Bilbao F. C., Athletic Club, y las primeras botas “Made in Spain”
De José Ignacio CorcueraLa paleohistoria de no pocos clubes de fútbol suele ofrecérsenos cargada de medias verdades, mentirijillas, y hasta tergiversaciones interesadas. Cuanto más antiguo es el club, mayores acostumbran a ser las lucubraciones carentes de sustento documental, más valor suele otorgarse a cuentecillos transmitidos de generación en generación, y con menos verosimilitud se adornan hechos tan fundamentales como el propio nacimiento de la entidad. El Athletic Club de Bilbao dista mucho de constituir excepción. Algún revisionista trató, incluso, de emparentarlo con otro Athletic, conocido también como “Atleta”, compuesto en buena medida por británicos, que habría disputado choques cuando concluía el siglo XX. Por eso parece oportuno algún desbroce entre el confuso rastro de su pasado.
El Athletic Club se fundó oficialmente -esto es cumpliendo el preceptivo rito de inscripción legal- el 11 de junio de 1901. O sea, algunos meses después de su rival urbano, el Bilbao Football Club, constituido el 30 de noviembre de 1900. Aquel Athletic recién nacido contaba con 33 socios, uno de ellos extranjero: el defensa y empleado británico Alfred Mills, hombre que pese a residir sus buenos años en la villa nunca supo manejarse del todo en castellano, conforme sugiere una conocida anécdota, según la cual, estando ya retirado, se plantaba ante el taquillero, solicitando “dos turbinas”. Naturalmente le servían dos tribunas, pues en el pequeño “bocho” de la época casi nadie era ajeno sus dificultades idiomáticas. Por cuanto respecta al Bilbao F. C., 16 de sus 47 socios constituyentes eran extranjeros, británicos más concretamente.
Para enmarañar mejor los viejos rastros, el Bilbao, u otro Bilbao, debía existir, siquiera fuese alegalmente, en 1892, puesto que en noviembre de ese año se habría disputado un “match” entre el Athletic (el antiguo, entiéndase, el “Atleta”, en errónea traducción del inglés), y un Bilbao F. C. Desde el otro lado, es decir desde el Athletic Club, hoy se da 1898 como año fundacional, por cierto año para pocas fiestas y profunda depresión, como corresponde a la pérdida definitiva de Cuba y Filipinas, últimos bastiones coloniales de lo que siglos atrás fuese gran imperio.
En abril de 1902, el Athletic absorbió al Portugalete -nada que ver con el actual y ya centenario ente gualdinegro, representante de la villa jarrillera-, dando lugar según los plumillas al Portugalete Athletic Club. Parece que el Athletic ambicionaba al capitán y gran estrella portugaluja, y como resultado de las gestiones para atraerlo a sus filas, ambos entes acabaron uniendo fuerzas. Lo llamativo es que casi de inmediato deja de hablarse de ese Portugalete Athletic Club, redactándose las posteriores referencias siempre en torno al Athletic.
Bilbao F. C. y Athletic llevaban su rivalidad con los buenos modos exigibles a “gentelmen” portadores de levitón, sombrero, corbata y bastoncillo. Todos ellos se habían imbuido del “fair-play” británico durante su estancia en colegios anglosajones, donde además de familiarizarse con la gestión de astilleros, estudiar Comercio e Ingeniería de Minas, y volver con un aceptable inglés oral y escrito, se habían dejado atrapar por la pasión de un nuevo “sport” nacido para expandirse. Así se explica que ambos entes acordasen unir fuerzas bajo denominación de Club Vizcaya, con vistas a la Copa Coronación (1902), reconocida hoy día como primera Copa de España. Y que tras ese primer y coyuntural paso, el 29 de marzo de 1903, los socios del Bilbao decidieran integrarse en el Athletic.
José María Mateos, periodista, seleccionador nacional y máxima autoridad futbolística en Bilbao desde su púlpito de “La Gaceta”, amén de primer historiador del Athletic, narró estos hechos muy a su manera, sentando las bases de lo que con el correr del tiempo devendría en insostenible fábula. Según Mateos, el Athletic incrementaba su fuerza y adhesiones día a día, en tanto el Bilbao era presa de profunda languidez. Lo de la languidez pudiera tener cierta base, pero el Athletic ni muchísimo menos ganaba adeptos; tan sólo disponía de un socio más que en el momento de su fundación, pese a haber absorbido por el camino al Portugalete. ¿Qué motivó, entonces, la extinción del Bilbao F. C?. Pues sin duda la economía. Al menos así lo sugirió Manuel Castellanos Jaquet, uno de sus fundadores, en distintas entrevistas.
“El señor Castellanos, ingeniero, director de una gran Empresa metalúrgica, ha llegado a Madrid para asuntos profesionales. Se habló de ellos. Sin embargo, pronto quedaron de lado los temas serios para caer de lleno en nuestras viejas aficiones”.
Así inició una de ellas Manuel Serdán, el ya lejano mayo de 1948. Paseando sobre otras líneas, es fácil reconstruir la existencia de un Bilbao chiquito, con poco más de 15.000 habitantes, industrioso, emprendedor y ávido de novedades. El fútbol fue una de ellas. No la más trascendental, pero sí la que más poderosamente llamó la atención, siquiera fuese porque sus practicantes lo hacían en paños menores. La buena memoria de Castellanos deja escaso hueco a la duda:
El Bilbao F.C., creado por los muchachos “snobs” de la época, tenía necesidad de un campo. Como casi todos eran chicos “bien” de Las Arenas, y allí habitaba Ramón Corte, marqués de Lamiaco, obtuvieron por mediación de su hijo autorización para disponer de una campa donde disputarlos “matchs”. Claro que el marqués, todo un hombre de negocios, esquivando futuros riesgos respecto a la titularidad del suelo, impuso 50 ptas. anuales como precio de arriendo. “La temporada siguiente, y en vista de la afición despertada por el juego, se construyó una pequeña caseta de madera. Entonces el propietario subió el alquiler a 1.000 ptas. ¡La ruina!”.
Ramón Castellanos Jaquet y su hermano Carlos, hicieron de todo, incluso jugar, naturalmente, en el Bilbao Football Club. Eran nietos de Carlos Jacquet y Saint Mars, banquero y comerciante parisino establecido en Bilbao hacia 1860, concretamente en el número 4 de la calle de La Estufa. Desde 1929 hasta 1933, Manuel Castellanos sería presidente del Athletic, convirtiéndose, gracias al buen oficio de míster Pentland y a un puñado de muchachos tan fuertes como entusiastas, en el mandatario más laureado del club: Cuatro Copas y dos Ligas, a razón de título y medio por campaña. El apellido Castellanos siguió unido al Athletic en segunda generación, mediante José Mª Castellanos Ledo, conocido como “Chitín” en la familia (Bilbao 8-IV-1909), hijo del presidente y defensa habitual para Mr. Pentland hasta colgar la camiseta en 1934. Ya sin el balón de por medio, sería campeón vasco-navarro de tenis durante varios años. Falleció víctima de un cáncer. Su hermano Manuel tuvo menos suerte. Alistado el día que las tropas nacionales entraban en Guecho, perecería sólo 24 horas después, en el frente.
Tanto el Bilbao F. C. como el Athletic del arranque, fueron pródigos en gente a la que el tiempo iba a convertir en ilustres.
Los hermanos Eduardo y Enrique Mac-Lennan Marmolejo, hijos de Francisco Mac-Lennan White, residentes en Portugalete, serían destacados industriales de la minería y el comercio carbonífero. Santiago Ledo Ortega, hijo del galeno Francisco Ledo García, fue médico, igualmente, y como tal director de un Dispensario Antituberculoso donde llevó a cabo su meritísima labor. George Langford, hijo de un comisionista, aportó, si se quiere, la nota exótica en el Bilbao de grúas, estibadores, marinos mercantes, oficiales, peones y constructores de buques, merced a su estampa de perfecto “gentleman”. Nunca, además, se planteó otra vida ajena a la soltería. Y Ramón de Aras Jáuregui, ante todo, omitido siempre entre los referentes atléticos, aunque decisivo, conforme se explicará después. Unos y otros gozaron de menos atención mediática, y por ello se hace difícil contar con sus voces.
José María Mateos también contribuyó a expandir la teoría de un bilbainismo nacionalista en el Athletic, poco menos que desde la cuna, y sobre todo tras el paso por su poltrona de la familia De la Sota; Alejandro de la Sota Eizaguirre (1904 y desde 1911 hasta el 17), y Manuel de la Sota Aburto (1926-29). Sin embargo todo parece indicar que ese bilbainismo nacionalista pasó al Athletic desde el Bilbao F. C., por más que la entidad contase con 16 extranjeros entre sus fundadores, y el Athletic fundacional aglutinase varios apellidos asociados al por entonces no muy bien visto credo nacionalista.
El 30 de noviembre de 1900, festividad de San Andrés y fecha en que quedó constituido en Bilbao Football Club, distaba mucho de ser un día cualquiera. Bien al contrario, desde finales del siglo XIX, el día de San Andrés fue elegido como celebración o fiesta nacional por los bizkaitarras de Sabino Arana, o sea los que andado el tiempo habrían de quedar como nacionalistas vascos. La cruz de San Andrés figura también en la bandera diseñada por el propio Sabino Arana, a modo de emblema o símbolo de la “nación vasca”; o sea, la actual ikurriña. Se antoja difícil pensar en una coincidencia casual, cuando la ley de probabilidades juega en contra por 365 contra 1. Pero es que hay más. En su primera directiva figuraba Ramón de Aras Jáuregui, ocupando el cargo de tesorero. Un tesorero que, a diferencia de los actuales en según qué ámbitos, ponía dinero de su propio bolsillo.
Con la integración del Bilbao F. C. en el Athletic Club, Ramón de Aras se convirtió en hombre fundamental para el devenir del club resultante. La revista “Hermes” recordaba tanta abnegación en su número 71, impreso el año 1921, con la perspectiva que otorga cierta distancia cronológica: “Puede decirse que desde 1903 hasta 1909 fue él, a la vez, Presidente y alma del Club”. Presidente en la sombra durante parte de ese periodo, convendría añadir, pues los honores presidenciales parece sólo le fueron otorgados desde 1905 hasta 1908. En abril de 1912, tantos desvelos y desinterés le serían reconocidos con el nombramiento de Socio de Honor, en Junta Ordinaria.
De Aras, ferviente bizkaitarra, fue elegido concejal nacionalista en el Ayuntamiento bilbaíno para el periodo 1913-17, aunque el gobernador se las ingeniase no permitiéndole tomar posesión hasta octubre de 1915. Corrían tiempos convulsos, y la autoridad, entonces, solía tener como lema el rompe y rasga. Fallecido en San Sebastián el 29 de noviembre de 1966, ni la prensa ni el Athletic, a la sazón Atlético, se hicieron eco del deceso. No eran días para encumbrar, siquiera fuese piadosamente, a figuras nacionalistas. El eco de los “25 años de Paz”, magna celebración del régimen, aún resonaba. España, por fin, intuía un horizonte esperanzador y con él síntomas de incontestable recuperación económica. Desde Francia, Inglaterra, Suecia, Bélgica y Alemania, llegaban las primeras oleadas de visitantes y divisas. El turista 1.999.999 apenas si era una canción veraniega entonada por Cristina, la de “Los Tops”, enronqueciendo patios y corralas desde la radio. Ni siquiera se pensaba en el turista 3 millones. La meta estaba en los 5 ó 6. Para eso se asfaltaban carreteras, levantaban hoteles a pie de playa, se establecía un menú turístico obligatorio y con precio tasado en bares-restaurantes, el alcalde de Benidorm había hecho un viaje en “Vespa” hasta Madrid dispuesto a lograr tolerancia a los bikinis en su playa, y el No-Do ofrecía imágenes de Torremolinos, Calpe, El Arenal mallorquín o Torredembarra, convenientemente censuradas, claro, no fuere a intuirse algún turgente torso de vikinga. Parecían soplar vientos favorables a la reconciliación. Así que, nada de enredar entre historias viejas, sentenciaba un régimen abrazado a postulados tecnócratas.
Los De la Sota, navieros, accionistas de banca y aseguradoras, con importantes paquetes patrimoniales en Altos Hornos, propietarios de prensa (Excelsior y Excelsius), de magníficos palacetes y manzanas enteras en el ensanche bilbaíno, sustentadores económicos de lo que habría de ser el Partido Nacionalista Vasco, probablemente no hicieron sino afianzar una filosofía pespunteada ya con anterioridad en el Athletic, sobreviviente a la Guerra y su secuela de purgas, a la avalancha de contrataciones extranjeras en los 50 del pasado siglo, al timo de los falsos oriundos paraguayos, a la reapertura fronteriza en vísperas de la transición, o el cambio de la peseta al euro. Una filosofía que tras acomodarse a la realidad de los tiempos, parece tatuada en el ADN de la afición rojiblanca.
Pero volvamos a Mateos, cuya influencia no acaba en la doctrina escrita del club bilbaíno.
Asegurar que mostró un decidido empeño en “hacer” que el Athletic prevaleciese sobre el Bilbao F.C., es quedarse corto. Para ello ni siquiera dudó en falsearle la edad, adjudicándole un bautismo en 1898, o lo que es lo mismo, anterior en varios meses a la constitución del F. C. Barcelona. Ya puestos, ¿por qué quedarse a medias?. De paso convertía a “su” Athletic en decano de nuestro fútbol, desconocedor, quizás, del Recreativo y sus circunstancias. Un Recreativo de Huelva entonces club muy menor, constreñido en sus propios límites geográficos. También cabe la posibilidad de que considerase extranjero al Huelva Recreation Club, constituido como estaba en su integridad por súbditos de Su Graciosa Majestad. Pudiera ser, pues también tuvo empeño en no publicar la lista de socios fundadores del Bilbao F. C., mientras hacía lo contrario con la del Athletic. Así cubría con un tupido manto a 16 británicos. Téngase en cuenta que sus monografías sobre el Athletic vieron la luz en época de patriotismo exacerbado. Y la mala digestión de ese patriotismo a ultranza acostumbra a estrellarse con cuanto arrastre aroma a “lo extranjero”. Josu Turuzeta Zárraga, autor de “El Athletic Club, origen de una leyenda o cuando el león era aún cachorro”, señala en la misma dirección a lo largo de su documentada obra.
El resultado de tanta manipulación, falsedad consciente y propósito injustificable, pudo verlo el propio Mateos, antes de quedar prácticamente ciego. Porque en 1948 “su” Athletic -Atlético por respetar la denominación de esa época- celebró con todo fasto unas Bodas de Oro que no le correspondían. Lo llamativo es que entre los miembros del comité organizador figuraban personajes obligadamente conscientes de la suplantación -el propio Castellanos, por ejemplo-, y aún vivían otros varios de entre quienes pusieron en marcha los proyectos de Bilbao Football Club y Athletic Club. A ellos nadie podía engañarles. Sabían muy bien cuándo dieron forma al sueño y cómo, en qué asamblea, los del Bilbao acordaron integrarse en el Athletic. Si hubo integración y no fusión, conforme recogió el acta, los primeros cincuenta años rojiblancos no se cumplirían hasta el 11 de junio de 1951, pues ni siquiera cabría poner a cero el contador a partir del Bilbao F. C. Pecadillo venial, bien mirado, porque, ¿acaso no es humano hincharse de vanidad, sabiéndose con un hueco en la Historia como artífices del primer club de fútbol estatal?. O al menos del primero con títulos, pedigrí, y etiqueta de grande. Debilidad humana, y como tal perdonable, por más que ello suponga un pisoteo a la Historia.
Huelga añadir que el centenario se festejó en 1998, y que entre Bodas de Oro y Centenario aparecieron varias obras “históricas” de la entidad, conteniendo refritos, guiños a cuanto varias visitas a la hemeroteca convertirían en deshecho, e inexactitudes no siempre inocuas. Si se hubiera buceado más entre legajos y encuadernaciones amarillentas, habrían aflorado, también, sucedidos y anécdotas nada desdeñables. Alguna, incluso, merecedora de hueco en los anaqueles de la Historia. Como la relativa a unas, las primeras botas de fútbol “Made in Spain”. Así lo narró Manuel Castellanos, o al menos así lo transcribieron:
“Mi padre, por mediación de un amigo suyo de un Banco de Crédito de Londres, (recibió) unas botas de fútbol que en Bilbao causaron consternación. Pasaron de mano en mano entre la admiración, y más aún el asombro de los hombres modernos de la época. Cayeron también en las de un zapatero llamado Germán Gómez, que vivía en la calle de La Estufa número 11(*), y él, con orgullo de artista, se comprometió a construir unas iguales. Y Germán las hizo. Magníficas. Al precio de 10 pesetas”.
Aquel no fue un par exclusivo. El afianzamiento del fútbol en Vizcaya sirvió para que el buen artesano tuviese que ir calzando a cuantos no llegaran desde Inglaterra con borceguíes pesados, de los que cubrían tobillos, talones, y garantizaban el “shoot” merced al doble remate de cuero en las punteras.
Por cierto, sin apartarnos del Athletic, también resulta curioso el hecho de que hasta Gregorio Blasco ningún guardameta luciera guantes en el campeonato argentino. Blasco, indiscutible en el Athletic campeón de Mr. Pentland, internacional en las contadas ocasiones que Ricardo Zamora se lo permitió, fue de los expedicionarios del Euskadi, equipo propagandístico-deportivo sobre el que ya se ha tratado en “Cuadernos”. Defendiendo la portería del Euskadi, y patrocinado por un fabricante de neumáticos originario del país vasco, quedó subcampeón en el torneo mexicano. Tras disolverse aquel cuadro, suscribió ficha con River Plate, donde durante el torneo correspondiente a 1941-42 causaron sensación sus guantes. La prensa se hizo eco de esa novedad, preguntándose hasta qué punto los gatos podrían cazar con ellos. De retorno a México se alineó con los cuadros España y Atlante. Y allí, al implantarse el profesionalismo para la campaña 1943-44, se convirtió en el primer cancerbero que encajaba un gol como profesional, anotado por el argentino Ernesto Candía.
Tergiversaciones, patrañas, cuentecillos y anécdotas. La salsa del fútbol. Porque en definitiva, ¿qué haríamos si a estas alturas ya se supiese todo?.
(*) No confundir la actual Travesía de La Estufa, merced a sus 26 metros de longitud la más corta del callejero bilbaíno, con la que aquí se hace referencia. Ésta cambió su denominación durante el primer tercio del siglo XX. En Bilbao se conocía como La Estufa al lugar donde mediante calderines y hornillos se calentaba la brea para reparar buques en la vecina ría del Nervión. En ella, muy cerca de esos hornos, tuvo su taller el zapatero Germán Gómez.