Quince años sin Canito. El rebelde que fue futbolista.
De Daniel BadíaEl pasado 25 de noviembre se cumplieron quince años de la muerte de Canito, el claro ejemplo del futbolista que acabó de la peor manera tras una carrera más prometedora que consolidada, plagada de extravagancias y excesos.
El legendario Ladislao Kubala, que le hizo debutar con la selección española absoluta y más tarde le entrenó en el Barça, llegó a decir de Canito que «podía haber sido el mejor líbero de la historia del fútbol español». Muchos se atrevieron a compararle con Franz Beckenbauer.
Dotado de un físico privilegiado (1,82 m. de estatura y 80 kg. de peso), destacaba como defensa central o libre y unía clase y grandes facultades físicas: tenía buena colocación y anticipación, no rechazaba el choque y le encantaba salir con el balón controlado, elegante y altivo.
Murió el 25 de noviembre del 2000, con 44 años, en La Pobla de Montornès (Tarragona), en los brazos de su hermana Fina, que es la que cuidó de él en sus últimos meses de vida.
Murió arruinado económicamente y emocionalmente, muy enfermo, prácticamente solo y abrazado al recuerdo del fútbol, que durante mucho tiempo fue el motor que le permitió avanzar por un tránsito vital nada favorable y lleno de obstáculos.
José Cano López, conocido por el diminutivo Canito de su apellido para diferenciarle de otro Cano, más veterano, con el que coincidió en el CF Lloret en sus inicios, nació en Llavorsí, en el pirineo leridano, el 22 de abril de 1956. Su padre (José), un peón albañil, trabajaba en unas obras de aquella zona.
Seguramente, la muerte prematura de su progenitor fue el detonante del comportamiento posterior de Canito.
Con 6 años de edad, su madre (Antonia), incapaz de mantener a toda la familia, le dejó en acogida en el colegio de La Salle de Nuestra Señora del Port de Barcelona, donde creció entre huérfanos y niños abandonados e hizo vida callejera en la Zona Franca de la capital catalana.
Su único contacto con la familia era con un hermano mayor, que también jugó al fútbol, pero esa relación se truncó cuando éste se casó. Más tarde la retomaron, en un intento desesperado para que dejase las drogas.
Nada amante de los libros, dejó los estudios con 14 años. Prefería jugar al fútbol, aunque fuera de manera nada seria. Además, trabajaba esporádicamente, muchas veces haciendo de mozo de carga y descarga de camiones en Mercabarna.
Empezó a jugar al fútbol con el equipo del colegio donde estaba internado. En categoría juvenil, fichó por la Penya Barcelonista Anguera, convencidos sus valedores que rápidamente le captaría el Barça. Pero su rebeldía y falta de compromiso aplazaron su llegada al Camp Nou. En la Penya Anguera cobró su primer sueldo en el fútbol: 500 pesetas por partido.
Destacó en categoría regional con el Club Atlètic Iberia (1973-74), el equipo del barrio barcelonés donde se crió, y con el CF Lloret (1974-75). A pesar de su juventud, gobernaba los equipos desde la defensa.
En el mes de marzo de 1975, con 18 años, el RCD Espanyol le sometió a una prueba con el primer equipo. Le acompañó el extremo goleador Jaume Ventura, también del Lloret. Pero solo les convenció Canito, que ese verano fichó por el RCD Espanyol, tras seducir también al Real Madrid, que se interesó por su situación.
Confirmado su fichaje, el club blanquiazul decidió cederle la temporada 1975-76 a la UE Lleida, de Tercera división, con la intención de que el disciplinado y exigente técnico Juanito Vázquez, inquilino del banquillo leridano, domara su carácter e ímpetu juvenil y encauzase su carrera futbolística.
Pero en Lleida, a pesar de contar con solo 19 años, Canito regaló diferentes episodios extravagantes, que posteriormente serían una constante en su carrera.
En Lleida le llamaban «el pólvora», por su carácter explosivo: acabó volviendo loco al entrenador Juanito Vázquez, a quien destituyó la directiva leridana a media temporada, y se lió a tortas con el periodista local, Lluís Visa, por no estar de acuerdo con la crónica de un partido.
Solo la intervención del directivo del Español, Carlos Carenzi, logró calmar los ánimos y el Lleida reconsideró la intención de devolverle a su club de origen.
El sustituto de Vázquez en el banquillo del Lleida, Jordi Solsona, congenió mejor con Canito, que pretendía ser la estrella dentro y fuera del campo.
En Lleida se sacó el carnet de conducir, sorprendiendo a los más incrédulos con su capacidad intelectual, y echó un pulso a la directiva cuando exigió que le compraran el mismo traje blanco que lucía un directivo para seguir jugando.
Entre las extravagancias que cuentan sus excompañeros del Lleida destacan que, para llamar la atención, era capaz de ir en manga corta en el día más frío del invierno leridano o presentarse con el abrigo más grueso en el día más cálido de verano.
En la UE Lleida Canito jugó 32 de los 38 partidos de liga en el grupo tercero de Tercera división, compartiendo línea con Tanco, posteriormente destacado jugador del Rayo Vallecano y del Sabadell.
Entonces su ídolo referencial era el defensa del Real Madrid José Antonio Camacho, un año mayor que él. Canito soñaba en voz alta: «Quiero ser como Camacho y pasar de jugar en Tercera a Primera división en una sola temporada».
Y lo consiguió. La temporada 1976-77 regresó al Espanyol y el técnico José Emilio Santamaría le hizo debutar en Primera división el 24 de octubre de 1976, con 20 años, en el partido jugado en Sarrià frente al Elche CF (2-0). Canito sustituyó a José Manuel en el minuto 71.
Esa temporada jugó 12 partidos de liga en Primera y marcó 1 gol.
El servicio militar le llevó a jugar con el Cádiz CF la temporada 1977-78, también en Primera división.
Jugando en el Camp Nou con el equipo cadista se atrevió a hacerle un globo a Cruyff, a quien se encargaba de marcar. Era el 19 de febrero de 1978 y el Cádiz arrancó un punto al Barça (1-1).
La temporada 1978-79 regresó de nuevo al Espanyol y Canito se consolidó como un futbolista que enamoró por su potencial. Estaba en plenitud.
Ladislao Kubala le hizo debutar con la selección española absoluta el 21 de diciembre de 1978, en un amistoso en Roma frente a Italia (con derrota 1-0). Sustituyó a Eugenio Leal. Fue su única aparición con el combinado absoluto español.
Canito también fue una vez internacional con la selección española sub-21 (1976); 2 con la selección Amateur (1979), en la fase de clasificación para los Juegos de Moscú; y jugó en una ocasión con la selección B (1981).
Su buen momento deportivo se tradujo también en mayores ingresos económicos y pudo permitirse todos los caprichos que soñó de pequeño: por fin pudo comprarse un coche Seat 1430 metalizado, hacerse trajes exclusivos hechos a medida y alternar en la sala Bocaccio, famoso local de ocio de la Barcelona de la época.
Su vida desahogada y de lujo trascendió y se llegó a decir que Canito estrenaba coche cada mes, novia cada semana y ropa cada día.
Era tal su obsesión por vestir bien que llegó a hacer la apuesta de que vestiría ropa nueva cada día durante una temporada. Y no perdió la apuesta.
Pero ni en los mejores días, Canito se olvidó de sus amigos de las casas baratas, ni de los internados en el colegio de la Salle de Nuestra Señora del Port, a quienes visitaba para hacerles regalos y también para prestar dinero. Su generosidad era tan grande como su inocencia salvaje.
Finalizada la temporada 1978-79, con un Canito pletórico futbolísticamente, el presidente del Barça, Josep Lluís Núñez, se adelantó al Real Madrid y lo fichó al RCD Espanyol, a cambio de un traspaso de 40 millones de pesetas y los jugadores Bío, Fortes y Amarillo.
Con solo 23 años llegó a la cima de su carrera, pero a partir de entonces la caída sería imparable.
Nunca congenió con la camiseta azulgrana, a pesar de que la temporada 1979-80 la empezó de titular y en la segunda jornada de liga le marcó 2 goles al Betis. Los entrenadores Joaquim Rifé, primero, y Helenio Herrera, después, adelantaron su posición al centro del campo y esto le incomodó. Perdió protagonismo y afloró su rebeldía. No se adaptó.
Se hablaba más de sus extravagancias que de su juego. Se acostumbraba a presentar a los entrenamientos con ropa carísima, con sombreros Borsalino y acompañado de sus perros. Su excompañero en el Barça Carrasco explica que algunas veces se entrenó con la camiseta del Espanyol debajo de la azulgrana. Nunca ocultó que su corazón era blanquiazul.
El 20 de abril de 1980 recibió la bronca del Camp Nou tras celebrar ostensiblemente un gol del Espanyol en el campo del Hércules anunciado en el marcador.
Canito jugaba de titular contra el Athletic, en un partido muy trabado para el Barça, que acabó ganando 1-0, con gol de Simonsen de penalty, y la afición no entendió que el defensa aplaudiese y festejase de manera exagerada, desde el centro del campo, el gol de Morel en Alicante, que ayudaba al Espanyol en su objetivo de evitar el descenso a Segunda división.
La temporada 1980-81 fue su última temporada en el Barça, primero con Kubala en el banquillo y posteriormente otra vez con Helenio Herrera. Solo jugó 6 partidos de liga. Ese curso ganó el único título en su carrera futbolística, la Copa del Rey.
El 3 de diciembre de 1980 empezó a despedirse del cuadro azulgrana cuando, en el partido de vuelta de la Copa del Rey, en el Camp Nou, contra la UE Lleida, le expulsaron en el minuto 7, con tarjeta roja directa, por una dura entrada a un rival. En el momento de abandonar el campo, el público le silbó y él respondió desafiante aplaudiéndoles.
El Barça le expedientó y Helenio Herrera le puso definitivamente la cruz por su indisciplina y falta de compromiso.
En el verano de 1981 se produjo su tercer y último regreso al Espanyol, propiciado por el traspaso del portero Urruti al Barça.
Su última etapa en el equipo de Sarrià empezó con una anécdota que ejemplifica el carácter más infantil que malévolo de Canito: el 7 de junio de 1981, en la final del Trofeo Ibérico disputado en El Vivero de Badajoz, entre el At. Madrid y el Espanyol (4-1 para los colchoneros), se sintió tan agraviado por su expulsión que, al final del partido, entró en el vestuario arbitral y puso a remojo toda la ropa de calle del árbitro Ausocua Sanz y de sus auxiliares.
Pero en el cuadro blanquiazul coincidió con otro entrenador que no aceptó sus desplantes, José María Maguregui, con el que nunca congenió y aceleró su marcha del club de su vida al final de temporada.
Entonces fichó por el Real Betis Balompié, donde jugó 2 temporadas en Primera división (1982-84). En Sevilla se casó en la catedral y dio muestras de su generosidad enfermiza: en un conocido restaurante, muchos fueron a comer con la cuenta a cargo de Canito; y una mañana pidió cambio de 5.000 pesetas en billetes de 100, que dio a cada niño que se le acercó a pedir un autógrafo.
Pero también fue capaz de pelearse con un jugador juvenil bético durante un partido de entrenamiento o con un aficionado que le recriminó alguna acción desde la grada.
Marchó del Betis, sin cumplir las 3 temporadas que tenía de contrato, porque no se sentía suficientemente querido y no entendía que el público valorase más a su compañero Mantilla que a él.
Le dejaron a deber 15 millones de pesetas. Al cabo de un año le avisaron del Betis que podía ir a cobrarlos. Se presentó en Sevilla y, al ver que solo le pagaban 14.300.000 pesetas, se enfadó y rompió el cheque en mil pedazos. El Canito de los excesos.
Su último equipo en España de Primera división fue el Real Zaragoza (1984-85), que le fichó a última hora como relevo de urgencia del defensa internacional Salva. No tenía ficha. Era el único jugador de la plantilla que solo cobraba un sueldo mensual de 110.000 pesetas. El club maño se curó en salud por sus antecedentes disciplinarios.
Su mala relación con el entrenador Enzo Ferrari, con el que casi llegó a las manos, precipitaron su marcha del club.
Una muesca más en su trayectoria de pésima sintonía con la mayoría de entrenadores que le dirigieron.
En total, Canito jugó un total de 179 partidos de liga en la Primera división española, repartidos entre 5 equipos: RCD Espanyol (1976-77, 1978-79 y 1981-82, 74 partidos), Cádiz CF (1977-78, 20 partidos), FC Barcelona (1979-81, 25 partidos), Real Betis Balompié (1982-84, 54 partidos) y Real Zaragoza (1984-85, 24 partidos).
Tras su paso por Zaragoza, Canito decidió abandonar el fútbol español, argumentando que presionaba demasiado a los jugadores profesionales, y emigró al fútbol portugués para jugar una temporada en el CF Os Belenenses (1985-86).
De regreso a España empezó su descenso a los infiernos. Con 30 años, su físico ya no respondía y pasó con más pena que gloria por los clubes que le promocionaron en sus inicios: lo intentó primero en el CF Lloret, de Tercera división, donde tenía una ficha de 800.000 pesetas, toda una fortuna para la categoría, pero no acabó la temporada 1986-87. El Real Murcia de Kubala intentó recuperarlo para el fútbol profesional, pero sin éxito. Y su último equipo fue el del barrio, la Gimnástica Iberiana (1987-88), donde ya era una sombra de lo que fue.
A partir de los 33 años, sin el timón del fútbol al que agarrarse, la vida de Canito discurrió por el alambre. El coqueteo inicial se convirtió definitivamente en dependencia de las drogas y del alcohol.
Abandonado por su mujer y sus supuestos amigos se quedó solo y completamente arruinado: invirtió en pisos y videoclubs que tuvo que malvender muy mal asesorado.
Quizás fuera más fantasía fanfarrona que realidad, pero en su momento presumió de haber tenido más de 200 millones de pesetas en el banco.
Extremadamente generoso con sus amigos, muchos le traicionaron cuando su vida tocó fondo y encontró muy pocos apoyos.
Recurrió a algunos excompañeros del fútbol para poder comer y pagarse una pensión y saciar sus vicios cada vez más destructores con un cuerpo otrora atlético.
Muchas noches las tuvo que pasar en algún banco de las calles de Barcelona, durmiendo entre cartones y periódicos para protegerse del frío y habiendo ingerido solo grandes cantidades de Coca Cola, como estimulante para sustituir la droga cuando no tenía dinero para comprarla.
En enero de 1996, cuatro años antes de morir, reconoció a la revista Interviu sus excesos. Bajo el desgarrador titular «Pido una oportunidad para poder sobrevivir» explicaba: «He tomado todo lo que se puede tomar (…) Desde los 33 a los 35 años me metía de todo en el cuerpo, hasta alucinógenos. Me daban seguridad en la vida, porque las palabras me salían solas y me ayudaba a que las mujeres me escucharan (…) No tengo muchas esperanzas en el futuro, me siento pesimista. Mi panorama es muy negro. Por la mañana me levanto temprano, busco trabajo y algo para comer y pagar la pensión».
El FC Barcelona atendió su petición de auxilio y, a través de su Agrupación de Exjugadores, le sufragó primero una pensión en la calle Escudellers de Barcelona y posteriormente, visto su grave problema de drogadicción, concertó su ingreso en centros de la asociación Egueiro en Valls y Santes Creus, pero sirvió de muy poco porque, a pesar de su deterioro físico, con gravísimos problemas de circulación en sus piernas, Canito continuaba siendo un díscolo indisciplinado imposible de controlar.
Pocos meses antes de morir se fue a vivir con su hermana Fina, en una casa de una urbanización de La Pobla de Montornès, a unos 20 kilómetros de Tarragona.
Las agrupaciones de exjugadores del FC Barcelona y del RCD Espanyol aportaban cada una 15.000 pesetas al mes, que ingresaban en la cuenta de su hermana, para ayudar en la manutención de su exfutbolista.
Canito falleció con 44 años el 25 de noviembre del año 2000. Murió entre los brazos de su hermana Fina. A las dos y media de la tarde empezó a encontrarse mal mientras estaba comiendo. Se levantó de la mesa y llamó a su hermana quejándose que le dolía la garganta. Fue el último gesto del rebelde que fue futbolista.