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RESUMEN:

 De cuando en cuando, cada vez más a menudo, el fútbol parece empeñado en despertarnos la conciencia. Bastan las multimillonarias cifras abonadas en concepto de traspasos o filtraciones sobre la percepción anual de alguna estrella, para desatar torrentes críticos. «Con la mitad de lo pagado por Cristiano Ronaldo se hubiese resuelto la viabilidad de muchas

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Límites salariales en el fútbol español

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 De cuando en cuando, cada vez más a menudo, el fútbol parece empeñado en despertarnos la conciencia. Bastan las multimillonarias cifras abonadas en concepto de traspasos o filtraciones sobre la percepción anual de alguna estrella, para desatar torrentes críticos. «Con la mitad de lo pagado por Cristiano Ronaldo se hubiese resuelto la viabilidad de muchas empresas», recogió cierto diario de tirada nacional. «¿Dónde está el límite para la locura?», clamaron otras voces. Y no pocas se enzarzaron en debates sobre la conveniencia de establecer topes salariales para el mundo del cuero.

No es intención de este artículo dogmatizar sobre moralidad en épocas de crisis, y menos aún aplaudir o censurar opiniones. Tan sólo pretende recordar que nuestro fútbol ya conoció esos topes, sin que aparentemente acreditaran utilidad.

Sucedió en tiempos mucho más difíciles, sembrados de miedo, hambre y desamparo, a raíz del triunfo franquista en la Guerra Civil. 

Con el general Moscardó convertido en Delegado Nacional de Deportes y presidente del Comité Olímpico Español, fue entregada la poltrona del deporte rey al teniente coronel Troncoso Sagredo, hombre del balompié, pues no en vano había sido directivo antes de la deflagración. El nuevo mandamás, en entrevista publicada por ABC el 24 de mayo de 1939, afirmaba que ya podían ir olvidándose clubes y futbolistas de seguir funcionando con independencia y hasta anarquía, que en adelante debían convertirse en sumisos mecanismos deportivos del Estado. Ese mismo presidente anticipaba caminos en otra declaración a un redactor pamplonés de Cifra, fechada en julio. «Vamos a reformar las estructuras del fútbol español. Naturalmente, no se pagarán esas fabulosas cantidades de antes en concepto de traspaso entre clubes. Habrá buenos sueldos, pero tampoco los de antes. Y no se expedirán licencias a los jugadores, por buenos que sean, si no tienen una profesión y la practican. Así evitaremos sean gentes sin trabajo que sólo vivan del fútbol».

Loables propósitos, cuando quien pasaba por taquilla para ver un partido debía hacer diabluras, en esa ardua aventura que continuaba siendo la simple subsistencia. Pero, ¿cómo llevarlos a cabo?. ¿Existía siquiera la posibilidad de que alguien echase el freno a nuestro fútbol?. Desde hacía quince años, este deporte era estatutariamente profesional. Aún prosperando el pensamiento de Moscardó y Troncoso, ¿qué impedía a un club poner en nómina de cualquier empresa a todos los muchachos de su plantilla, aunque luego no se probaran el buzo ni pisaran oficinas o talleres?. Incluso en los muy denostados países comunistas, el método se había demostrado ineficaz. Sus jugadores acababan en el ejército, libres, eso sí, de guardias y maniobras, saltando sobre el escalafón según acumulasen méritos vistiendo de corto.

Hubo normas, por supuesto, circulares recordándolas y hasta admoniciones conminando a su cumplimiento. Las cosas, sin embargo, quedaron casi como estaban. Machín, jugador del Atlético Aviación que pronto habría de ver modificado su nombre futbolístico -de resonancias poco varoniles según el gusto de ideólogos y censores- por el más contundente de Machorro, confesó recibir 15.000 ptas. en concepto de ficha, 1.200 mensuales y primas de 30 duros. Nando reingresaba en el Barcelona, luego de su exilio mexicano, a cambio de 28.500 ptas. Herrerita y Emilín, cedidos al Barcelona por el inactivo cuadro ovetense, si bien sólo cobraban 700 ptas. mensuales, supusieron un desembolso de 25.000 en concepto de préstamo. Sin salir del Barcelona, Escolá ingresó 36.689 ptas. la temporada 1940-41 por todos los conceptos. El Valencia se hizo con los extremos internacionales Gorostiza y Epi para la temporada 1941-42, a cambio de 100.000 pesetas. En 1943 Juan Arza, bautizado como «El Niño de Oro» en atención a su altísimo costo, se incorporaba al Sevilla tras abonar los hispalenses a sus vecinos de Málaga 280.000 en concepto de traspaso. El leonés César, que regresaba a Barcelona por esa misma época después de su cesión al Granada, ingresaría 73.600 ptas. como emolumento de una campaña. La prima por renovación de ficha supuso a Gonzalvo II un pellizco de 100.000 ptas. en 1944. El ya citado Escolá obtuvo ese mismo año algo más de 100.000, en tanto su compañero Martín rozaba parecida cifra. O sea, a años luz de cualquier salario en la depauperada España posbélica.

Como contrapunto, queden los precios del material deportivo allá por 1940. Las camisetas oscilaban entre 5 y 17 ptas., dependiendo del color, pues las blancas solían ser de fabricación nacional, y por lo tanto más baratas, mientras el resto, provenientes casi siempre de importaciones, se disparaban. Un par de botas oscilaba entre 25 y 50 ptas. Los jerseys de portero solían costar entre 25 y 40 ptas., mientras los balones de reglamento rondaban las 40.

Con el fútbol, con su imparable carestía, no pudieron ni las personalidades franquistas. Su importancia y arraigo quedaba claramente expresado cuando el presidente del F.C. Barcelona -a quien se hizo modificar las barras del escudo para dulcificar tintes catalanistas- propuso un nuevo sistema de comunicación, capaz de trasladar con prontitud los resultados ligueros hasta el frente ruso, donde padecía mil calamidades la División Azul. Sabido es que finalmente los gabinetes del régimen optaron por abrazar las ventajas de tanto fervor al balón. Que hablaran de fútbol los españoles, que discutiesen sobre él, que formaran peñas, siempre y cuando no escondiesen inconfesables propósitos. Todo sería bueno, incluso aconsejable, con tal de adormecer el análisis político y evitar críticas, cuando no discrepancias respecto a Franco y su dudosa legitimidad en el poder.

Conforme llegó a asegurarse entonces, nuestro país ofrecía todas las libertades imaginables. De prensa; puesto que podía adquirirse el ABC (monárquico, aunque de inquebrantable adhesión al caudillo), Ya (episcopal), Montejurra (tradicionalista navarro), Pueblo (del sindicato vertical), o cualquier otro, controlado siempre por la censura. De culto; pues se podía asistir a misa de 9, de 10, de 11,30 o concelebrada de 12,30. Y de afiliación; ya que era posible hacerse socio del Real Madrid, del Barcelona, de la Cultural Leonesa o el Alcoyano.

Los límites salariales rigurosamente establecidos, fueron quedando en el olvido a fuerza de no aplicarse. Ocasionalmente, molestos ante el rumbo económico de no pocos clubes, desde las más altas instancias se dictaban normas, a la postre muy poco eficaces. Temerosos, quizás, de emprenderla con las entidades más potentes, quisieron eliminar de un plumazo el profesionalismo en Tercera División de cara al ejercicio 1954-55. La cuestión tenía poco de broma, puesto que ese escalón constituía el refugio de no pocos caídos desde categorías superiores. Además, si los clubes de bronce no lograban tentar contractualmente a futbolistas de cierto nivel, ¿cómo iban a salir alguna vez del pozo?. Hubo protestas y al final se consintió la presencia en dicha categoría del «amateur compensado». Un coladero, gracias al cual todo continuó como hasta entonces.

Eso por cuanto afectaba al balompié más modesto. Porque en la máxima categoría continuaron vigentes los viejos límites, revisándose al alza para no perder comba respecto al producto interior bruto y la inflación. Los topes salariales seguían constituyendo norma, aunque nadie los aplicase, cuando Gento, hace 49 años, paseaba su sobrenombre de «Galerna del Cantábrico» por toda la geografía de 1ª División. Entonces ningún futbolista podía cobrar legalmente en España más de 150.000 ptas. por temporada, sueldos, premios especiales y dietas aparte. Ciento cincuenta mil si había sido internacional, porque en caso contrario la cifra límite se reducía en 25.000 ptas. Por supuesto, el gran extremo superaba con largueza aquel tope.

El franquismo, en su afán por reglamentarlo todo, había cifrado en centímetros de piel la frontera entre decencia y provocación por playas y piscinas, en matices el salto de juramento sonoro a blasfemia y escándalo público, en segundos o fotogramas de celuloide la distancia entre beso admisible y lascivia. Y si a pesar de todo, los trajes de baño acabaron por confeccionarse con menos tejido, los periódicos dejaron de escarnecer a los blasfemos, para quienes durante un tiempo estuvo reservado el bochorno de verse estigmatizados con nombre y apellidos, y hasta la tijera acabó respetando ósculos cinematográficos, ¿cómo no iba a alcanzar aquella tolerancia al fútbol?. Pero puesto que la norma existía, no faltaban voces dispuestas a recordarla y, de paso, escandalizar un tanto al personal.

Así ocurrió en julio de 1960, cuando Ramón Melcon junior, mediante reportaje de agencia, puso al descubierto los pecadillos económicos en nuestro fútbol.

«Es muy difícil saber a ciencia cierta lo que de verdad cobran los jugadores de fútbol, y mucho menos los denominados ases.» -escribió-. «Sin embargo algo se llega a conocer a fuerza de conversaciones, de rumores, de cotilleos, de declaraciones más o menos sinceras. Hoy voy a ofrecerles lo que por temporada se asegura perciben en España algunos de los denominados fenómenos».

Di Stéfano, según esas cuentas, rondaría los 3 millones y medio anuales. Kubala, pese a haber encarado la curva descendente, no salía por debajo de los 2 millones y medio. El brasileño Evaristo, entonces en el Barcelona y más adelante en el Real Madrid, llegaba al 31 de diciembre con 2 millones raspaditos, más o menos como Puskas, Kocsis y Czibor. Didí, en cambio, por aquello de haber sido mejor jugador en el Mundial de Suecia, alcanzaba los 2 millones y medio, pese a no contar demasiado en el Real Madrid. Tampoco contaba mucho el argentino Rial, y aún así sumaba 2 milloncitos, un poco menos que su compañero Santamaría, para muchos el mejor defensa central con militancia europea. Los brasileños Walter y Joel (Valencia) y Vavá (At. Madrid), alcanzaban el millón y medio, lo mismo que Luis Suárez y tal vez Canario. El mejor pagado de todos los nacidos en España era Gento, con 750.000 de ficha, sueldos mensuales de 15.000 y alrededor de un millón por primas, que sumado a la «calderilla» de la Federación cuando representaba internacionalmente al país, arrojaría un saldo próximo a los 2 millones. Tras él, aunque a mucha distancia, lo más granado del producto patrio se lo repartía así: Zárraga, 1.750.000. Segarra, el millón raspado. Enrique Collar, 900.000. Del Sol, 750.000. Ramallets, Marquitos, Mateos, Campanal, Gensana, Olivella o Peiró, algo menos.

No ha de extrañar, después de lo reflejado, que Melcon junior concluyese su artículo de este modo:

«Brasileños, argentinos, uruguayos, peruanos, chilenos, paraguayos… aquí todos tienen acogida. En este auténtico paraíso dorado, si valen, pueden hacer su fortuna, «su América», como decimos cariñosamente los españoles. Porque el fútbol, ahora, ha cambiado los términos. Para ganar plata actualmente hay que cruzar el charco, pero en sentido contrario. España, Europa, espera con los brazos abiertos».

 Dos millones de ptas. en 1960, también eran una barbaridad. Puesto que ese año puede rayar hoy para muchos con la prehistoria, bueno será situarse en el contexto.

Todavía se hablaba del maquis en 1960. Sobre todo cuando en enero cayó abatido Quico Sabater por disparos de la Guardia Civil, cerca de San Celoní. Quico era un guerrillero antifranquista, uno de los últimos en darse por aludido con el parte de guerra fechado en Burgos 24 años antes: «cautivo y desarmado el ejército rojo…» También durante 1960 Barcelona inauguraría el primer dispensario español de medicina preventiva, Franco publicaba en «Arriba», bajo el seudónimo de Jakim Boor, un artículo sobre «masonería y descristianización», los obispos hacían una declaración colectiva apoyando a los obreros, «porque tienen remuneraciones a todas luces insuficientes», John F. Kennedy ganaba las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el ayuntamiento de Pamplona cedía 150.000 metros cuadrados para la construcción de la Universidad del Opus Dei, Fabiola de Mora y Aragón se convertía en reina de Bélgica al casarse con Balduino, fallecía Clark Gable, uno de los grandes seductores en la pantalla, y según un estudio estadístico fechado el 30 de diciembre, el parque nacional de vehículos constaba de 290.519 automóviles, 554.894 motocicletas, 147.365 camiones y 11.992 autobuses. Dicho de otra manera, ni 300.000 coches para 30 millones y medio de españoles.

En 1960 la tasa  oficial de analfabetismo se situaba en el 10,35%. Pero ojo, no todos eran ancianos. Había un 6,7% de analfabetos con edades comprendidas entre 20 y 24 años. Aún no había sido proclamado rey de Marruecos Hassan II, no se había suicidado Hemingway ni construido el Muro de Berlín, y faltaban varios meses para que los obreros de Altos Hornos iniciaran una huelga en Sagunto, reclamando 100 pesetas diarias como salario mínimo.

Unos años antes, durante la temporada 1956-57, nuestro fútbol contribuyó a reventar los límites salariales establecidos en el país que lo inventara. Sucedió cuando el Athletic bilbaíno, todavía Atlético por imperativo legal, se midió al Manchester United en Cuartos de Final durante su primera comparecencia en la Copa de Europa, la misma edición, por cierto en que San Mamés habría de cobijar una eliminatoria frente al gran Honved de Puskas, previa a las fugas y deserciones que tanto lo debilitaron. Cuando los componentes del equipo británico tuvieron constancia de la prima rojiblanca por pasar aquella eliminatoria, una enormidad comparada con su incentivo, protestaron ante entrenador y directivos y, ya en Inglaterra, ante la propia Federación, exigiendo el derribo de una limitación económica sin mucho sentido. Para moverse por Europa, argumentaron, o engrasaban la maquinaria como sus contrarios, o desistían en el empeño.  

¿Era o no un disparate la prima del Athletic?. ¿Y los 2 millones de Gento, cuando obreros siderúrgicos pedían 40.000 ptas. para vivir durante 12 meses?. Con 2 millones podían comprarse 8 señores pisos en el centro de Madrid o Barcelona. Y nadie, absolutamente nadie, dirigió una nota a Santiago Bernabeu recordándole que su estrella nacional sólo debía cobrar 150.000 ptas., más un salario normalito y primas de andar por casa. La competitividad del fútbol, disfrazada muchas veces de rencorosa rivalidad, las viejas leyes de oferta y demanda, habían derrotado al reglamentismo autárquico. ¿Cabe pensar que hoy funcionaría cuanto ya fracasó antaño?. Ahora, precisamente, sin existencia de cortapisas al flujo internacional de capitales, cuando tras la ley Bosman cayó todo tipo de barrera importadora y el ámbito de cualquier competición trasciende a las fronteras nacionales.

«Fútbol es fútbol», enfatizó Miljan Miljanic, queriendo expresar, suponemos, que aún no ha nacido el ser capaz de domeñar sus leyes, mezcla de fuerza, técnica, fortuna, dinero, pasión y sentimiento. También suele afirmarse que con respecto al fútbol está todo inventado. La limitación salarial, al menos, no constituiría novedad, por más que algunos crean haber descubierto la piedra filosofal cuando la invocan.

¿Merecería la pena otro intento?. Quién sabe, Después de todo pudieron errar los augures al afirmar que toda equivocación del pasado está condenada a repetirse.

 

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Publicado en: General