Biblioteca Martialay: Gamborena, el gran amateur
De Félix MartialayHay palabras que dejan de tener significado por el simple hecho de que el objeto a que se refieren desaparece de la vida de los humanos. Un drama rural narrado por un escritor del siglo XIX, en el que los útiles de labranza tienen un protagonismo relevante, será apenas inteligible por un adolescente de hoy. No sabe qué son esas cosas que manejan los protagonistas. Será como una ciencia-ficción del pasado…
Creo que en unos momentos en los que todo el deporte quedaría en la cuneta, si se le aplicaran los códigos del barón de Coubertin, hablar de un amateur puede resultar un anacronismo y, desde luego, una ordinariez. ¿Qué es un amateur?, preguntará un alevín que está adscrito a un club que paga todos sus gastos y le da un dinero para que pueda divertirse con sus compañeros.
Había que decirle una sola palabra: Gamborena.
Francisco “Pachi” Gamborena Hernandorena nació en Irún (Guipúzcoa) el 14 de marzo de 1901. Murió en San Sebastián el 20 de julio de 1982. Era uno de los hijos del carnicero Ignacio, que tenía su establecimiento en la calle Aranzazu. Comenzó a jugar al fútbol en la temporada 1914-15 en el Hispania de Irún. En 1918-19 pasó al Real Unión de Irún, uno de los equipos más grandes de toda la historia del fútbol español. Llevar el timón de un equipo tan grande exigía ser el mejor. Gamborena lo era. El mejor medio centro del fútbol español. A mi manera de ver, ninguno, por muchos nombres ilustres que se echen en el tablero, le superó. Pequeño de talla, cuando se colocaba en el campo se transformaba en un gigante que parecía tener imán sobre el balón. Durante doce años y a lo largo de 20 partidos internacionales fue el eje de la Selección de España. Lo que hoy, al ritmo con el que se juega, significaría haber pasado de los cien entorchados. Desde 1921 a 1933 figuró en el equipo nacional.
Al margen del fútbol, que era su hobby, era un simple mozo arrumbador de la Agencia de Aduanas “Viuda de Camón”, lo que le proporcionada entre 60 y 80 céntimos de Euro al mes, según trabajo. Al morir su hermano mayor, Clemente, pasó a llevar la carnicería paterna.
Campeón de España en 1924 y 1927. Internacional, como se ha dicho. Prendas que hacían que cada fin de temporada cayera sobre Irún una nube de “patrones de pesca (hoy directores deportivos, o intermediarios) ofreciéndole lo que pidiera. El Barcelona le propuso la firma de la ficha a cambio de dos establecimientos de carnicería en pleno centro de Barcelona y con una numerosa clientela asegurada. El Athletic de Bilbao, el Madrid, el Español de Barcelona… A todos les contestó lo mismo: el fútbol era una afición, un placer, no un oficio. Seguía siendo “amateur”, siguió jugando en el Real Unión de Irún hasta que, con 34 años, una afección reumática le obligó a retirarse.
La Federación Española, sabedora de que su situación económica no era nada desahogada, pensó en darle un partido de homenaje que su trayectoria bien merecía.
Aprovechando que el seleccionador, Amadeo García Salazar, proyectaba un partido de preselección decidió dedicar ese partido a Gamborena. España iba a jugar contra Checoslovaquia y Suiza, en estas naciones, después de haber perdido los otros dos partidos de la temporada en casa contra Austria, en Madrid, y Alemania en Barcelona.
Don Amadeo echó todas sus bazas en el Metropolitano. Lo más florido del fútbol español en esos momentos. La fecha fue el 14 de abril de 1936.
Jugaron:
ROJO: Blasco (Zamora); Zabalo, Aedo; Zubieta, Vega, Blanco; Vantolrá, Regueiro, Vergara, Lecue, Gorostiza.
AZUL: Zamora (Guillermo); Mardones, Quincoces; Gabilondo, Marculeta, Ipiña; Marín, Chacho, Elícegui, Herrerita y Emilín (el del Oviedo).
Ganó el equipo Rojo por 4-2. Los goles fueron así: 1-0 Vergara (16’); 2-0 Vantolrá (27’); 3-0 Vantolrá (27’); 3-1 Zabalo (p, p,; 48’); 3-2 Herrerita (50’); 4-2 Regueiro (60’).
El revés fue para Gamborena. Amaneció un día de lluvia. Y siguió “jarreando” durante todo el día. A la hora del partido, el Metropolitano era casi una laguna. Las gradas estaban prácticamente vacías. El entrenamiento resultó deficitario para la Federación. De beneficio para el jugador, nada.
Zamora lo dejó escrito en “YA”: “Nada pudo sacar económicamente el jugador, que sólo recoge un premio moral de los aplausos de los escasos espectadores que asistieron en una tarde infernal de lluvia y viento”. El presidente federativo, García Durán, consoló a Gamborena prometiéndole otro partido de homenaje.
Después de la Guerra de 1936-39, Gamborena ejerció como entrenador: Deportivo Alavés, Zaragoza, Atlético de Tetuán, Oviedo… pero el maldito reuma le obligó a abandonar en 1948. Dejó la carnicería a su hijo mayor y se empleó en una agencia de aduanas, en las oficinas, claro.
De vez en cuando, algún periodista se acercaba a Irún y encontraba a un malhumorado Gamborena: “Me deben un partido de homenaje”, clamaba.
Cuando se celebraron las bodas de oro del Real Unión de Irún, en junio de 1966, el delegado nacional de Educación Física y Deportes, señor Elola, entregó al club una placa al Mérito Deportivo y un cheque de 50.000 pesetas para ayuda a las obras del histórico Gal.
Fueron unos actos muy brillantes, con un torneo que ganaron los iruneses con participación de Arenas de Guecho, Real Sociedad y Osasuna. También hubo entre los fastos un Athletic de Bilbao- Barcelona y un Real Madrid – Selección Vasca.
Al acontecimiento acudieron infinidad de viejos irundarras como Gamborena, Emery, Legarreta, Luis Regueiro, Lecuona, Echeveste, Carrasco, Amántegui…
Santiago Bernabéu, el día que jugó el Madrid, invitó a una comida, con sus jugadores, a todos esos veteranos gloriosos.
El presidente de la Federación, Benito Pico, aprovechó ese momento para entrevistarse con Gamborena. Sabedor de la deuda de 1936 le otorgó al veterano la medalla al Mérito Deportivo, le regaló un pasador de corbata de oro con el escudo federativo y un cheque de 25 mil pesetas. Gamborena agradeció todo, pero rechazó el talón bancario: “Yo soy amateur y por otro lado no admito limosnas. Ustedes me deben el partido que me prometieron”.
Murió Gamborena sin que hubiera ocasión de celebrar ese partido. Por otra parte, en aquellas calendas ya nadie sabía quien era Gamborena, por lo que el beneficio hubiera sido tan escuálido como el de 1936.
Pero, aviso, si por las noches invernales, lluviosas y de ventarrón, se oyen por los pasillos de la Ciudad federativa de Las Rozas unas voces dirigidas a la tercera planta que repiten “Señor Villar ¿y de lo mío qué?”, no lo duden: es Gamborena que, desde el otro mundo, sigue erre que erre.