Trapisondas y trapisondistas
De José Ignacio CorcueraLa historia de nuestro fútbol está infestada de trapisondas y trapisondistas, de listillos empeñados en creerse geniales, pícaros irredentos y chapuceros del tachado mediante soberano borrón. A veces el pícaro viste de futbolista o intermediario, otras anida en antiguas directivas o actuales consejos de administración, y con respecto a la muy nutrida cohorte de genios frustrados, artistas del birlibirloque o trileros de andar por casa, su habitat tiende a la universalidad. Da igual que miremos hacia clubes grandes o en derredor de las más modestas entidades, que rasquemos un poco sobre la actualidad o buceemos por los años 40, 50 y 60, decenios durante los que, conforme se vio ya desde estas mismas páginas, prácticas tan reprobables como la compraventa de partidos abundaban en demasía. La sombra del balón siempre fue muy larga, y a su vera hallaron acomodo ejemplares de muy diversas especies.
Algunas de esos especímenes comprendieron pronto las ventajas de vivir en simbiosis. Un intermediario con pocos escrúpulos, nada podía hacer sin el concurso de directivos o presidentes bien dotados de manga ancha. Hace ahora 40 años, a muchos sudamericanos incapaces de acreditar su presunta españolidad ni se les hubiera ocurrido preparar las maletas, sin mediar el empujoncito de unos cuantos vivillos y la imprescindible colaboración de funcionarios corruptos. Las hoy tan comunes comisiones de fichaje, tasas de renovación o estrafalarias contrapartidas, jamás se habrían consentido si entre unos y otros no hubieran degollado a la más primaria moralidad. Porque a medida que el fútbol se fue haciendo rico, comenzó a olvidar escrúpulos.
Veamos algunas trapisondas de variado espectro.
Durante la segunda mitad de los años 70, en el pasado siglo, nuestro seleccionador nacional, «Ladzsy» Kubala, pregonaba a los cuatro vientos que por ese camino España iba a estar cada vez peor representada en el ámbito internacional, que si nadie lo remediaba, pronto debería espigar entre equipos menores para completar convocatorias. «No salen jóvenes», era su estribillo. «No pueden salir, porque los extranjeros abortan cualquier apuesta por las canteras». En cambio desde muchos clubes se esgrimían números para justificar tanta importación. El presidente ilicitano, agotada la otrora riquísima mina de la que afloraron Lico, Vavá, Marcial, Ballester, Canós o Curro, justificaba con vehemencia su apuesta hispanoamericana: «Pagar por un juvenil equivale a correr demasiado riesgo, y además te piden una millonada. Contratar a un jugador de Primera o Segunda queda fuera de nuestro alcance, porque los precios están por las nubes. Sudamérica, en cambio, es otra cosa. Los jugadores del otro lado del mar siempre han dado buen resultado aquí, y el último ejemplo lo tenemos con Rubén Cano. ¿Qué algunos oriundos son falsos?. El Elche y yo mismo nos lavamos las manos. Las documentaciones pasan por el Ministerio y la Federación. Si ellos dan el pláceme, contratamos al jugador. Si dicen no, seguimos buscando por otro sitio. El Elche nada tiene que ver en cualquier supuesta irregularidad».
Al Elche lo entrenaba en 1976-77 Felipe Mesones, hombre que si ingresó en nuestra liga durante su etapa de futbolista, fue gracias a su condición de oriundo. Sus palabras en defensa de la importación casi hubieran podido pasar por soflama sindicalista: «El fútbol es un trabajo como cualquier otro. No veo por qué se les puede negar el acceso a jugadores sudamericanos, cuando en virtud de acuerdos entre España y muchos países de allá, poseen los mismos derechos laborales. Si un médico puede trabajar en España igual que en su país de origen, ¿por qué no va a poder hacerlo un futbolista?».
El discurso del presidente ilicitano podía desbaratarse, sin embargo, con relativa facilidad. Durante el año anterior, su entidad había desembolsado 19 millones de ptas. para reforzarse, y ello les situaba en el 7º puesto de un ranking que atendiera al volumen de gastos en clubes de 1ª División. Por el argentino Trobbianni pagaron 12 millones, cifra muy respetable en la época, sobre todo comparada con los 42 que costó Kempes al Valencia, los 18 de Brindisi al Las Palmas, los 8 de Damas al Racing, o los 12 de Alves al Salamanca, futbolistas, todos ellos, con rendimiento inmejorable. Y no es que Trobbianni fuese mal jugador, porque de técnica y condiciones andaba muy sobrado. El ejemplo evidencia que los precios en América no estaban tan por el suelo como pretendía hacerse creer. Para mayor abundamiento, Orellana, extremo más bien discreto, supuso a las arcas del Elche una merma de 3 millones y medio, la misma cifra que Finarolli, aunque éste si resultase barato, atendiendo a su rendimiento en el campo. La realidad inconfesada era otra. Por el traspaso de Rubén Cano al Atlético de Madrid, la entidad ilicitana había ingresado 35 millones de ptas. Si Trobbianni, Orellana, o cualquiera de los recién incorporados durante esos días volvían a destaparse como figuras, el pelotazo financiero podría repetirse otra vez. Acertar con un jovencito español se antojaba muy difícil, porque la tupida red de ojeadores manejada por los clubes más grandes casi les negaba el contrato de cualquier estrella en ciernes. Todo lo contrario que en América, donde los más modestos se creían, si no con ventaja, al menos capaces de competir de igualdad a igual. Así argumentaban los traficantes de carne e ilusiones, en general gente de verbo fácil, que a base de repetir cuentos lograron elevar la anécdota a verdad fundamental. La avaricia de todos pondría el resto. Porque con tal de ahorrarse unos duros, o de arañarlos con malas artes, parecía valer todo.
Incluso delatar desde su propio club la ilegalidad de algún futbolista fichado a bombo y platillo, presentado entre abrazos y cánticos.
Le ocurrió al argentino Horacio Ramón Insaurralde, en plena fiebre del denominado «timo paraguayo».
Había llegado a Elche durante el verano de 1977, con aval de Roque Olsen, nuevo titular del banquillo franjiverde, y la intermediación de Roberto Dale, representante pródigamente utilizado por los alicantinos durante esos años. En su contrato se especificaba que el costo total de la operación alcanzaría los 70.000 dólares (unos 7 millones de pesetas), pagaderos en un primer plazo de 15.000 cuando «presentada toda la documentación del jugador para poder prestar sus servicios en la plantilla del Elche, ésta sea aprobada por las autoridades españolas competentes, autorizando a tal efecto el Banco de España la transferencia de divisas del importe total a que asciende el traspaso objeto de este contrato, para que el jugador pueda intervenir en la presente temporada de Liga Española 1977-78». Otros 20.000 dólares más serían satisfechos «a los 90 días fecha del presente documento y siempre que se hayan cumplido los requisitos especificados en el apartado anterior «. Por último, los 35.000 restantes «a los 180 días del presente documento y en las mismas condiciones que lo citado en el apartado anterior». Aquel documento incorporaba una cláusula adicional de garantía. Ante el hipotético incumplimiento total o parcial por parte del Elche C.F, su presidente Martínez Valero y los directivos Sánchez Ruiz, Serna Fuente y Quiles Navarro, garantizaban con sus firmas la obligación financiera.
Cuando la Asociación de Fútbol Argentino certificó que Insaurralde no había vestido nunca la camiseta nacional de su país, ya no hubo obstáculos para que el club All Boys remitiese el pase internacional. Con fecha 26 de setiembre, atendiendo a lo contratado, el Ministerio de Comercio autorizaría la transferencia de divisas solicitada. Todo perfecto, pues además -y pese a que en el contrato no se especificaba la imprescindible condición ESPAÑOLA del jugador, puesto que el Elche ya tenía cubiertas sus dos plazas para extranjeros- alguna mano habilidosa logró que en el Registro Civil fuera acreditado como oriundo. Nadie contaba con que Insaurralde pudiera defraudar futbolísticamente. Y al darse esa circunstancia surgió el esperpento.
Insaurralde llevaba jugados 6 partidos de liga y 5 de copa cuando tocó abonar el segundo plazo de 20.000 dólares, que la directiva del palmeral no satisfizo. Poco tardó en llegar la reclamación argentina a la secretaría de la Federación Española, desde donde se exigió al Elche el dinero pactado. Los directivos franjiverdes, en su escrito de respuesta, rogaron una moratoria basada en la supuesta deuda que el Consejo Superior de Deportes tenía contraída con la entidad. Pero transcurrieron los meses y no hubo señales de ningún tipo. La Federación volvió a reclamar los pagos una vez constatado que el Consejo Superior de Deportes había satisfecho a los ilicitanos hasta la última peseta. Entonces, sólo entonces, la directiva mediterránea volcó el cuerpo sobre la mesa para hacer más amedrentador su órdago: No pagamos porque al muchacho le resulta imposible demostrar su ascendencia española.
Insaurralde, protagonista de una turbia trapisonda y, en realidad, víctima de los trapisondistas de turno.
Insaurralde, que disponía de su propio carné de identidad, jugaba en nuestra liga ilegalmente, a tenor de lo manifestado desde su propio club.
El Comité Jurisdiccional de la Federación Española llamó a declarar al jugador y una transcripción de lo afirmado fue filtrada a «Primera Plana». José María García, rey de la información deportiva nocturna por aquella época, no sólo aireó el escándalo, sino que lo utilizó para fustigar a sus abundantes demonios familiares, incluyendo este nuevo desatino en su libro «Corrupción en el deporte español», editado por F. Egozquezábal en octubre de 1978. El párrafo que vio entonces la luz, reproducido a continuación, resulta por demás rotundo.
«…Que su nacionalidad es argentina, que así lo hizo constar siempre, aunque expresó que su padre siempre había dicho ser de un pueblo de España, sin que pudiera facilitar más datos, porque su padre abandonó la familia cuando él tenía 7 u 8 años, ignorando siempre el paradero del mismo. Ya en España, el presidente del Elche y el intermediario en la operación (Roberto Dale), le aconsejaron efectuase comparecencia ante el Registro Civil, por si pudiera alinearse como jugador español y se completaban los datos del padre, relativos a lugar de nacimiento, pero que pese a las gestiones realizadas no resultó posible concretar dicho dato.»
Al hilo de tanto disparate cabrían numerosas reflexiones. ¿Tan sencillo era acreditar como español a cualquiera?. ¿Cuál hubiera sido la actitud del Elche, si hubiese triunfado profesionalmente Insaurralde?. ¿No acababa de descubrirse una excelente fórmula de ahorro para los casos en que al sudamericano de turno se le hiciera difícil la adaptación a nuestro fútbol?. Y sobre todo, ¿no resultaba fácil adivinar premeditación en un documento donde ni por una sola vez se hacía referencia a la pretendida nacionalidad española del contratado?.
Como otras muchas veces, la trapisonda salió gratis a sus instigadores o cómplices (directiva española, intermediario, funcionarios argentinos y españoles, gerentes del club de procedencia). Tan sólo purgó el jugador, condenado a comprar billete de vuelta sin haber liquidado el monto íntegro de su ficha.
Lástima que el Elche pareciese haber olvidado tan valiosa lección 10 años después, luego de efectuar una dura travesía por la 2ª División, en plena marejada económico-financiera.
Puesto que acababan de recuperar la máxima categoría, precisaban reforzarse. Y en esas estaban cuando alguien les habló del delantero Carlos Alberto de Araujo Prestes, para el fútbol «Tato», brasileño de Curitiba con 27 años cumplidos. Según los informes, había rendido a plena satisfacción en el Fluminense durante los últimos 4 años. Era más bien barato y a nadie se le ocurrió pudiera tratarse de un «paquete». Cuando lo vieron evolucionar de corto (poco, muy poco, la verdad, puesto que sólo intervino en 4 partidos de liga), se desataron las sospechas. Apenas hizo falta tirar del hilo para descubrir la verdad. «Tato» ya vivía retirado del fútbol grande. Sus últimos meses los había pasado compitiendo en el soccer-indoor de los Estados Unidos, especie de fútbol sala, aunque con distintas reglas, cuyo campeonato era un descarado montaje comercial.
Sólo permaneció media temporada en la industriosa localidad alicantina. El tiempo justo para poder contar algo de nuestro Mediterráneo al regresar a Curitiba.
Claro que para fiasco monumental el del Zamora C. F., con su trapisondero Juan Pablo Úbeda.
El chileno, conocido al otro lado de los Andes como «Spidergol», por su costumbre de festejar cada tanto colocándose una careta de Spiderman, ídolo de un hijo suyo, llegó junto al Duero como refuerzo invernal la temporada 2006-07, cuando contaba 26 años. Ya había pateado nuestros campos de 2ª y 2ªB, con más pena que gloria, durante cortos periodos en el Ciudad de Murcia y Alicante. Gracias a su ascendencia italiana, antes también tuvo ocasión de hacerlo en la categoría Primavera del «calcio», con el Génova, las campañas 1999-2000 y 2000-01. Reexpedido a Chile, al no dar la talla entre los transalpinos, jugó numerosos partidos con Santiago Morning, Unión Española y Colo-Colo. Parecía, de cualquier modo, una notable aportación para 2ª B. Pero sólo habría de permanecer en la ciudad castellanoleonesa una semana, a causa de sus problemas con la justicia chilena. Tan vertiginosa aventura puede resumirse así. Llegó a Zamora el viernes 19 de enero. El 20 participó en el primer entrenamiento. El lunes 22 fue presentado oficialmente y el 25 tuvo que irse precipitadamente.
Resulta que tras separarse en 2006, en julio de ese mismo año mantuvo un cruce de acusaciones con cierta presentadora de programas rosas en la televisión chilena. Luego de varios escarceos, el jugador acabó acusándola de infidelidad matrimonial y la mujer respondió con una querella criminal por injurias, presentada el 23 de agosto. El delantero fue citado en los juzgados chilenos los días 23 de noviembre y 21 de diciembre, sin que compareciese en ninguna de las dos ocasiones. Al ser ordenada una tercera cita para el 25 de enero de 2007, con advertencia de que una nueva ausencia comportaría orden de búsqueda y captura, la noche del 24, es decir en vísperas de la cita judicial, se recibió en la sede del Zamora C. F. una angustiosa llamada del padre, reclamándolo. Sólo entonces tuvo constancia el club de su complicada situación. El jugador, que ni siquiera había debutado, tomó un avión hacia Santiago de Chile. Al día siguiente la directiva manifestaba su infinita sorpresa en rueda de prensa, asegurando haber pedido numerosos informes técnicos antes de proceder a su fichaje, sin sospechar ni por un momento la existencia de tan serios problemas personales.
Estaba clara la trapisonda de Úbeda, poniendo tierra de por miendo mientras se enfriaba su situación procesal. El representante que lo trajese, trapisondista donde los haya, guardó un silencio cómplice. La afición zamorana se quedó sin refuerzo y el club sin los dineros adelantados para llevar a cabo la frustrada operación. A Úbeda no le fue mal ante los magistrados de su país y, sin acordarse de Zamora, se supone que sin ningún atisbo de remordimiento, continuó disputando el campeonato chileno con los clubes Everton y Palestino.
Tres perlitas, cultivadas, eso sí, en la trastienda del cuero. Tres tan sólo, entre el centenar con que podría engarzarse un collar soberbio.
Apenas un vistazo rápido al muestrario de trapisondas, atesorado bajo doble llave en el cofre negro de nuestro fútbol.