Un encuentro memorable en Chamartín
De Eduardo Muñoz ValdésEl domingo 29 de diciembre de 1935 Chamartín acogía un atractivo duelo correspondiente a la 8.ª jornada del campeonato liguero de 1.ª División entre los equipos del Madrid y del Oviedo (desprovistos ambos de su condición de reales durante aquellos años de la II República). Se enfrentaban dos de los varios aspirantes a conseguir el título al final de la temporada. Y es que si los merengues casi siempre lo son, los carbayones vivían su época dorada y eran claros aspirantes tras su tercer puesto en la Liga anterior. Pero es que además de los habituales, como podían ser el Barcelona o el Athletic de Bilbao, en aquella época había otros conjuntos que presentaban su candidatura al primer puesto, como el Racing de Santander o el Betis, vigente campeón al haber conquistado el título en la campaña 1934/35.
Después de siete jornadas el Madrid era segundo con 10 puntos y el Oviedo ocupaba la quinta plaza de la tabla con 8. Además ambos conjuntos venían de sumar dos contundentes victorias en la jornada anterior: 0-3 los madridistas en el feudo del Barcelona y 5-2 los asturianos en Buenavista ante el Español.
El entrenador madridista Paco Bru alineó un once compuesto por Alberty; Ciriaco, Quincoces; Leoncito, Bonet, Souto; Eugenio, Luis Regueiro, Sañudo, Lecue y Emilín.
José María Peña dispuso que jugasen por parte oviedista Óscar; Calichi, Pena; Sirio, Soladrero, Castro; Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín.
Entre ambos equipos sumaban un buen número de internacionales.
Arbitró Jesús Arribas.
Lecue inauguró el marcador para los locales con un gol de cabeza al rematar un saque de esquina en el minuto 22 y sólo dos minutos más tarde Sañudo (el Emilín madridista según otras fuentes) hizo el segundo. Antes del descanso (38’) Regueiro subió el 3-0 al marcador con un lejano tiro a media altura.
Las crónicas describen una gran superioridad de los blancos, que rayaron a gran altura desplegando un excelente fútbol, pocas veces visto, mientras el conjunto azul prácticamente no había entrado en juego, superado en todo momento.
En la segunda mitad las tornas cambiaron y Lángara, a pase de Gallart, remató espléndidamente un balón marcando el gol que acortaba distancias en el minuto 60. Quien podía ser en aquella época el mejor delantero centro del fútbol mundial ya estaba consagrado, pero por si alguien todavía albergaba alguna duda sobre su valía, la belleza de aquel tanto sirvió para disiparlas, hasta el punto de que el diario ABC le dedicó una reseña especial. En el 67 Casuco batió al húngaro Alberty de nuevo y colocó un inquietante para los locales 3-2 en el tanteador. La pelea entre la mítica pareja defensiva del Madrid y la famosa “delantera eléctrica” de los azules —probablemente la mejor línea atacante del país en aquel momento— estaba siendo grandiosa..
Con el choque convertido en una apoteosis de emoción y buen juego, otro disparo lejano de Regueiro en el 73 estableció el 4-2, que parecía sentenciar el partido. Pero los carbayones reaccionaron hasta el punto de igualar 4-4 con nuevos tantos, obra en esa oportunidad de Herrerita, en el 75 y el 82.
A dos minutos del final Sañudo establecería el definitivo 5-4 con un remate a la salida de un corner.
La excitación ante lo presenciado hizo que muchos aficionados invadiesen el terreno de juego para agasajar a los protagonistas, motivando la intervención de las fuerzas del orden.
Los periódicos no dudaron en utilizar calificativos como memorable, histórico o épico a la hora de describir lo sucedido.
Probablemente nada de lo ocurrido habría sido tan sumamente excepcional o, cuando menos, sería algo que sintieron los allí presentes y que se fue mitificando con el tiempo al oír sus narraciones. Pero el caso es que, muchos años después, el recuerdo en las memorias de quienes lo presenciaron en el viejo Chamartín seguía fresco, como atestiguaba en diversas conversaciones el periodista Manuel Sarmiento Birba, quien comentaba que en muchas de las tertulias futbolísticas que frecuentaba, cuando el tema de conversación era un gran partido, rara vez faltaba algún viejo aficionado que había estado aquella tarde de diciembre de 1935 en Chamartín que afirmaba que nada era comparable a aquel Madrid – Oviedo.
Al final el título se iría para Bilbao, terminando el Madrid segundo y el Oviedo tercero. Ambos serían los máximos goleadores de aquella Liga (63 tantos anotó el Oviedo y 62 el Madrid). Ninguno podría saborear las mieles del que sería último campeonato antes del estallido de la Guerra Civil, pero les quedaría el recuerdo de haber protagonizado una tarde memorable.
Fotografías: AS