San Lorenzo de Almagro mostró otro fútbol
De Eduardo Muñoz ValdésEl beneficio que para el fútbol español suponía el incremento paulatino de enfrentamientos entre selecciones nacionales tenido lugar en gran parte a partir del Campeonato del Mundo de Italia en 1934, con una media de entorno a los cuatro choques anuales frente a variados conjuntos europeos, sufrió un obligado corte de cuajo con la Guerra Civil española. Pese a que con la posterior II Guerra Mundial el clima para retornar a la actividad no era el más propicio, en 1941 volverían a celebrarse los mismos, si bien tras la derrota sufrida por 4-0 ante Italia el 19 de abril de 1942 se tomó la determinación de iniciar un periodo sin partidos internacionales que duraría casi tres años.
Cuando en marzo de 1945 la selección nacional retomó la actividad, lo hizo de manera tímida y con un abanico de rivales mucho más reducido. Dio comienzo una etapa en la que los escasos duelos internacionales tenían como únicos rivales a Portugal y a la República de Irlanda.
Con esa situación, que se traducía en que la evolución de nuestro fútbol, alejado del enriquecimiento que posibilitaban estos contactos, era imperceptible, aislado simplemente del centroeuropeo o mediterráneo, se iba a producir un hecho de gran repercusión como fue la llegada a nuestro país del campeón argentino, máximo exponente del momento que vivía el fútbol en el Nuevo Continente, lo que iba a permitir comprobar de primera mano una forma distinta de practicar el deporte inventado por los ingleses. En plena posguerra, el aislamiento que vivía España en todos los sentidos se extendía al mundo de un fútbol que, aquí, seguía dominado por los patrones de los orígenes, con décadas de antigüedad y mínimas evoluciones, aferrado a criterios como el de la prevalencia de la potencia física ejemplificados en «la furia» nacida en los JJOO de Amberes allá por 1920. La sorpresa que iba a causar su actuación derivaría en admiración, removiéndose los cimientos del fútbol tal cual era conocido por estos lares.
Después de proclamarse vencedor del campeonato argentino en 1946, San Lorenzo de Almagro partió destino hacia la península ibérica para disputar una serie de partidos en una gira que iba a repercutir de gran manera en el fútbol español. La llegada del conjunto argentino en diciembre de 1946 se esperaba con gran expectación.
Tras hacer escala en Canarias, el avión que trasladó a la expedición puso rumbo a Madrid, donde el 23 de diciembre había de disputar el primero de los duelos concertados y donde comenzaría a fraguarse la sensación que causaría su paso por esta parte del viejo continente.
Con el presidente Domingo Peluffo y el entrenador Pedro Omar al frente, diecisiete fueron los jugadores desplazados: Blazina, Vanzini, Basso, Grecco, Colombo, Zubieta, Imbellone, Farro, Pontoni, Martino, Silva, Rodríguez, Peñalva, Crespi, Aballay, Alarcón y De la Mata. El español Ángel Zubieta sería recibido efusivamente por su familia, desplazada desde Bilbao. Quien jugase en el Athletic Club de Bilbao antes del estallido de la Guerra Civil, defendía los colores del «ciclón de Boedo» tras su periplo con la selección de Euskadi creada para recaudar fondos y hacer campaña a favor del Gobierno vasco y el régimen de la República, motivo por el cual su regreso a suelo hispano no habría sido conveniente con anterioridad, por las previsibles represalias del bando ganador.
En el Metropolitano madrileño, 4-1 sería el resultado del primer partido de la gira ante el Atlético Aviación. Pero más allá de mostrar una gran superioridad y del cómodo triunfo, los argentinos causarían sensación por su juego combinativo, eminentemente técnico, basado en el pase corto con el que, pese a una cierta lentitud, desarbolaron a su oponente. Uno de los términos con el que se bautizó esa forma de jugar sería el de «gambeteo», sorprendiendo a un fútbol español ayuno de innovaciones tácticas (faltaba algo de tiempo para que se generalizase la que iba a ser primera gran variación táctica bautizada como la WM, basada en reforzar la línea defensiva con un tercer hombre a la vez que los interiores retrasaban su posición).
La alineación del primer choque fue: Blazina; Vanzini, Basso; Zubieta, Grecco, Colombo; Imbellone (De la Mata en la segunda mitad), Farro, Pontoni, Martino y Silva.
La gira era, para el régimen franquista, una oportunidad casi única para promocionar una cierta apertura en cuanto a las relaciones internacionales. Pero más allá de las manifestaciones en tal sentido, el novedoso fútbol que practicaban los «cuervos» sería lo noticiable. Con un comienzo así, el resto de la gira no iba más que a aumentar la expectación, como quedaría de manifiesto el día de Navidad en el mismo escenario, con el Real Madrid en esta ocasión como rival. Los merengues ganarían esta vez por 4-2 (sería la única derrota de los argentinos en toda la gira) viéndose impedidos los sudamericanos de poner en práctica el virtuosismo mostrado escasas horas antes, quizás perjudicados por el mal estado de un terreno de juego que hubo de ser adecentado con urgencia de la mejor manera posible antes del comienzo del choque. Aballay en lugar de Pontoni sería la única variación de su once titular, si bien este último entró tras el descanso.
Para el 1 de enero de 1947 estaba previsto el encuentro quizás con mayor expectación: en Barcelona, el estadio de Las Corts iba a acoger el duelo entre los bonaerenses y una selección española. San Lorenzo jugó esta vez con la que era considerada alineación titular: Blazina; Crespí, Basso; Zubieta, Grecco, Colombo; De la Mata, Farro, Pontoni, Martino y Silva. Por el combinado español formaron: Bañón; Álvaro, Curta; Gonzalvo III, Fábregas, Gonzalvo II; Epi, Arza, Lángara, Herrerita y Escudero. Suponía el reencuentro de Isidro Lángara con el equipo cuya camiseta había defendido unos años antes y, en especial, con Zubieta, uno de los artífices de que, concluido en México el periplo de la selección de Euskadi, Lángara recalase en el equipo del Gasómetro.
Pese a que los españoles se adelantaron con dos goles antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora, los blaugranas no se vieron afectados y con su juego de filigranas remontaron para irse al descanso venciendo por 2-3. Escolá y Bravo sustituyeron en la delantera hispana a Herrerita y Escudero para una segunda mitad en la que la tónica no cambió, con los argentinos combinando en corto y los españoles con su juego habitual y una borrachera de goles que dejó un tanteador final de 7-5 a favor del campeón argentino.
El equipo platense pondría rumbo a Bilbao donde el 5 de enero le esperaba el cuarto compromiso de la gira. Repetiría con la alineación de gala, la de Las Corts, y en medio de una tremenda expectación los leones de San Mamés opondrían una gran resistencia que les llevaría a cosechar un meritorio empate a tres goles.
El siguiente compromiso no tendría lugar hasta el día 16, de nuevo frente a un combinado nacional, en esta ocasión en Madrid, de nuevo en el Estadio Metropolitano, abarrotado hasta los topes y con la presencia del mismísimo caudillo. Con la única variación en el once argentino de Rodríguez en lugar de Grecco, lesionado, la formación hispana estuvo compuesta en esta ocasión por: Bañón; Querejeta, Aparicio; Gonzalvo III, Mencía, Eguiluz; Iriondo, Zarra, Arza, Campos y Epi. Esta vez la superioridad de los blaugranas sería insultante, reflejando el marcador al final del encuentro un contundente 1-6.
Repitiendo alineación los bonaerenses saltaron a jugar el siguiente compromiso, esta vez en Valencia el día 22. Mestalla comprobó de primera mano la exquisitez del juego argentino, si bien los locales opusieron gran resistencia hasta el punto de que el resultado sería de empate a un tanto.
La Coruña era el siguiente destino. Allí jugaron el 26 frente a un Deportivo con algún que otro refuerzo. Con dos cambios en su formación (Vanzini por Crespí e Imbelloni por De la Mata) el partido concluyó sin que se moviese el marcador.
Con Grecco recuperado, volviendo al once inicial, Portugal era el siguiente destino. Oporto contempló una exhibición de San Lorenzo de Almagro el 31, ganando a los locales por un contundente 4-9. Goleada que se iba a repetir en el siguiente compromiso en tierras lusas al derrotar el 2 de febrero en Lisboa a una selección portuguesa por un más que rotundo 4-10 ante 70.000 espectadores.
La gira se cerró retornando a España, concretamente a Sevilla, donde el 6 de febrero empataron a cinco goles con el Sevilla. Con los hispalenses se alinearon los argentinos Rodríguez y Aballay.
En total fueron diez encuentros con un balance de cinco victorias, cuatro empates y una derrota con 47 goles a favor y 28 en contra. Rinaldo Martino certificó su fama concluyendo la gira con 17 goles marcados (Pontoni con 12 fue el segundo anotador). Pero más allá de los números, lo transcendente fue la impronta que quedaría tras su paso y la demostración de que otro fútbol era posible.