S. D. Eibar: 75 años de señorío
De José Ignacio CorcueraEl señorío no es blasón que pueda comprarse, o se regale. Tampoco constituye premio a la acción puntual, sea ésta fruto del empeño o el puro oportunismo. Se asienta, en cambio, sobre pilares tan firmes como el respeto a los valores propios y ajenos, la honestidad en lo deportivo y económico, el buen juicio y esa suma de virtudes cada vez más caras, emparentadas con la templanza. Añádase, si acaso, la fuerza necesaria para volver a erguirse tras los fracasos y el no inflamar en demasía el pecho festejando triunfos, y entonces sí, habremos completado la fórmula.
El señorío, pese a su alto costo, o quién sabe si precisamente por ello, no siempre es patrimonio de entidades todopoderosas, donde los dictados del marketing financiero se imponen al sentimiento. Bien al contrario, podemos hallarlo en clubes teóricamente menores. En el Numancia soriano, por ejemplo, en aquel Osasuna presidido por el inolvidable Fermín Ezcurra, en la “Ponfe”, el C. D. Mirandés, un Alcoyano que quedó para la historia como máxima expresión de moral, el Izarra estellés, o la Sociedad Deportiva Eibar.
Este club, el Eibar, conforme es comúnmente conocido en la villa armera, nació durante 1940, aún sin cicatrizar las heridas de guerra, tras fusionarse del Deportivo Gallo y la Unión Deportiva Eibarresa. Está, como resulta obvio, en vísperas de cumplir sus bodas de diamante. Y por primera vez a lo largo de 75 años podría hacerlo debutando en nuestra máxima categoría. Su alumbramiento tardío impidió que algunas leyendas eibarresas, como Ciriaco Errasti -el Ciriaco de la mítica tripleta defensiva: Zamora, Ciriaco y Quincoces-, Roberto Echeverría, José Muguerza y Ramón Gabilondo, todos ellos internacionales, pudiesen vestir la camiseta azulgrana. Ciriaco, en realidad, ya había sustituido el balón de cuero por un trabajo en la banca cuando los chicos del Eibar F. C., denominación natal de la hoy Sociedad Deportiva, comenzaron a trotar sobre el embarrado césped cada invierno guipuzcoano.
Tardarían poco en llegar las siguientes nuevas figuras, con cuentagotas al principio, como no podía ser de otro modo en un club compuesto por aficionados puros, y formando aluvión después, pese a que las modestas primas por victoria cercenasen cualquier sueño de profesionalismo. Y ya entonces, al traspasar a sus mejores elementos, la joven sociedad comenzó a hacer gala de señorío.
Durante los años 40 y 50, las fichas de aficionado sólo se validaban por temporada. De ese modo, si el jugador “X” lo bordaba una campaña, en julio podía comprometerse con quien le viniera en gana. Enorme complicación para clubes de modestísimio presupuesto, ya que al no mediar traspaso, las entidades formadoras veían esfumarse cualquier cuento de la lechera. Sólo unas pocas acostumbraban a observar escrupulosamente la normativa. Habitualmente, en cambio, se ejercía el chantaje emocional, con argumentos tipo: “Pero hombre de Dios, piensa en tus compañeros; algo de dinerillo permitiría instalar agua caliente en las duchas. Tú eres del pueblo, ¿por qué no consideras todo lo que esta afición te ha dado?. Medítalo, ¿te parece?”. A la postre, muchos de aquellos jóvenes concluían suscribiendo fichas profesionales ficticias, pese al indudable quebranto económico que para ellos representaba, evitando, de paso, que sus antiguos compañeros se halasen y en el pueblo les censuraran. Porque siempre, pero siempre, siempre, el monto de lo satisfecho a modo de traspaso se detraía de cuanto iba a percibir la flamante adquisición en concepto de ficha, hubiese ya o no papeles firmados de por medio. El Eibar, sobre este capítulo, sería cumplida excepción.
Así quedó de manifiesto en 1956, cuando desde el Valencia C. F. se interesaron por Félix Arrizabalaga, guardameta ágil, decidido y seguro, al que también seguían Osasuna y Real Sociedad. Félix, recién cumplidos los 22, con dos años a sus espaldas en el Urko, filial eibarrés, y media campaña en el primer conjunto armero, compaginaba la práctica deportiva con su trabajo en la industria “Alfa”. Si Real Sociedad y Osasuna representaban no salir apenas de casa, aquel poderoso Valencia de los Mestre, Sendra, Buqué, Seguí, Mañó, Piquer o Sócrates, le ofrecía más profesionalidad. Los armeros militaban entonces en 2ª División, se jugaban una muy complicada posibilidad de permanencia, y pese a ello desde su directiva tuvieron el buen gesto no ya de permitirle irse gratis, sino de hacerlo sin concluir la temporada. Todo un hándicap deportivo, justificado en el deseo de no entorpecer la oportunidad profesional de su pupilo.
Ya junto al Turia, Félix viajaría como suplente en casi todos los desplazamientos, hasta concluir la campaña. Entonces no se podía efectuar sustituciones, a excepción del guardameta, y aún éste sólo por lesión. La titularidad iba a resultarle cara, oscurecido por Goyo, primero, y por Pesudo después. Félix regresó cedido al Eibar para el ejercicio siguiente y a poco de empezar la campaña 58-59, sospechando iba a calentar banquillo, solicitaría una nueva cesión al Mestalla, todo un “coco” de 2ª División. El estreno en 1ª se le resistía tenazmente. Otro tal vez hubiese sucumbido a la frustración, pugnando por un cambio de aires. Él no, puesto que se sentía a gusto junto al Mediterráneo, según recordaba cincuenta y cinco años después: “Era un club de campanillas, con muy buen vestuario. Entonces no había muchos medios, pero sí compañerismo. Sólo podían contarse 4 coches entre todos los componentes de la plantilla valenciana. Uno de ellos, modesto Renault “4-4”, del alavés Quincoces II. En otro no menos modesto de Puchades, de un Puchades que lo había sido todo en la selección nacional, iban y venían a entrenar los 4 de Sueca. Aunque yo no tuviese coche, era el quinto motorizado, puesto que me había llevado la motocicleta desde Eibar”.
Concluido su contrato y pese a no debutar en competición liguera con el Valencia, sería renovado por otras tres campañas. Cuatrocientas mil ptas. de ficha por tres años tuvieron “la culpa”, según referencias de prensa, cuando los empleados de banca juntaban 4.000 mensuales y la cuenca industrial barcelonesa o vizcaína seguía llenándose de inmigrantes andaluces, gallegos, castellanos o extremeños. Allá por el verano de 1962 regresó a “su” Eibar, volviendo a colocarse bajo el marco de Ipurúa. ¿Cómo no hacerlo, después de lo bien que todos tomaron su salida?. El millón de ptas. amasado con el fútbol, cuando semejante cifra representaba un capitalazo, había servido para poner en marcha la empresa familiar. Y como esta exigiese cada vez más dedicación, al arrancar el verano del 64 optó por colgar los guantes, bastante más que satisfecho.
Casi por las mismas fechas y durante los siguientes años, otros muchos jugadores azulgrana hicieron sus maletas, rumbo a la 1ª División. Ignacio Echarri (Eibar 54-56) reforzando a la Real Sociedad por espacio de 7 campañas. José Antonio Guisasola, “Kaiku” para el futbol, al Deportivo Alavés y Granada, a modo de paréntesis entre sus 14 temporadas sudando la camiseta eibarresa. José Antonio Irulegui (Eibar 55-56), cubriendo 9 temporadas en la Real Sociedad y otras 6, nada menos, en el Pontevedra del “¡hay que roelo!”. El cancerbero José Antonio Araquistáin (como Irulegui, Eibar 55-56) a la Real Sociedad, Real Madrid, Elche y C. D. Castellón, paladeando por el camino ese dulce sabor del internacionalato. Miguel Azcárate (Eibar 56-57) a la Real Sociedad y Real Batis sevillano. Juan Zubiaurre (Eibar 55-57), a Osasuna, Real Zaragoza y Granada C. F. Miguel Iguarán (Eibar 57-58) al Oviedo, Mallorca y Pontevedra, para disfrutar durante 6 temporadas en nuestra elite, y aún otra en el “soccer” de los EEUU, con el Toronto Falcons. Juan Cacho (Eibar 58-59) a la Real Sociedad y Pontevedra… Merecen mención aparte, sin duda, Alberto Ormaechea y Fernando Ansola. El primero (Eibar 57-60), no sólo por sus 11 campañas en el lateral izquierdo de la Real, sino por haber sido el entrenador de los hasta ahora dos únicos títulos ligueros en la blanquiazul historia donostiarra (1980-81 y 1981-82). Desgraciadamente no podrá acudir a los fastos del 75 aniversario, puesto que un cáncer se lo llevó hace algún tiempo. El ariete Ansola, también fallecido a los 46 años por un tumor cerebral, representación excelsa de la furia, imponente rematador de cabeza, goleador contumaz e internacional en menos oportunidades de las que probablemente mereciese, tras salir del Eibar (57-58) repartiría 16 campañas entre el Oviedo, Betis, Valencia y Real Sociedad. Una vez más, en todos estos casos la entidad eibarresa obtuvo sólo una parte infinitesimal de cuanto “valían” contablemente sus futbolistas.
No cabe decir que cambiase la tónica inaugurados los 60, años del definitivo despegue económico español, del “boom” turístico, los “600” atascando hasta el último andurrial y el vermut con guinda al alcance de la clase trabajadora, siquiera fuese sólo los domingos, después de misa. Benito Beitia (Eibar 59-61) se iría al Osasuna y Real Oviedo. José Antonio Baqué (Eibar 63-66) a la Real Sociedad, retornando a Ipurúa (70-72) tras pasar por Mendizorroza. Miguel Ángel Lamata (Eibar 65-67) al At Madrid y Real Club Deportivo Español. José Mª Araquistáin (Eibar 66-67 y 68-70) a la Real Sociedad, donde cubrió 8 campeonatos, y Sevilla C. F., con otros 2. José Mª Duñabeitia (Eibar 64-68), al Real Zaragoza…
Para entender cómo era aquel conjunto eibarrés, pocos testimonios resultarían más válidos que el de José Eulogio Gárate, referencia “colochonera” en los 70, delantero centro de la selección nacional e infortunado profesional, a resultas de una fea complicación posoperatoria, ya en las postrimerías de su carrera. “Entonces se jugaba por afición y la parte económica era la menos importante. Recuerdo, por ejemplo, que quienes pasábamos del juvenil al primer equipo teníamos una ficha de 5.000 ptas. Para mi segunda temporada insistí un poco y ya me dieron 25.000”. Aun siendo la entidad más potente de la zona entre lo que cabría calificar de modestos, tampoco es que los armeros estuviesen para lanzar cohetes. Continuaban manteniendo una relación estrecha, casi familiar con sus jugadores. Y jamás impedían su vuelo. Tal vez por ello, aquellos años en la entidad dejaran huella indeleble en quienes los compartieron. “Recito mejor una alineación del Eibar de mi época, que cualquiera de las del Atlético Madrid” -reconocía el propio José Eulogio, allá por 1990-. “Murguiondo; Lozano, Muñoa, Txitxia; Aranguren, Larrabeiti; Basaras, Baqué, Gárate, Alfonso e Iceta”.
Gárate, luego de haber disputado dos promociones de ascenso a 2ª División con el equipo de su pueblo, supo aprovechar el trampolín del Indauchu (1965-66) para tomar el relevo a Jorge Mendonça entre los “colchoneros”. Su incorporación a la S. D. Indauchu, por cierto, ilustra muy bien cómo entonces se hacían las cosas.
Jaime de Olaso, dueño de instinto finísimo a la hora de calibrar futuras perlas, promotor, talismán y hombre orquesta en el club bilbaíno, hoy muy venido a menos, apenas tropezó con obstáculos entre la directiva eibarresa, tras confesar su interés por un delantero centro tan distinto. Los problemas, y no pocos, llegaron hasta él desde el padre del futbolista. Su hijo, ante todo, tenía que estudiar. Lo de alinearse con el equipo del pueblo, aún tenía un pase. Pero otra cosa era saltar a 2ª División, donde ya se movían más intereses y tantos, tantísimos meritorios, habían acabado descarriándose. Olaso le habló de que en su plantilla no faltaban los estudiantes. Varios de ellos, como el propio Gárate, matriculados en Ingenieros. Al fin y al cabo, el Indauchu también era un club distinto. Más familiar que otros, más de “amigos”. Pero el padre no daba su brazo a torcer. Por fin, un día, tuvo lugar el encuentro definitivo. Olaso volvió a colocar sobre el platillo de su balanza los argumentos de siempre, aunque con más denuedo. Y el Sr. Gárate, el padre, cortó de golpe su bien ensayado discurso. “Me he informado sobre usted” -dijo-. “Todos me aseguran es hombre de palabra, en quien se puede confiar. Si me garantiza que tomará a mi hijo bajo su tutela, que estará sobre él no ya en el campo, sino en los estudios y en la vida de Bilbao, puede llevárselo”. Como a Olaso le faltase tiempo para dar el “sí”, en setiembre de 1965 el futuro internacional lucía ya sobre el césped de Garellano la camiseta rojilla.
Por cierto, y sólo para despistados: Gárate se licenció en Ingeniería. Eibar sólo se halla a 45 kilómetros de Bilbao, mal contados. Y serían las arcas del Indauchu, eternamente en apuros, las que recibiesen como un bálsamo el dinero madrileño.
Ya introducidos en los 70, el Eibar hubo de digerir un purgante recetado desde la Federación Española a casi todos los clubes modestos. En su deseo de acabar con el profesionalismo de 3ª División -un intento más entre tantos-, a los mandamases del balón no se les ocurrió mejor idea que enarbolar el serrucho. Los dos grupos de 2ª División se convirtieron en uno. Casi tres cuartas partes de los conjuntos de 3ª se vieron de golpe en Regional. Puesto que aún no existía la 2ª B, militar en cualquiera de los cuatro únicos grupos de 3ª División conllevaba enormes desplazamientos, gastos ruinosos y, peor aún, el amamantamiento de una nueva casta profesional, justo para la competición que ni haciendo juegos malabares podía permitírselo. Varias entidades acabarían despeñándose, en su obsesión por dar el salto a 2ª. Otras quedarían muy tocadas para los siguientes cuatro lustros. Y un puñadito más, entre los que cabe incluir al Eibar, se armaron de santísima paciencia.
Durante 3 años (1976-79) en Eibar sólo pudo verse fútbol de Regional Preferente. Y lo que aún resulta más llamativo: desde 1958 hasta 1986, el equipo perdió nada menos que 14 oportunidades de ascenso en otras tantas fases de promoción. Demasiadas, sin duda, para no pensar que tal vez se viera el ascenso no como un premio, precisamente, sino más bien como condena a galeras. Porque si la afición soñaba con escalar de categoría, en los despachos nadie tenía claro cómo equilibrar balances, duplicando, e incluso triplicando el presupuesto anual. Ciertas conversaciones con componentes de aquellas plantillas inducen como mínimo a la reflexión: “Nosotros queríamos subir, porque para eso nos esforzábamos todo el año. Luego perdíamos y tras la decepción nos daba por pensar cómo hubiésemos hecho para compatibilizar los trabajos con unos desplazamientos tan largos. Desde Eibar hasta Cataluña, a Mallorca, Galicia o, ya puestos, Melilla, Algeciras o Extremadura. A lo peor ese ascenso nos hubiese obligado a dejar el club”.
Semejante panorama pudo añadir abundante plomo a unas cuantas botas. Nada hubiese tenido de ilógico. Porque lo cierto es que desde Ipurúa continuaban volando buenos jugadores.
Agustín Guisasola, una fuerza de la naturaleza, tras dos años en el Urko ingresaba en el Athletic, donde durante 13 temporadas compartiría vestuario con los Iribar, Escalza, Urquiaga, Alexanco, Tirapu, Villar, Dani, Rojo, Irureta, Zabalza, Carlos, Sarabia, Churruca o Argote. En 1983, lastrado por algún problema de sobrepeso, colgaría las botas. Ibón Amuchástegui saltaba en 1975 a la Real Sociedad, permaneciendo 4 campañas en 1ª. Juan Mª Esnaola le había precedido un año antes, estuvo 5 en San Sebastián y desde el viejo Atocha aún logró reengancharse a la 1ª División trotando por El Plantío burgalés. Jesús Mª Lacasa pasó a la ya extinta Unión Deportiva Salamanca, agradable sorpresa entre los grandes allá por el ecuador de los 70. Diego Álvarez, el Diego del centro del campo donostiarra, también salió en 1974 hacia la Real Sociedad de los Arconada, Kortabarría, Gajate, Zamora, Satrústegui, José Mª Bakero, Uralde, López Ufarte, Alonso e Idigoras, doblemente campeona.
En los 80, Alberto Albístegui (Mallorca, Deportivo de La Coruña, Real Sociedad y Deportivo Alavés), el poco exquisito aunque contundente José Luis Ribera (Burgos y sobre todo Deportivo de La Coruña), o Francisco Javier Bellido, puntal en un Compostela encaramado al listón más alto, pueden servirnos para engrosar la lista. Y sobre todo dos perlas de la cantera, como José Antonio “Pizo” Gómez y Miguel Ángel Fuentes. El primero dejó Ipurúa en 1983 para vivir sucesivas experiencias en el Athletic, Osasuna, Atlético Madrid, Español barcelonés y Rayo Vallecano, antes de colgar los borceguíes en Eibar, transcurridos 14 años desde su salida. Fuentes, brillante extremo en sus inicios a quien Toschak hizo lateral, luego de batirse el cobre durante 14 campañas en la Real Sociedad todavía tuvo el arresto de presidir a los donostiarras desde junio de 2005 hasta idéntico mes de 2007. Junto a ellos, claro está, quienes obedeciendo a distintas razones optaban por permanecer en la industriosa localidad, convirtiéndose en referentes. Es el caso de José Manuel Luluaga, con 11 temporadas organizando el juego azulgrana entre 1983 y 1994. De Bixente Oyarzábal, otro tanto desde 1989 hasta el año 2000, auténtico gendarme de la zona ancha, aunque ello supusiera sacrificar la verticalidad exhibida en el Lagun Onak y Anaitasuna. Y de José Ignacio Garmendia, auténtico punto y aparte.
Natural de Villabona (4-IV-1960), llegó al Eibar para la campaña 1979-80, procedente del Hernani. No era un portero alto, pero sí ágil, mandón, equilibrado y con dotes de liderazgo. Durante 18 Campeonatos fue dueño y señor del marco eibarrés, llegando a marcar un gol desde su propia portería la temporada 87-88, para asombro de Aranguren, guardameta azcoitiano del Pontevedra. Dieciocho ejercicios alternando la carnicería con partidos y entrenamientos, puesto que aún viviendo el fútbol con desbordante pasión, nunca quiso ver en el césped su redención laboral. Y eso que no le faltaron ofertas.
La más tentadora, sin duda, por aquello de ser la primera importante, se la hicieron llegar desde Tenerife. Había un buen dinero de por medio, aunque eso a él se le antojara lo de menos. Impuso como condición le permitiesen instalar en Santa Cruz un establecimiento del ramo carnicero. Sólo eso. Todo lo demás podía negociarse. Pero claro, la directiva tinerfeña se echó atrás. Que su portero manejase cuchillos a diario, expuesto a cualquier corte… En adelante ya no quiso escuchar más cantos de sirena. Permaneció en su carnicería, comentando con la clientela incidencias del juego mientras despachaba, puesto que los directivos armeros, conscientes de que no podían pedir exclusividad a una plantilla semiprofesional, se limitaban a suplicarle prudencia en el manejo del machete. Su único corte serio, profundo, de los que requieren sutura, llegó cuando estaba a punto de colgar las botas y el pantalón corto. Público y directiva le tributaron un muy concurrido, a la par que merecidísimo homenaje, y él, correspondiendo conforme le dictaba el corazón, repartió íntegramente el importe de la recaudación entre organizaciones benéficas eibarresas. Hasta en eso sabía mostrar señorío el Eibar y quien por entonces ejercía de estandarte.
Era tal su peso en el vestuario que la entidad armera decidió convertirlo durante el año siguiente en enlace entre plantilla y despachos. Y una vez resuelta la transición, por fin a tiempo completo, de vuelta a la carnicería. Para entonces superaba los 350 partidos en 2ª División y una cifra similar entre 3ª y 2ª B.
Afianzado Ipurúa en el futbol de plata, su público continuó jaleando a jugadores más tarde tan significados como Asier Riesgo (Real Sociedad, Recreativo y Osasuna), Manolo Almunia (8 años en el Arsenal londinense), Gorka Iraizoz (Español de Barcelona y Athletic), Joseba Llorente (Valladolid, Real Sociedad y Osasuna), Xabi Alonso (Real Sociedad, Liverpool y Real Madrid, además de doble campeón de Europa con estos dos últimos clubes, y con la selección española en el Mundial sudafricano y la Eurocopa), David Jiménez Silva (Celta, Valencia y Manchester City, aparte de campeón mundial y europeo, como Xabi Alonso). Prácticamente todos, justo es consignarlo, cuando apenas balbuceaban en el mundillo profesional, cedidos desde otras entidades. La espartana austeridad eibarresa no daba para otra cosa.
David Silva, por cierto, protagonizó una jugada magnífica durante su única campaña con los armeros. El guardameta adversario y un compañero se hallaban tendidos sobre la hierba después de chocar violentamente, dejándole en franquía el portal. Lejos de anotar el tanto, optó por enviar fuera el balón y permitir se atendiera a los caídos. Gesto similar al tantas veces comentado de Zaballa en el estadio Santiago Brnabeu, cuando el extremo cántabro defendía los intereses del Sabadell. Sólo que computada toda la campaña, aquel gol que Silva, en ejemplar gesto de honradez profesional prefirió no marcar, hubiese podido suponer el ascenso a la máxima categoría. Corría el ejercicio 2004-05, con Mendilíbar en el banquillo.
Todo esto no son sino páginas señeras de una S. D. Eibar para enmarcar. Porque hace apenas unos días, el domingo 25 de mayo y a falta de dos jornadas para finiquitar el Campeonato, los eibarreses conquistaron legítimamente su derecho a celebrar el 75 aniversario junto al Real Madrid de Casillas, Sergio Ramos o Cristiano Ronaldo, el Barcelona de Piqué, Messi, Iniesta, Xavi Hernández o Neymar, y los no menos gloriosos At. Madrid, Valencia, Español, Athletic o Sevilla, por no hacer inacabable el listado, campeones todos de Liga o de Copa. Sólo una nube plomiza se empeña en oscurecer tanta brillantez, cuando el ascenso se ha logrado, por ende, con el presupuesto más bajo de todo el fútbol profesional español. La amenaza de una difícil ampliación de capital exigida desde la Liga de Fútbol Profesional, siendo la entidad eibarresa, para mayor sarcasmo, de las pocas sin deuda. Un ejemplo digno de patente y exportación.
Paradoja superlativa, además de profunda injusticia, mientras el campeón de Liga y finalista en la Champions League tiene como principal acreedor y con una cifra monstruosa al mismísimo Ministerio de Hacienda, o el más que probable acompañante del Eibar en su ascenso, el Deportivo de La Coruña, debería haber descendido a 2ª hace varias temporadas, normativa en mano, conforme quedó de manifiesto tras la defenestración de su ex presidente Augusto César Lendoiro y el alumbramiento de impagos a jugadores que, como Luque, llevaban ocho años lejos de Riazor. Extraña vara de medir cuando buena parte de los instalados en 1ª y 2ª División se han acogido a ese resquicio legal con demasiado aroma a estafa deportiva, denominado Concurso de Acreedores. Dislate esdrújulo, aunque comprensible, en ese patio de Monipodio donde parece ha ido a dar parte de nuestro fútbol elitista. Y enorme estulticia, puesto que la conversión de clubes en Sociedades Anónimas Deportivas, lejos de solventar viejos problemas, como antaño se pretendía, sólo parece haberlos agigantado.
Confiemos pueda la entidad guipuzcoana incrementar su capital social en el millón setecientos mil euros exigidos, tremenda cifra, dada su modestia y los 27.000 habitantes raspaditos del valle verde y profundo en que se asienta. Y que pueda hacerlo, por ende, sin renunciar a su muy loable filosofía, distribuyendo las acciones entre miles de simpatizantes o, lo que es igual, poniendo cepo a especuladores sin pedigrí deportivo ni escrúpulos de conciencia bien acreditados.
El debut eibarrés en 1ª debe sustanciarse. Se lo han ido ganando, a lo largo de 74 años, los 600 jugadores que vistieron de azul y grana, la afición local y presidentes como Juan Artamendi, Bernardo Odriozola, Crispín Gárate, Manuel Escodín, Guisasola, Echaluce, Zubia, Irusta, Fernández de Betoño, Aranegui, Cadenas, “Pepe Goro”, Eusebio Oyarzun, Marquiegui, Arrieta, Mardaras, y cuantos con más o menos fortuna, pero sin merma de entrega, les siguieron. Se lo han ganado, también, entrenadores voluntariosos como Félix Muguerza, Aniceto Albizu, a quien todos llamaban “Chaparro”, Celestino Olaizola, Patxi Gárate, Antonio Corral, “Cuqui” Bienzobas, Mayo, Zapiráin, Santi Bardají, Arberas, Luis Ciuaurriz, Dionisio Urreisti, Arrizabalaga o Alfonso Barasoáin, quien lo hizo mayor de edad y no se atreviese a volar por banquillos de tronío, anclado como estaba a una buena colocación en Telefónica. Y se lo siguieron ganando, más tarde, sin freno para tanto nervio a ras de césped, Blas Ciarreta, el otrora internacional Miguel Ángel “Periko” Alonso, un ya citado Mendilíbar, Manix Mandiola o el actual y laureado por partida doble Gaizka Garitano, puesto que hace apenas 12 meses brindaba con txacolí o cava por el ascenso desde 2ª B.
Felicidades, Eibar. ¡Zorionak!.
Y muchas gracias por demostrarnos la posibilidad de un fútbol sin tantos millones, o que aplicando ese método tampoco se muere en el intento.
Al fin y al cabo, una exhibición más de señorío.