A hombros en el Bernabéu.
De Sergio GalánAl hilo de una famosa invasión de campo dijo una vez Antonio Calderón, el histórico gerente madridista, que “Ha pasado lo que suele pasar en cualquier pueblo”. La frase causó gran indignación y revuelo, por cuanto el destinatario era el público del Camp Nou y el motivo de la invasión una decisión arbitral muy polémica. Tan escandaloso fue aquello, que medio siglo después aún sigue siendo anatema mencionar a los aficionados culés el nombre de José Emilio Guruceta. Sin embargo, no todas las invasiones suelen ser producto del enfado y la ira, y mucho menos tienen como objetivo intentar dañar a un jugador o al trencilla de turno. Mas habitual era saltar al pasto, como lo llamaba Di Stéfano, para expresar alegría y gratitud hacia sus propios jugadores. La obtención de un título, una goleada al eterno rival o el querer abrazar a un ídolo eran motivos recurrentes para ello. Sin embargo, más raro era saltar al césped de un estadio que no es el tuyo para festejar una victoria visitante, una derrota o alabar una actuación arbitral. Todos estos ejemplos tuvieron lugar en el Santiago Bernabéu, lugar de alegrías y tristezas no solo para el Real Madrid, sino para multitud de equipos.
España – Francia (17-3-1955)
Tras el fracaso ante Turquía en marzo del año anterior, y la eliminación por sorteo de clasificarse para el Mundial de 1954, España entró en un letargo de varios meses roto únicamente por el primer partido de la selección B en la Copa del Mediterráneo. Para el primer trimestre del nuevo año volvió cierta normalidad con otro partido de la selección B y un nuevo amistoso ante Francia de la selección absoluta. Al conjunto galo se le tenía tomada la medida, y es que Francia había visitado nuestro país en cuatro ocasiones perdiendo en todas ellas, con un balance de diecisiete goles encajados y tan solo uno a favor. Para insuflar más ánimos se recordaba que el último partido entre ambos, celebrado en Colombes, el combinado español había vencido por 1-5. Lo que no se mencionaba mucho es que aquel partido se jugó seis años antes, y aunque Francia no era una potencia, su fútbol había mejorado bastante desde entonces.
Mientras que llegaban los partidos de marzo el seleccionador Ramón Melcón dispuso de varios encuentros amistosos, como era costumbre en la época, ante equipos extranjeros. Haciendo pruebas con titulares, suplentes y futuribles, se venció al RFC Lieja por 2-0 en el Bernabéu, al Servette suizo por 4-2 en el Metropolitano, al Rapid de Viena por 3-2 en Les Corts y finalmente al Saarbrucken austriaco por 6-1 en el Bernabéu. Salvo en este último encuentro, que, si lo disputaron los titulares, el juego mostrado era esperanzador, aunque no para desbordar la euforia. Esta sin embargo llegó cuando Grecia visitó el Bernabéu para salir goleada por un 7-1 por parte de la selección B española en la Copa Mediterráneo. Aquella inyección de ánimo se daba solo cuatro días antes de recibir a los franceses, en un estadio de Chamartín que agotó las localidades con antelación. La opinión general, tanto en aficionados como en la prensa española y francesa, era una más que probable victoria local, aunque había algunos que no terminaban de fiarse. Benito Díaz, el entrenador elegido por Melcón para el encuentro, lo veía de otra manera: “Mucha gente se va a llevar una sorpresa con el juego de los franceses.”
Melcón y Díaz tomaron finalmente como base para la selección a los tres primeros equipos del campeonato liguero en esos momentos: Real Madrid, Athletic Club y Barcelona. Con tal decisión Ramallets, Segarra, Marquitos, Lesmes, Muñoz, Bosch, Basora, Molowny, Arieta, Rial y Gainza fueron los once jugadores que saltaron al césped. Por su parte Francia uso al Stade Reims, con cinco jugadores, como la columna vertebral de su combinado. Entre ellos destacaba un extremo sobre el resto y que pronto daría mucho que hablar en Europa: Raymond Kopa. El comienzo del encuentro fue un poco de tanteo, con una España mandando ante una Francia replegada. Apenas se había entrado en calor cuando una jugada entre Rial y Basora acaba en un centro que Gainza aloja en las mallas. España se colocaba por delante en el marcador y en las gradas el público se frotaba las manos. Craso error aquel. Mientras que los nuestros tenían un par de oportunidades más, los franceses empezaron a trenzar jugadas y aprovechar la velocidad de los extremos. El centro del campo español se pierde y emerge en contraposición un conjunto galo que al contragolpe se acerca fácilmente sobre la portería de Ramallets. Gran parte de todo este cambio vino por Kopa, quien se movió hacia el centro del campo para jugar a su antojo. El desorden local era notorio y pasada la media hora se consumó el empate. Un pase de Molowny a Rial lo interceptó la media francesa que en una rápida jugada acabó con Kopa empalmando un duro disparo ante el cual Ramallets no pudo hacer nada. Díaz quita a Molowny, quien simula estar lesionado ya que era la única manera de poder hacer sustituciones, pero nada cambia. La segunda parte es similar. Una España lenta y cansada en el centro y la defensa, junto a una delantera nula, fue incapaz de contrarrestar el empuje de una Francia rápida y ágil con un Kopa soberbio. Sería precisamente este quien haría la jugada del segundo gol para que Vincent marcara. A España no le quedó ni siquiera el consuelo de buscar los errores arbitrales, puesto que el trencilla anuló sendos goles a ambos conjuntos que si parecían legales.
Con el pitido final los pocos aficionados franceses saltaron al césped para izar a hombros a los héroes de la victoria. Eran pocos los que esperaban aquel triunfo, y menos con aquella superioridad, que no dejo lugar a dudas cuál de los países tenía un mejor porvenir. Como dijo Antonio Valencia en su crónica para MARCA, Napoleón pasó por Chamartín. Lo que no podía intuir es que años después Kopa, el mismo que causó sensación aquella tarde, ficharía por el conjunto blanco para seguir dando alegrías en ese mismo estadio.
Real Zaragoza – Athletic Club (29-05-1966)
Aquellos fueron unos años gloriosos para el equipo maño. No había alcanzado nunca una final de Copa, pero cuando llegó a ella por primera vez en 1963 le cogió el gusto hasta lograrlo cuatro veces de manera consecutiva. Algo solo accesible por aquel entonces a Real Madrid, Barcelona y Athletic. En Liga tampoco le fue mal y en esa década su “peor” puesto fue un quinto lugar. Por Europa también se asomó logrando ganar la Copa de Ferias de 1964 y clasificándose para una nueva final en esa misma temporada, al derrotar al Leeds United tras un desempate en Elland Road. Los cinco magníficos (Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra) estaban en lo más alto. Enfrente el rey de Copas, el castellanizado Atlético de Bilbao de aquellos años, con 20 entorchados en las vitrinas, aunque sin llegar a una final desde la heroica de 1958. Era su competición fetiche lo que hizo envalentonarse a los aficionados aquel año, pese a que el rival era un Real Madrid que un mes antes había ganado su tercera Copa de Europa. Una copla, a la postre profética, apareció en la Gaceta del Norte: “Y ya te lo dije hermano, que las cosas no están mal; para ganar la final, nos basta con once aldeanos”. Con aquel nombre a priori despectivo, pasó a la posteridad aquel equipo que derrotó a los blancos por 2-0 en el mismo Bernabéu. Tanta fue la euforia de la victoria, que a la vuelta al Botxo, se le atribuye al presidente rojiblanco Enrique Guzmán una frase para la posteridad: “Con once aldeanos les hemos pasado por la piedra”.
Ocho años después la ilusión seguía intacta pero el favoritismo se inclinaba por el conjunto aragonés. Pese a todo desde Bilbao se lanzaron en tromba a por el cupo de entradas, que se acabaron rápidamente. A ello se sumó que la disponibilidad de autocares se esfumó en la provincia y hasta dos trenes especiales colgaron en un santiamén el cartel de completo. En Zaragoza le iban a la zaga y en Madrid se formaron largas colas tanto en las taquillas del Santiago Bernabéu como en las de la propia federación de fútbol. Ambas expediciones velaron armas en El Escorial a la espera del domingo. “Piru” Gainza, entrenador rojiblanco, escondía sus cartas temeroso en parte por los problemas para hacer el once inicial. En la retaguardia tenía dudas con Orue y Echeberria, a los que hizo viajar a Madrid en espera de una recuperación que no llegó. Enfrente Fernando Daucik, el entrenador que guio a los vascos al título del 58 tenía a toda la plantilla zaragocista al completo, por lo que permanecía sereno y tranquilo.
El domingo amaneció con lluvia para desaparecer poco y dejar una tarde agradable. A diferencia de hoy que se mima el terreno de juego con esmero, aquella mañana se jugó en el recinto de la final un partido del campeonato de España para aficionados, algo imposible hoy en día. Por la tarde un casi lleno en Chamartín y es que algunos cientos de entradas, de las localidades de pie, no se lograron vender. El ambiente en las gradas fue espectacular con ambas hinchadas, que jugaban una final inédita, dando un gran colorido al estadio. El Athletic aguantó la mitad del primer tiempo hasta que la balanza se empezó a inclinar hacia el conjunto maño tras el primer gol de Villa. El Zaragoza se adueñó del medio campo y poco antes del descanso Lapetra ponía el 2-0. Con el paso de los minutos la diferencia sobre el césped fue en aumento, que no en el marcador, para acabar dando al Zaragoza su segundo título nacional. Si sobre el ganador hubo unanimidad, Gainza dijo que el Bilbao había hecho todo lo que podía y más pero que el contrario fue superior, también hubo coincidencia en todas las partes al resaltar al mejor jugador del encuentro. Ya no solo fueron los jugadores, sino que el árbitro, el presidente de la federación de fútbol o incluso el delegado nacional de Educación Física y Deportes, resaltaron la gran labor del portero del equipo derrotado. Jose Angel Iribar, con apenas 23 años y ya un fijo en la portería vasca, cuajó una gran tarde en la cual dio una exhibición bajo el marco y evito que el Athletic se llevara una goleada. La afición bilbaína quiso agradecer el empeño de sus jugadores y lo personificó en aquel chaval de Zarautz al que pasearon a hombros por el césped. Durante algunos momentos minutos llegó a darse la casualidad de cruzarse los aficionados zaragocistas, que conducían a su capitán a hombros, mientras los vascos hacían lo mismo con Iribar. Al meta vasco le llegaron a poner la txapela demostrando que para ellos él era su ganador. Nunca una derrota fue tan dulce. El propio jugador reconoció que tras aquello se dio cuenta de cómo era realmente la afición vasca
Milan – Ajax (28-05-1969)
Cuando el congreso anual de la UEFA decidió que Madrid fuera la sede de la final de la Copa de Europa, el club blanco ya no tenía ese aliciente para llegar a la final. La andadura de los madridistas ese año había sido corta tras caer eliminado en segunda ronda. En parte el club achacó aquella eliminación a una norma de reciente aprobación por parte de la UEFA, aunque por otro lado también se aprovechó de otra norma que a día de hoy sonaría rara. En la primera ronda el bombo deparó un enfrentamiento contra el conjunto chipriota del AEL Limassol. Este era un equipo prácticamente amateur que jugaba en un campo, que, para la UEFA, no reunía las condiciones necesarias. Lo habitual en estos casos era que el partido se disputara en un terreno neutral, pero el Madrid aprovechó el reglamento y propuso que ambos partidos se disputaran en el Bernabéu. El organismo continental no puso pegas y el conjunto blanco jugó aquella eliminatoria sin salir de Madrid. El enfrentamiento se disputó en el plazo de una semana por lo que el club madridista cedió la taquilla del segundo partido a su adversario, además de cubrir sus gastos de estancia durante esa semana en la capital. A nivel deportivo el enfrentamiento no tuvo color y el Real Madrid gano ambos partidos con un doble 6-0. La siguiente eliminatoria presentaría más dificultad. En el Prater vienes ante el Rapid el Madrid cayó derrotado únicamente por 1-0 gracias a su gran defensa. Aquel resultado no era malo para la vuelta, y pese a serias dudas con Pirri y Amancio, Miguel Muñoz pudo contar con once de garantías para enfrentarse a los austriacos. Sin embargo, aquel no era el año de los blancos en Europa. Al Madrid le costó encontrar puerta y solo lo hizo al filo del descanso para igualar la eliminatoria por medio de Velázquez. Tras pasar por vestuarios llegó el jarro de agua fría con el empate de los visitantes. El Real lo intentó por todos los medios y tan solo a falta de ocho minutos Pirri ponía nuevamente por delante a los madridistas, con un tanto que finalmente fue en vano. La regla del valor doble de los goles en campo contrario eliminaba al Real Madrid.
Aquella norma se había estrenado el año anterior y todavía era un tanto especial. La regla solo aplicaba a los goles que no fueran conseguidos en la prorroga y siempre que fueran antes de las eliminatorias de cuartos de final. A partir de esas eliminatorias se obviaba y se volvía al habitual partido de desempate en campo neutral. También ese año fue conflictivo para la UEFA y la Copa de Europa. En julio de 1968 el organismo ya había realizado el sorteo de la primera ronda, sin embargo, este tuvo que ser modificado poco después. Ese agosto los tanques del Pacto de Varsovia (Unión Soviética, Bulgaria, Polonia y Hungría) invadieron Checoslovaquia en un intento de acabar los tintes aperturistas del gobierno local. La UEFA se reunió de emergencia a finales de ese mes y decidió modificar los emparejamientos de países a ambos lados del llamado “Telón de Acero” para evitar las tentaciones de boicot. Aquello fue casi peor. Llegaron las protestas de los países de ambos lados y tras el nuevo sorteo se sucedieron las retiradas, quedándose Bulgaria, Alemania Oriental, Polonia, Hungría y la Union Soviética sin representante en la máxima competición continental.
Tras la eliminación del Madrid, que se habría enfrentado al Manchester en cuartos de haber ganado, quedaban grandes equipos en liza. El Ajax logro eliminar al Benfica, tras ganar cada uno en el campo del rival por 3-1, después de un partido de desempate en París; el Milan hacía lo propio con el Celtic con un solitario gol de Prati; el Rapid caía ante el Manchester United y un sorprendente Spartak Trnava se colaba en semifinales al derrotar al AEK griego. En semifinales el Ajax derrotó con problemas al conjunto eslovaco mientras que en una gran eliminatoria el Milan derrotaba al Manchester.
La final en el Bernabéu deparó el enfrentamiento entre dos maneras diversas de entender el fútbol. Por un lado, el Ajax de Rinus Michels, al que con el tiempo se le llamaría el padre del “futbol total”, que tanto en el club neerlandés, como posteriormente en la selección de los Países Bajos, desplegó un futbol alegre, rápido, calculado y muy técnico. Algo solo posible gracias a una buena generación de jugadores liderada por un talentoso “flaco” llamado Johan Cruyff. Por su parte enfrente tenía al Milan de Nereo Rocco, uno de los mayores defensores del “catenaccio” que, a través de una defensa férrea, un buen portero y una vanguardia peligrosa ya había logrado una Copa de Europa, una Recopa y la Intercontinental en esa década. A priori un buen partido entre estilos contrapuestos, pero en la realidad una de las finales con mayor diferencia. Con un balón milanista al palo en el primer minuto se intuía lo que podía ser el partido. Y nadie se equivocó. La bisoñez de los neerlandeses no pudo con un Milan más experimentado, aunque realmente solo Rivera y Trapattoni habían jugado en la victoria de la Copa de Europa del 62. Ambos entrenadores fueron fieles a sus sistemas, pero la defensa rossonera supo contrarrestar el peligro del Ajax. Si a esto se le suma que Pierino Prati tuvo su gran noche uno entiende que los italianos se fueran al descanso con un 2-0 obra del ariete milanista. Pese al marcaje al que estuvo sometido Rivera, el italiano logró dirigir a sus compañeros hacia la victoria. Apenas inquieto el Ajax, más allá de por espacio de cinco minutos en la segunda parte que pasaron entre el 2-1 de penalti marcado por Vasovic y el 3-1 marcado por Sormani. El punto álgido lo pondría nuevamente Prati para cerrar el partido con un 4-1 demoledor.
La alegría de los seguidores italianos no se pudo contener y es que el Milán igualaba los dos títulos de sus vecinos interistas. Cuando Ortiz de Mendibil dio por concluido el partido decenas de ellos invadieron el césped para intentar conseguir las camisetas de sus ídolos. Tal fue la invasión que incluso Rivera, el capitán italiano, tardó casi diez minutos en subir al palco a recoger el trofeo. En aquellos años la organización, tan escrupulosa que vemos hoy en día, no existía y todo era más espontaneo y alegre. El júbilo de los tifossi llegó a tal punto que varios de ellos no duraron en buscar al árbitro y pasearlo a hombros por el césped. Aquella imagen es algo recurrente para ciertos antimadridistas, que la muestran como si fueran seguidores blancos festejando con el trencilla, tras un supuesto favor arbitral de este. Nada más lejos de la realidad. Ortiz de Mendibil quedó inmortalizado de esa guisa para la historia. El árbitro vasco tuvo una buena actuación en un partido fácil, aunque este ya era todo un veterano en lidiar encuentros importantes. Esta era su quinta final internacional tras una carrera de más de quince años en primera división, en la cual el año anterior había arbitrado un partido en cada jornada del campeonato. Sin embargo, también fue para él un desagravio tras un duro año. Tras el derbi de ida en el Manzanares su permisiva actuación ante las protestas de los jugadores rojiblancos tras el gol del madridista Amancio, fue sancionada por el comité arbitral. En total estaría dos meses sin arbitrar en Liga. Aquella vuelta a hombros fue simbólicamente un reconocimiento a su carrera, en una imagen muy difícil de ver en un terreno de juego.