El viejo grito de “guerra” ¡Hip!, ¡Hip!, ¡Hip!… ¡Hurra!
De Félix MartialayReconozco que soy tan aficionado a los viejos modos, a las tradiciones, si así quiere llamárselas, a los gestos primigenios como un fetichista futbolero lo es a coleccionar insignias, carteles de partidos, entradas o esos miles de objetos que hacen felices a infinidad de seres humanos, que no cambiarían el goce de repasar sus colecciones por nada del mundo.
También tengo que reconocer que me invade la ternura, hasta el lacrimeo, cuando me echo a la cara uno de esos folletos que edita la Federación para uso de la prensa antes de un partido internacional. Al leer, al lado de cada jugador, la palabra “caps” siento una especie de sofoco de novicia ante la llegada de la Superiora General de la Orden. E inmediatamente recuerdo ese ritual perdido en el que el capitán de la selección imponía al “misacantano” en el equipo nacional la gorrilla que le daba el espaldarazo de internacional. En España se produjo ese ritual por primera y única vez en San Mamés, allá por octubre de 1921.
¿A que sería precioso, por ejemplo, que el debutante saliera al campo con una camiseta cualquiera y allí, ante todo el equipo formado, el capitán le invistiera con la camiseta roja sangre de toro, dando fe de que ya era un internacional más?
¿A que sería bonito que esas insignias federativas que se otorgan – u otorgaban- a los jugadores que cumplen los cinco, veinticinco… partidos con la Selección, les fueran entregadas en el mismo campo y por el presidente de la RFEF en vez de en un despacho o en un envío postal?
Y que conste que no colecciono hojas secas entre las páginas de los libros. No confundamos las cosas…
Hoy, revisando unas viejas fotos de partidos de la Selección, he recibido el golpe bajo del rito de los hurras. Y quizá hay que explicarlo. Dentro de lo posiblemente inexplicable.
Los hurras vinieron de Inglaterra, aunque, parece ser que su origen está en los soldados prusianos de la Guerra de Liberación (1812-1813), que lo coreaban como grito de ánimo antes de lanzarse, sable en ristre, contra el enemigo. Se lo apropiaron los marineros ingleses, que lo utilizaron en ocasiones menos belicosas. Al recibir a bordo a un amigo ilustre. O al despedirlo. En el intermedio, al parecer, eran incontables las pintas de cerveza…
Como grito cordial o de ánimo pasó a los deportes ingleses. Lo coreaban, por separado, los contendientes antes de lanzarse al juego. Posiblemente, además de infundirse ánimo con él, corría por el subconsciente de los jugadores el mismo espíritu supersticioso que insufla a los jugadores de rugby de Nueva Zelanda, “All Blacks”, su danza y cánticos rituales.
Lo cierto es que, así como la imposición del “cap” no tuvo el mínimo éxito en España, el grito ritual del hurra se mantuvo hasta la Guerra de 1936-1939.
Bien, el más caracterizado, o el más conspicuo, o el capitán del equipo se encaraba con sus compañeros en fila, más o menos correcta, y les espetaba, lo más agresivamente posible y con enérgico gesto de su brazo: “¡Hip!, ¡Hip!, ¡Hip!”. La fila contestaba con no menor furor y rabia: ¡Hurra!
Lo reglamentario era el dar la voz por tres veces.
Luego venía la interpretación del himno que pillaba a cada cual en donde le pillaba. Eso sí, se cuadraban muy respetuosos hasta que acababa la música.
Posiblemente fuera la selección alemana la que acabó con la anarquía de la escucha del himno y por ende de los gritos rituales.
Ellos fueron los que formalizaron la colocación en fila de sus jugadores, en el centro del campo, para escuchar su himno. Y eso es lo que ha permanecido hasta el momento.
Los por mí añorados gritos rituales sólo han permanecido en viejas fotos, algunas de las cuales, como lagrimones nostálgicos, ofrezco aquí para compartir añoranza con los viejos aficionados supervivientes y como curiosidad para los jóvenes.