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RESUMEN:

Tercera entrega de los goles más destacados de nuestra selección a juicio de nuestro presidente de honor

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ABSTRACT:

Keywords: Goals, History, Football, National Team, Spain

Third installment of the most outstanding goals scored by the national football team according to our honorary president.

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Los mejores goles de España (III)

De
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36       Grosso, aquel heredero de Di Stéfano.

España –Turquía: 31-5-1967

Fue famoso por decir que “la Historia es la maestra de la vida”, pero realmente la frase importante de dicho caballero fue:” No es lo mismo hacer solitarios que jugar al tute arrastrado”.

Ambas cosas entraron en conjunción en aquellas fechas. Sonadas fechas: … porque el Celtic de Glasgow, con un fútbol “a lo Amberes”, burreó  generoso a los sistemas del superferolítico Helenio Herrera el Grande, y le sopló la Copa de Europa de Clubes; … porque Balmaña, seleccionador nacional, dijo, en un alarde de originalidad –que venía desde Paco Bru en 1920-, “El problema de la Selección no tiene remedio”… porque un estudioso retomó el tema de la esencia del fútbol y aseveró: “¿Cuál es la finalidad del fútbol?. Hacer goles. Se hace fútbol para hacer goles, no para entretener el balón en el centro del campo” … porque desde Alberto Bosch 13, alguien dijo con contundencia: “Consigna ante Turquía, meter goles”… porque nadie se acordó de los gafes y la Selección, que iba a jugar en San Mamés, se alojó en el mismo hotel de Neguri en donde había estado la frustrada expedición de Chile 62…

A todo esto, España seguía teniendo el cinturón de Campeón de Europa enrollado a la cintura como si fuera un refajo de lagarterana.

Aún más, Turquía llegaba a Bilbao como si no hubiera existido Lepanto.

Por si acaso, el equipo español iba a jugar con un doble pivote. Sí, sí el mismo que iban a inventar los genios de la retórica de medio siglo más tarde. Lo que pasa es que ni Glaría IV ni Paquito lo sabían. Por ello no daban una a derechas, talmente como los dobles pivotes que se iban a sacar de la manga los prestímanos que estaban naciendo en aquellos momentos.

Total: se llegó al descanso con 0-0. Lo cual podía poner la clasificación de España en la III Copa de Europa de Selecciones en el mismo alero de siempre.

 Y eso que Gallego, el defensa histórico, emblemático y mítico, había blocado el balón con ambas manos en un “plongeón”, como entonces se decía, mejor que el que acababa de fallar Iribar. Al suizo Dittmar Huber, según se supo después, le nombró la ONCE socio emérito y supernumerario.

Los leones de San Mamés estaban a punto de comerse al Santo niño de la cercana ermita cuando alguien se acordó de Gento. Y eso que el público bilbaíno le aclamaba en cuanto le llegaba el balón. O sea tres veces hasta ese momento. Era la cuarta. Y el extremo se dijo: “Va por ti, Gorostiza”. Todo fácil. Corrió y corrió. Dejó a las naves turcas en el Bósforo y al defensa Sukru con lumbago de por vida. El envío fulminante. Adelardo lo reexpidió según llegaba, por si el cartero no llamaba otra vez. Y Grosso, nada menos que el sucesor de Di Stéfano en la punta del Madrid y, como se ve, de la Selección, cabeceó ortodoxamente hacia donde no crece nunca la hierba en las porterías de San Mamés.

El gol hizo que Domingo Balmaña se guardara el papel de la dimisión en el bolsillo de la gabardina.

37       Sclessin, Asensi salió vivo

Bélgica – España: 23-febrero-1969.

Lampedusa en “El Gatopardo” ya advirtió su maniobra de “cambiarlo todo, para que todo siguiera igual”. Se había ido Balmaña, ¿o lo secuestró el Barcelona?, y había accedido al cargo el doctor Toba, al que quizá hubiera que motejar como “el de los tristes destinos”.

Y lo dicho, todo igual.

El doctor Toba estaba en un equilibro de cuerda floja sin red. El cuervo de un nuevo giro de Lampedusa le revoloteaba como una avispa en la playa. Porque, como insistía Orwell hay unos cerdos más iguales que otros…

La encerrona de Lieja olía a manipulado desquite del empate de Chamartín, en donde había sido expulsado el central belga Hanon; el seleccionador Goethals había estudiado a fondo “la Teoría del golpe de Estado” de Curzio Malaparte y tenía un piquete de policía uniformada dispuesta para vengar la salida de Hanon escoltado por dos tiesos “grises” hasta el vestuario y, de paso, darle un repaso al Duque de Alba y sus alabarderos. Incluso se habla que pasó varias veces a sus jugadores la película  “La kermese heroica”, de Jacques Feyder.

El Dr. Toba, a la última de las teorías tácticas, hizo caso de Alf Ransey sobre la inutilidad de los extremos y planteó un 4-4-2 con Amancio y Vavá como puntas  capaces de romper la muralla, con alambrada de espino y matacanes sin cuento, del equipo belga..

A Martín II lo mandó a la clínica Polleunis y de ahí para arriba la violencia subió hasta el ahogo.  El mismo Polleunis, tronchó a Velázquez y con éste derribado le descargó dos patadones. Eladio acudió a socorrer al madridista y separó de un empujón a Polleunis. Llegó el pobre árbitro, llamado Sorensen, y señaló el camino de la caseta. ¿A quién? Todos entendieron que a Polleunis. Pero allí estaba Goethals. Y el expulsado fue Eladio. Sobre él se abalanzó un piquete de policías –a los que azuzaba Goethals- y comenzó a darle porrazos en todo el cuerpo. Gallego entró en la «melée» para salvar literalmente la vida de Eladio. Éste fue arrastrado hasta el vestuario, pero en el pasillo lograron rescatarlo y encerrarlo en el vestuario español porque la policía quería destrozarle en un cuartucho anexo.

Tuvo que salir Asensi. El equipo español, dejó los melindres que había tenido hasta entonces. Y, aun sabiendo el partido perdido, querían morir matando. Pero sin extremos todo el juego iba por el centro estrellándose en el tapón blanco.

Amancio hizo de ventosa por el extremo. Así se pudo abrir el muro. Amancio, Grosso, Vavá y Asensi fue como un rasgón en la cortina, algo así como la Z del Zorro. Y Asensi inició el tiro con la izquierda y sacudió al balón con la derecha sentando a Trappeniers.

Más que el gol del honor o de la furia, fue el gol de la sangre. Se tardó en salir de aquel campo de concentración.

38       Pirri vengó la vergüenza de Helsinki

España – Finlandia: 15-octubre-1969

Afortunadamente se cambió el nombre de la capital de Finlandia. Hubiera sido terrible que, además de la vergüenza de una derrota ante el fútbol “amateur” de los fineses, ésta se hubiera producido en Helsinford.  Terrible, terrible..

El Dr. Toba se fue por el mismo escotillón que las ilusiones de los españoles de estar en la Copa del Mundo de Méjico 70. Afortunadamente para su currículo, la vergüenza finlandesa cayó sobre tres prestigios pétreos, Muñoz, Molowny y Artigas, que sólo perdieron alguna que otra pluma en la refriega.

Total que, para desollar el rabo de ese infumable plantón a los mejicanos, se volvió a la modernidad olvidando los triunviratos, que eran cosa del imperio romano. Así apareció Kubala, un hispanochecohúngaro, bautizado en Águilas (Murcia), con nacionalidad trifásica pero de corriente continua. Kubala, de momento, creía en los extremos y llamó a Gento para que capitaneara sus huestes. Se notaba que el fraile había sido buen cocinero.

Para el desquite se inauguró un estadio frente al Peñón de Gibraltar, esa roca de monos que no se sabe si sigue siendo una fruta madura… O sea un palenque para que los caballeros tomaran el velo de su amada y alancearan a los hermanos separados, que hubiera dicho Juan XXIII.

Pero lo importante de aquella Selección era un tal Martínez, conocido en el siglo como Pirri. Laureado por Bernabéu, capaz de jugar con una clavícula más rota que la castidad de la Chelito, martillo de herejes, corazón de León y Ceuta- la tan cantada en sonetos por López Anglada-, alma incorrupta frente a la mandanga y florón histórico multiusos para lavar el honor hispano tan arrastrado en Helsinki. O sea, Helsinford.

En cinco minutos Pirri solventó, a primera sangre, el agravio nórdico. Luego dejó a los de infantería que, a base de detergente, siguieran restregando el pendón agraviado. Bien es verdad que todo ello había sido prologado por la banda de música de la Legión, del Tercio Duque de Alba, por más señas. ¡Lagarto, lagarto…!  Lo que indicaba que había que desfilar a 140 pasos por minuto.

Amancio y Gento volvían locos a los mocetones rubicundos, entrándoles por los flancos, que es donde más duele en el fútbol.

Y ello propició que Pirri se llevara el catavinos de plata que era el galardón por inaugurar el marcador de La Línea de la Concepción. Se levantó en el aire, recordando a su colega Santillana, y de un rotundo testarazo rompió la virginidad de la puerta finlandesa.

Luego, los visitantes se fueron con seis goles a Helsinki. O sea Helsinford.

39       Luis ejerció de sabio  

España – Irlanda del Norte: 11-noviembre-1970

Ahora se habla mucho del entorno. Pero la historia del fútbol español es la historia de su entorno. Yo soy yo y mis entornos, podría decir el fútbol hispano parodiando a Ortega y Gasset. Y en ese noviembre de 1970 había no pocos festejos en el programa oficial. Así, era el año del famoso acoso a Guruceta, a quien querían enterrar con barretina y Plaza no estaba por la labor. Kubala iba a cumplir media docena de partidos como seleccionador sin haber mordido el polvo. La IV Copa de Europa de Selecciones nos había llevado al habitual área de las islas británicas; esta vez con los irlandeses del norte. La Selección cumplía cincuenta años de vida, pero como siempre ha sido coqueta y frívola, se lo guardó para sí y nadie puso vela de cumpleaños; grite usted “¡A mi Sabino!” para que al medio siglo no lo recuerde ni el Athletic. Pero la traca final iba a ser digna de las fallas. Porque… era ministro del Deporte un personaje muy señalado de la Historia de España: Torcuato Fernández Miranda, quien, al parecer, miraba mal a la cúpula futbolera, que reposaba en Samaranch y Luis Costa. Los fulminó. Dicen que dijo: “De la Federación a la Federación, pasando por la Delegación”. Los puso de patitas en la calle. Y para el sepelio de Guruceta se nombró al mismísimo gerente azulgrana. Se llamaba Juan Gich y Bech de Careda. Las cosas se hacen bien o no se hacen.

A Luis Costa, atlético de pro, le sucedió en la Federación un ex futbolista que había intentado la alianza de los clubs madrileños militando en ambos: Pérez Payá.

¿Decía usted algo del entorno? El aire para llevarse a la boca era fluido como la brea.

Pese a que la Irlanda de Belfast no había ganado nunca a España, tenía a un jovencito que se apellidaba Best que podía hacer un roto a cualquiera.

Sevilla ya tenía galones de jugador número 12. Pero el partido, bien encarado en el tablero, era de esos que aprietan en la garganta de los espectadores.

Cuando ya iba una hora de juego alguien le debió decir a Luis que era el capitán del equipo. “¿Qué yo soy el capitán? Pues se va a enterar ese tal Best”. Porque Luis, aunque suene mal, jugaba de medio centro. Pidió la batuta. Mandó a Best al rincón con el pelotón de los torpes. Y todo fue fácil. Los sevillanos de la grada notaron que tragaban con fluidez. Pero Luis se empeñó en hacerles una traqueotomía para que pasara el albondigón. Un envío largo a Rexach con devolución de éste a la  plaza del pueblo. Todo el vecindario estaba allí cuando a Jackson se le ocurrió cederle el balón a su portero. Era la hora del rojiblanco. Encendió la ristra de la traca. Se coló por entre la muchedumbre. Esperó a que el portero estuviera en levitación para cruzarle el balón al otro lado.

Que conste, el “Sabio de Hortaleza” era su hermano, pero desde aquel gol no se lo ha creído nadie.

40  Asensi demostró que Las Palmas era Europa.  

España – Yugoslavia: 19-octubre-1972

A Julio César le advirtieron que se cuidara de los idus de marzo. No hizo caso. Tampoco se hubiese fiado de Ruppert y le hubiera hecho un nudo con su túnica antes de que Bruto le buscara las cosquillas intercostales, con una daga, en un día ventoso.

Kubala, más pragmático que el autor de “De bello gallico”, tenía puesto en el frontispicio de su academia: “Nunca te fíes de los balcánicos”. Por algo sería…  Por eso Kubala estaba en un grito desde que la FIFA nos quitó el ciclo británico por el balcánico entregándonos a yugoslavos, rumanos, búlgaros… Era un sin vivir. O sea.

Pitágoras fulminó a Tales de Mileto, el de las aporías, con una frase barriobajera: “El movimiento se demuestra andando”.  Y a todo eso, la tortuga perdida por el tendedero sin que Aquiles pudiera echarle el guante…

Boskov lo hizo más breve con aquello de “fútbol es fútbol”; pero antes de que ese precipitado se quedara en el fondo del matraz, había dicho tonterías sin cuento. Tonterías, sí, pero todas las puntadas las daba con hilo. Ojo.

Era la X Copa del Mundo. España llevó el partido al Insular de Las Palmas de Gran Canaria, equipo de Primera División. Y la sorpresa: protesta de los yugoslavos porque aquello era territorio extra europeo. Temperaturas ecuatoriales.  Campo construido sobre lava y rellenado con carbonilla o escoria volcánica. Además, por si se les envenenaba, exigían control antidopaje antes del partido, en el descanso y al final. Lo que se llama guerra de nervios y servida en caliente. Y es que Boskov, que era licenciado en Historia, demostraba no haber leído ni un folleto turístico. Si Las Palmas era un paraíso para los europeos, para los ciudadanos de más allá de la cortina –los italianos siempre tan finolis- era un sueño edénico. Porque el paraíso ya lo tenían.

Boskov fue invitado por la RFEF para que  comprobara lo de los folletos. Yelena, su esposa, fue tildada de loca cuando contó a sus amigas cómo era el hotel de la playa de Santa Catalina, los tesoros que había en los escaparates de la calle Alvareda y los precios… Y de la temperatura, para qué hablar.

Total que Boskov dijo que alguien le había engañado. Se deshizo en zalemas en su idioma vujadinio, lengua que no abandonó en su vida.

Pero el partido tenía un cariz horroroso. Nos íbamos por el tobogán maldito. Y pese a que Boskov  estuvo con un miedo pavoroso todo el partido, a falta de cinco minutos iba ganando por 1-2.

Minuto 88. Kubala con la mirada perdida. El público saliendo a racimos con los bolsillos llenos de mal humor. Ufarte se mete hasta la línea de fondo. Envía en balón hacia atrás. Amancio hace un sprint de lujo y llega a ese balón imposible. Le da a la media vuelta para ver si los dioses guanches le echan una manita. Y llega resoplando Asensi, quien como Belmonte perdía la chepa al entrar en faena. Se levantó en el aire. Como un huso. Y echó mano del resorte de debajo del asiento. Cabeceó como un martillo pilón. Gol. Luego, como un neumático pinchado se dobló.

La eliminación se alejaba, de momento. Kubala  entró en el césped dando saltos. Boskov, desplomado sobre la carbonilla volcánica, pensó que era hora de ir considerando la oferta del Zaragoza.

41 Roberto Martínez, oriundo, abrió la puerta para la V Copa de Europa

Dinamarca-España: 25-9-1974

Los aires de fronda eran muy socorridos en las novelas de Víctor Hugo. ¡Ah, el arrapiezo de Gavroche, la sacrificada Fantine y el truhán de Jean Valjean! Pero el fútbol español en aquellos momentos era, talmente, un novelón de Hugo. El huracán de los falsos oriundos era como el arranque de una película de Cecil B. de Mille. El COI hacía de Hamlet con el artículo 26 de sus Estatutos intentando borrar a los amateurs, sin acordarse de que el barón de Coubertin murió en un parque antes de permitir que los olímpicos fueran profesionales; pero Avery Brundage había muerto y Lord Killanin cogió la calavera que le prestó Laurence Olivier y la lió. Las fuerzas futboleras de la  sociedad civil se encrespaban incordiando con la seguridad social y el eterno derecho de retención; no sabían que aparecería Bosman y que se implantaría el PPV.  Inaugurábamos la V Copa de Europa como si fuera Amberes, porque volvíamos a enfrentarnos con Dinamarca. Con la ventaja, esta vez, de que ellos seguían siendo amateurs y nosotros tampoco, que hubiera dicho Dalí. El fútbol universal estaba encajonado en el “cerocerismo” y ni siquiera lo aliviaba el pertinaz “baño y masaje” que encabezaba el parte diario de novedades de los seleccionados. Y Kubala, como en todas las convocatorias, hacía de roscón de Reyes con una sorpresa que dejaba a los periodistas sin dientes.

Pero a don Ladislao, se sabe, Dios le tendrá en un buen sitio en el firmamento por lo mucho que sufría en todos los partidos internacionales. Salvo unas excepciones contadas, cada partido era una atroz tortura en la que “los chicos”, pese a la “moral óptima”, le daban cada disgusto que le tundían. Pero, bien visto, Kubala tenía su puntito de “masoca”. Hace falta tener ganas de suspense para seleccionar a Pipi Calzaslargas. O sea, Roberto Martínez. Con sus medias caídas, con su perfil de oriundo –con abuelo del ayuntamiento de Celta y la abuela de la pedanía de Racing de la Ribera, Santander- su gran zancada en la que se le anudaban las piernas, se le trabucaban los pies y sangraba por la nariz, todo a la vez.

Pero allí estaba Roberto, de ariete de la furia. Todo el equipo tenía una suficiencia que sólo se ha vuelto a ver en el Madrid de los galácticos. Por ello los daneses tenían a Kubala en un grito.

Más, he ahí, que Claramunt hizo un escorzo hacia fuera y le dejó a Roberto solo y con una parcela recalificada por el ayuntamiento de Copenhague. Echó a correr y llegó al balón, se lo dejó atrás, lo rebañó con el empeine, tropezó con el único trébol que estaba derecho, se trastabilló hasta casi caerse, hizo un bamboleo temerario que casi le deja en el césped cuan largo era, se incorporó dejando otra vez el balón atrás, se le engancharon los tobillos… El rostro de Kubala llegó al rojo cereza. Los rubios daneses hacían apuesta de los pasos que iba a dar antes de caerse. En equilibro desequilibrado llegó a cinco metros de Larsen. Y le engañó. Gol.

Los puntillosos de la estadística aún discuten si golpeó con la puntera, el tobillo, la espinilla, el triceps, el sóleo o los aductores. Para tabularlo. Es decir.

42 Quini a lomos de la Historia.

Escocia – España: 20-noviembre-1974

Quienes creen que la Historia es una pastueña matrona tan bisoja como la Justicia, se equivocan de piso y de portal. Clío, para los amigos, es cenceña como un junco y lleva albaceteña de siete muelles en el triángulo superior del tanga. Por ello, en cuanto alguien se descuida, le da un viaje de aquí te espero.

Los gijoneses recién llegados ya no tienen lumbre baja, con morrillos para sujetar los troncos, y así no hay quien se siente a amor de las llamas, cuando Pajares bufa y la mar se  cabrea. Si tal sucediera se enterarían que hubo un tiempo en que el Sporting era un grande. Y que de sus filas salían cuatro o cinco fijos para la Selección. Y que aún le quedaban otros tres en los Sub 21. Por eso estaba allí Quini.

Por otro lado, los británicos siempre han querido llevar al huerto a sus rivales en noviembre. Lluvia, niebla, barro. Lo del whisky es otra historia.

Era la V Copa de Europa. Escocia aún no se había estrenado. En España, a juzgar por lo que caía, siempre era noviembre.  Se sancionaba al secretario general de la Federación alanceado por los clubes que recorrían Hispanoamérica con el trabuco en ristre para balear a falsos oriundos. El Barcelona quería  llevarse el resto con un trío de extranjeros –Sotil, Neeskens y Cruyff- y el pianista se fue antes de que empezara la balacera. Algún patriota denunció a España ante la UEFA  por presunta alineación indebida de Roberto Martínez, y la Federación tuvo que mostrar una escalera de color con certificados, partidas de nacimiento, juramentos, señas de primos hermanos de Albacete y cuñados de Cambrils. Luego las pequeñas cosas de rutina, nada en definitiva: la seguridad social de los futbolistas, el derecho de retención, las horas extra de las prórrogas…

Clío también constata la importancia de los perros en el fútbol británico. Que no sólo vivió Pickles para encontrar la copa perdida, sino que frecuentemente los canes gustan de pasear por entre balones. Aquella tarde hubo dos interrupciones por “¡Ojo al perro!”. Y no vean como se pusieron los de “Perros sin fronteras” cuando Capón intentó espantar a uno de ellos con pellas de barro diestramente lanzadas…

Kubala, a pesar de que se jugaba con furia, sufría y sufría. Se perdía. Iribar paró un penalti. ¡¡¡Ufff!!! Al propio Quini le anularon un gol hermoso por mor de la deficiencia en la ecuación de la curva clotoide de la trayectoria del balón.

No fue un gol bonito. Ni de diseño ni de artesanía cara. Más bien de mercadillo de todo a cien. Planas II vaciló un siglo entre mandar el balón a Roberto o a Quini. Acertó. Quini, después de avanzar y cuando estaba ante los defensas, se paró. Como Tancredo el de los toros. Sólo un chavalín de Madrid lo vio claro; se llamaba Butragueño y le sacó jugo a eso de pararse entre los defensas. Total, que Quiní reinició. Y tiró flojito y colocadito. Harvey rechazó. ¡Ahora fuerte!, se dijo Quini. Y clavó el rechace con un cañonazo a lo Puerto Urraco.

La sidra subió de precio; el “scotch”, por los suelos.

43 Rubén Cano acabó con “Perfidia”,  aire popular yugoslavo

Yugoslavia – España: 30-noviembre- 1977

Pese a que Kubala parecía haber perdido el oremus, sus grandes sentencias le  sobrevivirían. Una de las más prudentes  concentraba su desconfianza en los balcánicos y similares. Pero la UEFA de Franchi parecía tener especial inquina contra el gran Ladislao y metió a España en un grupo con rumanos y yugoslavos. Un “menage a trois” en el que España parecía el “terzo incómoto”. ¿O fue la FIFA de Havelange, molesta porque España había votado por Sir Stanley Rous? Ni siquiera Ramiro de Maeztu había imaginado tal ataque a la Hispanidad. Porque allá al frente no estaba Estambul, que cantaba Espronceda, sino Argentina con su Copa del Mundo esperando a los hijos de “la madre patria”. Y sus divisas, por supuesto. Tanto Italia como España podían ser las grandes taquilleras de la función de la pampa. Pero Rodrigo de Triana, amordazado en la cofa, no podía gritar aún eso de “¡Tierra!” que tanto juego le dio a Fray Bartolomé de las Casas.

Y por ahí empezó el gran Kovacs, rumano, genio del fútbol universal, pero sólo en las páginas de “L’Equipe”. Detrás de Yugoslavia, una vez descabalgado Boskov, estaba el siempre untuoso Miljanic que era como una guindilla envuelta en mantequilla de Soria.

La conjura para hacer que España llegara a la Argentina fue el primer tango en Paris de Kovacs. Después, la descalificación de España por lo de los oriundos que aún coleaba con Roberto Martínez. Pero los yugoslavos eran el otro escollo. Y más desde que Rumanía les dio para el pelo en el propio Belgrado.

El único clavo al que agarrarse que tenían los yugoslavos era España. Y lo querían frío.

Las maniobras fueron tantas y tan arteras que baste una muestra. Como se pensara que iban a recurrir al envenenamiento de la comida, para que unas diarreas oportunas  acabaran con la furia española, hubo que pedir voluntarios para que se aprestaran a ser probadores de los alimentos. Las víctimas de la presunta gastroenteritis fueron el Doctor Delgado y el masajista Mur, o sea, los más próximos al botiquín.

Si la Florencia de 1934 fue una fiesta ante Sclessin 1969, éste resultó una verbena ante Belgrado. El equipo azul salió dispuesto a dejar muchas vacantes para los compatriotas que venían al fútbol español en enjambres. Estuviera o no el balón en juego siempre había un yugoslavo sacudiendo a un español. Y el árbitro con un miedo cerval -¡lo reconoció hasta Escartín, valedor de todos los trencillas universales con razón o sin ella!- ante aquella masa ululante del “pequeño Maracaná”. Todo con ricino sólido. Se cargaron a Pirri y dejaron arrastrando las piernas a media docena de hispanos. Porque Yugoslavia necesitaba ganar y nada menos que por tres goles. Y lo tenía color ala de cuervo.

Setenta minutos de resistencia heroica que dejó pálido el recuerdo de Sagunto. Iban ya 70 minutos de partido. Los yugoslavos cada vez más agresivos. El público fuera de sí. Y entonces al bético Cardeñosa se le ocurrió apurar la jugada  hasta casi la línea de fondo.  Y lanzó “un melón” hacia el área azul. Ruben Cano, clarísimo precursor de Zidane, dio un golpe a aquella hortaliza y la coló en la jaula de Katalinic. Ahora si que los estadísticos estuvieron de acuerdo, Rubén sacudió el trallazo con la espinilla.

Corrió como un poseso hasta que el resto del equipo le sepultó con un montón que la prensa universal llevó a su portada. Ni el pelotón de Iwo Jima –ahora que Clint Eastwood lo ha rescatado- fue tan famoso como aquella piña.

Si, luego vino lo de Juanito, Nerón y el botellazo. Pero la autoridad en esa materia es el director de esta publicación. Que hable ahora o calle para siempre. Los novios pueden besarse.

44. Villar, con catalejo, hizo de Limasol un lugar de veraneo

Chipre – España: 9-diciembre-1979

Nadie es dueño del futuro, y no me tomen en cuenta lo pomposo de la frase. Pero lo que pasa es que es así. Cuando a Pérez Payá “lo dimitieron” en el “Diario de Burgos”, en vez de en el “Diario Oficial del Estado”, quien más quien menos pensó que se habían acabado los internacionales en el trono federativo.

Pérez Payá era ariete, había jugado dos partidos con la Selección y no había metido ningún gol. Pero siempre podía consolarse con que a Pablo Porta, que no es que no fuera internacional, es que ni siquiera había jugado al fútbol en su vida, le descabalgaran con un decreto.

Nuevamente los hombres de la UEFA habían montado un grupo de clasificación para poner de los nervios a Kubala. Pero eso sí, para que no fuera un trío pecaminoso, le añadieron a Chipre para que se desahogaran la líbido. Muy considerados. Pero ya queda dicho que el seleccionador español sufría ante cualquiera.

Las islas mediterráneas orientales no crían esa carbonilla volcánica que tanto preocupaba a Boskov, En vez de  musgo daban directamente asfalto. De aquí que los campos chipriotas fueran como una autopista de pago. Ni un bache, ni una hierba, ni siquiera un cardo para justificar el juego duro. Con una manguera y una apisonadora bastaba y sobraba para dejar el campo en estado de revista.

Había miedo porque Chipre está cerca de Turquía, con campos del mismo concreto, que dirían los mejicanos, que siempre daba pánicos a todos.

Kubala, que cumplía su partido sesenta, era un hombre muy respetuoso. Pero poco pitoniso. Así pues había que alejar de su propósito el que seleccionara contumazmente a Villar sabiendo que iba a ser presidente de la Real Federación. Porque cuando Villar pisó la losa escurialense de Tsirión ya  llevaba en el cráneo veintidós “caps”. Un “Txapelón”, o sea. Era de Bilbao, batía record de partidos y goles en el Athletic y estudiaba  Derecho en Deusto. Un respeto, vamos.

Por si quedaba alguna duda, a los cinco minutos de partido, recogió un balón que rebrincaba como un tapacubos desprendido de una rueda,  y, sin decir nada a sus compañeros, le  arreó un sartenazo que entró a media altura en el marco de Koupanos, quien oyó el silbido cuando ya tenía el balón en las cuerdas. Es lo que tienen los artilugios supersónicos, que te pillan en cueros. Y eso que el nombre de pila del meta chipriota era Herodotos, quizá en honor a un memorialista famoso.

Kovacs y Miljanic se cubrieron la cabeza de ceniza volcánica llevada expresamente de las Canarias. Y exigieron una multa para Villar por exceso de velocidad.

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