El partido que sí se jugó
De José Ignacio CorcueraEs bien sabido que entre los últimos días de diciembre de 1946 y primeros de febrero del 47, el club San Lorenzo de Almagro se embarcó en una exitosa gira por España y Portugal. Sobre ella, poniendo el foco especialmente sobre lo futbolístico, y menos en cuestiones políticas que a la postre iban a ser determinantes, se ha escrito con regularidad desde ambas orillas oceánicas. Siempre sobre los 10 partidos, 8 en España y 2 en Portugal, que el conjunto azulgrana habría dirimido durante esos 45 días. Diez nada más, y no once, como en realidad fueron, por más que hasta la propia historiografía “oficial” de San Lorenzo se empeñe en dejar uno en el tintero.
Para corregir tan insólito error, bueno será repasar aquellos acontecimientos. No ya las crónicas de “Marca”, “Mundo Deportivo”, “ABC”, “Arriba”, “Informaciones”, “El Correo”, “La Vanguardia” o diarios bonaerenses, sino también las circunstancias que impelieron al régimen del 18 de Julio, medio estrangulado por el hambre y las Naciones Unidas, a utilizar una tournée deportiva como corcho salvavidas.
Concluía 1945 cuando se inició el Núremberg el proceso contra varios líderes nazis sobrevivientes al desplome del Reich. Un proceso largo -diez meses-, durante el que buena parte de la prensa española se enzarzó en diatribas sobre la discutible “jurisdiccionalidad” de los vencedores, el parcial método de instrucción, las pruebas algo sesgadas y hasta la misma composición del tribunal. Desde Radio Nacional, el entonces subsecretario de Presidencia, Luis Carrero Blanco, embozado como “Juan de la Cosa”, clamaba en un artículo: “La Justicia, si no persigue como meta la ejemplaridad, se convierte en instrumento de venganza, que es una de las más bajas pasiones humanas; si además es venal, puede llegar hasta el crimen”. Incluso los escasos corresponsales en el extranjero se mostraron beligerantes. “Se ha juzgado con odio”, dictaminó desde París Juan Bellveser. Hábil pirueta, porque si un buen contingente de españoles estaba acostumbrado a las soflamas de andar por casa, se intuía más limpia cualquier visión procedente del exterior. El primero de octubre del 46, era leída la sentencia: doce condenas a muerte y dos únicas absoluciones; las de Schacht y Von Papen. “ABC”, como mudo comentario, compuso un “collage” con cuadros fácilmente reconocibles: La entrega de llaves de Boabdil en Granada, la Rendición de Breda, la captura de Francisco I por el nieto de los Reyes Católicos… Hidalguía española con los vencidos, en suma, como contraposición a la dureza de Núremberg.
Desde distintas cancillerías europeas se consideró, entonces, tocaba mirar hacia el régimen surgido tras la Guerra Civil, analizar su no oculta empatía con el nazismo y ajustar cuentas. El noruego Trygve Lie, secretario general de la ONU, propuso una condena definitiva del franquismo, por fascista y totalitario. A primeros de diciembre, el asunto pasaba a la Asamblea General, tras iniciativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y el “Glorioso Movimiento”, acorralado como nunca, se puso en marcha. Gobernadores civiles y alcaldes acarrearon en camiones hasta Madrid, por carreteras infernales, a cuantos vecinos de provincia o municipio tentara un viajecito a la capital. El 9 de diciembre, “la más espontánea reacción de los españoles nunca vista” llenaba a rebosar la Plaza de Oriente, enarbolando pancartas y dejándose la voz en consignas tan aparentemente “espontáneas”: “Franco, a tus órdenes con pan y sin pan”. “Somos descendientes de Agustina de Aragón”. “Franco manda, España obedece”. “Somos españoles, no muñecos”. “En España manda Franco, porque nos da la real gana”… Tampoco se renunció a traducir el enojo en términos deportivos: “Hoz y martillo, 1; España, 2”. Y por supuesto no podía faltar el alarde carpetovetónico: “Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos DOS”. Asomado al balcón principal del palacio, el general ferrolano, crecidito, conforme requería la ocasión, pronunció en su discurso algo que desde el exterior sólo podía ser visto como provocación supina: “Prueba de nuestro resurgimiento es llevar al mundo colgado de los pies”.
La respuesta se hizo esperar poco. Veinticuatro horas más tarde, México, Venezuela, Panamá, Chile y Guatemala, curiosamente cinco naciones de habla hispana, propusieron en la Asamblea General una ruptura completa de relaciones con España, resuelta en la votación con empate a 20. Bélgica, a continuación, pidió se votara su alternativa, consistente en la retirada de embajadores. Y esta vez sí, el régimen, y de paso España, salieron derrotados por 34 a 6, con 13 abstenciones (12-XII-1946). Únicamente Costa Rica, Argentina, República Dominicana, El Salvador, Ecuador y Perú, votaron contra el aislamiento. El 31 de diciembre sólo permanecían en Madrid el nuncio del Vaticano, monseñor Cicognani, y los embajadores de Portugal, Suiza, e Irlanda. La medida, más cosmética que otra cosa, puesto que todas las embajadas continuaron atendidas por funcionarios de menor rango, dejaba al régimen medio grogui. “Menos Franco y más pan blanco”, se atrevían a cuchichear algunas voces, confiando en una redención definitiva caída del cielo, como nuevo maná. Agustín de Foxá, literato y diplomático con ideología nada dudosa, sintetizó en una frase aquella zozobra inesperada: “¡Menuda patada van a darle a Franco en nuestro trasero!”.
De Foxá, autor de “Checas de Madrid”, y por ello englobado en el amplio círculo de corifeos franquistas, también contribuyó a sacar desde Finlandia las cuartillas manuscritas por el disidente italiano Curzio Malaparte. Si “Kaput” pudo llegar a la imprenta, alumbrando de paso parte del horror bélico, fue gracias a don Agustín y su abrigo, transformado en coyuntural portafolios.
Pues bien, en medio de ese panorama sombrío hizo su aparición el San Lorenzo de Almagro, reciente campeón de Argentina con dos puntos de ventaja sobre Boca Juniors y 90 goles a favor, que también lo convirtieron en máximo artillero. Un San Lorenzo al completo, con Farro y Martino, dos interiores creativos, dotados de buena llegada desde la segunda línea, Pontoni, delantero astuto y práctico, Imbelloni, De la Mata, Silva o el vizcaíno Zubieta, todavía hoy el más joven entre nuestros 760 internacionales al vestir la camiseta roja por primera vez. Al frente de tan cumplido elenco, como maestro de ceremonias, su mismísimo presidente, Domingo Peluffo, a quien nuestra prensa siempre trató de doctor.
El San Lorenzo no era un club cualquiera del otro lado del charco, sino el equipo de los españoles en Buenos Aires, colonia muy nutrida durante los años 30 y 40 del pasado siglo. Al margen de Zubieta, sus colores los habían lucido Fernando García, José Iraragorri, Isidro Lángara y Emilín Alonso, todos, excepto García, náufragos del Euskadi, aquella selección deportivo-propagandística que, abandonada a su suerte, concluyó compitiendo en el Campeonato Mexicano pre profesional, antes de disolverse. En 1939, sólo 7 años antes, aquellos futbolistas fueron objeto de ataques furibundos desde la prensa: “Se arrepentirán esos malos españoles, cuando vuelvan a saciar su hambre en la abundancia de España. La Ley sabrá ponerles en su sitio. Se lo debemos a quienes regaron con su sangre nuestros campos. Se lo deben ellos a tanto mártir de la Cruzada”. Pero de pronto, cuando volvía uno, y todo el equipo que diese cobijo a varios, la España acorralada, amnésica en lo tocante a tirar de hemeroteca, hizo borrón y cuenta nueva.
Si España estaba aislada, al fútbol patrio no le iba mejor. Prueba de ello es el titular con que “Marca” oficializó la gira: “Al fin vamos a saber si nuestro fútbol es bueno o malo” (19-XI-1946). Y de inmediato, el paseo del equipo argentino por nuestros estadios fue visto y presentado como una ruptura del bloqueo, mensaje de esperanza a los atribulados españoles y promesa de que Franco proveería. La Argentina de Perón, entonces próspera, no iba a dejar en la estacada a sus hermanos de la madre patria. Porque los medios, claro está, conectaron la llegada del San Lorenzo con el panorama de guiños cómplices entre dos regímenes personalistas y autoritarios. El 12 de octubre, dos meses antes de que el equipo sudamericano volase hasta Madrid, el embajador argentino había aprovechado la fiesta de la Hispanidad para engalanar a nuestro dictador con la más alta condecoración de su país. En reciprocidad, Franco otorgaba al presidente argentino el Collar de Isabel la Católica. El 30 de octubre, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, Perón confirmaba aquel idilio mediante rúbrica a un acuerdo comercial, comprometiéndose a resolver el 90 % del déficit de trigo español durante cinco años. Había, pues, que recibir a la formación argentina no como a un adversario, sino como al amigo del alma dispuesto a llenarnos el plato.
Quienquiera que diseñase la escenificación y protocolo de aquellos partidos, lo hizo admirablemente. El lunes 23 de diciembre, presentación del San Lorenzo en el Metropolitano ante el líder de nuestra Liga, Atlético Aviación, los argentinos saltaron al césped sujetando una gran bandera española, en medio de cerradísima ovación. Prensa y radio, poco menos que de víspera habían dado cumplida cuenta del acuerdo comercial entre Argentina y España: “Además de 400.000 toneladas de trigo, llegarán a nuestros puertos 120.000 de maíz, 8.000 de aceites comestibles, 16.000 de oleaginosas, 10.000 de lentejas, 20.000 de carne congelada, 5.000 de carne salada, 10.000 de panceta y 50.000 cajas de huevos. Todo ello como intercambio por 15.000 toneladas de palanquilla, 5.000 de chapa de hierro y otras tantas de plomo y corcho, 600 de papel de fumar y 200 de aceituna”. Más adelante, el ministro de Industria y Comercio iba a servir en bandeja nuevos titulares: “Carne y trigo argentinos aseguran el abastecimiento de España durante este año”. ¿Cómo no se iba a recibir entre abrazos al representante deportivo de los Reyes Magos?.
Pero es que, además, los chicos del San Lorenzo jugaban como los ángeles. Por 1-4 cayó el Atlético, repartiéndose Martino y Pontoni los goles bonaerenses. Un resultado que pudo ser más amplio si los visitantes no hubiesen contemporizado durante la segunda mitad, con el choque resuelto. Su fútbol de pase corto, regate filigranero y preciosista, aparentemente plano, pero demoledor en su constante búsqueda de espacios por donde destrozar líneas, constituía absoluta novedad. Tampoco defendían con dos hombres, como era costumbre en nuestro campeonato, sino empleando 3. La teórica debilidad de un centro del campo con sólo dos medios, la resolvían retrasando a los interiores y otorgando con ello más espacio al ariete. En resumidas cuentas, utilizaban la táctica WM. Fue tal su exhibición en Madrid, que el público los despidió lanzando al aire sus sombreros “como muestra de pleitesía ante tan buen juego”, según recogieron los medios bonaerenses. Es muy probable que además de al buen fútbol los sombrerazos premiasen a la nación benefactora, mitigante de tantísima hambre a despecho de cuanto pudiera tejerse desde la ONU.
Sobre esa ayuda argentina y su trastienda, la Historia sigue sin ponerse de acuerdo. Una versión plantea que la embajada británica en Madrid habría informado a su gobierno sobre el terrible desabastecimiento que padecía España, sugiriendo la conveniencia de poner en marcha algún tipo de medida y evitar, de paso, posibles revoluciones comunistas, fruto de la desesperación. Trasladada esa inquietud hasta los Estados Unidos, se convino la ayuda indirecta a España, como medio de ahorrarse el rechazo de la opinión pública tanto inglesa como norteamericana. Estados Unidos habría decidido exportar petróleo a Argentina, a cambio de que ésta enviase cereales a nuestro depauperado país. Otro planteamiento menos romántico sugiere, sencillamente, la necesidad argentina de encontrar mercado para sus excedentes de trigo. Por nuestros pagos, como ya se ha dicho, convenía al régimen acreditarse capaz de resolver problemas sociales, dejando en agua de borrajas cualquier iniciativa de bloqueo. Franco, la “lucecita del Pardo que jamás se apaga”, el “centinela de occidente”, según definición de Galinsoga, velaba el inquieto sueño de sus súbditos.
Claro que una cosa era quitarse el sombrero en la grada, y otra hincar la rodilla sobre el césped, tarde sí y tarde también. Público, prensa y jugadores, tenían su orgullo, como es lógico. Y ello quedó muy de manifiesto durante el segundo partido, otra vez en el Metropolitano, pero contra el Real Madrid de Bañón, Clemente, Corona, Ipiña, Huete, Alsúa, Molowny, Pruden, Belmar y compañía. Fue la tarde de Navidad. Por la mañana hubo que retirar nieve del campo, y la expedición argentina disfrutó de una larga Nochebuena. Ipiña, en el vestuario, arengó a sus compañeros: tenían que demostrar quiénes eran, que sabían jugar al fútbol; el público esperaba verlos victoriosos, debían ser el primer equipo de Madrid, y un buen modo de empezar sería mejorando la actuación colchonera. El Madrid se impuso 4-1, después de un primer tiempo vibrante al que llegaron con 3-0. Pontoni, en el banquillo durante los primeros 45 minutos, acortó distancias tras la reanudación. Y Alsúa, en el minuto 88, cerró el marcador abierto con dos goles de Pruden y uno de Nazario Belmar. A los argentinos se les notó cansados, carentes de chispa. El consabido exceso de horas antes, quizás, por más que ellos se escudaran en el mal estado del terreno, favorecedor del fútbol directo y visceral característico en el once “merengue”.
La tercera comparecencia de San Lorenzo tuvo lugar en Las Corts, ante un combinado nacional. No exactamente la selección española, como a veces se ha escrito, si bien había entre ellos varios internacionales. Concretamente, Álvaro, Curta, los hermanos Gonzalvo, Epi, Arza, Herrera, Escudero, e incluso Lángara, de regreso a “su” Oviedo tras peregrinar por Buenos Aires y México. El ariete ya no contaba para nuestro seleccionador, es cierto, pero pese a su veteranía seguía goleando con los asturianos. Fue un partido loco, formidable para el público, saldado con un 5-7 favorable a San Lorenzo, luego de que los españoles se adelantaran con dos goles en el primer cuarto de hora. Pontoni (4 tantos en su haber) volvió a erigirse como el mejor. Lángara tampoco se fue de vacío, al perforar una vez el marco de sus antiguos compañeros. La recaudación arrojó 700.000 ptas. de saldo, verdadero capitalazo en 1947, puesto que un maestro venía a liquidar entre 7.500 y 8.000 anuales.
Hernández Coronado, seleccionador español, intentó justificar la derrota y escurrir el bulto: “Siempre ocurre igual con los combinados. Cada jugador intenta brillar por su cuenta, olvidándose del colectivo. Estoy seguro que ante Portugal todo será muy distinto”. Portugal iba a ser inmediato adversario de la selección auténtica, la, digámoslo así, oficial. “En Argentina creen que el San Lorenzo ganó a una selección española”, titularon distintos medios una nota de “Alfil”, con el propósito de minusvalorar la victoria visitante. Los sudamericanos, entre loas al público por su comportamiento y acogida, pusieron rumbo a Bilbao, donde les esperaba un nuevo choque ante el Atlético en San Mamés. Todos los diarios madrileños informaban que desde las 3 de la madrugada del día 4, para conectar telefónicamente con la capital habría que marcar seis cifras, y no cinco, como hasta entonces.
En Bilbao, los expedicionarios fueron recibidos por el ex ministro de Exteriores José Félix de Lequerica. El alcalde, Juan Zuazagoitia, pronunció un discurso de bienvenida y la banda de música hizo sonar los himnos de España y Argentina. De todo ello se dio cumplida cuenta. Ni una palabra, en cambio, sobre las disensiones que a punto estuvieron de desembocar en suspensión del partido, ante distintas muestras de malestar y lucha clandestina detectadas a lo largo de la industriosa margen izquierda del Nervión. Por fin, el domingo 5 de enero Atlético y San Lorenzo medían sus fuerzas, empatando a 3. El campo se hallaba en malas condiciones, con mucha arena; llovió, hizo frío, y los espectadores, pese a todo, regresaron a casa con un magnífico sabor de boca. Dos goles de Zarra y uno Panizo para los rojiblancos, y los bonaerenses repartidos entre Farro, Silva y el sempiterno Pontoni, sirvieron de corolario a 90 minutos de toma y daca. Los jugadores de San Lorenzo volvieron a saltar portando la bandera española y el ex atlético Ángel Zubieta, recibido entre aplausos, fue despedido con una atronadora ovación.
El chauvinismo deportivo de nuestra prensa volvió a manifestarse desde sus efectistas titulares: “Al At. Bilbao le anulan dos goles y empata con el San Lorenzo de Almagro”. “En la segunda parte los vascos se impusieron y merecieron la victoria”. Jacinto Miquelarena, pluma muy autorizada antes de la guerra, se sumaba al coro desde Buenos Aires en un servicio especial para Alfil: “El empate del Atlético ante el San Lorenzo se considera como un triunfo argentino”. Los espectadores, por su parte, habían salido sin saber a qué carta quedarse, entre la ofensiva rabiosa y directa de los “leones”, o el pase atrás, la técnica depurada y el bamboleante ritmo de guaracha impuesto por el conjunto azulgrana. Incluso hubo cierta decepción entre los paladines del fútbol racial y escasamente científico. “Tampoco es para tanto, hombre -sintetizaban-. Total, todos juegan como Panizo”. Panizo, amigo del pase corto y con una concepción cerebral del juego, venía siendo cuestionado en San Mamés. Cualquier comparación con él, distaba mucho de ser un piropo.
Prácticamente todas las referencias a esa gira saltan desde el día 5 al 16, donde los “cuervos” se midieron a otro combinado nacional, nuevamente en el madrileño Metropolitano. Pero entre ambos, el día 6, los azulgrana se dejaron caer por Galdácano, localidad natal de Zubieta, homenajeando allí a la madre de su formidable medio centro.
El Club Deportivo Galdácano, militante en categoría Regional, contó para dicho encuentro con el concurso de los atléticos Miguel Gaínza -hermano del gran “Piru”-, Venancio e Iraragorri, este último galdacanés de nacimiento. Por su parte los argentinos consintieron a su portero suplente, Peñalba, y al delantero Aballay, reforzar a su contrincante. Ambos equipos se alinearon así:
San Lorenzo: Blazina; Zubieta, Crespí, De la Mata; Rodríguez, Colombo; Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva.
Galdácano: Peñalba; Bergareche, Gaínza; Gurtubay, Elezcano, Sanz; Galarza, Iraragorri, Aballay, Venancio y Pomposo.
En el San Lorenzo toda la delantera titular, pero varios hombres fuera de sitio desde el centro del campo hacia atrás. Por parte del modesto vizcaíno, un eje central de prestado en el ataque. Se impuso el Galdácano por 4-1, y las modestas arcas “dinamiteras” -el pueblo vivía prácticamente de una industria de explosivos- quedaron colmadas con 90.000 ptas. de recaudación. Lo de menos, sin embargo, fue el resultado, porque la jornada estuvo salpicada de anécdotas.
Puesto que los argentinos venían de disputar otro partido apenas 24 horas antes, se acordó reducir en 15 minutos cada tiempo ante el Galdácano. Esto es, hubo dos mitades, cada una de media hora. En los prolegómenos, el capitán local hizo entrega a Zubieta de un ramo de flores, y éste fue con él hasta la tribuna, donde se hallaba su madre, para ofrecérselo entre nutridos aplausos. Puesto que los vestuarios de Santa Bárbara eran paupérrimos, no gozando siquiera de agua caliente en su única ducha, se acondicionaron otros, a toda prisa, en el Colegio de los Hermanos Maristas. Aquel fue el primer encuentro que veía la madre de Ángel Zubieta, y tras su conclusión, la comitiva sudamericana fue agasajada en el Círculo, un local ya desaparecido, sobre cuyo solar, tiempo después, acabarían levantándose los comedores de “Explosivos Riotinto”. La directiva del San Lorenzo tuvo el detalle de obsequiar al árbitro, modesto trencilla vizcaíno, con un silbato de plata. Ese mismo árbitro, que desde la fecha pitaba con el silbo regalado, fue objeto de una agresión en el propio campo de Santa Bárbara, tiempo después, a resultas de la cual extravió tan entrañable recuerdo mientras rodaba por el suelo. Vanamente trató de recuperarlo, casi sin luz, en tanto su agresor lloraba en la caseta, quién sabe si arrepentido o temiéndose la previsible dureza federativa. Días más tarde, durante el acondicionamiento del terreno, rodillo en ristre, dos directivos galdacaneses dieron con silbato, que entregaron a su legítimo dueño cuando volvió a pitarles en la vecina localidad de Amorebieta.
Este partido que parece no hubiese existido, fue catalogado por “Marca” como “exhibición” en un suelto de veinte líneas. No menos “exhibición” que las realizadas por los de Boedo en La Coruña o Sevilla, puesto que si jugadores del Celta y Oviedo reforzaron el cuadro coruñés en Riazor, también el Sevilla C. F. contó entre sus filas con los argentinos Rodríguez y Aballay, prestados por el San Lorenzo. La única diferencia entre este encuentro y otros de la gira, radica en su duración de 60 minutos, más que justificable tras el esfuerzo de San Mamés. En eso, y en que De la Mota, Rodríguez, Imbelloni, Farro, Martino y compañía, apenas hicieron amago de presionar, corrieron poco y, eso sí, a su triangulación habitual unieron taconazos, toques de espuela y controles a la remanguillé, para pasmo y deleite de quienes pasaron por taquilla.
El jueves 16 de enero, con Franco en un palco engalanado, los expedicionarios jugaron a placer ante otro combinado español, al que derrotaron 1-6. Esa tarde Bañón ocupó la portería, el “colchonero” Aparicio su habitual posición de contundente medio centro, Mencía pasó las de Caín en la zona ancha, e Iriondo y Zarra reforzaron la vanguardia. Su concurso sólo sirvió para que a nuestro fútbol se le colorearan las orejas. Por su parte, Hernández Coronado siguió a la suya: “Se actuó mal, mucho peor que en Barcelona. Claro que un combinado siempre juga menos que un equipo de club”. Hernández Coronado, antiguo guardameta, secretario técnico de tronío, periodista ocasional, inventor del 1-X-2 durante su época en el Patronato de Apuestas Mutuas, trombón, chelo, pandereta, fagot, arpa y voz solista en cualquier orquesta futbolera, solía tener salidas para todo: “Puedo vanagloriarme de ser el primer seleccionador español que ha perdido contra Portugal”, sentenció ante una derrota histórica, sin evaluar las consecuencias de su humorada. Ahora parecía pasar por alto que las selecciones son precisamente eso, entresacas de lo mejor en cada equipo. Secundando el planteamiento, costaba entender por qué los seleccionadores no elegían como representante nacional genuino a un club cualquiera al completo.
Pero pese al doloroso 1-6, la prensa, en su conjunto, prefirió mostrarse contemporizadora: “Los españoles jugaron menos de lo que saben y de lo que pueden”. Obviamente, nadie trasladó desde Argentina el eco de semejante vapuleo. ¿Para qué?, debieron considerar en las distintas redacciones. Que allá se disfrutase de la victoria, mientras por estos pagos se hacía lo propio con sus vituallas.
Una semana más tarde, en Mestalla no cabía un alfiler sesenta minutos antes del pitido inicial. Seiscientas mil pesetas de caja, nada menos, se contabilizaron. “La primera parte, de clásico y soberbio fútbol español, sorprendió a los argentinos”, tituló “Marca” su crónica del empate a un gol. También pudo haber elegido, por ejemplo, “Eizaguirre mantuvo a raya a los argentinos”, puesto que el internacional guipuzcoano estuvo espléndido.
El 28 de enero, en La Coruña, otro nuevo empate, esta vez a cero. Los coruñeses contaron con el refuerzo de los célticos Bermejo, Alonso y Aretio, así como con el ovetense Diestro, y tal circunstancia gustó poco en la ciudad de la luz. “¿Se nos quiere hacer de menos?”, planteó un cronista. Otros llegaron a afirmar que si no jugaba el Deportivo más genuino, lo natural sería suspender el partido. Al fin y al cabo, con ese choque se pretendía celebrar el 40 aniversario de la fundación del Deportivo. ¿Tenía sentido una conmemoración donde los blanquiazules confesaran de antemano su endeblez?. Pura prédica en desierto, porque Riazor dejó poco cemento a la vista. Acuña estuvo sensacional, con varios despejes, salidas a los pies, jugándose el tipo, blocajes marca de la casa… Cuando el árbitro puso punto final a la fiesta, Zubieta y Acuña, que años después iban a coincidir en el vestuario deportivista, fueron paseados a hombros, como toreros. Al día siguiente, tanto la prensa gallega como la nacional, se engallaban: “El Deportivo coruñés supo jugar a los argentinos como convenía”. Y al mismo tiempo reconocía la decisiva contribución del portero albiazul: “Acuña tuvo una tarde extraordinaria”.
Concluía febrero cuando la troupe argentina se desplazó a Portugal, donde le esperaban dos nuevos compromisos, ante el Oporto y una selección lusa. Aquello fue poco menos que una masacre deportiva, contemplada con estupor desde el diario “A Bola”. “Porto 4 – San Lorenzo 9. Sem palavras” (31-I-1944). Y “Equipe Nacional 4 – San Lorenzo 10. Mestres contra discipulos” (2-II-1947). Carlos Correia, Ribeiro Dos Reis o Cándido de Oliveira, tres de los críticos deportivos más respetados entre nuestros vecinos del Atlántico, no se mostraron complacientes en sus juicios, justo cuando parecía que Portugal empezaba a dar pasos de gigante en lo futbolero. Otros medios del país vecino aún resultaron más crueles: “Exibiçäo dos argentinos ante os nossos astros”. Y hasta “10-4. Os portugueses facendo papel de bobos”. Alguna crónica, además, concluía que al apropiarse los visitantes de la pelota, el conjunto luso reaccionó como una banda de pilluelos; entre trompazos y malos modos. En el equipo nacional portugués figuraban varios de los que por esa misma época pusieron a Hernández Coronado y nuestra selección contra las cuerdas, con Peiroteo, su gran figura, a la cabeza. Magnífica oportunidad para que a este lado de la frontera se sacase pecho. “La violencia de los portugueses fue ineficaz ante la maestría argentina”, tituló “Marca”. “Las victorias del San Lorenzo en Portugal han puesto las cosas en su punto. Ni los españoles son tan malos, ni los lusos tienen el mejor fútbol del mundo”. El honor del deporte patrio parecía a salvo. Claro que en un país pendular, como tan a menudo acredita ser el nuestro, donde saltar del todo al nada, del pesimismo absoluto a la glorificación excelsa está a la orden del día, no pocos medios se pasaron de frenada: “Meana estima que debemos cultivar nuestra tradición futbolística. Cuando le hablamos de entrenadores extranjeros, nos dice: Asomarnos al mundo, sí. ¡Pero de eso a necesitarlos…!”
Desde Oporto y Lisboa, la directiva del San Lorenzo había continuado gestiones tendentes a disputar un nuevo partido en la ciudad condal, esta vez ante el Barcelona C. F. Cualesquiera que fuesen las razones, de índole económica, conforme se manifestó por Cataluña, o producto de la prudencia, luego del vapuleo sufrido en Las Corts por el combinado el día de año nuevo, según se sugirió desde los mentideros, no hubo acuerdo. Y en vista de ello, los sudamericanos pusieron rumbo hacia Sevilla, donde acabaron enfrentándose al equipo blanco, vigente campeón de Liga. Los hispalenses, además de con sus figuras -Bustos, Alconero, Eguíluz, Arza, Herrera o Campos- contaron con el préstamo de los argentinos Rodríguez y Aballay, según parece porque el San Lorenzo quería poner al último en el escaparate. El 5-5 reflejado tras los 90 minutos, lo dice todo. Pura fiesta atacante, toques de lujo, casta sevillana, alternativas en el marcador y el fino olfato de Arza, “Niño de Oro”, conforme habría de rebautizarlo el sevillismo ante el traspaso satisfecho, verdaderamente astronómico para la época. Nuestra prensa, otra vez, quiso hacer pasar la igualada como otra victoria moral. “Un penalty 4 minutos antes del final dio el empate al San Lorenzo en Sevilla”, tituló “Marca”.
Vistas las cosas con perspectiva, no parece descabellado pensar que bien pudieron mediar consignas en torno a la redacción de esas crónicas. Reconocer el fútbol argentino, sí; aunque sin poner el nuestro a los pies de los caballos. Virtudes tan ensalzadas entonces como virilidad, empuje, sentido del deber y nobleza, están muy presentes en casi todas ellas. España, cercada económica y políticamente, famélica, turbia de horizonte, no podía permitirse el lujo de perder su orgullo. Y para ello se aprovechaban tanto las debacles portuguesas como lo declarado en Inglaterra por el británico míster C. J. Barrick, árbitro que acababa de pitar por nuestros pagos. El suplemento semanal de “Marca” difícilmente hubiera podido mostrarse más transparente:
“El Daily Mail, entre otros, encabeza con grandes titulares la entrevista con el colegiado, que titula: Tratado como un rey en España”. A lo largo del artículo “Marca” incidía en “la grata impresión producida tanto por nuestro fútbol, como ante la hospitalidad y simpatía que en nuestra Patria ha encontrado, y las agradables condiciones de vida que en la actualidad se disfrutan aquí”. El mismo semanario madrileño, como por casualidad, ensalzaba la alta cotización de nuestros entrenadores, avalada por la oferta que se le había hecho a Travieso, antiguo internacional baracaldés, para dirigir a un equipo americano. Por más que el articulito no citase de qué equipo se trataba, cualquier lector concluiría sobre su pertenencia al campeonato argentino. Y de eso nada. Travieso no habría de ir a Buenos Aires, sino hacia México, cuyo fútbol no sólo era muy inferior al del inmenso país sudamericano, sino incluso al español. Para remate, el 8 de febrero el propio “Marca” componía una portada propia del 28 de diciembre, día de Inocentes. Nada menos que en Buenos Aires situaba a Ricardo Zamora, y no de turismo, sino para entrenar al mismísimo San Lorenzo. Huelga decir que esa primera plana debería estudiarse en las facultades de Periodismo, como ejemplo de bulo interesado, manipulación de la opinión pública y mentira con patas muy cortas. Tanto como la fábula de una gasolina sintética, compuesta por extractos de hierbas y polvillos secretos, que iba a arrojar “a partir de los próximos ocho meses, tres millones de litros diarios de combustible”. O el motor de agua presentado con toda pompa por el sevillano Francisco Gascón en su domicilio-taller con vistas a La Giralda “capaz de acabar con los gasógenos y las dificultades del parque automovilístico nacional tan pronto empiece a fabricarse en serie”. Sin olvidar, claro, el no menos abracadabrante invento Juan Vidiella, mecánico reusense, empeñado en elevar agua marina hasta las montañas sin otro impulso que el del propio oleaje, resolviendo así las carencias de energía eléctrica mediante saltos de agua diseminados por toda la costa. Disparates sólo superados por el fantástico ingenio de dos hombres, coadjutor uno y radiotelegrafista otro, fabricantes de oro en San Lorenzo del Escorial. El periódico “La Nueva España” llegaba más lejos, asegurando existía “el inevitable tercer hombre, con muchos millones de pesetas, respaldándoles”. Y para guinda, una información atribuida a la prensa soviética, según la cual el gobierno franquista fabricaba bombas atómicas en Ocaña.
Semejante alarde imaginativo -la gasolina milagrosa, los alquimistas escurialenses, la bomba atómica “made in Ocaña” y los saltos de agua salada- fue tomado a chacota de Norte a Sur, en tertulias, reboticas, barberías o portales con kiosco de limpiabotas. Porque en relación a las bombas, y al decir de algunos corresponsales, tampoco faltaron voces desde el exterior clamando ante la amenaza que un país con cartilla de racionamiento y sin dinero, representaba para la paz universal. El delirio de las armas de destrucción masiva no es nuevo, como hoy creemos.
Respecto a la imaginaria contratación de Zamora por el San Lorenzo de Almagro, apenas si circularon bromas. La España futbolera lo creyó a pies juntillas.
Casi paralelamente, los muchachos del San Lorenzo seguían generando noticias bastante útiles. Si con ocasión de su viaje a Bilbao se hizo constar que “parte de la plantilla acudió al santuario de Nuestra Señora de Begoña, asistiendo además a un oficio religioso”, el 10 de febrero, dos días antes de que partieran en vuelo transoceánico, hubo titulares como éste: “Los jugadores del San Lorenzo oyeron misa en los Salesianos de Atocha”. Se recordaba, a manera de explicación, el nacimiento del club, impulsado por un padre salesiano. Todo de lo más oportuno, en pleno nacional-catolicismo, con obispos que hasta hacía unos meses saludaban a la romana sin el más mínimo pudor.
No faltaron tampoco avispados precursores del marketing. Luis Sandrini, humorista y caricato con buena crítica, celebraba su tercera semana en el madrileño cine Imperial dedicando al San Lorenzo una función de su espectáculo “Mientras el cuerpo aguante”. Se sorteaba entre los espectadores un balón firmado por los jugadores bonaerenses.
Ya sin el San Lorenzo, hubo que cambiar de repertorio. Sería noticia Jorge Negrete, que estrenaba película en El Palacio de la Prensa, las colas que formaban sus muchísimas devotas a pie de taquilla, y la esperanza de que sin gran demora el ídolo charro pudiera visitar nuestro suelo. Aquella cinta, titulada “Hasta que perdió Jalisco”, no daba para tanto estruendo.
Todo eso cambió de golpe a partir del 9 de junio, con la llegada de Eva Perón. Su gira de 17 días incluía visitas a Italia, Francia, Mónaco, Holanda, Suiza y Portugal, amén de a España, por más que nuestros medios diesen a entender había dejado Buenos Aires con la única intención de pisar la piel de toro. Su fulgurante ascenso desde la precariedad más absoluta hasta el poder, como consorte de Juan Domingo Perón, se asemejaba a los culebrones que tanto representara, primero para la radio y luego en celuloide folletinesco. Por Argentina venía a ser una especie de ministro sin cartera, puesto que inauguraba hospitales, escuelas o asilos, enhebraba vibrantes discursos tan pronto le ponían delante un micrófono, o era vitoreada por sus descamisados como una diosa. Franco no sólo la recibiría a pie de avión, encabezando una comitiva compuesta por el gobierno en pleno, el obispo de la diócesis, tropas en perfecto estado de revista, banda de música y un enjambre de cámaras y fotógrafos, sino que había hecho acondicionar un “Dakota DC-4” de Iberia con dormitorio y sala de estar, para aliviarle el salto transoceánico. También aguardaban en un discretísimo tercer plano, varios coches oficiales a disposición de las doncellas, secretarias, modistas, peluquero, director espiritual y hasta galeno, que componían su enorme y medieval séquito. Tan pronto Evita hubo echado pie a tierra, aireó el primer discurso: “Os traigo el contagio de felicidad de los trabajadores argentinos, y ofrezco mi corazón de mujer, empapado en la nueva justicia que hemos dado a los obreros en mis ciudades y mis campos”.
“Mal empezamos”, se dice cuchicheó un miembro del gobierno, antes de hacer crujir sus bisagras. Luego Evita, con la desenvoltura que la caracterizaba, comenzó a moverse como si fuera no una invitada, sino la mismísima reina de España.
La santa de los descamisados había aprendido a disfrutar de su estatus con extrema rapidez. Según distintas fuentes, sus armarios atesoraban 400 vestidos de alta costura, 100 abrigos de pieles, unos quinientos sombreros de verano, primavera, estío y entretiempo, no menos de 800 pares de zapatos, algunos con brillantes hasta los tacones, y joyas que a finales de los 40 fueron valoradas en casi 20 millones de dólares, o sea 600 millones de ptas. -entonces un dólar valía 32 ptas.-, cuando los trabajadores españoles soñaban con 600 mensuales. En el Palacio Real, luego de que Franco le impusiera la Gran Cruz de Isabel la Católica y el obispo un par de escapularios de la Virgen del Camino, ante la atronadora ovación desatada nada más asomar al balcón, dijo a la cara de nuestro dictador: “Cuando necesites una multitud tan fervorosa, no dudes en llamarme, mi general”. En otra de sus comparecencias públicas hizo que los altavoces propagasen algo de lo más subversivo: “En Argentina trabajamos para que haya menos pobres y menos ricos. ¡Hagan ustedes lo mismo!”. Llegados a este punto cabría preguntarse qué fue del peronismo. O reflexionar, como mínimo, sobre lo fácil que es predicar de viva voz y cuán costoso resulta dar ejemplo.
Franco y sus generales sólo volvieron a respirar cuando Evita dijo adiós. La bienvenida al mercante que transportara hasta Barcelona las primeras toneladas de trigo argentino, también tuvo mucho de apoteósica. La carne congelada ya pasó algo desapercibida. Debilidad humana, al fin y al cabo, olvidarlo todo. Por eso, probablemente, el verbo de Eva Perón y la gira del San Lorenzo se convirtieron muy pronto en noticia vieja. Más por lo tocante a Evita, que en relación al San Lorenzo.
Y es que pese a cuanto recogiera la prensa nacional, los futbolistas bonaerenses había dado clases doctorales, poniendo en evidencia un fútbol patrio basado en el entusiasmo, la testiculina y el pundonor; un fútbol rancio, ya periclitado. Conscientes de la realidad, nuestros federativos hicieron llegar a los clubes de 1ª y 2ª una circular conminándolos a poner en práctica cuanto aquella gira dio a entrever. Los “colchoneros”, según parece, tomaron la delantera al resto, retrasando a su medio centro Aparicio hasta convertirlo en defensa central. En 3ª División, por el contrario, se siguió formando al modo clásico, es decir 2-3-5, durante varios años.
Con relación a la política, el bloqueo internacional siguió causando estragos. Faltaban medicamentos, penicilina, jabón, papel, gasolina, energía eléctrica… Y sobraban, quizás, velas encendidas en las capillas. A Franco las cosas se le irían arreglando a medida que se abría una zanja entre la Unión Soviética y sus antiguos aliados. Porque la estratégica posición de la península, tapón del Mediterráneo, unida al feroz anticomunismo del régimen, transformaron al general abominable en útil aliado.
Pero eso ya es otra historia. Quedémonos, de momento, con que el San Lorenzo de Almagro no se exhibió 10 tardes por la península, sino 11. Aquellos 60 minutos de juego y Galdácano como parada y fonda, también existieron.