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RESUMEN:

Si a modo de recurso literario comparásemos con un buque al equipo propagandístico de Euzkadi, cabría decir que en setiembre de 1937, tras surcar aguas internacionales, se hallaba varado en Francia. Varado, con la marinería dividida, su contramaestre esforzándose en la consecución de algún flete, y el armador decidido a conducirlo al desguace. Una vez

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El Euzkadi en tierra de nadie

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Si a modo de recurso literario comparásemos con un buque al equipo propagandístico de Euzkadi, cabría decir que en setiembre de 1937, tras surcar aguas internacionales, se hallaba varado en Francia. Varado, con la marinería dividida, su contramaestre esforzándose en la consecución de algún flete, y el armador decidido a conducirlo al desguace. Una vez más, “el optimista patológico José Antonio Aguirre”, tal como definiese al Lehendakari uno de sus más directos colaboradores, volvía a darse de bruces con la realidad. Euzkadi ya no existía, el gobierno vasco inventariaba pérdidas en París, mientras las tropas de Franco avanzaban inexorablemente hacia Santander y Asturias… y para mal de males, tras los fastos olímpicos de Hitler en Berlín, sus amenazas a Europa coreadas por decenas de miles de sectarios ensombrecían profundamente el porvenir. En todo caso, el futuro inmediato del equipo de Euzkadi, iba a dirimirse en dos fretes.

La recién nacida Federación de Fútbol franquista, con sede provisional en San Sebastián, acababa de ser reconocida por la FIFA. Una decisión lógica, pues la Federación republicana había cesado en agosto de 1936 a todos los efectos, cuando su último presidente -el incautador, para entendernos(1)– declaró suspendido cualquier torneo oficial. Desde entonces, el único interlocutor de nuestro fútbol con el máximo órgano supranacional había sido el secretario, Ricardo Cabot, por cuya mediación supieron que se había disputado un Campeonato Regional en Cataluña, y nada más. Con el reconocimiento de la Federación franquista, en la FIFA jugaban a caballo ganador, pues ello no implicaba dar por disuelta la republicana. Se abrían a la para entonces cada vez más plausible victoria de los sublevados, máxime desde que Francia e Inglaterra dieran la espalda al gobierno frente populista, temiendo que ante el creciente protagonismo soviético en el mismo, acabara ondeando la hoz y el martillo al Sur de los Pirineos. Pero los máximos mandatarios del fútbol necesitaban guardar la ropa, antes de echarse a nadar, toda vez que una guerra larga, decidida por desangramiento, como fue la española, pudiera dar pie a revolcones.

Carnet de Ricardo Cabot en la Federación Catalana, expedido el año 1924. Era secretario de la Federación republicana y única voz reconocida del fútbol español ante la FIFA, desde julio de 1936.

En la FIFA, para entonces, se recelaba tanto de la Federación republicana como del último gobierno prebélico,

por el modo en que se despacharan con el deporte. El gobierno, destinando a la fracasada Olimpiada Obrera barcelonesa las 400.000 ptas. previstas para que nuestros olímpicos compareciesen en Berlín, so pretexto de que “el movimiento olímpico no era sino una manifestación burguesa, a erradicar”. Y el presidente del fútbol saqueando los depósitos federativos, para armar con ese dinero un Batallón Deportivo. Puesto que desde el seno de la FIFA se contemplaba con mucha preocupación la injerencia política en el universo balompédico, después de lo acontecido en la Unión Soviética y la Alemania del Reich, creyeron ver en España inequívocas muestras de nuevos problemas.

Así las cosas, desde la Federación franquista se evaluó con sumo cuidado cada paso a dar. Cuando el 10 de setiembre de 1937 la Federación Francesa estableció contacto con la Española para solicitar el transfer internacional de Luis Regueiro, por cuyo fichaje se interesaba el Racing de París, lo fácil hubiera sido responder con un portazo. Al fin y al cabo, Regueiro era capitán del Euzkadi, equipo representativo de la República. Pero bien al contrario, se negoció con Pablo Hernández Coronado la aquiescencia del Madrid, autorizando su pase internacional “mientras durasen las especiales circunstancias del momento”. El Madrid no recibió ni un céntimo en concepto de traspaso, en tanto Luis Regueiro, pese a seguir “concentrado” con sus compañeros del Euzkadi, suscribía un contrato de 65.000 francos por temporada, abonados en fracciones semanales. El irundarra también jugaba a dos bandas. Si el equipo vasco concluyera disolviéndose, él no iba a quedar a la intemperie. Y si la pretendida gira americana se hiciese efectiva, al menos efectuaría el viaje transatlántico con un puñado de francos.

Más adelante, el presidente de la Federación franquista, Julián Troncoso, acordó con Jules Rimet una moratoria de tres meses antes de suspender a los jugadores vascos, para que pudiesen disputar los partidos contratados en Cuba y una vez cobrados aquellos “bolos”, pagarse el retorno a España. El propio Rimet alabó el desprendimiento de la Española; su propósito de hacer las cosas bien, pensando más en aquellos futbolistas que en el ejercicio del fuero, puesto que reglamento en mano, la denuncia de Troncoso se hubiera traducido en un veto para el Euzkadi en todos los países con adscripción a la FIFA.

Imagen de un joven Luis Regueiro, años antes de convertirse en destacada figura europea y capitán del Euzkadi.

Regueiro disputó un solo partido con el Racing de París, en el Parque de los Príncipes, saldado con victoria por 4-1 ante el Excelsior de Roubaix, anotando, además, uno de los goles. De ello se hicieron eco algunos medios informativos españoles: “El ingreso de Luis Regueiro en el Racing de París ha coincidido con el primer gran éxito obtenido por este club en el presente campeonato -pudieron leer los salmantinos, con la correspondiente dosis de propaganda-. Todos los valores emigran de la España roja. No hay intelectual ni profesional destacado que no haya emigrado. El que no lo ha hecho es porque no ha conseguido un pasaporte, o porque no ha tenido valor para cruzar la frontera sin él. Y los deportistas hacen lo mismo. Boxeadores, futbolistas, ciclistas, huyen del paraíso soviético. No hay manera de que regresen a él. No valen ofertas ni amenazas. No regresa ni el propio capitán del equipo vasco”.

Desde San Sebastián, un joven José Javier Aranjuelo, que durante medio siglo iba a convertir en clásico de la prensa y radio guipuzcoana su seudónimo de “Erostarbe”, era más elegante y profundizaba en la información: “Regueiro, el internacional español que formaba parte de la selección “euzkadiana”, ha debutado en París. Más concretamente, ya que no nos referimos a su debut en los campos de Francia, donde ya ha actuado en bastantes ocasiones, ha debutado, sí, pero formado parte de un equipo francés”. Y matizaba: “Pero ha firmado por corto tiempo. Si nos dejamos guiar por el texto del contrato, “quince días o tres semanas a lo sumo”; es decir el tiempo que los dirigentes del equipo vasco juzguen preciso para conseguir la autorización de marchar a Méjico, que en principio les fue denegada. Este es el hecho que queremos destacar. Regueiro, desde el sábado, forma parte del Racing parisino, con el que actuará, en síntesis, mientras siga en Francia la selección de Euzkadi”.

Se daba, empero, un hecho sobre el que la prensa de Salamanca prefirió pasar de largo. Los jugadores del Euzkadi no volvían a España; ni a la republicana ni a la franquista, al igual que la docena larga que un día cruzasen los Pirineos o el Bidasoa y seguían compitiendo en clubes galos, hasta saber a qué carta quedarse.

¿Qué estaba ocurriendo, en realidad? ¿Acaso un gobierno vasco en el exilio, sin apenas medios para paliar la triste suerte de tantos correligionarios refugiados en Francia, iba a subvencionar la aventura futbolística, pese al paupérrimo rédito en imagen que de ella había obtenido hasta el momento? ¿Nadie evaluaba desde la facción franquista el caudal propagandístico inherente al regreso, no de unos futbolistas cualquiera, sino de quienes detentaran el rango de embajadores nacionalistas vascos, primero, y republicanos después, por Francia, Checoslovaquia, Polonia, Escandinavia y la Unión Soviética? Obviamente debía estar tejiéndose algo entre bastidores, en medio de la más absoluta opacidad. Porque, ni desde la prensa, ni por boca de los intervinientes, se escapó la más mínima filtración.

Pero se negociaba, claro. No una vez, como tantas veces se ha escrito, quizás por pura simplificación. Sino de forma recurrente y con el empleo de distintos mediadores.

El primero en dejarse caer por París fue Genaro de la Riva, peso pesado del C. D. Español y personaje conocido tanto por los futbolistas como por quienes comandaban la expedición. Hubo un par de contactos, y como las posturas encallasen cedió el testigo José Luis Isasi, periodista del deportivo “Excelsius”, editado en Bilbao por la familia De la Sota, además de socio del Athletic y figura muy representativa, dada su amistad con casi todos los jugadores vizcaínos. La oferta que uno y otro dejaron caer era casi coincidente: Todos los que no estuviesen involucrados en actividades políticas o delitos de sangre, podían volver sin enfrentarse a ningún cargo, ni ser objeto de represalias. Deberían incorporarse al ejército de Franco, claro está, para no ser menos que otros futbolistas señeros, como Quincoces, Soladrero, Antón, Oceja, el sevillano Eizaguirre, Julián Vergara, Tomás Arnanz o Unamuno. Al fin y al cabo, la vida de combatiente tampoco constituía ninguna novedad para buena parte de ellos, puesto que hasta conformarse el equipo vasco lucharon en el otro bando. Eso sí, todos los dirigentes del Euzkadi quedaban excluidos, al entenderse que su actividad nada había tenido de deportiva y mucho, en cambio, de agitación en favor de la república.

Los futbolistas deliberaron, y aunque parte de ellos se mostraran favorables al retorno, concluirían plegándose ante la personalidad de Luis Regueiro, la encendida visceralidad de Pedro Areso, y la negativa a extender el perdón a Ricardo Irezábal, Melchor Alegría, Manu De la Sota y Pedro Vallana. Puesto que alguno pusiera objeciones a lo de empuñar el fusil, se les respondió que someterse a la cadena de mando no implicaba necesariamente un destino en primera línea de trincheras. Ahí estaban los casos de Santi, por ejemplo, el hermano mayor de Ángel Zubieta, jugando al fútbol en Zaragoza con el equipo de Aviación Nacional. O Suárez, el jovencito bien conocido por los componentes del Athletic Club, que a partir de 1939 iba a competir con el Valencia como “Mundo”. E incluso Isaac Oceja, mucho más futbolista que en realidad soldado(2).

Isasi cosechó otra negativa, sin que sirviese de nadasu discurso acerca del respiro con que la población civil se tomara en Bilbao la llegada de las brigadas navarras. Los padres de Cilaurren continuaban al frente de su carnicería. La madre de Iraragorri, por quien “El Chato” sentía auténtica devoción, como era público y notorio, estaba perfectamente. Por fin se empezaba a comer algo más que arroz. Ya había garbanzos, patatas, mejor pan y hasta huevos. Dio igual. El enroque de los hermanos Regueiro, Areso, y Vallana, este al saberse anatemizado, resultó imbatible.

Sobre el desenlace de esecontacto dio buena cuenta el ya citado “Erostarbe”, desde las páginas de “El Diario Vasco” cuando todo se hubo cerrado.Su crónica (22-IX-1937) la tituló en negrita con el para entonces relativamente habitual: “¿Por qué no vienen?”. Y arrancaba:

“El aficionado se pregunta, y con razón, tantas veces como lee en la prensa detalles relacionados con la excursión, si así puede llamársele, que por tierras extranjeras realiza la llamada Selección Euzkadi. Y el aficionado tiene razón. Hora es de que, de una vez para siempre, se hable claro de lo que sucede; hora es también de que se conozcan las causas por las que estos futbolistas no vienen a España.

El sábado pasado hacíamos nosotros esta misma pregunta a una alta personalidad del fútbol español, y magnifica y suficientemente enterada de cuanto nos interesa saber, y he aquí lo que nos dijo y que por apremios de espacio hemos aplazado hasta hoy.

-Como usted nos dice, a nosotros nos preocupa la incomprensible actitud de los jugadores españoles que se embarcaron en dicha empresa, y resolvimos ayudarles, creyendo que si no volvían era por causas ajenas a su voluntad, y a tal fin propusimos la idea de trasladarnos a Francia, donde según nuestras noticias se encontraban, pero alguien que tiene autoridad para ello nos aconsejó que no lo hiciéramos hasta tanto esa ayuda no fuera pedida por los interesados. En vista de ello decidimos aplazar, hasta que se presente la ocasión, nuestras gestiones”.

Ese versado y anónimo federativo, narró también a “Erostarbe” que por fin Guillermo Gorostiza había comunicado epistolarmente a un familiar su deseo de retorno, haciéndole ver las dificultades que el asunto planteaba. Ya con el preceptivo permiso de la superioridad, llegaron a París y en el hotel donde según la prensa se hallaba el equipo, tan sólo encontraron cartas y telegramas dirigidos a algunos futbolistas, pero ni rastro de los mismos. Tras averiguar su nuevo paradero, en Barbizon, casualmente tropezaron con el propio Gorostiza, paseando en mangas de camisa.Apenas se hubieron presentado quiso que lo llevaran a España tal como estaba, sin un franco en el bolsillo ni recoger sus pertenencias. Les costó convencerle de que las cosas no podían hacerse así. Después de explicarle lo que debía transmitir a cuantos compañeros pudieran pensar como él, y reencontrarse en el mismo sitio transcurridos unos días, todos los interesados regresarían a casa, con el viaje pagado y la correspondiente documentación. Para que no recelasen, se comprometieron a aportar alguna carta de familiares directos, como garantía y aval de buenas intenciones. Gorostiza habló con varios jugadores, la nueva entrevista tuvo lugar a cielo abierto, en la carretera, ypudieron leer la carta del padre de uno de ellos, rogándole acompañara a su portador hasta España.En ese momento dieron la impresión de estar dispuestos a hacerlo,pero todo habría de torcerse días después, conforme concluía “Erostarbe” en su relato:

“Volvimos a Francia y encontramos a los hermanos Regueiro. Ellos parece se muestran conformes y nos reciben muy bien, pero al decírselo a sus compañeros, la única contestación que en conjunto nos dan es la de que nos vayamos, que no lograremos convencerlos; que tienen que ir a Méjico. Visto ese nuevo fracaso, poco podemos hacer allí y volvemos a España. Pero antes, en Hendaya, nos enteramos de que están en dicha población dos de los futbolistas que nos interesaban. Damos con ellos, les hablamos, y uno, al fin, Roberto, se decide a seguir nuestras indicaciones y pasa la frontera. El otro, ateniéndose a que su familia reside en Hendaya, no imita el proceder de su amigo y compañero, quedando en territorio francés. Lo demás ya lo sabe usted. Gorostiza jugará mañana y Roberto creo que está en Éibar, reponiéndose”.

Guillermo Gorostiza, Roberto Echevarría, y el masajista del Athletic Club, Perico Birichinaga, fueron, en efecto, los tres unidos expedicionarios del Euzkadi decantados por el retorno. A Gorostiza y Birichinaga los recogió Isasi, como pronto relataremos.

Para “Erostarbe” o su informante, no existían los “guipuzcoanos” Anatol y René Petit, que intervinieron también, y con denuedo, en el esfuerzo negociador. Como ni mucho menosejercieran de observadores, merecen un breve apunte.

Manuel Anatol Arístegui, hijo de francés y española, poseía la nacionalidad gala por más que hubiese nacido en Irún (8-V-1903), y desarrollado toda su existencia en nuestro suelo. Jugó en el Real Unión irunés, proclamándose campeón de Copa (campeón de España se decía entonces) en 1923, así como en la Real Sociedad Gimnástica Española cuando por razones de estudios se trasladara a Madrid, desde donde recaló en el bilbaíno Athletic Club la temporada 1925-26. Como se viera obligado a cumplir el servicio militar en Francia, fichó por el Racing de París, el Red Star, el Athletic de Madrid en 1932-33, y el Racing de Montpellier, donde habría de colgar las botas en 1936. Internacional con Francia en 16 ocasiones y atleta de gran relieve, puesto que se proclamó campeón de España en las pruebas de 100, 200 y 400 metros libres, no hizo el viaje hasta Barbizon desde Irún, sino desde la capital gala. Su amigo y vecino René Petit, también hijo de francés y española, internacional galo, estrella del Madrid en tiempos de amateurismo puro y capitán del Real Unión, donde ejerciera su liderazgo tanto en la caseta como sobre el césped, fue uno de los jugadores con más clase en su tiempo. Para cuando adviniera nuestro Campeonato Nacional de Liga, en 1929, ya se había nacionalizado español y tenía consideración de mito. Gozaba, por tanto, de un notable ascendiente sobre los hermanos Regueiro, al haberlos capitaneado mientras lucieran el escudo irunés. Hombre cultivado y con temperamento, tras retirarse en 1936 desplegó una nueva vida como ingeniero, actividad en la que iba a destacar casi tano como luciendo de corto. Eran, pues, dos refuerzos formidables ante el “match” de Barbizon.

Pero en frente tenían a Luis Regueiro, Pedro Vallana y Areso.

Pedro Vallana en su época de futbolista activo. Se incorporó al Euzkadi como entrenador, pero después de la gira soviética iría acaparando bastante más poder entre los expedicionarios.

Este último estaba convencido de que a él no iban a aplicarle las medidas de gracia. Nadie se lo dijo abiertamente, pero su significación política desde julio de 1936 había sido notable, e incluso circulaba la acusación de haber intervenido en una violenta algarada, circunstancia que él, por cierto, siempre desmintiera. Probablemente la carga acusatoria resultase inconsistente, puesto que cuando decidió regresar en 1945, acogiéndose al decreto de perdón franquista para cuantos exiliados sin delitos de sangre ansiaran desandar el camino, nadie le esperaba con una citación judicial. Sin embargo en setiembre de 1937 estaba seguro de que tan pronto cruzase la frontera, sería detenido. De ahí su resistencia numantina.

Anatol y Petit tuvieron en Barbizon un rifirrafe bastante serio con los partidarios embarcar hacia América. Los tildaron de cobardes, por torcer la voluntad de los Blasco, Lángara, Iraragorri, Emilín, Cilaurren o Zubieta, mucho más partidarios de cruzar el puente del Bidasoa. Tan tirantes llegaron a ponerse las cosas, que faltó muy poco para llegar a las manos. René Petit, asqueado, abandonó Barbizón prometiéndose a sí mismo y a quienes quisieran escuchar sus voces, que allí acababan sus buenas intenciones.

La narración transmitida a “Erostarbe” se ajusta, casi punto por punto, a lo redactado de puño y letra por José M.ª Gayarre en sus memorias inéditas. Este aragonés, amigo del presidente de la Federación franquista Julián Troncoso, fue quien habló con Luis Regueiro en Hendaya, a donde se desplazó desde Fuenterrabía, en plena celebración de los festejos de Guadalupe, tras averiguar que deambulaba por la población el capitán del Euzkadi. El otro jugador sin nombre, el que no quiso cruzar la frontera, era el eibarrés José M.ª Muguerza Anitua, que en palabras de Gayarre “venía a acompañar a Roberto y darme las gracias. Había decidido seguir la suerte de sus hermanos, se quedaba con ellos. Le deseé acierto en la elección y me quedé con Roberto, dispuesto a pasar a Irún”.

Los párrafos con que José M.ª Gayarre describió el pavor de Roberto Echevarría resultan sobrecogedores: “Pocos metros, pero horribles para Roberto, a quien el miedo no dejaba andar; tuve que cargar con la maleta, que pesaba lo suyo. No he visto un hombre más aterrorizado por los cuentos que le habían contado. En Hendaya pretendió llamar a su mujer por teléfono, a Éibar, cosa que, naturalmente, no era posible. Pero le prometí que lo haríamos desde Irún. Yo le animaba con el recuerdo de esa llamada, ya inminente, pero no había forma de tranquilizarle. También en la Aduana le animaron, hablándole afectuosamente. Fuimos al hotel donde yo me hospedaba y nadie le molestó para nada. Habló con su mujer: se quedó más contento. Pero ni probó bocado en la cena, ni pudo dormir pensando que a la mañana siguiente teníamos que ir a la Comandancia Militar. Nos recibió Julián Troncoso, le hizo algunas preguntas y como le viera tan nervioso le lanzó una filípica que lo acabó de descomponer, a pesar de que Julián, cambiando el tono, le animó con amistosas palabras. Prometió firmar el salvoconducto para que pudiera ir a Éibar y el certificado de depuración para que nadie le molestara. Y se fue, y yo ya nada volví a saber de él hasta que leí en la prensa que estaba gravemente enfermo. Parece ser que unas fiebres se apoderaron de él; pero yo sabía que todo era consecuencia del mal trago de su entrada en España, al creer que aquí nos comíamos crudos a quienes entraban en nuestra zona. Así acabó el intento de traída del equipo vasco”.

Pese a lo que en ese momento creyeran Gayarre y el informador de “Erostarbe”, todavía hubo un último intento de repatriación, con el propósito de repescar a los anteriores indecisos. El aragonés José M.ª Gayarre, y otra vez Isasi, no mejoraron su crédito.

Guillermo Gorostiza Paredes, “Bala Roja”. Contribuyó a extender el mito del “secuestro” en Barbizón, para quienes no se sentían a gusto ante la deriva que iniciara el equipo propagandístico tras su gira soviética y la caída de Bilbao en manos franquistas.

Para saber lo que en realidad sucedió de puertas adentro, por qué quienes desde el principio mostraran más voluntad de retorno concluyeron plegándose a la oratoria de Luis Regueiro, Areso y Vallana, fue preciso esperar varios meses, cuando no años. Hasta que Gorostiza y Perico Birichinaga detallasen pormenores desde la prensa, ya con Franco asumiendo todo el poder. Más aún, hasta que en pleno tardofranquismo, e incluso con el general victorioso bajo la losa del Valle de Los Caídos, distintos componentes de aquel equipo varado en tierra de nadie, evocaran unos hechos determinantes en su vida. Uniendo todas esas confesiones, cribando sus silencios ante según qué preguntas, y contrastando algunas respuestas con testimonios diversos, se pudo componer, laboriosamente, un puzle perfecto.

Luis Regueiro esgrimió desde el principio su sacrificio por mantenerse fiel al compromiso de hermandad que todos suscribieran al volar hasta Biarritz. Algo así como un vínculo de juramentados, a defender contra viento y marea. Nadie había sacrificado más que él, renunciando a una ficha anual de 65.000 francos y la vida muelle parisina. Podía estar ya instalado en un piso cuyos ventanales diesen al Sena, a una transversal de Les Champs Eliseés, o a la mole del Palais de L´Opera, y continuaba allí, con ellos, porque si hubiera más deserciones el sueño de América se rompería inevitablemente. Aunque la suerte de Vallana se antojase evidente, al no afectarle la oferta de retorno, en realidad se jugaba mucho. La continuidad del Euzkadi constituía en su caso lo que un salvavidas para cualquier náufrago. Contaba con un hermano en Uruguay. Si la expedición cruzara el océano rumbo a Cuba, a México y Argentina, como pretendían los intermediaros con quienes Irezábal, Melchor Alegría y él mismo seguían negociando, Montevideo iba a estar más cerca. Y hasta el río de la Plata jamás llegaría ninguna purga.

Con los negociadores viajó también Guillermo Gorostiza, como evidencia de que se podía entrar y salir de España sin problemas. Estaba allí para contar cuanto había visto, pero lo suyo eran las galopadas, el regate hacia adentro, el cruce en diagonal y disparo seco de derecha, no el ejercicio de la palabra. En realidad tan sólo saludó, enhebró unas pocas frases y dejó la estancia, para que los demás debatiesen.

Luis Regueiro, la verdad sea dicha, tampoco es que hubiese renunciado a tanto. Una comisión del Estatuto Profesional de Francia, ante la creciente contratación de futbolistas españoles por entidades galas, y los rumores de que esos vínculos pudiesen vulnerar normas en vigencia, decidió revisar los papeles. Y claro, el primero en no colar fue, precisamente, el contrato de Regueiro. Los fichajes, entonces, debían corresponder a temporadas concretas. ¿Qué era aquello de cobrar semanalmente, porque el jugador quedaría en libertad tan pronto lo solicitase? Dicho de otro modo, ¿cómo pudo extendérsele contrato por un número indeterminado de partidos, a sabiendas de que si el equipo vasco lograba embarcar hacia América, Regueiro vendría a ser algo parecido un temporero? En resumen, la Federación Francesa anuló el vínculo entre el irunés y el Racing. Lo de su cacareado sacrificio quedaba más que en entredicho.

Aunque dio igual. De nuevo los dubitativos acabaron haciendo piña, alineándose junto a quienes optaran por una huida hacia adelante. Isasi los dejó solos, para que deliberasen libremente. Junto a él estaba un primo de René Petit, toda vez que el hasta hacía bien poco capitán de los iruneses, cumpliendo su promesa renunció a viajar hasta Barbizon, dándose por representado con su pariente. Según palabras de Melchor Alegría, cuando el cónclave llegó a su fin, dijo a ese primo: “Pase usted, y oiga de los propios labios de los jugadores que no quieren ir con ustedes. A lo que ese primo respondió: Pues no sabe usted cuanto me alegro, porque yo no pienso como mi primo”.

Quienes nada sabían sobre lo ocurrido, inventaron, lucubraron memeces y esparcieron mugre propagandística desde las linotipias. En el diario bilbaíno “Hierro” pudo leerse el siguiente alegato, propio de alguna mente enfebrecida:

“¿Por qué no han regresado la mayor parte de los futbolistas vascos que habían sido llevados a Rusia? Sabíamos sus simpatías por la España Nacional. Recordamos la indignación con que se denunció por un periódico deportivo durante el dominio rojo-separatista, el propósito de tres de ellos de embarcar en un gasolino para trasladarse a Guipúzcoa, no se ignoraban sus propósitos (cuando lograron huir Gorostiza y Birichinaga) de todos esos muchachos de regresar a España y, sin embargo, no han vuelto.

¿Por qué? ¿A causa de qué se debe esto? Ya algo dijimos de amenazas por parte de los “comprometidos”, que no pueden pasar la frontera. Incluso se habló de que uno de ellos (Areso) había puesto por medio una pistola. Pero ahora encontramos en la prensa francesa una clara y grave explicación de lo ocurrido: “Jugad al fútbol o se os fusila… Tal es la orden recibida sobre nuestro territorio por los atletas vascos del ex gobierno de Bilbao”.

Probablemente fábulas de esta índole corrompiesen la memoria de un testigo excepcional, como Guillermo Gorostiza. Hombre, en realidad, fácilmente influenciable, como sus compañeros del Athletic Club y el Valencia acreditasen más de una vez. Porque en la entrevista concedida a “Marca”, en su edición revista del 29-III-1939, dejó las siguientes perlas: “Nos secuestraron en un pueblecito cercano a Fontainebleau. Una vez allí se nos lanzó un cable por las autoridades futbolísticas españolas, al que nos asimos fuertemente unos siete u ocho. Pero ignoro debido a qué influencias, ni merced a qué clase de coacciones, lo cierto es que a la hora de la verdad todos los comprometidos, excepto Birichinaga y yo, se volvieron atrás. Yo tenía en mi poder un telegrama advirtiéndome que estuviera preparado. Y así, cuando llegó José Luis Isasi ya estaba fuera del cuartel general euzkadiano, de donde me fugué sin que lo advirtieran”.

Aparte de que en esa entrevista “Bala Roja” olvidaba de Roberto, parece lícito considerar que tal vez su entrevistador, J. de la Maza, cargase algo las tintas en un tiempo de libelos al por mayor. Reconocía, en cambio, lo que otros expedicionarios contaron: que se fugó sin dar la cara, fuese por vergüenza, o consciente de que ante su fragilidad de carácter pudiesen convencerle a última hora para seguir en Barbizon. Comoquiera que fuese, la ideología carlista le venía de familia, y al igual que sus tres hermanos se alistó en el bando de Franco, concretamente en un Tercio de Requetés. Uno de esos hermanos, Juan José, enrolado en el cuerpo de Aviación, caería mortalmente en Villanueva de Córdoba. Huelga añadir que los medios de difusión adscritos al bando nacional airearon profusamente, como medida propagandística, “el alto compromiso moral de tan destacado futbolista, con la causa de nuestra nueva España”.

También en “Marca” (27-XII-1938), Perico Birichinaga había ofrecido otra versión más suave del retorno: “Conmigo volvieron Gorostiza y Roberto, y seguramente hubiesen vuelto algunos más que en principio lo habían prometido, como Blasco, Cilaurren y algún otro, si a última hora y debido sin duda a determinadas influencias, no se hubieran vuelto atrás”.

Todos los dedos, o las plumas, mejor, solían señalar a Luis Regueiro como guardés del puente levadizo. Y él mismo habría de desmentirlo mediante una entrevista concedida a “Erostarbe” durante su visita a España en la primavera de 1966: “No sólo no cerraba con llave las habitaciones de mis compañeros, sino que estuve enterado de que Birichinaga, Roberto y Gorostiza dejaban la Selección Vasca. Y no sólo no me opuse, sino que ayudé a Birichinaga, que pudo llevarse el maletín de masajista que no era de su propiedad, sino del Athletic de Bilbao, y que alguien se obstinaba en quitárselo”.

Cilaurren, uno de los cinco que desde Argentina tantearan sus posibilidades de retorno en 1939 sin sanciones ni peajes, corroboraba la tesis de que a nadie se le impidió por las bravas salir de Barbizon, afirmando que fue el miedo a participar en la guerra lo que les retuvo, cuando simplemente ansiaban volver a casa. Y que también pesó la tentación de ir a América, conscientes de las formidables ofertas económicas que allí pudieran esperarles.

No podía negarse, empero, que los “directivos” del Euzkadi llevaban ventaja a los futbolistas, puesto que desde hacía algún tiempo movieron previsoramente sus fichas. Al hermano con que Pedro Vallana contaba en Uruguay, había que sumar el hecho de que Ricardo Irezábal tenía a su familia en México. La embarcó durante los días del “no pasarán”, o “Bilbao resiste y resistirá”; antes de que sobreviniera aquella monumental espantada, propia de cataclismos o naufragios.

A Melchor Alegría y Vallana les tocó solventar los últimos problemas logísticos, antes de embarcar hacia América desde el puerto de Le Habvre. Porque Irezábal, según el testimonio de varios expedicionarios, asumió sin rubor el papel de “Don Tancredo”. Fue Melchor Alegría quien gestionó desde París la tramitación legal de la partida, con el gobierno republicano instalado en Valencia y las autoridades mexicanas a través de la embajada, logrando finalmente les concediesen todo tipo de exenciones fiscales. Y también él, con la ayuda de Valla, incorporó a dos nuevos jugadores para sustituir a Roberto y Gorostiza. Dos elementos que ni de lejos se aproximaban a la calidad de los “desertores”.

“Chirri II”, llevaba un año retirado de los terrenos de juego cuando se convirtió en refuerzo del Euzkadi para la gira americana, tras la marcha de Roberto Echevarría y Guillermo Gorostiza.

Chirri II (Ignacio Aguirrezabala Ibarbia, Bilbao 10-V-1909), el primero de los incorporados, llevaba en el retiro desde 1935, a resultas de una lesión sufrida durante la disputa de un partido copero contra el Betis. Nadie podía poner en duda sus condiciones como director del juego en la zona ancha, pero otra cosa era cuanto pudiese rendir físicamente. Internacional en 4 ocasiones, había vivido con el Athletic Club los grandes años de Mr. Pentland, revalidando títulos sucesivos de Liga y Copa mientras cursaba y concluía la carrera de Ingeniero Industrial. El apodo deportivo lo heredó de su hermano Marcelino, igualmente jugador del Athletic bilbaíno, campeón de Copa en 1923 e internacional en 5 ocasiones. Tan buen estudiante como futbolista, se licenció en Farmacia, primero, e Ingeniería después. De hecho, optó por abandonar el fútbol cuando en 1926 se trasladara a Alemania con la idea de completar su formación académica. A finales de 1937, el primer “Chirri” llevaba unos años instalado profesionalmente en Argentina, y era ahí, junto a él, donde quería estar su hermano, el refuerzo del Euzkadi.

Como desde el alzamiento militar “Chirri” IIse hubiera instalado en territorio vascofrancés, contactó con Manuel de la Sota y firmaron un pacto: Si el equipo vasco iba a jugar partidos en Argentina, conforme algunos medios habían publicado, y le aceptaban en él, pagaría su viaje disputando partidos hasta pisar Argentina, donde su hermano estaría aguardándole. En ese mismo momento lo dejarían libre. Tanta era la necesidad de efectivos, que Vallana y Melchor Alegría otorgaron su visto bueno.

El otro “fichaje” fue José Manuel Urquiola, guipuzcoano de Tolosa (18-IV-1912), con recorrido futbolístico por el club de su localidad natal, Arenas Club, de Guecho, y Athletic de Madrid la temporada prebélica. En realidad su incorporación al equipo “colchonero” fue fruto de un traslado laboral, puesto que compaginaba la práctica deportiva con su trabajo en una industria papelera, desde donde le recetaron el viaje. Refugiado en Francia desde que los italianos de Mola se hicieran con el control de San Sebastián, como conocía bien a De la Sota desde sus días en el club guechotarra, pensó que nada perdía tanteándole. El Euzkadi, si lo miramos bien, le resolvió la vida. Al menos esa otra vida que logró llevar a cabo en México, donde se afincara definitivamente. Además emparentó con Luis Regueiro, “El Capi”, como los expedicionarios asentados en el país azteca siguieron llamándole cada vez que se reunían entre aromas de nostalgia, brindis por el futuro y cantos de la tierra que antaño abandonaran. La hermana de este recién llegado contrajo matrimonio con el gran futbolista y en cierto modo ángel de la guarda de parte del elenco, que fue Regueiro.

Mientras todo esto ocurría, desde que la FIFA denegara inicialmente su autorización al Euzkadi para competir en América, parte de la prensa, especialmente y por lógicas razones la del país vasco, se enredó en especulaciones. Los futbolistas del Euzkadi contactaban con sus familias, y por éstas se enteraron de cuanto su entrenador y “directivos” callaban. Finalizando setiembre pidieron al secretario de la inoperante Federación republicana, Sr. Cabot, algún tipo de intercesión ante el mismísimo Jules Rimet. Cabot se presentó en París y lograría ser recibido, junto con una comisión del Euzkadi. Cariñosamente, con muy buenas palabras, puesto que la diplomacia suele cimentarse sobre apariencias de amistad, Rimet les dijo que comprendía su pesadumbre, aunque no pudiese hacer nada. El asunto competía al Comité Ejecutivo de la FIFA, presidido por el Sr. Schricker. ¿Por qué no redactaban un recurso de súplica? Él mismo, con sumo gusto, se lo haría llegar añadiendo una nota solicitando noticias con urgencia.

En Pocas palabras, nada de nada. El Comité siguió desautorizando la gira, porque el Euzkadi había disputado varios partidos en la U.R.S.S., territorio vedado para el máximo órgano futbolístico mundial, lo que constituía un agravante. Y además porque aquellos jugadores pertenecían a clubes españoles representados ya por una Federación oficial. Haciendo encaje de bolillos, el Sr. Schricker enhebraba distintas razones de causa – efecto. Blasco, Muguerza, Cilaurren, Iraragorri, Egusquiza, Larrínaga, Pablito Barcos y Serafín Aedo, poseían vínculos con clubes de la zona franquista. El equipo de Euzkadi, en su conjunto, se había formado en Vizcaya, y por tanto su vinculación era con esa Federación territorial, ya dependiente de la presidida por el militar franquista Julián Troncoso. Si no resolvían su situación con el propio Sr. Troncoso, y éste intercedía por ellos, de ningún modo podrían medirse a entidades o en países cobijados bajo el paraguas de la FIFA. Vamos, que a Jules Rimet tan sólo le faltó preguntarse qué hacían de la mano del Sr. Cabot, cuando sus legítimos representantes no se hallaban en Barcelona, Valencia o Madrid, sino en San Sebastián.

Jules Rimet, retratado en 1933. Tan veterano como respetado personaje en el fútbol mundial, contempló con agrado la actitud del primer presidente federativo franquista, tan alejada del radicalismo que caracterizase al efímero mandatario republicano en 1936. Pero cometió un mayúsculo error al reconocer a la Federación de San Sebastián sin dar por disuelta la inactiva e incautada del Madrid republicano.

Alguien, desde París, queda por dilucidar si del gobierno vasco exiliado, de la Federación Francesa, o el mismísimo Sr. Campbell, delegado de la FIFA en el área americana del Norte y Centro, debió contactar con federativos de la capital guipuzcoana, puesto que finalmente pudo sustanciarse la ya comentada “gracia” por un máximo de 3 meses, con la única finalidad de que el monto de lo recaudado en cuantos partidos se disputaran, sirviese para cubrir los gastos de regreso a España. Y mientras se hacía la luz, tanto al consejero de Acción Social en el exilio, Sr. Gracia, como a Melchor Alegría y Pedro Vallana, les pareció oportuno engrasar un poco el bolsillo de los futbolistas, puesto que hasta entonces apenas habían visto algo para las necesidades del día a día.

Sólo faltaba que ante el cúmulo de dificultades, los jugadores indecisos optaran por plantarse en Hendaya y pedir auxilio a los aduaneros españoles. Menuda imagen. Embajadores deportivos de Euzkadi y la república, abrazados al emblema franquista. Los hasta hacía bien poco propagandistas de un lado, decantándose casi en bloque por el otro, a plena luz del día y ante un pelotón de fotógrafos. Cada uno ingresó 2.500 francos, incluidos los tres delegados o “directivos” y el entrenador Vallana, ya para entonces bastante más que simple técnico. Eso sí, se adujo como justificación que dicho estipendio constituía una ayuda para los familiares de tan dignos servidores a la república. Desde el Frente Popular nunca fue visto con buenos ojos el deporte profesional, y tampoco era cuestión de herir susceptibilidades.

Por fin los componentes del Euzkadi se atrevían a soñar, prendida su mirada en lontananza. Sobre todo porque nunca estuvieron muy al corriente de lo que Melchor Alegría y Pedro Vallana negociaban, o creían negociar a cuatro manos. Primero con el bilbaíno Tomás Arana. Luego con Luis Casas, al parecer mexicano con ascendencia vasca, que ofrecía más dinero. Según lo publicado, de entrada 4.000 dólares para asumir los costos del viaje, y ya en destino un fijo formidable por cada partido. Pero a falta de 48 horas para tomar el trasatlántico “Ile de France” en Le Havre, el Sr. Casas se echó atrás por telegrama, lo que se tradujo en petición de disculpas a Tomás Arana(3) y aceptación de su antigua oferta. El escocés William A. Campbell, residente en La Habana, aseguraba tener por demás controlada la situación en Cuba, México y Argentina, por el momento destinos iniciales del equipo, aunque como habría de ir descubriéndose a no tardar, su concepto del control fuese harto relativo. Ese personaje, en su día presidente coyuntural de la Federación Cubana, carecía de parche en un ojo, garfio en extremidad superior o pata de palo, pero resultó tan pirata como Barbanegra, El Olonés, Henry Morgan, Henry Every, “Le Baronet Noir” o “Medioculo”(4).

Manu de la Sota, entendiendo que ya no tenía un gobierno vasco real a quien representar, permaneció en Francia. No iba a pasar apreturas, ni durante la invasión hitleriana ni tras la derrota nazi. Venía de familia muy pudiente y el dinero y los contactos son tanto o más útiles en tiempos de zozobra, que cuando el viento sopla a favor. Sin embargo las tribulaciones de cuantos en ese momento componían el Euzkadi, y de quienes irían nutriéndolo a medida que menudearan las huidas a la francesa, estaban por empezar. Pero este ya es otro capítulo no menos enrevesado que los precedentes.

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(1).-José M.ª Mengual Febrero, antiguo directivo de la Sociedad Deportiva Ferroviaria, al incautar la Federación de Fútbol lo hizo en nombre de la Federación Deportiva y Cultural Obrera, órgano sin reconocimiento de la FIFA. Estatutariamente, aquello implicaba un apartamiento consciente del máximo rector del fútbol universal, y por ende la no intervención en competiciones internacionales organizadas por el mismo. De ahí que a lo largo de los meses siguientes, desde los despachos de la FIFA hubiese tanto interés por averiguar si España se proponía participar en el Campeonato Mundial. Como demás el gobierno republicano renunciase a intervenir en los Juegos Olímpicos de Berlín, decantándose por la Olimpiada Obrera, es lícito concluir que para la FIFA, el fútbol que pudiera estar disputándose en nuestro suelo no resultara de su incumbencia. Desde esa perspectiva habría que interpretar la pregunta dirigida al Sr. Cabot, sobre si durante el primer año de guerra tuvo lugar algún campeonato en España. En ese momento el último secretario de la Española era no sólo su único interlocutor, sino la única figura conocida de la estructura futbolística al sur de los Pirineos. Nada tiene de extraño que ante tal panorama, la recién creada Federación de Fútbol franquista recibiese la oficialidad desde el primer instante. Aunque el hecho de no dar por cerrada e inexistente la republicana, constituía una soberana vulneración estatutaria. El máximo órgano futbolístico mundial sólo podía reconocer un ente por país.

(2).-El internacional Oceja habría de comentar a menudo, rememorando sus días de soldado durante la Guerra Civil: “Teóricamente combatí en ambos bandos, primero en el republicano y luego en el nacional, pero no disparé ni un tiro. Por suerte pude arreglármelas haciendo lo que mejor sabía; entretener a la tropa jugando al fútbol”.

(3).-La descripción que de este señor ofreciera desde su sección cotidiana en “Excelsior” el periodista mexicano Manuel Seyde, titulada Temas del Día, resulta impagable: “En el hueco de una ventanilla se recortaba la figura esbelta, frágil y cimbreante de Arana. Verdaderamente Arana es una palmera con demasiada fabada y caldo gallego, dentro de ese ropero que él lleva sostenido con un cinturón ancho y descarado”. Tomás Arana, de estatura normal, rebasaba ampliamente los 120 kilos. Lucía un vientre con perímetro de barril vinatero, que únicamente podía sostener mediante cinturones con anchura de 10 ó 12 centímetros, confeccionados a medida. De socarronería y un sentido del humor ácido, andaba muy bien provisto el popular redactor.

(4).-Existió realmente. Le colgaron tan sonoro apelativo a raíz de que un proyectil de cañón le rebañase el glúteo.

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