El caso Pepe Juan
De José Ignacio CorcueraEl fútbol canario, por obvias razones de lejanía, vivió un desarrollo distinto al peninsular. Sin constituir nunca un verso suelto, puesto que distintas giras de clubes europeos por Tenerife o Las Palmas servirían para conectarlo con la realidad, mantuvo ciertos rasgos definitorios que, andado el tiempo, serían vistos como “autóctonos”. Aquel aislamiento salpicado por breves visitas, los duros campos sin una brizna de hierba, el calor de su eterna primavera, poco apropiado para cualquier desgaste intenso, y la consideración “amateur” de sus futbolistas, derivada de unas taquillas más bien raquíticas al no disponer de grandes estadios, irían configurando jugadores habilidosos, reacios al choque repetitivo, de trote, antes que de galopada furiosa. Pero ese juego pinturero y alegre daba para poner colorados a muchos profesionales de la península, conforme quedó de manifiesto durante la primera expedición del Club Deportivo Tenerife por Barcelona y Madrid.
Corría el mes de abril de 1933 cuando Cayol, Julio Fernández, Morera, Llombert, Cárdenas, Arocha, García II, Arencibia, Antonio, Rancel, Semán, Felipe, Chicote, Luzbel, Diego y Castillo, acompañados por varios directivos, embarcaban en el “Villa de Madrid”, rumbo a Barcelona. El día 30, entumecidos aún tras las jornadas de travesía, y pese a salir derrotados ante el F. C. Barcelona por 4-2, dejaban una buena impresión tanto entre los aficionados “culés” como para la prensa. En el metropolitano madrileño, sin embargo, se imponían al At Madrid por 1-2, siendo Semán, que también anotase en Barcelona, el autor del gol victorioso. Morera, Cárdenas, Rancel, y sobre todo el portero Cayol, impresionaron a la crítica deportiva. Y antes de emprender el retorno desde la ciudad condal, un nuevo enfrentamiento al Barcelona saldado con victoria por 1-2, patentizaba la calidad del equipo tinerfeño. Como este choque fuese transmitido radiofónicamente a Santa Cruz de Tenerife, incluyendo aparatosa instalación en la mismísima plaza de toros, el recibimiento a los triunfadores resultó apoteósico: cohetes, aplausos, paseíllo a hombros desde la dársena portuaria hasta la sede social, recepción en el Ayuntamiento…
En julio de 1933, el Español, campeón de Cataluña, doblaba la rodilla ante el once tinerfeño por un claro 2-0. La revancha, dos días después, se resolvía con empate a 2, luego de que el españolista encargado de lanzar un penalti lo enviase fuera intencionadamente, al ver el castigo como claro error arbitral. Ya en agosto, el Athletic Club bilbaíno lograba la victoria, remontando un 3-0 favorable a los tinerfeños. Y cuatro días después la superioridad vasca quedaba refrendada con un nuevo triunfo por 4-2. El brío se imponía al toque y mayor fragilidad física isleña, sobre todo a medida que iban transcurriendo los minutos. Pero una cosa quedó muy clara: aquel Tenerife acostumbrado a medirse con el Marino F. C., Iberia, Victoria, Salamanca -no el club charro, aclarémoslo-, Hespérides o Moderno, hubiese podido competir en la 1ª División del Campeonato Nacional de Liga.
Lamentablemente, los dos días y medio necesarios para cubrir el trayecto entre Santa Cruz y Málaga, unidos a su alto coste económico, cerraban tal posibilidad. Y puesto que los clubes peninsulares gozaban de economías más boyantes, acabarían haciéndose con las más destacadas figuras insulares. Juan Marrero Pérez, alias “Hilario”, había protagonizado en 1928 una rocambolesca salida hacia La Coruña, disfrazado, para despistar a la furiosa afición del Victoria grancanario. Cayol saltó hasta Madrid, Ángel Arocha a Barcelona, Arencibia también a Madrid, pero nutriendo al Atlético, Gabriel Jorge al Español de Barcelona… Rápidamente, el fútbol canario experimentó un claro retroceso. Cada crónica favorable a los emigrantes concluía traduciéndose en catarata de nuevas salidas. Y la prensa peninsular ni mucho menos escatimaba alabanzas: “El Madrid tiene un cancerbero de categoría: fuerte, colocado, segurísimo por alto y resuelto para los plongeones” (“ABC”, respecto a Gilberto Cayol). “Tiene un estilo magnífico, insuperable. Sus brazos y sus manos son como tenazas. Su estilo merece muchas pesetas” (“La Voz de Galicia”, acerca del mismo hombre). “De todos los jugadores tinerfeños el que mejor impresión me ha causado ha sido Arencibia. Todo un jugador. Tiene una clase extraordinaria” (el internacional Jacinto Quincoces, después de que su equipo, el Madrid, empatase a 2 con los “chicharreros”). “Es la primera vez que he visto jugar a un equipo canario. Me he quedado asombrado de la forma en que dominan el balón. El Tenerife puede codearse con cualquiera, porque todos sus futbolistas juegan muy bien” (Elícegui, otro internacional, luego de contemplar desde el graderío, por culpa de una lesión, una nueva derrota “colchonera”).
A los medios canarios les faltó tiempo para levantar la voz, airadamente. “Desde que se marchó Arencibia, y va de cuento, el ataque del Tenerife es una escuela sin maestro. Allí nadie enseña ni nadie aprende. El analfabetismo en el fútbol”, clamó un redactor de “La Prensa”, decepcionado por el empate a cero en un Tenerife – Iberia. Y hasta el propio Francisco Arencibia, tan añorado, daba la razón al plumilla mediante unas declaraciones desde el diario madrileño “La Voz”: “El fútbol empieza a decaer en las islas, porque la exportación de jugadores está dejándolo en cueros. Entre los pocos futbolistas que quedan, destacan Quico, Quique, Semán, Luzbel, Chicote, y poco más. Desde que se marcharon Arocha, Padrón e Hilario, hemos salido de allí ciento y la madre. Los entrenadores canarios no enseñan nada. El juego allí es distinto en todo al peninsular; bonito, afiligranado y hasta práctico. Aquí lo extrañamos todo: el campo, el ambiente, el modo de jugar… En canarias el saque del portero se espera a 12 metros del bote del balón, si no se corta de cabeza. Allí todo es habilidad. Aquí se mezcla habilidad y fortaleza. Cuando chocamos con un contrario llevamos las de perder”.
Una afirmación profética, puesto que el 9 de febrero de 1936, como resultado de un choque con el barcelonista Domingo Balmanya, el bueno de Arencibia se fracturaba la pierna izquierda.
Tras el paréntesis de la Guerra Civil, aquella diáspora no hizo sino acrecentarse. Sirva como referencia la siguiente relación de canarios desperdigados por clubes peninsulares, durante los primeros días de 1943: Abel, Arsenio Arocha, Arencibia, Francisco Campos, Calixto, Martín, Antonio Fuentes, José Mesa, Machín, Del Pino, Domingo, Francisco Roig, Melito, Mundo, Victoriero, Gabriel Jorge, Mendoza, Néstor, Rancel, Manolo Jorge, el palmeño Rosendo Hernández, Sabina, Sánchez, Santa Cruz, Pedro Núñez… Tan bárbara resultó la sangría que desde la Territorial canaria acabarían elevando una súplica a la Federación Española, en demanda de soluciones que taponasen tamaña hemorragia. Ésta, como tantas veces sucede, satisfizo a pocos y frunció muchos entrecejos. En adelante, los clubes peninsulares no podrían incorporar ningún futbolista canario que no hubiera disputado, como mínimo, dos temporadas en la Regional insular. Porque hasta en eso diferían nuestras siete islas atlánticas con el resto del fútbol español: la categoría equivalente a una 3ª División en la península y baleares, en Canarias tenía carácter de competición Regional, hurtándose a todos sus clubes el derecho a cualquier hipotético ascenso. Por otra parte, retrasar el salto a entidades de nuestra 2ª ó 3ª División suponía para muchos jóvenes del archipiélago un frenazo, además de la consiguiente merma económica. Como corrían tiempos de ordeno y mando, de lealtades inquebrantables y acatamiento silencioso a la superioridad, mal que bien, tanto en Tenerife como en Las Palmas y sus correspondientes satélites (Lanzarote y La Palma, sobre todo, cuyos campeones locales se clasificaban para las eliminatorias del título Regional) asumieron el nuevo orden.
Si aquel balompié no naufragó irremisiblemente hasta la toma de medidas, habrá que buscar razones en la fertilidad de su cantera y el anticipado retorno de numerosos emigrantes, incapaces de adaptarse a los campos embarrados, el césped rápido y la belicosidad partisana de muchos defensas, con licencia arbitral para extender testamentos y administrar la extremaunción.
Pronto, sin embargo, se fueron haciendo trampas. Bastaba que un jugador canario fuese destinado a cumplir el servicio militar obligatorio en la península, para que el club más próximo al cuartel, casi siempre en excelentes relaciones con mandos del ejército, le extendiese ficha. ¿Acaso esos jóvenes no habían mudado temporalmente su residencia, como la propia normativa consideraba eximente?. A la territorial de turno sólo le quedaba conceder su pláceme, el soldado en cuestión se vestía de corto y, a poco que la suerte le sonriera, ya como futbolista “peninsular” fichaba por cualquier otro equipo nada más licenciarse. Otras veces bastaba cualquier trabajo ficticio para justificar un cambio de residencia y, casualmente, acabar firmando por el club más emblemático de la plaza. Todos, por distintas razones, asumían la vulneración legal sin el mínimo sobresalto. Los modestos clubes canarios, ante el traspaso ofrecido, fundamental cara a cuadrar balances. El jugador o jugadores, entendiéndolo como estricto acto de justicia, toda vez que a ningún futbolista balear, por ejemplo, se le ponían trabas cuando fichaba por entidades levantinas o catalanas. Y las directivas de la piel de toro porque los muchachos del archipiélago solían aunar buen manejo del balón y bajo precio.
Al menos así fueron las cosas hasta que las islas Canarias contaron con representación en el Campeonato Nacional de Liga.
Ocurrió justo en el tránsito de los calamitosos años 40, a los más esperanzadores 50. El costo de los desplazamientos aéreos entre el archipiélago y la metrópoli empezaba a ser asumible. A escasa distancia de Fuerteventura, el Marruecos Francés parecía transformase en caldera reivindicativa. Por supuesto, si algo ocurriera en África no tenía por qué afectar a las provincias de Tenerife o Gran Canaria. Pero pese a todo, alguien, desde algún despacho, prefirió acercar todo lo posible las respectivas poblaciones insulares y de la península. Y nada tan útil al propósito, entonces y hoy, como el fútbol, no sólo deporte nacional sino expresión lúdica más conectada al sentimiento tribal de pertenencia.
En Las Palmas, entendiendo que tanta atomización de clubes no llevaba a ninguna parte, se fusionaron las cinco sociedades más potentes, dando lugar a la Unión Deportiva Las Palmas. Aunque en Santa Cruz de Tenerife también intentaron algo semejante, no hubo modo de que Hespérides e Iberia aceptasen la inmolación, a mayor gloria del C. D. Tenerife. La recién nacida U. D. Las Palmas, compuesta por los mejores elementos de aquella capital, lograba imponerse en la fase de ascenso a 2ª División. El Tenerife, por el contrario, obtenía una única victoria y un empate ante el Toledo, saliendo trasquilado ante el Ceuta, Imperial de Murcia, Melilla, y sus vecinos ataviados de amarillo. Sólo en 1953, remontando con un 3-0 en el Heliodoro Rodríguez López aquel 2-1 obtenido por el Orihuela en su terreno, la capital tinerfeña festejó su ingreso en nuestra división de plata. Claro que para entonces, merced a una meteórica ascensión, el público grancanario veía pasar por el Estadio Insular al Real Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, los dos Atléticos, y en una palabra a lo más granado de un fútbol que acababa de lucir galones en el Campeonato Mundial de Brasil, gracias a un histórico gol de Zarra, las meritorias intervenciones de Ramallets, el temple de Puchades, las diabluras de Basora y Gainza, o el trabajo de los hermanos Gonzalvo.
A partir de ahí, la restricción legal para cualquier salto a la península tuvo en los clubes más señeros del Atlántico a sus mejores vigilantes. Tenerife y U. D. Las Palmas disponían de dos años de ventaja respecto a sus competidores en el torneo liguero. Tiempo suficiente para seguir de cerca a las jóvenes promesas, con el añadido de un sustancial ahorro al contratarlos, puesto que los jovencitos destetados en cualquier equipo juvenil canario carecían de alternativa real, so pena de penar deportivamente durante 24 meses. Pero aun así, en setiembre de 1972 estallaba el Caso Pepe Juan, poniendo de relieve una suma de inmensos despropósitos.
José Juan Suárez Cabrera (Las Palmas 4-XII-1954), a sus 17 años llevaba uno y medio llamando la atención de hasta el más cegato patrón de pesca. Era finito, casi frágil en apariencia, pero atesoraba una técnica admirable. Fintaba con maestría, driblaba con la pelota cosida al pie, volvía locos a sus marcadores, pasaba al hueco y sus controles orientados desarbolaban a las defensas rivales, domingo tras domingo. En la directiva del Artesano, club donde había venido formándose, fueron inevitables las cuentas de la lechera. Un diamante a medio pulir como él, valdría su peso en oro para cualquiera de los más grandes. ¿Amancio? El gallego iba a quedar en nada tan pronto pudieran ver a esa nueva perla en la península. Y decididos a hacer negocio lo ofrecieron al Real Madrid, donde parece se antojó excesivo el monto del traspaso. En Barcelona, por el contrario, los azulgrana no hicieron ascos. Si el muchachito era tan bueno como aseguraban algunos ojeadores, asumirían riesgos. Lógicamente, querían probar al fenómeno durante unos días. Y Pepe Juan, pisando nubes, se plantó a las puertas del Camp Nou. El ejercicio 1971-72 daba sus últimos coletazos y, ni desde el Artesano ni en la familia del joven tuvo nadie la precaución de fingir un traslado a Cataluña o Madrid, fuere por razón de estudios o de cualquier trabajo impostado, documento imprescindible para que la Española pudiera diligenciarle una ficha.
Mientras la entidad “culé” terminaba de decidirse, Pepe Juan regresó a casa y, aconsejado por todos, quiso quitarse la mili de encima cuanto antes. En setiembre de 1972 la cumplía en Canarias, sin impedimentos para entrenar. Junto entonces, puesto que directivos y técnicos barcelonistas siguieran deshojando la margarita, llegó a un compromiso con la U. D. Las Palmas, pendiente tan sólo de liquidar su vínculo con el Artesano. Mero trámite, en teoría, puesto que los amarillos habían tendido una tupida red de apoyos sobre muchos clubes de la isla, incluido éste. Pero qué cosas; el club chico, de pronto, quiso retar al grande, solicitando nada menos que 600.000 ptas. en concepto de traspaso.
Los mandatarios amarillos, además de negarse en redondo, empezaron a apretar tuercas con una ruptura de relaciones, retirada de pases a favor en el Estadio Insular y prohibición al Artesano de disputar cualquier choque en aquellas instalaciones, como hasta entonces había venido haciendo. Por supuesto, el Artesano tampoco recibió la ayuda económica y en material deportivo que el primer club de Las Palmas otorgaba a sus convenidos. Y cuando el todavía equipo de Pepe Juan hubo de disputar las eliminatorias para el Campeonato de España en categoría de Aficionados, acabaría haciéndolo en un campito de las afueras, medio sin cerrar, con la consiguiente debacle en taquilla. Las cuentas de la lechera empezaban a evaporarse, como líquido derramado. Días después, una Asamblea del Artesano resultaba movidísima, entre interrupciones desaforadas, críticas injuriosas contra antiguos directivos, censuras de socios a la ruptura de vínculos con la entidad amarilla y algún que otro cuerpo a cuerpo, traducido en suspensión del acto, luego de dos llamadas al orden por parte del delegado federativo.
Leído el informe de ese delegado, la Federación Regional exigió al Artesano la presentación de sus libros de actas, de caja y memorias, para su estudio por asesores jurídicos, quienes parece encontraron alguna irregularidad o infracción. Dicha Territorial, en tanto se aclaraban las cosas, acordó separar de sus cargos provisionalmente a toda la junta directiva. Y el 19 de setiembre, hacia las 21,30 de la noche, el Comité Directivo de la Territorial Canaria designaba una Comisión Gestora con el encargo de tomar las riendas del Artesano. Todo ello sin que Juan Sánchez, hasta hacía unos minutos presidente de la modesta entidad, dejase de gallear: “Tengo argumentos suficientes para defenderme”, adelantó, muy seguro, ante los medios locales.
Al día siguiente corría el rumor de que la cesada junta directiva preparaba su recurso, con la asesoría directa de un letrado del Barcelona. Y en paralelo, Pablo Ojeda, antiguo jugador de la entidad y por esas fechas jefe de ventas en la agencia de Viajes “Tourist Canarias”, se encontraba con el primer problema. Cordón, a quien la directiva inhabilitada prometiese facilitar su incorporación al C. D. Tudelano, seguía sin recibir la carta de libertad. Al reclamarla a los gestores entrantes, surgieron dudas sobre si estaban facultados para algo así. ¿Acaso no incurrirían en responsabilidades si acabara teniéndose en cuenta el recurso de los “decapitados”?. ¿No acabarían pechando con denuncias por daños intencionados a la entidad? Para que nada faltase, la U. D. Las Palmas dirigida por Pierre Sinibaldi, esas semana debía disputar su partido liguero en la ciudad condal.
El día 22, los titulares de la prensa canaria derrochaban tinta: “Los directivos cesados del Artesano dan un portazo al delegado gubernativo”. Y es que éstos, encerrados en su sede de la calle La Naval, en el Puerto de la Luz, desoyeron las repetidas llamadas de la autoridad, que en previsión de posibles incidentes acompañaba a los nuevos gestores. El delegado levantó acta y, tras alertar sobre el desacato que aquella actitud rebelde implicaba, dio cuenta inmediata al Gobierno Civil. Varios miembros de la Policía Armada, entre tanto, mantenían el orden en la zona, ante la expectación que los hechos despertaran entre habitantes del barrio.
Por su parte, el hasta hacía bien poco máximo responsable del Artesano, Juan Sánchez, enhebraba un discurso salpicado de medias verdades: “Esta situación tiene origen en el jugador Pepe Juan. Cuando intervino el Real Madrid, y luego el Barcelona, desde esta directiva pasamos su ficha a la Unión Deportiva Las Palmas, bajo ciertas condiciones no aceptadas. El jugador, ya en Barcelona, no quería volver a Canarias, y por eso firmó todos los documentos precisos, incluido su alistamiento militar voluntario, para cumplirlo en Cataluña. Otro viraje de su padre, que no sabe ni sabrá lo que quiere para su hijo, devolvió al chico hasta la isla y aquí sigue, cumpliendo con el Ejército. El Barcelona posee moralmente los derechos de Pepe Juan, porque tiene suscrito un compromiso. Pero a pesar de ello, la llave está en poder del Artesano, puesto que nadie ha aprobado el compromiso con ese club catalán. Aquí no se ha recibido ni una peseta desde Barcelona por los derechos del Pepe Juan. Tan sólo muestras de amistad desde un club grande y señor. El cuanto al jugador, lo que acordase con aquella entidad fue en privado”.
Interrogado sobre el reciente encierro a cal y canto y su rebeldía ante el delegado gubernativo, manifestó: “Ya habíamos sido amenazados con que si no dábamos la baja al jugador, nos pesaría. Y con respecto a la Gestora, no podemos admitirla cuando vulnera los artículos 36, 37 y 38 de la Circular Nº 10, expedida en agosto de 1972 desde la Federación Española”. En relación a la posible resolución del caso, también parecía tenerlo muy claro: “Yo me marcharé del Artesano, pero antes estimo justo dar la baja a Pepe Juan para que fiche por la Unión Deportiva, siempre y cuando el jugador vaya a Barcelona y se someta a una rueda de prensa, dando una satisfacción al club y su afición. Pero la Unión Deportiva habrá de darnos las 200.000 ptas., que nos deben por el traspaso de Niz al Mallorca, y otras 400.000 en concepto de daños, al prohibírsenos jugar el Campeonato de Aficionados en el Estadio Insular”.
Manuel Aguiar Márquez, presidente de la Federación de Fútbol de Las Palmas, rehuyendo cualquier polémica, se limitó a anunciar que acababan de desestimar el recurso del Artesano, “porque en realidad no es tal, sino mero escrito de réplica. Aunque por supuesto pueden elevar un recurso a la Nacional, si les parece”.
El ya exmandatario “artesano” olvidaba la prohibición de saltar a la península sin dos años de competición en Regional, y pasaba por alto que los abogados azulgrana no hubiesen diligenciado a Pepe Juan un certificado de residencia. Sobre el asunto Niz, antes de tipificarse los derechos de formación como fórmula para resarcir al fútbol modesto, solía ser habitual establecer porcentajes sobre cualquier hipotético traspaso posterior, cuando cualquier mozalbete rubricaba su primer traspaso. De hecho, los contratos tipo de casi todos los clubes menores convenidos con un grande, recogían la fórmula con carácter general, en letra impresa. Dionisio Nuez Robayna, aquel “Niz” hecho en el Artesano que durante 7 años formase línea media junto a Castellanos, acababa de ser traspasado al Real Club Deportivo Mallorca. Y por el momento, el primer equipo grancanario era moroso.
Pepe Juan, entre tanto, había dejado de entrenar, como protesta. El seleccionador nacional juvenil, pese e ello, quiso seguir contando con su concurso. Y tras erigirse en figura durante el partido disputado en Mónaco, el 23 de noviembre de 1972, destituida definitivamente la junta directiva del Artesano y bajo promesa de que acabaría incorporándose a la U. D. Las Palmas, se reintegraba a la disciplina del que seguía siendo su club.
El 13 de enero de 1973, Jesús García Panasco, secretario general amarillo, presentaba al técnico Pierre Sinibaldi, al primer capitán, Tonono, y al cerebro sobre el césped, Germán Débora, cinco juveniles de nuevo cuño: Artiles, Oramas, Félix, Eladio, y el muy deseado Pepe Juan. Todos, andado el tiempo, habrían de alinearse con el primer equipo, aunque sólo a Félix y Pepe Juan les esperaba un largo enraizamiento.
Por fin, el sábado 7 de abril Pepe Juan debutaba con la camiseta amarilla en el Estadio Insular, ante un Burgos en aprietos clasificatorios. Los castellanos llegaban con dos triunfos consecutivos, y la Unión Deportiva con sendos empates en las últimas comparecencias como anfitriones. Pero esa tarde todo salió para los canarios como si de un cuento se tratara. El neófito anotó un gol de bella factura, suyos fueron los últimos pases de otros dos, y se mostró bullidor, profundo y peligroso en cada arrancada. Según los cornistas, su contribución a la victoria por 4-1 fue decisiva: “Gran parte de este triunfo amarillo hay que atribuírselo a la gran figura, ese chico juvenil, Pepe Juan, que debutaba esta noche (…) Eso y su buen entendimiento con Germán hicieron revivir al conjunto de Sinibaldi, que hoy, sin hacer un partido excesivamente convincente, sí ha vuelto por sus fueros”, reflejó Antonio Ayala, corresponsal de “Marca”. “Es un jugador muy interesante, muy aprovechable, que dará otra tónica al juego del equipo”, el técnico vencedor en su rueda de prensa post partido, según los medios locales. “Una jornada que dejó contenta a la parroquia, especialmente por lo que de esperanzador tiene el debut de Pepe Juan, aunque siga siendo la zaga, con ausencia de Tonono, el lunar más claro del equipo”, igualmente en la prensa de Las Palmas.
El martes, todos los medios insulares y parte de las cabeceras nacionales, incluían entrevistas con la incipiente estrella. Y el muchacho, pese a la polvareda levantada a su alrededor, supo mostrarse modesto, educado, y con la lección magníficamente aprendida: “Aunque como es lógico pretendo que las cosas me salgan bien, prefiero, ante todo, que le rueden bien al equipo (…) A mi lado tengo excelentes compañeros, que en todo momento me alientan y ayudan a superarme (…) Si el míster pensara que es necesario dejarme en la grada, pues lo aceptaría, ya que él es el máximo interesado en procurar el bien del equipo (…) Me esforzaré por ser profeta en mi tierra”.
Pero también ese mismo día, desde Las Palmas, llegaba lo que bien pudiese parecer una broma: La Unión Deportiva era denunciada por alineación indebida, al incluir en ella a Pepe Juan. Y lo más fantástico, el denunciante era socio del Vecindario. Desde la Federación Territorial su presidente, Aguiar Márquez, no perdió un minuto para sentenciar, tajante: “La ficha de ese jugador es completamente legal. Se envió a la Española como cualquier otra, y nada le impedía alinearse, al tener una ficha provisional conforme el árbitro habrá consignado”. El denunciante, en cambio, alegaba que el traspaso, o cesión virtualmente gratuita al primer equipo de la isla, se había efectuado desde una junta gestora, sin tener en cuenta que aquella a la que sustituían ya estableció un compromiso con otra entidad, antes de su destitución; o sea cuando estaba facultada para cerrar cualquier acuerdo de esta índole. Y la directiva burgalesa, por su parte, se sumó al coro poniendo la cuestión en manos de la Federación Oeste, por si les llagara un maná llovido del cielo. El artículo 38 de la circular Nº 10, emitida el 7 de agosto de 1970, se antojaba suficiente asidero, al contemplar, textualmente: “las Juntas Gestoras no están autorizadas a tomar decisiones que no sean de trámite”. Y un traspaso, en verdad, se antojaba de difícil encaje entre los asuntos del día a día en cualquier entidad.
La Federación Española, antes de resolver el caso anticipó su postura, bien es cierto que sin grandes clarificaciones y pisando de puntillas: “Se están manejando textos reglamentarios anticuados. Y además, en las 48 horas posteriores al partido no se ha presentado ninguna reclamación”. Interrogado su portavoz en demanda de mayor transparencia, supo arrojar bastante luz: “Según normativa que rige la celebración de juntas generales y elección de presidentes y directivas, cuando dimite un presidente le sucede su vicepresidente y el resto de la junta, en tanto se celebran nuevas elecciones. Suponiendo abandonasen ese vicepresidente y los demás junteros, la Federación territorial se vería obligada a designar una comisión gestora que convocase elecciones y mantuviera el gobierno social, despachando asuntos de trámite. Éste no es el caso del Artesano, cuyo presidente resultó destituido por la Federación de Las Palmas, al abrírsele expediente con cargos de gravedad. En la Española se desestimó el recurso interpuesto, y entonces la Territorial implicada, en estricto cumpliendo del artículo 49, nombró una Gestora para restaurar la legalidad del club. Haciendo uso de sus plenas facultades y a petición del interesado, se concedió la baja al todavía juvenil Pepe Juan y, posteriormente, la Unión Deportiva presentó a registro una licencia para el citado, admitida y despachada con normalidad. No existe caso ni infracción, por lo tanto”.
Pero sí, claro que había una notoria infracción, aunque no perpetrada por la U. D. Las Palmas. Era el Artesano quien estaba fuera de la ley desde 1965, nada menos.
Se supo en mayo de 1973. Ocho años antes, sus gestores olvidaron inscribirlo en el Registro de Sociedades, tal y como establecía la Ley de Asociaciones del 24 de diciembre de 1964. Consecuentemente, la entidad había expirado al concluir la moratoria de inscripción. Así las cosas, ni Pepe Juan habría sido jugador del Artesano, en puridad, ni Juan Sánchez su presidente, y la directiva destituida por la Territorial de Las Palmas como mucho un grupito fantasma. La sorpresa, además, incluía un doble fondo. El día 3 de mayo acababa de darse de alta en el Registro una nueva sociedad denominada Artesano Club Social de Recreo Cultura y Deporte, con domicilio en Las Palmas y el visto bueno del gobernador civil. El nuevo ente nada tenía que ver con el otro Artesano, el extinto a efectos oficiales, regido por una Gestora y en el ojo del huracán, cumplidas ya sus teóricas Bodas de Oro. Como presidente del nuevo ente figuraba Rafael Pablo Hernández Suárez, socio del Artesano antiguo, hasta su expulsión, y como secretario Juan Sánchez, su último presidente, además de perejil en tan amarga salsa.
Era obvio que Juan Sánchez conocía la situación ilegal del histórico Artesano. ¿Pero cuándo tuvo conocimiento de ello? ¿Mientras presidió el club, o sólo a raíz de su destitución y apertura de expediente? ¿Cómo se explicaba que la Federación de Las Palmas hubiese diligenciado fichas, enviado árbitros y dado cobijo en sus reuniones a representantes de un club oficialmente muerto?. ¿Qué justificación cabía para que el Artesano hubiese continuado compitiendo las últimas ocho temporadas?
Ese Artesano Club Social de Recreo Cultura y Deporte, inscrito con el número 4.380, tan pronto gozó de la firma gubernativa dirigió un escrito, a través de su asesoría legal, advirtiendo que la entidad acababa de registrar su nombre, escudo y rótulo en la central de marcas y patentes, y que a tenor del artículo 3º de la Ley de Asociaciones, prohibiendo denominaciones idénticas o semejantes que pudiesen inducir a error, tenía previsto proceder de inmediato, conforme a sus intereses, a la anulación de cuanto contraviniendo ese artículo supusiera el uso fraudulento desde otras instancias.
Patata caliente en las manos de una Territorial donde parecía imperar el descuido, la desidia y hasta las alcaldadas caciquiles, si fueren ciertas aquellas revelaciones de Juan Sánchez sobre el amedrentamiento coercitivo de que pudo ser objeto, para favorecer al club más señero. Por no varias, las cosas habrían de resolverse mediante el método habitual: oídos sordos, dejar que el viento amainase y una vez disuelta la tolvanera, alfombras capaces de cubrir cualquier deficiencia o acumulación de mugre.
Pepe Juan fue internacional juvenil en 17 ocasiones, y otras 3 en categoría de Aficionado, que entonces equivalía aproximadamente a los actuales Sub-23. Aunque durante toda su andadura profesional perteneciese a la U. D. Las Palmas, vivió momentos complicados, sin la comprensión de la grada y escasa confianza de algunos entrenadores. Una cesión al San Andrés de Barcelona para el ejercicio 1976-77, aprovechada para reivindicarse con 11 goles en 29 partidos de 2ª División, le supuso retomar la camiseta amarilla brevemente, puesto que en 1978-79 lo hicieron salir hacia el Getafe, otra vez cedido. Once nuevos goles en 30 choques de plata le abrieron ya las puertas del Estadio Insular, donde no todo, ni mucho menos, le iba a rodar conforme su exquisita técnica auguraba. Tuvo que pechar primero con el “fútbol fuerza”, eufemismo que en realidad ocultaba no pocas veces la pura brutalidad, y luego con el “fútbol total” impuesto por la “Naranja Mecánica” holandesa. Ese concepto coral, tan dudosamente entendido por algunos entrenadores, a quienes parecían estorbar artistas de calidad, con poco fuelle, le hizo daño. Se le exigía más atención al adversario, sacrificio, en vez de descaro ofensivo, buzo de fogonero, cuando su instrumento no era la pala, sino el pincel, y sus pies no derramaban legía o ácido sulfúrico, sino perfume para olfatos selectos. De haber nacido 10 años antes hubiera podido erigirse en referencia o mito de época.
Quizás cansado de no disfrutar jugando, se despidió del balón y los contratos con muchos ceros en 1985, apenas estrenara la treintena y luego de que nuestro fútbol sufriera muy serios varapalos. Ausentes en el Mundial de Alemania (1974), fuera en la primera fase de Argentina (1978), con una derrota ante Austria, empate a cero con Brasil y victoria inútil ante Suecia, nuestros futbolistas hicieron un soberano ridículo en el de “Naranjito” (1982), donde fuimos anfitriones con derrotas ante Irlanda del Norte y una Alemania ramplona, empate y gracias frente a Honduras, “cenicienta” del torneo junto a El Salvador, y victoria sufrida, remontando, a costa de Yugoslavia. No, ni el “fútbol fuerza” ni la “Naranja Mecánica”, por estos pagos apenas mandarina, parecían sentar bien a nuestras estrellas.
Curiosamente Julio, hermano de Pepe Juan (Las Palmas de Gran Canaria 20-VII-1960), también delantero, aunque potente y con menos calidad, tuvo a su alcance el cielo cuando después de cuatro temporadas en 1ª División vistiendo de amarillo, lo incorporaron al Real Madrid sin aquiescencia de Alfredo Di Stefano, entonces entrenador. Como el argentino siempre puso gran celo en marcar a fuego su teórico territorio, apenas se dignaría utilizarlo. Con el agror del fracaso, aquella carrera ascendente dio la impresión de desinflarse. Elche y Club Deportivo Tenerife servirían de prólogo a un rodar por los duros campos de 2ª B durante 7 años. Su retirada profesional se produjo días antes de cumplir los 33 y, por más que un día luciese de blanco inmaculado en el estadio Santiago Bernabéu, nunca dejó de ser, en opinión de los degustadores, el “hermano menor de Pepe Juan”, aquel chico que apuntaba tan alto, viviese un calvario hasta debutar en 1ª y fue víctima de unas normas dudosamente justificables en el marco del Derecho Laboral.