El reverendo padre Lorenzo Massa
De Carlos de Mateo«Aunque hayan pasado tantos, pero tantos años lo recuerdo perfectamente. Hacía apenas unos días había fallecido mamá. Y nosotras éramos muy chicas todavía. Yo tenía 13 años y mi hermana Margarita, 11. Después la vida me enseñó que una persona nunca es lo suficientemente grande como para soportar semejante pérdida. El caso es que papá, por su trabajo no podía atendernos, y por eso fue que nos pusieron como alumnas pupilas en aquella escuela de monjas. La única salida era los domingos cuando nos llevaban a la misa que se celebraba en la Iglesia del Colegio Don Bosco. Allí escuchamos durante casi cuatro años los sermones del Director, un sacerdote que nos hablaba con un lenguaje sumamente sencillo. De su mensaje, siempre relacionado con el amor a la vida, fuimos sacando cada semana las fuerzas con las que pudimos enfrentar la tristeza y la soledad.»Estas palabras las pronuncia una señora que acaba de cumplir 78 años. Es mi madre y se refiere a las enseñanzas que recibió del Padre Lorenzo Massa.
En Morón el 11 de Noviembre de 1882, nació Lorenzo Bartolomé Massa, tal cual figura en la Libreta de Enrolamiento n° 622 Región I Distrito Militar 4; aunque en el Acta que certifica su Bautismo aparece un tercer nombre: Martín. Era hijo de un inmigrante italiano de Turín, que también llevaba por nombre Lorenzo, y de doña Margarita Scanavini. Con sus hermanas Ángela y Blanca, que también fueron religiosas del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, se completaba la estructura familiar donde los valores cristianos tenían una marcada influencia.
Como alumno del Colegio Pío IX de Buenos Aires, despertó su vocación religiosa inspirada en el ejemplo que recibía de sus maestros salesianos y terminando el Siglo 19, Lorenzo Massa recibió el hábito clerical de las manos del padre José Vespignani. En 1900 tuvo su primer trabajo como salesiano en la Escuela Agrícola Don Bosco de Uribelarrea, hasta que en octubre de 1902 volvió al Pío IX, pero ya en carácter de maestro y asistente en las disciplinas teológicas. En 1908 a sus responsabilidades eclesiásticas le incluyeron la de ser el encargado del Oratorio de San Antonio.
Pestañea el siglo sus primeros años en Buenos Aires que se empeña en desplegar a los tres costados posibles el borde de su progreso. Como gorriones sobre miguitas de pan, en cada esquina, en cada barrio, los chicos ofrendan sus mejores energías corriendo tras una pelota. Juegan al fútbol, ese juego que los ingleses locos acaban de bajar de los barcos y que las bandadas de nuestros pibes van descubriendo con fascinante desparpajo. Bajo el cielo de calle México, que en el Barrio de Almagro es de tierra, todas las casas son bajas y modestas como las aspiraciones de quienes las habitan. Uno de aquellos pibes, un pájaro porteño que se llama Juancito Abondanza, impulsado por el motor de su bullicio, se lleva por delante el paso de un desvencijado tranvía de la línea 27. La providencia, a través de la pericia del motorman, quiere solamente un susto para detener aquella corrida por la punta derecha. Dios jamás economiza sus milagros y hace subir a esa escena la mansa mirada del Padre Lorenzo Massa. _»¿Quién es el cabecilla de la barra?». Los gorriones se miran asustados, porque siempre es la policía o algún vecino cascarrabias el que pone drástico final a los callejeros desafíos. Hasta que uno de los chicos, Luisito Giannella, le señala a «El carbuña». Es Federico Monti, un pibe grandote que trabaja de carbonero, ocupación de cual provienen el sustento y el apodo. El ofrecimiento no tiene prólogo: desmalezar el terreno contiguo al Oratorio de San Antonio y jugar allí a la pelota. Los pibes que rápidamente aceptan, ya tiene de patrimonio una pelota, un sueño y el orgullo de haber nacido en el Barrio de Almagro. La camiseta es color borravino y todavía nadie la ha visto salir derrotada de ningún potrero por más guapos que fueran los rivales. _ «El domingo que viene les traigo un cuadro muy bravo. Son todos alumnos del Colegio de San Francisco. También voy a comprar dos juegos de camisetas; el equipo que gane se la guarda como premio», les dice el Padre Lorenzo Massa a «Los Forzosos de Almagro». Vinieron nomás los alumnos del San Francisco («Ya van a ver esos copetudos» es la amenaza que todos suscriben sin que ninguno se atreva a declarar), con sus relucientes uniformes, y por sorteo a ellos los tocó ponerse unas camisetas blancas y verdes a rayas verticales. «Los Forzosos» se visten con las otras, que son azules y rojas, también a rayas («Le ganamos 5 a 0 a esos pataduras» ha quedado en firme la sentencia).
Junto con la fama va creciendo la ortodoxa necesidad de cambiar el nombre de «Los Forzosos de Almagro», que le había puesto Luisito Manara, un chico muy bueno que a los 16 años se lo llevó el tifus. Aparecieron en la imaginación de esos pibes algunos nombres, hasta que alguien dijo «San Lorenzo Massa». El padre y Federico Monti se opusieron, pero por diferentes razones. El sacerdote por que la modestia se lo impedía, y «El carbuña», porque no se resignaba a perder aquel gentilicio que denunciaba el barrio de origen. Alguien recordó la Batalla de San Lorenzo para que consintiera Lorenzo Massa y otro le agregó de Almagro, para conformar a Federico Monti.
Así nació San Lorenzo de Almagro, como quería «El carbuña».
En 1912 el Padre Lorenzo Massa ocupó el cargo Vice-Administrador del Colegio Pío IX. Fue más tarde Director de Colegio San Francisco de Sales de Almagro, y durante el ejercicio de este cargo fundó los «Exploradores de Don Bosco» que aún hoy continúan su obra educadora en beneficio de la juventud enseñando los verdaderos valores de la Vida. Su larga trayectoria como Director de Colegios Salesianos continuó teniéndolo al Padre Massa al frente del General Belgrano de Tucumán, del Tulio García Fernández de la misma provincia, del Colegio Pío X de la Ciudad de Córdoba, del Ángel Zerda de Salta, del Colegio Don Bosco de Punta Arenas (Chile) y, finalmente, del San José de Carmen de Patagones.
Al iniciarse la década del ’40, de regreso a Buenos Aires, el Padre Lorenzo Massa se volcó de lleno a lo que significaba otra de sus pasiones: la investigación histórica. Así fue que dedicó sus horas a la tarea de escritor y de su pluma salieron entre otras obras, «Memorias de la obra de Don Bosco», «Monografía de Magallanes», «Biografía del Padre José Vespignani», «Historia de las Misiones Salesianas en la Pampa», trabajos éstos que le valieron el honor de ser nombrado miembro del Museo Histórico de la Iglesia en la Argentina. («Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, que es la hora en que mueren, los que saben morir»). Sin tener siquiera sospechas de lo que había pasado, el sol trepó la mañana del lunes 31 de Octubre de 1949 y golpeó suavemente la ventana del cuarto que el Padre Lorenzo Massa ocupaba en el Colegio Pío IX. Al rato, uno de los asistentes del sacerdote también llamó a la puerta de la habitación.
(«Nadie le vio el silencio donde quedó dormido»). La angustia abrió el picaporte y el dolor confirmó la sospecha de que la muerte era la propietaria de aquel silencio. El noble corazón del Padre Lorenzo Massa no pudo sostener sus latidos y, sobre la cama, lo dejó dormido en el misterio de su eterno sueño. Tenía 66 años y en la Calle Yapepú 197 cancelaron su desordenado cancionero los gorriones.
El Club Atlético San Lorenzo de Almagro se hizo cargo de los gastos del sepelio y su presidente, el Dr. Emilio Bernat, fue el encargado de despedir los restos en el Cementerio de Chacarita. Como seguramente su voluntad hubiese dado el consentimiento, ese día en «El Gasómetro» de la Avenida La Plata, el Seleccionado Argentino de Fútbol disputó dos encuentros de práctica.
Unos ángeles atorrantes alborotan la paz del Cielo. El fútbol es para esos inocentes el legítimo pasaporte a la alegría. Con unos pedacitos de nube han hecho un par de arcos a cada lado del infinito. En pleno ejercicio de su algarabía, uno de ellos casi golpea su vuelo contra un antiguo cometa que pasa puntualmente por su órbita. Aquel sobresalto se cruza con la trayectoria de la santa mirada de un hombre que los sigue queriendo y que ahora viste ropa cristalina. Desde la generosidad les ofrece un espacio para proteger sus sueños y la bandada de ángeles con alas azules y rojas, decide establecer allí su bienaventurado poderío. Ya flamean las banderas azulgranas, aquí arriba.
Ha nacido San Lorenzo del Cielo… pero de Almagro.
Como quería Federico Monti, «El carbuña».
(No me hubiera sido posible escribir estas líneas, sin la colaboración recibida en el Archivo de la Inspectoría San Francisco de Sales de los Salesianos de Don Bosco. Allí encontré entre otros, al Hermano Marino, que no le permite a su corazón otra razón para vivir que la génesis de la humildad y la modestia. Seres Humanos con él, justifican con creces, su presencia en el Mundo).