El Euzkadi en América: Del subcampeonato mexicano a la disolución
De José Ignacio CorcueraEl debut del Euzkadi en la primera “serie” organizada por la Liga Mayor del Distrito Federal, tuvo mucho de acontecimiento. El Necaxa acababa de proclamarse campeón en el reciente torneo de Liga y los medios de difusión regalaron una ingente publicidad a los visitantes, con sus dimes y diretes legales, las goleadas que anotaran frente a equipos realmente endebles, o el perdón otorgado por la FIFA, tamizado si se quiere, pero perdón al fin y al cabo. La demanda de entradas fue tal, sobre todo entre la abundante colonia española, que además de expedirse en las dependencias de la Liga Mayor se reservaron paquetes para el Centro Asturiano y el Casino Español. El “parque” -como allí se designaba a los campos de fútbol- del Club Asturias, era el más grande de la capital. Y ante las previsiones de llenazo, se puso un precio bastante alto a las localidades: 6 pesos para las numeradas y 2 las de general.
Cuando el balón echó a rodar a las 9,45 de la mañana dominguera(1), aquel 4 de setiembre pocos dudaban de que los vascos no se alzarían con la Copa “Varón Dandy”, trofeo gentilmente donado por esa marca de Parera al triunfador en la serie. Pero a los campeones mexicanos las cosas empezaron a torcérseles en el minuto 5, cuando Isidro Lángara anotase el primer gol. El propio Lángara iba a marcar el segundo, en tanto Luis Regueiro y Cilaurren completaban los 4 del Euzkadi, por sólo uno del Necaxa, obtenido, además, a 7 minutos de la finalización. Al margen de la derrota, los mexicanos hicieron gala de una marrullería y violencia sin sentido, fruto de la cual serían expulsados Larrínaga y el defensa izquierdo Camarena, por agresión mutua. El gol de Cilaurren, enviando el balón al ángulo desde 40 metros, fue largamente ovacionado.
El domingo siguiente volvió a caer el Necaxa 3-7, pese a llevar ventaja de 2-0 hasta el minuto 34. Emilín, Larrinaga y Luis Regueiro marcaron a pares, en tanto Lángara también anotó el suyo para no irse de vacío. El trofeo donado por los perfumistas quedaba en manos de Regueiro y compañía, para estupor de parte de la prensa. “El Nacional”, por ejemplo, recordaba en su crónica una frase pronunciada diez años atrás por el uruguayo Pedro Cea, después de otra victoria apabullante con el Nacional montevideano: “Metimos siete goles caminando”. “Ayer -glosaba el redactor-, caminando en la cancha, los vascos metieron 7 goles al conjunto rojiblanco. Nosotros quisiéramos, al dar cuenta de esta nueva derrota electricista, cantar mil y un coros de alabanza para los vencedores y consolarnos ante el juego milagroso de los rivales, del fracaso del equipo campeón. Pero no hubo tales carneros. Lo más triste, pero real, es que los visitantes hicieron un juego falto de bríos, de calidad. Y aun así, el score es definitivo contra los electricistas”.
Como surgieran protestas entre quienes habían adquirido el abono por tres partidos(2), es decir los correspondientes a ida y vuelta y desempate, la Liga Mayor organizó a toda prisa un nuevo enfrentamiento del Euzkadi ante el combinado de los clubes Asturias y España. Naturalmente, los poseedores del abono accederían al mismo sin pasar por la taquilla. Pues bien, el 18 de setiembre volvió a imponerse el Euzkadi con un apretado 3-4 (3 goles de Lángara y el otro de Emilín). En el combinado se alinearon los españoles Urquiaga, Pedrol, Fernando García y Vantolrá, todos ellos “desertores” del F. C. Barcelona tras la rentabilísima gira que realizasen por América, al menos en lo económico. Y junto a ellos el mexicano Laviada y el costarricense Quesada, bien conocidos al haber militado en nuestro campeonato. Quesada, aparte de poner en jaque a la defesa vasca, marcó un gol.
A la Liga Mayor le faltó tiempo para programar la siguiente comparecencia del Euzkadi, nada menos que ante el América, recién llegado de una triunfal gira californiana. Se midieron el 25 de setiembre, tan sólo para que de nuevo los vascos apabullasen con el 2-8 final. Tache de los Heros, que debutaba, sustituyó a Zubieta en el minuto 15 y marcó un gol. Los restantes fueron obra de Lángara 4, Larrínaga 2 y Luis Regueiro. El América, reforzado por el catalán Vantolrá y el mexicano Pichojos, contaba en sus filas con el exdelantero del Racing santanderino “Pirata” Fuente. A tenor de lo demostrado por el América, que incluso contó con superioridad numérica durante los últimos minutos, el nivel del “soccer” en California debía ser paupérrimo.
La prensa del distrito federal pregonaba la pronta partida del grupo vasco hacia otros estados, aunque antes pudiera vérsele de nuevo contra el combinado Asturias-España. Y así, como despedida del Euzkadi, se anunció el choque del 2 de octubre en el Parque Asturias, resuelto con derrota por 6-3. Junto a los españoles Urquiaga, Pedrol, García y López Herranz, Carlos Laviada y Morera festejaron la victoria. López Herranz anotaría el primer gol del combinado a poco de empezar el partido, mientras Lángara en dos ocasiones y Emilín, goleaban para los verdes. Pablito Barcos, lesionado, tuvo que ser sustituido por Pedro Regueiro, trastocando mucho la línea defensiva. Las cosas pudieron haber acabado bastante peor, puesto que en el minuto 65 el marcador pregonaba un rotundo 5-0. El público, finalmente, muy enojado por el mal juego visitante, llenó de almohadillas la cancha. Este fragmento de la crónica publicada en “El Universal” ilustra muy bien lo que aquello debió ser:
“La verdad de las cosas, y sentimos mucho enfriar el entusiasmo de los muchachos del Combinado, es que los vascos ayer no jugaron lo que pudieron y debieron jugar. Si estamos equivocados, no tendremos el menor empacho en rectificar. Pero mientras no se demuestre lo contrario, sostendremos que los visitantes hicieron un turismo desconcertante, un turismo excelente cuando se trata de “estrechar los lazos de fraternidad”, pero de todo punto innecesario en materia deportiva y ante un público entusiasta que paga, y paga muy bien, por ver un espectáculo de primera categoría”.
De nuevo volvía a repetirse la añagaza empleada durante el anterior periplo mexicano del Euzkadi: anunciar como última comparecencia la que ni siquiera fue penúltima; ni penúltima de la penúltima. Meses atrás el truco sirvió para llenar la faltriquera del “Gordo” Arana y mochilas vascas ante el traslado a Argentina, y ahora engrandecía sobre todo las cuentas de la Liga Mayor. La prensa publicaba todo tipo de conjeturas, rumores y presunciones. Que si habría una serie de enfrentamientos entre el equipo de Luis Regueiro y la selección mexicana; que si estaba formándose un formidable equipo con destacadas estrellas de la propia Liga Mayor, incluidos extranjeros, para medirse a los invitados sin comprometer el prestigio de la selección nacional; que si ya estaban confirmados Urquiaga en la portería; Laviada y Azpiri como defensas; Ortega, García y Bush para la media, y Vantolrá, Luis “Pirata” Fuente, Casarín, Tití y López Herranz en la vanguardia… De quien no se decía ni palabra era sobre Manu de la Sota. Desde luego ni estaba en México, ni parecía esperársele. ¿Dónde había quedado lo de convertirlo en único responsable de la formación vasca, ante el cese anunciado en Cuba por el “delegado” del PNV señor Garay, a Melchor Alegría y Ricardo Irezábal? La respuesta era obvia: en nada.
El Euzkadi ya no disputaba bolos por su cuenta y riesgo, de la mano de un “empresario” con nombre y apellido. Estaba haciéndolo al amparo de la Liga Mayor, ingresando menos, aunque con garantías de seguridad y, sobre todo de continuidad. Jugada maestra de Baltasar Junco, tras evaporarse las posibilidades de hacer caja en Costa Rica, la costa Este de Los Estados Unidos, Chicago y San Luis. Por más que situándose bajo el paraguas de esa Liga perdiera dinero, antepuso el futuro de los deportistas, su porvenir deportivo, a cualquier otra cosa. Incluida la explotación a que el grupito estaba siendo sometido desde París por un gobierno sin atribuciones ni pueblo al que dirigir. Nada tenía de extraño que con gestos de esta naturaleza un hombre comedido, como Ángel Zubieta, dedicara a su memoria tan encendidos elogios. Sin dinero, o con poco dinero para los gudaris mutilados, el Euzkadi estorbaba, literalmente, a los políticos vascos de México y París. Máxime cuando la guerra parecía irremisiblemente perdida para la república y cada cual pensaba en lo suyo. Queda por saber, no obstante, quién se beneficiaba de los anuncios que con la efigie de Lángara, sobre todo, aparecían en revistas, prensa diaria, cartelería y afiches, proclamando las bondades de “Varón Dandy”, productos Parera y demás consumibles. ¿La Liga Mayor, quizás? ¿El Euzkadi, siquiera en parte? ¿Percibiría algún peso el formidable ariete? Responder a esta última pregunta es fácil: Ni un céntimo. Nadie abonó nada a Isidro Lángara por explotar el enorme tirón comercial que su imagen representaba durante aquellos días.
Finalmente, el 16 de octubre se midió el equipo verde ante el grupo de estrellas bautizado como México, primera confrontación de otra serie. Y el Euzkadi cayó nada menos que 8-4. Blasco, lesionado en el minuto 65, cedió el marco a José Iborra, portero del Barcelona hasta dar la espantada durante la gira americana, como Urquiaga, Pedrol, Fernando García, Gual, Vantolrá, o el propio Tache de los Heros. Lángara no jugó, al hallarse indispuesto, y Cilaurren en 2 ocasiones, Emilín y Larrínaga anotaron para los vascos. Vantolrá y el mexicano Luis Fuente se despacharon a gusto, a razón de dos goles cada uno. Según la costumbre, había otra copa en disputa, en este caso donada por la fábrica de neumáticos “Oxo”.
Días después llegaba hasta el distrito federal el portero Egusquiza, luego de recibir el alta médica en Cuba. Se había recuperado para la vida civil, aunque estuviese perdido para el deporte luego de que en La Habana le hubieran secado un pulmón. Podía celebrarlo, así y todo, cuando la tuberculosis tenía afiladísima su guadaña.
El 23 de octubre, segundo encuentro de la serie, el Euzkadi se impuso con un 2-6 (Tache, Larrínaga y Luis Regueiro, con dos goles cada uno, rubricaron la victoria). Pero a los vascos parecía haberlos mirado un tuerto. Iborra, relevo de urgencia para el lesionado Gregorio Blasco, fue retirado en camilla tras chocar violentamente con el delantero centro adversario. Se puso bajo el larguero Pablito Barcos durante los 5 minutos que restaban para el descanso, y al reanudarse el juego apareció el mexicano Raúl “Jorobado” Álvarez, portero ya veterano, suplente en el Club España y todavía capaz de rendir a un altísimo nivel. El Euzkadi, entre una cosa y otra, empezaba a perder aroma euskaldún.
Tocaba desempatar, y se hizo el día 30 con nueva, aunque apretada victoria en el Parque Asturias, 1-3 (Tache por partida doble y Emilín, como goleadores del once verde). Con Blasco e Iborra lesionados, “El Jorobado” Álvarez continuó bajo el marco y lo hizo muy bien. Tampoco pudo jugar Pablito, y ante la ausencia de efectivos Cilaurren tuvo que ocupar la posición de defensa derecho. Como anécdota, se notó más presencia policial entre la cancha y el graderío, luego de los serios incidentes acaecidos la semana anterior, cuando el público invadiera el césped exigiendo se sancionara con penalti un posible derribo a Cesarín, el mismo que lesionara involuntariamente a Iborra. Así lo habían narrado en “Novedades”:
“¡Y ardió Troya! Hubo invasión al campo, entrada de los policías y piras con periódicos viejos, y los ánimos acabaron de exaltarse, pero afortunadamente prevaleció el buen juicio y las cosas no pasaron a mayores”.
El Euzkadi sumaba otro trofeo y partía hacia el estado de Jalisco, donde en Guadalajara debía disputar el primer partido de otra serie ante una teórica selección jalisciense. Teórica tan sólo, puesto que la publicidad del match recogía en negrita la presencia de Urquiaga, Laviada, “El Pirata” Fuente, Fernando García y Vantolrá, con los tapatíos. Eso sí, Guadalajara no parecía tan buen mercado como el distrito federal, puesto que las entradas se vendían a 3 pesos las de sombra y peso y medio las de sol. Como el encuentro se programó para el martes 1 de noviembre a las 4,30 de la tarde, había que estar canino y ser incondicional del fútbol para comprar boletos de sol.
Triunfaron los vascos con el mismo resultado de 1-3 (Emilín, Urquiola y Larrínaga goleando). Y de nuevo “El Jorobado” Álvarez como estrella, deteniendo un penalti al “Pirata” Fuente y haciéndose acreedor a las mejores ovaciones. Vantolrá marcó para los de Jalisco, Cilaurren continuaba de lateral derecho e Isidro Lángara encamado en México, luego de que su indisposición resultara ser una fiebre tifoidea.
El domingo 6, también a las 4,30 y con los mismos precios en sol y sombra, así como un peso para las sillas situadas a pie de césped, el Euzkadi volvería a vencer con más claridad. El 0-4 final lo firmaron Larrinaga y Luis Regueiro, a razón de 2 goles cada uno. Raúl Álvarez “El Jorobado”, estuvo inconmensurable. Puesto que el equipo verde tenía firmados tres partidos en Guadalajara, aún restaba el del siguiente domingo, por más que la afluencia para este choque resultara pobretona. Al menos se había ofrecido espectáculo, no sólo en razón de los cuatro goles, sino porque entre ambos equipos estrellaron hasta 6 balonazos en los postes.
Como despedida de Guadalajara, nuevo triunfo ante el América de México 0-5, con 2 goles de Larrínaga y uno de Tache, Zubieta y Luis Regueiro. Para variar, Raúl Álvarez colosal y con el rostro ensangrentado durante la segunda parte, remedando a Plattko, “Oso rubio de Hungría” en la oda de Rafael Alberti. Al “Jorobado” le sacudieron un balonazo a bocajarro en la nariz. Nuevo trofeo para el Euzkadi, y ya iban unos cuantos, en este caso donado por un popular comerciante local.
De vuelta al distrito federal, el 20 de noviembre disputó el Euzkadi un partido a beneficio del Comité de Asistencia Infantil en México, contra un combinado del Atlante y el Marte. Nueva victoria 1-2, con goles de Larrínaga y Lángara, que reaparecía, aunque el equipo vasco decepcionara, echando mucho de menos a sus tres bajas: Aedo, Muguerza y Luis Regueiro. De nuevo “El Jorobado” Álvarez en su línea de gran rendimiento.
Ya sólo quedaba esperar el inicio del torneo liguero. Porque en efecto, como era fácil adivinar tras la inclusión del Euzkadi en la Liga Mayor, el premio gordo consistía en competir oficialmente y de igual a igual contra el Necaxa, Atlante, Marte, América, España o Asturias. Aunque para ello fueren precisos determinados ajustes.
Cuando menos estatutariamente, el fútbol mexicano en esa época era amateur. Un amateurismo a la soviética, para entendernos(3), con clubes subvencionados por grandes compañías privadas o semipúblicas, e incluso por los entonces potentes centros asociativos de marcado carácter étnico. Ninguna entidad podía contar con “profesionales” declarados, y los vascos lo eran al no disponer de otro medio de vida ni fortuna personal. Y además extranjeros, cuando el país azteca exigía, a través de su Departamento de Inmigración, contrato de trabajo a cuantos arribaran desde el exterior. Una ver perdida la condición oficiosa de refugiados políticos, luego de levantarse la “persecución” de la FIFA, como por esos pagos se decía, quedaban en una especie de extraño limbo. Todo pasaba por hacerse con un patrocinio, y Baltasar Junco, eficacísimo, contaba con el mejor de todos: el de Ángel Urraza Saracho.
Este emigrante español (Alonsótegui, Vizcaya 1-III-1891 – México D. F. 11-XII-1946), llegado a México el 23 de agosto de 1910, con 19 años, emprendedor como pocos, arriesgado como nadie y capaz de ver oportunidades donde otros únicamente vislumbraban posibilidades de fracaso, encontró empleo con la adinerada familia vasca Arocena. Tiempo después, asociado con sus hasta ese momento patrones y algún inversor del mismo círculo, constituyó la “Compañía Agrícola de Lequeitio”: un primer paso hacia la cúspide. En 1928 comenzaría a fabricar albarcas con deshechos de neumáticos; huaraches, por emplear el vocablo mexicano. Una cosa llevó a otra y de ahí pasó a confeccionar distintos tipos de calzado y derivados del caucho, bajo la marca “Hulera Euzkadi”. Con financiación estadounidense -de Benjamin Franklin Goodrich, residente en Akron, Ohio- constituyó la “Goodrich Euzkadi”, una gran factoría de neumáticos, y ya lanzado creyó conveniente diversificar riesgos mediante negocios urbanísticos. Obra suya fue una colonia en las Lomas de Chapultepec, donde entre otras muchas familias de clase alta se establecieron los tres hermanos Regueiro. En 1939, además de dirigir con singular acierto la industria neumática, figuraba en los consejos de administración o entre la lista de inversores de compañías tan señeras como el Banco de Londres y México, Canadá Dry, Crédito Afianzador, Madera del Trópico y algunas aseguradoras.
Ángel Urraza, apasionado del fútbol, era gran amigo de Baltasar Junco y “El Gordo” Arana, ambos íntimamente unidos al Euzkadi como patrocinadores de sus giras. Con Junco, además, había coincidido en la junta directiva del Club Asturias, y con Arana en la gestión del restaurante instalado en el Círculo Vasco Español, o el Hotel Magestic, de los que era socio. Queda por averiguar si quien estuvo sosteniendo al Euzkadi desde su fiasco en Argentina, no fue sino el propio Urraza, amparándose en Baltasar Junco, mucho más ducho en cuestiones deportivas. Por ende, Urraza ya poseía un equipo de fútbol de tercer rango, como parte de su entramado empresarial, compitiendo en la Liga Interbancaria y, ¡oh!, casualidad, bautizado como Euzkadi. Todos los vasos comunicantes conducían a la imbricación del puñadito de aventureros con el multimillonario Urraza. Por cierto, persona hacia quien Pacho Belausteguigoitia(4), “representante” del gobierno vasco o el PNV en México, destilaba una infinita aversión, fruto de algo parecido a la envidia, discrepancias ideológicas y, a tenor de rumores, temiendo que en cualquier momento se lo tragara la tierra si su enemigo esparcía determinados deslices, de los que era conocedor.
El emigrante vasco Urraza, en suma, tomó bajo su tutela al Euzkadi de los Regueiro, Zubieta, Blasco, Lángara, Larrínaga, Cilaurren, Emilín y compañía, extendió contratos de trabajo a todos en sus distintas compañías e incluso una vez colgaran las botas, conforme eran costumbre en casi todos los clubes, ofreció una ocupación “de verdad” a quienes así se lo requirieron. Mecenas no, Ángel Urraza Saracho fue para aquel puñado de futbolistas un salvavidas en pleno naufragio, una isla en lontananza, cuando todo se antojaba perdido. En suma, la mano amiga entre tinieblas.
Al Euzkadi de La Liga Mayor se le permitió compartir sede y estadio con el Club Asturias, y habría de iniciar el torneo con buen pie. El 27 de noviembre derrotaba al América 3-2, con todos los goles obra Lángara. Puesto que al fin y al cabo no dejan de ser datos meramente estadísticos, vaya un sucinto resumen de los demás enfrentamientos, con breves anotaciones cuando la ocasión lo requiera:
4-XII-1938. Euzkadi 7 – Atlante 1 (Larrínaga 3 goles, Lángara y Emilín 2 cada uno).
18-XII-1938. Euzkadi 7 – Marte 1 (Larrínaga 3 tantos, Urquiola y Emilín a pares). El portero del Marte fue Raúl “Jorobado” Álvarez, y pese a la amistad que entre los vascos y él se forjara, acabó llevándose un saco.
El 21 de diciembre todo el equipo y sus representantes oficiales, entiéndase Irezábal y Baltasar Junco, fueron invitados a la fiesta de Navidad del frontón México. Y el día de año nuevo les tocó disputar una pachanguita amistosa contra un combinado de los clubes Atlante y Marte, a beneficio de los niños pobres del distrito federal. Aunque su resultado fuera lo de menos, los vascos se impusieron con un 5-4.
Los días 7 y 8 de enero de 1939, aprovechando el descanso liguero, se enfrentaron en Tampico a una selección de jugadores locales, con resultados favorables de 5-1 y 5-3, respectivamente.
15-I-1939, reanudación del campeonato. Necaxa 5- Euzkadi 2 (goles de Luis Regueiro y Lángara).
29-I-1939. Euzkadi 5 – Asturias 4 (Larrínaga 3 goles, Emilín y Lángara). Con el Asturias, que llegaba invicto, actuaron los españoles Urquiaga, Fernando García y Munlloch.
6-II-1939. Euzkadi 5 – España 1 (3 goles de Lángara y 2 de Luis Regueiro). Con el España se alinearon el portero Iborra, Vantolá, Gual y López Herranz.
19-II-1939. América 2 – Euzkadi 1 (Lángara). La dureza extrema del América se tradujo en lesiones de Aedo, Muguerza y Regueiro.
Dos días después, el 21 de febrero, tuvo lugar un partido a beneficio de los afectados por el tremendo terremoto que azotara a Chile. Ante muy poco público y con el más adelante popularísimo cómico Mario Moreno “Cantinflas”, como telonero, Atlante y Euzkadi empataron a 2. El mexicano Guzmán, que competía en la Liga Interbancaria como extremo derecho del Euzkadi propiedad de Ángel Urraza, y equipo inscrito federativamente como filial del Euzkadi de los Regueiro, Blasco, Lángara y compañía, debutó ese martes.
5-III-1939. Euzkadi 4 – Atlante 2 (Luis Regueiro 2 tantos, Larrínaga y Lángara).
13-III-1939. Marte 3 – Euzkadi 2 (Luis Regueiro y Lángara). Muguerza terminó lesionado y el mexicano Guzmán, de nuevo extremo derecho, debutaba oficialmente con el Euzkadi. Pero más importante que esa derrota fue la inesperada noticia que todos los medios recogieran en grandes titulares: Zubieta abandonaba el Euzkadi tras aceptar una increíble oferta del argentino San Lorenzo de Almagro. El propio Ángel Zubieta lo narró de este modo desde la barcelonesa “Vida Deportiva” dieciséis años después, en 1955:
“Nuestros triunfos se resolvían con tan relativa facilidad, que cuando faltaban tres partidos para concluir el Campeonato estábamos muy firmes en el primer lugar y nada había que nos hiciese temer por el título. Pro ya ante esas tres jornadas finales… fue cuando se decidió resueltamente mi destino futbolístico. El San Lorenzo de Almagro, interesado por mí desde nuestra estancia en la Argentina, donde apenas me habían visto en los entrenamientos y partidos del mismo carácter, me lanzó un globo sonda por medio de mi querido don Baltasar Junco”.
Según Zubieta, la perspectiva de competir en Buenos aires no terminaba de convencerle, sin saber bien por qué. Le ofrecían dos años de contrato a razón de 100.000 pesos cada temporada, más 300 mensuales de sueldo. Un sueño, considerando la abismal diferencia económica respecto a lo que cobrara en el Athletic. Pero en sus planes estaba regresar a casa tan prono las cosas se apaciguaran en España. Dos años vinculado, no, desde luego; se le antojaban demasiado tiempo. De manera que propuso 120.000 pesos más sueldos por una sola campaña, y concluida ésta ya decidirían ambas partes, a tenor de su rendimiento. Se lo aceptaron y Baltasar Junco le dijo: “Esto es beneficioso para ti. Buen contrato, buen equipo, y sobre todo tu situación normalizada. Ya es hora de no seguir errante por el mundo”.
En abril de 1939 debutaba ante el Estudiantes de La Plata, con victoria por 4-2, todos los goles anotados por Cosso. Según él mismo, su actuación fue regular, nada más, sin hacer nada notable. “Vi que el fútbol argentino de entonces era superior al español, o así me lo pareció a mí. Y pensé: puedo jugar como ellos, no hay que achicarse. Pronto me hice al ambiente y al equipo y pude llegar a cumplir no ya mis aspiraciones, sino las de quienes confiaban en mí”.
Más que eso. Zubieta acabó convirtiéndose en un ídolo desde la posición de medio centro. Y cuando el San Lorenzo de Almagro visitara España en 1947, coincidiendo con la retirada de embajadores en Madrid como repudio al franquismo, en vísperas de la ayuda alimentaria peronista al régimen autárquico, fue sacado del campo a hombros en Madrid, despedido en Bilbao con una ovación de dos minutos, o aclamado en cuantos campos pisara, por un público deseoso de enterrar el pasado y mirar hacia adelante.
Su salida constituyó un varapalo tremendo, además de para sus compañeros, para quienes continuaban soñando con la cosecha propagandística y dineraria que del equipo aguardaban. El siguiente escrito expurgado por Félix Martialay de archivo en archivo, largo pero definitorio a más no poder, remitido por el “delegado” del PNV en México al Lehendakari José Antonio Aguirre, y a Antón Irala(5), constituye una espeluznante muestra de enconos, delaciones vagas, desafección al orden jerárquico, ambigüedad por doquier, amargura sin matices y abandono de la nave, ante su irremediable hundimiento. Lástima no contar con la respuesta de Irala -si es que hubo tal-, exsecretario general del gobierno vasco y en ese momento, mano a mano con José M.ª Urresti y Manuel de la Sota, quien debería haberse hecho cargo del Euzkadi en México y jamás compareciese, delegado en los Estados Unidos de un José Antonio Aguirre exiliado en París.
“Mi querido amigo: recibo tu carta del 3 del actual. En ella me dices que escriba a Manu Sota sobre la situación del equipo. ¿Qué voy a decir que él no sepa? Soluciones no le puedo dar, pues no las veo por ninguna parte. Cualquier cosa que dijese podría tomarse como cargos contra él y hacerle creer que tengo alguna animadversión. Si nunca la tuve cuando estaba en otras condiciones, cómo la voy a tener ahora. Eso no quita para que considere su nombramiento como director de la expedición, un error garrafal. Quien como él no ha tenido que luchar en la vida, no puede conocer a las personas. Cómo se pudo enviar al equipo con esa directiva, es lo que todavía nos estamos preguntando. Cuando llegaron nos dijimos, Alegría será el hombre de confianza. No nos fue necesario mucho tiempo para darnos cuenta de la clase de reptil que se trataba. Desde el primer día se encontró aquí como pez en el agua. ¿Es que no saben por ahí que aquí se hila muy fino? Otro que tal baila, Vallana. Por lo menos éste venía rodeado de un mínimo de honradez acrisolada, lo que no quita para cuando se separa del equipo, se quedara con el santo y la limosna.
En estas condiciones no hubo mucha lucha. Si los de arriba estaban cogidos, para los de abajo putas y borracheras, y ya estaba el pastel. El único obstáculo éramos nosotros, pero, Dios sabe con qué artes se arreglaron para quitarnos todo respaldo. Por lo que a la infantería se refiere, como no pagábamos mujeres y champán, el ambiente lo teníamos perdido.
Hubo un momento en que la cosa pudo arreglarse, a raíz de la vuelta a la tierra de promisión, México. Pero en vez de desenmascarar al traidor, se le refuerza con un elemento de valía; Regueiro, cuyo debut en el equipo es un chantaje. Desde ese momento la cosa estaba asegurada. Lo fundamental es quedarse en México, sea como sea. Que la gente se muera de hambre en Barcelona, o que haya el problema de los refugiados en Francia ¡ahí me las den todas! Todo consiste en preparar las cosas para no quedarse en la calle el día de mañana. Desgraciadamente la guerra está indecisa, y por si acaso no conviene sacar demasiado la oreja. Pero llega el desenlace y como por arte de magia aparecen los dos gallos dueños de una revista y manejando un bar de importancia. Si embargo por si la cosa tuviera vuelta, es preferible que sea otro quien dé la puñalada a la expedición. Surge el “caso Subiera”, coincidencia ideal para cargarle el mochuelo. Desgraciadamente hay alguien que tira de la manta y la cosa no resulta como hubiere sido de desear.
Con ese ejemplo es natural que el resto esté desmoralizado, y si hubo alguien que pudo hacer alguna contra, ya se dieron buena maña para degradarlo con putas y banquetes, más la esperanza de una solución para el día de mañana. ¿Qué cabe hacer? Yo por lo menos, no veo solución. Lo que sí creo necesario es liquidar esta ignominia y que los responsables reciban la sanción moral, ya que hoy no es posible otra. No ocurra que el día de mañana se presenten cargados de méritos.
No dé más importancia a las reflexiones anteriores, que la que representa una expansión de sentimientos reconcentrados durante mucho tiempo. Comprenda nuestro estado de ánimo, luchando en el medio más ingrato que seguramente ha existido durante todo el conflicto, y que los llamados a darnos algún apoyo se han ido con armas y bagajes al otro lado, todo ello con una aprobación benévola desde las alturas.
Lo que sí le pido es que haga todo lo posible porque se lleve a cabo una investigación de lo ocurrido, y que se impongan las sanciones merecidas a quienes obraron indebidamente”.
Vaya papelón de Pacho Belausteguigoitia, firmante de tal informe. Y menudo patio de vecindad.
Belauste tenía látigo para todos, y ni un átomo de autocrítica para sí mismo. La cúpula gubernamental vasca, la del equipo, los futbolistas, a quienes señalaba sin citarlos por venderse hipotéticamente a cambio de francachelas y agasajos, “El Gordo” Arana, Junco, todos eran culpables, menos él. Reprochaba a De la Sota ser un de niño mimado desde la cuna, incapaz de distinguir a hombres honestos de aprovechados por la sola razón de encontrarse con una vida regalada, cuando él mismo ingresara en el club de los muy ricos a raíz de su matrimonio. Daba a entender que Vallana no cruzó el estuario de La Plata con sólo dos mensualidades de adelanto, sino tras haber vaciado el cepillo. ¿Quizás con el monto de las suscripciones “pro equipo vasco”, levadas a cabo por algunos clubes bonaerenses? Si futbolistas, responsables del equipo y “empresarios” durante ambas giras mexicanas, no querían verlo a menos de 100 kilómetros, nada tenía que ver tal rechazo con su arrogancia nacida del ordeno y mando. Reprochaba a los jugadores velar por sus propios intereses, máxime cuando el tiempo pasaba y sus carreras deportivas, de por sí breves, se hallaban en vía muerta. Casi se subía al pináculo de mártires por la causa, afirmando le tocaba luchar “en el medio más ingrato que seguramente ha existido durante todo el conflicto”, hallándose al otro lado del océano mientras en España los frentes y la retaguardia se teñían de sangre, dolor y lágrimas. Demandaba mano firme para castigar a los culpables del desaguisado, como si su papel correspondiera al de mero espectador. Empático, precisamente, no es que fuera en demasía Pacho Belausteguigoitia. Y su concepto de la justicia, el del más furibundo sectario.
Entre todos lo mataron y él solito se murió, como sentencia el refrán. Así habría de consumarse el fin del equipo Euzkadi, mientras los únicos empeñados en practicarle técnicas de reanimación fueron, a todas luces, Ángel Urraza y Baltasar Junco.
Pero la Liga Mayor buscaba inexorablemente un campeón. El 23 de abril de 1939, el Euzkadi derrotaba apuradamente al Necaxa por el tanteo de 2-3, con goles de Luis Regueiro, Emilín y Tache. Una semana después tan sólo podía empatar a 3 con el Asturias (goles de Lángara, Emilín e Iraragorri, recuperado tras la intervención quirúrgica que le practicasen en Cuba). Así se llegaba al último partido, el 7 de mayo, ante el España, sin que el adversario tuviera opciones en la lucha por el título. En ninguna cabeza cabía tan tremendo varapalo, pero se produjo, porque el Club España venció nada menos que 7-2. Lángara e Iraragorri anotaron para los vascos, el primero en el minuto 20, señalando el 0-1 en el tanteador. Luego una debacle total. El español Gual, máximo realizador del torneo, celebró a lo grande sus 4 dianas. Los también españoles Iborra, Pedrol y López Herranz, además del costarricense Quesada, con militancia previa en el F. C. Barcelona y C. D. Español, se alinearon con los triunfadores, así como el mexicano Guzmán otra vez en el equipo verde.
El Asturias fue campeón, con 16 puntos, seguido del Euzkadi, con 15, y el España con 13. Un vencedor que hizo valer su trabajo defensivo, conforme acredita la estadística: 30 goles a favor y 27 en contra, mientras el Euzkadi ofrecía 44 y 33, respectivamente, y el España 46 contra 33.
Algunas aproximaciones al deambular de los vascos por México, hicieron referencia a posibles suscripciones para el sostenimiento del equipo. Todo induce a pensar en pura equivocación. Donde sí las hubo fue en Argentina, pero mientras permaneciesen bajo el paraguas de la Liga Mayor, el único que se rascó la cartera sin alardear de ello, fue Ángel Urraza Saracho. La prensa del distrito federal, pese al espacio que concediera al fútbol, no registró la menor referencia a tales recogidas de fondos. Lo que sí abordó, en cambio, fue la segunda salida trascendental del Euzkadi con rumbo a Argentina: la de Isidro Lángara, a quien esperaban en Buenos Aires Ángel Zubieta y los colores del San Lorenzo, el 20 de mayo de 1939. Las cosas ocurrieron así:
La marcha del equipo bonaerense no era buena y aquellos directivos buscaban revertir la situación. Así que pusieron sus ojos en el ariete guipuzcoano, con la exigencia de que el domingo siguiente debía enfrentarse al River, costara lo que costase. El viernes tomó un vuelo hacia Buenos Aires: “Viaje muy malo, al punto que durante la travesía pensé podría utilizarlo como disculpa si las cosas no me saliesen bien -evocó el propio futbolista en 1955-. Cuando salté al campo me quedé sobrecogido por los enormes graderíos y el griterío del público. El juego de pura filigrana, tan distinto al español, me mareaba y creía que nunca me acostumbraría a él. De repente vi a Lombardo que avanzaba por la izquierda y le grité. Me envió el balón bombeado; fui al remate, me empujaron, pero el balón llegó a la red. Creo que fue con el hombro. Pero después de aquel gol todo fue coser y cantar. Logré los cuatro de mi equipo y ganamos 4-2. Dijeron que era el mejor delantero dentro del mundo”.
Lo que Lángara no contó es que esos cuatro tantos los obtuvo durante la primera parte, y que sobrepasaba en tres kilos y medio su peso en plenitud física.
Las salidas de Zubieta y Lángara constituyeron el pistoletazo de salida para los demás componentes del Euzkadi, bien es cierto que autorizados por Ángel Urraza y Baltasar Junco. La última intervención del conjunto vasco tuvo lugar en el Parque Necaxa, del distrito federal, el 18 de junio de 1939 ante los paraguayos del Atlético Corrales, en gira por México. Constituyó un triste broche a la aventura, no tanto por el resultado de empate a 4, sino ante el cúmulo de pendencias, agresiones y malos modos que tuvieron lugar sobre el césped. Iraragorri, como respuesta a una carga malintencionada sin balón de por medio, tumbó al medio Seguell con un tremendo zurdazo. Bronca monumental, intercambio de insultos, empujones y algún coscorrón, amén de precipitada salida del vizcaíno hacia los vestuarios. Al cabo, Mendoza, extremo derecho paraguayo, inició otra tangana en la que todos acabarían participando. Fernando Marcos, el sufrido juez de la contienda, tan sólo indicó el camino de la caseta a quien prendiera la mecha, por no finiquitar el espectáculo. De cantar los últimos goles se encargaron Luis Regueiro, en 3 ocasiones, y el “Chato” Iraragorri. Estos retazos de aquellas crónicas hablan por sí mismos:
“Los paraguayos, menuditos, vivarachos, ágiles, fueron dominadores del balón y se filtraban perfectamente entre las líneas de los vascos, mareando a medios y defensas. Únicamente Muguerza jugó con poco brillo, pero muy efectivo”.
Sobre el directo de Iraragorri a Seguell: “Éste se sulfuró, dando tal puñetazo al jugador contrario que lo dejó sin sentido, teniendo que ser retirado a la caseta. Iraragorri fue expulsado del campo, siendo escoltado por la policía”.
Y con relación a la monumental tangana: “Un escándalo aún más gordo que el anterior. Bofetadas a todo pasto hasta que la policía se impuso. Terminó el accidentado partido con empare a cuatro. Buena despedida del equipo que ya queda disuelto por falta de jugadores”.
Así era. Emilín y José Iraragorri se unían a Zubieta y Lángara en el San Lorenzo de Almagro. Gregorio Blasco, Cilaurren, Muguerza y Serafín Aedo, fichaban por el River Plate. Los hermanos Regueiro, en cambio, desecharon las ofertas del propio River y el Racing bonaerense, sin nada que objetar en lo económico, conforme habrían de explicar largo tiempo después a Julián García Candau, durante una de aquellas citas, con buen menú, vino, nostalgia y canciones, durante las que renacía por unas horas el espíritu del fallido experimento: “No era fácil explicárselo. Hace unos meses auténticos indeseables, al menos como grupo, y luego, de uno en uno, resulta que les conveníamos. Se habían portado muy mal con nosotros”. En suma, hallándose tan dolidos optaron por continuar compitiendo en México. No obstante Félix Martialay, quien más profundamente y con mayor denuedo reconstruyó tan azarosa gira deportivo-propagandística, siempre creyó ver otra razón a tan drástica negativa. Con la Guerra Civil ya acabada, Franco en el poder y Argentina reconociendo al nuevo régimen, nadie les garantizaba que sus pasaportes no pudieran serles requisados como represalia política. México, que continuaba sin reconocer otra España que la republicana, era para ellos un destino más seguro.
La disolución oficial del Euzkadi tuvo lugar tras un intercambio epistolar entre los jugadores, sus delegados y Manuel de la Sota, quien según todos los vestigios tuvo la última palabra, por más que se hallara a caballo entre los Estados Unidos y París. Se abonaron facturas pendientes y el escaso dinero resultante fue repartido equitativamente, con el saldo de 10.000 ptas. para cada uno, por dos años dando tumbos. Una nimiedad, considerando las cifras pactadas por casi todos con sus equipos españoles, y lo que pudieran haber logrado durante ese periodo enrolándose en clubes galos, mexicanos, o ya no digamos argentinos. Para los señores Urraza y Junco ni una escueta nota de agradecimiento oficial, aun que sí, al menos, el cariño declarado de parte del elenco. Nobleza obligaba, puesto que sin ellos al lado nada hubiera sido igual.
No se ha podido encontrar ningún rastro conducente a los trofeos obtenidos. Si existen aún, lo que parece improbable, o cómo se perdieron, constituye un enigma. Se apuntaron posibilidades sin otro sustento que el de la pura imaginación. Repartidos por las empresas de Ángel Urraza, quizás, hasta que alguien viera en ellos un simple estorbo. Al fin y al cabo, en buena medida se celebraron bajo su amparo y tutela. Distribuidos, quizás, a modo de agradecimiento, entre quienes supieron tenderles la mano cuando más lo necesitaban: Baltasar Junco, Arana, algún periodista de cabecera… Bastante improbable. ¿Se vendieron a cualquier platero, con el propósito de estirar la cuantía a repartir? Hubo quienes señalaron como destino al mismísimo Centro Vasco, algo que equivaldría, visto el rechazo de casi todos hacia la figura de Pacho Belausteguigoitia, a un despropósito. Algo así como donar guantes a un amputado con muñones. Lástima, porque constituirían el único vestigio imperecedero de tan errática aventura. La memoria es tan frágil y traicionera…
Del Euzkadi seguiría hablándose en España durante los meses siguientes a su evaporación, puesto que los clubes a quienes seguían perteneciendo los derechos federativos de aquella plantilla, ni mucho menos se contentaron mientras lucían otro colores en Argentina o México. Sobre este particular, así como acerca del injusto trato recibido por aquellos aventureros desde los gobiernos vasco y republicano, luego de que ambos hubieran saqueado ingentes cantidades de dinero, nos ocuparemos después.
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(1).- Era habitual entonces en México la celebración de partidos durante la mañana del domingo, preferiblemente antes de que el sol apretase. Aparte del esfuerzo que hubiese requerido competir a tanta altura con 30 ó 35 grados, no podía pasarse por alto que una parte del graderío, el ocupado por las clases más populares en razón de su menor costo, carecía de cubierta y se orientaba al astro rey.
(2).- Frecuentemente solían resolverse esas series en el partido de desempate. A veces, porque el vencedor del primer choque alineaba en el segundo a varios suplentes. Respondiera o no tal coincidencia a pactos soterrados, con el propósito de hacer más caja, lo cierto es que la venta de abonos gozaba de mucha salud.
(3).- Durante la etapa de Lázaro Cárdenas en el poder, e incluso antes, y pese a su capitalismo liberal, México se adornó con tics socialistas en buena medida extraídos de los soviets, aunque harto edulcorados. Una evocación discursiva, quizás, a las revoluciones de Zapata y Villa, con pocos, por no decir casi ningún efecto práctico. Entre 1926 y 1929, en México se había dado una guerra religiosa, a impulsos del acendrado anticlericalismo, resuelta con casi 90.000 muertos. Hubo intentos de incautación agraria, tan aplaudidos por los sindicatos como demonizados desde ámbitos conservadores o la política ajena al partido revolucionario. El fútbol, para entonces espectáculo de masas, no se libró de dicho barniz. Al cabo de pocos años, empero, la profesionalidad de los futbolistas habría de reconocerse sin ambages desde Mexicali, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo, lindando con la frontera estadounidense, a Chetumal, junto a Belice, y Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas.
(4).- Francisco “Pacho” Belausteguigoitia había presidido el Centro Vasco en la capital mexicana entre 1933 y 1934, siendo recusado por parte de la masa social. Se empeñó en expulsar a todos los asociados no vascos, aduciendo que en el fragor de las discusiones, y dada la polarización política que desde la madre patria cruzara el océano, podían darse situaciones complicadas si convivieran en el mismo espacio posturas antagónicas. Aparte de que tal medida careciese de soporte jurídico, las “complicaciones”, mal que le pesara, también afectaban a los propios vascos. Cuando en una asamblea se empezó a leer el acta en euskera, parte de la concurrencia interrumpió al secretario con silbidos, gritos y palabras mayores, rifirrafe que Belauste quiso utilizar como refuerzo de su postura intransigente. Si esto ocurría entre vascos, adujo, nada bueno cabía esperar enredándose visiones españolistas, de españoles, con el sentir vasquista en materia tan sensibles como el idioma. La cosa acabó con su cese presidencial y elección de una nueva junta directiva. Meses después, un buen número de importantes empresarios pertenecientes a la colonia vasca se dieron de baja, entre ellos Victoriano Loperena, Gerardo Ansoleaga, Jaime Arechederra, Martín Oyamburu y el mismísimo Ángel Urraza. En enero de 1935 constituyeron el Círculo Vasco Español, con sede en un edificio de la calle 16 de Setiembre, propiedad de Salvador Arenas, dueño de la factoría La Aurora. Al constituirse su primera junta directiva, presidida por Gabriel Arrechea, la recién nacida entidad había logrado captar como mínimo a una tercera parte de los socios del Centro Vasco, y la sangría iba a más. En torpe intentona para contener la hemorragia, a los rectores del Centro no se les ocurrió mejor cosa que prohibir la entrada a cuantos se hubieran dado de baja al producirse la escisión, y a simpatizantes del Círculo. Si tenemos en cuenta que el Centro Vasco era local abierto al público, fueren socios o no, semejante idea se tradujo en la natural merma de ingresos y pérdida de presencia ante la clase pudiente mexicana. Todo lo expuesto aclara el odio profesado por Belausteguigotia a cuanto tuviera que ver con el Círculo Vasco Español, incluyendo, obviamente, al industrial Urraza y el “Gordo” Arana, en cuyo restaurante, arrendado al Círculo, como ya se dijo en el capítulo correspondiente, comía y cenaba a diario la expedición futbolística del Euzkadi.
(5).- Antón Irala e Irala (Bilbao 8-V-1909 – Donibane Lohizune, país vascofrancés 10-II-1996), se licenció en Derecho por la Universidad de Deusto y durante los primeros meses del estallido bélico gestionó la adquisición de armas checas para el ejército gudari. Como secretario general del departamento de Presidencia, con Aguirre en la lehendakaritza, participó en las conversaciones que habrían de fraguar en el Pacto de Santoña, suscrito entre el gobierno vasco y el mando italiano delegado por el general Emilio Mola en la campaña del Norte. Dicho acuerdo consistía en facilitar la toma de Vizcaya al ejército italiano, a cambio de que los alzados respetaran la autonomía otorgada por la República, en situación de extrema necesidad. Subyacía además para el gobierno vasco, la necesidad de impedir por cualquier medio el desmantelamiento de la industria siderúrgica vizcaína, y su traslado a Asturias, donde ciertas facciones gubernamentales confiaban resistir ante el avance enemigo. Una llegada rápida de los nacionales a Bilbao, abortaría, claro está, los trabajos de desmantelamiento industrial. Cuando Mola tuvo conocimiento de lo acordado, se negó a suscribirlo. Bien al contrario, optó por acentuar el cerco y lanzar miles de octavillas sobre la capital vasca, conminando a una rendición incondicional, mientras los bombardeos aéreos doblegaban la moral ciudadana. Con la caída de Bilbao, Irala se trasladó a Santander y desde ahí a París, ocupándose de mantener una conexión fluida con la Cataluña resistente. Cuando el ejército nazi se apodera de Francia, se ocultó algún tiempo en Bretaña, la población vascofrancesa de Saint Jean de Lux y finalmente Betharran, cerca de Lourdes, en los Pirineos Atlánticos. Con la ayuda de diplomáticos argentinos se movió por México y Estados Unidos, antes de regresar al Sur de Francia durante el verano de 1949. Tras el fallecimiento de José Antonio Aguirre, en 1960, permanecería 8 años en la capital filipina, donde continuaba residiendo una nada desdeñable colonia vasca, compuesta sobre todo por clérigos, antiguos encargados de plantaciones a lo largo del archipiélago, o descendientes de estos convertidos en prósperos empresarios. Fue de los pocos que sobrevivieron ampliamente al general Franco.