Del esperpento al disparate
De José Ignacio CorcueraDesde que el fútbol se convirtiera en deporte de masas, cada verano suele ser semillero de bulos, noticias contradictorias y maniobras contractuales, no siempre edificantes. Todo parece valer con tal de que tal o cual futbolista cambie de colores, renueve compromiso, o fuerce su salida aun teniendo contrato en vigor. Esos dimes y diretes son noticia cuando los políticos, desde la playa, proporcionan escaso rédito, el mundo del toro ya no da para rellenar tanta página, y las redacciones se pueblan de becarios, aprendices o meritorios. Estío tras estío, el balón y sus cuitas salen al rescate. Ya no hace falta, siquiera, recurrir a los platillos volantes o el monstruo del lago Ness, antaño socorridas serpientes veraniegas. El fútbol siempre hace gala de puntualidad. Pero hace 66 años, durante los meses de julio, agosto, y primeros días de setiembre, las linotipias airearon una novela por entregas con ribetes de comedia bufa y esperpento tremendista.
Por extraño que se antoje, ni la identidad de su protagonista estuvo muy clara al principio, cuando el periódico “Falange”, de Las Palmas, se hizo eco de algo así como un “secuestro consentido”.
Manolete, interior canario de 18 años, había jugado en el San Cristóbal infantil, Estrella Blanca, a la sazón filial del Marino, y Telde, donde cuajó una formidable temporada. La Unión Deportiva Las Palmas lo tenía anotado en su agenda, al igual que el Club Deportivo Tenerife y los peninsulares Real Oviedo y Zaragoza, entidades, estas dos últimas, que habrían desplazado hasta el archipiélago emisarios provistos de chequera. Pero hete aquí que cuando los comisionados aragoneses y asturianos tocaron tierra, Manolete parecía haberse volatilizado.
Como en las mejores historias detectivescas, arrancaron las pesquisas. Alguien había visto al chico en Tejeda, acompañado o protegido por Juaneo, conserje del Club Marino grancanario. Sin embargo cuando los sabuesos asomaron por dicha población, la escurridiza pareja estaba ya en Tafira, donde sólo cumplirían una noche, de retorno hacia Las Palmas. Como el cerco de los perseguidores siguiera estrechándose, parece que el conserje decidió llevarse al chico hasta Veneguera. Los cazatalentos, entonces, huérfanos de pistas, decidieron tantear a la familia, ante la convicción de que sabrían dónde paraba su vástago. Hubo ofertas cruzadas, pujas, incluso. Y el padre, al fin, aturdido entre tanta cifra, accedió a poner de su parte cuanto pudiera para zanjar la cuestión. No obstante siguieron pasando los días, sin que Manolete asomara. Y la madre, claro, comenzó a dar muestras de enorme impaciencia: “¿Dónde está mi hijo?” -preguntaba a los informadores deportivos-. ¡Quiero verlo ya! ¡Que me lo devuelvan!”.
Según el reportaje de “Falange”, Juaneo y el futbolista continuaban en Veneguera, donde la Unión Deportiva Las Palmas, que era quien tenía escondido al chico hasta espantar moscones, incluso habría dispuesto una vaca; no fuere a faltar sobrealimentación al deportista, estando tan flaco. Pero con lo que no contaban los directivos amarillos era con la impaciencia de Manolete. Si tanto interés tenían por él en la Unión, ¿a qué esperaban para ponerle delante un contrato? Si desde fuera le ofrecían tantos billetes de a mil, conforme asegurase su padre, ¿pretendían, acaso, despachar su fichaje con calderilla? Ya llevaba casi un mes jugando al escondite, y estaba cansado. O los directivos grancanarios daban un paso al frente, o él volvía a Las Palmas y cerraba el trato con quien más le conviniese. Sólo entonces, viendo que en esas condiciones sería incapaz de retenerle mucho más tiempo, Juaneo apremió a la directiva insular. Horas más tarde, en un coche con las cortinillas echadas y provistos del contrato, arribaron los mandamases canarios.
Hasta ahí la primera entrega. Porque el 19 de agosto, un despacho de Alfil remitido desde Las Palmas esparcía la duda: “La noticia de que el jugador canario Manolín se ha comprometido por el Zaragoza, percibiendo a cuenta 30.000 ptas., ha producido revuelo en esta ciudad, ya que dicho jugador está sujeto por contrato vigente al Club Unión Deportiva Las Palmas. El futbolista, tan pronto tuvo conocimiento de esta noticia, se presentó en las redacciones de los periódicos para pedir se aclarase que él no había firmado ningún compromiso con el Zaragoza, ni recibido cantidad alguna. Añadió que hace algún tiempo hablaron con él dos personas, formulándole proposiciones, pero que no ha vuelto a saber nada del asunto, y pudiera ser que el Zaragoza hubiese sido objeto de un timo”.
¿“Manolete” o “Manolín”?, se preguntaron los medios insulares. Solamente los del archipiélago, pues la prensa nacional dio por sentado se trataría de un único jugador. ¿Qué más daba Manolete o Manolín? Y de eso nada, puesto que la Unión Deportiva Las Palmas contaba entre sus huestes hacia mediados de agosto, con ficha en vigor según la FEF, al medio e interior Manuel Santana Sosa, “Manolín” (Las Palmas de Gran Canaria 21-VIII-1928), hermano del también jugador amarillo Tatono, y Manuel Rodríguez Morales, “Manolete” (Las Palmas 3-I-1932), interior durante su estancia en el Estadio Insular, medio en el Hércules y Mallorca, y hasta defensa, cuando las necesidades lo requirieron, a lo largo de 6 campañas en el Sans barcelonés. Éste era, precisamente, pese al lío organizado entre periodistas, el “secuestrado con más o menos consentimiento”, y vaca a disposición en Veneguera.
Desentrañado el problema identitario, este fantástico embrollo no había hecho sino comenzar. Porque desde Zaragoza se afirmaba haber efectuado un anticipo de 30.000 ptas., garantizándose la propiedad del jugador. Y que como de éste nada se sabía, pese a la aceptación del dinero, acababan de declararlo en rebeldía.
Los redactores del diario “Falange”, picados en su amor propio, prosiguieron investigando, al tiempo que distintos corresponsales zaragozanos suministraban información a la prensa nacional. Según uno de ellos, “Manolín” fue ofrecido al club aragonés mediante carta remitida desde Canarias, advirtiéndose en el escrito que el muchacho tenía ofertas de varias entidades. Alcanzado el acuerdo contractual, se enviaron 30.000 ptas. a Las Palmas, por mediación de un Banco, con el encargo de que esa misma institución recogiese la firma del contrato, previo reconocimiento de la identidad del jugador. Así debió hacerse, pues la copia firmada obraba en los archivos del Zaragoza.
A posteriori surgieron inconvenientes. El jugador desconocía que su vínculo con la U. D. Las Palmas seguía siendo efectivo. Todo ello a cuenta de una cláusula, según la cual si el recién nacido club insular lograba ascender a 2ª División, quedaría retenido durante dos años más. Y puesto que el ascenso amarillo acababa de ser un hecho, su contrato con el Zaragoza quedaba en papel mojado. Directivos aragoneses afirmaron, no obstante, que si bien les fue ofrecido otro jugador, como sustituto, se amparaban en la legalidad del contrato suscrito. Y confiados en sus razones habían remitido el expediente a la Regional aragonesa, para que desde ésta se pronunciara al respecto la Española.
Paralelamente, Manuel Santana Sosa, “Manolín”, quiso puntualizar más en detalle lo acaecido, desde Canarias. Cuando se le presentó un agente intermediario, proponiéndole fichar por el Zaragoza, consciente de que si la U. D. Las Palmas ascendía a 2ª seguiría retenido, desistió en un primer momento. Puesto que el agente insistiera, sólo ante la eventualidad de que el club canario no pudiera encaramarse a la división de plata, consintió suscribir un documento mediante el que acordaba entregar a dicho representante un 10% de su ficha, si el salto desde las islas hasta la península concluyera cristalizando. Todo parecía indicar que ese intermediario pintó las cosas ante la directiva maña muy a su manera, sorprendiendo cualquier buena fe. Escasas fechas más tarde, el traficante hacía llegar su versión a la prensa de Las Palmas, mediante carta abierta. No creía haber actuado mal, pues ante la imposibilidad de enviar a “Manolín”, habría entregado las 30.000 ptas. a un tal Bruno, con el encargo de viajar hasta la capital del Ebro y explicarse ante aquella directiva.
Desde el Zaragoza, entonces, se reconoció que, en efecto, un muchacho apellidado Suárez se había dejado caer por su sede, y al ser recibido manifestó haber firmado con la entidad, a cambio de las 30.000 ptas. remitidas. Puesto que el chico manifestó jugar de extremo, se le aseguró no necesitar a nadie más para un puesto donde ya contaban con cinco o seis futbolistas. Su interés recaía en el puesto de interior. Ante la decepción de ese Suárez, procedieron a recomendarle se dirigiese a Barcelona; tal vea allí le sonriese más la suerte.
Alarmados, aunque no quisieran reconocerlo oficialmente, los directivos maños presionaron a su teórico rebelde, Manuel Santana Sosa, “Manolín”. Y éste, molesto para esas alturas, volvió a asegurar que de esos 6.000 duros no había visto ni siquiera uno, que nunca se comprometió ni verbalmente ni por escrito con el Zaragoza, y que por favor, dejasen de desgastarle el nombre de una vez.
Treinta mil pesetas no era cantidad despreciable en 1950. Los maestros con plaza ganada por oposición liquidaban, puntos y antigüedad aparte, alrededor de 10.000 anuales. Los empleados de banca sin jefatura, más o menos igual. Un dependiente de comercio, entre 700 y 850 mensuales. Peones de la siderurgia o el ladrillo, menos aún. Siendo pues un capitalito esos 6.000 duros, la presidencia del Zaragoza acordó designar un delegado en Las Palmas, con el encargo de realizar averiguaciones. Al mismo tiempo, periodistas de la capital aragonesa contactaban con la sucursal bancaria utilizada como intermediaria, cuyo director les aseguró, pásmense ustedes, que el dinero iba dirigido a Manuel Fernández Hernando, conocido en la plaza, al parecer, por “Manolín”. Dicho de otro modo, alguien les había hecho creer que el auténtico “Manolín” de la U. D. Las Palmas, no se apellidaba Santana Sosa.
¿Quién era, entonces, el tal Fernández Hernando?
Pues según la Federación Regional Aragonesa, tras consulta efectuada a la Regional Canaria, nadie. O al menos nadie que jugase al fútbol. El telegrama recibido desde Las Palmas no podía ser más categórico ni lacónico: “En el archivo de esta Federación no ha existido ni existe jugador que se llame Manuel Fernández Hernando”. El Zaragoza había hecho feliz a un futbolista inexistente.
Si en un principio los medios informativos grancanarios, con la salvedad del periódico “Falange”, se limitaran a mostrar un muy natural pasmo, el devenir de los acontecimientos los llevó a zambullirse en aguas tan revueltas. Un redactor recogió las declaraciones del director del Banco de Bilbao en Las Palmas, encargado de entregar al flamante “fichaje” del Zaragoza esas 30.000 ptas.:
“Amablemente recibidos, expresamos las causas que nos llevan a su despacho. Y nos dice:
– El Zaragoza ordenaba, para la entrega de ese dinero, la identificación de Manuel Fernández Hernando. Se avisó a Antonio Lemus, y éste se presentó con un señor que decía llamarse Manuel Fernández Hernando. Por lo visto, en el club ignoraban los apellidos de Manolín, y al exigirlos se le dieron los de Fernández Hernando. Creyeron, claro, que al ser Manuel era el tal Manolín.
– ¿Conoce usted a ese Fernández?
– No. Sólo sé que es alto y rubio.”
Surgía una nueva pieza en la “instrucción” del caso: Antonio Lemus, el intermediario que sondease al auténtico Manolín sobre su posible incorporación a la disciplina maña, y tras un insistente tira y afloja se hiciera con el 10% de cualquier ficha futura, en la península.
Tenaces, desde el periódico “Falange” optaron por indagar acerca de Suárez, el joven que se dejara caer por Zaragoza, como sustituto de “Manolín”. Y éste, al menos, sí resultó ser futbolista. Se trataba de Bruno Suárez, con pasado en los modestos locales Santa Catalina y Hespérides. Así se expresó en el citado medio:
“Mire usted, a mí me recibió muy bien el Zaragoza, respetándome en todo momento. Cuando yo les dije que llegaba de extremo, me manifestaron que tenían seis extremos y que necesitaban un interior. Se me dijo que me presentara al Barcelona, por si interesaba, recomendándome a Samitier. Para ello me pagaron el pasaje hasta la ciudad condal. Aunque yo me vine a Las Palmas.
– ¿Cuál es su situación actual?
– La desconozco. Yo pertenezco al Zaragoza, aunque allí manifestase me interesaba ir a Barcelona, por si podía fichar. Pero he escrito al Zaragoza comunicándoles mi cambio de parecer, así como una solución.
– Y el cobro, ¿de qué forma se produjo?
– Como para retirar las pesetas del banco debían presentarse Manolín con el señor Lemus, autor de la oferta de este jugador al Zaragoza, y en vista de que Manolín no podía fichar, se propuso a Manuel Fernández Hernando, jugador que hasta hace poco estaba en activo. Pero luego éste no quiso ir, y acabaron proponiéndomelo a mí.
– ¿Conoce usted a ese jugador?
– No.
– ¿Y el tal jugador sabía que había sido propuesto para jugar en el Zaragoza?
– No”.
Tan sólo faltaba dar con el fantasmagórico Fernández Hernando. Algo que finalmente lograría “Quique”, firmante de una nueva entrevista en las páginas de “Falange”, ya metidos en setiembre:
“A las cinco de la tarde de ayer se presentó en nuestra redacción un señor de 27 años, comerciante de profesión, el cual, tras las aclaraciones de rigor, contesta a nuestras preguntas:
-¿Usted ha sido futbolista?
– En realidad, futbolista como tal, no lo he sido nunca. Sólo he jugado como aficionado hace algún tiempo, pues asuntos familiares me impedían dedicarme a ello como profesional. Jamás estuve fichado en club alguno.
– ¿Usted es cuñado de Bruno Suárez?
– Sí.
– ¿Cómo fue lo de fichar por el Zaragoza?
– Verá usted, hace algún tiempo conocí a Lemus en Madrid, con el que no tengo amistad ni sé mucho sobre sus actividades. Volví a verle en Las Palmas y nos saludamos. Últimamente me habló sobre si quería volver al fútbol y fichar por un club peninsular. Le dije que eso había que pensarlo, pero que quizás… Poco tiempo después dijo que me había propuesto al Zaragoza, y días más tarde que me preparase para embarcar, así como que le acompañase al Banco, a cobrar las 30.000 ptas. Efectivamente, me presenté con él y allí mismo rellené los contratos, sin que se me pidiesen fotografías. Al día siguiente, tras reflexionar sobre el paso que acababa de dar y por cuestiones familiares, hice ver a Lemus la imposibilidad de ir a Zaragoza, por lo que le rogué anulara el contrato, cosa que me prometió, y previo recibo le devolví la totalidad del dinero. Algún tiempo después recibía un telegrama del club ordenándome la incorporación al mismo. Se lo hice saber a Lemus, para que aclarase mi situación.
– ¿Se ha dado usted cuenta de la trascendencia de esta situación?
-Sí. Después de conocer todo el lío, he pensado que obramos desde ambas partes un poco a la ligera. Aunque por cuanto a mí respecta, corté enseguida”.
¡Qué guión hubiese podido escribir Rafael Azcona, sobre tamaño esperpento! ¡Y qué película perdieron tanto nuestro cine como el genial Luis García Berlanga! Un futbolista prometedor, utilizado como señuelo sin él saberlo. Alguien que se decía representante o intermediario, por más que respondiese al perfil de pirata con garfio, pata de palo y parche en el ojo. Dos cuñados con tanta desfachatez como cara dura, émulos de Rinconete y Cortadillo. Y el Real Zaragoza, cumpliendo a la perfección el papel de tonto útil.
Este repaso, ilustrativo sobre cómo se hacían las cosas por 2ª División hace sesenta y seis años, siquiera entre juntas directivas de brasero y mesa camilla, requiere fundido lento hacia fondo negro y voz neutra, a manera de epílogo.
Manuel Rodríguez Morales, “Manolete”, el “secuestrado” a quien la prensa nacional tomó por “Manolín”, disputó tan sólo 35 partidos como amarillo grancanario, a lo largo de 5 campañas, 3 de ellas en la máxima categoría. Las lesiones y su menuda constitución le impidieron cuajar, como tantos técnicos habían vaticinado ante sus más que destacables virtudes técnicas. Colgó las botas con 32 años, luego de convertirse en clásico de la 3ª División catalana. Manuel Santana Sosa, el genuino “Manolín”, llegó a la U. D. Las Palmas desde el Victoria, luego de haberse fogueado en el Salamanca grancanario. Tuvo que retirarse prematuramente, al sufrir rotura de ligamentos cruzados en un partidillo de entrenamiento, durante el que chocó violentamente con Gorrín, portero suplente de la U. D. Las Palmas. Desde ese momento desempeñó diversas ocupaciones, lejos del fútbol, hasta asentarse en la hostelería. Sólo pudo disputar 28 partidos en sus cuatro temporadas como amarillo y falleció sin haber cumplido la cincuentena, el 1 de marzo de 1977. Juaneo, el conserje del Club Marino con pluriempleo de guardián, fue recibido como un héroe, entre aclamaciones de la afición amarilla, cuando acompañando a “Manolete” se presentó en Las Palmas. Bruno Suárez, el modesto caradura con ínfulas de encaje entre profesionales de la península, quedó en poco menos que nada. Y las 30.000 ptas., lógicamente, volvieron a Zaragoza, de donde nunca deberían haber salido.