Biblioteca Martialay: España ante su Copa del Mundo
De Félix MartialayEL MILAGRO ESPAÑOL: 1982
Dos jefes de Gobierno, cinco ministros de Deportes y dos directores generales del CSD hasta que empezó a rodar el balón.
También hubo dos presidentes del Comité Organizador: Zalba y Saporta.
España pidió, en su momento, la organización de un Campeonato. Lo avalaban los triunfos de los clubes españoles en las competiciones internacionales. Y estando como presidente de la Real Federación de Fútbol Benito Picó fue cuando se apuntó la posibilidad de que España organizara la Copa del Mundo de 1974. Ello se producía en el Congreso que la FIFA celebró en Tokio, en octubre de 1964. Los dos solicitantes eran España y Alemania. Pero el señor Picó cedió sus problemáticos derechos a los germanos a cambio de que la FIFA reconociera en firme que España sería la nación organizadora en 1982. Así pues, desde 1964 se sabía que 18 años más tarde España sería la sede del Campeonato. ¡Dieciocho años…! ¡Largo me lo fiáis! Pero, claro, los años fueron pasando y pasando… Desapareció de la RFEF Benito Picó. Llegó y se fue José Luis Costa (20 de enero 1967 al 22 de septiembre de 1970), Llegó y se fue José Luis Pérez Payá (22 de septiembre de 1970 al 26 de mayo de 1975). Y llegó Pablo Porta… En ese tiempo se habían jugado cuatro Copas del Mundo: Inglaterra (1966), Méjico (1970), Alemania (1974) y Argentina (1978).
En enero de 1976, Pablo Porta -con seis años de anticipación- comenzó a preocuparse de la Copa del Mundo de 1982. Formó una comisión preparatoria del Mundial-82 cuya jefatura fue otorgada al joven presidente del Zaragoza José Ángel Zalba. Tal comisión era supervisada, lógicamente, por la RFEF puesto que no hay que olvidar que las Copas del Mundo tienen un organizador titular, la FIFA. Es este organismo quien delega en la Federación correspondiente para que lleve a cabo todos los trabajos inherentes a la organización y realización de cada Campeonato.
La comisión hizo los trabajos preparatorios. Un estudio de posibles ciudades-sedes, comunicaciones, hoteles, estadios, etc. Amén de un boceto de presupuesto habida cuenta de lo que había que construir o reestructurar.
Pero en ese tiempo, João Havelange se presentó a la elección de presidente de la FIFA. Su palanca fue la promesa de ampliar la participación del Campeonato a mayor numero de países del ‘tercer mundo’. Sir Stanley Rouss quedó en la cuneta merced a esos votos de las naciones “segundonas” en el concierto de las competiciones internacionales. Pero, claro, llegó la hora de cumplir las promesas; hacer hueco en el campeonato; seis huecos nada menos. La FIFA presentó su problema a la Federación española y ésta tuvo que decir que sí. La afirmación conllevaba organizar un campeonato con 24 finalistas en vez de los 16 habituales. Era la primera vez que la fase final iba a tener tales dimensiones.
Se tomó como modelo de organización el de la última Copa, la de Argentina, que tanto éxito había tenido para su país. Dos cabezas: una organizativa, otra futbolística. El gobierno español tomó sobre sí lo que había hecho en Argentina el Ente Autárquico y el ministro Pío Cavanillas buscó el hombre idóneo que estaba en boca de todos: Raimundo Saporta. Éste, viendo el panorama político, exigió para su aceptación no depender no sólo de ningún ministro, sino ni siquiera del presidente del Gobierno; exigió nombramiento real, que “su jefe” fuera solamente el Rey. Por Decreto nº 2354/78 se creaba el Real Comité Organizador de la Copa del Mundo y por el nº 2346/78 se nombraba a Saporta presidente del mismo.
Así pues el Comité se constituyó con Saporta, un vicepresidente: Anselmo López y un Secretario General: Manuel Benito.
Por su parte la Federación nombró el Comité técnico que presidía el seleccionador José Emilio Santamaría, con Eusebio Martín como secretario y los vocales Molowny, Aguirre, Miera, García Traid y Alepuz.
Con todo sobre el papel, Saporta anunció que al final del campeonato entregaría a “su jefe” un talón de mil millones de pesetas como beneficio del torneo.
Quizá fuese ese anuncio el que desencadenó las tempestades. La primera el nombramiento de las delegaciones en las ciudades designadas como sedes. Los ayuntamientos de tales sedes querían intervenir los actos del Real Comité y mandar en sus ciudades. La respuesta fue fulminante: Saporta presentó la dimisión al segundo ministro de su trayecto: Clavero. Pánico no sólo en el fútbol español, sino en la FIFA y en la Federación Española que era la que tenía la concesión de la Copa del Mundo. Y la Federación, sin el aparato organizativo estatal, no podía moverse. La portada de “ABC” de Madrid era el mejor resumen: “Posible renuncia de España al Mundial 82”. Y eso parecían querer los partidos de la oposición tanto como el director general de Deportes Benito Castejón que deseaba sustituir a Saporta por Castedo.
En cuanto el gobierno consiguió el consenso con los partidos políticos, Saporta volvió. Suspiro de alivio en todo el mundo. Y comienzo de la máquina financiera: por un lado, el Banco de Crédito Local para los Ayuntamientos sedes; por otro, el Banco de Crédito a la Construcción para los estadios. Los desvíos los cubrirían los necesarios sorteos extraordinarios de Lotería.
Pero había otro ministro de Deportes: Ricardo de la Cierva. Y ese ministerio era el interlocutor gubernamental con la FIFA. Havelange no paraba de conocer gente nueva cuyas consecuencias pagaba Saporta con el cambio de representantes en las delegaciones del Comité en las ciudades sede.
Por otro lado, las tensiones ente Real Comité y Federación habían aumentado. La FIFA tenía la espada de Damocles sobre su cabeza puesto que Porta había anunciado la dimisión en la recién terminada Copa de Europa de Italia. Havelange se dio cuenta de que con una nueva Federación, Saporta podía abandonar definitivamente. Y adiós Copa en España… Y más habida cuenta que había otro ministro de Deportes: Cabero.
Pero quedaba otra guinda: la dimisión del propio presidente del Gobierno español Adolfo Suárez. El nuevo “premier”, Calvo Sotelo, suministró el quinto ministro de Deportes, esta vez ministra, Soledad Becerril, y nuevo director general de Deportes: Hermida.
La mayoría de los estadios iban muy retrasados, las entradas no tenían la salida que se esperaba. La peseta había caído en picado y los precios casi se duplicaban, al comprar en pesetas y pagar en dólares.
Pero quedaba la Guerra de las Malvinas. Y sus consecuencias deportivas. Ambos contendientes se negaban a participar si lo hacían sus contrarios. Los anunciados boicots se extendían como por ensalmo. Pero, además, vino la cancelación de las peticiones del lote de viajes con entradas. ¿Puede extrañar a alguien que la prensa sensacionalista publicara que Saporta se había vuelto loco? Era para volverse, desde luego… Y más cuando el secretario del Comité, el hombre base de todo, Benito, anunció su dimisión debido a las ingerencias en su trabajo por parte del vicepresidente Anselmo López, quien ante el desfondamiento de Saporta, quiso tener todo bajo su mando.
Coronando lo que se llamó “pacífica Transición”, el Congreso de los Diputados fue ocupado por el Teniente Coronel Tejero y sus guardias civiles para dar “un golpe de timón” a la política nacional.
Con todo armado como un castillo de naipes se llegó a la fecha de la inauguración con otras goteras nacionalistas por parte de Barcelona. El inexplicable milagro se había producido: arrancaba la Copa del Mundo de 1982 en España.
EL FRACASO ESPAÑOL: 1982
La Selección, mediocre, fue el gran fracaso futbolístico.
Se pasó la fase primera, con dificultades, para caer en la segunda con estrépito.
Sin juego de calidad y sin jugadores de talla mundialista, se hizo un pésimo papel.
Kubala abandonó el cargo al finalizar la Copa de Europa de Italia más bien empujado por el Barcelona que por decisión de la RFEF. La contratación del ex húngaro descolocó al fútbol español. El sustituto al frente del equipo nacional fue el siguiente del escalafón: Santamaría.
Pero si alguien pensaba que el esfuerzo principal de la Federación iba a estar en el equipo nacional y su circunstancia, se equivocaba.
El paralelismo entre lo que ocurría en el Real Comité y en la Federación era total.
La primera ofensiva fue contra el seleccionador. A la prensa, acostumbrada al compadreo con Kubala, le sentó mal el carácter adusto del nuevo conductor del equipo. El Colegio Catalán de Entrenadores arremetió contra la Escuela Nacional, cuyo presidente era el propio Santamaría. Posteriormente, el Barcelona, tras echar a Kubala, quería eliminar de su nómina al “asesor veneciano” Helenio Herrera y la forma más rápida era presionar para que sustituyera a Santamaría. Pese a ello, el seleccionador consiguió mantenerse, hacer una gira por América y dirigir 19 partidos antes de que comenzara la Copa del Mundo. Sobre el papel era una buena preparación, habida cuenta que no había fase de clasificación para el organizador del torneo mundial. La duda que les quedaba a los buenos aficionados era si con ese equipo se hubiera conseguido tal clasificación… Y no todo era culpa del seleccionador, porque realmente el esqueleto del equipo se había terminado en Italia. Su error, como el de otros muchos seleccionadores españoles, fue el de no atreverse a prescindir de los nombres. Y a la Selección le sobraban muchos nombres, porque ya eran sólo eso, nombres.
Por otro lado estaba la AFE. Quería quebrantar al RFEF de Porta. Aprovechando las deudas que muchos clubes, sobre todo de Segunda y Segunda B, tenían con sus jugadores, montó una huelga con carácter indefinido, para la primera jornada de Liga. Era la segunda de la historia del fútbol español.
Entre los clubes no había demasiada armonía. Unas declaraciones del presidente del Sevilla contra el Madrid hacen que este club retire su representante de la Federación; era el propio vicepresidente del club blanco y nada menos que el vicepresidente económico de la RFEF.
Los árbitros se querellan contra el presidente del Atlético de Madrid, Alfonso Cabeza que por otra parte ya estaba procesado y estaba en libertad provisional mediante el pago de la correspondiente fianza. Finalmente el presidente atlético fue inhabilitado por la RFEF por año y medio. El caso Urízar fue el detonante de otro problema que acabó en el juzgado con la ANAFE (Asociación de Árbitros) totalmente desacreditada y su presidente De Coz en ridículo ante sus afiliados.
Luego, la guerra de las publicidades. Una contra la Federación por tener presencia en el uniforme; otras, entre los jugadores ofreciendo compensaciones por cientos de marcas…
Y la segunda huelga para acabar de romper la temporada, en las tres últimas jornadas… El asesor de la AFE, Cabrera Bazán, desde la FIFPRO pedía a sus miembros el boicot al “Mundial 92” en España. Se reventó la huelga por parte de los clubes, aunque algunos, pocos, tuvieron que recurrir a sus juveniles y aficionados.
Pese a todo, Porta, ayudando a Havelange, se presentó a la reelección. Parecía suicida, ya que todos parecían estar contra él. Pues arrasó: 113 votos a favor y 14 en contra.
Mientras tanto, Santamaría había ido cumpliendo su calendario. Los partidos internacionales de preparación se habían jugado en Valencia que iba a ser sede de los encuentros de España en el torneo. Con acogida variable y asistencia también variable por parte de los aficionados valencianos; remisos más bien por la economía que por el entusiasmo. El millón y medio de parados, la inflación, la inseguridad… hacía que todos reservaran su economía y su entusiasmo para el verdadero campeonato.
El seleccionador había manejado en los partidos jugados a su mando a 57 jugadores. No es menester mencionarlos, pero, pese a ello, no daba la lista de los 40 que tenía que dar a la FIFA, a reserva de los 22 definitivos que entrarían en la convocatoria final.
Un reconocimiento general obligatorio para los seleccionados, hizo que Santamaría llevara ante los doctores a 45 jugadores. Doce se habían caído…
Hasta el día 2 de mayo de ese 1982 no se pronunció Santamaría. Era el momento de ir a la concentración de La Molina en busca del oxígeno previo para resistir el campeonato en buenas condiciones.
Los 22 citados en Barcelona eran:
Porteros: Arconada (Real Sociedad) y Urruti (Barcelona).
Defensas: Urquiaga (Athletic de Bilbao), Quique (Atlético de Madrid), Alesanco (Barcelona), Gordillo (Betis), Camacho (Madrid), Tendillo (Valencia) y Jiménez y Maceda (Sporting de Gijón).
Medios: Joaquín (Sporting de Gijón), Gallego (Madrid), Sánchez (Barcelona), Alonso y Zamora (Real Sociedad).
Delanteros: Quini (Barcelona), Saura (Valencia), Juanito y Santillana (Madrid), Uralde, Satrústegui y López Ufarte (Real Sociedad).
Sobre ellos había unas medidas extremas de seguridad ya que las fuerzas de seguridad sabían que algunos de ellos estaban chantajeados por la ETA y otros amenazados.
Todos señalaron que faltaba un portero. La opción parecía la de Sampere, que siempre había estado en las listas de los partidos jugados. Ello suponía la eliminación de uno de los que estaban en La Molina. Pero Santamaría no quería crear inquietudes entre los 22 y que perdieran la concentración con la angustia de ser eliminado a las puertas mismas de su gran oportunidad. Al fin ya se había conseguido la calma por el problema de las cuantiosísimas primas que habían exigido, pidiendo un altísimo fijo para evitar que el reparto federativo fuera menguado debido a su eliminación antes de lo previsto. Porque, pese a que nadie se lo creía, se pensaba llegar, como mínimo, a las semifinales. Jamás el equipo organizador de las anteriores Copas del Mundo se había despedido sin aspirar a la gran final. Aunque el fútbol mundial no pasaba una época muy floreciente, bastaba repasar la lista de los residentes en La Molina para comprender que había una excelente defensa, una mediocre línea media y una delantera sin demasiada capacidad goleadora.
Al fin no hubo más remedio que desvelar los 40 de la FIFA. Los 18 que se habían caído en la elección de Santamaría eran:
Porteros: Miguel Ángel y Sempere. Defensas: Álvarez, De Andrés, Celayeta, Juan José, Gerardo, Julio Alberto y Goicoechea. Medios: Diego, Estella y Solsona. Y delanteros: Pichi Alonso, Marcos, Martín, Dani, Esteban y Carrasco.
El tercer portero llegó: Miguel Ángel (Madrid). La baja fue servida en bandeja por una lesión del atlético Quique. Lesión violentamente recusada por el doctor Ibáñez, quien mantuvo que tal lesión era perfectamente recuperable por su levedad. Pero ya estaba todo echado, hasta la suerte.
De La Molina al Saler de Valencia. Los actos protocolarios y los nervios que afloraban incontenibles, comenzaron.
Nadie se acordó de lo que había dicho el seleccionador suizo, Paul Wolfirberg, después de digerir el 3-0 que le había suministrado España: “Si la Copa del Mundo se jugara fuera de España este equipo no pasaría de la primera fase. Aun así, pasará apuros para ganar a Honduras, sufrirá mucho ante Irlanda y dudo que pueda vencer a Yugoslavia”. ¡Profético!