Johan Cruyff, astro, rebelde y arquitecto del fútbol moderno
De José Ignacio CorcueraDesde que el jueves 24 se hiciera público el ingreso de Johan Cruyff en el Olimpo de los mitos, el aficionado al fútbol se ha visto bombardeado por multitud de testimonios personales, notas de condolencia y juicios laudatorios. Ante la velocidad con que hoy se suceden los acontecimientos, cuando los periódicos de ayer no sirven siquiera para envolver arenques, estas líneas apresuradas llegarían muy tarde si enfocasen tan sólo la llegada al Ajax de un mocoso con 10 años, el fallecimiento de su padre, dos después, las vicisitudes de su madre para sacar la familia adelante, o el primer contrato profesional del hijo adolescente del frutero, cuando contaba 16 abriles. Por ello, aspiran sólo a enhebrar tres facetas de un hombre no menos genial que poliédrico.
Estrella
Tras disputar 10 partidos de la Liga neerlandesa y anotar 4 goles en 1964-65, con sólo 17 años, elevó al registro a 16 goles en 19 choques recién cumplidos los 18, y a 33 en 30 partidos la temporada 1966-67. Sin cumplir la veintena era todo un referente en su país, un astro descaradote sobre el césped, inteligente vistiendo de paisano, acostumbrado a pensar por sí mismo y no dar nada por sentado. Con él a la batuta, el Ajax hizo sistemáticamente suya la Liga de los Países Bajos, obtuvo 5 copas nacionales, tres Copas de Europa, una Supercopa y otra Intercontinental. Hubiera sido futbolista codiciado por todos los clubes del continente, de no imperar en muchos campeonatos una sobreprotección hoy inimaginable hacia el producto autóctono. Pero eso también cambió.
La temporada 1973-74, luego de once años de prohibición importadora, nuestros clubes pudieron fichar extranjeros. Real Madrid y F. C. Barcelona, como máximos representantes de la aristocracia futbolera, llevaban tiempo tendiendo redes al otro lado de los Pirineos, conscientes de que el portillo no podía tardar en abrirse. Cruyff, según se dijo primero y desmintió después, tenía un precontrato con la entidad “merengue”. Al parecer, desde la presidencia o secretaría técnica madrileña sí se había cerrado un acuerdo con la directiva del Ajax, que el futbolista no quiso aceptar. Su mirada estaba puesta en el club azulgrana, donde pensaba podía encajar mejor y “desplegar todas las virtudes y lucir mi concepción del fútbol”, como el propio Johan manifestó varios años después. O puede, sencillamente, que le atrajese más vivir junto al Mediterráneo, en la ciudad condal, que en un Madrid mesetario y entonces menos cosmopolita, o hasta vagamente europeo.
Y es que Cruyff había sido por nuestros pagos un abanderado de las relaciones prematrimoniales, reuniéndose en Lloret de Mar con su novia Danny, hija del joyero y representante Cor Coster. Conocía Barcelona y sus alrededores, por lo tanto, y la tenue brisa filtrada desde Francia hasta Las Ramblas, el Paralelo, Pedralbes o Gracia, en una España donde aún mandaba Franco. El caso es que luchó con su denuedo característico por salir del Ajax, donde lo había ganado todo. Porque su fichaje ni muchísimo menos resultó fácil.
Al obstáculo económico -3 millones de dólares como precio de partida, dos para el club y uno para él-, hubo de añadirse la oposición radical de la Federación Holandesa. Los abogados del joven Johan no sólo se movieron en derredor del Ministerio de Asuntos Sociales, sino que pulsaron resortes en el parlamento holandés. Patijn, diputado socialista, dirigió un escrito al ministro preguntándole hasta qué punto una federación deportiva podía impedir a cualquier trabajador desarrollar su actividad en otro país europeo. La Comunidad Económica, por su parte, en un precedente de lo que 23 años más tarde revolucionaría los distintos campeonatos nacionales, mediante la Ley Bosman, no hallaba justificación para la polémica: nadie estaba facultado para impedir el vuelo profesional de un trabajador hacia otro país, formase parte o no del durante esos años reducidísimo Mercado Común. Cruyff, de ese modo, y previo acuerdo de satisfacer 120 millones de tas. al Ajax, enorme cantidad para la época y récord en la materia, vestiría el uniforme culé. Atrás quedaban 239 partidos y 190 goles en el campeonato neerlandés, y dos botas de oro consecutivas (1971 y 1972), como mejor futbolista del mundo.
Cuanto siguió, título de Liga para el F. C. Barcelona, que además habría de endosar un contundente y desacostumbrado 0-5 al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, es de sobra conocido. Puede, en cambio, que otros aspectos no menos curiosos se hayan ido olvidando.
Porque si el fichaje de Johan Cruyff ya fue un éxito azulgrana en sí mismo, los desaciertos contratadores de su rival directo elevaron al holandés hasta la estratosfera. El rubio teutón Gunter Netzer, con 32 entorchados internacionales a la espalda, 2 campeonatos ligueros y una copa con el Borussia Moenchengladbach, futbolista del año en 1972, finalista en la UEFA del 73 y con fama de mejor pasador europeo en balones largos, no se adaptó a la vida española y todavía menos a nuestro fútbol. Hubo, además, quien le acusó de pesetero desde el primer momento, como si moverse por dinero fuese una deshonra para profesionales de actividad tan efímera. No le ayudaron, es verdad, sus declaraciones a la prensa. El diario deportivo AS recogía: “(Vengo) por el entusiasmo existente en el fútbol español y porque jugar en el Real Madrid es lo máximo que cabe alcanzar en el fútbol”. Pero en las páginas del semanario Stern, de Hamburgo, matizaba más claramente, tras argumentar que dejaba en muy buenas manos su discoteca Lovers Lane, su restaurante Le Laque y su agencia de seguros Alter Leipziger: “Lo que van a pagarme los españoles en dos temporadas equivale a cuanto ganaría en Alemania con 8 años de fútbol”. Siguiendo con la prensa alemana, el sensacionalista Bild también se hizo eco de las fabulosas cantidades satisfechas por nuestros clubes más señeros y los no menos pródigos entes italianos. Amparándose en el rumor de que Overath, Kremers, Cullman, Flohe y Heynckes pudieran emigrar también, exigía a la Federación Alemana el boicot a los traspasos. Bajo un más que explícito “Stop a las ventas”, seguía: “Netzer ha sido sólo el principio. Los españoles quieren llevarse media selección nacional”.
Cruyff obtuvo su tercera boto de oro en 1974, siendo ya jugador “culé”, y cuando al decir de algunos cronistas tanto laurel había amanerado su fútbol. “Hay dos Cruyff diferentes: el del Camp Nou, vertical, rápido y decisivo, y el de los desplazamientos, donde busca la placidez inane del centro del campo”, llegó a escribirse. Jorge Valdano recuerda cierto partido de Copa como espectador, siendo futbolista del Deportivo Alavés: “Había llovido con extrema abundancia y Mendizorroza estaba para pocas florituras. Al cuarto de hora Cruyff decidió jugar de libero, recompuso al equipo sin ninguna consulta a su entrenador y sin que nadie se lo discutiera, y comenzó a jugar en un puesto que pudiendo haberle resultado extraño parecía ajustársele como anillo al dedo”. Johan, el astro del balón, ya apuntaba maneras de entrenador revolucionario.
Durante las siguientes temporadas, Cruyff pareció reducir su primitivo brillo. Seguía haciendo gala de un cambio de ritmo extraordinario, de una velocidad que lo convertía en imparable, de enorme intuición y clase a raudales. Pero en un fútbol tan rudo y hasta violento como el que nuestros árbitros consentían a muchos centrales durante los 70 y primeros 80, apostó por el conservadurismo. Y ello hizo de él jugador menos determinante. A lo largo de la temporada 1977-78, donde entre los 30 foráneos de primera y amén de Cruyff destacaban Kempes, Luiz Pereira, Leivinha, Brindisi, Stielike, Neeskens o Alves (portugués que siempre jugaba con guantes negros), el más rentable, de largo, fue Mario Alberto Kempes, contratado por 32 millones de ptas., o sea el 10% del presupuesto valenciano para esa campaña. No obstante, con 3 millones de pesetas al año distaba mucho de ser el mejor pagado. Johan Cruyff, cuya fortuna personal se estimaba en torno a los 300 millones de las pesetas de entonces, cobraba 15 veces más. Neeskens, con 18 millones anuales, justo 6 veces más que el argentino. Stielike, Jensen y el español Pirri, en el Real Madrid (quien al retirarse reconoció haber obtenido siempre más ingresos en concepto de primas que por el contrato propiamente dicho), le triplicaban. Y los también nacionales del C.F. Barcelona Marcial y Rexach obtenían el doble. Este último, además, renovaría por dos años a cambio de 15 millones. Si a eso unimos que los mejor tratados publicitariamente en contratos por lucimiento de material deportivo -a excepción del holandés, claro está-, seguían siendo jugadores locales como Pirri, Asensi, Miguel Ángel, Migueli o Juanito, se entenderá cuán fácil se hacía criticar la descomunal ficha del astro barcelonista. Paralelamente, ciertos defensas españoles, con Benito, Capón y Migueli a la cabeza, adquirieron fama de extremar su dureza ante los delanteros foráneos. El paraguayo Crispín Maciel, figura de la U.D. Las Palmas, se atrevió a denunciarlo públicamente, secundado, aunque con medias tintas, por Alves, centrocampista dela ya extinta Unión Deportiva Salamanca. Nuestra Liga, a la sazón, parecía escenario de no pocos celos y muchísimos recelos.
Cruyff, prudentemente, optó por nadar y guardar la ropa con alguna frecuencia. Su palmarés por nuestros pagos -una Liga y una Copa- simplemente lo corrobora.
Rebelde
Si algo caracterizó siempre al “Flaco” fue su propensión a ir de frente, a reclamar cuanto le parecía justo. Y eso, en un país acostumbrado al silencio cómplice, el acatamiento borreguil y la renuncia, por fuerza debía ser visto como rebeldía innata. “Para mí era fácil. Porque cuando eres el número uno, pides y te dan. Si no es éste será aquel, pero te dan siempre”, sentenció a menudo un Johan Cruyff ya retirado. Pero es que él había sido así desde la adolescencia. Al menos desde que con 16 años plantó cara a la directiva del Ajax, exigiendo se le pagase no como a un juvenil, sino como al jugador del primer equipo que ya era. Y de esa rebeldía, o esa reclamación de justicia, si se prefiere, seguiría dando no pocas muestras.
Líder indiscutible del maravilloso y perfecto engranaje que hizo célebre a su selección, la famosa Naranja Mecánica injustamente apartada del título en el Campeonato del Mundo celebrado en Alemania (1974), poco antes de dicha competición supo que la Federación Holandesa había alcanzado un acuerdo publicitario con “Adidas”. Él reclamó una parte por lucir la prenda, y se la denegaron. “La Federación no vende camisetas -adujo-; si se venden es por las caras que hay encima de la marca y el escudo”. Puesto que no le hicieran caso luciría durante todo el certamen una camiseta con sólo dos rayas, en vez de las tres que constituían identificativo de “Adidas”, a la que además había arrancado el logotipo. Su contrato publicitario, por cierto, le unía a “Puma”, gran rival de “Adidas” durante los 70 del pasado siglo.
Casi en paralelo, nuestros medios lanzaban velados ataques a su “voracidad publicitaria”, acostumbrados como estaban a que los futbolistas se aviniesen a todo por unas migajas. El conflicto definitivo surgió cuando al nacer su hijo Jordi, la prensa quiso disponer de fotos. Y Johan se mostró contundente: fotos había, pero para publicarlas era preciso pasar por taquilla. “No sé por qué se extrañan -sintetizó entonces-. A mí pueden sacarme fotos en el campo vestido de futbolista, pero mi hijo es cosa de mi vida privada”. Elemental, diríamos hoy, por más que hace 40 años casi nadie valorase su postura. Bien al contrario, desde distintos púlpitos se esforzaron en zaherirle: “¿Dónde se ha visto a un millonario comerciando con su hijo recién nacido?”. O “De fuera llegan vientos que si nadie lo remedia acabarán en tempestades”.
Pero no, en modo alguno cabría hablar de tempestad, habida cuento de lo que fue llegando en el futuro. Si acaso de algún chubasco que a la postre iba a acabar beneficiando a otros futbolistas señeros. Lociones, colonias, “prendas de interior”, como se designaba entonces a camisetas y calzoncillos, o pinturas acrílicas, irían pasando por taquilla. Y entre campaña y campaña seguían sucediendo cosas.
Apenas llevaba un año vestido de azulgrana cuando conquistó la antipatía de fotógrafos y periodistas en la ciudad condal, estos últimos por pura solidaridad corporativa. Venían de proclamarse campeones cuando, acaudillando la plantilla barcelonista, protagonizó un sonoro plante al término del partido homenaje a socios y plantilla ante el Herta berlinés, como muy bien se encargó de remarcar José Antonio Casanova en “La Vanguardia”:
“Es costumbre que cuando un equipo gana un trofeo, como el de la Liga o la Copa, sus componentes posen con él para la posteridad. Eso no se había podido hacer con el Barcelona desde hace catorce años respecto a la Liga, que no había vuelto a ganar hasta la presente temporada. Anoche, después que su capitán, Juan Carlos, hubo recibido el trofeo y tras haber dado con él la también clásica vuelta de honor al terreno de juego, los fotógrafos se dispusieron a disparar sus máquinas frente al equipo azulgrana con la Copa. Pero, ante su sorpresa, no pudieron conseguirlo porque a una indicación de Cruyff, sus compañeros se negaron a reunirse frente a los fotógrafos, quienes ante tal actitud optaron por retirarse del campo, declarándose en “huelga de máquinas caídas”. Posteriormente supieron que, según parece, los jugadores del Barcelona han vendido el derecho de hacer esa foto a una empresa comercial, que piensa venderla en forma de pósters. Ese es el motivo de que no podamos ofrecerla a la contemplación de nuestros lectores después de catorce años de espera”.
Molestaba la faceta publicitaria de Cruyff, o Kruyff, pues de ambos modos se le designaba. Molestaba mucho. Baste ver cómo fue recogida poco después su negativa a protagonizar una campaña harto comprometida para la época:
“CRUYFF RECHAZA UNA OFERTA PUBLICITARIA”.
Debía anunciar una firma de… tampones
Así saludaba La Vanguardia el no de su personaje estrella. Las líneas de acompañamiento rezumaban parecida sorna y mala intención:
“Parece extraño, después de conocer las “aptitudes” que el jugador azulgrana ha venido demostrando en este sentido desde que fichó por el Barcelona y que motivaron los más diversos comentarios. Cruyff ahora ha dicho “no” a la publicidad. La revista que informa de esta noticia explica la negativa del gran jugador”.
Esa revista era Pronto. Ya estaba el papel cuché enredando alrededor de la pelota, bien es verdad que con mucho menos sensacionalismo del que haría gala tiempo después:
“Es insólito y por ello noticiable -escribieron en Pronto–. Desde que está en España, es la primera vez que el azulgrana rechaza una oferta publicitaria. ¿Es que ya se ha cansado de exprimir la vaca propagandística?. Ni soñarlo. Entonces, ¿qué argumentos opuso para refutar la proposición?. Obvios. El jugador tenía que anunciar -vayan a saber cómo- una firma de tampones. Y por ahí no pasa, claro. ¡Faltaría más!. Sería el colmo. O la risa”.
A los redactores de Pronto, al margen de no discernir entre publicidad y propaganda, les traía sin cuidado que por esas mismas fechas el holandés aclarase sus razones desde Control, otra revista mucho más seria, técnica, y por tal circunstancia de menor difusión. La Vanguardia, en cambio, si ofreció un extracto: “Cuando quieren usar mi nombre, pido dinero. Lo pido por entrar en mi vida privada. Si no pides dinero, todo el mundo te usa, no tienes libertad. Es necesario pedir dinero para protegerse. Pero yo no me vendo. No soy el producto, sino el medio para venderlo”.
Difícil hallar más lucidez en tan breve espacio. La sociedad de consumo podía devorar, digerir y olvidarse de cualquiera en pocas semanas, conforme el futuro inmediato acabaría demostrando. El triple balón de oro holandés demostraba ser tan listo sobre el césped como vistiendo de paisano. Capaz, además, de tentar descaradamente a Coca-Cola desde las páginas de Control, asegurando contaba con no menos de cincuenta o sesenta ofertas publicitarias. Ante tal demanda, se proponía cambiar de marca cada diez o doce meses. Y ya puestos, ¿por qué no picar alto?: “El próximo año me gustaría hacer la de una bebida refrescante”.
Hubo de contentarse con menos, si bien tampoco parece que el desinterés de “la chispa de la vida” le amargara mucho. A su lado, todos los futbolistas españoles aprendían rapidísimo. Y hasta alguno, como Carlos Rexach, se las había arreglado para extraer réditos de su fama, sin contar con maestros.
Porque en enero de 1971, a sus 24 años y cruzado el rubicón de una cuarta temporada en el equipo “culé”, retirados ya los Segarra, Olivella, Gracia, Gensana o Vergés, Carlos Rexach se postulaba como genuino estandarte de “lo catalán” entre el nuevo elenco azulgrana. Muy lógico, por lo tanto, que cualquier entidad catalana dirigida a público catalán, pretendiese contar con su imagen en la edición de folletos o cartelería. Lo que ya se antoja menos natural fue el modo que la Caja de Ahorros “Sagrada Familia” acabó eligiendo para la entronización del futbolista como “jefe de Relaciones Públicas”. Así quisieron explicarse las cosas, desde “La Vanguardia”:
“Carlos Rexach, el goleador delantero del Barcelona, ha sido presentado en su condición de jefe de Relaciones Públicas de la Caja de Ahorros Sagrada Familia, en un acto al que han asistido, con los altos cargos y empleados de dicha entidad, representantes de los medios informativos, compañeros de equipo del jugador y numerosos aficionados.
El deporte entra así en el ahorro, de la mano de un internacional renombrado que cursó cuatro años de bachillerato y estudios de contabilidad, para encaminar después su vida hacia el fútbol y colocar ahora la primera piedra de su futuro. Porque, como ha significado especialmente el director de la caja, don Juan Guardiet, se quiere utilizar de Rexach, incluso más que su popularidad, sus condiciones naturales para el cargo al que se le ha llevado.
Todo nació de una entrevista en la que Rexach hablaba de sus deseos de encaminar sus actividades al margen del fútbol en algo que le permitiera pensar en su futuro. Se le ofreció el puesto, le gustó la idea y ya ha entrado en funciones. Ahora se le prepara a través de cursos para, sin que ello signifique la menor merma hacia sus obligaciones deportivas, poder ir actuando en una actividad hacia la que el propio Rexach siente gran ilusión”.
Vamos, que con bachillerato elemental y nociones básicas sobre el debe y el haber, cualquier joven dispuesto podía optar a un sueldazo, despacho, secretaria y presentación por todo lo alto. Resulta obvio que en 1971 las empresas “serias” procuraban evitar acusaciones de oportunismo. Desde determinados ámbitos se veía imprescindible la renovación, pero ésta llegaba medio de tapadillo, con temple y escanciada en cuentagotas.
Todos sabemos que Rexach nunca llegó a convertirse en tiburón financiero. En cambio la Caja Sagrada Familia extrajo enorme rentabilidad a su iniciativa, puesto que si muchos medios nacionales se hicieron eco de la misma, en el panorama barcelonés constituyó todo un bombazo. Él tiempo se encargaría de confirmar que en aquella operación no hubo sino una perfecta maniobra de marketing.
Porque cuatro años más tarde, el 18 de diciembre de 1974, ya con Cruyff de azulgrana, la prensa catalana volvía a recoger otra instantánea con Carlos Rexach en el cetro, pluma en ristre. No correspondía a su “trabajo” en la Caja de Ahorros, sino a su fichaje por cierta central lechera. Y así se expresaba el pie de foto:
“Para protagonizar la campaña de leche ATO, Centro Lácteo Balcells ha escogido al prestigioso barcelonista Rexach. Vemos en la fotografía el momento en que se formalizó el contrato con las firmas de don José Balcells, director general de la empresa, y Carlos Rexach. Junto a ellos don José Hereu, de la Dirección Comercial de leche ATO y don José Duró”.
Sólo cuatro años habían bastado para llamar a las cosas por su nombre, sin que nadie se escandalizase. O casi nadie. Porque ¿existía diferencia, acaso, entre los posados de Johan Cruyff y los bolos publicitarios de Rexach?. Ninguna, como no fuse que Cruyff daba la cara.
Paulatinamente, y aún entre críticas de compañeros en la profesión, Johan abrió para los futbolistas el portillo de los cambios drásticos.
El holandés, sin embargo, a quien se veía como gallo alborotador de gallineros, acabó chocando con la directiva culé. Consecuentemente, cumplidos sus cinco años de contrato no hubo renegociación. Entonces, puesto que los estadounidenses vivían empeñados en hacer que el “soccer” arraigara -en realidad otro intento más, fallido, como los anteriores-, fue a New York para disputar un partido de exhibición con el Cosmos, y desde la gran manzana hacia Los Ángeles, primero, y Washington después, donde suscribiría contrato con los Aztecs y Diplomats.
Estaba prácticamente retirado, pues ejercía como secretario técnico en el Ajax, cuando desde el Levante, entonces en 2ª División, se le hizo llegar una oferta con más ribetes de marketing que inspirada en lo puramente deportivo. Fue aquel un contrato complejo y abracadabrante para quienes se movían entre el eterno pasivo de nuestra división de plata. Cruyff se llevaba, o debería haberse llevado, un alto porcentaje sobre las taquillas, garantizándosele 30 millones de ptas. fijos por sólo 4 meses, puesto que llegó a Valencia el 28 de febrero de 1981. La directiva granota se negó a arrendar para él un chalet en la urbanización Monte Alegare, de L´Eliana, con frontón, piscina, gimnasio y sauna, cuyo alquiler suponía 12.000 ptas. mensuales y que había sido residencia del argentino Mario Alberto Kempes durante algún tiempo. El sueldo mensual medio de un oficinista por esa época rondaba las 23.000 ptas. Por otra parte, Levante y futbolista abonaban a medias un seguro de accidentes con cobertura de 30 millones de ptas., que ambas partes se repartirían si se llegaba a producirse la indeseable eventualidad. Y como esas condiciones no acababan de satisfacer al astro, le cedieron también, a modo de garantía, un 50% de los derechos de arrendamiento, superficie y propiedad del Club de Tenis del Levante, así como la mitad de lo ingresado por dicha explotación. Sumados todos los conceptos, el monto completo no quedaba por debajo de los 40 millones de ptas.
El primer mandatario del Levante, Francisco Aznar, voluntarioso e iluminado megalómano con ribetes de funambulista, junto con su vicepresidente Federico Cortés, únicamente llegaron a pagarle 6 millones de los 30 prometidos, si bien con el correr del tiempo y la entrega de nuevas cantidades, así como gracias al resultado de explotar las áreas descritas, aquel paso por la entidad levantina debió saldarse con una percepción próxima a los 36 millones, según cálculos del periodista Jaime Hernández Perpiñá. El club valenciano, pese a su espectacular recaudación la tarde en que el internacional holandés se presentaba, concluyó hecho unos zorros. Un teórico negocio de vinos que debería haber soportado tan arriesgada operación, como las cuentas de la lechera que tan bien cuadraban, resultaron eso: teoría cimentada en éter. Johan volvió a hacer las maletas, rumbo Ámsterdam, se vistió de corto en el Ajax durante otras dos temporadas (14 goles distribuidos en 36 partidos de Liga) y estiraría aún su trayectoria en el Feyenoord, con otros 11 goles en 33 nuevas comparecencias. Pese a sus 37 años, seguía dando guerra a los zagueros.
Arquitecto de la modernidad
El gran Cruyff, sin embargo, el revolucionario, quien iba a dinamitar conceptos tácticos devenidos en clásicos, volvió a renacer, cual ave Fénix, en el banquillo del Ajax. Y muy especialmente en el del Barcelona, al que llegó luego de festejar dos títulos neerlandeses de Copa y una Recopa europea. Para ello sólo necesitó aplicar la ecuación que tantos réditos le proporcionara como futbolista: inteligencia, velocidad de pensamiento, anticipación, osadía y descaro. Si cuando despuntara, todavía imberbe en el Ajax de los 60, no se podía ser delantero y marcar goles sin medir metro ochenta, buscar el choque hasta partirse la cara y lucir una espalda de portero en discoteca, ¿cómo es que él, delgadito y en teoría frágil, cazaba balones aéreos, se iba de adversarios con 30 kilos más, fintaba y resolvía?. Pues bien, ¿por qué no aplicar al conjunto su mecánica individual?. ¿Por qué no intentarlo, cuando menos?.
Quienes le oían esbozar su sueño, acababan pensado era un excéntrico, si no se había vuelto rematadamente loco: “Quiero jugar con dos extremos y sin delantero centro. Sin defensas centrales, con un medio como último hombre; alguien que pueda armar el fútbol desde atrás, que saque la pelota con criterio y distribuya rápido”. Luego, a medida que razonaba el enunciado con cierta lógica, simplemente se antojaba un visionario. “Al salir sin delantero centro, los dos centrales adversarios pierden su función específica. Si permanecen en su posición, el contrario juega con dos hombres menos. Si se adelantan, buscando marcar a quien les corresponda, mejor aún, porque como son los peores futbolistas del equipo, dan al balón con la tibia y encima dejan hueco por donde entraría la segunda línea”· Al objetarle que su equipo, desguarnecido atrás, podía ser muy vulnerable, objetaba: “¿Y de qué va el fútbol?. De marcar goles, ¿no?. ¿Qué me importa recibir tres o cuatro, si podemos anotar 5 ó 6?”. Paulatinamente iría puliendo la fórmula, hasta dejarla en un 3-4-3, que en el fondo y por cuanto a dibujo táctico, se resolvía con ataques de 6 hombres y el portero actuando como líbero, ante hipotéticas sorpresas a la contra. Varias frases suyas ilustran perfectamente cuanto buscaba:
“Al fútbol se juega con el cerebro, antes que con los pies. Hay que correr en el momento adecuado; ni demasiado pronto ni demasiado tarde”.
“Velocidad es una cosa y anticipación otra; si me pongo a correr antes que los demás, parezco más rápido aunque no lo sea en realidad”.
“Si un delantero corre más de 15 metros es que algo ha hecho mal o está dormido”.
“Antes de recibir el balón debes tener pensado que harás con él”.
Perogrulladas, habrá quien sentencie. Pues no; más bien el ABC de una nueva concepción del juego, al que rescató de la competición atlética en que parecía haber desembocado. Porque Cruyff, ante todo, convirtió al balón en eje y fundamento. Podía imprimirse a los partidos un ritmo infernal, no mediante carrerones de 40 metros y verticalidad británica, sino moviendo la pelota sin parar. En un fútbol de esas características, técnico y de amplio intercambio posicional, los bajitos y menos musculados podían cobrar protagonismo, si eran rápidos moviendo el cuero al primer toque. Así que introdujo los rondos en cada entrenamiento, para hacer que luego, ante el adversario, el balón volase. Y aunque su revolución, como cualquier otro invento necesitó un periodo de engrase y puesta a punto -dos años sin títulos en el Barça- estos llegarían con creces: 4 Ligas, 3 Supercopas de España, una Copa del Rey, una Supercopa de Europa; una Recopa europea y la primera Copa de Europa azulgrana. En lo individual, dos veces entrenador del año según Onze d´Or (1991 y 1992) y otra para World Soccer (1987). Menos títulos, en cualquier caso, de los que irían llegando a resultas de su legado.
Cierto que el fútbol a veces se burla de sí mismo, como hizo cuando Koeman, de libre directo, proporcionó al barcelonismo su primer y más preciado título continental. Gol a balón parado, en jugada estratégica; justo lo más despreciado por su entrenador.
Johan Cruyff, citado siempre junto a Pelé, Di Stéfano, Maradona y Messi, como uno de los mejores del mundo, tuvo mejor cambio de ritmo y más anticipación que el brasileño, mandó tanto sobre el césped como don Alfredo e hizo gala de muchísima más cabeza que Diego Armando Maradona. La lista podría ampliarse con otros nombres no mucho menos merecedores de podio, como Kubala, Puskas, Garrincha, Sócrates o Gullit, y hasta con alguno de los que se empeñaron en no ser números uno, como Ronaldinho e incluso Mágico González. Pero ninguno de ellos volvió del revés a este deporte, como hiciese en su día la táctica WM. Bien mirado, desde los tiempos de míster Pentland, y desde entonces han pasado casi 90 años, nadie había contribuido tanto al desarrollo del fútbol español como el larguirucho holandés que eligió Barcelona como segunda patria chica, y nunca aprendió a hablar correctamente catalán o español, quizás porque el ser humano para hacerse entender sólo precise buena voluntad y una mirada limpia.
Apenas 12 horas después de anunciarse su óbito, algún político enhebraba la aguja del oportunismo sirviéndose de la memoria y el legado de Johan Cruyff. El Flaco no lo merecía. Ni él ni nuestro fútbol, hoy espejo del planeta de cuero. Los mitos son patrimonio universal, no deben servir de mástil a estandartes, banderas, pendones, colores ni credos, precisamente por mor de su universalidad.
Suerte que los políticos, hábiles sobre todo para desviar agua a sus propios molinos, no lleguen con sus manos hasta el Olimpo. Porque sí señores, desde el jueves 24, el gran Johan reside allí, junto a otros dioses geniales como Puskas, Di Stéfano, George Best, Garrincha, Kubala, Yashine, Helenio Herrera, Didí o Pentland. Todos ellos ya son leyenda.