Enric Llaudet i Ponsa (Barcelona, 1916-2003)
De Fernando Cuesta FernándezPocas personalidades barcelonistas han sido tan polémicas y a la vez tan fascinantes como Enric Llaudet, culé desde la cuna a la sepultura, hijo de un directivo de los años 20, Josep Llaudet, y heredero de un próspero negocio textil («Hilaturas Llaudet», con varias factorías en Cataluña y una colonia propia en la localidad gerundense de Sant Joan de les Abadesses). Como presidente, entre los años 1961 y 1968, cometió muchos errores – algunos de ellos graves -, pero también tuvo grandes aciertos. Hoy, lejos ya del apasionamiento que su visceral carácter provocaba, podemos analizar fríamente su contribución a la historia del Barça, y concluir que fue una de las figuras clave en el crecimiento y consolidación de la entidad.
Barcelonista de linaje, como ya hemos dicho, sus responsabilidades en el club arrancan en 1953, formando parte de la directiva de Francesc Miró-Sáns. Con menos de 40 años su esbelta figura – con un bigotillo recortado muy de la época y su incipiente calvicie – puede admirarse ya en los testimonios gráficos que dan fe de la colocación de la primera piedra de lo que sería el Camp Nou, el 28 de Marzo de 1954. Su cometido en la junta de Miró-Sáns va a ser básicamente el de responsable de las Secciones, que durante los años 50 van a lograr hitos como la participación del llorado Joaquín Blume al frente de los gimnastas azulgranas, o los efímeros triunfos de un equipo de baloncesto donde hacían sus primeras armas figuras tan señeras del deporte de la canasta como Alfonso Martínez y sobre todo Nino Buscató. También será presidente del filial barcelonista, el CD. Condal, nombre que tomará el España Industrial al ascender a Primera División, donde permanecerá únicamente la temporada 1956-57.
Sus discrepancias con Miró-Sáns van a llevarle a dimitir de su cargo. Y cuando a su vez renuncie Miró, minado por la creciente oposición interna y la precaria economía del Club, hipotecada para largos años por el coste de la construcción del Camp Nou, Llaudet va a presentarse a las elecciones del 7 de Junio de 1961, con el joyero Jaume Fuset – también antiguo compañero de directiva – como rival. Llaudet vencerá por un escaso margen de 24 votos -122 a 98 -, en unos reñidos comicios en los que pudieron participar únicamente un reducido grupo de socios compromisarios. Una Gestora de transición, con el visto bueno de ambos candidatos, había autorizado poco antes el traspaso de Luis Suárez al Inter de Milán a cambio de 25 millones de pesetas, y Llaudet – que va a heredar un Barça en plena crisis económica (así 300 millones de pesetas de las de entonces de deuda) y deportiva – resultó elegido tan sólo una semana después de la desgraciada final de la Copa de Europa en Berna, ante el Benfica -, tendrá que empezar prácticamente desde cero, renovando la plantilla de arriba a abajo.
Se van a marchar hombres tan ilustres como Kubala, Ramallets, Czibor o Tejada, amén del citado Suárez, y llegan para reemplazarlos los Pesudo, Benítez, Páis, Pereda, Zaballa, Zaldúa, Szalay y Vicente. Además, y con vistas a potenciar la cantera, Llaudet va a crear la Escuela de Jugadores, al frente de la cual colocará al recientemente retirado Ladislao Kubala, y en orden a una imprescindible austeridad, desprofesionaliza las Secciones, haciendo desaparecer la de Baloncesto, y descendiendo de categoría – de 2º al grupo catalán de 3º División, al Condal, para de ese modo abaratar al máximo la partida de gastos de desplazamiento.
Pero los resultados del fútbol son los que mandan en un club como el Barça, y en ese sentido muy pronto va a tener que tomar su primera decisión polémica: prescindir del entrenador Luis Miró y sustituirle por el propio Kubala, abortando de raíz uno de sus proyectos estrella, al dejar a la «Escuela de Jugadores» sin su principal activo. Por el contrario, en las Navidades de ese su primer año de mandato va a organizar una magna concentración barcelonista en el campo de Les Corts, para recabar la opinión de la masa social acerca de una hipotética venta del viejo recinto. Como dicha opinión va a ser favorable a ello tras la consulta efectuada aquella jornada en el mismo terreno de juego, Llaudet iniciará los contactos con el Ayuntamiento de Barcelona, con vistas a una presunta recalificación de los terrenos, pasando de equipamiento deportivo a zona urbanizable, con la esperanza de que dicho cambio de uso sea sancionado legalmente, y el club pueda ingresar de esa forma el dinero suficiente para enjugar su cuantiosa deuda. Da comienzo así una larga sucesión de trámites burocráticos que se prolongarán durante varios años, pero que finalizarán felizmente a mediados de la década de los 60 – concretamente, en la primavera de 1966 -, una vez que el Consejo de Ministros presidido por Franco de luz verde a la recalificación, y el Barça proceda a la demolición y posterior venta de los terrenos de Les Corts a la inmobiliaria «Hábitat» por 226 millones de pesetas, lo cual – aunque no sin problemas en los plazos del cobro – bien puede decirse que salvó la economía de la entidad barcelonista y garantizó su viabilidad cara al futuro.
El estilo personalista, apasionado y autoritario de Llaudet le hará tomar no pocas decisiones precipitadas y poco meditadas, sobre todo en el siempre espinoso tema de los entrenadores. Miró, Kubala, Gonzalvo II, César, Sasot, Olsen y Artigas – casi todos ellos antiguos jugadores blaugranas – se irán sucediendo en el banquillo, sin que los resultados deportivos mejoren sustancialmente (tan sólo la Copa del Generalísimo de 1963, ganada en el propio Camp Nou ante un entonces bisoño Real Zaragoza, y la Copa de Ferias de 1965-66, conquistada también frente al conjunto maño, gracias a una noche mágica de un jovencísimo Lluís Pujol en La Romareda). El juego del equipo deja mucho que desear, los costosos fichajes no ofrecen el rendimiento esperado, y el flamear de pañuelos se convierte en un espectáculo habitual en las gradas del Camp Nou. Pero el cenit de esta errática y errada política deportiva va a producirse en la temporada 66-67, con el llamado «Caso Silva».
Walter Machado Da Silva era un excelente delantero brasileño que había actuado con su selección en el Mundial de Inglaterra, en 1966, y Llaudet, demasiado temerariamente, va a contratarle para el Barça, con la esperanza de que el flamante Delegado Nacional de Educación Física y Deporte, el catalán Juan Antonio Samaranch, levantase la prohibición de importar futbolistas extranjeros vigente en España desde 1962. Esto, sin embargo, no va a ocurrir, y cuando un periodista le pregunte a Llaudet que piensa hacer con Silva, el presidente barcelonista le responderá con una frase que ya es histórica, aunque hoy nos suene muy políticamente incorrecta: «Siempre me ha hecho ilusión tener un chofer negro». Silva jugará unos cuantos amistosos con la zamarra azulgrana, para tratar de amortizar su fichaje, y no tardará en regresar a Brasil, saldándose la operación con pérdidas para el Barça. Tampoco será precisamente muy rentable el fichaje de Jorge Mendonça en la primavera del 67, porque el delantero angoleño ya había dado lo mejor de sí mismo, y además se le pagaron un par de millones de pesetas suplementarios al Atlético de Madrid, para que los colchoneros permitieran que el futbolista jugará ya el torneo de Copa con el Barça, sin esperar al comienzo de la siguiente temporada. Con casos y cosas semejantes, no es de extrañar que la gestión de Llaudet suscitase una fuerte oposición en ciertos sectores del barcelonismo, cada vez más amplios. De hecho, había dos opositores «oficiales», Pere Baret (que había formado parte de la fracasada candidatura de Jaume Fuset en el 61), y el veterano prohombre culé Nicoláu Casaus, una de las personalidades más relevantes que se daban cita en la emblemática «Peña Solera», así como un órgano de prensa rabiosamente crítico con la Administración Llaudet, la «Revista Barcelonista» (más conocida por las siglas «RB»), que inició su publicación a principios de 1965, de la mano de una destacada nómina de periodistas que poco antes habían abandonado las páginas del semanario «Barça» (fundado por el malogrado Josep María Barnils en 1955).
Sin embargo, tan sólo un año antes, Llaudet estaba en plena cresta de la ola, paladeando su particular momento de gloria. En Abril de 1965 había sido reelegido por una amplia mayoría (164 votos frente a los 35 de su contrincante, el industrial hotelero Josep María Vendrell , y en Febrero del 66, tal como indicamos más arriba, se efectúa la demolición del viejo campo de Les Corts, y unas semanas más tarde un exultante presidente puede anunciar a la prensa y a la opinión pública la venta de los terrenos por una cifra que aseguraría la continuidad barcelonista, saneando casi por completo su maltrecha economía. En este clima de euforia y optimismo – si bien el equipo no terminaba de despegar del todo, aunque al menos había conseguido clasificarse para la Final de la Copa de Ferias, aplazada hasta septiembre a causa del inminente Mundial inglés – Llaudet va a tomar dos decisiones muy acertadas, y de gran calado estratégico. Por una parte, el traslado de las oficinas del club a una vieja masía construida a principios del siglo XVIII, situada junto al Camp Nou y que durante las obras de este había servido de almacén. El remozado edificio, una buena muestra de arquitectura tradicional catalana, va a ser inaugurado ese mismo año, y albergará la sede social del Club (oficinas, despachos y Sala de Juntas). Por otro lado, Llaudet creará un torneo veraniego, a imagen y semejanza de los que ya existían entonces en diversos lugares de la geografía española («Teresa Herrera» en La Coruña, «Ramón de Carranza» en Cádiz, «Costa del Sol» en Málaga…), y ello con varios propósitos: por una parte, honrar la memoria del Fundador del Club, vetado por el Franquismo, dándole el nombre de «Joan Gamper», pero también con vistas a conseguir unas buenas recaudaciones extra ofreciendo fútbol de calidad, con vitola internacional, a unos ávidos aficionados, huérfanos de su deporte favorito debido al parón de las vacaciones estivales, y al mismo tiempo aprovechando la coyuntura para que sirviera como presentación oficial del equipo ante su parroquia, ese rito que el Barça renovaba año tras año, sazonado con frases como Ja tenim equip o Aquest any, si . El primer Gamper va a tener lugar los días 31 de Agosto y 1 de Septiembre de 1966, con la participación del Nantes francés, el Anderlecht belga y el Colonia alemán, aparte del anfitrión, que finalmente se llevará a sus vitrinas el trofeo, de un sobrio y elegante diseño – nada que ver con la acostumbrada orfebrería al uso, pretenciosa cuando no abiertamente hortera – al derrotar a los renanos por 3 goles a 1, entregando el hijo del propio Joan Gamper el flamante galardón al capitán azulgrana José Antonio Zaldúa.
La temporada 66-67 se iniciaba así en un clima de moderado optimismo, con la esperanza de que el equipo entrase, de una vez por todas, por la senda de los triunfos. La victoria sobre el Real Zaragoza unos días después en la Final de la Copa de Ferias, remontando a domicilio el 0 a 1 del partido de ida, con un hat trick del adolescente Lluís Pujol, así lo hacía presagiar, pero los resultados adversos iban a desmentirlo muy pronto. En la Liga, el Barça – que finalmente se clasificaría en segundo lugar – quedó muy pronto descolgado de la lucha por el título, que terminaría adjudicándose el habitual campeón de aquellos años, el Real Madrid, mientras que en la competición ferial el modesto y desconocido Dundee United eliminaría a los azulgranas a las primeras de cambio, venciéndoles tanto en Barcelona como en Escocia. Para colmo de males, en la Copa del Generalísimo – y a pesar del caro refuerzo del colchonero Mendonça – el Atlético de Madrid tampoco tuvo ningún problema en pasar adelante, venciendo en ambos partidos por 2 a 0. El Camp Nou despidió la temporada con una bronca monumental, y Llaudet se dio cuenta de que sus días al frente del club de sus amores estaban contados.
De nada sirvió su último y desesperado intento de integrar a una oposición cada día más crítica con su gestión mediante una especie de Senado al que se llamó «Consejo Consultivo», y que resultó absolutamente estéril. Ni tampoco la contratación de un nuevo entrenador para sustituir al cuestionado Olsen, el catalán Salvador Artigas, que había dirigido con bastante éxito durante largos años al Girondins de Burdeos. Artigas era un antiguo jugador del club de los años 30, y había sido piloto en el bando republicano durante la Guerra Civil. Igualmente resultó muy poco afortunado el intento de contratar al sudamericano Casildo Osés como Secretario Técnico, pues cuando se alzaron voces contrarias a ello, unas declaraciones del propio Osés refiriéndose a los catalanes sin la menor diplomacia echaron aun más leña al fuego. Y en el capítulo de fichajes, Llaudet se trajo a un puñado de prometedores futbolistas (el osasunista Zabalza, el deportivista Pellicer, el sevillista Oliveros, y un goleador del Badajoz llamado Jiménez), pero la Liga 67-68 va a comenzar de nuevo con una derrota, y el Presidente, sintiéndose completamente aislado, anuncia en la Asamblea General de Septiembre que convocará elecciones anticipadas para Enero del año próximo, a las que él ya no se presentará. Después de esto, seguramente liberado de un gran peso, se dejó crecer la barba y partió de safari a África, una de sus aficiones predilectas.
El club remontó el vuelo en la Liga, hasta el punto de colocarse fugazmente como líder, mas fue eliminado nuevamente en la primera ronda de la Copa de Ferias por otro modesto, el Zurich suizo. Mientras tanto, iba fraguándose una candidatura única, con vocación de aglutinar a las diferentes sensibilidades barcelonistas, siempre tan discrepantes y distanciadas, con el propósito de que el club no sufriera una grave fractura al pasar por las urnas. No la encabezaría ninguno de los dos «opositores oficiales», ni Pere Baret ni Nicoláu Casaus, sino un prohombre barcelonista de toda la vida, Narcís De Carreras, empresario textil – como no -, Procurador en las Cortes franquistas y albacea testamentario del mítico político catalán Francesc Cambó. El 17 de Enero de 1968 Carreras fue proclamado como nuevo Presidente del que entonces se denominaba oficialmente «Club de Fútbol Barcelona», al frente de una amplia junta directiva que albergaba a las distintas corrientes del barcelonismo. En los prolegómenos del partido que tres días antes enfrentó al Barça con el Real Zaragoza, Llaudet recibió una atronadora ovación al salir al centro del terreno de juego, tras fundirse en un caluroso abrazo con el mandatario entrante y al despedirse de su público. Desde luego, nadie podía echarle en cara su desmedido amor al club, que había mamado desde niño, y en el momento del adiós se olvidaron por un momento todas las críticas. Desvinculado ya del día a día barcelonista, se volcó en sus negocios particulares, su familia y sus hobbies, y tan sólo regresaría en los años 80, con Josep Lluís Núñez al frente del club, para presidir la Comisión Económica y Estatutaria. Octogenario y postrado en una silla de ruedas, el viejo león barcelonista sería emotivamente homenajeado a principios del actual siglo en el transcurso del Gamper que él creó. Poco después, el 15 de Agosto de 2003, dejó definitivamente de rugir. Para entonces, la Historia blaugrana le había absuelto ya sobradamente de sus bienintencionados errores, y prefería recordar sus indiscutibles aciertos y sus largos años de fiel servicio y cariñosa entrega a la Causa.