Fútbol y política (2)
De José Ignacio CorcueraUno de los casos más notables de injerencia política en un fichaje, tuvo como protagonista al modesto alicantino Manuel López Barberá (17-XI-1924 – 1-XI-2014), completamente olvidado por la historia del deporte rey, hasta el punto de que recuperar su rastro por nuestros pagos se antoja ejercicio complicadísimo. Esa notabilidad radica no sólo en la modestia deportiva del personaje, sino en la profusa documentación adjunta, gentilmente aportada por Antonio Arias, mantenedor del blog “Saltataulells”, desde donde se pone el foco sobre las falsedades y manipulaciones históricas llevadas a cabo en los aledaños del F. C. Barcelona.
De López Barberá conocemos poco más que sus datos biográficos más elementales, el interés que en sus virtudes balompédicas depositaron importantes miembros de la política argelina, en tiempos de la colonización francesa, y los cruces de cartas demandantes de ayuda desde Argel a la Embajada de Francia en Madrid, al consulado español, y desde éste al Ministerio de Asuntos Exteriores, a la Jefatura Nacional del Servicio Exterior de Falange, a la Federación Española de Fútbol y a la Delegación Nacional de Deportes, por esa época órgano en manos falangistas. Vayamos por tanto con su seguimiento cronológico, dejando para después la suma de hipótesis y especulaciones.
El 22 de diciembre de 1952 se expidió desde el departamento de Relaciones Culturales de España en Argel, por vía aérea hacia Madrid, el siguiente texto rubricado por el cónsul general Manuel Galán, incluyendo copia literal del telegrama recibido en su despacho. Para más fácil entendimiento se traduce al español el contenido del telegrama, redactado en francés:
“Asunto: Interesa urgente notificación por la Federación Española de Fútbol a la francesa, de la baja del jugador Manuel LÓPEZ.
EXCMO. SR:
Los Sres. CHEVALLIER, BLACHETTE, RIBERE y PATERNOT, me envían copia de un telegrama que con fecha 20 de los corrientes han enviado al Agregado Cultural de la Embajada de Francia en Madrid, y que dice lo siguiente:
“Señor agregado cultural Embajada de Francia – Madrid.- Quedaríamos particularmente reconocidos intervenir urgencia acerca Federación Española Fútbol Alberto Bosch 13 Madrid para obtener envío antes 25 de diciembre último plazo a Federación Francesa Fútbol 22 calle de Londres París certificado salida jugador López Manuel de Alicante Stop Este jugador está actualmente Argel no puede jugar amateur en tanto esta formalidad actualmente en instancia ante Federación Española no sea cumplimentada Agradecimientos Firmado: Jacques Chevallier, Blanchette, Ribere, Paternot, desde Argel.
Como creo que sería conveniente atender a los mencionados señores, que son diputados por Argel en la Asamblea Nacional Francesa, me permito rogar a V. E. dé las órdenes necesarias para que se hagan las gestiones correspondientes en la Federación Española de Fútbol para que consigan el permiso que solicitan a favor del jugador español Manuel López.
Dios guarde a V. E. muchos años.
El Cónsul General
Manual Galán”
Las cosas de palacio acostumbran a ir despacio, tanto antaño como en la actualidad. Y así, el 29 de diciembre de 1952, es decir fuera del plazo señalado por los asambleístas franceses, desde la Dirección General de Relaciones Consulares, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, se cursó la siguiente nota al Sr. Jefe Nacional del Servicio Exterior de F.E.T y de las J.O.N.S:
“Asunto: S/ Jugador Manuel López.
De orden del señor Ministro de Asuntos Exteriores adjunto cúmpleme pasar a manos de V. S. copia del Despacho 419, de 22 de los corrientes, del Sr. Cónsul General de España en Argel, por el que interesa urgente manifestación por parte de la Federación Española de Fútbol a la Francesa de la baja del jugador Manuel López, por si fuera posible atender la citada petición.
Dios guarde a V. S. muchos años.
El Director General
- D.”
Ya se iba tarde, y más fuera de plazo llegó la notificación oficial de teórica resolución del caso, cursada con fecha 17 de enero de 1953 desde la Secretaría General del Servicio Exterior de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. Rezaba de este modo:
“Excmo. Sr:
En contestación a su escrito núm. 577 de fecha 29 del pasado, al que acompaña copia del despacho núm. 419, interesándose por el envío a la Federación Francesa del certificado de salida a favor del jugador Manuel López Barberá, cúmpleme manifestarle en relación con el mismo que la Federación Española nos dice fue despachada con fecha 22 de diciembre, por telégrafo y carta la solicitud del certificado de transferencia de dicho jugador, suponiendo haya surtido los efectos deseados.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Madrid, 17 de enero de 1953.
El Jefe Nacional del Servicio
Sergio Cifuentes”
A tenor de esta nota, con registro de entrada en el Ministerio de Asuntos Exteriores (Dirección General de Relaciones Culturales) el 20 de enero, y de expedición a Argel dos días después, nuestro ente federativo habría hecho gala de diligencia, cumplimentando en tiempo y forma el requerimiento de la Federación Francesa. Pero una cosa suelen ser las apariencias, y otra la realidad. Así cabe pensar, considerando el escrito que con fecha 21 de enero de 1953, 26 días después de la fecha considerada límite para la resolución del problema, se cursaba a D. José Mª Gutiérrez del Castillo, Delegado Nacional de Deportes, un nuevo escrito en demanda de auxilio sobre el asunto de López Barberá:
“Querido Che Mari:
Está en Madrid el Cónsul General de Argel, quien me ruega procure activar lo más posible la baja del futbolista Manuel López, que fue solicitada por orden comunicada número 577, de 19 de diciembre pasado dirigida al Servicio Exterior de Falange.
Como verás, el fútbol tiene cada vez más importancia política y el Cónsul General tiene un especialísimo interés en que este asunto se resuelva, porque así se lo han pedido los más influyentes políticos de Argelia, que, a su vez, son directivos de fútbol.
Parece ser que este jugador, López, procede de Alicante, y no puede jugar como amateur hasta tanto se le dé de baja entre los fichados de equipos españoles.
Gracias anticipadas y un fuerte abrazo.
Pedro Salvador”
La nueva requisitoria del cónsul español se cruzaba con el escrito que el día siguiente, 22 de enero, despachaba la Dirección General del Ministerio de Asuntos Exteriores a la delegación consular, dando cuenta de lo informado por la jefatura nacional del Servicio Exterior de Falange. Es decir que la certificación de salida de López Barberá fue expedida mediante telegrama y carta desde la Federación Española a la Francesa, el 22 de diciembre, tres días antes de la finalización del plazo legal. Aquel comunicado se cerraba con la prosopopeya característica en su época: “Lo que, de orden del señor Ministro de Asuntos Exteriores, traslado a V. I. para su conocimiento y efectos oportunos. Dios guarde a V. I. muchos años. El Director General, Por Delegación”.
Cabe pensar que los directivos franco-argelinos, a la par que políticos de relevancia en la colonia de África, una vez resulto el transfer internacional de su futbolista “olvidaron” agradecer la implicación del cónsul español, y por ello, no teniendo noticias de que el alicantino López Barberá ya debía estar entrenando con su nuevo equipo, continuara insistiendo un mes después ante las más altas instancias españolas. La otra alternativa dibuja un panorama bastante más gris e improbable: Que la acreditación de baja comunicada a la Federación Francesa fuese extraviada, bien en París o en su Territorial argelina, y que Manuel López desesperase en vano, pese a sus buenos padrinos. Lo que llama poderosamente la atención, es el desmesurado interés del cuarteto directivo por hacerse con los servicios de un futbolista “amateur”, no de un fuera de serie, como lo fueron Kubala, Estanislao Basora, Puchades, Telmo Zarra o “Piru” Gainza por esas mismas fechas, y hoy diríamos de los Haaland, Mbappé, De Bruyne, Lewandowski o Mohamed Salah. Nada sabemos sobre cómo llegó hasta el Norte de África Manuel López, en nuestro fútbol “Manolet”; si en condición de colono, como tantos levantinos y meridionales de nuestro suelo desde los años 20 del pasado siglo, o si fue tentado al igual que muchos “aficionados” desde que el balón comenzase a generar dinero, con unos cuantos billetes bajo el mantel, tras atisbar sus virtudes en algún modesto club mediterráneo. Porque lo cierto es que no se ha encontrado ningún rastro suyo en la Federación Francesa, y apenas alguno tras compulsar casi 140.000 registros de futbolistas con intervención en nuestros torneos.
Puestos a rizar el rizo, algún improbable error pudiera apuntar en la dirección del zaguero Vicente López Barberá, alicantino, en efecto (13-III-1936 – 20-II-2017), que jugó al fútbol como “Manolet” luciendo los colores del Real Murcia, Granada, Oviedo, Hércules y Algemesí. El inconveniente, claro está, aparece en los 15 años que debía tener allá por diciembre de 1952. Este hombre, sin embargo, competía como “Manolet” rindiendo honores a su hermano Manuel, que pasó fugazmente por el Alicante a lo largo de las campañas 1945-46 y 49-50, en 3ª División. Éste fue el aventurero en la Argelia colonial. Pero ahí concluye cualquier rastro del deportista tan apetecido al otro lado del Mediterráneo. Hubo, desde luego, otros “Manolet” en el fútbol levantino por esa misma época. Uno, también delantero alineado en el propio Alicante como “Manolet II” la temporada 1949-50. Otro en el Villajoyosa y Altea, entre 1961 y 1965, pero éste respondía a la filiación de Manuel Guzmán Mayor. Otro “Manolet” más en el Mestalla, y hasta tropezamos con un nuevo “Manolet” en el Gandía. Pero ningún rastro suplementario de Manuel López Barberá, quien fuera alineado como “Manolet” en el Alicante. Si disputó partidos en Argelia, con ficha de la Federación gala, es algo que no podemos justificar, como tampoco su restante andadura por los entonces pelados campos de la territorial valenciana, antes y después de pasar por el Alicante.
Uno de los muchos misterios de nuestro fútbol, todavía por desvelar. Y es lástima, porque indudablemente, y a tenor de la documentación mostrada, Manuel López Barberá tuvo consigo, o tras sí, una interesantísima historia personal, cuando el fútbol empezaba a tener “cada vez más importancia política”, conforme afirmara hace 70 años Pedro Salvador en su escrito de súplica al Delegado Nacional de Deportes.
Por ahora su página continúa casi en blanco, y el transcurrir del tiempo, con su piadoso manto de olvido, es probable que no contribuya a retratárnoslo con un mínimo de fidelidad.
Más, muchísimo más conocidas fueron las peripecias del portero portugués Carlos Gomes, también protagonista en nuestros estadios, por cuya existencia no sólo profesional, sino personal, habrían de cruzarse fatalmente los intereses políticos, según él defendiera siempre con denuedo.
Polémico en los despachos y con biografía de novela, llegó a Granada gracias a la mano tendida por Alejandro Scopelli, para quien era “el mejor arquero ibérico”, cuando ya no podía hacer más enemigos en el fútbol portugués. Claro que no se trataba de un vulgar tarambana. Repasando con perspectiva moderna muchos de sus violentos encontronazos, descubrimos no sólo al niño grande mimado por la diosa Fortuna, sino al rebelde vindicativo, al orgulloso y casi indefenso David, frente al Goliat de la esclavitud emboscada bajo el derecho de retención; al contestatario de un régimen que le hería y, sobre todo, a una víctima de sí mismo.
Nacido en enero de 1932, Carlos Antonio do Carmo Costa Gomes empezó a llamar la atención en el Barreirense, sin cumplir los 18 años. La Península Ibérica estaba azotada entonces por vientos molestos. Franco entre nosotros y Salazar en Portugal, se obstinaban en vivir de espaldas a Occidente, apuntalando sus respectivas dictaduras. Mal que bien, al arrancar los años 50 España comenzó a encarrilar su precaria economía, estableciendo una distancia cada vez mayor respecto a los vecinos del Atlántico. Sin libertad ni dinero, sin industria, con muy poca esperanza, la agitación social afloró pronto desde Tuy hasta Faro, reavivándose en Oporto, Coimbra, Setúbal, Évora o Lisboa. El fútbol fue utilizado, muchas veces, para encender la mecha. Bastaba cualquier visita del Sporting, considerado equipo del régimen por la vinculación existente entre sus mandatarios y el cenáculo salazarista, para convertir los gritos de ánimo en oposición política y un gol, cualquier gol, en la quimera de haber derrotado al Estado Novo. La Guardia Republicana acabó tomando al asalto más de un campo en determinadas ocasiones, formando destacamentos junto al rectángulo de juego, con las ametralladoras dirigidas hacia el graderío.
Carlos Gomes, de cuna humilde, detestaba tanto alarde y opresión. Le habían filtrado que ojeadores del Benfica seguían sus actuaciones. Y aunque los benfiquistas no eran ni remotamente la apisonadora en que habrían de convertirse diez años más tarde, comenzó a hacerse ilusiones. Por desgracia se interpuso el Sporting, y un rápido acuerdo entre los lisboetas y directivos del Barreirense sólo le permitió regatear en su favor la prima del traspaso.
Ya en Lisboa, alternó instantes de gloria balompédica con rabia contenida y más de una lágrima. Titular indiscutible a los 19 años, campeón de Liga en las ediciones 1950-51, 51-52, 52-53 y 53-54, tardó poco en acudir al despacho de su presidente para reclamarle una mejora salarial. Si otros compañeros multiplicaban su nómina hasta por 4, ¿de qué le servía ser idolatrado por la afición?. Pero su entrevista con Góias Mota no pudo dejarle un sabor de boca más amargo, según narrase el propio guardameta en su autobiografía titulada “O Jogo da Vida”: “Quieres más dinero, ¿eh?. Pues métete en la cabeza que para tu presidente vas bien servido con 5.000 escudos. O eso o nada. Porque vamos a ver, ¿para qué necesitas tú más dinero?. ¿Para gastarlo en putas y automóviles?”. Góias Mota no era el tipo de hombre al que uno debiera enfrentarse. Procurador General de la República, defensor a ultranza de la Legión Portuguesa y conocido por aprovechar los descansos para irrumpir en la caseta arbitral empuñando su pistola, cualquier otro hubiera dejado pasar el sofocón. Carlos Gomes, en cambio, se plantó ante la prensa y afición: “No hay dinero -dijo-, pues no hay portero”.
Por supuesto, volvió a haber portero. Pero sólo cuando aquellos 5.000 escudos mensuales (unas 12.500 ptas. de la época, primas aparte), el doble de lo ingresado por un buen médico, se incrementaron sustancialmente.
Ese carácter rebelde, a veces incluso feroz, le proporcionó serios disgustos. En cierta ocasión, cuando iba conduciendo por Lisboa su flamante descapotable, se encontró con una amiga extranjera. Los coches constituían su perdición, hasta el punto de saltar constantemente de un modelo vistoso a otro más espectacular todavía. “Para mí no son un signo externo de riqueza -afirmó en alguna entrevista-, sino un recurso de seducción”. El caso es que aquella vez funcionó perfectamente el recurso y la amiga solicitó ser conducida hasta las oficinas de la PIDE, donde debía renovar su carné de residente. Estaba aparcando el vehículo en el reservado para funcionarios de rango cuando un guardia le exigió retirarlo, con muy malos modos. “¡Puercos sanguinarios…!”, murmuró entre dientes, aunque lo bastante alto para ser oído. Y el guardia no se lo pensó dos veces. Detenido y apaleado, Carlos Gomes pasó unas cuantas horas en el calabozo, salvándose de mayor castigo gracias a su condición de mito.
También se libró de otra buena, hallándose en la Selección Militar. Santos Costa, Ministro de Guerra, interpretó como subversivo un gesto suyo, simplemente descarado. De poco sirvieron las disculpas. Con su fama de comunista, cada ademán, palabra o silencio, era observado inquisitorialmente en las catacumbas del salazarismo. Pasó siete días en una cárcel militar y si al final volvió bajo el marco fue para que el Oporto no enredase más las cosas, entorpeciendo la brillante andadura sportinguista.
Su fama de comunista le perseguía, y por eso causó gran sorpresa la concesión de viajar a la Unión Soviética, reforzando, como cedido coyuntural, a un club brasileño. El guardameta carioca se había lesionado y puesto que su equipo, tras disputar unos amistosos en Portugal debía partir de gira por la URSS, solicitaron al Sporting su cesión, habida cuenta que las competiciones portuguesas estaban paradas. Tanto los directivos sportinguistas como el gobierno luso aceptaron. Le fue expedido un pasaporte especial, puesto que los portugueses, como entonces los españoles, tenían prohibido viajar a la URSS o sus países satélites, y partió de gira. A su vuelta, un enjambre de periodistas le esperaban en el aeropuerto y él dijo cuanto había visto: todo lo bueno, sin ocultar lo malo. Junto al eficaz metro, con sus estaciones palaciegas, bastante pobreza, casas muy mal acondicionadas para un clima tan duro, exceso de control, lavado de cerebro colectivo mediante constante y machacona propaganda… Los periódicos, respondiendo probablemente a una consigna, sólo recogieron sus críticas al sistema, no lo que de positivo pudo hallar. Y se sintió utilizado una vez más, traicionado, expresando de este modo sus sentimientos: “¿No era comunista?. Pues buena debe estar Rusia cuando él mismo cuenta todo esto. Vamos, que se fue un propagandista de la dictadura proletaria y regresó un adicto al modo de vida occidental. Así pensarían sin duda quienes leyeron tan perfecta obra de tergiversación. Había actuado ingenuamente y el régimen salazarista sacaba rédito de mi torpeza. Siempre ocurría igual”.
Internacional absoluto con su país en 18 ocasiones, acababa de conquistar un nuevo título de Liga la temporada 1957-58, cuando el Granada C. F. pagó un millón de ptas. por su traspaso y le hizo contrato a razón de 250.000 anuales, primas aparte. Podía tratarse de un destino menor para quien acababa de reverdecer laureles en el campeonato portugués, y poco antes fuera pretendido por Real Madrid y Barcelona. Claro que aun así, su ficha triplicaba lo percibido junto al Tajo, y con la mitad de esa cifra podía adquirirse un piso céntrico y coqueto en la ciudad nazarí. Su despedida de Portugal fue elegante, a tenor de lo escrito por periodistas lusos: “Llevo al Sporting en el corazón y cuando regrese sólo podré defender a este club”. El tiempo, ya se sabe, suele marchitar las palabras, aunque hayan quedado escritas.
De Andalucía emigró a Oviedo, para seguir escanciando, junto a tardes soberbias, desplantes marca de la casa. Y como en Portugal continuaba siendo recordado, se asomó al papel impreso con diversas y frecuentes colaboraciones en el diario deportivo “A Bola”, hasta el punto de darse por descontado que llegado el momento de colgar los guantes, su futuro estaría en cualquier redacción deportiva. Su sinceridad, con todo, tampoco sufrió eclipses entre nosotros, llegando a rayar con la pura provocación. Como cuando un periodista quiso saber por qué saltaba al campo vistiendo siempre de negro, y él respondiera: “Visto de negro porque el fútbol portugués está de luto. Y seguirá así mientras continué en manos de sus actuales dirigentes”.
En 1961 dio por concluida su etapa española. Parecía iba a reintegrarse al Sporting cuando, una vez más, quiso llevar la contraria a todos. Se habló de que había llegado a un acuerdo con el Benfica, pasando previamente por el Salgueiros en pura maniobra de distracción. Especulaciones, cábalas, maledicencias… Lo único demostrable es que para firmar la cartulina sportinguista exigió 25.000 escudos mensuales (unas 75.000 ptas.), exactamente la misma nómina que el mejor pagado del elenco. “Si no hay dinero -repitió como antaño-, tampoco va a haber portero”. Y mientras se resolvía el pulso, prestó más atención a sus negocios.
Explotaba con éxito comercial una gasolinera, una lechería y un estudio fotográfico. Cuando necesitó contratar una empleada, insertó el correspondiente anuncio en prensa, sin imaginar que con tan simple decisión estaba desencadenando el peor vendaval de su vida.
La primera en responder al anuncio fue una joven espléndida. Él, Don Juan irredento, no supo resistirse. Salieron juntos, primero a tomar café, luego a dar una vuelta en coche y, cuando anocheció, contemplaron el estuario desde una alcoba entre música, dulces y vino. Esa muchacha tenía un novio cumpliendo el servicio militar en las colonias portuguesas de África. Lo añoraba, claro, pero la vida seguía y esa desinhibición que suele llegar prendida al cambio de hábitos o el descubrimiento de nuevas experiencias, hizo el resto. A la mañana siguiente le aguardaba una denuncia por violación. La chica, además, hizo gala de amplias dotes artísticas, convenciendo a la policía de un intento de suicidio desde el viaducto Duarte Pacheco, al verse deshonrada. De poco sirvieron negativas y juramentos. Según Carlos Gomes, la relación no había tenido nada de forzada. ¿Cómo iba a serlo, si a buen seguro la muchacha debió ser contratada por los dirigentes sportinguistas, conchabados una vez más con la propia PIDE?.
“Fue sólo una seducción más -sostuvo siempre el cancerbero, tanto verbalmente como en sus memorias-. Todo natural, todo limpio, sin forzarla a nada. Y en su denuncia había múltiples flecos sueltos. ¿Dónde estaba el taxista que según aseguraba la llevó hasta el viaducto?. ¿Qué tipo de individuo iba a dejar a una muchacha histérica, llorosa y anonadada, según sus propias declaraciones, en pleno viaducto sin imaginar lo que podía ocurrir?. ¿Por qué nadie era capaz de dar con ese chófer?. Caí en su trampa, sencillamente. La policía política portuguesa seguramente llegó a un acuerdo con mi empleada. Tu novio de vuelta a casa, pudieron prometerle. Rebajado de servicios militares, incluso, y con una colocación garantizada. Tú le sacas del aprieto africano, os casáis y a comer perdices. Sencillamente, como en el asunto de la Unión Soviética me comporté estúpidamente”.
A los 29 años, su carrera, su prestigio social, parecían a punto de deshacerse. Durante un tiempo todavía intentó luchar, ofreciéndose al Atlético, club menor portugués. El Sporting puso pocos reparos a la operación, sólo para que el cancerbero comprendiese hasta qué punto habían cambiado las cosas. El público ya no le adoraba. A medida que progresaba judicialmente la investigación, su rostro afable saltó de las páginas deportivas a la sección de sucesos. En la calle descubría miradas nuevas, no admirativas, precisamente. Las perspectivas de un juicio, quien sabe si previamente manipulado, tenían poco de halagüeñas ante el cúmulo de testimonios que la policía aseguraba poseer. Al fin decidió que no merecía la pena seguir nadando contra corriente y, durante un choque contra el Vitoria Guimaräes fingió lesionarse. “Para no levantar sospechas me concentré con el equipo”, recogen sus memorias. “Sabía que mientras durase mi recuperación nadie pensaría mal y podría ganar unos días preciosos. Partí hacia Gibraltar y desde allí a Marruecos, donde jugué en Tánger, irónicamente con el club de la policía”.
En Tánger, cuando Marruecos no tenía tratado de extradición con Portugal, mutó su apellido Gomes por un Gómez muy español(1), y logró más que certificado de residencia, estatuto de refugiado, circunstancia que determinó la categoría de apátridas para los hijos de su segundo matrimonio con una malagueña. Las cosas distaban mucho de ser como antes, por más que volviera a sentirse importante en un fútbol menor. Primero, el Sporting lisboeta se negó a concederle el pase internacional, si no abonaba una cantidad de la que no disponía para hacerse con su carta de libertad. Empleó a su padre como mediador, llegándose finalmente a un acuerdo. El progenitor iría pagando la cantidad fijada en cuotas mensuales “como quien abona los plazos de una lavadora”, hasta zanjar definitivamente la deuda. Mientras llegaba el pase internacional ejerció como entrenador, ya que no le estaba permitido vestirse de corto. Y poco a poco fue saliendo del trance, a veces in extremis.
Sucedió, por ejemplo, al ocurrírsele regentar el bar situado en los bajos del edificio donde vivían en Tánger. Metió a su segunda mujer en la cocina y todo fue aceptablemente bien, hasta que comenzara a organizar timbas de póquer, durante las que además servía whisky a los jugadores. Algo así no podía mantenerse mucho tiempo en secreto, y la policía acabó enterándose. Encarcelado por conculcar doblemente la ley, en materia de juego y de bebidas alcohólicas, la circunstancia de actuar en el equipo de la policía contribuyó decisivamente a que acabaran echando tierra sobre el asunto. Y como pese a todo destacaba sobre el terreno de juego, emisarios de la corona llegaron a proponerle abrazar la religión musulmana, paso previo imprescindible para a obtener la nacionalidad marroquí. No aceptó, y en 1963 los buenos oficios del cónsul portugués en Tánger, unidos a las cuotas mensuales que su padre había venido abonando a la tesorería del Sporting, lograron que la Federación lusa le declarasen libre de compromiso con el Sporting o cualquier otro club de Portugal. Su padre, mientras tanto, se había hecho cargo de los hijos portugueses alumbrados en el primer matrimonio del cancerbero.
Seguiría jugando dos años más, antes de hacerse entrenador, para ejercer en Marruecos, Argelia y Túnez. Encantador en su trato, magnífico relaciones públicas, sobre todo para venderse a sí mismo, dueño de un ego inmenso y aficionado a adornar su propia biografía, lo que fue en el ámbito personal queda de manifiesto a través de múltiples anécdotas. Como la acaecida durante uno de los numerosos viajes que la familia realizó por el norte de África, a través de carreteras en mal estado, mucho más frecuentadas por animales de carga que por vehículos a motor.
Empezaba a tener problemas de visión nocturna, circunstancia que se empeñaba en mantener en secreto, puesto que ya comenzaban a disputarse partidos con iluminación artificial, y por ello, al caer la noche, necesitaba la ayuda de algún “copiloto”. Cierta vez, la copiloto -normalmente su esposa-, se durmió, y acabaron saltándose un control policial. Con las ruedas pinchadas por la cadena de púas y los funcionarios muy enojados, salió del vehículo para tranquilizarlos, les invitó a fumar, entregó su documentación y acabó explicándoles anécdotas y vivencias del mundo del fútbol. Los funcionarios, rendidos, no sólo depusieron su hostilidad, sino que acabaron brindándose a mediar para que el padrino de su hija, residente en Tánger, pudiera hacerle llegar las ruedas que necesitaba para reemprender el viaje. Todo, naturalmente, sin que de ello se derivara ningún abono económico.
Más adelante se instaló en Málaga, donde habría de regentar un comercio textil, residencia que compartía con prolongadas estancias en Viena. Desde la capital costasoleña dirigió distintos escritos a clubes de fútbol, adjuntando currículo y postulándose como entrenador, así como a compañías editoras, animándolas a traducir su biografía al castellano: “éxito garantizado, como ya fue el libro en Portugal”. Lamentablemente, no obtuvo una respuesta positiva ni del fútbol ni de las editoriales. Y sólo pudo regresar a Portugal en los años 80, cuando la Revolución de los Claveles que sepultara el fascismo salazarista apenas despertaba algún eco en el nuevo y democrático Portugal. Según su hija Emma, nacida en Tánger el año 1963, que por lo tanto sólo conoció al Carlos Gomes del forzado destierro, aquella denuncia de violación, fuese o no justificada, marcó el destino de toda la familia. “Mi padre nunca volvió a ser el mismo. Siempre vivió amargado por tener que huir de su país. A España no podía ir, por miedo a la extradición y al régimen de Franco. Tuvo que empezar de cero en un país del que no conocía ni el idioma. En casa no se hablaba ni español, la lengua de mi madre, ni portugués, y aunque entonces era muy pequeña no dejaba de extrañarme el detalle, puesto que mi padre tenía auténticos problemas para expresarse en su forzado nuevo idioma”.
La desconexión con su antiguo mundo fue tan amplia que Emma, la hija tangerina, no hablaba portugués. Se expresaba en francés y en un perfecto español, puesto que acabó enraizando en Málaga, como empleada de unos grandes almacenes hasta que una hernia discal y las secuelas de la posterior intervención quirúrgica con muy discutible praxis, la incapacitaron para tal actividad. Desde su residencia malacitana cerraba así el boceto de su progenitor: “Fue un ídolo caído. Ludópata, mujeriego y gran seductor, no dejó indiferente a nadie”. Cabría añadir, además, que la muy probable celada policial, inspirada en razones puramente políticas, o como hoy diríamos de odio ideológico, forjó a un hombre nuevo, distinto y peor que el admirado futbolista.
Este gran portero y personaje singular expiró el 18 de octubre de 2005, siendo enterrados sus restos en Barreiro, localidad que lo viese nacer. Según dejara caer la prensa lisboeta, durante sus últimos días recibió ayudas económicas del club donde antaño triunfara, ante su precaria situación. Lo cierto es que sobre su féretro fue colocada la bandera del Sporting, y aunque algunas personas hiciesen muchos kilómetros para despedirle, él expiró creyendo que para una amplia mayoría de aficionados, su nombre ya no significaba nada.
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(1).- Su hija María Emma y el también vástago e igualmente portero José Carlos Gómez Tafur (Málaga 25-X-1972), con militancia en el Valladolid Promesas, el ya extinto Palencia, Lanzarote, Granada, Real Jaén, Córdoba, Cacereño, Vitoria de Setúbal, Motril y Yeclano, figuraron en el registro civil como Gómez, el apellido otorgado a su progenitor en suelo marroquí.
Estimado lector: Le quedaríamos sumamente agradecidos si pudiera aportar alguna información suplementaria sobre la trayectoria deportiva en España y Argelia, o andadura vital del delantero alicantino Manuel López Barberá, alineado como “Manolet” durante los años 40 y primeros 50 del pasado siglo. Puede hacernos llegar su aportación a: cihefe@cihefe.es Con nuestro reconocimiento anticipado. |