RESUMEN:

Artículo de investigación histórica sobre los casos de contrabando, y estraperlo más sonados vinculados al fútbol español.

ETIQUETAS:

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ABSTRACT:

Keywords: Contraband, Black Market, Football, History, Paco Brú, Ricardo Zamora

A historical investigation about the most notorious cases involving contraband and black market in Spanish football.

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Fútbol, contrabando y estraperlo

De
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Desde sus balbuceos, el fútbol, al igual que tantos otros deportes, propició viajes cuando salir de casa constituía casi aventura extraordinaria. De los viajes cabe extraer experiencias enriquecedoras, una visión más amplia y tolerante de la vida, y hasta se puede regresar, entonces o ahora, con recuerdos materiales de muy variada índole. Entre esos “recuerdos”, desde que se instaurasen tributos, arbitrios y aranceles, miles, millones de maletas, han cobijado material de contrabando. Sucedía y aún sucede, en convenciones, viajes turísticos o de negocios.Y también, claro, en desplazamientos de equipos, cualquiera que sea su especialidad. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, el tráfico de caviar con el que los baloncestistas soviéticos se embolsaban unos dólares antes de la perestroika?. ¿Y los tubulares “made in U.R.S.S” comercializados casi al por mayor entre el pelotón de la Vuelta Ciclista a España cuando, allá por los 80, sus organizadores pusieron una selección rusa en el punto de salida?. Al principio, tanto mecánicos como corredores occidentales, recelaban. Lo barato, ya se sabe, suele ser poco fiable. Así que esperaron, vigilantes. Sólo tras comprobar que los soviéticos no pinchaban más que el resto, que no rodaban por el asfalto cuando llovía y además sus ruedas respondían muy bien ante la brea derretida por el solazo, floreció el negocio. Aquellos corredores enfundados en rojo, que por cierto hicieron muy buen papel, regresaron cargaditos de divisas, como los gigantes del baloncesto.

Pero fue entre el fútbol pretérito, sin duda porque cada fin de semana varios cientos de practicantes se movían de Norte a Sur o de Este a Oeste, donde durante cuatro o cinco decenios floreció más la corruptela de modesto perfil. Y sobre este particular, reconozcámoslo, nuestros futbolistas supieron mostrarse muy diligentes.

Paco Brú, responsable técnico de la selección española que acudió en 1920 a los Juegos Olímpicos de Amberes, hombre de verbo fácil y mil anécdotas, habría de narrar, varios años después, cierto tropiezo de Ricardo Zamora con un aduanero. Durante el largo viaje de regreso, en tren, los expedicionarios no sólo hablaban de la medalla de plata obtenida ante Holanda (3-1, con dos tantos de Sesúmaga y uno de Pichichi), sino también, o sobre todo, acerca del mejor método para introducir el tabaco que casi todos portaban. Ricardo Zamora, héroe ante los daneses, medallistas de plata en dos ocasiones consecutivas, el meta que había maravillado al público del Stade Unión St. Gilloise, en Bruselas, con intervenciones inverosímiles, se quedó de pronto contemplando los fuelles. “¡Ya está!”, dijo. “Nuestro tabaco va a ir escondido en esos fuelles”. Varias horas después se detenía el trenbajo la marquesina de aduanas, los funcionarios cumplían con su papel, revisando equipajes, y sin el menor tropiezo los expedicionarios continuaban viaje. Entonces, orgulloso de su astucia, Zamora comenzó a extraer cajas y más cajas del tabaco oculto entre pliegues, bajo la mirada estupefacta de un viajero bajito y rechoncho, con aspecto de contable, comerciante de ultramarinos o maestro de escuela. “Hay que ser listo -reía el guardameta-; listo de verdad para que no te pillen”. Por fin, cuando “El Divino” regresaba a su asiento cargando con el tabaco de todos, el señor bajito y rechoncho se puso en pie, extrajo su billetera e hizo ver una credencial de Aduanas. “Muy listo, sí -concedió-.Pero no lo bastante para engañarnos”.

Ricardo Zamora, mito y contrabandista ocasional.

Ricardo Zamora, mito y contrabandista ocasional.

Zamora hubo de apearse, acompañado por los demás expedicionarios, pasó esa noche en un calabozo y a la mañana siguiente, antes de tomar otro tren, satisfizo la correspondiente multa. Era la primera vez que una selección española salía al exterior, y ninguno de los viajeros sabía aún que iban a pasar a la historia por una frase jamás pronunciada –“Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo”– así como por la furia con que se impusieron a conjuntos tácticamente mejor organizados. Era, también, el bautismo de nuestros futbolistas como contrabandistas de ocasión. Y pese a tan mal inicio no parece renunciasen a posteriores tentativas. Pero mientras tanto, quién sabe si tratando de resarcirse económicamente, cuando Zamora puso sus pies en Barcelona solicitó más dinero al presidente “culé”, recibiendo una rotunda negativa. Los directivos del Español, en cambio, aprovecharon la circunstancia para recuperar a su antigua estrella, tirando de tesorería. El fútbol, nuestro fútbol, cuando menos, aún era estatutariamente amateur, y saltar de un club a otro sin el consentimiento de quien contara con los derechos federativos equivalía a arrostrar un año de suspensión. Paco Brú, por su parte, supo rentabilizar muy bien el éxito olímpico, acumulando tal número de cargos remunerados como para acabar convirtiéndose popularmente en “Pacobrá”, remoquete cuya paternidad parece deberse a un anónimo castizo.

En junio de 1926 nuestro fútbol adquirió estatus profesional.Las fichas de los jugadores mejor dotados experimentaron una preocupante inflación, hasta el punto de hacer inviable la economía de casi todos los clubes.Y tras muchos dimes y diretes, luego de dos años discutiendo y negociando, concluiría creándose el campeonato Nacional de Liga, como único modo de eludir la bancarrota. Pero pese a estar mejor pagados, muchos futbolistas no renunciaron a redondear ingresos mediante el estraperlo. Especialmente durante los tétricos años de posguerra.

El término estraperlo procedía en realidad de la Segunda República, cuando los judíos holandeses Daniel Strauss, Perle y Lowan, esta última esposa de Strauss, introdujeron en nuestros casinos una ruleta eléctrica con la inestimable ayuda del Partido Radical dirigido Alejandro Lerroux. Strauss, que hablaba español y poseía pasaporte mexicano, supo arreglárselas para hacer amigos entre los Radicales, por cuya intercesión acabarían legalizándose los artilugios. El favor, claro está, ni mucho menos le salió gratis. Alejandro Lerroux se quedaba con el 25% de los beneficios. Aurelio Lerroux, hijo adoptivo del anterior, el periodista Santiago Vendrell y Miguel Galante, intermediario de postín, con un 5%. Joan Poch con un 10%. Para Strauss, Perle y Lowan (de ahí lo de “estraperlo”, apócope de esos tres apellidos: Stra-Per-Lo) conservaban el 50% restante, reservando 100.000 ptas. para el ministro de Gobernación Rafael Salazar Alonso, como soborno pactado entre la autoridad y Joan Poch. Si el casino de San Sebastián fue el primero en contar con ruleta eléctrica, pronto se les uniría el mallorquín Hotel Formentor. Y si no hubo más fue porque la ambición suele acaba rompiendo el saco. Las ruletas podían manipularse oprimiendo un botón, de manera que la banca ganaba cuando convenía. Y con tanto reparto y soborno de por medio, convenía demasiado a menudo. Descubierta la trampa, las ruletas “Straperlo” fueron prohibidas. Y entonces Strauss no tuvo mejor idea que exigir ante el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, una indemnización por daños y perjuicios. Puesto que en su denuncia se detallaba todo (porcentajes de reparto, sobornos y compra de voluntades), el escándalo fue mayúsculo, concluyendo con la caída de Lerroux (octubre de 1935). Más suerte tuvo, sin embargo, el ministro de Gobernación, Salazar Alonso. Pagó los vidrios rotos un oscuro Eduardo Benzo, subsecretario del ministerio, quien a la postre había gestionado los permisos.

El desabastecimiento y las hambres de posguerra fueron germen de un estraperlo generalizado, en pequeña o gran escala. La imagen muestra una lata de aceite camuflada entre novelas populares.

El desabastecimiento y las hambres de posguerra fueron germen de un estraperlo generalizado, en pequeña o gran escala. La imagen muestra una lata de aceite camuflada entre novelas populares.

Quizás porque el recuerdo del escandalazo permaneciese vivo cuatro años después, o porque el vocablo estraperlo se instalara en el habla popular como sinónimo de chanchullo, especulación y actividad irregular, acabaría calificándose de este modo al tráfico clandestino de alimentos, aceite, café, tabaco, estilográficas e incluso carbón, y como estraperlistas a quienes se lucraban con ese mercado negro. Entre ellos, también plantillas de futbolistas casi al completo.

Bien mirado, lo tenían más fácil que cualquier otro colectivo. Viajaban por obligación, con regularidad y cargados de equipaje. Eran populares, ganaban más que la mayoría… ¿A santo de qué iban a meterse en fregados?, podía pensar la pareja de guardias con que se cruzaban, los inspectores de Abastos o cualquier puntilloso falangista compañero de asiento en el tren, de esos que a la menor oportunidad clamaban con la vena hinchada: “Pero bueno, ¿para esto he ganado yo una guerra?”. No, ni remotamente ofrecían perfil de sospechosos. Por eso, sin duda, se envalentonaron.

Los viajes al Sur, a Jaén, preferentemente, solían servir para hacerse con bidoncitos de aceite. Por el litoral cantábrico, las conservas constituían botín muy apetecible. A lo largo y ancho de ambas castillas podía caer algún saco de harina o ristras de chorizos. Y si se combinaba todo, llevando una cosa en el trayecto de ida y acarreando otra en el retorno, los desplazamientos habrían merecido la pena, fuera cual fuese el tanteador tras el pitido arbitral.

El estraperlo fue práctica extendidísima durante los diez o doce primeros años de agobiante autarquía, de pan negro y piojos, de gasógeno, miedo, frío y brazos extendidos, de castañuelas y misa larga, de hambre eterna y sueños en blanco y negro. Y estraperlista, a la postre, podía ser cualquiera. Incluso prohombres del régimen, honestos funcionarios de policía o patriotas condecorados. En aquel río revuelto, muy bien recreado por Joaquín Leguina desde “Tu nombre envenena mis suelos” (1992), podían pescar todos, como reflejó en este párrafo:

“-Venimos de parte de Antón, el de la taberna, a ver si nos puede vender algo para llevar -solicitó Barciela con aire falsamente humilde.

Nos hicieron pasar a un patio interior cubierto. Allí estaban apilados los sacos, y los chorizos, morcillas y lomos colgaban de ocho o diez vigas. Era un panorama prometedor. Barciela me mandó a por el “Hispano” mientras él negociaba. Cuando yo salía, me dijo al oído:

-¿Cuánto quieres gastarte?. Te recuerdo que lo podemos revender bien en Madrid. En estos tiempos es como tener acciones del Banco de España.

Le contesté que podía gastarme doscientas pesetas y me fui hacia el coche. Cuando volví, Barciela había apartado dos sacos de harina, cuatro de patatas, chorizo y lomo. Lo metimos todo en el gran maletero del “Hispano”, pagamos y nos despedimos. Eran las cinco de la tarde cuando llegamos a Paracuellos. El cielo estaba tan cubierto que parecía de noche. Nevaba menos, pero el frío era intenso. Por el camino, Barciela parecía contento”.

Barciela, como el narrador, era policía no muy vocacional, incapaz de hacer ascos a una buena oportunidad, aunque impregnado de cierto barniz ético. Y para dejarlo sentado, el mismo narrador apuntaba con socarronería su visión crítica del momento en este otro pasaje:

“Aseguran que el estómago se adapta en sus dimensiones a la comida que se le suministra. En esa época los estómagos de los españoles habían reducido su tamaño en un esfuerzo patriótico digno de mención. Como decía Barciela: A Franco le van a dar el premio nacional de Medicina; ha acabado con las úlceras de duodeno”.

Cartilla y cupones de racionamiento. Un tesoro familiar desde 1939 hasta 1952.

Cartilla y cupones de racionamiento. Un tesoro familiar desde 1939 hasta 1952.

La realidad aún era más cruel. Proliferaron los falsificadores de cartillas y cupones, los acaparadores, panaderos que horneaban harina y serrín, quienes bautizaban la leche a razón de cuartillo y medio por litro, inventariaban reservándose para la reventa entre un 15 ó un 20%, compraban voluntades con cuatrocientos gramos de filetes o medio queso, se echaban a las carreteras en plena noche y entre trago y trago a la botella de coñac veían crecer su fortuna impúdicamente. Alguno caía, claro. Y entonces, amén de la correspondiente multa o el encarcelamiento, para que otros escarmentaran en cabeza ajena, desde la prensa se les escarnecía publicando nombres, apellidos y, si era el caso, la razón social de cada reo. Con semejante panorama, forzosamente debían chirriar los eslóganes del régimen, machaconamente reproducidos hasta el hastío: “Esos malos españoles, que ahora vienen a mitigar su hambre en nuestra saciedad” (dirigido a los deportistas que por librarse del frente emigraron a Francia e iban regresando, o exploraban posibilidades de hacerlo). “Franco no sólo embridó al comunismo; nos trajo prosperidad, fe y abundancia”(al conmemorarse el primer año triunfal). “Mientras el mundo lame sus heridas, en Españacabe hablar de ideales, orgullo y saciedad” (tras la solicitud de retirada de embajadores en Madrid). “Se dijo: ni un hogar sin pan; ni un niño sin sonrisa; ni un hombre sin futuro. Hoy ya no son palabras, sino hechos. España es la envidia de Oriente y Occidente, porque donde se instaló la herejía hoy hay piedad, donde hubo zozobra hay esperanza, y aquella miseria de cuerpos y almas se ha transformado en paz, saciedad y frentes altas”. (en 1948, con todos los bienes de primera necesidad racionados y a falta de cincuenta y tantos meses para que el Producto Interior Bruto se equiparase al de 1936).

Relación de estraperlistas, aprovechados y acaparadores sancionados, publicada en la prensa gallega.

Relación de estraperlistas, aprovechados y acaparadores sancionados, publicada en la prensa gallega.

Fue un tiempo de colas a la puerta del “Auxilio Social”, donde las cartillas de racionamiento constituían un tesoro. Faltaba casi de todo. Las infraestructuras estaban deshechas, el agro atrasado, la pesca capitidisminuída, el tejido industrial necesitado de abundante inversión y el país con un millón largo de habitantes menos que en 1936, entre caídos de ambos bandos, represaliados y exiliados. Sólo quienes podían acudir al mercado negro mantenían el tipo, y no pocos clubes enmascararon sobresueldos a determinados futbolistas (existían topes salariales, no lo olvidemos) bajo el eufemismo de “complementos de salud” o “sobrealimentación”, conscientes de que su esfuerzo exigía comer en cantidad y variedad sólo factibles en la despensa del estraperlo. Hasta Kubala gozó de uno de esos pluses. Y otros, algún año antes, aprovechaban la menor ocasión para llenarse como boas.

Ocurrió con la plantilla del Santander, entre cuyos miembros se hallaba el portero aragonés Orencio. Cuando el 4 de febrero de 1940 los cántabros viajaron a Zaragoza para medirse en Torrero con el primer equipo maño, hicieron un alto en Alagón. Allí, el padre del cancerbero, agradecido por la buena acogida dispensada a su vástago, les tenía preparada algo más que una señora merienda, con carne asada, embutidos, hogazas recién horneadas y vino a discreción. Todo un lujo, en el que se zambulleron sin contemplaciones. Como durante el ágape había llovido de lo lindo y el alcohol hizo efecto, tan pronto pisaron la calle alguno rodó como una peonza por el abundante barro, para jolgorio de quienes se mantenían en pie. Y al responder los caídos arrojándoles pegotes de fango, en pocos minutos lucían todos como para pedir limosna. Pero eso no fue lo peor. El chófer estaba como una cuba. Ni a remojo lograban hacerlo espabilar. Al fin tuvo que ser Ceballos, el santanderino más despejado o decidido, quien condujese el autobús hasta la puerta del Hotel Oriente, donde no tuvieron más remedio que hacer noche. Partieron hacia Santander al día siguiente, con su buena resaca, aunque eso sí, muy, pero que muy bien comidos.

A Deva (en la foto dedicada) se le antojó imposible que unos huevos de primera pudieran desaprovecharse.

A Deva (en la foto dedicada) se le antojó imposible que unos huevos de primera pudieran desaprovecharse.

Casi por la misma época, Deva, un defensa guipuzcoano macizo y contundente, dejó bien claro que como buena parte de los españoles seguía teniendo hambre atrasada. Según Ángel Aznar en su “Historia y anécdotas del Real Zaragoza”, el chicarrón recibió unos vales del doctor Abril para hacerse embrocaciones de huevo y mitigar las molestias e hinchazón muscular, a raíz de un golpazo. Transcurridos cinco días, interrogado por el doctor sobre cómo iba con los dolores, Deva contestó categórico: “Esto sigue igual, don Julián; sin la menor mejoría”. Extrañado, el galeno quiso saber si ya se esparcía bien las claras por el muslo, si no percibía siquiera una agradable sensación de frescura. Y Deva cayó del guindo: “A mi nadie me ha dicho lo que debía hacer. Así que cada mañana me presento con el vale que usted me extendió, me entreganuna docena de huevos y yo me los como fritos”.

El doctor quedó atónito y su paciente algo amoscado. ¿Podía imaginar alguien semejante desperdicio?. Estaban las cosas como echar a perder tantos huevos.

Cataluña fue un emporio textil entre los años 40 y 60. Los periódicos barceloneses también publicaban sanciones por estraperlo y demás trapacerías.

Cataluña fue un emporio textil entre los años 40 y 60. Los periódicos barceloneses también publicaban sanciones por estraperlo y demás trapacerías.

Anécdotas al margen, con semejante panorama descender a 3ª División constituía todo un drama, no sólo por cuanto representaba para el caché de los jugadores, sino porque en esa categoría, con desplazamientos mucho más cortos y sin salir apenas de la región, el estraperlo resultaba infinitamente menos productivo. Lo advirtió de inmediato cada militante del Arosa, cuando al concluir el ejercicio 1949-50, con sólo 17 puntos, 44 goles a favor y 84 en contra, despertó del sueño que 12 meses antes situase a los de las Rías Bajas por primera y única vez hasta hoy en la categoría de plata. El descenso también supuso, lógicamente, un revés para su afición. Pero lo que tal vez sorprenda es que se viviera un duelo en muchos bares y colmados esparcidos por Cantabria, Zaragoza, Pamplona, Soria o Cataluña. Justo los establecimientos que habían logrado hacerse con una reserva de café angolano y brasileño contrabandeado hasta las Rías vía Portugal, y distribuido por la muchachada arosana.

Una Formación del Arosa, en 2ª División, la temporada 49-50.

Una Formación del Arosa, en 2ª División, la temporada 49-50.

Pudiera sorprender, igualmente, que temporada tras temporada hallasen acomodo futbolistas de bajo perfil, con pocas presencias en las alineaciones y opacos para la crítica deportiva. La explicación, ofrecida tiempo ha por veteranos futbolistas de la época, ya desaparecidos, aclara muchas cosas: “Los entrenadores ganaban más que nosotros y por lo tanto podían poner más cuartos en el negocio. Algunos, prudentes, sólo invertían el importe de sus primas, que eran dobles, y lo que iban ganando con el estraperlo. Esos lo apuntaban todo en libretas con tapa de hule, como contables de banco. Así las cosas, velando por su negocio, a la hora de cubrir vacantes o reforzar el equipo incorporaban jugadores con los que ya habían coincidido antes. Luego veíamos que por lo menos uno de los nuevos tiraba a paquete y pensábamos: Otro con contactos. Y no fallaba. Ese, el más paquete, no estaba allí por lo que pudiera aportar sobre el campo, sino porque conocía a muchos proveedores y servía a ni sé cuántos clientes. Por supuesto, en casa apenas si lo alineaba. Fuera, en cambio, ya era otra cosa. A todos nos constaba que el entrenador y él iban a medias y, como en natural, los negocios se hacían viajando”.

Quizás se pregunte alguien cómo tenían tanto poder los entrenadores de antaño. Porque una cosa era dirigir al equipo y otra confeccionar plantillas. ¿Acaso no había secretarios técnicos?. La respuesta es simple. Si, los más adelante imprescindibles secretarios técnicos profesionales, existían, aunque sólo en la elite. Los clubes medianos solían apañarse con un directivo cargado de buena voluntad, si bien bastante huérfano de conocimientos, que abordaba el empeño desde el más absoluto espíritu amateur. Y así se producían fiascos tan tremendos como el vivido en Castellón durante el verano de 1948.

Chencho, redactor deportivo en la Plana y durante 20 años voz de Carrusel Deportivo desde Castalia, era el secretario técnico del C. D. Castellón cuando en junta directiva se acordó reforzar la vanguardia albinegra. El objetivo era Caeiro, macizo ariete de choque repetitivo, con buenos registros en el Ferrol. Así que Chencho hizo equipaje y subió al tren. Ya en Galicia le asaltaron las dudas, explicables hasta cierto punto porque en el quinteto ferrolano formaban dos hombres con apellido casi idéntico: Fabeiro y Caeiro. Fabeiro debió sonarle más familiar y, consecuentemente, se lo llevó hasta la ribera mediterránea. No fue, ni mucho menos, la pieza resolutiva tan ansiada, alternando saltos al césped con muchos domingos al sol. Como al cerrase el campeonato sólo había marcado dos goles, lo devolvierona Galicia, primero a la Orensana y después al Ferrol, donde además dio un muy aceptable rendimiento sobre el barro del Inferniño.

Caeiro, goleador de relieve que no llegó al Castellón por un error antológico de su secretario técnico.

Caeiro, goleador de relieve que no llegó al Castellón por un error antológico de su secretario técnico.

Lo llamativo de la equivocación es que mientras el codiciado Caeiro rondaba el metro noventa, tumbaba muros y sus cabezazos impulsaban la pelota como una bala de cañón, Manuel Fabeiro era bajito, peleón y con buen regate, aunque incapaz de amedrentar a nadie. Caeiro, poco después de que Chencho regresara a Castellón, ficharía por la Real Sociedad para festejar 54 goles en 73 partidos ligueros. Desde Atocha saltó al Stade Rennais francés, con 6.000 ptas. mensuales de sueldo y ficha de 125.000 al cambio (pesetas de 1953, cuando un maestro español ganaba 14.000 al año, más pluses y complementos). Y con su nueva camiseta volvió a anotar 72 goles en 114 partidos de 2ª y 1ª División.

Se entenderá, pues, que con la muy loable intención de no incurrir en fiascos similares, muchos clubes optasen por encargar la confección de sus plantillas al entrenador, al fin y al cabo, o así se suponía, un auténtico entendido. Pero como la condición humana dista mucho de ser angélica, no pocos, sintiéndose todopoderosos, prefirieron pensar en sí mismos antes que en el equipo. Y no únicamente por cuanto respecta al estraperlo, sino además, sobre todo cuando a partir de 1952 las cartillas de racionamiento pasaron a la historia, cobrando comisiones a quienes fichaban, como haría cualquier agencia de colocación. Tan pronto liquidaban el primer plazo de su ficha, los recién llegados debían hacer cuentas con su “míster”. Quien no cumpliera, ya podía prepararse para ver fútbol desde la grada, contando con que el hecho no trascendiese y otros entrenadores los tachasen de sus listas, esquivando así futuros riesgos de impago.

El fin del racionamiento puso rejón de muerte al estraperlo, aunque no así al contrabando. Ya no era cuestión de traficar con aceite, café, harina o chorizos, sino de introducir desde Tánger, Ceuta, Melilla o Canarias, medias de cristal, estilográficas o perfumes de alta gama. Tánger, puerto franco, tuvo a sus clubes compitiendo en nuestra Liga hasta el fin del Protectorado. Ceuta y Melilla eran dos clásicos de nuestra 2ª División o la 3ª andaluza. Y Canarias había entrado en el fútbol nacional con los 50 del pasado siglo recién inaugurados, creándose ex profeso la Unión Deportiva Las Palmas, mediante fusión de cinco entidades gran canarias. También durante los 50 y primeros 60 fueron llegando más y más futbolistas extranjeros. Y éstos, en especial quienes no planeaban enraizar en nuestro suelo, ante la imposibilidad legal de sacar divisas tuvieron que apañárselas para poner al otro de nuestras fronteras su dinero.

Hoy, con la globalización de mercados convertida en dogma de fe, cuando el dinero se mueve en cantidades ingentes y sin apenas control hacia cualquier paraíso del oligopolio, tal vez sorprenda a los lectores más jóvenes que hasta no hace mucho las fronteras estaban blindadas a la fuga de riqueza. Cualquier español o residente en nuestro suelo, allá por los 60sólo podía sacar un máximo de 20.000 ptas. en metálico al salir de España. Daba igual hacia donde fuera; a París o el Sudeste Asiático, a Camberra o Estocolmo, y proyectase estar fuera una semanita o los sesenta y tantos días que como media otorgaban de plazo muchos visados. Si esas 20.000 ptas. no alcanzaban, a contratar cheques de viaje, transparentes ante el Ministerio de Hacienda y creados exprofeso. Porque la tarjeta de crédito, si bien ya existía, era tan invisible por nuestros pagos como el monstruo del lago Ness o el Yeti. Aquellas 20.000 ptas. irían engordando (25.000 después, 30, 50.000, ya en los albores de nuestra democracia) aunque a un ritmo mucho más lento que la inflación y despreciando el auténtico valor de la moneda, sometida durante ese intervalo a varias dietas de adelgazamiento bajo distintas devaluaciones. España, y no era el único país europeo en hacerlo, jugaba a incorporar divisas mediante el turismo, o sus dos millones largos de emigrantes, mientras ponía cepo a las salidas.

Por cuanto al fútbol se refiere, cada flujo de capital como abono de traspaso debía ser visado y autorizado por el Banco de España. Puesto que la cosa llevaba su tiempo y no en todos los casos cabía contar por adelantado con el correspondiente pláceme, algún intento de fichaje quedó en el limbo ante el cúmulo de trabas y objeciones formuladas desde el regulador. Hubo voces, quién sabe si alimentadas por algún complejo, o conscientes de la realidad, señalando trato de favor hacia ciertos colores, e incluso denunciando hipotéticos sobornos -escopetas de caza, por ejemplo- que a tenor de su moderado valor material también podrían ser vistos como muestra de agradecimiento.

Pese a tanto control y con ser muchas las divisas del turismo, equilibrar la balanza de pagos constituía reto olímpico. Los pantanos, la inversión en carreteras, aeropuertos, sanidad, enseñanza, renovación de vías férreas, y sobre todo la cada vez más abultada factura del petróleo, constituían pozo sin fondo. En un denodado esfuerzo por arañar más divisas, el gobierno heredero de los primeros tecnócratas establecería primas a la exportación. Esfuerzo loable aunque a la par venenoso, conforme quedó de manifiesto en Italia. Allí, el fabricante de embutidos “Molteni” -patrocinador, por cierto, de un equipo ciclista del máximo nivel-fue descubierto arrojando al mar toneladas de supuesto salami, en cuanto sus camiones cruzaban la frontera. Ese salami destinado a la exportación era simple morcilla de excrementos, sin otro valor que el derivado de las subvenciones. Aquí, para variar, tampoco nos libramos del chanchullo, puesto que sobrevendría el escándalo “Matesa”, empresa catalana de maquinaria textil cuyo máximo responsable era, al mismo tiempo, presidente de un muy ambicioso Real Club Deportivo Español.

Juan Vilá Reyes, el presidente “periquito”, fue condenado a multas por la astronómica cantidad de 9.600 millones de ptas., que ni remotamente llegó a pagar, y a 223 años de cárcel, cumpliendo tan sólo 6 y medio, puesto que sería indultado el 2 de diciembre de 1975, ya con la firma del rey Juan Carlos I.A partir de este suceso aumentaron las medidas de control sobre divisas, máxime observando la desconfianza instalada en determinados ámbitos durante la reinstauración democrática. Con respecto al fútbol, en 1974 quedó abierto el portillo a la incorporación de extranjeros, después de 12 años sin más exotismo que el de los oriundos, o muy a menudo sólo hipotéticos oriundos. Pero esos extranjeros, prácticamente todos ellos millonarios del balón, en teoría no iban a poder repatriar sus fichas, primas y salarios. Al menos no limpiamente, sin subterfugios ni riesgo. Y no sólo ellos. La prensa, de tarde en tarde, recogía curiosas noticias:

“Turistas alemanes agraciados con un primer premio en la lotería. Ante la imposibilidad de llevarse esa suma, han decidido adquirir una propiedad en la costa alicantina. “Ahora, como gracias al premio trabajaremos un poco menos, vamos a pasar más tiempo en la playa”, manifestó la sonriente esposa”.

Antes había ocurrido algo similar con un matrimonio francés y más adelante otra nota de agencia, fechada en Gran Canaria, reincidiría en la cuestión.

Sin embargo muchos de los que se acercaron a nuestros campos de 1ª o 2ª para hacer caja no pensaban invertir en apartamentos. Para ellos, sobre todo en el caso de los sudamericanos, el fútbol español constituía un nuevo El Dorado, conforme manifestó sin ambages uno de los 4 argentinos de la U. D. las Palmas, poco después de su presentación oficial. “Un año acá representa lo que cuatro o cinco en Argentina. Por eso en mi país cualquier pibe que le dé a la pelota sueña con saltar el charco”. Tantos eran quienes pretendían saltarlo que nuestros clubes fueron nacionalizando a sus argentinos o paraguayos, cubriendo de inmediato esas plazas. Unas veces sirviéndose de la normativa vigente, según la cual con dos años de residencia cabía solicitar doble nacionalidad, y otras “por ovarios”, como se acuñó en la época, es decir mediante matrimonio con españolas, equipos como el Hércules o el Elche llegaron a formar con hasta 7 foráneos, cuando el límite de extranjeros seguía establecido en dos. Y todos, al llegar, se encontraban con el mismo obstáculo. El dinero, su dinero, representaba un problema que casi todos trataron de resolver a la brava.

Quinito y Damas, internacionales portugueses implicados en tráfico de divisas.

Quinito y Damas, internacionales portugueses implicados en tráfico de divisas.

Bastaba un viaje de regreso a sus países, en vacaciones o respondiendo a la llamada de selecciones nacionales, para sacar fajos de dólares muchas veces adquiridos bajo mano, con sobrecostes bancarios o directamente en el mercado negro, para no despertar sospechas. Respecto al método, hubo ensayos muy diversos: maletas con doble fondo, cinturones, muñecas, si el viaje se realizaba en familia, entre la ropa… Y ocasionalmente saltaba la liebre, como ocurriese con los portugueses del Racing santanderino Víctor Damas y Quinito.

Mediaban los 70 cuando la directiva cántabra decidió reforzarse con el guardameta Víctor Manuel Alfonso Damas de Oliveira (Lisboa 8-X-1948) y el extremo Joaquín Duro Lucas de Jesús “Quinito” (Setúbal 6-XI-1948), procedentes del Sporting lisboeta y Os Belenenses, respectivamente. Dos jugadores magníficos, internacionales, aunque el atacante con tan buenas maneras como desmedida afición por el jolgorio nocturno. Damas permanecería 4 años en El Sardinero, antes de poner rumbo hacia el Vitoria Guimarães, y Quinito uno menos, luego de cerrar su última campaña (1977-78) con pobres registros. Mientras coincidieron en la defensa del escudo racinguista, procuraban viajar juntos hasta Portugal. Y es de suponer que juntos, también, idearon la forma de pasar divisas. Un método que para Damas acabó en sofocón, rapapolvo y señora multa, cuando a un aduanero cumplidor le dio por hurgar dentro de unas botas usadas, extrayendo, concienzudamente enrollados, miles y miles de pesetas en billetes.

Damas tuvo siempre la sensación de que el hallazgo no resultó casual. Alguien, desde una entidad bancaria santanderina, quizás, o incluso desde el mismísimo vestuario, debió haber advertido a los agentes. Y con el bochorno a cuestas, mirándolo todo con desconfianza a partir de entonces, maldiciendo su mala suerte, dedicó sus buenas horas a idear otro método. Porque si algo tenía muy claro era que su dinero donde mejor iba a estar era al otro lado de la frontera.

El brasileño Odair, en cambio, jamás tuvo problemas sobre ese particular. Todo ello gracias a un buen profesional y cierta flema.

Caetano Odair de Andrade (Guarullos, estado de Sao Paulo, 9-I-1951), tras curtirse en la Portuguesa, pasar por el Palmeiras de Santa Catalina y hacerse un nombre en el Goiana y Sao Bento de Sorocaba, llegó al Calvo Sotelo de Puertollano, entonces en 2ª División, durante el verano de 1975. Era un delantero centro con piel acharolada, simpático fuera del campo, letal cuando vestía de corto y un tanto discordante respecto a lo ofrecido por otros arietes de esa época, propensos al choque, la tozudez del fajador y los avances de tanque blindado. Él, en cambio, se dejaba caer por las bandas trazando semicírculos, arrastrando consigo al marcador. Y luego atajaba en diagonal, derecho hacia la portería, sintiendo en su nuca el resuello del central mientras por el rabillo del ojo marcaba distancias con respecto al líbero, forzado a salirle al cruce. Fue un fichaje tan barato como acertado: medio millón por el traspaso y otro medio millón anual de ficha, que ante su magnífico rendimiento habría de incrementarse en otras 300.000 ptas. Sus 13 goles la temporada 1975-76, y los 12 de cada una de las dos siguientes, cuando los máximos anotadores solían lucir registros mucho más ramplones que hoy, hicieron de él pieza seguida por entidades de más nivel competitivo.

Si su salida de la localidad manchega se dio varias veces por hecha, sorprendió, y no poco, que para la campaña 1978-79 suscribiese contrato con el Levante, un Segunda B empeñado en sentirse grande, aunque asfixiado en sus balances. No llegaría siguiera a estrenarse oficialmente como “granota”, porque en agosto del 78 abandonó Valencia, según versiones del club ante su bajo rendimiento. Recaló en el Almería, un equipo que sin grandes estrellas, amarrando mucho atrás, como solía ocurrir con todos los dirigidos por Maguregui, obtuvo el ascenso a 1ª. Lástima que para entonces, y sobre todo a lo largo del ejercicio 1979-80, primero de los almerienses entre los grandes, no pudiera deleitar con su mejor versión, mermado por distintas lesiones.

Pues bien, cada vez que Odair partía hacia su país, de vacaciones, encargaba a un sastre de Puertollano le cosiese billetes de cien dólares bajo el forro de la americana o el gabán. Luego, en Barajas, si su maleta era elegida para inspección, depositaba la prenda sobre el propio mostrador y hacía lo posible por enhebrar un breve diálogo: “¡Bendito sol de meu país!.¡Que frio faz em Madrid!”. Si el funcionario picaba, perfecto, porque tratar con un futbolista, siempre tiene su aquel. “¿Trabaja aquí o está de vacaciones?”. “Jogo a o futebol. Nao pode triunfar em Portuguesa, mais agora a cosa está indome muito bem”.Y si el vista no arranca, pues a mostrarse amable, sonreír relajadamente y dar las gracias. Ni la chaqueta ni el gabán, junto al maletón, desataron jamás un brote de suspicacia.

Dejando a un lado las salidas de dinero, el contrabando seguía suponiendo un pellizquito no desdeñable para parte de las plantillas canarias, cada vez que les tocaba jugar por la península. Y en menor proporción, puesto que los desplazamientos hasta las islas se efectuaban tan sólo una o dos veces por temporada, para quienes rendían visita al Insular o el Heliodoro Rodríguez. Era “vox populi”. Pero en 1980, por pura fatalidad, también fue jugosa noticia.

Con este chiste ilustró la ya desaparecida revista “Don Balón” el affaire contrabandista de los jugadores tinerfeños.

Con este chiste ilustró la ya desaparecida revista “Don Balón” el affaire contrabandista de los jugadores tinerfeños.

Al Club Deportivo Tenerife le tocaba medirse contra el Racing de Ferrol y, como solía ser habitual, emprendieron vuelo hasta Madrid-Barajas, realizando por carretera el resto del trayecto. Cuando la expedición se detuvo en cierto establecimiento hostelero de la provincia leonesa para reponer fuerzas, varios miembros de la comitiva montaron su particular mercadillo. Pero, ¡oh sorpresa!, en esa oportunidad se vieron rodeados, de buenas a primeras, por varios policías que decomisaron los relojes, transistores y demás artilugios propios de bazar indio, al tiempo que interponían una denuncia. Nadie lo entendía. ¿Acaso estaban esperándoles?. ¿Tan marcados los podía tener el cuerpo de aduaneros?.Pronto salieron de su error. A esa misma hora iba a tener lugar en el establecimiento un mitin político, con asistencia de varios próceres locales y hasta alguno llegado expresamente desde Madrid. De ahí que el hotel estuviese atestado de policías. De ahí, también, que precisamente esa tarde a los funcionarios y su jefatura les conviniese subir a los altares. Según parece, lo incautado rondaba las 33.000 ptas. de valor fiscal; más o menos, el equivalente a un salario mensual de la época. Y luego había que contar con la multa. Porque comerciar con objetos no declarados constituía falta administrativa.

Los chicos del Tenerife pudieron perder muy bien aquella jornada, por pura mala suerte, un alto porcentaje de lo presupuestado como beneficio para toda la campaña.

Lástima.

A partir de los 90 nuestros extranjeros pudieron ahorrarse riesgos. Primero porque las medidas anti evasoras se relajaron lo suyo, y segundo porque parte de los contratos comenzaron a hacerse de otra manera, mediante empresas interpuestas radicadas en Holanda -a menudo Curaçao, o Aruba, es decir Antillas Holandesas-, Luxemburgo y Malta, hasta que el archipiélago se integrara en la Unión Europea, o empleando vericuetos más sofisticados si el propietario del futbolista fuere una empresa multinacional o cualquier fondo de capital-riesgo. Hoy, el estraperlo y el contrabando clásico nada tienen que ver con los futbolistas. Ya no han de sacar caudales con el temor pintado en su semblante, porque al dinero no se le exige pasaporte. O eso creíamos hasta que desde la lista suiza de Falciani nos asaltaron los nombres de Diego Forlán, uruguayo que hiciese grandes al Villarreal o al Atlético, Iván De la Peña, capaz de proporcionar asistencias soberbias desde 35 metros, o Coque Contreras, portero a quien la suerte sólo quiso sonreír tras abandonar la disciplina merengue.

En el futuro es muy probable pueda seguir hablándose de novísimas y sofisticadas maniobras. Serán, quizás, un hibrido o transgénico de laboratorio, a partir del ya caduco estraperlo. Y es que los clásicos, aún lastrados por periodos de ostracismo, siempre reaparecen.

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