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RESUMEN:

Los trofeos veraniegos estuvieron muy de moda durante los años 60 y 70 del pasado siglo. Muchos nacieron al rebufo de una España lanzada por la senda del desarrollo, como signo externo de la recién nacida riqueza, respondiendo a una nueva curiosidad por cuanto tuviese que ver con «lo extranjero» y, también, para gloria y

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Teresa Herrera: decano de los trofeos veraniegos

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Los trofeos veraniegos estuvieron muy de moda durante los años 60 y 70 del pasado siglo. Muchos nacieron al rebufo de una España lanzada por la senda del desarrollo, como signo externo de la recién nacida riqueza, respondiendo a una nueva curiosidad por cuanto tuviese que ver con «lo extranjero» y, también, para gloria y pláceme de alcaldes o gobernadores civiles a los que no resultaban ajenas las posibilidades del marketing. Con el tiempo acabarían convirtiéndose en meros bolos de puesta a punto, presentaciones oficiales ante la afición, alardes propagandísticos y negocio ruinoso para ayuntamientos o clubes, mientras intermediarios de muy diversa índole se hacían de oro. Pero entre tanto esplendor y el naufragio definitivo, fueron fraguándose, en breves y dispersos capítulos, pequeñas historias de nuestro fútbol.

Como sucede con todo, hubo una primera vez, un primer trofeo. En este caso una copa de plata hasta 1969, sustituida a partir de 1970 por la monumental Torre de Hércules, también en plata, auténtica seña identitaria en la actualidad: el Teresa Herrera.

Su primera edición se disputó el 30 de junio de 1946, a partido único y en plena penuria autárquica, cuando aún faltaban sus buenos seis o siete años para que España alcanzase un índice de riqueza semejante al de 1936. Con él se pretendía honrar la memoria de Teresa Margarita Herrera Pedrosa (10-XI-1712 – 23-X-1791), fundadora del Hospital de la Caridad en La Coruña del siglo XVIII. Obra, por cierto, que no llegaría a ver culminada, puesto en el instante de colocarse la primera piedra, el 14 de junio de 1791, sumaba 79 años y sólo le restaban cuatro meses de vida. En 1946, siete primaveras después de haber concluido la Guerra Civil, la desnutrición, el desarraigo y la miseria, continuaban ensombreciendo cualquier horizonte a lo largo y ancho de la piel de toro. Por ello, el Ayuntamiento coruñés que presidía D. Eduardo Ozores Arráiz, organizador del evento, decidió destinar íntegramente a la beneficencia los previsibles beneficios. Ese mismo Ayuntamiento había apostado firmemente por el desarrollo del fútbol, tras la inauguración de Riazor sólo un año antes. Y puesto que el Deportivo no era ni con mucho uno de los grandes, los organizadores se decantaron por contratar a dos clubes de auténtica categoría: el Sevilla de Bustos, Alconero, Eguíluz, Arza, Araujo y Doménech, entre otros, y el Athletic bilbaíno (rebautizado Atlético por decreto franquista), de los Lezama, Bertol, Nando, Iriondo, Panizo, Iraragorri, Gaínza o Zarra. Éste último atacante habría de erigirse en primer máximo goleador, pese a que la copa de plata acabaría viajando hasta la capital andaluza, gracias a los tantos de Araujo, Arza y Doménech.

Al año siguiente ya se disputó el primer certamen internacional, con el Vasco da Gama como gran foco de atención y hasta un árbitro inglés, Williams, cuya labor simplemente se antojaría correcta a la prensa. El conjunto vasco pudo tomarse la revancha en esta ocasión, derrotando a los brasileños por otro 3-2. El gran 9 internacional Telmo Zarraonaindía, «Zarra», hubo de resolver el envite con su gol decisivo.

Hoy resulta difícil imaginar la trascendencia que en 1947 adquiría la simple visita de un club extranjero. Hasta la llegada del San Lorenzo de Almagro en diciembre de 1946, desde el estallido de la Guerra Civil no se había visto ningún club sudamericano por nuestros pagos. Aquella gira argentina, además, estuvo cargada de ribetes más políticos que balompédicos. Sólo habían transcurrido dos semanas desde que la O.N.U. recomendase retirar de nuestro suelo a los embajadores, en un gesto que no sólo consumaba el aislamiento, sino que derivaba en abierta y casi general condena al régimen franquista. Desde esa perspectiva, la presencia del club argentino intentó presentarse como una especie de ruptura aislacionista. La O.N.U. podía recomendar cuanto le viniera en gana. ¿Acaso España no iba a contar con la ayuda argentina?. No de un país sumido en tremendas crisis cíclicas, como el actual, sino del inmenso granero que era entonces, del imán capaz de atraer a tantísimos emigrantes. En la calle, mientras se coreaban consignas en «espontáneas» manifestaciones henchidas de fervor patriótico, por utilizar terminología al uso -«Si ellos tienen ONU nosotros tenemos dos»- nadie quería perderse el formidable espectáculo brindado por aquellos ases. Los nombres de sus estrellas pronto fueron recitados de memoria: Blazina en la puerta, Colombo, Greco, el vizcaíno Ángel Zubieta, figura de la medular y capitán, y como atacantes Imbelloni, Farro, Pontini, Martino y Silva. Semejante máquina incluso salió triunfante de su enfrentamiento a una selección hispana, antes de que el Real Madrid pudiese salvar el honor en pleno día de Navidad, derrotándolos por 4-1 ante 40.000 espectadores enloquecidos, a quienes ni la nieve acumulada en los laterales del Metropolitano pudo arredrar. La prensa, como si careciese de otras noticias, dedicó ríos de tinta a la gesta merengue, al tiempo que ponía el dedo en la llaga criticando lo anticuado de nuestros conceptos balompédicos. «Es preciso poner en hora el reloj -escribieron-, abandonando de una vez tácticas periclitadas«. Porque el caso era que junto a una clase envidiable, el San Lorenzo mostró artificios tácticos nunca vistos por nuestro césped. Se desplegaba con 3 defensas, 2 medios y 5 delanteros, aunque los interiores se retrasaban hasta la línea media cada vez que los volantes bordeaban su propia área. Empleaban la táctica WM. La misma que desde el máximo órgano federativo, mediante circular, se instó adoptar a todos los clubes poco después.

Pero el atraso de España en 1947 no se limitaba a cuestiones meramente deportivas, conforme pone de manifiesto un simple vistazo a los titulares periodísticos: «El general monárquico Aranda, desterrado a las Baleares» (8 enero); «El gobierno desmiente haya salido de España una sola tonelada de cereales o aceite» (22 marzo); «Decreto-ley sobre represión del bandidaje y terrorismo» (19 abril); «Establecido el primer servicio aéreo turístico entre Inglaterra y las islas Canarias» (15 junio); «Triunfal visita de Eva Perón» (7 julio); «El sindicalismo español da un paso adelante con la creación de jurados de empresa» (18 de agosto); «Censura para todas las películas nacionales y extranjeras: la moralidad del cine queda así garantizada» (11 octubre). Y alguna noticia más sólo pudo ver la luz en publicaciones clandestinas, como: «50.000 obreros desafían a Franco paralizando Vizcaya con su huelga» (1 mayo). Desde esas coordenadas, cuando a las cartillas de racionamiento aún les quedaban 5 años de cupones, ver sobre el césped de Riazor a los Barbosa, Rafanell, Djalma, Maneca, Lelé o Chico era mucho más que asistir al fútbol.

Poco a poco fue aumentando el prestigio del Teresa Herrera. Durante los años 50 se afianzaría definitivamente, aún conservando la fórmula de dos únicos contendientes y pese a deambular por el calendario, hasta convertirse, incluso, en broche de la temporada oficial. Justo en el año inaugural del decenio se coronaría al primer campeón extranjero, el Lazio italiano, luego de que Vasco da Gama, Oporto y Racing de París hubiesen sucumbido en el inmediato pasado. A esa inflexión seguirían nuevos triunfos nacionales (Barcelona, Valencia, Real Madrid y Sevilla), frente a entidades extranjeras (Young Boys, Olympique de Roubaix, Toulouse y Hellsinborg). Y por fin, en 1955, la primera victoria del club local, el Deportivo, precisamente en su primera comparecencia, gracias a los dos goles de Pahiño, figura atacante, frente al At. Bilbao de Carmelo, Garay, Canito, Mauri, Maguregui, Arteche, Marcaida, Arieta I, Uribe y el incombustible Gaínza.

En 1957, diez años después de su anterior visita, el Vasco da Gama hizo cruzar el océano por primera vez a la torre de plata. Era un conjunto muy serio, con Carlos Alberto bajo el marco, Vavá resolviendo en el área y Sabará, Walter y Pinga suministrándole balones. Precisamente Vavá, doce meses antes de proclamarse campeón mundial con la «canarinha», sería autor de 3 goles. El sabor de boca dejado por los brasileños fue tan bueno como para que la organización apostase por conjuntos sudamericanos en las siguientes convocatorias. Un Nacional uruguayo cargado de internacionales doblegaría al Flamengo en 1958, y el Santos de Pelé al Botafogo al año siguiente, en partido para enmarcar. Santos y Botafogo constituían el cimiento del maravilloso Brasil campeón mundial en 1958. Sólo al otro lado del Atlántico podía asistirse al enfrentamiento de Zito, Jair y Pelé, con los Nilton Santos, Garrincha, Didí o Zagalo. En el centro del campo de Botafogo, además, como ilustre desconocido aún, formaba un portento físico perseguido por la peor suerte, llamado Chicao. La afición de Mestalla apenas si podría disfrutarlo durante temporada y media, hasta que una gangrena estuviese a punto de dejarlo con una sola pierna. Los médicos lograron salvársela, aún a costa de certificar su final deportivo. Chicao era demasiado joven para aceptar sin lucha tan agoreros vaticinios. Convencido de volver a ser, si no el de antes al menos hombre capaz de ganarse el pan con el balón, cambió de barrio en Valencia para fichar por el Levante. Todo fue inútil. Sus esporádicas intervenciones en el viejo campo de Vallejo le enfrentaron con la cruel realidad. Poco después, de regreso a su tierra, un absurdo tiroteo acaecido en la gasolinera de Río donde repostaba, concluyó segándole la vida. Corría 1968 y acababa de estrenar la treintena. El fútbol y la misma existencia se obstinaron en mostrarle su rostro más cruel.

Garrincha, a la izquierda, Vavá en el centro, con la camiseta del At. Madrid, Didí a la derecha. Tres campeones del mundo brasileños que se dejaron ver por Riazor, en el Teresa Herrera.

Garrincha, a la izquierda, Vavá en el centro, con la camiseta del At. Madrid, Didí a la derecha. Tres campeones del mundo brasileños que se dejaron ver por Riazor, en el Teresa Herrera.

El sistema de competición se mantuvo a partido único en el Teresa Herrera hasta 1964, año en que con Deportivo de La Coruña, Oporto, Sporting de Lisboa y Roma, quedó inaugurada la fórmula cuadrangular. Nadie lo tuvo muy claro entonces, y parece que las taquillas tampoco justificaron aquella ampliación de equipos. Por eso, durante los años 1965 y 1966 se volvió a los dos contendientes. En 1967 una nueva apuesta por el cuadrangular, esta vez con inequívoca vocación galleguista, puesto que compitieron Deportivo, Celta, Pontevedra y Ferrol, sorprendente triunfador este último. Un nuevo partido único en 1968, otro cuadrangular en el 69, con victoria deportivista, retorno al partido único en 1970 y 1971, y consolidación del cuadrangular a partir de 1972, durante dos decenios. También a partir de 1970 habría de producirse una variación en el reparto de beneficios. Ya no iba a destinarse la totalidad a obras benéficas, como hasta entonces, sino sólo el 80%. El 20 % restante tendría como fin la promoción del fútbol modesto.

Hasta 1975 el palmarés del torneo no registró la repetición de laureles. Fue el Peñarol de Montevideo quien inscribió su nombre dos años seguidos. Un formidable Peñarol, con Corbo, Peruena, Mario González, Zoyez, Quevedo, Unanue, Fernando Morena y Silva en su plantilla. El Cruzeiro, por esa misma época, parecía abonado a caer en la final, pese a su excelente fútbol. Contaba con uno de los mejores «onces» de su historia, acaudillado por Nelinho y Dirceu. No pudo con el Teresa Herrera, pero acabó alzándose con la Copa Intercontinental. Casi a renglón seguido el Real Madrid de Pirri, Benito, Camacho, Del Bosque, Stielike, Santillana, Juanito y Cunningham, superaría al Peñarol proclamándose vencedor en 1978, 1979 y 1980.

El charrúa Fernando Morena ya se exhibió en el Teresa Herrera, antes de recalar oficialmente en nuestra Liga.

El charrúa Fernando Morena ya se exhibió en el Teresa Herrera, antes de recalar oficialmente en nuestra Liga.

Si bien los años 90 señalaron el declive de muchos torneos, la buena salud del decano parecía mantenerlo cargado de ilusión. Mientras en La Coruña trataban de hacer las cosas bien, el exceso, cuando no el puro disparate, se había convertido en perniciosa norma por otros pagos. El público coruñés, aún gozando de grandes espectáculos domingo tras domingo con el «Superdepor» de Bebeto y Mauro Silva, dirigido por Arsenio Iglesias, continuaba manteniendo vivo «su» torneo. Para entonces, gracias a la televisión, el fútbol de allende el océano ya no constituía ninguna novedad, y otro tanto cabía decir sobre las perlas más exóticas, fuesen clubes o futbolistas señeros. La creciente afluencia de extranjeros a nuestras primeras plantillas, coadyuvada por la sentencia Bosman, parecía dejar sin efecto cualquier factor emparentado con la sorpresa. Y sin embargo el Teresa Herrera, junto al Carranza -otro histórico-, el más devaluado Colombino y los Santiago Bernabeu y Hans Gamper, continuaba empeñado en no ceder su cetro.

El fútbol tiene estas cosas. No siempre el dinero, unido a los grandes nombres, constituye garantía de éxito. Hasta por cuanto tiene que ver con la organización de torneos veraniegos, el trabajo constante y callado, la ilusión y el apego a cuanto se entiende propio, puede imponerse al trompeteo de ingentes presupuestos.

Cuando este torneo alcanzó sus Bodas de Oro, las fuerzas vivas coruñesas quisieron celebrar la efeméride a lo grande. Para ello encargaron una pieza de orfebrería muy especial, compuesta por 32 kilos y 700 gramos de plata, y 7 kilos 400 gramos de oro. Antes, sin especiales motivos, como no fuese que España anduviese sumida en dulces sueños de abundancia más bien ficticia, la torre de plata ya había sido sustituida puntualmente por torres de oro. Fue en 1982, 1989, 1990 y 1991. Doce kilos ochocientos cuarenta y cuatro gramos de metal precioso que hoy enriquecen las vitrinas del Dynamo de Kiev, Bayaern de Munich, Barcelona y Oporto.

Poco tardaríamos los españoles en pagar con creces tanto alarde de falso rico. Pero aún apretándose el cinturón, todo indica que el futuro del Teresa Herrera continúa abierto.

Hitos del Teresa Herrera

.- Récord de goles en un solo partido: Roque Olsen (R. Madrid), 4 al Toulouse en 1953.

.- Finalistas más repetidos: Deportivo de La Coruña y Real Madrid.

.- Mayor goleada en una final: Real Madrid 8 – Toulouse 1 (1953).

.- Club más laureado: Real Madrid (8 títulos).

.- País extranjero con más clubes participantes: Brasil, 8 entidades (Vasco da Gama, Santos, Fluminense, Sao Paulo, Flamengo, Botafogo, Cruceiro e Internacional de Porto Alegre).

.- Países representados por distintos clubes: 19 (España, Brasil, Francia, Reino Unido, Holanda, Portugal, Alemania, Hungría, Italia, Checoslovaquia, Uruguay, Rumanía, U.R.S.S., Yugoslavia, Argentina, Austria, Bélgica, Suecia, Suiza).

.- Árbitros con más finales dirigidas: Sánchez Arminio (1978, 1981, 1982 y 1983) y Urízar Azpitarte (1985, 1986, 1988 y 1990)

.- Algunas estrellas internacionales, militantes en clubes extranjeros: Vavá, Zito, Pelé, Jair, Nilton Santos, Garrincha, Didí, Zagalo, Duca, Nelinho, Dirceu, Piazza, Rivelino, Marinho, Falcao, Toninho Cerezo, Aloisio, Cafú (brasileños); Costa Pereira, Eusebio, Coluna, Graça, Lima Pereira, Futre, Bento, Rui Aguas, Vitor Bahía, Fernando Couto (portugueses); Espárrago, Silveira, Maneiro, Morena (uruguayos); Telch, Albrecht (argentinos); Seminario (peruano); Acimovic y Dzajic (yugoslavos); Adamec y Nehoda (checos); Baltacha, Demianenko y Blokhin (soviéticos), Keizer, Hulshoff, Kreuz, Van Breukelen y Koeman (holandeses); Hughes (británico); Bene (húngaro); Heynckes y Kholer (alemanes); Gerets (belga); Lung, Ungureanu, Dumitrescu, Lacatus y Hagi (rumanos).

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Publicado en: General