RESUMEN:

El partido España- Italia del 19 de abril de 1931 tiene su sitio en la historia por muy diversos motivos. Era un encuentro que se auspiciaba de suma facilidad habida cuenta que en Bolonia, en la temporada anterior, se había vencido a los “azzurri” por 3-2 con un juego muy superior al de los pupilos de Vittorio Pozzo. Quizá por ello había miedo en los italianos que interrumpieron su campeonato con el fin de preparar de forma especial su viaje a la península Ibérica, ya que jugarían con España y seguirían viaje a Portugal.

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Biblioteca Martialay: El primer partido internacional de la II República

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Luis Regueiro fingió una lesión para que jugara Iraragorri

La delantera de los cuatro goles por partido se quedó a cero  

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El partido España- Italia del 19 de abril de 1931 tiene su sitio en la historia por muy diversos motivos.

Era un encuentro que se auspiciaba de suma facilidad habida cuenta que en Bolonia, en la temporada anterior, se había vencido a los “azzurri” por 3-2 con un juego muy superior al de los pupilos de Vittorio Pozzo.

Quizá por ello había miedo en los italianos que interrumpieron su campeonato con el fin de preparar de forma especial su viaje a la península Ibérica, ya que jugarían con España y seguirían viaje a Portugal.

Pese al optimismo de jugadores y aficionados, el seleccionador José María Mateos, bilbaíno, no las tenía todas consigo. Buena prueba de ello era que de la alineación que había presentado en el Littoriale boloñés prescindió, en sus primeros tanteos, nada menos que de siete jugadores.

Habida cuenta que el partido se jugaría en San Mamés diseñó un equipo más bien nórdico. Su primera idea era la de Zamora; Ciríaco, Quincoces; Cilaurren Baragaño, Roberto; Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza. Seis jugadores del Athletic, dos del Deportivo Alavés, otro del Arenas de Guecho y otro del Racing de Santander. Con Zamora, claro.

Lo de tantos rojiblancos no era sólo una gentileza para la parroquia del “bocho”, sino que obedecía a la evidencia de los datos. La delantera bilbaína había conseguido en la Liga nada menos que 73 goles. Un promedio de 4,06 tantos por partido. Con goleadas tales como 12-1 al Barcelona; 7-1 al Racing de Santander y al Deportivo Alavés; seis goles al Madrid y a la Real Sociedad, etc.

Pero… Cilaurren cayó lesionado en Ibaiondo y Baragaño fue un coladero en Chamartín. Por otra parte, al seleccionador le daba miedo hacer debutar a dos delanteros, por muy bilbaínos que fueran y por muy goleadores que se mostraran. Y metió un valor seguro como Luis Regueiro, también nórdico, del Real Unión de Irún, dejando a Iraragorri en el banquillo. La línea media, su eterno talón de Aquiles, la resolvió con el medio centro de la Real Sociedad, el pequeño Martín Marculeta, y el barcelonista  Martí.

Sin embargo, otro dato peculiar para la historia, hubo que retrasar el encuentro una semana ya que el 14 de abril era el día destinado para las elecciones generales. Elecciones que dieron un revolcón a la monarquía e instauraron la II República en España. Tal retraso fue posible, también, por la comprensión de los portugueses que no tuvieron inconveniente en cambiar la hoja de ruta de los italianos. Italia jugó en Oporto y ganó por 2-0, dando la razón a los miedos de Mateos.

Por ello, este partido iba a ser el primer encuentro republicano de la Selección de España. Y de ahí vino la famosa anécdota de Stalin quien, al decirle que el presidente provisional de la reciente República española era el señor Alcalá Zamora, repuso: “¿Quién? ¿El futbolista?.”

Sin embargo aún quedaban posibilidades de que el encuentro no se celebrara. Uno de los periodistas italianos acreditados en Madrid se dirigió al nuevo ministro de Gobernación, señor Maura –por cierto, hermano de quien había sido presidente de la Real Federación Española unos años antes- preguntándole si el equipo de la Italia fascista, y a la vista de los incidentes que se estaban sucediendo en esa semana en España, gozaría de absoluta seguridad. El ministro le contestó que a la menor señal de hostilidad del público ordenaría la suspensión del encuentro. Y fue Indalecio Prieto –bilbaíno de adopción y residencia- quien dio toda clase de seguridades al Gobierno. No pasaría nada.

Para acabar de completar el cuadro hay que decir que estuvo casi toda la semana lloviendo sobre San Mamés por lo que su césped (?) era una masa viscosa de lodo en el que se movían como pez en el agua los goleadores bilbaínos.

El público que se apretujaba en San Mamés soportaba gozoso el aguacero porque intuía que sus goleadores iban a hacer historia. ¡Lástima que no estuviera el quinteto rojiblanco al completo…! Ese sentimiento trascendía desde las gradas. Y lo había captado perfectamente Luis Regueiro. El público quería ver golear a Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri y Gorostiza. Pero ese “pegote” del Irún…

Al cuarto de hora de juego, Luis Regueiro, que era más duro que un cable de acero, chocó con el rocoso capitán italiano Caligaris y comenzó a hacer insólitos aspavientos de dolor. Se fue hacia la silla del seleccionador y le dijo que no podía seguir. ¡Y salió Iraragorri! ¡Ya estaban los cabales! ¡Ahora, a golear!

Casi nadie se apercibió del guiño de complicidad entre Regueiro e Iraragorri.

 Pero se llegó al descando con el 0-0 en el marcador. El dominio territorial lo domeñaba el trío defensivo italiano que era nada menos que Combi, Rosetta y Caligaris.

Las esperanzas de los espectadores se fueron esfumando poco a poco. El dominio era de los italianos. La línea media española era como una valla de papel. La delantera hispana acostumbrada a entrar como puñales en mantequilla se encontraban con pedernales. Bata perdía los nervios a ojos vistas y lo mismo le ocurría a Iraragorri, los dos bisoños en el equipo nacional.

Fueron Ciríaco y Quincoces quienes tuvieron que salvar los muebles. Y Zamora, claro.

Meazza, que hoy no es más que un estadio, era un genial interior que movía a todo el equipo y ponía balones en el área española con una facilidad pasmosa. Alguien, en aquello momentos de agobio, susurró que el siguiente encuentro contra los azules se anunciara así: “Italia contra Zamora, Ciríaco y Quincoces”.

El partido acabó con ese empate a cero inicial. Y gracias a que Orsi llevó un tiro al poste español y a que Meazza falló un gol cantado cuando Zamora se estaba sacudiendo el “chocolate” de la cara; el mismo “chocolate” que hizo resbalar al astro italiano a la hora de apuntillar.

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