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RESUMEN:

Cuba, notable potencia deportiva en la actualidad, gracias a sus atletas de oro olímpico, a muy bien armados equipos de balonmano, balón-bolea o boxeo, por no mentar la treintena de beisbolistas con sitio en la liga norteamericana, apenas si representa algo para del panorama futbolísitico. Sin embargo hace tres cuartos de siglo, antes de que

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Españoles en el fútbol cubano

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Cuba, notable potencia deportiva en la actualidad, gracias a sus atletas de oro olímpico, a muy bien armados equipos de balonmano, balón-bolea o boxeo, por no mentar la treintena de beisbolistas con sitio en la liga norteamericana, apenas si representa algo para del panorama futbolísitico. Sin embargo hace tres cuartos de siglo, antes de que sus playas se pusieran de moda, cuando Pérez Prado aún no había popularizado el «Mambo» y sólo unos pocos emigrantes retornados distinguirían la guaracha del son, o el danzón de la trova, su fútbol fue meta y hasta prometedor El Dorado para bastantes españoles.

Eran tiempos de amateurismo marrón por nuestros pagos, de profesionalización encubierta o poco más que testimonial, atendiendo a sus devengos más bien exiguos. Al otro lado del océano, en cambio, parecían atar a los perros con longanizas, puesto que las muy nutridas colonias gallega o asturianas tentaban con espléndidos contratos a nuestras incipientes figuras. Pero curiosamente, pese a proceder del Cantábrico los más firmes puntales del pretérito fútbol antillano, la primera remesa de aventureros no fue galaica o astur, sino gerundense. Tan aparente anomalía tuvo su fundamento.

El 9 de julio de 1922, el Ateneu Deportiu de San Feliú se proclamaba Campeón de Cataluña en Segunda Categoría, al derrotar al Atlético Sabadell en el campo del F. C. Barcelona. Un enorme triunfo para la modesta agrupación guixolense, que ya había degustado otras mieles, pues desde 1918 supo alzarse con 3 títulos provinciales consecutivos. La euforia se desató por la comarca, como atestigua un pasquín impreso por M. Comas en su taller del propio San Feliú.

 Poble de Sant Feliu:

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Un crit inmens de Victoria sosmou la ciutat. Tot Sant Feliu brunz. El nostre Ateneu Deportiu en lluita noble i honrada ha conquerit el CAMPIONAT DE CATALUNYA. Els nostres jugadors plens d´amor ciutadá han posat ben alt el nom del nostre poble.

Ciutadans: Avui a las 6 de la tarde arrivarán els nostres valerosos equipiers. Vingueu a rebrels a la Rambla Vidal en just homenatje al seu esforç.

¡Visca l´esport guixolenç!

                                          ¡Visca l´Ateneu Deportiu!

 Tanta alharaca fue agriamente contestada por la prensa anarco-sindicalista. El 22 de julio de 1922, F. Barthe firmaba cuanto sigue en el semanario «Acción Socialista Obrera», publicación subtitulada como Periódico de cultura social, defensor de las causas obreras y órgano de los sindicatos obreros:

«Estos días pasados, con motivo del triunfo del «Ateneu Deportiu» de Sant Feliú en el Campeonato Regional de foot-ball, segunda categoría, vimos una hoja en la que se decía, entre muchas sandeces, que el «nombre de Sant Feliu había sido levantado muy alto». Llevar el nombre de una ciudad «muy alto» por acertar a dar unas cuantas patadas que den al goal nos parece, más que simple, estúpido. Un asno o un caballo lo llevarían más alto o más lejos. Nos parece bien que los jóvenes se diviertan, se entusiasmen y hasta que escriban tonterías propias de su juventud. Lo que no se puede comprender es que una multitud compacta se haga eco de semejantes niñerías y crea que un team lleve en su victoria sobre otros la prosperidad, el honor y la fama inmortal a una ciudad entera.

Aceptando el foot-ball, hemos de condenar enérgicamente ese ambiente sobrecargado de fetichismo, de idolatría, de patrioterismo, en el que se le va a deformar y a anegar.

El foot-ball debe ser el pasatiempo y expansión física y moral de la juventud, jamás el arma de combate o el trofeo de vanagloria de alguna entidad política, religiosa o económica, menos aún de una ciudad entera… ¿Qué hay de común entre Sant Feliu con sus 15.000 habitantes y once muchachos que saben «shootar» bien el balón?. Además no creemos que el mérito y la grandeza se hayan pasado de las arrugas del cerebro al metatarso de los pies, para que se festeje de esa manera tan general el progreso deportivo de unos jóvenes. Si en el foot-ball reside el progreso y la fama de un pueblo, hay que convenir que sobran centros de cultura y escasean terrenos de foot-ball.

Contra este ambiente castrador de la personalidad hay que levantarse. No podemos tolerar que se envenene la juventud con esta atmósfera de frivolidad y de insensatez que desde la adolescencia hasta la madurez viril, embota los sentidos y la mente de la juventud, inutilizándola para los problemas fecundos y trascendentales de la vida.

No queremos que el foot-ball, de juego sano y sencillo se convierta en corruptor y atrofiador de jóvenes, ni en pasión social, morbosa y decadente, que absorba hasta nuestro sentido común.»

Esto, que tan mal sentó en los ambientes deportivos de San Feliú, se escribía hace 80 años, aunque podría fecharse hoy mismo sin perder un ápice de actualidad. Sintiéndose insultados, casi todos los campeones decidieron emprender otro rumbo. Nanci, Pey o Feliú saltaron a otros clubes nacionales. Lluhí, Charles, Miró, Portero, Nicola y Gimbernat, se fueron a La Habana, donde el fútbol estaba mejor pagado. Y el caso es que entre la masiva deserción y el abatimiento social experimentado por las provincias catalanas durante los años de pistolerismo y «Dictablanda» de Primo, el glorioso Ateneu concluyó desapareciendo poco después. 

No tuvieron que esperar mucho los cubanos para recibir a otra expedición de futbolistas, esta vez gallegos. Por toda la isla, pero especialmente en La Habana, existían clubes con directiva y masa social española, entidades en las que un gallego, cobrando cantidades impensables en nuestra tierra, podía disfrutar de lo lindo mientras se dejaba abanicar por las palmeras, paseaba su ocio entre El Vedado y la multitudinaria Habana Vieja, o cedía a la morriña cuando el atardecer cubría los porches del Malecón. José Torres, Begoña, Simón, Blas, Chorens, Cachán o Arturo, conocido popularmente como «Picholas», deportivistas todos, se dejaron tentar por aquel dinero y la sed de aventuras. Ramón González, otro coruñés, a punto estuvo de ser el primer español en los campeonatos profesionales de Escocia, pues los responsables del Dundee United le hicieron una oferta en firme a raíz de los amistosos disputados contra el Deportivo, allá por 1924. El delantero gallego endosó en el segundo choque 5 goles a los de Glasgow, subcampeones en su liga. Suficiente, claro está, para desatarles la codicia. Pero apegado a su tierra, como estaba, González rechazó la invitación.

Cosme Vázquez (para el fútbol Cosme), también gallego aunque con militancia en los dos grandes clubes madrileños, fue otro degustador de la perla antillana. Sin embargo centrémonos en las andanzas cubanas de los deportivistas, aunque sólo fuere por haber constituido mayoría.

De todos ellos, puede que fuese Torres el mejor dotado futbolísticamente. Sin embargo la humanidad de Cachán eclipsó al resto.

José Torres Mourelle, padre del también futbolista -e internacional, aunque con la selección B- Carlos Torres, había empezado a jugar en los años 20 y tardó poco en emigrar al Iberia de La Habana. En 1930 regresó a La Coruña de vacaciones y sus amigos, compinchados con la saudade, ya no le dejaron marchar. Veloz, hábil y potente, buen corredor de la banda, rindió en el Deportivo hasta que un choque con el vigués Valcárcel adelantase su retirada. En los años siguientes ejercería de gerente en el Café Marineda y no supo negarse cuando le invitaron a formar parte de la directiva albiazul. Cuba y el Deportivo le acompañaron siempre: la isla con un rastro de acento cachazudo y el club cosiéndole su escudo al corazón.

El singularísimo Cachán, por su parte, constituye inagotable pozo de anécdotas.

Hospiciano y analfabeto, Laureano José Rodríguez, pues ese era su nombre real, tan anárquico en los terrenos de juego como en cada faceta de su vida, destacaba como extremo izquierdo por la limpieza de su toque y una rara precisión en cada centro sobre el área. Recién llegado al Club Iberia de La Habana, escuchó el grito de ánimo coreado por los incondicionales: «Cachín, Cahán, Cachumba. Iberia es la que zumba». Orgullosísimo, se acercó a su compañero Pepe Torres. «¿Los oyes?», dijo; «No se me había ocurrido pensar que aquí, tan lejos de casa, pudieran conocerme tanto». Y sin salir de su error, fue a saludar desde el centro del campo entre el jolgorio de la afición.

Cachán, ya de vuelta a La Coruña, se hallaba una tarde en las oficinas del Deportivo, viendo cómo sus compañeros echaban una mano en la extensión de recibos. Quizás por pasar el rato, tomó una  pluma e hizo varias rúbricas. Luego de estudiarlas muy complacido, las mostró a todos, sonriente, mientras aseguraba: «Qué buena letra tendría si supiese escribir, ¿no os parece?».

Pero el pobre Cachán no aprendió jamás. En vísperas de la Guerra Civil era una especie de vagabundo sin raíces ni techo fijo. Consta que hallándose el Deportivo coruñés muy necesitado de efectivos, averiguaron sus dirigentes el paradero de tan pintoresco personaje, vagabundeante por Andalucía. Sin perder un minuto le giraron dinero junto con un telegrama, para que tomando el primer tren se aprestase a colaborar con sus centros en la buena marcha del club. Laureano tardó casi 15 días en aparecer y cuando se le preguntó si no había recibido aquella cantidad, rehuyó justificarse: «Vine de polizón. Hubiera sido una tontería gastarme esos duros en el viaje, pudiendo hacerlo gratis».

Meses más tarde su mala suerte habría de jugársela definitivamente. Sin comprender la locura desatada a su alrededor, penetró en una armería de San Andrés recién asaltada por jóvenes sindicalistas empeñados en hacer frente a la sublevación militar. Allí fue prendido, interrogado a trompazos y, tras oportuna mediación del mandatario coruñés Ramón de Llano, forzado a alistarse como voluntario en las milicias de Renovación Española. Apenas tuvo tiempo de agasajar a su benefactor con una bandeja de pasteles, adquirida nada más cobrar su primer sueldo de legionario. Le aguardaba el frente de Asturias y entre explosiones, miedo y ráfagas de ametralladora, agazapada en las trincheras, la muerte. Sus restos fueron recogidos por el Dr. Candama, también antiguo jugador deportivista y viejo compañero en los vestuarios de Riazor.

Claro que no todos los españoles integrados en el fútbol cubano llegaron como profesionales. Para ilustrarlo, ahí van unos apuntes.

Hilario Fernández Rodríguez (Hilario), potente medio centro asturiano, arribó muy joven a las Antillas como un emigrante más. De ese modo estuvo compaginando los quehaceres laborales cotidianos con su militancia deportiva en  el equipo de Cienfuegos. Nada más regresar, fue fichado por el Stadium Avilesino, cuyos colores defendería desde 1927 hasta 1942, aunque con algún intervalo.

Manuel Vidal de Cárcer representa el rizo más original de cuantos jugaron en Cuba. Hijo de Barcelona (1906), fue hasta el Caribe guiado por su aversión al servicio militar. En la Gran Antilla destacó como cancerbero hasta su regreso, en 1931. Sometido a prueba por el Barcelona, luego de haberse ofrecido, integró la primera plantilla catalana durante dos campañas. Sólo jugó 23 partidos, porque Nogués representaba entonces un enorme obstáculo. No obstante dejó huella de elegancia y espectacularidad. Para su salida de la entidad blaugrana tuvieron mucho más peso las razones de tesorería que las puramente deportivas. Piera o Samitier fueron otros eliminados aquel 30 de diciembre, ya que sus fichas desnivelaban considerablemente el presupuesto de un club atormentado por anteriores dispendios. Andado el tiempo, Vidal de Cárcer se haría entrenador y cuando tuvo lugar su fallecimiento, en 1998, era el gran patriarca de los ex-jugadores culés.

Lo cierto es que Cuba, durante los años 20 y primeros 30, gozaba de un fútbol cuajado de españoles, aunque la mayoría fuesen hijos de emigrantes. El hambre y la ausencia de expectativas, a menudo amalgamadas con cierta atmósfera de inseguridad, ensombrecían amplias zonas de aquella España, heredera directa del caciquismo, la explotación laboral sobrevenida a la industrialización, y el alarde ostentoso de una burguesía sólo liberal en materia económica. Cuba, en cambio, y no sólo Cuba, sino América en su conjunto -imposible olivar Argentina o México- representaba la esperanza, la quimera de una fácil prosperidad. Muy de tarde en tarde llegaban noticias sobre aquellos futbolistas. Y cuando ello ocurría, solía ser porque desandaban el camino para fichar por uno de nuestros clubes.

El Real Oviedo, entidad de novísimo cuño luego de fusionarse dos sociedades carbayonas, rescató a algunos nada más instaurarse el Campeonato Nacional de Liga. El primero fue Bienvenido López Santos (para el fútbol Bienvenido), un medio del Juventud Asturiana de La Habana, al que sólo alinearon en 3 partidos del campeonato inaugural, es decir 1928-29. Los ovetenses militaban en 2ª División y no se arrugaron con su primer fracaso. En 1930 repatriaron al defensa Gregorio Fernández González (Goyo en las alineaciones), natural de Oviedo pero forjado, como su antecesor, en el Juventud Asturiana habanero. Éste demostró estar más hecho, y consecuentemente intervino en las 18 jornadas del campeonato nacional 1930-31, y en 8 del siguiente. Durante su segunda temporada como azulón coincidió con otro «cubano», el medio natural de Gijón Valentín Álvarez Trabanco, alineado como Valentín en los pocos partidos amistosos o de torneos menores que tuvo ocasión de disputar, porque lo que es en el Campeonato de Liga de 2ª División, quedó inédito. Procedía, a diferencia de sus predecesores, de la Sociedad Cataluña de La Habana.

Tras reexpedirlo a su procedencia, junto al Caribe, ya no insistió en sus experimentos el Real Oviedo. Bien al contrario, comenzó a tejer un cuadro potentísimo espigando en el vivero vasco (Lángara, Inciarte o Mugarra), o el de los vecinos gijoneses (Sirio Blanco y Herrerita), sin perder de vista al por entonces más que notable Stadium Avilesino (Galé y Casuco). Con todos ellos, más la prometedora incorporación de un jovencísimo empleado del Ferrocarril Vasco-Asturiano llamado Emilio García Martínez (el más adelante internacional Emilín), no sólo pudo auparse a la máxima categoría, sino obtener el subcampeonato en una competición liguera que, prácticamente como ahora, pretendían monopolizar Real Madrid y Barcelona, con la incrustación del potentísimo Athletic de Bilbao dirigido por Mr. Pentland. 

Pero quizás el más ilustre aventurero en Cuba fue Gaspar Rubio (Serra, Valencia, 1908). Frío, calculador hasta el punto de rehuir el choque en un fútbol fundamentalmente físico, tan genial como indolente y conflictivo, profesional desde que fichase por el cuadro de San Sadurní de Noia a los 14 años y con un ego sin límites, alentó tertulias, dio trabajo a los linotipistas y hasta forzó la primera denuncia por abandono de un club español ante la FIFA. Para cuando llegó al Madrid en 1928, ya había dejado huella de su clase en el Nuria, Reus, Sport Gracia y Levante. Con los merengues obtuvo 12 goles en el primer campeonato de liga y 18 en la segunda edición (1929-30), al término de la cual se fugó a La Habana, para enrolarse en el Juventud Asturiana. Allí tuvo la desgracia de que le fracturasen una pierna y todavía mediada su recuperación decidió saltar hasta México, fichado por el Club España, desde donde le tentaban con la astronómica cantidad de 14.000 pesetas mensuales. Sirva como referencia que un muy buen sueldo español difícilmente superaba por esa época las 1.500 ptas. Fue entonces cuando el Madrid exhibió ante la FIFA sus derechos federativos, no obteniendo mucho más que buenas palabras.

Aseguran que recién llegado a México, los reporteros se interesaron por las características del astro como futbolista. Y Gaspar, sin complejos, se mostró rotundo: «Les puedo dar una pista. ¿Han visto ustedes a Samitier sobre un campo de fútbol?. Pues algo parecido, pero en mejor». También se le achacan otras muchas salidas de exagerado ingenio, tendentes siempre a la vanagloria y la fácil cohetería. Como ocurre con los toreros míticos, de ser ciertas la mitad de ellas, estaríamos ante un personaje sin par.

El hijo pródigo, hechas las Américas, volvería a vestir de blanco para ser rápidamente traspasado a los vecinos «colchoneros», entrando en la operación el atlético Ordóñez. Después de ser rojiblanco durante dos temporadas, nuevo salto a Valencia en la campaña 1934-35 y otra vez a Madrid, cerrado el paréntesis de la Guerra Civil, para proseguir su andadura por Granada y Murcia. Ya para entonces había dejado de ser «El Mago Gaspar», sobrenombre con que le conocía la afición de preguerra, e incluso «El Rey del Astrágalo», cuya paternidad parece obra del periodista Rienzi, al ser operado de un hueso sobre cuya existencia nada sabía el 99% de los españoles. Había sido un mito, internacional en 4 ocasiones, con 9 goles marcados, e incluso avispado instigador de las primas como retribución individual, al exigir a la Federación Española, en 1929, 10 duros por cada gol marcado a Inglaterra. Suficiente curriculum para lanzarse a entrenar, tarea en la que se empeñó durante años con más pena que gloria. Balompédica Linense, Levante, Melilla, Hércules, Granada, Atlético Baleares, Orihuela, Hércules nuevamente, Lérida y Atlante mexicano, contaron con él. América, estaba visto, le tenía marcado. Hasta el punto de que allí, en el México de sus correrías, habría de fallecer el 4 de enero de 1983.

Nuestra posguerra, con sus secuelas de drásticas limitaciones, dificultades sin cuento para la obtención pasaportes y, por qué no decirlo, con el decisivo concurso del leonino derecho de retención, guillotina de espíritus aventureros y vía muerta ante cualquier reivindicación deportiva, prácticamente cerró con doble portillo el flujo de emigración futbolística al Caribe. Los contactos de nuestro fútbol con el de aquellas latitudes se redujo a lo puramente testimonial. Alguna gira veraniega. Algún bolo de pretenporada. Unas pocas exhibiciones asturiana o gallegas ante el paisanaje de la hégira. Justo hasta el triunfo de la revolución castrista. Luego ya ni eso. El béisbol, o «la pelota», como allí lo denominan, barrió al balón de cuero.    

Tiempos pretéritos, en los que Cuba constituía un buen mercado para el futbolista español. La perla antillana, entonces, sonaba de veras como país futbolístico.

  

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