Las tres vidas de Félix Martialay
De José Ignacio CorcueraHace tiempo escuché que en la vida raramente somos cuanto deseamos ser, sino lo que buenamente nos dejan. Tan pesimista sentencia puede sintetizar el retrato de no pocos congéneres, pero ni remotamente definiría a Félix, puesto que al menos vivió tres vidas. O si se prefiere, construyó tres carreras por demás sólidas, cada una de las cuales colmaría muchas existencias.
Primero, y hasta despedirse voluntariamente del Cuerpo de Ingenieros con el grado de coronel, fue militar. Después periodista, fundador de cine-clubes, crítico cinematográfico múltiples veces premiado, director de documentales, profesor universitario de Historia del Cine y fundador de uno de los referentes europeos en publicaciones sobre el séptimo arte durante los años 60. Y por fin fecundo, escrupuloso y muy didáctico historiador de fútbol. Yo le conocí en esta última faceta, y al margen de su profunda sapiencia, enorme capacidad de trabajo y acreditado sentido de la amistad, nunca dejó de admirarme su extrema modestia, traducida en una constante obsesión por quitarse méritos.
Recuerdo que, hallándose enfrascado en su monumental obra sobre el Fútbol durante la Guerra Civil -unos 6.000 folios de cuidadosa y analítica reconstrucción-, solía animarle en la medida de mis posibilidades tirando del: Por fin tendremos la auténtica historia del Euskadi en México, y su abrupta disolución. Aduciendo, claro, a los abundantes errores, inexactitudes y visiones sesgadas de cuanto hasta entonces se había publicado al respecto, a veces sin más soporte que una suma de recuerdos personales, rebozados en 40 años de lejanía. Él respondía con un lacónico: «Veremos hasta donde llego». Cuando tuve en mis manos el tomo relativo a las Federaciones Vizcaína y Guipuzcoana, no sólo habían desaparecido numerosos agujeros negros o caído por su peso varios mitos, como el de la furtiva deserción de Gorostiza desde Barbizon, a espaldas de sus compañeros, sino que al rescatar las memorias inéditas de uno de los comisionados por la Federación Española de San Sebastián para ofrecer la repatriación a todo el equipo, quedaba viviseccionado, con toda su crudeza, el miedo cerval del «león bilbaíno» Roberto, al avistar la frontera irunesa en su retorno, acompañado por Guillermo Gorostiza y el masajista Perico Birichinaga. Luego de mi calurosa enhorabuena, quise saber cómo se las había arreglado para dar con tan esclarecedor manuscrito. Y él se limitó a asegurar: «Pura cuestión de suerte».
Esa suerte no había surgido al doblar el primer recodo, sino después de muchas vueltas y revueltas, tras golpear en vano incontables portones cerrados, volviendo a andar el camino que otros recorrieron antes con peor paso y menos pericia. Pero es que para Félix, la meticulosidad y el trabajo bien hecho no eran merecedores de aplauso, sino simple obligación autoimpuesta.
Cierta vez le oí lamentarse sobre sus muchas lecturas, de las que no había podido extraer todo el jugo por puro y simple desconocimiento. «Ahora -decía-, ahora es cuando debería volver a releer todo aquello. Cuando podría entender más cosas, al haber ido formando mi propio rompecabezas». Y lo aseguraba alguien capaz de desmentir el supuesto viaje a México de García de la Puerta durante la Guerra Civil, desmenuzando en qué checas había pasado esos años, por un motivo tan estrafalario como haber mostrado a unos milicianos, entre su documentación, el recordatorio de la primera comunión. El mismo que recitaba cómo, cuándo, a impulso de quién y en medio de qué sanciones, quedó instaurado el profesionalismo futbolístico en España. O con qué tesón el presidente del Arenas de Guecho, entonces club señero y hoy modesta entidad de 3ª División, se las arregló para poner en marcha el Campeonato Nacional de Liga hace 80 años, venciendo todo tipo de obstáculos.
Aunque él no quisiera reconocerlo, era un tipo muy grande. No sé si más como persona que como historiador de fútbol, por mucho que resultara difícil, pues en tal faceta, en «la tercera de sus vidas», creo, honestamente, ha sido de largo figura con más calado y empaque. Gracias a sus libros y artículos, antes de conocerle personalmente, varios, por no decir casi todos cuantos hoy componemos CIHEFE, dimos el paso definitivo de aficionados, a voluntariosos compiladores de cuanto tiene que ver con la historia de nuestro fútbol. Con toda la modestia y deficiencias que se quiera, de acuerdo, pero como mínimo con una voluntad imitadora de la suya: a prueba de casi todos los desencantos.
Le voy, le vamos a echar de menos. Aunque pensándolo bien, los hombres como Félix nunca se nos van del todo. Y no porque vayamos a recordarlo a través de sus libros, impagables como referente o punto de partida hacia nuevas singladuras por el mar de la Historia. Simplemente, porque desde donde quiera que esté continuará junto a nosotros.
Como siempre, gracias y un fuerte abrazo, amigo y maestro.