La FIFA y las compensaciones (1923-1927)
De Pierre Arrighi1894: el modelo inglés
Sigue pesando mucho entre los comentaristas la idea según la cual el fútbol se mantuvo en estado de amateurismo hasta fines de los años veinte del siglo pasado por lo menos. Se afirma que el fútbol conoció dos eras, la era amateur y la era profesional, y que durante la primera fase los futbolistas que cobraban dinero eran tramposos, o como se dice habitualmente, «amateurs marrones». Se acepta claro está la excepción británica -en todo el Reino Unido las ligas profesionales se impusieron antes del año 1900-, y se acepta también, aunque sin explicitar su naturaleza, la existencia del primer gran campeonato internacional de fútbol, el British Home Championship. Este campeonato se abrió a los jugadores profesionales desde su creación en 1884.
Mi punto de partida es que, de estas dos últimas observaciones, debe sacarse una conclusión mayor: a fines del siglo XIX, los británicos establecieron el modelo futbolístico universal, con una distinción entre amateurs y profesionales a nivel del fútbol nacional, y la no consideración de dichas categorías tratándose de campeonatos y partidos internacionales, vale decir, en el momento de componer la selección. El modelo británico instaurado en 1884 fue pues: categorías separadas en lo nacional, mezcla de categorías en lo internacional.
Los comentaristas tampoco nos aclaran qué pasó en esos aspectos con la FIFA que surgió veinte años después de la instauración de este modelo. Los cuentos oficiales establecen que «la FIFA inicial» (si… ¿pero cuál? ¿la francesa de Guérin o la inglesa de Woolfall?) quiso crear el campeonato del mundo, pero la inconsistencia de esta afirmación aparece cuando se les solicita un documento probatorio y cuando se les pregunta si el mencionado campeonato del mundo era un abierto o estaba reservado a los amateurs. Aún suponiendo que la FIFA de 1904 se propusiera crear un campeonato del mundo -lo que no es cierto-, quedaría por determinar si la iniciativa apuntaba a todos los futbolistas -y el mundialismo habría sido entonces verdadero– o si se la reservaba a una categoría sola, la inferior de los amateurs -y en tal caso el mundialismo era una devaluación que se agravaba con el paso de los años a medida que se generalizaba el profesionalismo en las primeras divisiones-.
Dicho esto, no resulta muy difícil concebir la posibilidad de que aquellos dirigentes pioneros franceses que crearon la federación internacional con ambición, que cubrían el fútbol inglés para la prensa francesa, que admiraban la técnica y la economía del fútbol británico, y que cruzaban cada año el Canal para ver los clásicos entre Inglaterra y Escocia, se propusieran imitar un modelo tan exitoso.
1904-1905: el modelo británico de la FIFA francesa
Es lo que confirman plenamente los documentos: la FIFA de Guérin, la primera FIFA francesa, siguió al pie de la letra el modelo británico.
La Constitución de 1904, aprobada por el primer congreso, fijó el objetivo del «Campeonato internacional» europeo y definió muy precisamente el perímetro de acción de la FIFA limitándolo a las «relaciones internacionales», entre selecciones, y excluyendo por lo tanto las cuestiones propiamente nacionales entre las cuales se encuentra el tema de las categorías, soberanamente definido por las asociaciones nacionales afiliadas. Así, en aquél acuerdo fundador, no se menciona el tema del amateurismo ni se hace referencia a separaciones. De este modo, lo que se funda es una federación de todos los futbolistas, que aspira a organizar un campeonato internacional de todos los futbolistas.
Otro documento corrobora nuestras afirmaciones: el reglamento del campeonato de Europa que el segundo congreso de la FIFA aprobó en 1905. Este torneo, que invitaba a 15 equipos nacionales del Viejo Continente, preveía un Grupo 1, «Islas Británicas», que no era otra cosa que el British Home Championship. De esta manera, el campeonato internacional de la FIFA aparecía como una extensión del campeonato internacional británico a todo el continente, y por consiguiente, como una extensión de su naturaleza de «Open», abierto a los profesionales. La perspectiva respondía a un objetivo esencial: atraer a los británicos dentro de la FIFA ofreciéndoles en bandeja años de palmarés continental. Accesoriamente, Guérin aseguraba la participación de todos los futbolistas continentales -en diferentes países, como en Francia desde 1897, funcionaban campeonatos de profesionales y se formaban selecciones de profesionales que multiplicaban las giras iniciáticas por Inglaterra, enfrentando las reservas de los grandes clubes-, y aceleraba su progreso técnico y táctico.
1908-1920: la FIFA rebajada por los ingleses al rango amateur
Como ya se ha expuesto en otros textos y como puede comprobarse en los boletines que emitió la dirección internacional de la FIFA entre julio y octubre de 1905, el campeonato de Europa fue víctima de un sabotaje interno liderado por los belgas y piloteado por los ingleses. Quedó pues en la nada. Como consecuencia de la traición general, Guérin renunció el 2 de noviembre de 1905 quedando abierta la vía a la intervención de la Football Association inglesa.
La FA «entró» en la FIFA en 1906 con la condición de ser reconocida como estructura superior. Se dio entonces una situación totalmente anormal en la cual una asociación nacional se erigió por encima de la federación internacional. Puede decirse si temor a exagerar que no fue la Football Association que se afilió a la FIFA sino la FIFA que se afilió a la asociación inglesa. Este mecanismo de absorción y sometimiento no debe extrañar: Londres lo practicó desde 1902 para controlar las asociaciones de América (Norte y Sur) y de Oceanía, y valorizar entidades de tipo colonial en Malta y en Malasia.
La tutela inglesa sobre la FIFA se fijó el objetivo principal de separar el fútbol europeo en dos categorías: la categoría alta, británica; y la categoría baja, la FIFA. Con un leitmotiv que todavía se oye: los profesionales ingleses son los mejores. La oportunidad ideal se presentó en 1907 cuando la organización de los Juegos olímpicos fue finalmente atribuida al Comité Olímpico Británico después de la renuncia de Roma. Se afianzaron entonces tres principios de rebaja. Uno, el fútbol continental perdió todo derecho a organizar su campeonato propio. Dos, se lo encerró en la esfera olímpica. Tres, el torneo olímpico se reglamentó como campeonato inferior, reservado a los amateurs.
Se formalizó entonces, implícitamente, la segunda FIFA, una FIFA de los amateurs, sin objetivo deportivo propio.
Los principios impuestos por los ingleses nunca fueron discutidos por el congreso de la FIFA. Formaron parte de las decisiones adoptadas por la tutela, definidas en las actas de la directiva inglesa como fundamento de la «afiliación» de la Football Association a la FIFA, y aplicadas por el asalariado de la FA Ltda, Daniel Woolfall. Como lo recuerda el histórico secretario general de la FA, Frederick Wall, la idea era «favorecer el desarrollo del fútbol puro en el continente». Por «fútbol puro» se entendía el fútbol amistoso, no competitivo, en otros términos, el fútbol amateur. El campeonato olímpico debía ajustarse a esa política, y no como campeonato de la FIFA sino como campeonato «de las asociaciones», bajo la denominación de Challenge Trophy de la Football Association.
La rebaja convino a las asociaciones monárquicas del Continente -Holanda, Bélgica, Dinamarca y Suecia- que, en recompensa por su adulación, fueron consideradas como asociaciones respetables.
La situación se mantuvo hasta los Juegos de Amberes de 1920 con un punto culminante: la resolución de Cristiania de 1914, impuesta al Congreso de la FIFA como penitencia después de las protestas alemanas de 1912 y 1913. Aunque de mala gana, se reconoció entonces el campeonato olímpico como campeonato mundial de los amateurs, sobreentendiéndose entonces dos otras cosas: que la FIFA era solo una federación de los amateurs, es decir, una retaguardia; que el verdadero mundial era el British Home Championship.
Rumbos del profesionalista Rimet
Hay que reconocer que entre 1906 y 1920, la rebaja amateurista generó pocas reacciones por parte de los dirigentes continentales. Esta aceptación, aparentemente incomprensible, contraria a los intereses generales de la FIFA y del fútbol, tiene muy sólidas causantes. En primer lugar, los ingleses amenazaban constantemente con renunciar y crear una nueva federación internacional. En segundo lugar, las asociaciones de ciertos países monárquicos, con peso decisivo, se oponían al profesionalismo por instinto de clase. En tercer lugar, las asociaciones profesionalistas (Francia, Italia, Checoslovaquia, Hungría y Austria), actuaban desunidas, y la presidencia inglesa las apartaba. En cuarto lugar, el tema del amateurismo era entonces secundario. La molestia principal era la opresión general que Inglaterra ejercía sobre el Congreso, vetando cualquier iniciativa sobre cualquier tema deportivo -arbitraje internacional, leyes del juego, traducción de textos, prensa-.
En agosto de 1920 los ingleses se fueron de la FIFA después de un nuevo intento para liquidarla. En noviembre, Rimet fue elegido provisoriamente presidente, no para romper con la rebaja inglesa sino para salvar la estructura, restablecer la unidad, evitar la implosión, y finalmente también, para obtener el retorno de las asociaciones británicas. Las intenciones íntimas del dirigente francés se precisaron recién en mayo de 1921 cuando se confirmó que la octava olimpiada tendría lugar en París. Coubertin empleó a Rimet en el seno del Comité Olímpico Francés, y el presidente de la FIFA entendió entonces que todo convergía en el sentido del universalismo deportivo. Actuando más como dirigente de la federación francesa y del Comité Olímpico Francés -los dos organismos que le pagaban sueldo-, presionado por un Coubertin que desde 1909 se había vuelto abiertamente favorable a la presencia masiva de atletas de origen popular, Rimet reanudó objetivamente con la línea de Guérin. La FIFA 3 se conectó con la FIFA 1.
Pero con un avance más: por primera vez, la ausencia inglesa generó indiferencia. Es que ahora la Football Association actuaba descaradamente contra la FIFA y hasta las asociaciones continentales serviles se cansaron. Rimet fue visto como un hombre providencial. Él mismo consideró que su persona encarnaba el surgimiento de un nuevo interés, el interés del aparato embrionario de la FIFA, separado del interés de las asociaciones, con su propia perspectiva deportiva, política y financiera. Se consolidó una idea: el torneo de fútbol de París debía ser lo máximo. Nada de rebajar. Nada de obstaculizar.
En ese contexto, Rimet reanudó con su propia línea personal. En 1900 había organizado los campeonatos profesionales de atletismo de la segunda olimpiada. En 1910 había instaurado el profesionalismo futbolístico en París creando la Liga de Fútbol Asociación. En 1913 había profesionalizado su club, el Red Star. Y después de la Guerra, había trazado el camino definitivo instaurando en el campeonato francés dos categorías de futbolistas (A pagos, B amateurs) más un sistema de pases que estructuraba el conjunto. La regla general fue entonces la misma que en los Estados Unidos, en España, en Italia o en Uruguay: los clubes podían emplear a sus jugadores.
Surge el tema de las compensaciones
Como lo anotó Coubertin en sus Memorias olímpicas, después del Congreso olímpico de Lausana (1921) los ingleses dejaron de limitar sus ofensivas contra tal o cual deporte para atacar a la totalidad del movimiento olímpico y romper con la dirección liberal francesa. El pretexto era el de siempre: no se respetaba «la moral deportiva», es decir, el amateurismo. Ya no era solo la rebaja del atletismo y del fútbol lo que se buscaba, sino la amateurización obligatoria de los Juegos en general, en otros términos, la exclusión de los atletas asalariados de origen popular admitidos hasta ese entonces.
Dentro de la FIFA, el movimiento reaccionario estimuló las acciones negativas de los dirigentes de ciertas asociaciones -Holanda y Bélgica, en particular, pero también algunos dirigentes suizos pro ingleses- que exigieron debates sobre el tema del amateurismo y reclamaron intransigencia en la lucha que supuestamente había que llevar contra el profesionalismo. En ese contexto, el tema muy anexo de las compensaciones por pérdida de salario hizo mucho ruido y pareció central.
Fue pues por la vía indirecta de la ofensiva amateurista contra el Comité Olímpico Internacional de Coubertin que el tema del amateurismo irrumpió abiertamente, por primera vez, en el seno de la FIFA, en el Congreso de París, en 1924, al margen del torneo de fútbol. Pero no llegó solo. Lo acompañó su contrapartida: la reivindicación profesionalista de los países centrales, apoyados por Italia. En estos lugares, el profesionalismo ya era masivo desde 1910, un poco como en la costa atlántica de los Estados Unidos. Pero se trataba de un profesionalismo «de club»: el contrato, las obligaciones del jugador y el nivel de salario eran fijados separadamente por cada club. El objetivo de los profesionalistas centrales era ahora pasar del profesionalismo de club (mal llamado «era amateur») -que daba mucha libertad al jugador- al profesionalismo de liga o de asociación, con reglas comunes a todos los clubes y un sometimiento del jugador a la ley patronal general (mal llamado «era profesional»).
Los debates fueron sumamente confusos porque, si bien la ofensiva de los británicos a nivel olímpico apuntaba a fijar reglas de amateurismo para los Juegos con el argumento entendible de que en las olimpiadas «sus propietarios» (los jefes del atletismo) tenían derecho a imponer las reglas que se les antojaran, en lo que se refiere a la FIFA, la cuestión del amateur/profesional, de orden nacional, no tenía cabida. Además, ni los amateuristas ni los profesionalistas querían despertar nuevas e irreparables divisiones. Por eso mismo, unos y otros evitaron plantear abiertamente el tema clave – reglamentar campeonatos reservados o reglamentar campeonatos abiertos- para no provocar una confrontación frontal. Dieron vueltas, limitando el asunto al tema simbólico de las compensaciones, que cada cual interpretaba a su manera en un debate de sordos.
¿De qué se trataba? De saber si un trabajador que dejaba de trabajar cierta cantidad de días para jugar al fútbol debía ser compensado financieramente o no. Para muchos, desubicados, se trataba de las compensaciones que podían pagar el club a los pobres amateurs desaventajados. Pero para Rimet, siempre adelantado, el asunto de las compensaciones no era otra cosa que el del salario internacional que la asociación podía pagar a los jugadores seleccionados, sea cual fuera su categoría, con el objetivo de asegurar la mejor y la mayor participación en ocasión del campeonato del mundo olímpico.
Malas explicaciones sobre bandos opuestos dentro de la FIFA
Se lee en los libros publicados por la Presidencia de la FIFA –El siglo del fútbol en 2004 y la Historia oficial de la Copa del Mundo en 2017- que entre 1925 y 1928 «la FIFA se dividió», y que esa división opuso dos bandos: los amateuristas duros y los amateuristas flexibles. Los duros se oponían a las compensaciones. Los flexibles las toleraban siempre y cuando se las limitara en el tiempo. Los autores concluyen que la lucha entre estos dos bandos fue tan aguda que para superar el conflicto se decidió sacar el campeonato de la FIFA de los Juegos, dándole un carácter abierto.
Estas explicaciones carecen totalmente de consistencia y deberían conducir a una serie de interrogantes graves. Para empezar: si todas las partes de la FIFA eran favorables, en mayor o menor medida, a la restricción amateur ¿qué sentido podía tener crear un Mundial propio, abierto a todos los futbolistas, vale decir, abierto a los profesionales, contra los cuales todos militaban? Para seguir: si en 1925 todas las partes de la FIFA eran amateuristas, entonces la FIFA seguía siendo hasta esa fecha una federación solo para los amateurs, una federación atrasada, la retaguardia, y no esa organización de vanguardia que nos presentan los mismos redactores. Para terminar: si todas las asociaciones de la FIFA eran amateuristas, ¿cómo puede entenderse que en 1925, en pleno debate absurdo sobre el tema anexo de las compensaciones, Rimet sometiera al voto del congreso la gran regla estatutaria autorizando a componer libremente los seleccionados con amateurs, no amateurs y profesionales? La gran regla estatutaria, aplicada por anticipado en 1924 y formulada en el papel en 1925, no era amateurista: era abierta, y por ende profesionalista.
La realidad es más radical, más simple y más clara que lo que nos dicen esos libros. Desde su creación en 1904, la FIFA vivió una lucha entre asociaciones amateuristas y asociaciones partidarias de una regla internacional abierta, indiferente al tema de las categorías. El conflicto estalló en 1905 cuando fue liquidado el Campeonato de Europa de Guérin. Durante el largo período de opresión británica, las asociaciones favorables al abierto -Francia, Italia y los países centrales- fueron marginalizadas. La renuncia de las asociaciones británicas en agosto de 1920 coincidió con un fuerte desarrollo del profesionalismo en el mundo entero: creación de la American Soccer League ultraprofesional; establecimiento de formas reglamentadas de profesionalismo de club en Francia, Italia y América del Sur; surgimiento de clubes declaradamente profesionales en Checoslovaquia, Austria y Hungría; etcétera. Y cuando Rimet -que paradójicamente fue propulsado como presidente por los dirigentes escandinavos porque no era ni anti inglés ni pro alemán- reglamentó el campeonato olímpico de 1924 como abierto, irrumpió el debate.
Los bandos y la obra de Rimet
Se observa entonces que en 1925 se produjo la misma oposición fundamental que en 1905, entre los partidarios de la reserva amateur (bajo influencia británica, liderados por Bélgica y Holanda) y los partidarios del abierto (bajo influencia francesa e italiana). Pero como suele suceder en todo el deporte de aquella época, ante un tema delicado que no gusta a los patrones de los clubes, la discusión no fue franca, no se operó con la transparencia debida, sino de modo torcido, a través del tema confuso, lateral y muy elástico de las compensaciones.
La consecuencia fue que los verdaderos conflictos internos quedaron tapados, ocultados y no resueltos.
Fue también una cuestión de táctica. Con gran habilidad, Rimet, partidario del abierto y profesionalista convencido como Coubertin, puso el tema de las compensaciones sobre la mesa para que el bando amateurista se dividiera. Y fue lo que sucedió. Los belgas y los noruegos se mostraron flexibles. Los suecos y los holandeses intratables.
Se discutió interminablemente durante tres años seguidos -en 1924, 1925 y 1926- para saber si era bueno o no que los clubes pagasen compensaciones. Fue un «fuera de tema» en el seno de una federación internacional constitucionalmente abierta a todos. Se debatió y se votó, se volvió a debatir y se volvió a votar. Pero el hecho objetivo fue que, paralelamente a esa diversión, Rimet, Francia e Italia triunfaron. Y no solo en lo fundamental -la FIFA abandonó explícitamente el amateurismo de la época inglesa en 1925-, sino también en lo que se refiere al tema de las compensaciones que supieron orientar en su dirección y en los límites de las prerrogativas de la FIFA.
Rimet era favorable a compensar. Pero también era perfectamente consciente de que este tema solo podía ser tratado por la FIFA desde el punto de vista internacional, en relación con los encuentros y campeonatos internacionales. La cuestión social del futbolista, que para jugar partidos del campeonato nacional debía dejar su trabajo durante unos días, no era el tema. Lo que sí podía interesar eventualmente era que el mecanismo de las compensaciones favoreciera el desarrollo del campeonato mundial olímpico, y más globalmente, del fútbol internacional.
En 1926, por la boca de los nuevos delegados suizos volcados ahora en favor del profesionalismo, la verdad se manifestó sin vueltas: «Si no pagamos compensaciones, nuestros mejores jugadores, que juegan contratados en clubes del exterior, se niegan a jugar en la selección». Ya no se trataba de pagar compensaciones de club a los pobres trabajadores amateurs sino de pagar salarios internacionales a los «mejores jugadores», es decir, a los profesionales, para que aceptaran la selección. Se trataba pues de compensaciones que se sumaban a los salarios futbolísticos. De ahí que en las decisiones que votó la FIFA en favor de las compensaciones no se mencionó la calidad del jugador a compensar y se definió como pagador a la asociación nacional. La asociación nacional podía pagar salarios a los jugadores seleccionados, amateurs o profesionales, por sus servicios internacionales. Se compensaba así tanto el salario obrero perdido por el amateur como el salario futbolístico perdido o no por el profesional.
La victoria de Rimet fue doble. Sin mayores problemas impuso discretamente el abierto. Y agregó a esto, al cabo de tres años de guerrilla reglamentaria interna, la posibilidad extraordinaria de otorgar un salario internacional olímpico a los jugadores seleccionados.
Concluyendo
Así, el debate sobre las compensaciones no opuso diferentes amateurismos sino el ala retrógrada y ya vencida de una FIFA atrasada versus los partidarios de un profesionalismo doble, nacional más internacional. Y ganaron estos. El reglamento del campeonato olímpico de fútbol de 1928 selló su victoria definitiva: libertad de participación para los profesionales; incitación al pago de compensaciones para todos los jugadores movilizados independientemente de su categoría, desde el día de la partida de la casa hasta el día de regreso.
La cuestión de las compensaciones fue definitivamente aclarada en 1930. Entonces -como forma de obrar contra el Mundial de Montevideo- las asociaciones europeas exigieron que Uruguay pagara elevadas compensaciones salariales a los jugadores invitados. Las primeras reivindicaciones provinieron de los países más profesionalizados -Hungría y Checoslovaquia-, admitiéndose así que el que era profesional en su club también debía serlo en su selección, y que el tema de las compensaciones no era saber si eran una forma intermedia de profesionalismo sino una forma suplementaria. Adhirieron luego las asociaciones pretendidamente amateurs: Bélgica particularmente, cuyos futbolistas también cobraron sueldos internacionales pagados por Uruguay durante dos meses.
El mecanismo fue entonces pervertido. Las compensaciones no estuvieron a cargo de la asociación participante, como lo había decidido la FIFA en 1926, sino de la asociación organizadora. Pero en lo fundamental, se afianzó una necesidad: a la profesionalización del fútbol nacional debía seguir la profesionalización del fútbol internacional.
Otra conclusión tiene que ver con la historia de la FIFA.
Entre 1904, fecha de su fundación, y 1930, fecha de su primera tentativa deportiva seria, se distinguen tres FIFAs. De 1904 a 1905, la FIFA deportiva y abierta de Guérin, vanguardista en Europa. De 1906 a 1920, la FIFA vegetativa y amateur, con un punto culminante: la decisión de Cristiania de 1914. De 1921 a 1930, una FIFA convaleciente, en vías de apertura, con intenciones de acción, que en 1924 acepta el abierto olímpico, que en 1925 se vuelve estatutariamente abierta, y que en 1929 se propone, al menos en el papel, crear su propio campeonato mundial.