roberto Martínez, acababan de darse de baja en la A.F.E. Roberto Martínez, con mucho que callar, prefirió hacerse el mudo. Wolff, en cambio, daría la cara ante los medios: “Todo parte de una declaración oficial, efectuada por la Asociación -dijo-. Como no estaba de acuerdo con lo expresado, escribí a su presidente, quien me ha dado la callada por respuesta. Coincidió también con mi opinión Roberto Martínez, como lo demuestra el hecho de haberse dado de baja igualmente. Que nadie piense estoy en contra de los futbolistas españoles, aunque discrepe con quienes dirigen la Asociación. Supongo que mi baja no me perjudicará para seguir jugando aquí. En definitiva, considero que la Asociación ha dejado de resolver una serie de problemas, como el límite de edad, el derecho de retención para los españoles, y ni siquiera ha tacado algo tan importante como la creación de instalaciones donde los niños puedan jugar al fútbol”.
Con menos palabras: ambos se habían visto señalados, y no estaban dispuestos a sufragar una causa que pudiera abocarlos a tomar un avión rumbo a Buenos Aires. Aunque de cualquier modo, lo de Roberto Martínez era para pincharse y no sangrar.
Había llegado a España contratado por el barcelonés R.C.D. Español, como oriundo de pacotilla, con papeles falsificados y mentiras insostenibles, cuando por fin pudieron desenmascararlo. Como español de pega fue cinco veces internacional, y aunque siguiera negando lo evidente, tuvo que ser la Federación Española quien bajo mano pactase con UEFA y FIFA un perdón encubierto, tanto para él como para el extremo valencianista Rubén Valdez. Aquel compromiso negro, arrancado en evitación de un escándalo mayúsculo, comprometía a la F.E.F. a no alinear nunca más con “la roja” a esa parejita. Roberto sería traspasado al Real Madrid por 15 millones de ptas., cantidad nada desdeñable para la época, y lo más abracadabrante, en su caso, es que falsificó papeles sin ninguna necesidad, pues sus progenitores procedían de la población leonesa de Villaguilambre. Nadie le impidió seguir compitiendo en nuestros torneos, cuando debió pechar con una condena por falsificación documental y, cumplida la misma, ser conducido hasta el aeropuerto más próximo. Después de 6 campañas como “merengue” retornaría al R. C. D. Español durante el verano de 1980, para desarrollar dos nuevos ejercicios. En total 11 temporadas degustando el fútbol ibérico sin merecerlo, y se permitía el lujo de ver en la AFE una amenaza personal.
Esas dos desvinculaciones, unidas a cuanto Enrique Wolff transmitiese a la prensa, hicieron ver en el sindicato la necesidad de cauterizar heridas, en evitación de una mayor hemorragia. La AFE vivía prácticamente descabezada, desde que “Quino” anunciara su propósito de dimitir. Y en tanto tomaba las riendas asociativas Juan Manuel Asensi, fue el asesor jurídico del sindicato, José Luis Carceller, quien actuara como portavoz:
“No entraremos en polémica con ellos -aseguró-. Aunque creo enfocaban erróneamente nuestras peticiones, puesto que vamos a defender a estos jugadores si el año próximo sólo pudieran competir dos extranjeros. Vamos a luchar contra la posibilidad de que muchos clubes opten por despedir a parte de sus futbolistas. Lo único que solicitábamos es que se imposibilite la entrada masiva de futbolistas procedentes del exterior, que en muchos casos no pasan de medianías”.
Paralelamente, el abogado Cabrera Bazán redactó una carta dirigida a los dos madridistas, donde junto a todo tipo de explicaciones les aseguraba tendrían siempre abiertas las puertas de la Asociación, para cuanto pudiesen necesitar.
Al menos en lo económico marchaban las cosas viento en popa para los futbolistas agremiados. El 23 de noviembre de 1978 se cerraba un primer año espléndido con superávit próximo a los 10 millones de ptas. Había casi 1.700 jugadores asociados y la práctica totalidad, además, acababa de ceder al sindicato sus derechos de imagen para cualquier explotación comercial. Sólo 11 meses los separaban del 24 de enero, cuando ante 500 futbolistas, la 1ª Asamblea del organismo aprobase por aclamación un presupuesto de 21 millones raspaditos. En el área reivindicativa, por el contrario, pintaban bastos, pese a la complicidad que algunas de sus demandas hallaran en el C.S.D., entre ellas la relativa a limitar el número de extranjeros.
Las reuniones del Consejero con presidentes de clubes y Pablo Porta, acabaron bastante mal. Aquellos presidentes podían ser simples nobles ante su “monarca”, pero tal como hicieran ocho siglos antes otros nobles castellanos ante su rey, se atrevieron a plantar cara. Nadie dijo aquello de “tú más que yo, mi rey; aunque todos nosotros juntos, mucho más que tú”. No hizo falta, porque el Consejero Superior de Deportes era hombre listo y supo entenderlo, por más que tampoco hubiese gran unanimidad entre los presidentes. Vicente Calderón, por ejemplo, buen conocedor de los balances “colchoneros”, careció de pelos en la lengua al afirmar, rotundamente: “Hay que cerrar la importación”. Su colega del Hércules alicantino, por el contrario, con 7 nacidos fuera de España en su plantilla, adujo que gracias a la importación aquellas diferencias siderales entre clubes grandes y pequeños, tan propias del pasado, llevaban camino de convertirse en historia. “Mataremos el fútbol como no se ponga freno a este disparate”, terció el presidente de la Real Sociedad, más temeroso, quizás, ante el posible derribo del derecho de retención, que por la sobreabundancia de extranjeros. Y es que sólo aquella vieja norma esclavista mantenía en San Sebastián a jugadores con tantas “novias” como Arconada, Zamora, López Ufarte o Satrústegui.
LAS 34 INCORPORACIONES EXTRANJERAS DE 1975-76 Y SU COSTO POR TRASPASO
Finalmente el 15 de febrero de 1979, durante un almuerzo de trabajo en la sede del I.N.E.F., cobrarían cuerpo los nuevos postulados con respecto a jugadores extranjeros, a partir del primero de junio, sintetizados en el cuadro anexo. Una derrota parcial para la A.F.E., victoria pírrica para clubes con el punto de mira apuntando a Paraguay, Argentina, Chile o Montevideo, y amargura para Benito Castejón, voz del Consejo Superior de Deportes, quien se disculpó con humildad ante los periodistas: “No estoy de acuerdo, pero…”
Pablo Porta, en su particular y lejana galaxia, volvió a mostrarse complacido: “Aquí no ha ganado nadie”, dijo, cuando probablemente pensara algo así como: “Por lo menos yo no he perdido”. Más atento a la tajada que al plato, aprovechó la ocasión para lanzar un aviso al ente RTVE, entonces dueño exclusivo de las imágenes que todo español podía ver en los televisores: “Si la tele no paga, no habrá partidos televisados de la selección”. Como si el dueño de la selección nacional fuese la Federación que presidía. Alguien tal vez debiera haberle explicado que el equipo nacional sólo representaba a su federación en las distintas competiciones, que era patrimonio español, no en vano aquella Federación se sufragaba con grandes cantidades de dinero público.
Los clubes -todos, excepto Real Sociedad y Athletic- continuaron haciendo trampas, forzando voluntades en una guerrilla de desgaste, hasta dejar en agua de borrajas los acuerdos adoptados. ¿Se podía, acaso, limitar derechos a cualquier español, aunque hubiese nacido al otro lado del océano?. Porque eran españoles los oriundos, o quienes como tales fuesen aceptados por la Federación. Y lo mismo cuantos se hubieran nacionalizado por la vía rápida, casándose con una española o aprovechando el carril más lento, transcurridos un par de años desde su llegada. Disponían de pasaporte y carnet de identidad, votaban cuando se llamaba a las urnas, contribuían al erario público con sus impuestos. De poco servían reflexiones tan acertadas como la de Antonio Manuel Zambrano, neófito en 1ª División con un Recreativo de Huelva donde ejercía su estrellato el ya veterano mundialista uruguayo Espárrago. “¡No saben el daño que a nosotros nos hacen los extranjeros!. Lo único que han logrado es elevar los sueldos”.
Bueno, pudiera pensar alguien; al fin y al cabo, menos daba una piedra.
Si Pablo Porta y sus presidentes de clubes creyeron haber acallado para siempre a los futbolistas, se equivocaban. Con la elección de Asensi como sustituto de “Quino”, el asunto de los extranjeros fue quedando en segundo plano. Antes, se quiso fijar tres metas: 1ª.- Alcanzar un convenio colectivo con la patronal, rango que en opinión de los futbolistas venía a representar la F.E.F. 2ª.- Ver derogada la limitación de edad para competir en 3ª División, entonces categoría semiprofesional, puesto que de sólo 4 grupos acababa de pasar a 6. Ello implicaba enterrar el proyecto personal de Porta donde se establecían 300.000 ptas. anuales como límite salarial para el amateur compensado. Y 3ª.- Establecimiento de una ordenanza laboral, sobre la que el ministerio de Trabajo parecía ser único competente. Hartos de dilaciones y pasecitos en corto, la cúpula de la A.F.E. optó por un golpe de mano. Y por fin el 27 de febrero, con 65 votos a favor, uno en contra y otro en blanco, los delegados de la Asociación acordaban su segunda convocatoria de huelga. Probablemente actuaran como desencadenante unas inoportunas palabras de Pablo Porta, pronunciadas el día 8, que a los jugadores se les antojó puro paternalismo, desconsideración y ninguneo: “Los de la AFE son buenos chicos. Ya verán como no hay ni huelga ni nada”.
Aquel 27 de febrero de 1979, portavoces de la Asociación concretaron que sólo desconvocarían su huelga si se publicaba su ordenanza laboral, quedaba en nada lo del amateurismo compensado, y de inmediato se iniciaban las negociaciones con los clubes. Juan Manuel Asensi, interpelado por los periodistas, respondió: “Espero y confío que no haya huelga. No sería buena para nadie”. Un presidente de club, tomando el rábano por las hojas, emponzoñó más la cuestión haciendo el coro a Pablo Porta: “Ya están arrepintiéndose. Empiezan a darse cuenta del lío en que se han metido”. Quizás porque otros mandatarios no confiaran mucho en Pablo Porta, acordaron almorzar con Benito Castejón (C.S.D.) el miércoles, a cuatro días de que el balón se paralizase. Porta, enredado en sus ensoñaciones, después de recibir a Pacheco y Robi, miembros de la directiva sindical, comía con Vicente Calderón, presidente de ambos jugadores, y cenaba con Luis de Carlos, a la sazón cabeza del club “merengue”, todavía en rodaje. Confiaba ciegamente en el poder de los grandes capitalinos para destripar la convocatoria huelguista. Monumental error estratégico, que abría de ponerlo en la picota.
Basta repasar las múltiples opiniones vertidas durante aquellos días por presidentes, gestores de clubes y directivos, para entender hasta qué punto se hacía inevitable el choque de trenes:
“Un tremendo error por parte de sus promotores” (Vega Arango, Sporting gijonés).
“Es una huelga inoportuna. Me parece que a los clubes nos toca hablar ya bien clarito” (Luis De Carlos, Real Madrid).
“Medida improcedente y precipitada. Los jugadores me han sorprendido, porque sus argumentos no están en la realidad” (Vicente Calderón, At. Madrid).
“Los jugadores han arruinado el fútbol, no sólo en 1ª División, sino en todas las categorías. La generosidad de los clubes ha ido más allá de sus posibilidades económicas. El hecho de que los extranjeros queden libres al concluir sus contratos constituye una incomprensible concesión, y de ahí vienen estos lodos. Ya ven, después de haberles dado 10 ó 12 millones de ptas. por año, estos señores se declaran en huelga. Magnífico” (José Luis Núñez, Barcelona).
“No, no me parece procedente” (Francisco Encinas, Rayo Vallecano).
“Esta huelga, si se produjera, sería ilegal. Y los clubes estarían en su derecho de rescindir contratos” (Manuel Meler, R.C.D. Español).
“Se han equivocado. Los futbolistas se llevan todo el dinero de este deporte, razón sobrada para obrar en consecuencia” (José Luis Orbegozo, Real Sociedad).
“Para mí, los futbolistas deberían ser considerados trabajadores, y como tales con derecho a declararse en huelga. Lo que no entiendo es que los modestos, los que pudieran tener más razones, no estén significándose. Confío que el parón no se lleve a cabo” (Antonio Muñoz Lozano, Recreativo de Huelva).
“Se arreglará. Pero si no fuere así, y se sometiera a votación comparecer con jugadores aficionados en 1ª y 2ª División, nosotros estaríamos en contra. Constituiría una burla a ojos del aficionado” (Manuel Bernal, Granada).
“El fútbol será el más perjudicado” (Martínez Valero, Elche).
“No hay que asustarse demasiado, pues lo que verdaderamente tendrá valor será la decisión conjunta de los clubes” (Salvador Gomá, gerente del Valencia).
“Un golpe mortal para el fútbol. En el peor momento y cuando más nefastas pueden ser las consecuencias” (Federico Brinkmann, C. D. Málaga).
“No estoy de acuerdo. Máxime, cuando nos visitará el Oviedo, el día que podríamos hacer una gran taquilla” (Fernández Lobato, Cultural Leonesa).
“Una decisión precipitada, que pudiera acarrear drásticas consecuencias en el futuro” (José Mª Zárraga, gerente del Deportivo Alavés).
“Que yo sepa, el fútbol todavía es un deporte. Y sus reglas no son las del Ministerio de Trabajo, sino de la Federación” (García Pena, C. D. Lugo).
“Ir contra los clubes constituye una equivocación de imprevisibles consecuencias, sobre todo para los jugadores. El fútbol resulta carao. ¿De dónde esperan sacar más dinero?. Porque el aficionado ya no da más de sí” (Aguayo Lorente, Palencia).
Algunos extranjeros, hasta hacía bien poco en el centro de una diana, también quisieron manifestarse:
“Aunque a mí, como extranjero, el problema no me afecte mucho, apoyaré a mis compañeros. Esto no lo había conocido en la Bundesliga, y me gustaría que las cosas se arreglasen” (Stielike, R. Madrid).
“Creo que no ha quedado más remedio. Desde el verano lo hemos puesto todo de nuestra parte por conseguir acuerdos. Y esa buena disposición nunca se vio correspondida” (Kempes, Valencia).
“Me identifico con la postura. Aunque la decisión esté tomada, pienso que al final habrá acuerdo y no se perjudique al espectador. Porque el que paga tiene derecho a exigir” (Luiz Pereira, At. Madrid).
“Espero que mañana se alcance un acuerdo, porque lo que se busca es defender intereses de los más débiles. La culpa hay que achacársela a la Federación, por no abrirse al diálogo. No nos han tomado nunca en serio y su actitud ha sido provocadora”. (Jorge D´Alessandro, U.D. Salamanca).
Donde más drásticas parecían las posturas era escalones abajo, en 2ª División “B”, con tantos modestos soñadores de gloria, aferrados a una paupérrima realidad e inmersos en problemas de cobro:
“Nos estaban tomando el pelo. Será difícil acordar algo antes del domingo, aunque tampoco imposible” (José Miguel, futbolista del Zamora). “La huelga debería ser indefinida, ya que no se puede consentir tanta tomadura de pelo. Hemos buscado el diálogo, sólo para que el Sr. Porta nos considere «unos buenos chicos». Ya era hora de que los futbolistas nos uniésemos, y de una vez pidamos, de forma clara y rotunda, nuestros derechos. Estoy a favor de la huelga, sin ningún género de duda” (Munguía, jugador del Torrejón).
La suerte estaba echada. Aunque desde las poltronas de 1ª División y muchas de 2ª se diera por descontada una pérdida de fuelle en el seno de sus plantillas, el Patronato de Apuestas Mutuas, es decir el organismo regulador de las quinielas, otro posible gran perjudicado, tomó medidas para que, puestos en lo peor, la sangría no resultara excesiva. Lo que había empezado como defensa del producto futbolístico nacional, derivaba hacia un conflicto de proporciones insospechadas. Y si Pablo Porta saldría de él muy tocado, los clubes, no sintiéndose representados, comenzaron a segar el césped a ras de aquella Federación, constituyendo un ente asociativo propio, capaz de medirse con sus futbolistas. Parte del antiguo poder emanado de la calle Alberto Bosch, se diluía.
Los futbolistas, por una vez, estaban dispuestos a salirse con la suya.
Aquella incipiente y todavía temblorosa democracia, comenzaba a morder los dobladillos del fútbol, una actividad que, como el ejército, la banca y determinados jerarcas del ámbito empresarial, aparentaba seguir instalada en un pretérito con aroma a alcanfor. Por de pronto, el balón y sus más directos protagonistas acababan de lanzar su órdago, con muy buenas cartas.