La Triestina y el descenso que no fue
De Cristian García DobónEn tierra de nadie y tras dos guerras mundiales, y una guerra civil incluida, el fútbol trataba de abrirse paso en la península de Istría. En concreto, en la más que simbólica ciudad de Trieste. Simbólica en muchos aspectos y en muchas épocas diferentes debido a la casuística geográfica.
Se trata de un territorio que ha experimentado diversos estatus a lo largo de los siglos, siempre ante el anhelo de los italianos que lo han considerado como suyo. Hablar del carácter nacionalista de la ciudad portuaria de Trieste no es algo casual, sino que es la principal razón que provocó que en junio de 1947 la Serie A se negase a descender a la Triestina, pese a terminar en última posición.
En plena posguerra, el 1947 fue un año fundamental para trazar el futuro de la nueva Italia. En febrero se firmó el Tratado de París y en diciembre se aprobó la nueva constitución. En el caso de los tratados de paz tuvieron unas repercusiones directas sobre la nueva soberanía de la ciudad de Trieste, que se convertía en el Estado Libre de Trieste. Este territorio se dividió en dos partes: la zona A, ubicada en el noroeste, quedaba bajo control de las fuerzas aliadas (Estados Unidos y Reino Unido) y la zona B, situada en un pedazo de la península de Istría, bajo control de la Yugoslavia de Tito.
En la ciudad coexistían dos equipos que eran la viva imagen de la situación geopolítica. Por un lado, la Ponziana cuya base de aficionados era de ideología comunista y de clase trabajadora que entre 1946 y 1949 compitió en la liga yugoslava tras ser adquirida por el régimen de Tito. Desde Belgrado se invirtieron grandes cantidades con el objetivo de convertir al Amatori (nuevo nombre de la Ponziana) en un arma política.
El otro equipo de la ciudad era la Triestina, que compitió en la Serie A del 1929 al 1957. La temporada 1946-47 fue especialmente particular para la entidad triestina. Los alabardati sufrieron un curso aciago en lo deportivo. Tanto, que llegaron a encadenar once derrotas consecutivas. Aun así, sus partidos eran una auténtica fiesta para todos los italianos puesto que se convirtieron en un escenario de reivindicación y celebración del sentimiento patrio, con el himno de Italia incluido. El equipo de Trieste no dejaba de perder partidos, mientras la Gazzetta dello Sport titulaba “Larga vida a la Triestina” y hablaba de un equipo de “jóvenes orgullosos” que representaba “un ideal deportivo que lleva las aspiraciones de la nación”.
La Triestina acabó en última posición de forma destacada con 5 victorias y 25 derrotas. Unos resultados que la encaminaban a la Serie B. No obstante, a nadie le interesaba perder ese espectáculo nacionalista en el que se habían convertido los partidos del conjunto alabardati y lo que no consiguieron los jugadores sobre el campo lo lograron las autoridades. Tras la asamblea de Perugia, el campeonato italiano decidió readmitir a la Triestina en la Serie A bajo razones de “mérito deportivo”.
Es indudable que el fenómeno del conjunto de Trieste había sido uno de los grandes acicates del año en todo lo que rodea al calcio, pero precisamente el mérito deportivo no era una razón de peso para un equipo que fue colista de principio a fin. Así las cosas, la liga pasó a ser de 21 equipos y el resto de los descendidos tuvo que aceptar la decisión sin ejercer apenas oposición. A fin de cuentas, la Triestina era el equipo de todos los italianos sin tan siquiera ser parte de Italia.