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RESUMEN:

Josep Samitier fue el primer crack mediático del Barça, justo cuando el fútbol empezaba a convertirse en un espectáculo y una pasión de masas. Ladislao Kubala fue el sueño dorado que ayudó a sobrellevar una espantosa postguerra, en la que escaseaba todo excepto la ilusión, y su descomunal talento dejó chico Les Corts y obligó

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Johan Cruyff (Amsterdan, Holanda, 1947)

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Josep Samitier fue el primer crack mediático del Barça, justo cuando el fútbol empezaba a convertirse en un espectáculo y una pasión de masas. Ladislao Kubala fue el sueño dorado que ayudó a sobrellevar una espantosa postguerra, en la que escaseaba todo excepto la ilusión, y su descomunal talento dejó chico Les Corts y obligó a construir un teatro a escala de su arte, el Camp Nou. Johan Cruyff, finalmente, llegó en 1973 a un club con complejo de perdedor que arrastraba inquietantes tics victimistas, y con su sola presencia insufló las dosis de autoestima y calidad suficientes como para volver a ganar una liga, catorce años después del último título. La recuperación, sin embargo, fue flor de un día, pero cuando el astro holandés regresó a la Ciudad Condal a finales de la década de los 80, a un Barça institucional y deportivamente hundido, acertó a imprimirle un estilo y una filosofía de los que aun se alimentan los grandes éxitos actuales. Pudo cambiar la cara del Club en los años 70 – todo quedó entonces en un amago -, mas en su retorno como entrenador sí que le mudó la faz, y de qué manera…

Johannes Hendryk Cruyff es un hijo de la postguerra holandesa. De origen humilde – sus padres eran modestísimos tenderos – , su biografía está íntimamente ligada a un club de fútbol, el Ajax de Amsterdam. Allí creció como futbolista y como persona, después de que su gran dominio de balón, su excepcional visión de la jugada y su letal picardía se forjaran en aquellas calles de muchos adoquines y pocos automóviles. Su precocidad le llevó a debutar con los ajacied a la edad de 17 años, de la mano del técnico inglés Vic Buckingham. No tardaría en convertirse en el mejor jugador de Holanda y de Europa. Para 1969, cuando los de Amsterdam llegan a su primera final europea – pagando su inexperiencia al caer ante el Milan por 4 a 1 en el Bernabéu – ya era el objeto de deseo de numerosos clubes, entre ellos el propio Barça. Muy posiblemente la contratación de Buckingham como entrenador – la primera decisión de Agustí Montal al tomar posesión de la presidencia blaugrana – obedeciese a un plan para fichar al joven as neerlandés, brindándole un entorno agradable y relativamente familiar. También la posterior presencia del economista Armand Carabén como gerente del club – habida cuenta de que su esposa Marjolin era holandesa – sería más tarde un punto a favor de cara a unas hipotéticas negociaciones.

Negociaciones que ya van a tener lugar en los primeros meses de 1970, mientras se presenta al jugador a la afición azulgrana a través de varios reportajes en la prensa, en los que el culé va a encontrarse con alguien muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver en España. Y es que Johan Cruyff parecía ya más una estrella del Pop que un futbolista al uso. La longitud de su cabello, su manera de vestir, su esposa, su residencia, sus negocios…, todo ello desprendía un delicioso halo de modernidad, más propio del universo del cine o de la música que de los estadios. Claro que, comparada con la aun provinciana España de 1970, la tolerante y cosmopolita Holanda era verdaderamente otro mundo. En aquellos momentos todas las partes se pusieron de acuerdo con rapidez: el Barcelona le pagaría al Ajax la cantidad de 24 millones de pesetas, y el jugador suscribiría un contrato generosamente remunerado. Pero antes, había que salvar un último escollo…

Y se trataba, nada menos, que de la legislación deportiva vigente en nuestro país, que prohibía de forma taxativa la contratación de jugadores extranjeros, salvo en el caso de que estos fuesen hijos de padres españoles, los famosos «oriundos». Pero en la primavera de 1970 parecía que la Asamblea del fútbol nacional iba a dar por fin luz verde a la apertura de las fronteras, aunque al final los cálculos de Montal y del Barça fallaron, y clubes que habían comprometido su voto favorable cambiaron en el último momento de posición, con el resultado de que la importación continuó prohibida. No obstante, en el verano de aquel mismo año, e invitados por la influyente «Revista Barcelonista» ( popularmente conocida por las siglas «RB» ), Johan Cruyff y su esposa Danny se desplazaron desde Mallorca, donde pasaban sus vacaciones, hasta la Ciudad Condal, visitando los lugares más atractivos y emblemáticos de la capital catalana, y por supuesto también las instalaciones del Barça, donde el futbolista se dejó incluso fotografiar enteramente ataviado con la equipación azulgrana.

Sería ocioso recordar aquí las características técnicas de Cruyff como futbolista. Baste decir que era un líder nato sobre el césped, que dominaba todas y cada una de las facetas del juego, que marcaba goles en cantidad y hacía mejores a sus compañeros. El perfil ideal, en suma, para transmutar a un equipo gris, reiterativo y tristón como era aquel Barça, en una escuadra bien plantada, temible y ganadora. Los responsables del club lo sabían muy bien, y por eso aguardaban como Agua de Mayo el momento de enrolarlo en las filas blaugranas. El dinero no podía, no debía, ser un obstáculo, porque un hombre así tenía por fuerza que resultar rentable, pero hubo que esperar tres largos años para poder hacer realidad aquel sueño que por momentos parecía imposible…

Tras el «Escándalo de los oriundos», cuando el Barça demostró con pruebas irrefutables que casi todos ellos venían a nuestro país con los papeles falsificados, las autoridades deportivas españolas ya no tuvieron más remedio que ceder, y permitir que cada club fichase a dos jugadores extranjeros si así lo deseaban. De todos modos, Cruyff no fue el primero en caer en las redes blaugranas, puesto que el delantero peruano Hugo «Cholo» Sotil se le adelantó. Las negociaciones con el Ajax fueron arduas, dado que los acuerdos de 1970 habían quedado ya completamente desfasados. Ahora el club holandés se descolgaba con unas pretensiones económicas absolutamente desorbitadas: tres millones de dólares, que al cambio de entonces venían a representar unos 180 millones de pesetas. Se inició así un largo tira y afloja a caballo entre España y los Países Bajos. Y el jugador, por su parte, presionaba también para venirse al Barça, y llegó a declarar que si el Ajax no le dejaba marchar, estaba dispuesto a retirarse del fútbol.

Por fin en las primeras horas de la tarde del martes 13 de Agosto de 1973, en la habitación de un hotel de Amsterdam, surgió la tan esperada fumata blanca. El presidente ajacied Van Praag accedía a desprenderse de su gran estrella a cambio de tres millones de florines, lo que venía a equivaler a unos 65 millones de pesetas, con todo la mayor cantidad pagada nunca hasta entonces por un futbolista en España, tres veces más que el traspaso más caro ( record que estaba también en poder del Barça, cuando fichó a Marcial en 1969 )

Cruyff fue recibido en Barcelona, a su llegada al Aeropuerto de El Prat, en olor de multitud, como un auténtico Mesías que venía a salvar al club azulgrana de todas sus urgencias históricas. De él se esperaba justamente lo que iba a hacer en su primera temporada como barcelonista: cambiar la alicaída faz del equipo, y conducirle por la senda de los triunfos. Pero aun hubo que esperar unos meses – las inevitables complicaciones burocráticas – hasta poder verle debutar oficialmente en un partido con la camiseta blaugrana, concretamente el domingo 28 de Octubre de 1973 en el Camp Nou- fecha histórica – y contra el siempre correoso Granada ( 4 a 0 para los catalanes, con dos goles suyos ). En tanto llegaba ese feliz día, Johan había deleitado al personal culé en un par de encuentros amistosos – Círculo de Brujas y Kickers Offenbach – cuyas extraordinarias recaudaciones ayudaron a sufragar una buena parte de su fichaje, mientras que el Barça transitaba por la Liga con más pena que gloria, sumido en las últimas posiciones y a la espera de la venida de su redentor.

Pero cuando el Gran Salvador pudo finalmente alinearse contra los granadinos – incluso antes de lo esperado -, todo cambió radicalmente. El Barça enganchó una larguísima racha de imbatibilidad, hecha de muchas victorias y algún que otro empate, remontó con rapidez posiciones hasta alcanzar el liderato, y demarró directamente hacia el título con hitos como el inolvidable 0 a 5 del Bernabéu ( 17 de Febrero de 1974 ), que, mucho más allá de un espectacular resultado futbolístico, fue interpretado por no pocos observadores de la realidad española como todo un símbolo, una especie de premonición del cambio político que se aproximaba de forma inexorable en el país.

En este Barcelona imparable, Cruyff marcaba goles de antología – verbigracia, el remate imposible que le endosa a Miguel Reina, el portero del Atlético de Madrid – y se los hacía marcar a sus compañeros ( casi convierte en «Pichichi» a Marcial ). En el Molinón gijonés el club azulgrana «campeona» – Sotil dixit -, y parecía que aquel equipo no tendría techo. Pero en la Copa los extranjeros todavía no podían alinearse, y aunque el cuadro catalán llegó a la final, la ausencia del holandés, unida a otras importantes bajas, influyó en el fuerte correctivo recibido a pies del Real Madrid en el «Vicente Calderón» ( 4 a 0 ). Por supuesto que escoció la derrota ante los blancos – para quienes aquel rotundo triunfo representó una suerte de vindicador lenitivo -, pero tampoco nadie se preocupó demasiado en Can Barça… Con Michels en el banquillo, y otro Johan ( Neeskens ) a modo de escudero del «Flaco», el gran objetivo del siguiente curso 74-75, el del 75 Aniversario del Barça, iba a ser la Copa de Europa. Aquel verano, además, todos los culés fueron un poco «tulipanes», rendidos ante el fútbol total de una maravillosa Holanda que aun así no pudo coronarse campeona del mundo, batida en el último suspiro por la anfitriona, la RFA.

Pero estaba escrito que el encantamiento iba a romperse pronto. La 74-75 fue una campaña floja para el Barça, muy alejado de los registros del año anterior. El trueque Sotil-Neeskens ( la legislación entonces vigente no permitía más que dos extranjeros por club, y la nacionalización del peruano se hacía demasiado de rogar ) rompió el equilibrio del equipo, por más que la garra y el pundonor de Johan II encandilase a la parroquia del Camp Nou, y el Real Madrid regresó a la cima del fútbol español. El Barça hacía los deberes con brillantez en su campo, pero en los desplazamientos patinaba indefectiblemente. Comenzó a tomar cuerpo el rumor de que Cruyff se inhibía en territorio hostil, que apenas sí aparecía por el área de los sustos, y que se limitaba a lanzar los saques de banda y poco más. Al mismo tiempo, sus compañeros volvían al fútbol gris, rutinario y triste de antes del advenimiento del «Profeta del Gol»

1975-76 fue todavía peor, y para más «inri» en el banquillo ya no estaba su compatriota Rinus Michels, sino un alemán «cabeza cuadrada», Hennes Weissweiller, que no le comprendía en absoluto y pretendía obligarle a jugar en punta, donde no podría saltar a sus anchas para evitar las tarascadas rivales. El divorció se escenificó en el transcurso de un partido disputado en el Sánchez Pizjuán sevillano, donde el teutón le sacó del campo antes de tiempo. Corrían los primeros tiempos de la Transición, y ante La Masía hubo manifestación de hinchas culés, solidarizándose con el ídolo holandés y pidiendo la cabeza del alemán, y Agustí Montal se decantó por su estrella, a la que se le renovó el contrato por dos años más, pagándole una auténtica fortuna. Por supuesto, y para apaciguar a Cruyff, se prescindió de Weisweiller ipso facto, y regresó Michels, para que las aguas volviesen a su cauce.

Las cosas parecían funcionar de nuevo en la temporada 76-77. El Barça iba líder y goleaba en abundancia ( llevaba camino de repetirse con el voluntarioso pero tosco Manolo Clares lo ocurrido con Marcial ), pero por ese camino de rosas se atravesó un árbitro del Colegio Castellano llamado Ricardo Melero Guaza, que osó expulsar al genio neerlandés en un Barça-Málaga – el cuadro malacitano parecía traerle mala suerte a Cruyff, pues su primera expulsión había tenido lugar en La Rosaleda – . Johan I negó haberle insultado ( según él, sólo había dicho «Manolo, marca ya» a su compañero Clares, en lugar de mentarle la madre al trencilla ) y el Camp Nou ardió – literalmente -, con grave alteración del orden público y alevosa agresión al colegiado. Nuestra Transición vivía sus momentos más delicados en aquel abrasador invierno de 1977 ( matanza de los abogados de Atocha, secuestros de Oriol y el General Villaescusa, etc ), y cerrar el Camp Nou hubiera sido incorrectísimo políticamente, poniendo a Cataluña entera poco menos que en pie de guerra contra el Gobierno Central, pero a Cruyff le cayeron tres partidos de suspensión, en los cuales el Barça, huérfano de su líder, no dio pié con bola y comenzó a tirar la Liga. 1977-78 ya sobró, aunque le permitió al futbolista de los Paises Bajos ganar una Copa del Rey, la primera que recibía el Barça de manos del flamante monarca español. Alejado definitivamente de la selección orange – que volvería a ser Subcampeona del Mundo en Argentina, pero ya sin deslumbrar – un día de Mayo del 78 recibió el cariñoso homenaje de su afición en el coliseo blaugrana, y se trasladó con toda su familia al poco brillante pero magníficamente remunerado Soccer USA.

Regresaría de manera fugaz a España a principios de 1981, a jugar sorprendentemente en un Segunda, el Levante UD, y retornaría a su Holanda natal, para despedirse como jugador en activo en el Ajax y el Feyenoord. Reconvertido a entrenador, sacó de nuevo a los de Amsterdam del ostracismo, conquistando la Recopa de 1987 con una escuadra en la que figuraban futbolistas de la talla de Frank Rijkaard, Aron Winter, Jan Wouters, Marco Van Basten o Dennis Bergkamp, y sus triunfos europeos llamaron la atención de un Josep Lluís Núñez que se hallaba contra las cuerdas tras el «Motín del Hesperia», cuando la práctica totalidad de la plantilla barcelonista – secundada por su técnico, Luís Aragonés – pidió públicamente su dimisión. Utilizando su indudable carisma a modo de eficaz pararrayos, Núñez le compró un equipo completo, formado por lo mejorcito que se podía encontrar entonces en el mercado: Julio Salinas, Josemari Bakero, Txiki Begiristáin, Luís López Rekarte, Ricardo Serna, Manolo Hierro, Juan Carlos Unzué, Jon Andoni Goikoetxea, Eusebio Sacristán, Miquel Soler y Ernesto Valverde, y algo más tarde llegarían Michael Laudrup, Ronald Koeman y Hristo Stoitchkov. Comenzaba la leyenda del Dream Team.

No ganó la Liga en sus dos primeras temporadas – en 1988-89 conquistó la tercera Recopa para el Club, y en 1990 una Copa del Rey ante el Real Madrid de la Quinta del Buitre con sabor a cambio de ciclo -, pero cualquier observador podía ver que bajo su batuta el equipo azulgrana lucía nuevas y mejores maneras: creaba más ocasiones, marcaba más goles y, sobre todo, combinaba con una insólita brillantez. Estaban naciendo, al mismo tiempo, el Dream Team y el Tiki-taka, ese rondo interminable con adversario, árbitro y público, que se basa en una presión asfixiante, un elevadísimo índice de posesión de la pelota, unos automatismos perfectos, y unas mortíferas diagonales de ruptura en cuanto los barcelonistas de turno encuentran una rendija por donde colarse entre la defensa contraria. La receta – que comenzó a elaborarse en 1988 – ha llegado hasta hoy mismo, pasando del Maestro a sus discípulos más o menos oficiales ( Van Gaal, Rijkaard, y sobre todo Pep Guardiola ), dotando al Barça de un estilo, una filosofía y una personalidad propios e inconfundibles, admirados en todo el mundo, y que comienzan a forjarse desde las categorías inferiores del Club, para que los aprendices de futbolista interioricen y hagan suyos los conceptos, como si de un auténtico ADN se tratase.

El Dream Team consiguió lo nunca visto hasta entonces en Can Barça: cuatro Campeonatos de Liga consecutivos – en las temporadas 90-91, 91-92, 92-93 y 93-94 – y la primera Copa de Europa para la entidad blaugrana en el año olímpico 1992, un torneo históricamente esquivo para los culés tras los traumáticos fracasos de 1961 en Berna y 1986 en Sevilla. Durante un lustro el Barça maravilló a propios y a extraños con su juego vistoso, alegre y fulgurante, aunque la suerte de los campeones le ayudase también en momentos decisivos ( otra diferencia esencial respecto a los años de vacas flacas ). Pero todo se fue al garete en la final de la Champions League de 1994, cuando el Milan de Fabio Capello les pasó literalmente por encima a los azulgranas en Atenas, aplastándoles por 4 goles a 0. Hay una impagable imagen de Pep Guardiola – la prolongación del técnico holandés en el campo – , de cuclillas sobre el césped, desolado y con la mirada perdida, que explica mejor que un millón de palabras lo que es y lo que significa un cambio de ciclo futbolístico.

Las dos últimas campañas de Cruyff ya fueron un infierno, sin títulos y con el equipo desmantelado y unos reemplazos de muy dudosa valía ( entre los que se encontraban su propio hijo Jordi y su entonces yerno, el guardameta Mariano Angoy ). Tras la debacle ateniense el «Flaco» prescindió de hombres como Zubizarreta, Julio Salinas, Goikoetxea y Laudrup, y algo más tarde de Romario, para dar entrada a otro tipo de futbolistas ( Busquets, Sánchez Jara, Jose Mari, Eskurza, Korneiev, Escaích o sus ya citados parientes ). El creciente desencuentro con Núñez – el suyo siempre había sido un matrimonio de conveniencia, entre dos personalidades muy fuertes y básicamente incompatibles – condujo a una abrupta y traumática ruptura tras un trascendental partido frente al Atlético de Madrid en el Camp Nou, abriendo una profunda brecha social en el Barça, dividido dramáticamente entre partidarios del presidente e incondicionales del holandés.

Tras su fulminante destitución en la primavera de 1996, Cruyff decidió abandonar definitivamente los banquillos ( en 1991 su corazón ya le había enviado un aviso concluyente, obligándole a pasar por el quirófano y a trocar el cigarrillo por el chupa-chups ), quedándose a vivir en la Ciudad Condal, y desde ese momento se ha entronizado como gurú máximo del barcelonismo, sentando cátedra desde sus tribunas periodísticas, donde sus sentencias resuenan como aldabonazos por todo el entorno del Club. Consejero áulico de Joan Laporta y su grupo opositor a Núñez, «El Elefant Blau», ha simultaneado el golf – otra de sus pasiones – con su famosa columna de los lunes, y en la recta final del mandato del polémico presidente ahora reconvertido en político soberanista fue nombrado «Presidente de Honor» del Barça, en una decisión muy controvertida, ya que ni esta había pasado por la Asamblea, ni tampoco el cargo se contemplaba de forma clara en los Estatutos. Al ganar las elecciones Sandro Rosell, -que estaba dispuesto a revisar dicho nombramiento -Cruyff se le adelantó, devolviendo la insignia con la que había sido investido por Laporta.

Mas en honor a la verdad, es justo reconocer que el actual sello futbolístico de la entidad, unánimemente admirado, es una criatura suya ( aunque el copyright deba compartirlo también con el Ajax y a la Holanda de Rinus Michels, su maestro ), pero incluso sus más furibundos detractores – que los hay, y no pocos – están de acuerdo en que el Barça comenzó a cambiar, y para mejor, aquel día de 1988 en que el «Flaco» volvió a aterrizar en Barcelona, aunque haya sido un proceso largo, difícil, complejo, y no exento de dolorosos retrocesos.

 

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