Didí, un fiasco inexplicable
De Fernando Cuesta FernándezSi el Real Madrid fichase a un guardameta de piel oscura, la próxima temporada podría presentar un once inicial completo de futbolistas negros, tal como se decía en los tiempos de la Incorrección Política. Y a las pruebas me remito: Militao, Rudiger Alaba, Mendy; Camavinga, Bellingham, Tchouameni; Rodrigo, Mbappé y Vinicius, con Endrick como primer relevo. Pero en el ya lejanísimo 1959 eran todos más o menos blanquitos, “caucásicos”, según el doblaje de las películas de Hollywood. Aunque por un campeón del Mundo bien podía hacerse una excepción. Y esa excepción se llamaba Waldir Pereira, más conocido futbolísticamente como Didí.
Y por una de esas cosas raras que a veces ocurren en el fútbol, un superclase recientemente coronado con la Canarinha en Suecia-58 no pudo triunfar en el que sin duda era el mejor equipo de club de su época. Didí y el Real Madrid unieron sus destinos en el verano de 1959, y se divorciaron sorprendentemente tan sólo un año más tarde. Waldir Pereira era uno de los mejores futbolistas brasileños de los últimos años 50, lo que equivalía a decir que se trataba de una de las estrellas más rutilantes del panorama internacional en aquel preciso momento. Interior derecho fino y elegante, dotado de una técnica exquisita, sobre él pivotaba el juego de aquel fabuloso Brasil que acababa de conseguir su primera “Jules Rimet” en tierras escandinavas. El imberbe Pelé ponía la magia, Vavá los goles, Garrincha el desborde, y Zagalo completaba tácticamente un quinteto de ensueño donde Didí manejaba el metrónomo como nadie. Era una de las figuras del Botafogo carioca, el club albinegro de la estrella solitaria, y ya tenía muchísimo fútbol en sus botas.
EL REY DE LA FOLHA SECA
Había nacido un 8 de octubre de 1928 en Campos dos Goytacazes cerca de Río de Janeiro, Y a punto estuvo de no poder convertirse en futbolista. A los catorce años casi pierde una pierna a resultas de una infección producida por una pelea. Llegó a tener que usar una silla de ruedas, pero al final tuvo suerte y y no se realizó esa amputación que hubiera privado al fútbol de una de sus más grandes oficiantes. Por el contrario, y ya restablecido, comenzó a destacar en cuadros infantiles y juveniles – Sao Cristovao, Industrial Río Branco, Goytacaz, Americao…-. Tras pasar por Lençoense y Madureira, va a fichar en 1946, con diez y ocho años, por uno de los principales conjuntos cariocas, Fluminense, donde empezará a edificar su leyenda, jugando por espacio de diez temporadas en la posición de interior derecho, así como también en la Selección Brasileña posterior al Maracanazo, que debido a ese gran trauma nacional había trocado su primitiva indumentaria de color blanco por la ya hoy tan tradicional Verde Amarela.
Con los tricolores marcará casi cien goles, y dejará constancia de una clase excepcional que le valdrá el sobrenombre de “El Príncipe Etíope”. Va ser mundialista en el 54, en Suiza, y nuevamente en Suecia, en el 58 -siendo ya jugador de Botafogo-, cuando Brasil se coronó como monarca universal del fútbol por vez primera y Didí llevaba la manija. Para entonces ya se le consideraba el inventor de una innovadora forma de lanzar los golpes francos directos, que va a ser conocida como Folha seca, es decir, “hoja seca”. Y que, como tantas otras cosas en este mundo, nació por pura casualidad. Andaba el jugador renqueante, tocado físicamente, y no podía darle con mucha fuerza a la pelota, de manera que en vez de arrearle el clásico punterazo, la tocó más suave y sutilmente por el centro, con el empeine, imprimiéndole un efecto envenenado, que primero la elevó y más tarde la hizo caer en seco, como las hojas muertas en el otoño, burlando la intervención del guardameta contrario.
FICHAJE ESTELAR MERENGUE
Tras el Mundial sueco el fútbol español puso sus ojos en la selección triunfadora, e importó algunos elementos de ella, tales como el goleador Vavá (con destino al Atlético de Madrid) o el extremo Joel, el suplente de Garrincha, que pasó al Valencia. Un año más tarde es el Real Madrid quien se lleva una buena pieza: el propio Didí. Kopa acababa de marcharse, Héctor Rial ya estaba mayor, y Marsal no se había recuperado de una grave lesión, de modo que quedaba un hueco en el carril del “Ocho”, y el brasileño parecía un excelente refuerzo para completar una escuadra de antología, así que Bernabéu se lanzó a por él. Sin embargo…
Se habló y escribió mucho acerca de las razones que impidieron que un fenomenal jugador como Didí triunfase en un Real Madrid donde le acompañaban al menos media docena de cracks mundiales. Se argumentó que Di Stefano tenía celos y le hizo el vacío, así como que le molestaba que Didí no trabajase en el campo igual que él, que estaba en todas partes, y que se limitase a labores creativas, y también llegó a decirse que su mujer -que colaboraba en la prensa brasileña- algo tuvo que ver en la generación de cierto mal ambiente en el seno del equipo. Pero tal vez la verdadera razón sea mucho más simple, y se atrevió a aventurarla Darcy Silveira, Canario, un compatriota suyo que compartió con él vestuario en aquel Madrid multiestelar: el clima.
Y SE MOJÓ LA FOLHA
La única temporada española de Didí, la 59-60, coincidió con una época de mal tiempo generalizado. En aquella campaña fue muy habitual que los distintos terrenos de juego presentasen un aspecto impracticable, muy embarrados a causa de la lluvia. Y también estaba el frío. Canario cuenta en una entrevista que a Didí casi se le congelaban los pies, y no se le ocurría otra cosa que meterlos en agua muy caliente, creyendo que así aliviaba el dolor. De ser esto cierto, el brasileño habría sufrido mucho en nuestro país, y eso le impidió triunfar en un club donde el nivel de exigencia era ya altísimo. Va a jugar los 18 primeros partidos de Liga, pero curiosamente no llegará a debutar en la Copa de Europa. Luego, repentinamente, desapareció del equipo para disputar ya únicamente la última jornada, en Las Palmas, totalmente intrascendente, pues el Barça había ganado aquel reñidísimo campeonato por mejor coeficiente general de goles, a igualdad de puntos entre los dos grandes rivales.
El puesto de interior derecho, al lado de Don Alfredo, había pasado a ocuparlo Pepillo, un jugador muy fino y goleador, pero también con mayor capacidad de trabajo. Y a quien, desde luego, el frío no le afectaba tanto a pesar de ser natural de Melilla y haberse hecho futbolísticamente en Andalucía, en las filas sevillistas. Y en esos 19 partidos Didí marcó 6 goles, cinco de ellos en el “Bernabéu” (Español, Osasuna, Sevilla, Las Palmas y Valencia fueron las víctimas ), y solamente uno a domicilio, a la Real Sociedad en “Atocha”. De modo que, con más pena que gloria, rescinde su contrato y regresa a Botafogo. Y dos años más tarde, en 1962 y en tierras chilenas, vuelve a proclamarse nuevamente campeón del Mundo por segunda vez, junto a los Garrincha, Vavá, Zagalo y Amarildo, sustituto por lesión de un Pelé ya aclamado como O Rei. En total disputaría 74 partidos con Brasil, consiguiendo 21 goles.
TÉCNICO DE TRONÍO
Ya muy veterano, se va al Sporting Cristal peruano -donde también actuará como entrenador-, y más tarde a los Tiburones Rojos de Veracruz, para retirarse de vuelta a Brasil en el Sao Paulo. Regresará entonces a Perú, para dirigir al Sporting Cristal y a la Selección de dicho país, a la que consigue clasificar para el Mundial de México de 1970 eliminando a la poderosa Argentina. Allí van a ser séptimos, cayendo finalmente ante el futuro campeón por 4 a 2, con un gran equipo donde estaban los Chumpitaz, Baylón, Perico León, Hugo Cholo Sotil o Teófilo Cubillas. Y Didí en el banquillo franjirrojo, dividido entre el deber profesional y el amor a su patria: ”¡Dios!, ¿y si elimino a Brasil?”
Más tarde dirigirá a River Plate, Fenerbahce, Fluminense, Cruzeiro, Al-Ahlí Jeddah, Botafogo, Cruzeiro de nuevo, Fortaleza, Sao Paulo, Alianza de Lima y Bangú. Va a fallecer el 12 de mayo de 2001, a los 72 años de edad, a causa de problemas con su corazón, debilitado tras una intervención quirúrgica en la que le habían sido extirpados el apéndice, la vesícula y parte del intestino. Siempre fue un abanderado del jogo bonito, y en sus últimos tiempos criticaba la deriva del fútbol brasileño: “Ya no hay espectáculo en la cancha”, decía. Si Di Stefano llamaba a la pelota “vieja”, Didí se refería a ella como a una niña, a la que había que tratar siempre bien, sin darle patadas. Como hacen los príncipes en los cuentos de hadas.