La campa de Lamiaco
De Félix MartialayEl fútbol entró en Bilbao en vena. Por la ría, Nervión arriba, hasta tocar el corazón de los jóvenes bilbaínos. De aquí, también, lo permanente de la «infección».
Del Gimnasio Zamacois, en 1898 [Gimnasio Higiénico y Recreativo = Director: D. José de Zamacois = Calle Ibáñez de Bilbao = Horarios: mañanas: de 7 a 1; tardes: de 5 a 9], y a instancias entusiastas de D. Juan Astorquia, a quien todos conocían como Juanito Astorquia, hasta su muerte en 1905, parte de los que practicaban día a día la «tablas suecas», daban volatines sobre los plinton, comprimían la respiración para hacer «el cristo» en las anillas, o tensaban los brazos en las paralelas, se lanzaron a ensayar ese nuevo «sport», que habían traído de Inglaterra los bilbaínos estudiantes en los colegios católicos de Manchester y que revalidaban las tripulaciones de los barcos británicos que recalaban en la capital vizcaína procedentes del Reino Unido.
Lo dicho, el fútbol entró en Bilbao por la vena fluvial del Nervión. Ora traído por los estudiantes de regreso al «bocho», ora por la marinería inglesa, que luego sería la encargada de suministrar esos enormes pelotones de cuero, los policromos uniformes y unas botas terroríficas con la suelas llenas de «pinchos», unas punteras redondeadas y con una consistencia que parecía forrar una chapa curva, y una banda de recio cuero sobre el empeine.
Naturalmente, los límites del gimnasio no alcanzaban las dimensiones reglamentarias mínimas que marcaba la ya famosa International Board. Había que salir al aire libre. Y las campas en las que el balón pudiera sentirse en libertad para el juego no eran escasas en los alrededores.
Pero había una… ¡Qué maravilla!… En la margen derecha del Nervión. Junto a la fábrica de electricidad, hacia Las Arenas, cerca de la vía del tren, que discurría por su parte derecha… Se llamaba Lamiaco… Pero ¡qué lejos! … A unos ocho kilómetros del centro. Allí, ya jugaban, los domingos por la mañana, los del Bilbao F.C.. Todo era cuestión de ponerse de acuerdo. Y se pusieron. Además, los del Bilbao les confiaron su secreto: «Había que ir en el tren». «Sí, era un ahorro de tiempo y energía, pero luego había que volver andando los dos kilómetros desde Las Arenas a la campa». «No, no. Los maquinistas están de nuestra parte… Al llegar a la altura de Lamiaco tocan el silbato de la locomotora, modelo 1890, para avisarnos, y reducen la marcha a fin de que podamos descolgarnos sin peligro…». Realmente no había excesivo riesgo, habida cuenta que aquel humeante caballo de hierro, de desgarrado pitido, tenía una velocidad de crucero de 15 kilómetros por hora.
Con el señor Astorquia iniciaron la aventura D. Alejandro Acha, D. Enrique Goiri, D. Luis Márquez, D. Eduardo Montejo, D. Fernando Iraolagoitia y D. Pedro Iraolagoitia.
El grupo ya tenía campo, lo que no tenía era equipo, club, nombre ni colores. Eso sí, pelotones tenían tres… que eso era lo importante para correr por la campa.
Y de esos problemas trataban en la diaria tertulia del café García, en la Gran Vía número 38. Al ver que la competencia se constituía en sociedad deportiva decidieron tocar a rebato entre los que iban a Lamiaco, que ya eran casi multitud, para primeros de febrero de ese 1901 en el propio café García. Se nombró una Comisión integrada por D. Juan Astorquia, D. José María Barquín y D. Enrique Goiri, para que redactara unos estatutos y legalizar la sociedad. En otra reunión universal, en el mismo café, y el 11 de junio, se leyeron los estatutos, se aprobaron, y nombraron Junta directiva. La integraban D. Luis Márquez, presidente; D. Francisco Íñiguez, vicepresidente; D. José María Barquín, tesorero contador; D. Enrique Goiri, secretario; y, como vocales, D. Alejandro Acha, D. Amado Arana, D. Luis Silva y D. Fernando Iraolagoitia.
El 28 de agosto presentó el señor Márquez sus Estatutos al Gobierno Civil para su aprobación. Y el 5 de septiembre, con los Estatutos aprobados por el gobernador, señor Echanove, en Asamblea definitiva, en el mismo café García, quedó ya constituida una Sociedad para el fomento de los deportes «athléticos» y en especial el conocido como «foot-ball», con el nombre de Athletic Club.
Una sociedad que bien podía tildarse de limitada: eran 33 aficionados pioneros que constituían la totalidad de los aspirantes a jugar en los equipos de la Sociedad. De momento se nombró capitán del primer equipo a D. Juan Astorquia y del segundo a D. Alfredo Mills[1] . Y se estableció la cuota mensual en 2,50 pesetas.
Junto al nombre, el uniforme, ya que hasta entonces había jugado cada uno a su aire y mayoritariamente con camisa blanca. Pues bien se estableció la uniformidad de camisa, mitad blanca, mitad azul, en vertical, y pantalón azul. Y que no faltaran los fantasiosos «cap» de terciopelo, con su viserilla… Estrenaron «tenue au complet», que decía un cronista de sociedad, el 20 de enero de 1902.
Uno de los primeros acuerdos fue la de alquilar, en unión del Bilbao F.C., la campa de Lamiaco. Los propietarios, señores D. Enrique Aguirre y D. Ramón Coste, pidieron un alquiler de 200 pesetas anuales. ¡Un Perú para aquellos jóvenes…! Pero lo alquilaron.
Los «goales», como se llamaba en aquel tiempo a las porterías, desarmados, se guardaban en la caseta de uno de los guardas de la fábrica de electricidad. Entraba en el precio del alquiler.
Huelga decir que en Lamiaco no pagaba nadie. Poco a poco, en los trenes «afines», iban llenándose los vagones con chavales y menos niños que iban a ver el juego y que, en cuanto frenaba el tren, se descolgaban por las puertas de la parte izquierda y … a galope tendido por la campa para, tras cruzar el vetusto puentecillo, colocarse en los lugares más apetecidos. Y lo que primero se «llenaba» era la banda que daba a Las Arenas. ¡Las bandas…! Huelga decir que eran rebasadas por los mirones y se formaban unas «barrigas», de amplio radio, a lo largo de ellas y dependiendo de por donde se movía el balón. Los «linesmen» tenían que ir empujando materialmente a los de «la primera fila» para correr la banda. Cuando el balón discurría por uno de los «corners» la panza de esa banda alcanzaba su momento de máxima flexión: hasta casi el área de la otra portería. Y durante el descanso, una nube de chicos y menos chicos invadían el «rectángulo», con su balón, y emulaban lo que acababan de ver. Costaba Dios y ayuda, y mucho pulmón por parte del «referee», el desalojarlos para jugar el segundo tiempo.
En enero de 1902 se valló (?) Lamiaco. En realidad fue una alambrada -con alambre de espino, colocado para acotar la campa con ocasión de celebrar un concurso hípico o de tiro al pichón- y se puso una garita, justo en el centro de la frenada del tren, para la venta de entradas. El tren llegó a tener allí una «parada instantánea» que no constaba en las guías, porque empezaba a ser frecuente el que los espectadores llegaran al millar o los dos millares. Sólo sacaban entrada algunos de los mayores. Los demás pasaban por entre las dos filas de alambres, que en algunos puntos llegaron a tener unas panzas indicadoras de los lugares de detención de las escalerillas de los vagones. La primera vez que se cobró, o se intentó cobrar la entrada fue el 19 de ese enero con ocasión de un desquite entre los más acreditados rivales y coarrendatarios de la campa: Bilbao y Athletic.
Y Lamiaco fue testigo del nacimiento del Bizcaya -reunión del Bilbao y el Athletic-; con su camisa azul y el pantalón blanco. Y cuando llegó el Burdigala de Burdeos, el 31 de marzo, el lleno fue apoteósico: tres mil espectadores. Para la ocasión, debut internacional de Lamiaco, y para la parte más respetable de la asistencia, se alquilaron sillas llevadas desde la Real y Santa Casa de la Misericordia, que llevaba construida, frente a la campa de San Mamés, desde 1872, fecha en la que abandonó su ubicación en la calle Sendeja, en pleno corazón del Bilbao de entonces y en donde se había asentado en 1774. Que claro, tales sillas, se colocaron del lado de Las Arenas, de espaldas a la mar, para desesperación de los habituales de tal localidad. En ese bautizo internacional de la campa, los franceses se fueron con las orejas calientes: 7-0.
El experimento del Team Bizcaya y su éxito en la Copa del Ayuntamiento de Madrid -la mal llamada Copa de la Coronación, de 1902; y, luego, peor asimilada como Campeonato de España, porque este nombre designa oficialmente el torneo en el que se disputa una copa donada por el Jefe del Estado, y ésa de 1902 la donó D. Alberto Aguilera, alcalde de Madrid- llevó ineluctablemente a la inmersión del Bilbao en el Athletic, que el 29 de marzo, en magna Asamblea quedó acordada unánimemente por parte de los socios y directivos de ambas sociedades.
Como hito de Lamiaco puede consignarse la goleada de 10-1 obtenida sobre el Barcelona en su primera visita a esta campa.
Junto a ese hito de gloria de Lamiaco hay que consignar el hondón de pánico cuando el Ayuntamiento de Lejona, al cual pertenecía la campa, decidió un impuesto a tanto alzado por partido. Fue inútil la visita de los directivos señores D. Ramón de Aras Jáuregui y D. Roberto Mendiguren a la Diputación. El impuesto quedó establecido. La «protección» al deporte, por parte de los políticos, empezaba… Era noviembre de 1910.
Quizá por la broma de los impuestos o acaso porque Lamiaco parecía muy lejano, pese a que el ferrocarril había establecido una parada discrecional en la entrada del campo, lo cierto es que la directiva del Athletic empezó sus gestiones para llevar su campo al propio Bilbao. Era el segundo intento de buscar campo nuevo. Pero las gestiones cerca del Ayuntamiento para que les cediera los terrenos del antiguo campo de aviación, que había estado en la prolongación de la Gran Vía, y que todavía conservaba sus tribunas, figuraban como zona ajardinada en la Ordenanza municipal y les fue denegado.
Pero, eso sí, consolaron la pena con el fichaje del primer entrenador profesional. Era un inglés, «mister» Shepherd, quien, según D. José María Mateos, de fútbol sabía poquito, pero de tomar café con leche… ¡por hectólitros!
Pero el destino de Lamiaco, su final como sede del juego «athlético», estaba ya sentenciado.
Nuevas gestiones con el Ayuntamiento, para la cesión del ferial de Basurto, al final de lo que se proyectaba como Gran Avenida, pero tampoco accedieron los munícipes a tal instalación deportiva que les cerraría ese previsto ensanche…
El estreno del uniforme definitivo, camiseta rojiblanca, cerrada con cordones al cuello, y pantalón blanco, se efectuó fuera de Lamiaco; fue en otro campo no menos histórico en el fútbol español: Amute, en Irún, y contra su titular Sporting de Irún; lo perdió el Athletic por 2-0. Fue el 9 de enero de 1910.
El por qué la camiseta rojiblanca se trocó en camisa y el albo calzón, en negro, habrá quedado en algún acta que la papirofobia hispana y la piromanía nacional de los documentos «viejos» enviaron al limbo del trapero o al infierno de la caldera de la calefacción, o se lo llevaron las aguas… Porque ¿qué club peninsular no ha tenido un par de inundaciones, algún que otro incendio, media docena de mudanzas en las que o se mojaron, o se chamuscaron o se perdieron docenas de cartapacios amorosamente liados con un balduque ya blancuzco por el paso del tiempo?
Hay que insistir en lo de la «camisa», ya olvidado. ¡Había que ver la giba de «Lorito» cuando corría la banda a unas velocidades que él mismo ignoraba que se llamaban supersónicas y que hacía que el viento hinchara su camisa como un globo! ¿Que quién era «Lorito»?. Pues el mismo al que el periodista madrileño señor Rienzi apellidó, al verle pasar como una exhalación ante su localidad, como «bala roja»; esto es, Gorostiza.
Como colofón a este antecedente de San Mamés, reproducir un artículo de José María Hernani titulado «Un recuerdo de Lamiaco». Decía el redactor de «Excelsius», en 1933:
«Si existen lugares deportivos históricos, puede perfectamente llevar este nombre el campo de Lamiaco.
«Leyendo días pasados que existe un proyecto de convertirlo en una especie de estadio o templo de los deportes al aire libre, nos alegrábamos intensamente de esta idea, porque siempre hemos temido que cualquier día se pudieran plantar berzas sobre su magnífico suelo, el mejor que hemos conocido en cuanto a calidad del terreno para la práctica del «sport».
«Lamiaco, por ser la cuna del fútbol bilbaíno, donde se desarrollaron los primeros balbuceos del juego inglés, debiera perdurar como campo dedicado a la práctica deportiva, e incluso, en cualquier rincón del mismo, se debería colocar una placa que recordase que sobre aquel suelo se inició y cimentó el fútbol vizcaíno, que tanta gloria y tantísimos triunfos ha dado a nuestro pueblo.
«Como se honra a un hombre ilustre estableciendo un recordatorio en la casa en donde vio la luz primera, así debe también honrarse la cuna del deporte que tiene acaparado el interés y la afición de toda la península.
«Nosotros, aficionados viejos, recordamos tenuemente aquellos primeros tiempos de Amann, de Ansoleaga, de García, de Davies, de Martínez, de Linnoe y de tantos otros que iniciaron en Vizcaya la afición al fútbol.
«También recordamos perfectamente, como un detalle que se nos quedó grabado en la imaginación, la figura del difunto Acha, el goalkeeper, férreo, hercúleo, que sujetaba sus muñecas y aprisionaba sus brazos con cadenas, para ponerlos en tensión.
«Tocados con sus gorrillas o solideos de colores y vestidos con aquellos uniformes blanquiazules, desteñidos, que jamás se lavaban, como no fuera con la lluvia que les caía encima de vez en cuando.
«No es extraño que la fama de sucios les acompañara por donde iban a nuestros primeros futbolistas. ¡Quién iba a lavar aquello, si apenas había para sufragar el viaje a Lamiaco!.
«Bastante mérito tenían aquellos muchachos que se equipaban totalmente de su bolsillo particular e incluso costeaban los desplazamientos. ¡Para lavanderas estaban!
«Lamiaco, con su clásica caseta-vestuario, que perduró muchísimos años, siempre en igual forma, sin la más mínima variación.
«Con sus clavos roñados para colgar las ropas y sus innumerables microbios que por allí pululaban y que no morían ni en verano ni en invierno. Microbios invulnerables a los que había que temer por su pegajosidad extraordinaria.
«Por aquella caseta pasaron generaciones de futbolistas, y allí se desarrollaron infinitas alegrías y también grandes tristezas y pesadumbres.
«El señoritismo invadió un día el campo de Lamiaco, y donde durante muchos años sólo pisaban las botas de tacos o las alpargatas de los lejonatarras, pues sus pies eran más fuertes que los tacos y que todos los cueros, se trocaron por las pisadas de los zapatos de hierro de los caballos «pur sang» para entretenimiento de los polistas. Algo así como si fuese un sacrilegio.
«Lamiaco, con su puente rústico que parecía atacado de tuberculosis, colocado allí para pasar su riachuelo, vio, como decimos, desarrollarse sobre su césped todos los comienzos del fútbol vizcaíno.
«Allí se celebraban esos primeros partidos con el Burdigala, con el Universitary catalán, equipo que desapareció hace muchos años; con el Barcelona de sus comienzos, a quien solían propinar de ordinario estrepitosas derrotas.
«En Lamiaco también tuvo lugar, hace cerca de treinta años, una especie de campeonato de Vizcaya, cuando todavía no había organización federativa, ni apenas reglamentaciones. El partido final lo jugaron el Iberia, en el que figuraba Secundino Zuazo, contra el «The Rival», del Colegio de Santiago Apóstol, con sus Basilio Larrea, Arteche, jugadores con buenos conocimientos futbolísticos. Tras un «match» emocionante, disputado encarnizadamente, triunfó el Iberia por la mínima diferencia.
«El colegio de Santiago Apóstol de Bilbao siempre ha sido un vivero de buenos jugadores de fútbol. De él salieron, entre otros, Luis Iceta, el capitán athlético durante varios años; el gran delantero centro Seve Zuazo, Zuluaga, Lamana, Hormaza y tantos otros que más tarde fortalecieron los grandes equipos.
«En Lamiaco se solía celebrar, igualmente en sus primitivos tiempos, un campeonato que se llamaba Copa Athletic, en el que tomaban parte todos los equipos que bullían entonces en Vizcaya.
«El Portugalete Deportivo, el Arenas, -antes de pasar a la primera categoría-, «Los Indians», el Arrapacenbasaitu, compuesto por muchachotes de Lejona que arreaban leña de gana; el Ariñ Ariñ, el Chataldija, que lo formaban los estudiantes de ingenieros, entre los que figuraban Adarraga, el gallego Castro, Rezola, etc.
«Aquellos Campeonatos se jugaban con todo ardor y hasta con ensañamiento por lograr el trofeo o las medallas destinadas para premios.
«Las espinillas debían ir bien defendidas, pues existía mucha predilección por acariciarlas de parte de bastantes jugadores. En este particular se distinguía un medio centro, que conocimos en «Los Indians», a quien llamaban Mahoma, escaso de vista, pero que soltaba los remos a todos los vientos con la desenvoltura de una bayadera. Rara era la vez que en su encuentro con el balón no cogía al mismo tiempo carne humana.
«El último año que se celebró el campeonato de la copa Athletic lo ganó el Arenas, pasando, precisamente aquel mismo año a la primera categoría, o sea a la que podían participar en el campeonato formal.
«Del equipo formaban parte Ramón Hurtado, Hormaechea, José Mari Peña y otros nombres prestigiosos que dieron después tantas victorias al equipo arenero. En aquel campeonato actuó con la máxima eficacia la guadaña de Ramón Hurtado, atrozmente peligrosa, sobre todo cuando hacía el «spatandantzari» tirando las piernas al aire al mismo tiempo que cerraba los ojos para no ver los destrozos que causaba.
«A pesar del tiempo, parece que el recuerdo de la historia de Lamiaco ha sido respetado por sus propietarios como si temieran profanar aquel suelo que vio los albores del fútbol vizcaíno.
«Cada vez que pasamos por el ferrocarril eléctrico como si ejerciera una sugestión sobre nosotros, no podemos por menos de contemplarlo para cerciorarnos que todavía existe, que manos criminales aún no lo han labrado dejando intacta la magnífica sábana verdosa.
«Por eso quisiéramos que el proyecto de hacer de Lamiaco un estadio para la práctica de diversos deportes se convirtiera pronto en hermosa realidad. Lamiaco merece que se le respete como se respetan y veneran las canas de un anciano que nos es querido».
No cabe duda que el punto de vista del cronista era puramente futbolístico y un tanto despectivo hacia otras cartas de nobleza deportiva de la campa de entre ríos – Gobelas y Nervión- o entre vías de comunicación -carretera de Bilbao a Algorta y el mencionado ferrocarril, luego electrificado y con apeadero propio, Lamiaco, de Bilbao a Las Arenas- y de las cuales la hípica tiene un papel tan importante como el fútbol.
Se ha hablado del cercado de alambre de espino… Pues se puso, por vez primera, el 18 de septiembre de 1887, fecha en la que se inauguraron en Lamiaco las carreras de caballos. La pista tenía 750 metros.
Por cierto, según las crónicas, tal inauguración no fue precisamente un éxito de taquilla. Y no por falta de afición de los bilbaínos a los caballos ni ¡a las apuestas!, sino por fatalidades del destino. Aquel día y a la misma hora, en el Abra, hacía una demostración de maniobras y tiro el famoso cazatorpedos «Destructor»… que aquel día y a la misma hora, la Corte Real en pleno hacía una visita a las fábricas «La Mudela» y «La Vizcaya»… que aquel día y a la misma hora, en el frontón Abando se jugaba el esperado partido de pelota a chistera entre Elícegui y Eustaquio Brau contra Baltasar y Mardura… que aquel día y a la misma hora, desde la carretera se veía perfectamente el desarrollo de las carreras, y que lo que se ve gratis no hay que pagarlo.
Las anunciadas cinco carreras quedaron reducidas a cuatro por la no llegada a tiempo de los caballos anunciados para una de ellas. La primera carrera (2.500 m.), con cuatro caballos en liza, fue ganada por «Linda» de D. Ramón de Coste, montada por Levisson. Premio: 200 pts. La segunda (3.000 m.), la ganó «Lucero» de D. Eugenio Solano, montado por De la Torre. Premio: 250 pts. La tercera (3000 m.) fue vencida por «Nicot», de D. Benigno Chávarri, montado por el ya mencionado D. Augusto Levisson. Premio: 500 pts. Y la última (2.500 m.) vio el triunfo de «Pío», de D. Tomás de Goicoechea, montado por su hermano Galo. Premio: 200 pts.
Muy luego, cuando ya el campo de San Mamés hacía historia, se instaló allí el Polo Club de Lamiaco, presidido por D. José Luis de Aznar, y que, bajo la dirección del conde de Villalonga, fue inaugurado el 12 de agosto de 1928. En la ocasión inaugural iban a contender el equipo de la Magdalena, integrado por el Rey D. Alfonso XIII, el marqués de Villabrágima, el duque de Lecera y el marqués de Portago, y el equipo del Polo Club de Lamiaco formado por los señores D. Rafael Echevarrieta, D. José Urízar, D. José Luis de Aznar y D. Luis Lezama Leguizamón.
Al margen de los caballos pura sangre y el tiro de pichón, quien haga historia del Arenas de Guecho tendrá que empezar, también, por la campa de Lamiaco.
Y es que fue mucha campa esta campa.
[1] D. Alfred Mills fue el primer inglés de las alineaciones del Athletic. Jugaba de defensa. Como otros varios ingleses del club se quedó de por vida en Bilbao. Según D. Francisco González de Ubieta, en su libro sobre el Athletic, Alfredo -nadie le llamó jamás Alfred en Bilbao-, nunca acabó de aprender el español, como otros muchos extranjeros que han pasado por el fútbol hispano. Al señor Mills -recuerda Ubieta- le era más fácil decir «déme una turbina» que «déme una tribuna». La presencia de ingleses en los clubs vizcaínos era debida a la cantidad de británicos empleados en las firmas inglesas -la del Cable era la más famosa- de las industrias bilbaínas. Normalmente esas empresas, de por sí, o reunidas tenían su equipo de «foot-ball».