Putas, vírgenes y arqueros
De Iván Vélez CiprianoEl vocablo arquero, referido al portero de fútbol o guardameta, resulta de lo más familiar para el aficionado a este deporte. Empleada con profusión en Sudamérica, donde parece localizarse su origen, la palabra se escucha con naturalidad por parte de hispanohablantes de ambos lados del océano.
Sin embargo, parece evidente, el portero defiende un rectángulo vertical configurado por tres palos y una raya de cal, estructura que, en principio, no puede catalogarse como arco, a no ser que el hincha tenga los necesarios conocimientos en materia arquitectónica como para poder relacionar el larguero de la portería con un arco adintelado, esto es, un conjunto de dovelas que estructuralmente trabajen como un arco bajo una envolvente recta, sistema que, en todo caso, nada tiene que ver con dicho travesaño más allá de las apariencias.
No parece, sin embargo, que la designación de la meta como arco, provenga de este terreno, sino más bien, de las semejanzas entre los distintos tipos de puertas, adinteladas o en forma de arco, que el periodista y el aficionado conocen. Indagaremos, pues, en este asunto, sirviéndonos de las herramientas que nos brinda la etimología.
Es precisamente una puerta lo que el arquero-portero defiende, con objeto de evitar que el balón penetre en ese plano vertical por ella delimitado. El portero, a veces llamado cancerbero en un guiño a la mitología clásica, situado «bajo los palos», desarrollará su trabajo del mismo modo que en la antigua Roma, las prostitutas se ubicaban en los soportales porticados de la ciudad. Bajo el arco o fornix, las meretrices ofrecían sus servicios y permanecían -fornicaban- guarecidas y enmarcadas por aquéllos, componiendo una estampa figura-fornix, que la arquitectura emplearía con frecuencia en los templos. En efecto, las figuras de bulto de las deidades, dioses y vírgenes, quedan resguardadas en hornacinas, palabra derivada del fornix latino, bajo el que se situarían esas mujeres tan libres de mácula como plenas de fertilidad. Será con la llamada inversión teológica, cuando vírgenes y santos comiencen a desaparecer de la nueva arquitectura, que ya no gravita sobre númenes, sino sobre hombres que destacan en unas sociedades lanzadas a la industrialización y cada vez más distantes de los valores tradicionales de lo sagrado.
Pese a todo, la terminología religiosa sigue impregnando el lenguaje, incluso el deportivo, dando lugar a la etiqueta de «santo» que sirve para referirse a ciertos porteros especialmente brillantes. Las connotaciones morales negativas que iban ligadas a los citados arcos, también parecen sobrevivir y, del mismo modo que éstas eran encarnadas por la prostituta que se exhibía en el fornix, el portero que en el fútbol moderno no sale de su arco,-amenazado metafóricamente por la posibilidad de que se le caiga encima el larguero-, recibe críticas por su estatismo fornicatorio, contrario a un estilo que el propio reglamento, el que prima el juego con los pies, impulsa.