Cuando manda el enemigo
De José Ignacio CorcueraEl fútbol tiene historias de todos los colores. Un vistazo a los presidentes de clubes bastaría para descubrir múltiples variedades. Sin esforzarnos mucho, hallaríamos desprendidos y manirrotos, populistas y por demás consecuentes, discretos y megalómanos, ineficientes y capaces de izar sus banderas a los mástiles más altos, advenedizos y devotos con pedigrí, profesionales prestigiosos, industriales en pleno éxito y trileros del ladrillo, equilibristas y gente con los pies en el suelo, de talante templado y capaces de saltar al campo buscando al árbitro, cuando no de llegar directamente a las manos. Cien años largos de Historia, dan para casi todo.
Pero, ¿cabe imaginarse algún club presidido no ya por el adversario, sino por el mismísimo enemigo?. Un seguidor acérrimo del Real Madrid dirigiendo a los «colchoneros», por ejemplo. O un forofo del Barcelona sentado en la poltrona del Español. Y no digamos un prohombre del Sevilla haciendo y deshaciendo en el Betis. Disparatado, ¿verdad?. ¿Quién toleraría tamaña insensatez?. Pues eso ocurrió en Palma de Mallorca, hace casi 60 años.
Desde 1942, el fútbol palmesano dividió mayoritariamente sus simpatías entre dos entidades: Mallorca y Atlético Baleares. El Mallorca, nacido en 1916 como Alfonso XIII y Real sólo desde 1950, en recuerdo de sus orígenes, no fue durante casi dos décadas mucho más que el Atlético Baleares. Éste había surgido en 1942, como consecuencia de la fusión entre dos modestos con clara significación obrera: el Atlético, fundado en 1922, y el Baleares, proveniente a su vez del Mallorca F. C. -nada que ver con el actual primer divisionista- y el Mecánico. Atlético Baleares y Mallorca competieron durante algún tiempo casi de igual a igual por los buenos jugadores insulares, se enfrentaron en la misma categoría e hicieron parecidos juegos malabares para cuadrar balances. Obligados a convivir, más de una vez se cedían las respectivas instalaciones, y hasta algunos jugadores. Pero por debajo de las apariencias latía una competencia feroz, avinagrada cada vez que a los débiles baleáricos parecía irles mejor que a los no mucho más poderosos mallorquinistas.
Así las cosas, antes de iniciarse la temporada 1950-51 llegó al Atlético Baleares, para presidirlo, Antonio Castelló Salas, reconocido seguidor del Mallorca. Y ello no mediando elección popular, que los tiempos estaban para pocas bromas democráticas, sino por designación directa del gobernador.
Desde hacía algún tiempo, llovía sobre mojado. El gobernador civil, José Manuel Pardo Suárez, se había permitido sugerir la conveniencia de una fusión entre ambas entidades. Hasta se barajaron nombres para la hipotética nueva sociedad. ¿Mallorca Atlético?. ¿Atlético Mallorca?. Quedó claro en seguida que la nueva denominación debería iniciarse por el nombre de la isla. Y para los prohombres de la política, Mallorca era un término lo bastante sonoro como para no precisar de añadidos. En esas condiciones, el pretendido acercamiento se agostó sin haber granado. Poco tiempo después, con el Mallorca en los últimos puestos de la 2ª División y el Atlético jugándose poco en 3ª, la directiva bermellona solicitó a la blanquazul les fuese cedido el delantero Alorda. Ya antes se habían dado situaciones similares. El también artillero Juan Albella reforzó altruistamente al adversario la temporada 1942-43, ante otra situación crítica. Pero ahora la respuesta fue negativa, y el Mallorca pidió ayuda al gobernador, desde cuyo despacho emanaron todo tipo de presiones. La prensa, claro está, omitió ese capítulo. ¿Cómo iba a hacerse eco, si el diario «Baleares», el de mayor circulación, pertenecía al Movimiento?. Fueron los protagonistas implicados, muchos años después, quienes colocaron el acento en su lugar preciso gracias al ex director de «As» Miguel Vidal, en su reportaje titulado Leyendas mallorquinas.
Alorda acabó en el Mallorca la temporada 1949-50, como no podía ser de otro modo. Un gobernador pesaba mucho por esos años, para permitirse tenerlo en contra. Pero aún así, el Sr. Pardo Suárez debió pensar que ganaría mucho con alguien más dócil rigiendo los destinos del Atlético. Y ahí entró en escena Antonio Castelló Salas, pese a que el cargo parecía hecho a medida de otro candidato.
Castelló no pudo ser más sincero al responder a Joaquín Caldentey, entrevistador del diario «Baleares», ni en sus declaraciones a la revista «Cort». Preguntado sobre si era seguidor del Mallorca, afirmó: «Siempre. Treinta años en el club y además con entusiasmo». Su nuevo paso no se le antojaba un cambio de chaqueta. «No hay tal cambio. Pretendo conseguir una verdadera inteligencia entre ambos clubes». Respecto a sus ilusiones de partida, afirmaba querer ver al Mallorca en 1ª División y al Atlético en 2ª. Pero eso sí, su remate en diciembre de 1950 no dejaba lugar para la duda: «Soy tan mallorquinista como antes y si el Atlético Baleares asciende, dejaré la presidencia para no enfrentarme a mi viejo club». Y por si los socios y simpatizantes baleáricos no tuviesen suficientes motivos de enojo, aún pudieron leer: «Me llena de orgullo saber que el Gobernador Civil, ejemplo de deportividad y auténtico propulsor y protector de todos los deportes, ha visto con buenos ojos este objetivo de tender hacia una inteligencia con el Mallorca». Resumiendo, mandaba el enemigo.
Pero lo que son las cosas, Antonio Castelló habría de revelarse como un magnífico presidente, situando al Atlético en la división de plata por primera vez.
Con el antiguo árbitro y entrenador Juan Obiols, más tarde representante de futbolistas y organizador de torneos veraniegos, ocupándose de la secretaría técnica, y Gaspar Rubio, el otrora «Rey del Astrágalo» en el banquillo, los albiazules se proclamaron campeones de grupo, golearon en la liguilla de ascenso (5-1 al Alicante, 9-0 al Guadalajara, 8-0 al Cacereño y 3-2 al Betis, por ejemplo), y festejaron por todo lo alto un sueño. Pese a su inicial propósito, Castelló no dimitió. La temporada 1951-52 habría de enfrentarse al Mallorca, su club del alma, en la misma categoría. Los choques se resolvieron con sendas victorias mallorquinistas por 2-0 y la temporada regular concluyó con el Mallorca en 6ª posición, lejos del ascenso, y el Atlético Baleares en 10ª, sobre un total de 16 equipos.
Aquella campaña, sin embargo, fue por demás extraña para Castelló y la entidad que presidía. El 4 de diciembre, durante la disputa del At. Baleares-Alcoyano, se lió la marimorena. Con 2-0 a favor del conjunto balear, el árbitro, Sr. Saz, sancionó un penalti muy dudoso en el área local. Poco después, los insulares Álvarez y Miguelín fueron derribados clamorosamente ante el marco alcoyano, sin que el trencilla se diese por enterado. Cuando el Alcoyano obtuvo el empate tras haber hecho falta al guardameta Calpe, ardió Troya. El delantero Jaime Brondo, hombre de genio vivo, arrolló al árbitro con los puños por delante, hasta hacerle besar el césped. Expulsado, como es lógico, la ducha no pareció enfriarle, puesto que según el diario «Baleares» «Acabado el partido y vestidos los jugadores en ropa de calle, Brondo intentó agredirle». La crónica no reflejaba, quizás porque su autor era hermano del pretendido agresor, que Jaime Brondo se había pertrechado en los vestuarios con un martillo, y que visto el cariz de los acontecimientos, el árbitro optó por refugiarse en la caseta. Al ir aumentando el número de congregados, temiéndose algo muy serio, el directivo Ramón Dot apeló al ingenio. Obtuvo un traje de mujer, vistieron con él al de negro y lo introdujeron en un coche. El Comité de Competición habría de recetar a Brondo un año de suspensión, al tiempo que felicitaba a la directiva «por su decidida y adecuada actuación en el partido del pasado domingo».
Como ciertas cosas marcan a cualquier equipo, pocas semanas después Miguelín, futbolista fuerte y corajudo, tenía la desgracia de partir la pierna al cordobés Rafa en una jugada fortuita. El Comité de Competición, inflexible, descalificó al balear por 4 meses, periodo estimado para la recuperación del lesionado.
Allí no acabaron las zozobras del Atlético. Terminada la liga regular, hubo de disputarse un torneo de permanencia entre los clasificados en el puesto 8º, 9º y 10º de ambos grupos. La Federación había pensado reducir los dos de 2ª a uno sólo, con la consiguiente merma de efectivos. Fue una sangría económica para todos, por lo costoso de aquellos desplazamientos, aunque especialmente para el Atlético Baleares, al estar más aislado. Los baleáricos compitieron en ida y vuelta con Alavés, Caudal de Mieres y Gimnástica de Torrelavega, norteños, y Córdoba y Melilla del Sur. Kilómetros y kilómetros de barco, tren y autobús; horas de mala carretera, demasiadas noches de hotel y fonda. Todo para que finalmente la Federación se volviese atrás, no descendiese nadie y la 2ª División se siguiera jugando en dos grupos. Un auténtico alarde de imprevisión, falta de respeto a los competidores y gusto por el trabajo mal hecho. Bendito presente, si lo comparamos con el pasado, por mucho que ciertas cuestiones continúen prendiéndose con alfileres.
Digresiones aparte, puede que tanta improvisación, los infaustos acontecimientos descritos o el déficit acumulado durante el torneo de permanencia, cifrado en 200.000 ptas. de entonces, acabaron desencantando al señor Antonio Castelló, puesto que habría de dimitir irrevocablemente.
Salió por la puerta grande, eso sí. Sin haber fusionado a los dos clubes señeros de la capital palmesana y dejando en 2ª al Atlético. Los socios del Atlético Baleares olvidaron muy pronto que durante casi dos años tuvieron al enemigo en casa. Y es que conforme asegura el saber popular, vistas ciertas amistades, mejor está uno entre enemigos.
José Ignacio Corcuera
Con profundo agradecimiento a Antoni Salas Fuster, historiador emérito del At. Baleares.