Cien años de La Torre de la Marquesa, el primer campo de fútbol del Real Murcia
De Juan Antonio Garre ClementeA lo largo de su casi centenaria historia, el Real Murcia ha jugado como equipo local en tres campos de fútbol diferentes: La Torre de la Marquesa (1920-1924), La Condomina (1924-2006) y La Nueva Condomina (desde 2006 en adelante).
El campo de fútbol de La Torre de la Marquesa, inaugurado el 27 de enero de 1918, tiene una gran importancia en la historia del Real Murcia. En aquel pequeño terreno de tierra, en el que crecía descontroladamente la hierba, el equipo grana, entonces denominado R. Levante FC, disputó el 28 de marzo de 1920 el primer encuentro de su casi centenaria historia ante el Cartagena FC. También en aquel lugar jugó su primer encuentro de competición oficial, un partido del Campeonato Regional de Levante ante el Club Deportivo Albacetense que se celebró el 12 de diciembre de 1920, y allí disputó el primer partido internacional de su historia, el 10 de mayo 1923 ante el FC Nuremberg.
Pero, por encima de todo, aquel terreno de juego fue fundamental para que el fútbol se transformara en un deporte de masas en la ciudad de Murcia y, como consecuencia de ello, que se sembrara el germen del murcianismo. Tal es así que, pese a que apenas acogió los partidos del Real Murcia durante poco más de cuatro años y medio, el campo de la Torre de la Marquesa se convirtió en todo un símbolo, hasta el punto de que varias décadas después de su demolición, aquellos seguidores murcianistas más antiguos proclamaban orgullosos su fidelidad al club, haciendo constar que eran aficionados al Real Murcia “desde los tiempos de La Torre de la Marquesa”.
Las primeras noticias sobre la práctica del fútbol en la ciudad de Murcia datan del mes de enero de 1903. Los primeros escenarios que utilizaron los estudiantes murcianos para jugar a este novedoso deporte fueron la plaza de toros y, posteriormente, un terreno irregular situado junto al campo de tiro de Espinardo. Este último, que se encontraba a unos cinco kilómetros del núcleo urbano de Murcia, fue habilitado como campo de fútbol debido a las dificultades existentes para encontrar un lugar adecuado cerca de la ciudad, ya que ésta se encontraba completamente rodeada por la huerta.
La lejanía del campo de Espinardo respecto a la ciudad fue un factor muy importante para que la afición al fútbol no arraigara entre los murcianos durante las dos primeras décadas del siglo XX. Además, aquel terreno de juego ofrecía otros graves inconvenientes. Apenas medía unos 60 metros de largo, se encontraba inclinado hacia una de las bandas, y parte de su superficie se encontraba en mitad de un camino vecinal, de modo que cuando se acercaba un carruaje la práctica futbolística tenía que interrumpirse. Un testimonio del ex jugador del Real Murcia, Antonio Alburquerque indica que había un pequeño árbol en mitad del terreno. Pese a todas estas irregularidades, el campo de Espinardo acogió partidos de fútbol entre 1903 y 1917, debido a la imposibilidad de acondicionar otro lugar para la práctica de este deporte.
La primera iniciativa para construir un campo de fútbol de dimensiones reglamentarias surgió tras un acontecimiento muy llamativo. En la Semana Santa de 1917 el Athletic Club de Murcia (así se denominaba aquel año el club más importante de la ciudad) y el Sporting Club Carthago de Cartagena convinieron la disputa de dos partidos, uno en el campo de cada equipo. El primer encuentro se celebró el 13 de abril en el terreno de juego de los murcianos y finalizó con la victoria de los visitantes por 1-2. La prensa de ambas ciudades se quejó del deplorable estado del terreno de juego. El diario El Tiempo de Murcia publicó que “todas las capitales cuentan con un buen campo de sport donde los jóvenes de buenas costumbres pueden ejercitarse, apartándose de vicios perniciosos y adquiriendo por ese constante ejercicio que hacen al aire libre fortaleza y salud. Y Murcia debe tenerlo también”. Más duro fue El Eco de Cartagena, cuyo enviado a Murcia escribió que “el terreno de juego es de lo más malo que puede haber para estos menesteres. De dimensiones irrisorias y de un piso verdaderamente infernal. Por un lado, una carretera llena de surcos y por otra una pendiente pronunciadísima, de esas de las de peligro de muerte”.
El 29 de abril en el viaje de vuelta, tras disputar el encuentro de Cartagena, el entonces jugador del Athletic Club de Murcia, Alfonso Guillamón, comunicó a sus compañeros que buscaría un terreno cercano a la ciudad para acondicionarlo como campo de fútbol porque estaba convencido de que en un campo de fútbol con unas condiciones adecuadas, el club conseguiría mejores resultados. En principio, la nueva instalación ofrecería tres importantes ventajas.
– Se le proporcionaría a los deportistas murcianos un lugar adecuado para jugar al fútbol
– La proximidad al núcleo urbano facilitaría la asistencia de aficionados
– La disponibilidad de un terreno de juego con dimensiones reglamentarias, permitiría que la junta directiva pudiera concertar partidos de fútbol con equipos importantes de otras provincias, que se hubieran negado a jugar en el campo de Espinardo.
Poco después de aquel 29 de abril, Alfonso Guillamón y Ricardo Servet recorrieron los caminos anexos a los huertos que rodeaban la ciudad en busca de un terreno y parece ser que durante el verano lograron su objetivo. El propio Guillamón contó, varias décadas después, que tras dar varias vueltas por los alrededores de la ciudad intentando buscar una ubicación adecuada para construir el nuevo campo de fútbol, él y Servet se fijaron en un pequeño huerto que estaba situado frente al asilo de ancianos, y muy cercano a un caserón conocido como La Torre de la Marquesa.
El terreno, que llamó la atención de Guillamón y Servet por su forma rectangular, estaba ocupado por árboles frutales (sobre todo por membrilleros y granados) y plantaciones de maíz, pimientos, tomates y lechugas. Después de indagar sobre la propiedad de las tierras, supieron que éstas pertenecían a Diego Chico de Guzmán, conde de la Real Piedad, que a su vez se las tenía arrendadas a dos personas, Nicolás Cano, más conocido como Colás, quien era propietario de un establecimiento que servía de tienda y de merendero, y a una mujer anciana llamada María.
En primer lugar, Guillamón y Servet se entrevistaron con José Miñano, administrador de la finca, y le hicieron una oferta para arrendar aquella propiedad con el fin de convertirla en un campo de fútbol. En un principio, Miñano no era partidario de comunicarle al propietario la sorprendente petición que le habían hecho aquellos visitantes. Finalmente accedió, y ante su sorpresa, resultó que el conde de la Real Piedad, que era aficionado al deporte, aceptó la propuesta, aunque con dos condiciones: por un lado, Guillamón y Servet debían llegar a un acuerdo con los arrendatarios, a quienes tendrían que indemnizar por el traspaso, y por otro lado, el conde se reservaba el derecho de recuperar la propiedad en el momento en que lo creyera conveniente. En un principio se acordó que la cesión del terreno a Alfonso Guillamón sería por tres años.
Tras convencer al conde de la Real Piedad, Guillamón y Servet se entrevistaron con los arrendatarios. Con Colás no hubo problemas para llegar a un acuerdo. Se le propuso cederle en exclusiva la explotación de la cantina del campo de fútbol y, además, los directivos del futuro Murcia FC accedieron a pagarle una deuda económica. Era una muy buena oferta para aquel hombre, cuyo ventorrillo era conocido porque en él se había producido un asesinato en el año 1901. María, la otra arrendataria, puso más impedimentos. Esta mujer no había oído hablar de fútbol en su vida y tenía muchas dudas acerca de las verdaderas intenciones de aquellos visitantes. Después de varias conversaciones que estuvieron a punto de agotar la paciencia de los directivos, éstos lograron llegar a un acuerdo económico con la anciana y, de este modo, consiguieron que aquel huerto cercano al caserón de La Torre de la Marquesa se transformara en el primer campo de fútbol digno que existió en el municipio de Murcia. Por fin se colmaba una antigua aspiración que se perseguía desde el año 1903.
Durante el otoño de 1917 se realizaron las reformas pertinentes. Se explanó el terreno y se cercó el perímetro con una tapia de piedra. Una vez finalizadas las obras era el momento de fundar un club, reanudar la actividad del Athletic de Murcia, o reconstituir alguno de los antiguos clubes de la ciudad. Finalmente, Alfonso Guillamón decidió que, por tercera vez en la historia, la sociedad deportiva se denominara Murcia Foot-Ball Club, como en 1906 y en 1910, aunque, en esta ocasión, la tradicional camiseta blanca fue sustituida por una camiseta rojiblanca con rayas muy anchas.
A nivel administrativo, el nuevo Murcia FC dio sus primeros pasos en noviembre de 1917, bajo la presidencia de Guillamón. A principios del mes siguiente el huerto ya se había transformado en un campo de fútbol de tierra. El terreno de juego estaba rodeado de moreras. Junto al mismo había una acequia. Los aficionados se desplazaban desde la ciudad por el arco de la Aurora y el camino del Portillo de San Antonio, bordeando la huerta, a través de sendas estrechas, que en los días de lluvia quedaban convertidas en un inmenso barrizal.
La nueva instalación fue acogida con una enorme ilusión por los jóvenes deportistas de la ciudad, quienes inmediatamente concertaron varios partidos de entrenamiento. La inauguración oficial se fijó para el 8 de diciembre, día en el que estaba previsto que se enfrentaran dos equipos compuestos por jugadores del Murcia FC. Sin embargo, el partido tuvo que ser aplazado por la lluvia.
La junta directiva acordó retrasar la inauguración del campo hasta fechas navideñas, pero la meteorología volvió a ser adversa. Finalmente se decidió que el partido de inauguración enfrentara al Murcia FC y al Hispania de Orihuela y que se celebrara el 27 de enero, a partir de las 15:00 horas.
Para la ocasión, los directivos murcianos contrataron a una charanga de la entonces pedanía de Santiago y Zaraíche. En la víspera hubo pasacalles por toda la ciudad, lanzamiento de cohetes y reparto de prospectos. Sin embargo, a la hora del partido la climatología volvió a jugar una mala pasada a toda la familia futbolística. A mediodía cayó sobre la ciudad un fuerte aguacero que dejó el terreno de juego en pésimas condiciones. Este contratiempo influyó para que la concurrencia de público fuera escasa. La alineación del Murcia FC estuvo compuesta por Gálvez: Fernández, Maldonado: Gilabert, Saura, Abellán; Sánchez Hernández, Tomás, Plaza, Marcos Porcel y Alburquerque. Únicamente se mantenían cuatro jugadores de la alineación que presentó el Athletic Club de Murcia nueve meses antes, en el que fue el último partido de su corta historia. El debut no pudo ser más positivo para los murcianos que derrotaron a su rival por un contundente 10-0.
Entre 1918 y 1919 el Murcia FC disputó 39 partidos en La Torre de la Marquesa, todos amistosos y la mayoría de ellos arbitrados por Alfonso Guillamón, que tenía fama de ser excesivamente parcial en defensa de los intereses del club que presidía. La disolución del Murcia FC vino motivada por un enfrentamiento entre la directiva y los jugadores a raíz de una discusión originada por motivos económicos. En abril de 1918 la directiva del Murcia FC había contratado al cartagenero José Ausejo, uno de los mejores jugadores de la región, a cambio de un sueldo diario de 2,50 pesetas. Era el primer jugador que cobraba por jugar en un club de la ciudad y ello no le gustó a varios de sus compañeros. La situación se fue recrudeciendo con el paso de los meses, a raíz de que otros jugadores comenzaran a pedir compensaciones económicas.
El 22 de junio de 1919, tras un encuentro disputado en Cartagena, el Murcia FC recibió 250 pesetas en concepto de dietas. Los jugadores pidieron que este dinero fuera repartido entre ellos, lo que originó un cisma dentro del club. Después de muchas discusiones Guillamón entregó esta cantidad, pero la situación le acarreó tal disgusto que cerró La Torre de la Marquesa y, de este modo, dejó a la ciudad sin fútbol.
Unos meses después, y al socaire de la constitución de la Federación Levantina de Fútbol, que posibilitaba que un club de Murcia pudiera participar por primera vez en competiciones federadas, varios jugadores se entrevistaron con distintas personalidades de la ciudad aficionadas al fútbol, para lograr que alguna de ellas fundara un nuevo club. Las conversaciones dieron sus frutos con la creación del R. Levante FC (más tarde, Real Murcia), presidido por el doctor Ramón Ángel Cremades. Sin embargo, Guillamón, dolido por el comportamiento de los futbolistas, se negó a traspasar el campo de fútbol a los dirigentes del nuevo club, lo que motivó que éste no pudiera participar en el Campeonato de Levante de la temporada 19-20 en el que se había inscrito, al no disponer de un terreno de juego. Finalmente, se produjo el acuerdo, y el 28 de marzo de 1920 el actual Real Murcia disputó el primer partido amistoso de su historia en La Torre de la Marquesa ante el Cartagena FC.
El campo de La Torre de la Marquesa fue el escenario del despegue definitivo del fútbol murciano que comenzó a fraguarse en la temporada 1920-21, cuando el Levante FC se proclamó campeón de la región levantina, que comprendía las provincias de Castellón, Valencia, Albacete, Alicante y Murcia. Sin embargo, el campo de La Torre de la Marquesa comenzó a tener los días contados desde el mismo momento en el que las autoridades se dieron cuenta de que aquella parcela (tanto por su localización, como por sus dimensiones) era ideal para atender necesidades más importantes que albergar partidos de fútbol. Por otra parte, el club necesitaba un nuevo terreno de juego porque el aumento de popularidad del fútbol a principios de la década de 1920, no estaba en consonancia con una instalación que ofrecía muy pocas comodidades a los espectadores.
La idea de Guillamón y Servet de arrendar aquel huerto y convertirlo en una amplia explanada influyó en el planeamiento urbanístico de la ciudad. En 1920, apenas dos años después de la inauguración del campo de fútbol, los políticos murcianos ya habían puesto sus ojos en aquel terreno para que albergara la nueva cárcel (aunque para ello también era necesario demoler el torreón que dio nombre al campo de fútbol y que se encontraba en un estado ruinoso). Poco después se llegó a la conclusión de que otra parte del norte de la explanada podría albergar la estación del ferrocarril Murcia-Caravaca. Ambos edificios siguen en pie a día de hoy.
De este modo, el conde de la Real Piedad llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento de Murcia, que adquirió la propiedad del terreno en el que se encontraba el campo de fútbol de La Torre de la Marquesa, si bien parte del mismo fue cedido en 1923 al Estado para ubicar la cárcel, cuya construcción comenzó ese mismo año en un terreno anexo al del campo de fútbol. La Torre de la Marquesa albergó por última vez un encuentro del Real Murcia el 7 de diciembre de 1924. Aquel día las obras del nuevo “stadium” de La Condomina estaban muy próximas a su finalización.
Entre 1920 y 1924 el Real Murcia disputó en La Torre de la Marquesa 13 partidos oficiales, 12 correspondientes al campeonato regional levantino, y uno del campeonato de España ante el Sevilla, celebrado el 17 de abril de 1921, y. al menos, 143 partidos amistosos. El guardameta Francisco Juseph y el defensa Jesús Pagán, dos mitos del murcianismo cuya figura ha sido casi olvidada con el paso de las décadas, fueron los futbolistas que disputaron más partidos en este terreno de juego.
El romanticismo del campo de fútbol de la Torre de la Marquesa parte de sus propias imperfecciones. Era un terreno de juego plagado de incomodidades en el que sólo algunos privilegiados podían ver el fútbol sentado en sillas de madera. La gran mayoría del público lo presenciaba de pie, detrás de una cuerda que nunca estaba tensa porque los aficionados solían apoyarse en ella. Otro inconveniente era la propia actitud del público que, con frecuencia, solía cruzar por algún lugar del terreno de juego para cambiar su ubicación, lo que hizo que los partidos tuvieran que detenerse en las ocasiones (que no fueron pocas) en las que la presencia de los espectadores influía en el desarrollo del juego.
Algunos jóvenes más osados buscaban una mejor perspectiva y presenciaban el encuentro sentados en la tapia que circundaba el terreno de juego, o subidos en las moreras de alrededor. Existía una caseta que estaba situada a unos 50 metros del recinto en la que se guardaban los pocos utensilios que se utilizaban, como las redes de las porterías. Era una pequeña habitación sin duchas, que en ocasiones se utilizaba como vestuario, aunque lo habitual era que los jugadores llegaran al campo de fútbol ya equipados. En la última época la directiva habilitó un espacio para que los redactores deportivos de los periódicos pudieran trabajar con cierta tranquilidad, e incluso se instaló un rudimentario marcador. Pese a todos estos inconvenientes, el entorno del campo de fútbol en mitad de la huerta llamaba la atención a aquellos jugadores que lo visitaban por primera vez, tal es el caso del sevillista, Pepe Brand, quien dejó escrito en su diario que el campo “es muy bonito porque está rodeado de la huerta, que parece un jardín”.
Los únicos recuerdos que quedan del campo de La Torre de la Marquesa son un puñado de fotografías y el balón que se utilizó en el partido de inauguración que ha sido conservado durante estos cien años por la familia Guillamón. La mayor parte de vivencias y anécdotas con los que cientos de murcianos aprendieron a amar a un equipo de fútbol han quedado sepultadas en el olvido con el discurrir del tiempo. Más que un campo de fútbol, La Torre de la Marquesa fue símbolo para el murcianismo. Cien años después, la zona sur de aquel terreno está ocupada por la plaza Circular, que es el lugar en el que los seguidores del Real Murcia se reúnen para festejar sus grandes acontecimientos. Posiblemente sean los únicos aficionados de un club español que celebran sus triunfos en el mismo lugar en el que estaba ubicado el primer campo de fútbol de su equipo.