Ángel Caballero: un seleccionado singular
De José Ignacio Corcuera y Víctor Martínez PatónEn 2007 Félix Martialay publicó “Todo sobre todas las selecciones”, imprescindible prontuario acerca de las selecciones nacionales inferiores, desde Sub-15 hasta Sub-23, incluyendo los cuadros olímpico y militar. Entre sus 799 páginas de apretada tipografía, con miles de alineaciones y decenas de miles de futbolistas, casi todos citados mediante filiación completa, no figura Ángel Caballero. Y debería hacerlo, puesto que fue convocado por el seleccionador nacional juvenil, Eusebio Martín, para el partido que España disputó ante Italia, en Sevilla, el 2 de marzo de 1963.
Ángel Caballero Saiz (Burgos 19-IX-1944), medio más potente que técnico, jugaba entonces en el Juventud Círculo Católico de la capital burgalesa, un clásico en la 3ª División castellana. Henchido de ilusión llegó a Madrid, donde habría de ejercitarse durante unos días con sus coyunturales compañeros. Ensayo de jugadas, disparos a balón parado, rondos, achiques defensivos, ensamblaje táctico entre líneas… Lo imprescindible para que el seleccionador pudiera hacerse una idea sobre los mimbres con que contaba y armara el cesto.
Entonces, como hoy, cada jugador llevaba sus botas. Sin embargo la Federación Española prestaba, para entrenar, un chándal y zapatillas de lona con refuerzo de goma en la puntera. Playeras, en suma, aunque durante los 60 y primeros 70 fuesen ascendidas a “botas de baloncesto”. Pues bien, una de las que a él le tocaron, sobreviviente a múltiples ejercicios, carecía de cordón para abrocharla. Inútilmente revolvería todo el vestuario con ayuda del utillero, en busca de una cuerda y así apañarse. No la había. “Ni cuerda, ni cinta para sujetar medias, ni nada” -gruñía el responsable del material- “Aquí no hay nada”. Al fin tuvo que empalmar dos trozos de cordón y saltarse varios ojales, puesto que seguía sin lograr la longitud necesaria. Otros tiempos, qué duda cabe.
España alineó en el estadio Sánchez Pizjuán a Rodri; Castellano, Martos, Aranguren; Santi, Roberto; Cruz, Pirri, Landa, Uriarte y Gonzalo. Fidel Uriarte Macho, que como “Chuchi” Aranguren ya había debutado con el primer equipo de San Mamés, era el gran capitán de aquel conjunto. Puesto que no podían efectuarse sustituciones, a excepción de la del guardameta y aún ésta mediando lesión del titular, sólo se vestían de corto 12. Y a él le tocó ser espectador, junto a los más adelante futbolistas de muchos quilates Bartolomé Llompart (pilar de un gran Elche durante 12 años, junto a Pazos, Ballester, Iborra, Canós, Lico, Marcial, Curro, Lezcano, Vavá, Asensi, un Ángel Romero ya en horas bajas, o Casco), Arieta II (internacional absoluto y sucesor de su hermano en el Athletic bilbaíno, por más que colgase las botas defendiendo los intereses del Hércules, luego de 10 campañas vistiendo de rojiblanco), Joaquín Sierra “Quino” (también internacional senior y estrella bética antes de recalar en el Valencia, despedirse en el Cádiz y luchar por los derechos de sus compañeros desde la presidencia de AFE), o el asturiano Ángel Abelardo (Valencia C. F. y Sporting de Gijón). Cuando el árbitro suizo Karl Keller señaló el final de la contienda, los italianos se dieron por satisfechos con el empate a dos. Once días más tarde, en el campo romano de Flaminio, eliminaban a los nuestros imponiéndose por un apretado 3-2.
Sorprende que España pudiese caer con un elenco tan apañado, máxime si lo comparamos con el equipo adversario, donde únicamente “Giggi” Riva, estandarte del mejor Cagliari, alcanzaría el estrellato. Incluso Bercellino, autor de los dos tantos en Sevilla y del inaugural en Roma, quedaría un tanto diluido entre los grandes. Buena parte de los nuestros, en cambio, encontraron en el fútbol bastante más que un porvenir. Rodri sucedería al valenciano Mut bajo los 3 palos del Sevilla, y luego aún defendió el marco de Mendizorroza, cuando se decía que el Deportivo Alavés era un Barça de 2ª. Francisco Castellano, primero con Guedes a su lado y después formando pareja con Niz, Felipe o Germán, se eternizó en el viejo Insular de Las Palmas. También Aranguren fue otro eterno en el Athletic, como el ya comentado Fidel Uriarte o Santi, Santiago Gutiérrez Calle, en Santander. Pirri llenaría varias páginas de oro en el Real Madrid, entre la sexta Copa de Europa y el tránsito a la masiva incorporación de extranjeros. Landa, por su parte, si bien dejara sentado que nuestra máxima categoría no le quedaba grande, tal vez apuntase más de lo que pudo dar en el Real Valladolid o el Betis. Antonio Gonzalo, en fin, gran esperanza del fútbol catalán, habría de quedar difuminado, quién sabe si por aquello de que toda regla debe incluir la excepción. Uno por uno, los españoles habrían de acreditar a posteriori más que sus oponentes. Pero la categoría juvenil englobaba a jóvenes desde 15 hasta 17 años, y los azzurri siempre han sido selección muy competitiva. Mientras numerosas Federaciones componían conjuntos con adolescentes prometedores y chicos un poco más curtidos -Rodri o Quino, por ejemplo, sólo contaban 16 años-, Italia solía elegir a quienes frisaban la edad límite reglamentaria.
Sin haber debutado como internacional, pero no por ello insatisfecho, Ángel Caballero regresó a Burgos. Lo natural hubiese sido acabar en el seno del ya extinto Real Burgos, por aquella época en 2ª División, puesto que en la cantera burgalesa no abundaban precisamente los preseleccionados nacionales. Sin embargo hubo de permanecer dos temporadas más en el Juventud, probablemente porque su directiva buscara resolver problemas financieros traspasándolo. Y entre el pido y no doy, a los mandamases del Burgos se les agotó la paciencia.
Durante el verano de 1965, sin cumplir aún los 21, puso proa hacia el mar, suscribiendo la cartulina del Rayo Cantabria, filial de un Racing que por imperativo franquista seguía llamándose Real Santander. Para entonces ya se había asegurado un rinconcito en la historia del fútbol burgalés, pues formó parte del equipo que jugara el último partido oficial en Zatorre (26-IV-1964), zanjado con victoria ante el Europa Delicias por 1-0. Y a punto estuvo de redondear la anécdota, inaugurando las nuevas instalaciones de El Plantío. Se le adelantó el Burgos (13-IX-1964) derrotando 2-0 a la bilbaína Sociedad Deportiva Indauchu. Él y sus compañeros del Juventud sólo pudieron disputar el segundo choque, una semana más tarde. Pero eso sí, redoblarían el triunfo burgalés con un 4-0 ante el Astorga.
Los de la capital cántabra fueron días de esperanza. Cada campaña solían ser varios los jóvenes llamados a dar el salto desde 3ª División hasta la categoría de plata, donde competía el primer equipo santanderino. Sin embargo habrían de ir pasando los meses, huérfanos de oportunidades. Tampoco ayudaba que la directiva racinguista, en su deseo de escalar a la máxima categoría, depositase golosamente sus pupilas en hombres ya contrastados. Pero sí tendría, en cambio, ocasión de participar en “Volver a vivir”, la coproducción hispano-italiana que Mario Camus, con Raf Vallone en el papel principal, rodase en las instalaciones del viejo Sardinero.
Era una película sobre fútbol, en cuyo metraje abundaban lances de partidos reales. Pero claro está, también hacía falta filmar secuencias de entrenamientos, y éstas con Vallone impartiendo órdenes, corrigiendo posiciones o arengando a sus huestes. Escenas no de entrenamientos reales, sino recreadas exprofeso, para cuyo concurso se abrió el portillo a los jóvenes del Rayo Cantabria.
“Una experiencia tan curiosa como divertida, y además nos pagaron muy bien”, reconocía Ángel, recién cumplida la setentena. “Después, en el cine, quedaba ese morbo de ver si habrían dado por bueno tal o cual plano, donde te filmaron de lleno. Por cuanto a mí respecta, salía en varias tomas fugaces”.
Sin advertirlo siquiera, el antiguo preseleccionado juvenil empezaba a fraguar su más que singular biografía futbolística.
En 1967, con 22 años, suscribía la ficha del Real Valladolid. Durante la semana y siguiendo sucesivamente órdenes de Molinuevo, Orizaola y Barrios, entrenaba junto a De la Cruz, Docal I, Lizarralde, Aguilar, Álvarez, Quique, Salvi, Melo, Román, Molina, Lorenzo, Lasa, Gatell o Lariño, componentes de la primera plantilla. Y los domingos se alineaba con el Europa Delicias, feracísimo vivero del que iban a surgir figuras tan destacadas como Cardeñosa. “Compartía pensión con Quique, que era leonés, Alberto, asturiano, y Melo, extremeño. Los tres serían fichados por el At. Madrid. Más que amigos parecíamos hermanos, puesto que siempre andábamos juntos. Eso es lo mejor que deja el fútbol: la relación personal, el recuerdo de unos años magníficos y tanta ilusión compartida. Porque los buenos propósitos dejan mucho mejor sabor de boca cuando se comparten”.
Fueron dos temporadas en el antiguo Zorrilla, llegando a debutar como blanquivioleta durante la segunda, el 16 de febrero de 1969, obteniendo un valioso empate en El Clariano ante un siempre animoso Onteniente. Después otra campaña junto al Ebro, vistiendo la camiseta del ya desaparecido Club Deportivo Logroñés. Y desde allí hacia México, en compañía de Docal I (José Antonio Docal Nates; Laredo, Cantabria, 7-XII-1944), contratados por el Oro de Guadalajara. Allí se encontraron con Ángel Suárez Martínez, murciano de Aljúcer que había lucido su cabellera pelirroja por toda nuestra geografía como futbolista del Barcelona Aficionado, Puigreig, Condal, Gimnástico de Tarragona, Cartagena, Betis, Cádiz, Celta de Vigo y Badajoz: “!Anda!, dijimos. ¿Y éste qué hace aquí?. Encima jugando de delantero centro”.
Suárez (28-VIII-1939) se había iniciado como interior de ataque o ariete, llegando a sumar en tal demarcación 22 goles durante la temporada 1960-61, para gozo del Cartagena y su hinchada. Y aunque el Betis lo adquiriese como complemento atacante, Ferdinand Daucik, siempre propenso a los experimentos, quiso sacarle más provecho situándolo en la zona ancha e incluso como defensa central. Semejante ocurrencia habría de perjudicarle mucho, pues no en vano para el puesto de central debía competir con Eusebio Ríos, a la sazón uno de los mejores en nuestra liga, en tanto la zona ancha bética pertenecía a Martínez, malogrado infaustamente tras fichar por el At. Madrid. Al Real Club Celta había llegado como centrocampista y lo mismo a Badajoz, cedido durante una campaña por los vigueses. Sólo al desembocar en México, rondando la treintena, pudo reencontrarse con el dorsal número 9. Lo que ni Docal ni Caballero sabían es que un año antes hubiese dejado la camiseta celtiña para vestir la áurea, y que en el viaje le hubiesen acompañado otros dos españoles: Iborra, hijo del guardameta barcelonista que se exiliara tras el periplo “culé” de 1937, y Fernández.
México acababa de cerrar su Mundial del 70, el que pasaría a la historia por un “gol” de Pelé que nunca entró y las deslumbrantes demostraciones de la “canarinha”. Brito, Carlos Alberto, Clodoaldo, Gerson, Rivelino, Tostao, Pelé y Jairzinho, sobre todo Jairzinho, extremo vertical, con regate y gol, levantaban de sus asientos una y otra vez a los espectadores. En aquella fase final parece nació la más adelante muy socorrida “ola”. Y desde luego se degustó un fútbol de ensueño, sólo repetido 40 años después por el F. C. Barcelona de Pep Guardiola. Pero el balompié mexicano, claro está, tenía poco que ver con el de Brasil.
“El Oro era propiedad de españoles. Nos pagaron 550.000 ptas. y estuvimos de maravilla. -recuerda Ángel-. El presidente regentaba dos restaurantes, donde nos hacían sentir en casa. Su modo de entender el juego, con poco desgaste, me permitía brillar con potencia y entrega. Cuando observaron mi tiro de media distancia acabaron adelantándome un poco, ejerciendo labores de enlace. Entonces pude practicar más frecuentemente el disparo a puerta. Se me dio bien aquello, no voy a negarlo”.
Bastante más que bien, ateniéndonos a cuanto sobre él se escribiera en la prensa mexicana.
“Caballero, por lo que pudo verse, es un elemento, combativo, tenaz y decidido; no es el tipo de jugador que se achica ante los tropiezos; el hombre perseveró, prodigó su ir y venir durante todo el juego, tocó el balón como para demostrar que sabe su negocio, y terminó anotando un golazo que fue la puntilla de los freseros”.
(La noche que Docal y él se presentaban con el Oro)
“Un golazo de Ángel Caballero redondeó la victoria de casa. Ocurrió en el último minuto de juego, cuando recibió el servicio de Brambila y desde 30 metros tiró y colocó el balón en el ángulo superior derecho”.
(Con ocasión de un triunfo ante Irapuato por 3-1)
“Sólo se salvó Caballero, quien posee colocación, toque de balón y buen disparo a gol, aún cuando su marcaje es deficiente”.
(Al caer por 2-0 ante los Tiburones Rojos de Veracruz, complicándose el futuro)
Concluido el campeonato, la entidad fue adquirida por mexicanos y hubo liquidación de efectivos. A él le propusieron renovar, pero sin españoles al mando ni Docal a su lado, se le hizo cuesta arriba. Al fin y al cabo había ido allí acompañando al amigo. Si no contaban con el ariete de Laredo, tampoco es que él pintara mucho.
Quien sí permaneció en México fue Suárez, a quien por el color de su cabello todos llamaban “Panocha”. El Oro, poco después, se convertiría en Jalisco. Y Ángel Suárez, tras colgar las botas, se hizo árbitro, pitó en la 1ª División azteca e incluso degustó el internacionalato. Como árbitro, precisamente, viajaría a España durante 1981, para dirigir en Cartagena un partido amistoso entre los locales y el Slovan de Bratislava. Por supuesto volvió a tomar el avión de vuelta, pero en 1990 decidió volver a nuestra tierra con carácter definitivo. Lástima que le desvalijaran el coche y aquellos cacos se llevasen parte del dinero acumulado al otro lado del océano.
Caballero, mientras tanto, había acompañado a su amigo Paco Docal en el retorno. Y casi inmediatamente supo que Trapattoni, andado el tiempo prestigioso entrenador adornado con 20 títulos, pero en ese momento forjándose en los banquillos, estaba configurando en Madrid un equipo para el campeonato estadounidense, cuyos gestores o capitalistas, según se aseguraba, eran de Canadá. Como tenía familia en Madrid, introdujo las botas en una bolsa deportiva diciéndose que además de rendirles visita, bien podía probar fortuna.
No era extraño que algún equipo norteamericano disputase “bolos” invernales por nuestros pagos, o que planificasen el futuro probando a distintos futbolistas. Tres años y medio antes, allá por diciembre de 1967, Puskas había acampado en las inmediaciones de Madrid, armando otro equipo. Se aseguró contaba con los españoles Rey, Arranz y Antonio Collar, y aunque los tres se alinearan ante equipos del cinturón madrileño, lo cierto es que acabaron integrándose en otros conjuntos de la North American Soccer League.
En la prueba hizo lo que sabía, causando buena impresión, puesto que le hablaron de fichar. No queriendo engañarles, habló muy claro: “Miren, les dije, me faltan unos meses para acabar la carrera de perito industrial, tengo novia y me casaré tan pronto empiece a trabajar. Así que si viajo a los Estados Unidos será sólo por dinero”. Entonces le ofrecieron 1.100.000 ptas. al cambio, con todos los gastos de residencia cubiertos. Un señor capitalito para 1971, cuando por medio millón más se podía comprar un piso de 90 metros cuadrados, los buenos oficinistas con implicación acreditada liquidaban en torno a las 12.000 mensuales y pocas, muy pocas dependientas de comercio, superaban los 8 billetes de a 1.000. Todo ello sin contar con los rumores sobre una posible devaluación de nuestra moneda, cuyo primer efecto sería redondear al alza aquella cifra. “Pero ofrecían, nada más. Sin anticipos, avales ni depósitos. Vamos, que en esas condiciones firmarles el contrato hubiese sido un puro ejercicio de fe. Y sabiendo que aquellos equipos se deshacían con la misma facilidad que los montaban…”
Su prudencia ni mucho menos estaba de más, porque hasta nuestra prensa deportiva llegaban ecos de operaciones similares, resueltas mediante espantada. “O sea que como ni ellos ni yo dimos nuestro brazo a torcer, me vine a Laredo, montando una inmobiliaria. Y hubo boda, claro. Más tarde me hice también perito judicial. El futbol se había acabado”.
Al menos así lo creía, aunque el veneno del balón continuara encharcándole las venas. Por eso, porque seguía envenenado, con otros cinco laredanos de pro -Paco Llama, Borja Calle, Felipe Manjares, Carlos San Román y Víctor Gutiérrez- a los que acabaría uniéndose el presidente del club local, puso en marcha el Primer Torneo Juvenil Villa de Laredo, celebrado los días 14, 15 y 16 de agosto de 1981. Hoy, al borde de su XXV edición, sería imposible citar a cuantos con su presencia lo dignificaron: Andrinúa, Luis Enrique, Juanele, Pardeza, Sanchís, Solana, Urzáiz, Kike Burgos, Castillejo, Julen Guerrero, Pep Guardiola, “Chuchi” Macón, Iván De la Peña, Garitano, Arnau, Guillermo Amor, Arpón, Luis García, el guardameta Juanmi… Eso por cuanto respecta a jugadores, porque también se darían cita técnicos como Vicente Miera, Gregorio Benito, Nicolás Estéfano, Toni Grande, Chechu Rojo, “Chus” Pereda, Luis Fernández, Amorrortu, José Ángel Iribar, Teodoro Nieto, Iñaki Sáez, Nando Yosu o Paco Gento, quien además efectuó el saque de honor, junto a Pereda, en la 1ª edición del torneo.
Como si no tuviera bastante con el torneo, se animó a sacar licencia de Agente FIFA -representante de futbolistas, para entendernos-, creando Anchusport en sociedad con el ya desaparecido “Chus” Pereda, internacional durante su militancia en el Barcelona y seleccionador nacional de distintas categorías inferiores. No estaba mal para quien creyó haber dejado el fútbol en 1971.
“Ahora, mirando hacia atrás con perspectiva, observo que mi momento estuvo en México. Si me hubiese quedado, quién sabe qué pudo ocurrir. Pero no me arrepiento de mis decisiones. Al fin y al cabo, pocas cosas resultan tan improductivas e inútiles como parchear el pasado. La vida siempre está ahí delante”.
Para él, plenamente activo a los 70, liderando un negocio y en la directiva de la Asociación Española de Agentes de Futbolistas, sin la menor duda. El fútbol, que fue y continúa siendo eje en su vida, le ha regalado infinidad de relaciones y afectos, a la par que unos cuantos recuerdos materiales no menos cargados de cariño. Como esa camiseta con el 3 a la espalda que sudase Luis De la Fuente durante la última final de Copa ganada por el Athletic, ante el Barcelona, en el año del doblete. Título, por cierto, tras cuyo pitido final Diego Armando Maradona habría de ensombrecer la fiesta, desatando una monumental tangana.
Sirvan pues estas líneas no sólo como reparación de un olvido, sino a modo de reconocimiento hacia quienes, exultantes, recibieron en su día la convocatoria de un seleccionador nacional. Y ello cualquiera que fuese la meta a donde llegaran corriendo sobre el césped, forjasen o no biografías singulares. Porque todos, durante unas cuantas horas, se sintieron acariciados por la gloria. Algo, reconozcámoslo, al alcance de muy pocos.